Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


 

81

Sobre este suceso del vicario Domingo Laje habla sumariamente, y como por incidencia, el padre ZAMORA, en su Historia de la provincia dominicana de San Antonino del Nuevo Reino de Granada. [Libro quinto, capítulo XVI]. Del padre Zamora lo han tomado, y a su vez lo refieren, el padre TOURON, también dominicano, en su Historia de la América, escrita en francés, (Tomo XIV. Libro 5.º, capítulo 35.º); PLAZA, en sus Memorias para la historia de la Nueva Granada. (Capítulo 17.º); y GROOT, en su conocida Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada. [Tomo primero, capítulo 19.º, en la nueva edición. Bogotá, 1889; capítulo 20.º, en la primera edición. Bogotá, 1869. Es de advertir que el Tomo primero, en la edición primera, tiene una errata sustancial en la enumeración de los capítulos, pues del quinto salta al séptimo; éste debe ser el sexto, come se ha corregido en la nueva edición]. Son indispensables dos palabras acerca de los historiadores que acabamos de citar. El padre Zamora refiere sencillamente el hecho; el padre Touron pone de su cosecha algo con que sazonar más la narración al gusto de su paladar de jancenista; además, este autor no conocía bien la lengua castellana, y así ha calumniado a Laje, calificándolo de libertino por haber entendido mal el lenguaje correcto de Zamora. Las Memorias de Plaza carecen de un buen criterio histórico. A Groot le faltó, por desgracia, el conocimiento de los documentos originales referentes a este asunto, que nosotros tuvimos la fortuna de estudiar detenidamente en el Archivo de Indias en Sevilla.

Para esclarecer lo que cuenta Groot, haremos notar que contra Laje se hacía la denuncia de que se llevaba una suma fabulosa de oro sin quintar; y el presidente Castillo de la Concha todo habría disimulado, menos el que se defraudara en un maravedí la hacienda real. Como no parecía el oro denunciado, creyó que lo habían ocultado; pues el presidente Castillo entre sus extravagancias, tenía la de creer que en las colonias nadie hablaba nunca la verdad. De esta supuesta ocultación del oro nacieron las iras del Presidente, y aun la resolución del Consejo, tan injusta, contra el arzobispo Sanz Lozano; si se hubiese tratado solamente de puras competencias de jurisdicción, el Consejo no habría tratado al Arzobispo como lo trató. En fin, entre el presidente Castillo y el arzobispo Sanz Lozano mediaba una circunstancia agravante, cual era la de ser éste criollo y aquél español, porque para Castillo de la Concha no había americano bueno; odiaba en la colonia la tierra y a sus habitantes. Autos obrados, contra don Domingo Laje y Sotomayor, provisor y vicario general de Quito, por sus inquietudes y malos procedimientos. 1681-1685. Son dos voluminosos legajos. (Inéditos en el Archivo de Indias en Sevilla. Audiencia de Quito. Simancas. Eclesiástico). Para probar que era clérigo presentó Laje al arzobispo de Bogotá los documentos siguientes, todos oficiales:

Las dimisorias dadas por el obispo de Quito como a clérigo de su diócesis, en las cuales el señor Montenegro declaraba que Laje era clérigo de órdenes menores.

El título de provisor y vicario del obispado de Quito.

El título de visitador general del mismo obispado.

El poder, en toda forma, para representar al obispo de Quito como su procurador en Madrid ante el Rey, y en Roma ante el Papa.

Para contradecir estos documentos no se presentaban sino cartas privadas, escritas desde Quito, en las cuales se calificaba a Laje de criminal y de falsario; pero, también el Arzobispo había recibido una carta del obispo de Quito, en la que le pedía que amparase a su Provisor perseguido en Neiba por un juez lego.

Por lo que respecta al oro sin quintar; en el equipaje del preso se hallaron unos tejos de oro, pero quintado; y unas cuantas cadenillas. De éstas decía, y con mucha justicia, el Arzobispo de Bogotá: «Son trabajadas en Quito, y el oro de que han sido hechas no pudo menos de ser quintado, porque, como las leyes vigentes lo mandan, los plateros no pueden fabricar joya alguna sino de oro que estuviere ya quintado. Por esto se deduce que la sentencia del Consejo no fue justa en todas sus partes.

 

82

La fecha de la toma de posesión del obispo Montenegro no consta, pues en el volumen de las actas del Cabildo eclesiástico, correspondiente a los años de 1646 a 1674, no hay documento alguno, ni siquiera una ligera noticia relativa a este punto. El 24 de abril de 1654 estaba ya consagrado, y el 21 de setiembre de aquel mismo año había llegado a Puembo, desde donde escribió una carta al Cabildo secular de Quito, agradeciendo la salutación de bienvenida, que con un mensajero especial le había enviado el Cabildo. La primera sesión capitular en que presidió fue la del 14 de noviembre de 1654; por tanto, no es posible fijar el día de su entrada en esta ciudad; talvez sería el 23 ó 24 de setiembre. Gobernó desde setiembre de 1654 hasta mayo de 1687.

 

83

En efecto, así lo dice una tradición creída por los corsarios, y consignada en las relaciones de viajes escritas por algunos de ellos; pero semejante tradición es equivocada, pues la isla comenzó a ser llamada la Plata desde los mismos tiempos de la conquista del Perú; Drake atravesó el Pacífico en 1578; en 1532 recorrió el Perú Cieza de León, y en la primera Parte de su Crónica, habla de la isla de la Plata, Capítulo 54, designándola ya con ese nombre, que era el que se le daba por todos generalmente.

 

84

No es nuestro propósito hablar acerca de todas las invasiones piráticas del Océano Pacífico, sino solamente de las que tienen relación íntima con la historia de nuestra República durante la colonia.

De la expedición del capitán Bartolomé Sharp tenemos los documentos siguientes: Memorias de los virreyes del Perú. Tomo primero, de la edición de Lima. Memoria del arzobispo virrey don Melchor de Liñán y Cisneros. [Párrafo intitulado «Capitanía general». Páginas 328-340].

Diario de la expedición del capitán Sharp. [Se halla en el Tomo quinto de los Viajes de Dampier. Ruan, 1715, en francés]. Sharp acometió su expedición con trescientos hombres, y se puso en camino para atravesar el Istmo el 5 de abril de 1680.

 

85

La invasión de los capitanes Swam y Eduardo David (o Davis como lo suelen también apellidar), a Guayaquil, en diciembre de 1684, ha sido prolijamente narrada por Guillermo Dampier, uno de los marinos que hacían parte de la expedición. La relación del viaje de Dampier fue publicada por él mismo, con el título de Nuevo viaje al rededor del mundo. (Traducción francesa. Tomo primero, capítulo 6.º y 7.º).

Una relación de este viaje se encuentra también en la Historia general de los viajes. (Tomo XVI, en la edición de La Haya, 1758, en francés), y además en la Colección del abate Prevost. La Historia general de los viajes se publicó primero en inglés, y luego Prevost la tradujo al francés; del francés fue vertida en castellano por don Miguel Terracina, e impresa en Madrid en 1778. En esta traducción castellana la relación o resumen del viaje de Dampier se halla en el Tomo 19.º (Página 187).

 

86

Dos puntos deben ser esclarecidos en esta nota: primero, las fuentes de nuestra narración; y segundo, las observaciones indispensables acerca de ellas.

RAVENEAU DE LUSSAN, Diario del viaje hecho a la Mar del Sur con los filibusteros de la América, en el año de 1684 y siguientes. (En francés. París. Primera edición, 1689; segunda edición, 1693). El autor fue testigo ocular de lo que refiere, estuvo en Guayaquil y tomó parte en el saqueo de la ciudad. Algunas de las cosas que cuenta son indudablemente invenciones novelescas, para hacer más interesante su relación; tal es, por ejemplo, el enamoramiento de la viuda, es decir, de una de las señoras cautivas de los corsarios en la Puná.

ALCEDO (Dionisio), Aviso histórico, político, geográfico. Esta obra es la misma que, con el título de Piraterías en la América española, se reimprimió en Madrid en 1883.

ALCEDO, Compendio histórico de la provincia de Guayaquil. Cap. XIII. Tiene tantos errores cuantos párrafos. Dice que la primera invasión fue la de 1624, cuando ésta fue la segunda; no habla de la de 1684; la de 1687 la atribuye a Eduardo David, cuya nacionalidad ignoraba indudablemente Alcedo, pues lo hace inglés, habiendo sido flamenco; la tercera y última refiere que fue la de 1707, y asegura que el caudillo de ella era Guillermo Dampier. En 1707 no hubo invasión ninguna; la última fue la de 1709. Dampier estuvo como subalterno y no como jefe en la de 1684, y de ella habla en sus viajes.

VELASCO, Historia del Reino de Quito. (Parte tercera. Historia moderna. Libro 3.º, párrafo 5.º). Abunda en equivocaciones. Lo que refiere de la de 1624 es casi una fábula; en aquel año el presidente no era Arriola, sino Morga; esta invasión no fue de filibusteros o piratas del Norte, como dice Velasco, sino de holandeses; la Holanda estaba entonces en guerra con España. Véase la relación de esta expedición, que está publicada en francés, con el título de Viaje de la flota de Nassau a las Indias Orientales por el Estrecho de Magallanes. (Colección de los viajes, que han servido para el establecimiento y progresos de la Compañía de las Indias Orientales. Tomo cuarto. Amsterdan, 1705). La de 1687, la pone Velasco en 1686.

CEVALLOS, Resumen de la Historia del Ecuador. (Tomo segundo, cap. 2.º). En lo que dice de la de 1624 ha seguido a Velasco, limitándose a copiar sus errores; de las de 1584, 1684 y 1687 no dice ni una sola palabra.

En el Tomo segundo de la Colección de documentos literarios del Perú, formada por Odriozola, se encuentra una RELACIÓN anónima de las invasiones piráticas en el Pacífico durante la colonia; sigue el orden cronológico.

El duque de la Palata en la Memoria que como virrey del Perú redactó para su sucesor, narra como de paso este acontecimiento. Memorias de los virreyes del Perú (Tomo segundo, en la edición de Lima).

Peralta y Barnuevo recuerda la invasión y toma de Guayaquil de 1687 en su poema histórico sobre Lima, que ya hemos citado en otro lugar.

Entre los documentos inéditos del riquísimo Archivo de Indias en Sevilla, se encuentran los Autos originales acerca de la pérdida de Guayaquil. 1681-1687. (Secretaría del Perú. Secular. Audiencia de Quito. Un legajo). De estos documentos hemos sacado las noticias que damos en la narración.

 

87

Sobre las aventuras y costumbres de los filibusteros puede leerse la obra escrita por uno de ellos, cuyo autor y título son los siguientes:

OLIVIER OEXMELIN, Historia de los aventureros filibusteros. De esta obra hay una traducción castellana, en un solo volumen, y su título es Piratas de la América; el original está en holandés, del cual se hizo una traducción al francés. Sobre esta obra ha dado excelentes y curiosas noticias el señor doctor don Diego Barros Arana, en su erudito opúsculo acerca de las Obras anónimas relativas a América.

 

88

Libro de actas del Cabildo eclesiástico de Quito. Vol. de 1675 a 1709. [Archivo del Cabildo Metropolitano]. No consta en qué fecha haya tomado posesión del obispado el señor Figueroa, pues los documentos de aquel tiempo se han perdido.

Aquí es el lugar donde debemos hacer una advertencia de todo punto indispensable. Ya en una nota del Tomo tercero llamamos la atención de nuestros lectores acerca del patronato que los reyes de España ejercían sobre las iglesias americanas, y manifestamos que era muy amplio, y que se distinguía de todo otro derecho de patronazgo eclesiástico; pues, según la doctrina de canonistas autorizados, los reyes de España no eran meramente patronos de las iglesias, sino delegados de la Santa Sede en América; el Derecho Canónico hispano americano era distinto del Derecho Canónico común en muchos puntos. Uno de esos puntos en que el Derecho Canónico hispanoamericano difería del Derecho Canónico común era, precisamente, la traslación de obispos de una sede a otra. La traslación ha sido generalmente prohibida por los Cánones, sobre todo en los tiempos antiguos; en América eran frecuentes las traslaciones, y tanto que vinieron a constituir uno como derecho consuetudinario. Los obispos trasladados, así que recibían la cédula en que se les comunicaba que el Rey los presentaba para otra diócesis, se hacían cargo del gobierno del obispado a que eran trasladados, recibiendo la jurisdicción que se la trasmitía el Cabildo en sede vacante, nombrándolos gobernadores del obispado en virtud de la cédula, que se llamaba de ruego y encargo; después recibían las bulas del Papa y, con ellas, tomaban la posesión del obispado. Todo esto se hacía en virtud del derecho de patronato que gozaban los reyes católicos en América, y semejantes prácticas estaban fundadas en las necesidades emanadas de la situación de estas iglesias, tan distantes de Roma, y cuyas comunicaciones con la Santa Sede eran difíciles; a esto se agregaba el trastorno que causaban en las diócesis los cabildos con motivo de la sede vacante. La mayor utilidad espiritual de las iglesias reclamaba, pues, entonces una modificación en el derecho común, y los reyes españoles no hacían cosa alguna sino poniéndose de acuerdo con el Papa. Ahora bien, como los privilegios eran concedidos a los reyes, no se trasmitieron a los gobiernos de las naciones que se formaron de las antiguas colonias.

 

89

AZCARAY, Serie cronológica de los obispos de Quito.

ODRIOZOLA, Documentos literarios del Perú. [Tomo cuarto. Noticia acerca de los obispos de Quito]. Nos parece equivocado Mendiburu, en cuanto al lugar del nacimiento y a algunas otras noticias que da respecto de este Obispo, confundiéndolo, sin duda, con algún otro personaje. Nuestro Obispo fue español y no americano, pues nació en la Coruña y no en Lima; nuestra narración se funda en documentos contemporáneos.

 

90

Expediente sobre los disturbios causados por algunos religiosos agustinos de Quito, providencias dadas para su castigo y reglas para ponerlos en observancia; años de 1685 a 1695. Consta de dos legajos. (Real Archivo de Indias en Sevilla. Simancas. Eclesiástico. Audiencia de Quito).

Autos fechos por el ilustrísimo señor doctor don Sancho de Andrade y Figueroa, obispo de Quito, sobre la extracción de esta provincia a los reinos de España de los muy reverendos padres maestros fray Pedro Pacheco, fray Juan Martínez de Luzuriaga y fray Agustín de Montesdoca del Orden de San Agustín, en conformidad de la real cédula de Su Majestad y patente del reverendísimo padre general de dicho orden. 1689. [Archivo de la Notaría eclesiástica de la Curia Metropolitana de Quito].

El padre general de los agustinos examinó detenidamente el expediente relativo al capítulo, y falló que la elección de provincial hecha en el padre Montaño era nula [21 de julio de 1688]; el padre Montaño apeló al Papa, pero la Congregación de Obispos y Regulares confirmó en todas sus partes la sentencia del General [15 de septiembre de 1690]. Hay en el Archivo de Indias en Sevilla otro expediente sobre este mismo padre Montaño y sus gestiones para alcanzar el gobierno de la provincia de Quito.

Para no fastidiar a nuestros lectores, nosotros hemos referido, de propósito, de una manera rápida y sumaria estos acontecimientos, omitiendo muchos incidentes, sobre los cuales deseamos que amontone sus tinieblas el olvido.

Indice