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Verificada la traslación del ilustrísimo señor Cuero al obispado de Quito, fue elegido, el 19 de noviembre de 1800, para el de Cuenca don José Bernardo Quirós, Deán de Segovia, el cual renunció; y, admitida la renuncia, fue propuesto el señor Fita y Carrión.

Al señor Carrión y Marfil se le expidieron las bulas de Obispo de Trujillo el 27 de octubre de 1798; en 1822 vivía todavía, pues aquel año, a consecuencia de la guerra que sostenía el Perú para alcanzar su emancipación política, se vio obligado a regresar a España. No nos ha sido posible fijar con precisión el año de su fallecimiento, el cual aconteció en la villa de Noalejo, hallándose de Abad Mayor de Alcalá la Real; en el catálogo de obispos de Trujillo que da el padre Hernáez se dice que murió el 13 de mayo de 1827; en el de Paz Soldán en su Diccionario geográfico del Perú leemos que murió un año antes. (N. del A.)

 

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Respecto de los viajes de Caldas al Ecuador citaremos:

El Semanario de la Nueva Granada. (Preciosa colección de los principales escritos de Caldas; nos referimos de preferencia a la edición que del Semanario hizo en París el coronel Acosta, en 1849).

Pombo (Don Lino), Memoria histórica sobre la vida, carácter, trabajos científicos y literarios y servicios patrióticos de Francisco José de Caldas. (Este interesante trabajo ha sido reproducido últimamente en los Anales de Ingeniería de Bogotá, Números 98, 99 y 100).

No carecen de interés las noticias que dan sobre Caldas otros dos historiadores colombianos: Vergara y Vergara en su Historia de la literatura en Nueva Granada, y Groot en su Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada (Capítulo cuadragésimo, Tomo segundo). Caldas permaneció como dos años en el Ecuador, desde 1802 hasta mayo de 1805.

En el Repertorio colombiano (Años de 1897 y 1898, Volumen XVII, Números 1.º, 2.º, 4.º y 6.º; Volumen XVIII, Número 1.º), se han publicado últimamente algunas cartas escritas por Caldas desde Quito al señor Santiago Pérez Arroyo, en las cuales se encuentran interesantísimas noticias acerca de las relaciones de Caldas con el Barón de Humboldt y con Bompland.

Nosotros en nuestro archivo privado poseemos, entre otros documentos, dos planos trazados por Caldas para la apertura del camino llamado de Malbucho, de los cuales tomamos las indicaciones siguientes.

De la ciudad de Ibarra a las costas del Pacífico se cuentan 256.555 varas castellanas, las que equivalen a 25,65 leguas de a diez mil varas cada una; veinticinco leguas y algo más de media.

El camino trazado por Caldas salía a la Tola y tomaba el río Santiago para llegar a ese punto. (N. del A.)

 

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En cuanto a Humboldt y su permanencia en Quito citaremos:

La Correspondencia del Barón de Humboldt (Publicada en francés, París, 1869). Humboldt llegó a Quito el 6 de enero de 1802, según consta de la carta que desde Lima escribió a su hermano Guillermo el 25 de noviembre de 1802; salió de Quito para Riobamba el 9 de junio de 1802. Hizo dos viajes al cráter del Pichincha: el primero el 26, y el segundo el 28 de mayo. En el primer viaje subió solo, acompañado de un indio, el cual cayó, por descuido, en una de las quiebras del volcán; el segundo lo verificó acompañado de Bompland y de don Carlos Montúfar. Subió Humboldt al Antisana, al Ilinisa, al Cotopaxi y al Chimborazo; permaneció diez días en Cuenca, y el 23 de octubre de 1802 llegó a Lima. Sus observaciones científicas sobre los volcanes de Quito están publicadas en su obra titulada Miscelánea de Geología y de Física General (Edición francesa de 1864, traducción de Galuski, revisada por el mismo Humboldt. Le acompaña un Atlas pequeño). La ascensión al Chimborazo la verificó Humboldt el 23 de junio de 1802; salió de Riobamba el 22, se detuvo de paso en Licán y pernoctó en Calpi; le acompañaron Bompland y don Carlos Montúfar. Según sus cálculos, subió hasta la altura de 5.878 metros sobre el nivel del mar. (N. del A.)

 

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Sobre el Archipiélago de Galápagos se ha escrito mucho en estos últimos tiempos; sin embargo, en esta nota no citaremos nosotros más que las obras en que se apoya nuestra narración.

Memorias de los Virreyes del Perú. Memoria del virrey frey don Francisco Gil de Taboada y Lemos (Tomo sexto de la edición publicada en Lima, en 1859).

Cabello Balboa, Miscelánea austral. Capítulo séptimo, en el cual habla del viaje marítimo del Inca Túpac Yupanqui (Como es bien sabido, de esta obra de Cabello Balboa no se conoce el original castellano, sino la traducción francesa, hecha por Ternaux-Compans).

Dampier, Nuevo viaje alrededor del mundo (Tomo primero, Capítulo 5.º). En francés, Ruan, 1715.

En el tomo quinto de esta misma edición se halla el Diario del capitán Cowley, en el capítulo segundo del cual se refiere cómo arribó al Archipiélago de Galápagos y qué nombres puso a las islas; éstas, según dice Cowley, no tenían nombres propios y el Archipiélago se conocía con el nombre general de Islas encantadas.

En el tomo cuarto está el viaje de Lionel Wafer, y en el capítulo séptimo refiere éste su llegada al Archipiélago de los Galápagos el año de 1685.

En mayo de 1709 estuvo en el Archipiélago el capitán Woodes Rogers, después de sus depredaciones piráticas en Guayaquil; dice que se detuvo en la isla que llamaban Santa María de la aguada, ¿tal vez la ahora Chathan?

Torres de Mendoza, Colección de documentos inéditos del Archivo de Indias (En el tomo 41 se halla la carta en que fray Tomás de Berlanga le da cuenta a Carlos quinto del viaje hecho de Panamá a Portoviejo, 26 de abril de 1535).

Jiménez de la Espada, Las islas de los Galápagos y otras más a Poniente (Madrid, 1892, en el Boletín de la Sociedad Geográfica). En este opúsculo publicó el señor Espada el mapa del capitán Alonso de Torres, inédito hasta entonces.

Vidal Gormaz, El Archipiélago de los Galápagos (En el tomo 15.º del Anuario hidrográfico de Chile, Santiago, 1890).

En cuanto a la cartografía especial del Archipiélago, citaremos los dos mapas más antiguos que conocemos, que son el de Eaton y el de Torres.

El de Eaton, publicado en 1715, se halla en la edición del viaje de Dampier citado antes; en este mapa se encuentran las islas siguientes, designadas con los nombres que ponemos a continuación: Narborough, Albemarle, Jacques, Dean, Norfolk , Dassigney, Bruttles, Crossman, Charles, Eures, Bindlos, Ricot, Culpeper y Wamman; por todas catorce.

En el mapa de Torres constan las siguientes: Guerra, Núñez Gaona, Geraldino, Torres, Tierra de Gil, Valdez, Carlos cuarto, Dos Hermanas y Quita Sueño; también está la Albemarle, cuya cordillera lleva el nombre de Santa Gertrudis, que es el mismo que se le da a la isla.

Alcedo, Diccionario geográfico histórico de las Indias occidentales o América (Alcedo enumera los nombres castellanos que antiguamente tenían las islas, y da la correspondencia de éstos con los ingleses que les puso Cowley y que se leen en el mapa de Eaton).

La descripción que se halla en el Gacetero americano es una copia o reproducción de la del viajero Dampier en la relación de su viaje alrededor del mundo.

Oportuno nos parece advertir aquí, que a fines del siglo pasado fue examinada la costa del Ecuador con toda prolijidad por el célebre Malaspina, cuando recorrió el Pacífico llevando a cabo su viaje alrededor del mundo, en las corbetas Descubierta y Atrevida; en octubre de 1790 estuvo en Guayaquil. Entonces fue también cuando el naturalista Pineda, uno de los que formaban parte de la expedición, hizo su ascensión al Tunguragua, llegando hasta la cima del volcán, cuyo cráter examinó detenidamente. Novo y Colson, Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida, Madrid, 1885. Los manuscritos de Pineda se conservan en el Depósito hidrográfico en Madrid. (N. del A.)

 

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Recopilación de leyes de los reinos de las Indias (Se hizo en tiempo de Carlos segundo; consta de cuatro tomos de a folio. La tercera edición es de 1774). Para conocer la legislación española en todo lo relativo al gobierno y a la administración de las colonias americanas, conviene estudiar la obra de Pérez y López titulada Teatro de la legislación universal de España e Indias, Madrid, 1791. (N. del A.)

 

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Nobiliario de conquistadores de Indias, un volumen, publicado por la Sociedad de bibliófilos españoles, Madrid, 1892. En este volumen se encuentran algunos de los escudos de nobleza que pidieron y obtuvieron varios de los más antiguos conquistadores y vecinos, de Quito, como Rodrigo Núñez de Bonilla, Juan de Salinas, Antonio de Rivera, Francisco Arcos, Hernando de la Parra, Alonso Hernández, Antonio de Saldaña, Diego de Sandoval, Francisco Ruiz y Diego Méndez; todos éstos fueron españoles; en el mismo volumen se hallan los escudos con que fueron ennoblecidos don Diego, cacique de la Puná, y otro cacique también llamado Diego, que favoreció mucho al virrey Blasco Núñez Vela. Éstos son los blasones más antiguos; después se alcanzaron otros para distintas familias. Todos darán materia para que algún día se forme un trabajo especial sobre la heráldica ecuatoriana, por alguien que se dedique al estudio de la ciencia de los blasones, que es una de las auxiliares de la historia. (N. del A.)

 

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Daremos aquí algunas ligeras indicaciones acerca de las principales fundaciones de estos títulos de nobleza.

Marquesado de Mira-flores. El primer marqués fue don Antonio Flores; la cédula de aprobación se expidió el 31 de marzo de 1751.

Marquesado de Villa-orellana. El fundador de este marquesado fue don Clemente Sánchez de Orellana, hermano legítimo del Marqués de Solanda. La cédula real se concedió el 27 de febrero de 1753.

Marquesado de Maenza. El primer Marqués de Maenza fue don Mateo de la Escalera y Velasco, español, nacido en la villa de Espinosa de los Monteros, del arzobispado de Burgos; casose en Quito con doña Gabriela Muñoz y Chamorro, quiteña. La fundación del marquesado se hizo el 21 de noviembre de 1705 en propiedades situadas en Latacunga, y lo confirmó Felipe quinto en 1712.

El Conde de Selva-florida fue don Manuel Guerrero Ponce de León y Castillejo, el cual pretendía estar emparentado con los Duques de Medina Sidonia. El progenitor de esta familia fue don Pedro de Guzmán Ponce de León, quien se casó con doña Ana de Andagoya, sobrina carnal del adelantado don Pascual de Andagoya; tuvieron varios hijos, uno de los cuales fue don Pedro Luis, que se distinguió en las guerras de Chile; don Pedro, el padre, fue Corregidor de Riobamba y de Loja y también Regidor de Quito en tiempo de la revolución de las alcabalas, y entonces hizo méritos de fidelidad conservándose adherido a la Audiencia. (N. del A.)

 

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Los negros vivían en los valles calientes y en los pueblos del litoral; como los padres jesuitas eran dueños de las más considerables haciendas situadas en los valles calientes y principalmente en la hoya del río Chota, ellos eran también los que poseían el mayor número de esclavos negros. He aquí algunos datos de este curioso ramo de riqueza.

En la hacienda de la Concepción había trescientos cuarenta y tres esclavos; en la de Chamanal, ciento cuarenta y ocho. En solas dos haciendas casi quinientos esclavos.

En aquel tiempo un negro varón de edad de treinta a cuarenta años valía de trescientos a cuatrocientos pesos; y una negra, lo mismo (Expedientes de la tasación e inventario de las haciendas de Pisquer, la Concepción y Chamanal, hechos en tiempo del presidente Pizarro). Entre las aberraciones en que, a consecuencia de su excesiva riqueza, cayeron los jesuitas de la antigua provincia de Quito, dos son las más deplorables indudablemente: la destilación de aguardiente y la compra de negros para esclavos de sus haciendas. En cuanto al trato que daban a éstos, nosotros no queremos prestar crédito a las denuncias de don Julián Rosales, cura de Pimampiro, porque lo juzgamos apasionado y exagerado. (N. del A.)

 

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Los principales socios que se empeñaron en el cultivo de los árboles de la canela de Quijos, fueron don Juan José Boniche, don Francisco Sánchez de la Flor y don Mariano Villalobos; estos tres principiaron a trabajar en la empresa, pero tropezaron en la falta de dinero; pidieron al Gobierno que les auxiliara con cuatro mil pesos prestados a mutuo, para dar cincuenta arrobas de canela por año, y no se les concedió. Entonces don Antonio Pastor, español, avecindado en Ibarra, se agregó a la compañía como socio capitalista, con cuya circunstancia se formalizó la empresa. Hízose la erección del corregimiento de Ambato, anexándole los terrenos de Canelos.

Esta empresa fracasó por el terremoto de Riobamba y por la falta de dinero y de constancia. Los árboles debían estar plantados en lugares donde la luz del sol los bañara constantemente; la semilla era muy codiciada por los pájaros, y la canela producida con cultivo era picante. Villalobos malgastó la plata de la compañía y no hubo trabajadores.

El más entendido en los secretos del cultivo de los árboles de canela era el padre fray Santiago Riofrío, dominicano que había permanecido largos años en las misiones de Canelos; este padre fue el primero que sacó la semilla e hizo plantaciones.

Los socios pretendieron además que se prohibiera la introducción de la canela extranjera, lo cual el Gobierno de la Metrópoli estaba muy lejos de conceder, ni era equitativo que lo concediera. En esta empresa del cultivo de la canela de Quijos tuvo también parte el Marqués de Villa-orellana. Se plantaron cuatrocientos treinta árboles. La canela de Quijos se conoce en botánica con la denominación técnica de Nectandra cinamomoides; los indios la llamaban Izpingo. (N. del A.)

 

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El comercio de cascarilla en Loja era puramente pasivo; seis vecinos la compraban a la gente del campo; la arroba valía ocho reales. En Piura se vendía a real y medio la libra, y el precio se recibía mitad en dinero y mitad en géneros de Castilla.

Para el comercio con España se sacaban todos los años por término medio quinientos tercios de a seis arrobas cada uno; el precio mayor en Cádiz era de un peso la libra.

Se cortaron los árboles, escaseó en la montaña la cascarilla y fue mezclada con las cortezas de otros árboles semejantes; a causa de esto se desacreditó la quina y el precio de ella bajó notablemente; de doce pesos la libra en Sevilla bajó a medio peso.

Los derechos que pagaba la cascarilla eran los siguientes: en Paita, tres reales por cada petaca; en Panamá, dos pesos por petaca.

El año de 1776 se estableció el estanco de la cascarilla, para evitar fraudes y que no se mezclasen cortezas de otros árboles.

La cascarilla del cerro de Uritozinga estaba por una orden terminante reservada para abastecer con ella tan solamente la Real Botica en Madrid. La cascarilla era, pues, a fines del siglo pasado uno de los artículos de exportación, y estaba descubierta no sólo en Loja, sino también en las montañas de Guaranda y en las de Cuenca.

Además de la cascarilla había los siguientes objetos de exportación: algodón, añil, azafrán, badanas, betún, calaguala, canela de Quijos, carey, canchalagua, cochinilla, cueros de venado, esculturas de madera, lanas, macanas, pinturas, pita, pieles de tigre y zarzaparrilla. Algunos de estos artículos en muy pequeña cantidad. De Guayaquil se exportaban cacao y maderas de construcción. En los libros de actas del Cabildo civil de Loja se encuentran datos prolijos acerca de la extracción y el comercio de la cascarilla; el libro más antiguo principia en 1752, los anteriores no existen. Archivo de la Municipalidad de Loja.

La Condamine, Sobre el árbol de la quina (Memorias de la Real Academia de ciencias de París, Año de 1738). En este opúsculo se encuentran todos los datos relativos al descubrimiento de la cascarilla. (N. del A.)

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