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En todos los historiadores, así antiguos como modernos, ha habido generalmente una equivocación en cuanto a la fecha de la fundación de la ciudad de San Francisco de Borja, confundiendo la fecha de la fundación de la ciudad, con la fecha de la primera entrada de los jesuitas en Mainas. La ciudad fue fundada por don Diego Vaca de Vega, el 9 de diciembre de 1619: los jesuitas entraron como misioneros en Mainas, el año de 1634, en tiempo de don Pedro Vaca de la Cadena, segundo Gobernador de Mainas.

Relaciones geográficas de Indias. Perú (Tomo cuarto. Contiene documentos originales, publicados por la primera vez por la imprenta, sobre el descubrimiento de Mainas por don Diego Vaca de Vega).

Revista de archivos y bibliotecas nacionales (Año segundo, Volumen III). Publicación que se está haciendo recientemente en Lima: contiene documentos relativos a la fundación del Gobierno de Mainas, y a la conquista de los jíbaros. Don Diego Vaca de Vega era casado con doña Ana de la Cadena, y vació en España en la villa de Siete Iglesias, cerca de la ciudad de Medina del Campo: sus padres legítimos fueron el capitán don Pablo Vaca y doña Catalina Fernández de Medina y Ebán, y, por esto, algunos de los hijos de don Diego llevaron como segundo apellido el de Ebán: don Diego falleció en la ciudad de Loja el año de 1527, dejando nueve hijos en un estado de pobreza notable. Duremos aquí algunas noticias más acerca de la primera expedición de don Diego Vaca de Vega.

El presidente don Antonio Morga le dio cuantos auxilios hubo menester: en 1620 tenía Vaca de Vega fundada la ciudad de Borja y reducidas cuatro parcialidades, que eran las de los mainas, pastazas, jeberos y moronas, de todos los cuales había muchos, que se habían bautizado ya.

Sucedió que, al atravesar el Pongo, se volcara la canoa en que iba embarcado don Diego, el cual por eso se vio en gran peligro de ahogarse, y salvó la vida, aunque con pérdida de toda su vajilla de plata que cayó en el río y fue arrebatada por la corriente. Cuando don Pedro volvía de la provincia de los jeberos, le salieron al encuentro los cocamas y mataron a traición ocho indios, que se habían alejado del real y estaban ocupados en pescar: esto aconteció en el punto donde el Pastaza desemboca en el Marañón. Don Pedro intentó perseguir a los cocamas, para hacer en ellos un escarmiento; pero un huracán desbarató su flotilla y le obligó a subir a Borja; más para que los indios no queden sin castigo y para que los españoles no perdieran su autoridad ante los ya reducidos, don Diego salió a Santiago y a Nieva para buscar gente y regresar a hacer la guerra a los cocamas, quedando entre tanto don Pedro como teniente de gobernador; cuarenta soldados se salieron en diversos tiempos, y el castigo de los cocamas no se llevó a cabo.

Don Diego planteó en la recién conquistada provincia de los mainas el sistema de las encomiendas, lo cual fue causa de que los indios se alzaran y cometieran en su desesperación incendios y asesinatos. Salió a pacificarlos el capitán Luis de Armas y apoderose de unos novecientos, con los cuales fundó una población a orillas del Pastaza; pero los pobres indios se enfermaron y casi todos murieron en poco tiempo. Este mismo capitán Luis de Armas Betancur fue el que, en 1616, entró a la provincia de los mainas con los soldados, según referimos en el texto. (Carta del Presidente Morga al Rey, Quito, 25 de abril de 1621. Carta de don Diego Vaca de Vega al Rey, Octubre de 1620. Cartas y expedientes del Presidente de Quito y los Oidores vistos en el Consejo. Documentos inéditos del Real Archivo de Indias en Sevilla).

Don Diego Vaca de Vega aseguraba que había gastado treinta mil pesos en su primera expedición: en efecto, llevó caballos e introdujo gallinas y puercos, estimulando la cría de aquellas aves de corral, las que en breve se multiplicaron mucho; hizo plantaciones de tabaco y de algodón y repartió los indios entre los principales compañeros de expedición. De sus nueve hijos, cinco eran varones y cuatro hembras. (Relación hecha por don Alberto de Acuña, oidor de la Audiencia de Lima en 1629. Inédito, en el Archivo de Indias en Sevilla).

La ciudad de Borja, capital del gobierno de Mainas, estuvo situada, como lo hemos dicho en la narración, en la orilla izquierda del Marañón, y nunca prosperó ni adelantó en ningún sentido: en 1814 contaba 88 habitantes, y en 1868 ya no llegaban ni siquiera a la mitad de ese número. (Paz Soldán (Mariano Felipe), Diccionario geográfico-estadístico del Perú).

 

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Se asegura que el nombre de Manseriche es de la lengua, de los mainas, y que significa una especie de papagayo pequeño, el cual se encuentra en las montañas de Mainas y principalmente en las breñas del estrecho, donde abunda mucho. No ha faltado quien pretenda derivar el nombre Manseriche de la palabra quichua Mancherini, «Temblar de miedo». La palabra Manseriche nos parece a nosotros una voz o expresión más bien del idioma caribe, que de la lengua quichua, eso sí, pronunciada a la castellana: si acaso no estamos equivocados, es nombre compuesto de cuatro sílabas, en una de las cuales se encuentra la radical que significa agua, y, en otra la que equivale a abundancia.

 

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Los padres jesuitas no fueron los primeros sacerdotes que entraron en Mainas, pues con el mismo don Diego Vaca de Vega habían entrado ya tres sacerdotes, un clérigo y dos religiosos: el clérigo fue don Alonso de Peralta, cura de Santiago, el cual entró llevando la jurisdicción espiritual en nombre del Ilustrísimo Santillana, entonces obispo de Quito; los otros dos fueron, el padre fray Lorenzo del Rincón, agustino, y el padre fray Francisco Ponce de León, mercenario, cuyo memorial de servicios se halla impreso, y lo ha reproducido, extractándolo, el señor Marcos Jiménez de la Espada en el Tomo IV de las Relaciones geográficas de Indias. También hace mención de la entrada del padre Ponce de León en Mainas el padre Remón en su Crónica de la Orden de la Merced. (Capítulo octavo del Libro trece, en el Tomo 2.º) Consta que el padre Francisco de León estuvo en Mainas hasta el año de 1622. El primer cura canónicamente instituido de la nueva ciudad de San Francisco de Borja en los Mainas, fue el clérigo Diego Núñez Castaño, el cual estaba sirviendo su beneficio el año de 1623. (Así consta de documentos oficiales inéditos existentes en el Real Archivo de Indias en Sevilla). Respecto del padre fray Francisco Ponce de León dice el cronista Gil González Dávila lo siguiente: «En su tiempo, (del Obispo Santillana) se fundó en este obispado, (el de Quito) la ciudad de San Francisco de Borja por mandado del Virrey Príncipe de Esquilache; y el que puso la primera piedra en ella y la primera Cruz y dijo la primera ilusa fue el Maestro Fray Francisco Ponce de León, religioso de la Orden de Nuestra Señora de la Merced». (Teatro eclesiástico de la primitiva Iglesia de Indias, Tomo 2.º, Madrid, 1665).

 

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No deja de ser un poco difícil la situación del Historiador, cuando quiere escribir la Historia de las misiones, pues los sucesos acaecidos en las montañas orientales no han tenido más narradores, que los mismos padres de la Compañía de Jesús, cuyo amor a su Instituto y cuyo celo por las glorias de su Orden son proverbiales; y así, para valerse de esta clase de fuentes, ha de armarse el historiador de todos los recursos de la crítica histórica, a fin de discernir la verdad, y no confundirla nunca ni con el elogio ni con la censura. Conservando nuestra imparcialidad, enumeraremos las fuentes, dividiendo los documentos en dos clases, a saber, los impresos y los manuscritos, y presentándolos según el grado de su antigüedad.

Rodríguez, El Marañón y Amazonas. Historia de los descubrimientos, entradas y reducción de naciones, trabajos malogrados de algunos conquistadores y dichosos de otros así temporales como espirituales, en las dilatadas montañas y mayores ríos de la América, Madrid, 1685.

Maroni, Noticias auténticas del famoso río Marañón y misión apostólica de la Compañía de Jesús de la Provincia de Quito en los dilatados bosques de dicho río. (Permaneció inédita esta obra hasta el año de 1889, en que la publicó, enriqueciéndola con Apéndices y Notas, el célebre americanista Marcos Jiménez de la Espada). La narración llega hasta el año de 1738, comprende, pues, un siglo entero.

Velasco, Historia del Reino de Quito (En el Libro IV y en el Libro V de la Historia moderna, que está en el Tomo III de la obra, habla extensamente de todo lo relativo a la historia de las misiones).

Cartas edificantes y curiosas (Descripción abreviada del río Marañón y de las misiones establecidas en sus contornos, Tomo VII. Carta del padre Guillermo D'Etre, Tomo XIV. Cartas del padre Manuel Iriarte, Tomo XVI. Nos referimos siempre a la edición castellana o a la traducción hecha por el padre Diego Davín. Los padres D'Etre e Iriarte fueron misioneros en Vainas y en el Napo: aquél era francés, y éste español).

Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú (En los artículos relativos a los padres Lucas de la Cueva, Cujía, Fritz, Richler, etc.)

Informe del padre Andrés Zárate, visitador de los jesuitas de la provincia de Quito (1736-1738).

Informe del padre Tomás Nieto Polo, procurador de los jesuitas, sobre las misiones del Marañón y del Napo (1743).

Informe del padre José María Maugeri, también procurador de los jesuitas.

Informe del padre Maroni, jesuita, misionero del Marañón: fue dado al presidente Alcedo.

Informe hecho por varios misioneros sobre el estado de las misiones (Todos éstos son documentos inéditos y reposan en el Real Archivo de Indias en Sevilla: otros documentos asimismo inéditos, los citaremos en sus lugares oportunos).

 

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El Curato de Borja pertenecía al Obispado de Quito, y el ilustrísimo señor don fray Pedro de Oviedo fue quien dio la jurisdicción parroquial al padre Lucas de la Cueva, en enero de 1642; era vicerrector del colegio de Quito el padre Alonso de Rojas, quien formó la terna siguiente: padre Lucas de la Cueva, padre Francisco Figueroa y padre Juan de Enebro. Diósele el curato con el carácter de amovible ad nutum. Los clérigos entraban como curas, pero no residían en su parroquia y salían y la abandonaban, por la mucha pobreza y las penalidades de la vida de montaña. El provincial de los jesuitas era a la sazón el padre Gaspar Sobrino, y en la Audiencia presidía como oidor más antiguo don Antonio Manrique de San Isidro.

 

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Carta del padre Lucas de la Cueva al Presidente de la Real Audiencia de Quito: tiene la fecha de 1666. (Inédita, en el Real Archivo de Indias en Sevilla). Es una larga representación elevada a la Audiencia por el padre Lucas de la Cueva, como Superior de las Misiones: expone que durante los primeros veinte años todos los gastos fueron hechos por los mismos jesuitas; hace saber que el Virrey del Perú les había concedido, hacía poco, como auxilio para las misiones la dotación con que de las cajas reales se debía acudir a los doctrineros de montaña, por estar sirviendo los padres el curato de Borja, y suplica que se le ayude con algún socorro permanente para el sostenimiento de las misiones. Los misioneros eran ya trece en aquel año.

 

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El cura de Borja tenía 183 pesos, 6 reales como congrua anual, y durante casi diez años éste fue el auxilio que de la Hacienda real recibieron los jesuitas para las misiones esta suma se pagaba en Loja de la Caja real de aquella ciudad. El padre Cueva pidió que se les aumentara hasta seiscientos veinticinco pesos la dotación anual, y que se les pagara en Quito y no en Loja, cuya Caja o Tesorería real no tenía siempre caudal suficiente: suplicó también que en la misma Caja de Quito se les mandara pagar lo que se les estaba debiendo, que era la congrua íntegra de un año y cuatro meses. El Conde de Santistevan, virrey del Perú, concedió todo cuanto le fue pedido; pero, a consecuencia de las representaciones que hicieron los oficiales de la Tesorería real de Quito, la merced del Virrey fue revocada: al fin, en 21 de enero de 1667, obtuvieron que se les pagara los estipendios caídos. En 1670 se les mandó dar mil pesos, como ayuda de costa, para que pagaran las deudas contraídas por el Superior de la Misión en los viajes de los misioneros y en la curación de los que habían salido enfermos.

En 1750, el 15 de febrero, se les dio diez mil seiscientos diez pesos, como auxilio, para sesenta jesuitas que venían a Quito. En 1717 perecieron naufragando veinticinco jesuitas, de los cuales cinco eran legos y de los restantes unos eran sacerdotes y otros estudiantes, españoles, bávaros y sicilianos.

En 1720 se concedió licencia para traer catorce misioneros. En 1751 se permitió traer a Quito noventa jesuitas: con esta licencia, el 25 de junio de 1754, se embarcaron en Cádiz catorce, de los cuales era Superior el padre Francisco Javier Arzoni; el 30 de setiembre se embarcaron ocho más; el 15 de enero de 1756, se embarcaron tres; a fines de 1758, se permitió que se embarcaran nueve, el mayor de los cuales tenía veinticinco años de edad. Para el viaje de todos éstos, contrajeron los jesuitas de Quito la enorme deuda de setenta mil pesos. La dotación señalada por el Gobierno español a cada misionero, era doscientos pesos por año, y noventa más, como sueldo de un sacristán en cada pueblo. Los demás gastos los hacían los mismos jesuitas. Las rentas del Colegio de Quito, a fines del siglo decimoséptimo ascendían a mil pesos por mes ordinariamente, poco más o menos, según se deduce del libro de gastos y entradas del Colegio de Quito, del tiempo en que fue Procurador el Hermano Marcos Guerra. (Manuscrito autógrafo de nuestro archivo privado). En un siglo esas rentas se aumentaron considerablemente. Cédula real de Madrid, a 21 de junio de 1670. Informe del Gobernador de Quijos, don Melchor de Peñalosa. Baeza, a 2 de agosto de 1662. Informe de don Melchor de Mármol, gobernador de Quijos. Macas, a 15 de enero de 1678. (Documentos inéditos. Volumen primero del Cedulario de la Curia Metropolitana de Quito. El estado de la llamada provincia de Quijos y Macas en aquella época no podía ser más lamentable, así en lo eclesiástico como en lo civil. En Quijos había cuatro curatos o doctrinas, que eran las siguientes:

Baeza, capital de la provincia; tenía sólo un vecino blanco y diez indios, con siete anejos, en los cuales no había ni cincuenta indios.

Archidona, tenía cuatro vecinos blancos y trece indios, con seis anejos.

Las otras dos poblaciones eran la de Ávila y la de Atunquijos, asimismo miserables sobre toda ponderación: Ávila y Baeza continuaron como curatos de clérigos, y Atunquijos como doctrina de dominicanos.

Las misiones de los indios colorados que tenían los jesuitas, pertenecieron al asiento de Latacunga, y había solamente dos pueblecillos, llamados Llichipe y Calope: el año de 1694 todavía cuidaban de ellos los mismos jesuitas, como consta del expediente promovido por el padre Garofalo para que los encomenderos ayudaran a reponer los ornamentos, quemados por los indios, juntamente con la iglesia. (Documentos inéditos de nuestro archivo privado). Un tiempo considerable transcurrió desde que el presidente Vázquez de Velasco dio la parroquia de Archidona al padre Cueva, hasta que se resolvió el punto cuestionado sobre si esa parroquia había de continuar a cargo de los jesuitas o había de volver a los clérigos, muerto el padre Cueva. Cuando este Padre fue como cura de Archidona, la Audiencia le dio un socorro en dinero: protestaron los tesoreros reales, y el Gobierno de Madrid mandó que los Oidores devolvieran de sus bolsillos la suma que habían dado al jesuita.

 

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El informe del doctor Riofrío es el documento más autorizado que existe respecto a las misiones de la región oriental: hízose de él, por la imprenta, una edición privada, de esas que se permitían hacer para uso de los miembros del Real Consejo de Indias, por lo cual los ejemplares son ahora sumamente raros. La Cédula para la visita se expidió el 11 de diciembre de 1742, en Buen Retiro. El informe fue presentado en Madrid, el 11 de junio de 1746. Daremos en su lugar correspondiente algunas noticias biográficas acerca del doctor Riofrío. El cura de Ávila se llamaba don Tomás Abad, pero el que hizo la hazaña de visitar las misiones de Sucumbíos fue don Joaquín Pérez Guerrero, que servía de excusador por enfermedad del propietario.

 

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El informe del padre Zárate lo hemos citado ya en otra nota de este mismo capítulo. Salió de Quito el 12 de noviembre de 1736, descansó en Tumbaco tres semanas, porque estaba enfermo, y el 4 de diciembre estuvo en Papallacta. En el pueblo de la Laguna falleció el compañero del Padre, que lo era un hermano coadjutor, llamado José Mugarza, el cual tenía apenas treinta y nueve años de edad. El padre Zárate, les prohibió a los misioneros atravesar el Pongo de Manseriche, porque un padre estuvo tres días detenido en un remolino, con gran peligro de la vida.

 

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Lacondamine, Relación abreviada de un viaje hecho por el interior de la América Meridional. París 1745. Este mismo opúsculo se publicó, cuatro años más tarde, en las Memorias de la real academia de las ciencias, en el volumen que corresponde al año de 1745, el cual se imprimió en 1749: tiene una carta geográfica del curso del Marañón, y una lámina en que está el plano y la vista del Pongo de Manseriche. El mismo Lacondamine dio a luz en Amsterdam una traducción, castellana de la relación de su viaje. Lacondamine se embarcó en Chuchunga, el 4 de julio de 1743, después de haber visitado las minas de Zaruma, en su tránsito de Cuenca a Jaén de Bracamoros.

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