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Historias y leyendas para ser vistas


Ana Pelegrín


Escritora. Investigadora en poesía tradicional y Literatura




ArribaAbajo De Aucas y narraciones populares

Las Aucas constituyen en la historia de la literatura popular una atrayente lectura para los niños y para los lectores escasamente alfabetizados de las centurias pasadas. Las Aucas en el ámbito valenciano-catalán y las Aleluyas en el castellano, ofrecen una pequeña enciclopedia del saber y la imaginación del pueblo encerrados en viñetas -48 por cada pliego-, que desarrolla una historia, una hazaña, usos y costumbres. En el momento inicial los impresores valencianos divulgaron en los grabados de madera sus Aucas, artes y oficios, juegos infantiles, fábulas de Esopo; más tarde vida de Santos, fiestas carnavalescas, acrobacias e historias múltiples. Cada viñeta ciñe escenas / momentos narrativos dispuestos en sucesión con el acompañamiento de una frase, y posteriormente de un pareado. La fascinación que ejercen estos antiguos grabados en los ilustradores modernos se deriva del encanto de su simplicidad, de su jubilosa «esencia formal», resuelta en un plano, en cada una de ellas y en el conjunto del pliego, distribuyendo las figuras en una situación espacial de frontalidad.

El detalle nimio, el cambio de escala y dimensión en el cual el artista popular se detiene, llega no solo a los niños e iletrados sino a los artistas y escritores en busca de una narrativa personal en donde emerge inagotable la memoria infantil, la fresca vitalidad y el impacto hacia el asombro describiendo el mundo original de las cosas visibles e invisibles.

Esta percepción y proyección del arte popular es la propia de Miguel Calatayud, en su condición de artista contemporáneo, poseedor de técnica y arte del trazado, en su condición de creador original que retorna a los orígenes de una tradición visual para ejercitar sobre ella el amplio registro de su diseño, en una activación iconográfica, ensamblando la elementariedad primaria sabiamente comprendida, con una explosión creativa peculiar, de su propio peculio, faltriquera de tesoros. Desde esa percepción elige con precisión los momentos nucleares del relato, pues en palabras suyas el ilustrador «oculta y muestra a la vez, y al final, con efecto estático, crea memoria y riqueza visual. La inmovilidad aporta dosis de misterio.»1

Esto se vuelve tangible y visible en su última -por el momento- entrega: El Pie Frito (1997), una suerte fronteriza de aucas, estampas, noticias y relaciones de la figura desgarrada y contradictoria del bandolero popularmente apodado El Barbudo2, «una historia de fronteras» subtitula Miguel Calatayud su libro. El Barbudo va y viene, aventurándose por terrenos varios, salteador de límites de la geografía mediterránea, en hazañas y tropelías, en figura de héroe independiente o de sargento con prebendas y corruptelas. Su rescatador rescata la tradición auquera del bandolero y el esperpento, mezclando fronteras visuales y dinamitando límites entre la historia real y la ficción, entre popular y artista gráfico actualísimo, en un simbólico entramado, llevando al artificio artístico la línea y la entrelínea en la singular trama de la estampa. Elijo entre las sugestivas estampas, por su potencialidad narrativa y lírica, aquella neorromántica de como es el brillo de la luna sobre la vitualla mediterránea, regalo simétrico del queso y la sandía... Me detengo en la lectura de otras estampas, la del cometa fantástico atravesando la noche y el refugio de la higuera; esa otra, la de la sierra dormitando con sus siluetas que cuenta de los tesoros ocultos; esta de la seducción y ronda del bandolero al primor de la hija del alcalde; esa otra, la de la entrada triunfal del Deseado, Fernando VII, monarca absoluto por el que el pueblo clamara (¡Ay España!): ¡Que vivan las cadenas!

El libro entremezcla la estampa de pliego entero con estampas de diferentes medidas y resoluciones. Por ejemplo en las seis jornadas de la relación de las andanzas del bandolero y resueltas en doble página salteadas, ceñidas en auca de doce viñetas, que obligan a mirar detenidamente en cada marco reglado y numerado, el festín de los deleitosos detalles amorosamente tratados, seis que son seis las entregas de cordel: 1) Nacimiento y primeros pasos; 2) Robo y hazaña del ventorrillo; 3) La artimaña de la chaqueta estilo marsellés; 4) El niño Ambrosio; 5) El borrico del arriero, y 6) El indulto del Barbudo. Bien podría decir parafraseando su aleluya que:

Miguel da en regalía esta auca de diseño exquisito y moderno.




ArribaAbajoDel Auca al cómic

La generación de vanguardia de los años veinte auguró para el auca / aleluya un desarrollo posterior: ¡el cómic! César Arconada, crítico cinematográfico de entonces, celebraba la ocurrencia de los niños de trocear las viñetas para lanzarlas al aire dando: «libertad y dinamicidad a los cuadros ordenados de las aleluyas / aucas». Para el escritor esas imágenes en libertad se entroncan hacia atrás con los cartelones de ciego y hacia adelante con el cine.

Entre la disposición gráfica del auca y el cómic ocurre un cambio entre la mirada fijamente enmarcada hacia el asunto dibujado y la mudanza del ojo recorriendo las viñetas fuera de límites, y la inclusión del globo o bocadillo con que los personajes dialogan en el cómic.

De esa singular tradición auquera y la nueva visualidad iconográfica, rompiendo la ordenación de tiras secuenciales de la imagen encerrada en viñetas, el cómic actual propone una nueva manera de discurrir la mirada narrativa.

En las aucas se contaban cuentos y leyendas populares, extrañamente el personaje de Hércules, que llenó la imaginación medieval y la popular de los cuentos tradicionales no llegó a los grabados auqueros según el catálogo de Amades. De la mano de Miguel Calatayud, irrumpe el personaje de Hércules en lo imaginario de los años setenta. El dinamismo y sugestión de su cómic Los doce trabajos de Hércules arrebataron a los jóvenes lectores a tal punto de realizar e interpretar en un guión fílmico el León de Nemea y el Atlas; también la memoria gráfica de mi hijo hoy arquitecto, y otros jóvenes profesionales recuerdan el impactante dinamismo cromático de las entregas del cómic de Calatayud en los números de la revista Trinca. Por cierto ¿es que no es posible rescatar la condición original de ese Hércules-Calatayud, para ofrecer una alternativa visual al de la factoría Disney?

Otros héroes provenientes de la narración oral -el Diablo seductor, la princesa caprichosa, el irisado palacio de cristal, el dragón vomitante de fuego, la re-interpretación del ciclópeo Ojo único -Horcajo- Polifemo son depositados en el arsenal de nuestra memoria visual, por el legado ligado al diseño de Miguel Calatayud. Me refiero a la edición ilustrada de cuentos populares que en su día emprendió -y abandonó- la editorial Galera en títulos como Luna de miel en el palacio de cristal (1995); La perla del dragón (1994). De éste último recuerdo las páginas en las que el gigante Kua Fu perseguía al sol, con la misma vehemente pasión y serenidad que Calatayud persigue la luz incendiando páginas grabadas al fuego, o tamizadas por una luz de tenues y difuminados matices, como cuando el niño Mi Long encuentra la perla roja e iridiscente.

Renuncio a dejar de proyectar la imagen que me deja Miguel del ciclópeo gigante Polifemo (1996), tan mayúsculo como la montaña en la que vive y reina, tan glotón zampándose tranquilamente a los argonautas compañeros de Ulises, tan gigantescamente frágil con aquel ojo cegado por las artimañas de los vencedores que me enternece y emociona como aquella mirada enamorada, como las peripecias y caídas del King Kong cinematográfico. Imágenes grabadas, metáforas y símbolos palpitantes, de un ilustrador que atrapa los clímax de relato. Retomo al autor3 del libro, ilustrador y guionista del cómic como eslabón del auca y la narración gráfica.




Arriba La fundación de la leyenda

Esta es la magnífica aventura de la conquista del Yucatán, un episodio de la leyenda del nuevo mundo anexado a la cultura occidental por los conquistadores españoles en el s. XVI. La hazaña del conquistador Gonzalo de Correas es en mi entender reconvertida en leyenda para nuestra cultura visual por Miguel Calatayud, donde juega el tiempo de la narración moderna, entremezclando, superponiendo, el tiempo narrativo. La historia se abre en la lejanía de una nao avanzando para saltar inmediatamente a otro tiempo crucial, al azul mortecino de la última lejanía donde yacen los cuerpos de los vencidos cubriendo el campo y la página del combate -en un doloroso barroquismo de la derrota- levemente iluminada la escena por el último resplandor del sol quebrándose en el horizonte.

La historia continúa en un nuevo salto en el tiempo con la llegada de los supervivientes de la nave y sus ocupantes españoles a los vestigios arquitectónicos de la civilización maya.

Aunque todo el relato del héroe -Gonzalo- no es sino la transformación de su identidad con la avasallante naturaleza americana por medio, que le entrega y se entrega a su nueva condición: la del nuevo hombre en el nuevo mundo.

Los frutos exóticos, el árbol mágico, Santiago apóstol atravesando el cielo, el águila llevando entre sus garras al elefante, la selva ominosa y sombría cruzada por soldados barbudos a caballo, la vida cotidiana en la aldea maya, los pájaros y papagayos, la guerra florida, el vencedor asaeteado en la danza azul, la melancólica y premonitoria escena del soldado español ya guerrero maya, ungiéndose en el ritual de la máscara de la pintura antes de la batalla, el cuerpo tatuado... Imágenes que agradezco por su simbolismo y metáfora, por enriquecer el imaginario en esa doble realidad del mestizaje, antes y después de la página de la derrota y del combate.

Atención, mirad ambos ejércitos, en una asimetría simbólica, dividida en eje implacable cortando las mitades enfrentadas. Aquí los guerreros mayas con su despliegue fantástico del cromatismo de máscaras, plumajes, escudos con su geometrización de líneas, quebradas de lapislázuli, jade y malaquita, ataviados como guerreros jaguares, águilas y serpientes emplumadas, semidesnudos, tatuados, horadados con joyas sus lóbulos, magníficos en la última guerra florida. Mirad ahora hacia la izquierda y todo el plano frontal y fuerte de los sienas y los ocres castellanos, las líneas redondeadas de petos y escudos de lorigas y armaduras metalizadas, del casco y el acero.

Una estampa, una metáfora, un núcleo imaginario. La realidad de la crónica asevera que no fue hallado el cuerpo del soldado Gonzalo de Correas, la historia-leyenda de Calatayud nos hace audible como en la muda melodía del laúd que entona el soldado melancólicamente, revela que el cuerpo tatuado del español maya resplandece ahora en la memoria visual, rescatada por el aventurero y conquistador de la imagen Don Miguel de Calatayud.





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