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ArribaAbajoEn el Adriático

Barcarola





-I-

   La luna va iluminando
la solitaria ribera;
veneciana batelera,
acércame tu bajel:
   Que quiero, viendo la estela
que deja sobre las olas,
escuchar tus barcarolas
reclinándonos en él.

      Boga, boga,
      batelera,
      la ribera
      abandona sin tardar;
      mueve aprisa
      el frágil remo,
      que no temo
      en tu esquife naufragar.

   Al perderse sobre el lago
tus cántigas sensüales,
sus palacios de corales
dejan los genios del mar;
   y tritones y nereidas,
en grupos voluptuosos,
se detienen silenciosos
a ver tu esquife pasar.

   Los reinos baten las olas
al impulso de tu brazo,
y tu mórbido regazo
hace el cansancio mover;
   de esa ondulación tranquila
un raudal de goces brota.
¡Deja que beba una gota
de ese raudal de placer!

   ¡Oh, qué noche tan hermosa!
¡Cómo la brisa taimada
por tu aliento saturada
viene mi frente a orëar!
   ¡Cómo el tranquilo Adriático
tus contornos celestiales
en sus móviles cristales
se complace en reflejar!

   Allá a lo lejos, Venecia
alza sus torres agudas,
cual grupo de sombras mudas
perdidas en el azul.
   Cuyos ojos relucientes,
en las tinieblas brillando,
van de chispas salpicando
de la bruma el denso tul.

   Allí se agitan pesares,
promesas, citas, desvíos,
estocadas, amoríos,
decepciones y dolor:
   Aquí, bajo el cielo mudo,
sólo tu canto resuena,
que el mar se apaga en la arena
para escucharte mejor.

      Boga, boga,
      batelera,
      la ribera
      abandona sin tardar;
      mueve aprisa
      el frágil remo
      que no temo
      en tu esquife naufragar.


-II-

   Nada turba nuestra dicha,
deliciosa veneciana;
tarda la fresca mañana,
la noche mediando va:
   Sean testigos las estrellas
de nuestro amoroso lazo;
toma en arras este abrazo,
en él mi dádiva está.

   ¡Dejas inmóvil el remo,
callas, tiemblas, te sonrojas;
sobre ese abismo deshojas
de tu prendido la flor!
   En tus pupilas azules
candentes símbolos leo,
¡fingiéndote está el deseo
las delicias del amor!

    ¿Qué sopor voluptuoso
a enervar tu ser empieza?
¿Sobre el seno la cabeza
dejas lánguida inclinar?
   Un sueño de amor abrasa
tu frente calenturienta,
¡ven, que yo ese sueño sienta
también mi frente abrasar!

   ¿Qué te importa que a lo lejos
se alcen torres y atalayas,
y faros, puertos y playas
esperen nuestro bajel?
   ¿Qué te importan las ciudades
donde los hombres habitan,
ni los cuidados que agitan
el cieno del mundo aquel?

   Sobre estas frágiles tablas
se mece el placer, hermosa;
esa luna silenciosa
reina de la soledad,
   bendice nuestros amores,
y por mostrársenos grata
con pabellones de plata
decora la inmensidad.

   Esta copa cristalina
que ardiente licor encierra,
los fantasmas de la tierra
hará en torno aparecer;
   y sobre el mar trasparente
se alzarán regios alcázares,
que perlas, coral y nácares
ostentarán por doquier.

   Bálsamo de los recuerdos
son sus gotas olorosas;
en blando lecho de rosas
nuestro esquife trocará:
   y como el ave marina
huye al divisar la vela,
el dolor que te desvela
temeroso escapará.

   Rubí, cristal y topacio,
en delicioso conjunto,
veré unidos en un punto
de la ardiente libación:
   y con el húmedo raso
de tu boca de ambrosía,
vendrás a sellar la mía
en amorosa expansión:

   ¡Ya en el marfil de tu mano
la copa candente veo!
¡Ya las auras del deseo
rasgan tu casto cendal!
   ¡Ya eres mía! como el río
es del mar donde se arroja,
como la trémula hoja
es del ronco vendaval.

    ¿Qué es el mundo sin placeres?
¿Qué es la vida sin amores?
¡Triste cadena de flores
sin perfumes ni color!
   Cauce sin linfa ni juncos,
carmen sin fresas ni pomas,
espesura sin palomas,
cítara sin trovador.

   Bebe, bebe, veneciana,
apuremos nuestra orgía
antes que comience el día
el celaje a iluminar.
   Que si nos hiere el hastío,
tendremos para consuelo
sobre nuestra frente el cielo
y a nuestras plantas el mar.

Año 1871




ArribaAbajoMisterio

Meditación




   ¿Sabéis lo que es misterio? el ser incomprensible
que manda a los relámpagos la atmósfera cruzar,
el que las aguas vuelca del rápido torrente
y enciende los luceros y enfrena el ronco mar.

   El que los rayos lanza sobre la añosa encina
o la derriba al soplo del súbito aquilón,
el que de azul colora la bóveda del cielo
o cuando rueda el trueno la cubre de crespón.

   El que los astros cuelga de etérëas techumbres,
y al día y a la noche da luces y color;
y plumas a las aves, y espigas a los campos,
y a los naranjos frutos y a las acacias flor.

   El que vistió la rosa con traje de escarlata,
el que empapó en perfumes su cáliz virginal,
el que las piedras nutre con átomos de oro
y el fondo de los mares con nácar y coral.

   Misterio es el principio y el fin de cuanto nace,
lo que el espacio oculta tras el brillante sol,
lo que sin tregua impulsa la máquina del mundo,
lo que sin tregua escapa del sórdido crisol.

*  *  *

   ¿Sabéis lo que es misterio? es la mirada
de la mujer que nuestro sueño evoca,
la perla de sus ojos arrancada
y el beso perfumado de su boca.

   La gasa pudorosa y trasparente
que vela el suave armiño de su pecho,
la atmósfera aromática y candente
que se respira en torno de su lecho.

   ¿Sabéis lo que es misterio? es el suspiro
de la virgen que sueña en los amores,
que no ha cruzado aún en torpe giro
por sus valles de ortigas y de flores.

   La inocencia fugaz que se evapora
como el agua de un búcaro en el fuego,
al tocar una boca tentadora
en el delirio de inocente juego.

   Es el último adiós de dos amantes
que separa un revés de la fortuna,
los pliegues de esas nieblas ondulantes
y los trémulos rayos de esa luna.

   Lo que encierra esa bóveda estrellada
con sus nubes y vagas auréolas,
lo que oculta esa sábana azulada
entre el vaivén violento de sus olas.

   ¡Misterio! ese es el silfo que me inspira
cuando en la noche lloro mis querellas,
y acaricio las cuerdas de mi lira
a la argentada luz de las estrellas.

   La llama de mi lámpara que oscila,
por su invisible espíritu azotada,
hiere con sus cambiantes mi pupila
en un marco de fuego trasformada.

   Y al avanzar sus ráfagas medrosas
hasta tocar los ángulos oscuros,
graba de luz imágenes hermosas
al deslizarse por los pardos muros.

   Son las escenas que el misterio vela
y que sólo la luna ha vislumbrado,
cuando en la noche plácida rïela
en el mar perezoso y sosegado.

   La primera de amor rápida hora
que cayó en el torrente del olvido,
pasada en confianza halagadora
en unos brazos mórbidos mecido.

   La reja de la joven andaluza
por un rayo de luna iluminada,
cuando el mancebo enamorado cruza
y la encuentra en los hierros reclinada.

   Su primer beso ardiente, que se escapa
en las trémulas alas de la brisa,
menos discreto que la fiel sonrisa
que ocultaron los pliegues de la capa.

   La despedida tierna y amorosa
que apresura la luz del nuevo día,
que va eclipsando estrellas presurosa
y sembrando rumores y alegría.

   El festín a la luz de las estrellas
bajo silvestres bóvedas de parras,
donde se vacían copas y botellas
al descompuesto son de las guitarras.

   La góndola de ocultos pabellones
donde entonando va sus barcarolas
la veneciana, en blandos almohadones
con su amante mecida por las olas.

   ¡Misterio! ¡Tu existencia es un enigma
que nuestra mente a comprender no alcanza;
tú eres un goce puro, y un estigma,
un foco de maldad y una esperanza!

   Entre tus pardas nieblas silenciosas
se forjan las obscenas bacanales,
se tejen emboscadas alevosas,
y se hunden hasta el pomo los puñales.

   En tu sombra velaron Mesalinas
sus lascivas torpes mascaradas,
donde iban las romanas libertinas
de pudor y vestidos despojadas.

   Y allí de Venus en las vivas llamas
la pléyade de jóvenes ardía,
apurando en los brazos de las damas
el asqueroso vaso de la orgía.

   En ti Lucrecia Borgia se ocultaba
para anegarse en loco desenfreno,
y a sus amantes cándidos, llenaba
la copa de placer y de veneno.

   Y a las aguas del Tíber silencioso
que por la Roma de Trajano gimen,
entregaba con brazo cauteloso
las palpitantes pruebas de su crimen.

   ¡Misterio! en él se escapan los veloces
ensueños que acarician al poeta,
en él se unen las extrañas voces
al salterio doliente del profeta.

   Con sus velos oculto mi quebranto
y mis recuerdos sin cesar devoro;
en el misterio mis amores canto,
en el misterio mis dolores lloro.

Año 1870




ArribaAbajoLa campana

Nocturno


EL TOQUE DE AGONÍA

Una sola voz, la voz lejana de una campana de lugar, vibraba en la tranquila atmósfera.

Y decía:

¡Acordaos de los muertos!

Y en la fascinación de sus ilusiones, pareciole aquel hombre que la voz de los muertos, débil y vaga, se mezclaba con esta voz aérea.


LAMENNAIS                




   ¿Qué medroso rumor el duelo vierte
y sembrando el terror en torno corre?
¡Es el fúnebre toque de la muerte
que vibra en la campana de la torre!
   Sus compasados golpes,
lentos como el dolor, van retumbando
medrosos de eco en eco,
a la alcoba recóndita llevando
su son doliente y seco.
Allí al esposo que en los brazos duerme
de la joven esposa,
a la virgen que en sábanas de espuma
halla sueños de rosa,
les dice con metálico lamento
que en la cámara cóncava retumba:
   «¡Esta voz que os despierta con el viento
es la voz inflexible de la tumba!
   »Mi lengua no se cansa
un día y otro día
de repetir el fúnebre tañido,
dichoso el que descansa
bajo el ciprés doliente,
porque su nombre olvido
como él olvida al mundo eternamente.
   »Cuando roba la rápida guadaña
un ser al pobre mundo,
mis átomos de bronce se estremecen;
y herida por el golpe que me agita,
todo mi ser palpita,
y alzo mi voz cuando otras enmudecen.
   »¡Riquezas, poderíos
que sembráis en el mundo necia guerra
y engrosáis la corriente de los ríos
con el inútil llanto de la tierra!
   »¡Próceres ambiciosos
que salpicáis el rostro del mendigo
con el lodo que esparce vuestro coche!
¡Magnates orgullosos
que en silenciosa orgía
dejáis correr las horas de la noche
y os dormís descuidados con el día!
   »Cuando la voz lejana
llegue a vuestros espléndidos retiros,
y os sorprendan los últimos suspiros
que da por el que muere la campana,
   »recordad que también las negras alas
tiende la muerte sobre el áureo techo
que cubre regias galas;
recordad que también su hálito frío
penetra en sus templados pabellones,
y cruza sus inmensas antesalas
y llena sus magníficos salones.
   »Si oís mi acento al espirar la tarde
lúgubre retumbar en lontananza,
derramad una lágrima siquiera,
¡contemplad en la esfera
esa aguja que avanza,
y abandonad conmigo la esperanza!»
   Esto dice con fúnebre tañido
el toque pavoroso de agonía:
Al escucharlo, el trémulo latido
nos dobla el corazón, sube a la frente
la niebla del pesar, y al pecho herido
se inclina la cabeza tristemente.
   Cuando tranquilo el corazón reposa
y el ánima en los goces disträemos,
de la vida en el tálamo de rosa
por los objetos caros no tememos;
Átropos la tijera misteriosa
mueve, y entonces tristes comprendemos
cuánto es frágil el vaso de la vida,
cuánto es corta su senda fementida.
   Ved esa limpia cámara sencilla
donde dos almas contristadas oran
al pie del pobre lecho de un anciano;
aun sonríe la joven
bajo el plácido albor de la esperanza,
aunque la anciana su mirar sombrío
sobre la frente del enfermo lanza.
   El colorín parlero
su cántiga en la verde pajarera
no cesa de entonar; el sol poniente
deja caer su sonrosado rayo
sobre la pobre estancia,
y las hijas poéticas de Mayo
esparcen en los tiestos su fragancia.
   Parece que la vida
vierte el búcaro bello
de luz y de armonía;
sólo en la triste anciana hay un destello
de mortal inquietud y de agonía.
   Tal vez bajo fatal presentimiento
Su triste frente inclina,
y antes que avance el último momento
su corazón de esposa lo adivina;
no así la joven, que en la vida apenas
ha dado el primer paso;
y duda que sus horas tan serenas
tengan tan triste fin, tan negro ocaso.
Mas ¡oh dolor! la muerte revolando
sobre el paterno lecho,
cumple el triste presagio de la madre
arrebatando la existencia al padre...
   Como antorcha que apaga
el azote del Noto,
huye de allí la plácida alegría
al ver el hilo de la vida roto.
El colorín parlero
calló la voz suave,
el punzante perfume de la muerte
ahogó los de las flores;
   y reinaron las lágrimas y el duelo
bajo el techo feliz de los amores.
   Cubierta con la adelfa del quebranto
la pálida mejilla
donde su ardiente huella graba el llanto;
en desorden las trenzas
sobre la espalda mórbida,
y revuelta la gasa de su seno
que ahora de amargo tósigo está lleno,
   sobre el lecho se arroja
del espirante anciano
la huérfana doliente,
y ase con mano trémula su mano
y besa con amor su helada frente.
   Pronto el golpe fatal le deja inerte,
y róbale la luz a su pupila
la misteriosa niebla de la muerte.
   Y la llorosa joven,
y la doliente anciana
que pierden la razón y la energía,
oyen el lento son de la campana
que lanza el triste toque de agonía.
Retuércense los brazos,
sollozan la postrera despedida,
y ciñen al cadáver con abrazos
queriendo darle con sus pechos vida.
   Y en tanto allá a lo lejos
la campana retumba,
recordando que pronto, a los reflejos
del nuevo sol se cerrará otra tumba.

*  *  *

   Pero basta de lágrimas, las cuerdas
de mi doliente arpa,
de ciprés melancólico ceñida,
ronca suena en el canto de la muerte
porque dejó las flores de la vida.
   Allá en bosque lejano y apartado,
de misteriosos sauces circüido,
de adelfas costeado,
en céspedes tendido,
deslízase el arroyo del olvido.
   Empapemos allí la sien ardiente
para volver a hallar nuestra alegría;
hasta que zumbe en torno nuevamente
El toque funeral de la agonía.

2 de noviembre de 1869




ArribaAbajoA una lágrima

Nocturno




   ¡Cuánta amargura, lágrima preciosa,
en tu nítido seno va escondida!
¡Cuántos recuerdos de pasados goces!
¡Cuántos recuerdos de pasadas dichas!
   ¡Oh, corre, corre, de mis ojos huye,
surca mi rostro, quema mi mejilla,
que el peso amargo de sus hondas penas
al oprimido corazón alivias!
   En tu globo diáfano se encierra,
mezclada con tu esencia cristalina,
el raudal de amargura que la suerte
derramó sobre el lago de mi vida.
   Lago en cuya serena superficie,
que no arrugo ni un soplo de la brisa,
se copiaba la luz de las estrellas
y los matices de la tarde estiva.
   Donde brotaban dulces ilusiones
matizando sus márgenes floridas,
donde el hada gentil de la esperanza
sus encantadas formas sumergía.
   Por eso aunque eres hija de mi duelo
y cual piedra preciosa, cristalina,
quiero que te evapores en la hoguera
que los pesares en mi pecho avivan.
   Porque al verte serena deslizarte
dejándome escaldada la mejilla,
de verme débil el rubor me enciende
y el sueño no desciende a mis pupilas.
   ¡De mí mismo en la sombra me avergüenzo,
si te viera correr el mundo un día,
cómo te señalara despiadado
con su burlona y bárbara sonrisa!
   ¡Pero, no, no ha de ser! cuando el sol luzca
te cubrirá la máscara tupida
del fingimiento, y aunque el mundo observe
mi triste faz, la encontrará tranquila.
   ¡Oh! que es la vida matizada senda
que a nuestros ojos sus encantos brinda,
con alfombra de céspedes cubierta
y entoldada con bóvedas floridas.
   Pero oculta los áspides malignos
bajo su pabellón de clavellinas,
y cubre con espléndidos tapices
el punzante aguijón de sus ortigas.
   Do quiera tiendo los cansados ojos
cuando mi planta sus senderos pisa,
hallo eriales de arenoso suelo
cual el viajero en la desierta Libia.
   Las imágenes falsas que a mi lado
en confusión voluptuosa giran,
se evaporan riendo poco a poco
como el humo que escapa de la pira.
   Triste es el sol que en el Genil rïela,
triste es el valle que la flor matiza,
y triste, en fin, como mi amarga pena
la clara noche de apacible día.
   Un tiempo fue cuando el oscuro mundo
miré velado en fulgoroso prisma;
¿Dónde se fueron sus tranquilas horas?
¿Dónde volaron sus dichosos días?...
   ¡Cuánta amargura, lágrima preciosa,
en tu nítido seno va escondida!
¡Cuántos recuerdos de pasados goces!
¡Cuántos recuerdos de pasadas dichas!

Año 1868




ArribaAbajoEcos de un calabozo

Versión libre de Lamennais


El mendigo




¿Quién a mi patria volverá mi paso?
      ¡A sus valles risueños
donde el sol es tan bello en el ocaso
      y tan gratos los sueños!
¡Donde a la sombra de sus verdes pinos,
      bajo el césped rizado,
el arroyo con pasos cristalinos
      susurra sosegado!
Entre mi patria y yo, muros de hierro
      y abismos insondables
abrieron con las puertas del destierro
      aquellos miserables.
Pobre hijo infeliz de la montaña,
sin hogar ni trabajo,
sufro de aquellos próceres la saña,
      trémulo y cabizbajo.
Dijéronme con ceño los tiranos:
      -¿Con qué pasas la vida?
-¡Con el duro trabajo de mis manos,
      mas no encuentro acogida!
-¿Cuál es tu hogar? -¡El mundo! -¿Dónde moras?
      -¡Donde me halla la luna!
Como no luzco telas brilladoras
      no hallo casa ninguna.
-¿Que no tienes hogar? ¿Que andas errante
      por la senda del mundo?
¡La cárcel te dará techo bastante,
      mísero vagabundo!
¡Sí! allí te mezclarás a tus iguales
      que por sus valles gimen;
¡allí te enseñarán los criminales
      los senderos del crimen!-

*  *  *

¡Hipócritas malvados, que os llamáis
      discípulos de Cristo,
¿dónde en esas doctrinas que acatáis
      tal rigor habéis visto?
¿Qué, forjó Dios las cárceles oscuras
      y el potro del tormento?
¿Qué, niega vengativo a sus criaturas
      la luz del sol y el viento?
¡Pastores de mi patria, que dichosos
      vivís en pobre abrigo,
y cedéis vuestro albergue generosos
      al prócer y al mendigo!
Ante vosotros uno es el pechero
      y el que ostenta blasones;
el de ropaje rico, caballero,
      y el que viste girones.
¡Cuán dichosas las horas de mi infancia
      corrieron y los años,
donde se alzaba la sencilla estancia
      cerca de los rebaños!
¡Cuál rodaban mis libres pensamientos
      en aquella ribera,
y se alzaban en alas de los vientos
      a la azulada esfera!
Allí escuchaba al mirlo melodioso
      quejarse tiernamente,
y despeñarse con afán ruidoso
      el rápido torrente.
¡Ay, cuándo, cuándo volveré mi paso
      a mis valles risueños,
donde el sol es tan bello en el ocaso
      y tan gratos los sueños!
¿Veis aquel punto débil que navega
      en mares de topacio?
Es el aguila rauda que despliega
      su vuelo en el espacio.
¡Ay, ella sí que es libre! ¿Quién gobierna
      su poderosa vuelo?...
También el oso es libre en su caverna,
      y el insecto en el suelo.
También sobre las rocas solitarias
      es libre la gamuza,
y playas, costas y ciudades varias
      libre el pájaro cruza.
Sólo el pobre, proscrito eternamente
      en bárbaro destierro,
halla a su paso débil y doliente
      un límite de hierro.

Año 1871




ArribaAbajoLa hoguera de los recuerdos

Romance



Aprended flores de mí
lo que va de ayer a hoy...





   Ya con su rojiza lengua
me incita el indócil fuego,
a que en sus llamas sepulte
mis amorosos secretos.
   Murmurando está de mí
con tenaz chisporroteo,
porque me ve vacilar
hacinando mis recuerdos.
   En perfumado montón
ante mis ojos contemplo,
epístolas y retratos
de mis amantes que fueron.
   Allí está la hermosa Elvira,
mi cándido amor primero,
con sus ojos melancólicos
y su tornëado cuello;
   allí está la alegre Concha,
velando el mórbido seno
con las enlazadas crenchas
de sus hermosos cabellos.
   Allí están, en fin, Amparo
y Estrella, que es el lucero
que el desamparo de Amparo
consoló con sus destellos.
   ¡Ay, cuántas noches de luna...
y relámpagos y truenos,
pasé diciéndoos amén
sumiso como un cordero!
   No os he vuelto a ver jamás,
y si os vi, ya no me acuerdo.
¡Ay, quién pensara que fuese
tan fácil veleta el tiempo!...
   Todas me dejaron algo
en el lago del deseo,
las que no dejaron más
fue... porque dejaron menos.
   Por eso yo al abrasar
mis amorosos trofeos,
no es extraño que suspire,
porque al fin, las naves quemo.
   He aquí sus cartas, sus cifras,
las trenzas de sus cabellos,
ora rubias como el oro,
ora cual la sombra negros.
   Recuerdos vivos, palpables,
y no cual otros recuerdos,
que concluyen con el alba
o se escapan con el viento.
   En todas esas epístolas
de caracteres diversos,
donde con mano de nieve
ardiente lava vertieron,
   ramilletes de mentiras,
en cada línea tropiezo,
y aunque con otras mayores
yo cambié pliego por pliego.
   De aquellas horas de niño,
que amenizó el ídem ciego,
entre incrédulas sonrisas
tal vez me place el recuerdo.
   Si yo fuera aún discípulo
de aquel filósofo tierno
que en contemplación cruzaba
los jardines de Academo,
   diría en idéntico trance,
llevando la mano al pecho,
y oprimiendo esas epístolas
con ademán romancesco:
   Y es este tu bien ¡oh tierra!
y es este el amor ¡oh cielos!
¿Y es esto lo que da vida?
¿Y lo que da muerte es esto?
   Mas como ya tengo escamas
a fuerza de ver anzuelos,
y sólo guardo ceniza
de la hoguera de otro tiempo,
   voy hacinando en el polvo
aquellos rancios recuerdos,
y el fogón va poco a poco
filosofando con ellos.
   Ved cuál arden las promesas
de la niña de ojos negros,
que jugó con mis palabras
como lázaro con ciego.
   Ella fue mártir por mí,
y yo por ella confeso;
me dijo que era su vida,
y se casó con un negro.
   Ved cómo el fuego devora
de Emilia el mentido fuego;
hasta consumé por ésta
el crimen de hacerle versos.
   Mirad cuál vuela en cenizas
el rizo de sus cabellos;
todo se lo devolví
menos la trenza y los besos.
   Ya se consume en las llamas
de Amparo el billete tierno,
que me cerraba la reja
y me abría el aposento.
   Ya sólo un negro residuo
queda de aquel lindo cuerpo,
los labios que me abrasaron
están a su vez ardiendo.
   Poco a poco desparece
de la noble Aldonza el ceño,
que por no tener escudo
me largó un tajo tremendo.
   Por un águila caudal
entregó el suyo a un mostrenco;
hoy sólo le queda el pájaro,
pues que le voló el dinero.
   En fin, de tantas bellezas
como viven o murieron,
y que ocuparon su página
en el libro de mis sueños,
   resta sólo, si contemplas
la hoguera de mis recuerdos,
humo en torno de mi frente
y cenizas en el viento.

Año 1869




ArribaAbajoLa ninfa del valle

Balada



¿Por qué no ha de venir, si es tan risueña
la gruta que formé por si venía?


C. CORONADO                





-I-

   Hay una ninfa gentil
que se mece en la laguna
cuando aparece la luna
en los valles del Genil.

   Allí mora recogiendo
las pintadas florecillas,
o risueña entretejiendo
los juncos de sus orillas.

   Ella acorre a las doncellas
y es de los amantes báculo,
ella es árbitra y oráculo
de garzones y de bellas.

   Hijos son de la experiencia
sus consejos, en que es parca,
y por eso en la comarca
la apellidan La Prudencia.

   Y a fe que tienen razón
y tal nombre ha menester,
que prudente debe ser
el que enfrena una pasión.

   Jamás con su voz süave
desvanece la esperanza,
pero advierte la asechanza
con acento triste y grave.

   Que cuerda sabe advertir
los escollos del pesar,
sin que acabe por llorar
el que mira sonreír.


-II-

   El crepúsculo espirando
está las sombras tendiendo,
y una niña sonriendo
va por el monte bajando.

   A esperar viene al que adora
cerca de la sacra linfa,
donde la hechicera ninfa
alcázar de espumas mora.

   Que hay junto un bosque de aromas
con pabellones fragantes,
donde se van los amantes
a arrullar con las palomas.

   La vio la ninfa bajar
hacia el bosque encantador,
y dijo al verla avanzar:
«Querrá consejos de amor.»

   Mas aunque cabe las flores
la ninfa esperando estuvo,
a decir cuitas de amores
la niña no se detuvo.

   Con indecible amargura
la llama, y con voz suave,
porque ya el término sabe
adonde va su locura.

   Diciendo con triste acento,
que en las montañas resuena,
«¡ay del que fía en el viento
y alza castillos de arena!»

   Oyó la niña indecisa
aquella voz dolorosa,
y entre sus labios de rosa
murió la dulce sonrisa.

   Pero en su amante impaciencia,
por los placeres vencida,
no atendió la voz sentida
del hada de La Prudencia.


-III-

   El crepúsculo naciendo
va las sombras levantando,
y una zagala subiendo
va por el monte llorando.

   Ya no esperará al que adora
cerca de la sacra linfa,
donde la hechicera ninfa
alcázar de espumas mora;

   que sordo a gratos favores
y con ella fementido,
ha dado ingrato al olvido
sus imprudentes amores.

   Por eso triste y llorosa
va marchitando la pena
en su frente la azucena
y en su mejilla la rosa.

   Por eso el aura sutil
lleva este inútil lamento:
«¿Por qué no escuché el acento
de la ninfa del Genil?»

Año 1870




ArribaAbajoNieblas de otoño



Melancólicas9 nieblas
      que vais tendiendo
tenue manto de gasa
      sobre ese cielo.
      ¡Ay, cuánto placen
mi pecho cuitado
      vuestros encajes!

Yo no sé lo que siento
      cuando a la tierra
al morir el verano
      bajan las nieblas,
      y con las luces
pasajeras del alba
      los valles cubren.

Sus húmedas caricias
      son mis placeres,
y cuando a acariciarme
      rápidas vienen,
      su hálito fresco
en el ambiente esparce
      gratos recuerdos.

Al reflejar los rayos
      del sol poniente,
en ese opaco velo
      de turbios pliegues,
      de luz y sombra,
cuadros fantasmagóricos
      la brisa forma.

Una imagen divina,
      hada del aire,
flota allá en el espacio
      con áureo traje;
      y el éter cruza,
reclinada en su lecho
      de leve bruma.

Aquí se ve una ermita,
      y allí una fuente,
más lejos una góndola
      que el lago mece;
      en este lado,
un alcázar morisco
      de estuco y mármol.

Cual las rápidas sombras
      de un cosmorama,
brillan y desparecen
      en lontananza;
      bajan y suben,
o tornan a las aguas
      de donde surgen.

¡Ay! cuando yo vagaba
      por la pradera
niño, miré a mi paso
      surgir las nieblas
      y fui a alcanzarlas,
por gozar los encantos
      que me brindaban.

Ante mi paso iban
      huyendo siempre,
¡alcázares de aire,
      quién los detiene!
      Jamás mi planta
pudo tocar sus atrios
      ni sus arcadas.

Fui joven y un fantasma
      más engañoso,
que esas móviles nieblas
      que ven mis ojos,
      surgió a mi paso
en órbitas de fuego
      áureo girando.

También corrí hacia el mundo
      ávido y ciego;
mas sólo hallé amargura,
      dolos y duelos:
      ¡Ay, como siempre!
¡Alcázares de aire,
      quién los detiene!

Hoy al mirar las nieblas
      doy un suspiro;
tributo de un recuerdo
      que va, al olvido;
      lago sereno
cuyas olas pesadas
      no agita el viento.

¡Nieblas de otoño húmedas!
      ¡Sombrío otoño!
Que implacable deshojas
      robles y chopos:
      Tus pardas nubes
en sueños melancólicos
      al triste sumen.

Es cierto que los iris
      de tus mañanas,
tienen pocos matices
      de ópalo y grana;
      y tus crepúsculos
extienden en el cenit
      celajes turbios.

Pero en cambio ¡cuán dulce
      melancolía
rebosan esas tardes
      dulces, tranquilas!
      ¡Postrer suspiro
que en los brazos de otoño
      lanza el estío!

Mira, niña, esas hojas
      que se desprenden
de las ramas sin jugo
      que las sostienen;
      ¡Cómo suspiran
al azote del viento
      que las agita!

Mira cuál entre el polvo
      ruedan crujiendo;
¡a dónde irá la hoja
      que arrastra el viento!...
      Las hojas secas,
como las esperanzas
      son de la tierra.

Año 1870




ArribaAbajoMelancolía

A un amigo



Ignorada de sí yazga mi mente
y muerto mi sentido;
empapa el ramo para herir mi frente
en las tranquilas aguas del olvido.


LISTA                




   Alga perdida sobre el mar del mundo,
no sé dónde me arrastra el huracán;
aquí estoy con las olas de mi suerte
      luchando sin cesar.
   ¿Qué quieres ¡ay! de tu infeliz amigo,
juguete como tú del Aquilón?
¿Por qué necio pretendes en tinieblas
      hallar rayos de sol?
   ¿Quieres que diga cantigas suaves
que mis sienes circunden de laurel?
¿Quieres que pulse el arpa de los sueños
      que vi desparecer?
   ¡Ay! déjame vagar sin emociones
por la margen florida del Genil;
sobre las aguas, de llorar cansado,
      mi cítara rompí.
   Ya no suena en mi oído el postrer eco
que en el lejano valle levantó,
ni viene a herir mi pecho dolorido
      su última vibración.
   Pobre estoico sin fe, sin esperanza,
me deslizo en la escéptica Babel,
sobre el plano inclinado de la duda,
      sin mañana ni ayer.
   En vano en torno mío se suceden
las galas de la fértil creación,
y se abrazan los cielos y la tierra
      en ósculos de amor.
   En vano pasan en ardiente giro
blancas apariciones ante mí,
tendiéndome risueñas y livianas
      sus brazos de marfil.
   Ya no encienden el mármol de mi boca
sus incitantes labios de coral;
¡la atmósfera de fuego y ambrosía
      no puedo respirar!
   Acaso si en el cielo de mi vida
surgiera el ángel del primer amor
y en la vacía copa de mis goces,
      dejara una ilusión,
   cuando la tarde triste y melancólica
en nuestros valles declinando va,
y el día con las sombras de la noche
      se complace en luchar;
   Otra vez a las pobres golondrinas
que van de estos lugares a partir,
y miran silenciosas las cabañas
      donde anidar las vi;
   con las tiernas endechas de mi arpa
pudiera en su viaje detener,
que a ellas dije mis tristes confidencias
      cuando amores canté.
   ¿Mas cuándo vuelve a su desnuda rama
el fruto seco y la marchita flor?
¡Cuándo vuelve a brillar en nuestro cielo
      la perdida ilusión!
   ¡Ríos que sorbe el mar del desengaño
son los fáciles sueños del placer,
jamás sus olas limpias y azuladas
      podrán retroceder!
   ¡Ya no puedo cantar! deja a tu amigo
vagar por las riberas del Genil;
¡sobre las aguas, de llorar cansado,
      mi cítara rompí!

Año 1871