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Homenaje a Alonso Zamora Vicente: Campus de La Berzosa, 28 de enero de 1999

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Apertura del Acto a cargo del
Excelentísimo y Magnífico Rector
D. MANUEL VILLA CELLINO

*  *  *

Laudatio de la figura de D. Alonso Zamora
a cargo del Profesor Doctor D. JESÚS SÁNCHEZ LOBATO
Titular de Filología Española y
ex-Decano de la Facultad de Filología de la UCM

*  *  *

Intervención del Excelentísimo
Sr. D. ALONSO ZAMORA VICENTE
Presidente de la Fundación Antonio de Nebrija,
Miembro de la Real Academia Española y
Profesor Emérito de la Facultad de Filología de la UCM





  —5→  
Apertura del Acto a cargo del Excmo. y Magnífico Rector D. MANUEL VILLA CELLINO

Don Manuel Villa Cellino

Autoridades académicas,
Autoridades civiles,
miembros del Patronato y del Consejo Rector,
profesores, señoras y señores, amigos todos.

Celebramos hoy el día de nuestra comunidad universitaria con especial emoción, porque rendimos homenaje al profesor y maestro singular que nos ha acompañado desde el comienzo de nuestra actividad universitaria.

El Profesor Zamora Vicente es alma y espíritu de esta comunidad universitaria. Los actos académicos, las tertulias y las lecciones con D. Alonso han sido para todos nosotros fuente de conocimiento, de ejemplo y de entusiasmo por la docencia y por el trabajo intelectual.

Hoy, festividad de Santo Tomás de Aquino, solamente había convocado a nuestra pequeña comunidad universitaria y, sin embargo, he visto acercarse a nuestro campus a insignes académicos e ilustres personalidades, a profesores y maestros que han mantenido con D. Alonso estrechos lazos de colaboración y afecto. Todos los que hemos tenido la suerte de conocerlo   —6→   admiramos su obra y, sobre todo, su altísima calidad humana.

El Profesor Sánchez Lobato, gran estudioso de la lengua y literatura españolas, discípulo de D. Alonso y miembro del Consejo Rector de la Universidad Antonio de Nebrija es, sin duda, la persona que mejor podrá mostrarnos las diferentes facetas de la vida y la obra de D. Alonso. Gracias, Jesús, por haber aceptado esta grata misión.

A todos ustedes, queridos profesores y personal de administración y servicios, muchas gracias por su dedicación al trabajo, aquí, en esta Universidad que tiene en D. Alonso un ejemplo permanente. A quienes hoy nos acompañan gracias por honrarnos con su presencia y por haberse unido a nosotros en el homenaje a D. Alonso con motivo de la inauguración oficial de este edificio que siempre llevará el nombre de Zamora Vicente.

Muchas gracias, D. Alonso, por estar con nosotros y por todo lo que nos transmite cada día.

Muchas gracias.



  —7→  
Laudatio a cargo de D. JESÚS SÁNCHEZ LOBATO
Titular de Filología Española y ex-Decano de la Facultad de Filología de la UCM


Don Jesús Sánchez Lobato

Excmo. y Magnífico Sr. Rector,
Excmos. Sres. Miembros del Patronato de
la Universidad Antonio de Nebrija,
Excmos. Sres. D. Leopoldo Calvo-Sotelo
y D. Joaquín Ruiz-Giménez,
Excmo. Sr. Vicedirector de
la Academia Española de la lengua,
Excmos. Sres. Académicos,
estimados compañeros, amigos...

Querido don Alonso...,

En estos momentos, es difícil para quien les habla esbozar, en un tiempo prudencial, una trayectoria universitaria y humana tan rica, dilatada y plural como la del homenajeado; es complejo, y no porque el personaje no presente ángulos, aristas y dimensiones para una excelente fotografía (en su perfil se dibuja perfectamente el hombre cabal, el hombre bueno de Machado). Ha sido y es maestro de generaciones universitarias (a lo lejos ya Santiago de Compostela, donde empezó) ha impulsado con denuedo la cultura hispánica, ha rastreado nuestra mejor veta popular en los clásicos   —8→   (¡Qué lejos también Buenos Aires!), nos ha legado estudios magistrales sobre Lope, la picaresca, Cervantes, Valle-Inclán, Camilo José Cela... (Salamanca y su primer encuentro con Unamuno en el recuerdo); ha dicho casi todo lo que hay que decir sobre la lengua española en sus estudios de Dialectología y en su labor académica (México, cercano y lejos en el tiempo); ha recreado literariamente, magistralmente, la sociedad española toda, sin grandes héroes, por medio de personajes normales -él es uno más-; ha recreado el personaje anónimo para así adentrarnos en la intrahistoria de España, en la vida de nuestros últimos sesenta años; ha permanecido atento a toda manifestación cultural (por insignificante que fuere); ha sido y es ejemplo moral y ético en una sociedad que no ha sabido (o no ha queridos alimentarse de su educación regeneracionista; ha sido y es maestro atento, trabajador infatigable; nada ni nadie le ha apartado de su camino...; les decía que transmitirles a Uds. mi visión de una vida tan excepcional me es difícil porque a quien les habla le falta el verbo, la palabra exacta (que Juan Ramón pedía a la intelijencia), y que tan extraordinariamente brota de la pluma de Alonso Zamora Vicente.

Nuestro homenajeado es madrileño (1916), de Puerta de Moros, nacido en una época en que los niños aprendían a vivir, además de en casa y en el colegio, en la calle, como rememora en Primeras hojas y Examen de ingreso.

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En más de una ocasión ha afirmado que su posible riqueza léxica proviene de haber aprendido el español en la calle. La calle fue su maestra como lo fue de Lope, de Cervantes... y a la calle, a los pueblos de España y de Hispanoamérica les va a dedicar gran parte de su quehacer dialectológico: El habla de Mérida, Léxico rural asturiano, Tres expresiones argentinas, Dialectología española, Algunos aspectos generales del español americano, Estudios de dialectología hispánica, Al trasluz de la lengua actual, La otra esquina de la lengua... son títulos señeros en la bibliografía científica que pueden dar fe de ello.

Alonso Zamora Vicente es un enamorado de España y de Hispanoamérica, de todo lo que rezume tradición, cultura popular y arte. Conoce a la perfección la pintura española, distingue perfectamente la tensión vital y sus circunstancias a través de lo plasmado en el lienzo; ha recorrido, una y mil veces, la geografía española no sólo en busca de la palabra exacta sino de atrios, ábsides, capillas, retablos,...

No hay nadie en España que sepa encontrar la llave como él, una llave que pueda abrir una iglesia abandonada, unas ruinas, un castillo, un cuadro. «¡Qué desgracia hemos tenido con nuestro Patrimonio Cultural, con lo que costó preservarlo! ¡Las iglesias, los conventos, los monasterios no   —10→   pueden permanecer cerrados, el arte debe estar permanentemente expuesto!».

Tras su paso por el Colegio español-francés de la calle de Toledo, cursó el bachillerato en el Instituto de San Isidro, donde coincidió con Camilo José Cela:

«Alonso y yo somos de análoga estatura y de parecidas aficiones, él más culto que yo en apunas cosas -la filología, la lexicografía, la dialectología-, pero yo, para compensar, soy más culto que él en otras varias -las coplas de pueblo, el billar, el tango- y así la cosa queda bastante equilibrada podemos seguir siendo buenos amigos...»



No es cuestión de llevar la contraria a Camilo José Cela, pero en lo referente a las coplas del pueblo, a nuestras canciones, cancioncillas, de pastores, de siega, de cuna... el lance sería harto delicado, como bien puede atestiguar cualquiera que haya viajado con Alonso Zamora Vicente por los rincones de nuestra geografía.

Camilo José Cela (acercamiento a un escritor), libro que en su momento influyó en los posicionamientos de la crítica de la novela española contemporánea, supuso el inicio de la crítica académica sobre la obra de Camilo José Cela. En opinión de este autor, D. Alonso es el mejor conocedor de su prosa. A Camilo José Cela le dedicará trabajos posteriores.

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Al recordar su etapa universitaria, con agradecimiento tanto hacia la Institución como hacia quienes fueron sus maestros: («... Tuve la suerte de asistir a la mejor Facultad de Letras que haya existido nunca en España») no puede sino referirse a la irrupción de la guerra.

«Quiera que no, yo me tropiezo, estoy siempre condicionado para todas mis relaciones, mis opiniones, mis actividades con un fantasma, una voz que me avisa, una cautela, algo que está siempre detrás de mí, que se llama la experiencia de la Guerra Civil».



La Guerra truncó, de momento, su trayectoria universitaria, su juventud, amén de verse, como todo español de su tiempo, envuelto en ella. Esta traumática experiencia estará siempre presente, con menor o mayor acento, en toda su obra narrativa.

La generación de Alonso Zamora Vicente ha soportado sobre sus espaldas la reconstrucción científica, cultural y moral de España. Tras el hiato forzoso que supuso la Guerra Civil en la vida de la colectividad, hombres que hoy serían octogenarios como Antonio Tovar, Blas de Otero, y otros que lo son como A. Buero Vallejo, Julián Marías. Camilo José Cela y el propio Alonso Zamora Vicente, tomaron en sus diferentes esferas culturales la labor de descubrir nuevamente la realidad y engarzar con ella para que estuviera presente   —12→   en su diario quehacer y su voz fuera tenida en cuenta en el curso de la historia.

En la Facultad (en la que permaneció del 32 al 36, y después, al acabar la guerra, en el año 40, se licencia) nos cuenta que «coincidía con María Josefa en las clases de Tomás Navarro; yo trabajaba -dice- en el Centro de Estudios Históricos, con Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro y Américo Castro; y ella en Índice Literario, con Salinas».

Años después, diría de María Josefa Canellada, con quien compartió absolutamente todo, incluso numerosos trabajos intelectuales (ediciones de Tirso, Torquemada, Lucas Fernández, estudios sobre las vocales andaluzas, y vocales caducas en el español mexicano): «lo único serio que hice en mi vida fue casarme con una mujer excepcional en todos los sentidos...»

Alonso Zamora Vicente fue siempre un extraordinario lector, lo sigue siendo. Ya en la Facultad había descubierto a Proust, John Dos Passos, Joyce: «yo estoy seguro de que Camilo (José Cela) recuerda con qué curiosidad, con qué temblor cayó en nuestras manos por aquellos días El Artista adolescente, traducido por Dámaso Alonso». Por esas fechas nuestros clásicos ya le eran familiares, conocía perfectamente bien a la Generación del 98 (a muchos de ellos,   —13→   Azorín, Machado, Unamuno, Valle..., les va a dedicar trabajos magistrales años después) y llegó a ser compañero y amigo de muchos de los profesores-creadores de la Generación del 27 (Dámaso, Salinas, Guillén, Aleixandre..., así como de sus maestros Tomás Navarro y Américo Castro...)

Y entre lectura y lectura, trabajos de investigación, de crítica literaria, libros de creación, viajes, clases..., el cine. En sus años de Salamanca, prestó su pluma al tema cinematográfico con el fin de abrir el cauce universitario a la nueva realidad estética. Años después, impulsaría, sin fruto, la candidatura de Berlanga a la Academia de la Lengua.

A lo largo de su andadura vital, el catedrático emérito de la Universidad Complutense y Académico de la Española ha perseguido sin desmayo desvelarnos nuestra propia identidad cultural -la genuina y verdadera- por caminos que en él confluyen, el científico y el narrativo, al tener muy presente, como punto de partida, el mismo hecho socio-cultural: la lengua. (Alonso Zamora Vicente habla con nuestras gentes y, sobre todo, escucha). Entre los jóvenes y el pueblo llano se encuentra a gusto.

Toda su obra de creación se levanta sobre la portentosa recreación literaria de la lengua. Sus personajes responden   —14→   a voces masculinas o femeninas, a ancianos, jóvenes o niños, y se sitúan en la inmediata postguerra, en nuestros días, o en los años setenta, ochenta o sesenta, gracias a la perfecta simbiosis que se da entre la situación creada, el tiempo narrativo y la prodigiosa utilización de la lengua en boca de éstos. Los personajes responden a la diversidad cultural y social que ha constituido la urdimbre de nuestro entramado social posterior a la Guerra Civil. El autor ha ido creciendo a su vera, es uno de ellos.

Se doctoró en Filología Románica (1941) con El habla de Mérida (estudio que sirvió de base para todos los trabajos dialectológicos que se llevaron a cabo en España durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta) en momentos que, según reconoce el propio autor, eran duros: «Sí, eran momentos duros, momentos de mucha confusión; si no es Dámaso (Alonso), yo renuncio después de la guerra; a él le debo el haber seguido».

La relación de Alonso Zamora Vicente con Dámaso Alonso fue profunda y fructífera en todas las esferas de la vida. Colaboraron en trabajos de investigación (Vocales Andaluzas), le sucedió en la Cátedra de Filología Románica de la Universidad de Madrid y como Secretario Perpetuo de la Real Academia Española, cuando Dámaso fue su Director, desarrollaron una intensa y positiva labor al frente de la Institución sin apenas medios económicos.

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Según Alonso Zamora Vicente «(...) Los años de la Dirección de Dámaso han supuesto para la Corporación un serio intento de renovación de sus estructuras, bastante rancias, hasta plasmar en unos nuevos estatutos, ya en 1976».

Dámaso, en el homenaje que la Revista Papeles de Son Armadans, fundada y dirigida por Camilo José Cela, dedicó a Alonso Zamora Vicente ya en los primeros setenta dijo de él:

«Por encima de su colaboración en revistas de la Europa occidental y central, o de Estados Unidos; o de su docencia en universidades alemanas, italianas, francesas, norteamericanas, escandinavas, o de su nombramiento como académico o de miembro de honor de asociaciones culturales norteamericanas, portuguesas, dinamarquesas... Dos cargos de especial importancia (en las máximas agrupaciones humanas de nuestra habla) señalan el que al otro lado del Atlántico se concede a los conocimientos científicos de Zamora y su fama como profesor: durante un año dirige la sección de Filología del «Colegio de México», durante cuatro había sido ya, antes, director del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, siguiendo en ello la estela de Castro y de Amado Alonso».



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Alonso Zamora Vicente, no cabe duda, es una viva llama de vocación que le ha incitado a acercarse con agudeza e ingenio, en repetidas ocasiones y desde diferentes ángulos, a nuestras más preclaras fuentes culturales. (En la Bibliografía del Homenaje a Alonso Zamora Vicente, que en cinco tomos publicó la editorial Castalia se recogen más de 565 títulos, y ésta se cierra en el año 1986). Entre estas no podía faltar la cultura portuguesa, que ha estado vivamente presente en su diario quehacer. En la actualidad, está empeñado en el estudio de la obra de Gil Vicente. La universidad de mayor prestigio del país hermano, la Universidad de Coimbra, le nombró doctor Honoris Causa hace ya años; en el 47 le había nombrado miembro del Instituto de Coimbra.

Antes de doctorarse por la Universidad de Madrid, aprobó (1940) las oposiciones a Cátedra de Instituto Nacional de Bachillerato, y a Mérida.

Su estancia en Mérida le motivó a conocer Extremadura (ha sido una constante por donde ha pasado). Además del habla viva ha analizado la literatura regional de G. Galán y Chamizo. Se ha ocupado de Juan Pablo Forner y de Francisco Aldana y de la pintura silenciosa de Ortega Muñoz...

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Su biblioteca particular, bajo el rótulo de «Fundación Biblioteca Zamora Vicente», se halla en Cáceres en un espléndido edificio del casco histórico de la ciudad al servicio de la Institución Universitaria Extremeña, Universidad que le confirió el grado de doctor Honoris Causa.

En el curso 1942-43 se traslada a la Cátedra de lengua y literatura españolas del instituto masculino de Santiago de Compostela, si bien no acaba el curso al ser llamado a Madrid para impartir la nueva asignatura de Dialectología española:

«Yo acabé de dialectólogo -dice Zamora Vicente- porque en la Facultad de Letras de Madrid había un catedrático que no podía levantarse antes de las doce. Entonces me buscaron a mí, yo fui siempre madrugador...».



Recordando aquel su estreno como profesor de dialectología decía Emilio Alarcos Llorach: «Y hete aquí que un día en la recién reinaugurada Facultad de Letras -rodeada todavía de eriales, cascotes y zanjas bélicas mal rellenadas-, el don Alonso con bienintencionada y cachonda retracción de las comisuras labiales, con la insinuante y dulce tensión de sus cuerdas vocales y sus peripatéticos desplazamientos entre estrado y pupitres, se nos puso a explicar dialectología.   —18→   Seguro que entonces no pensaba escribir el libro ese gordo que tienen que estudiar los estudiantes de ahora y que dice todo lo que hay que decir».

En 1943 obtiene por oposición la Cátedra Universitaria de Lengua y Literatura españolas, que ejerció en la Facultad de Filosofía y Letras de Santiago de Compostela hasta 1946, fecha en que se traslada a Salamanca para ocupar, también como numerario, la Cátedra de Filología Románica, que desempeñaría hasta 1959. En ambas universidades se le otorgó, años después, el grado de Doctor Honoris Causa en reconocimiento a su labor desarrollada en las aulas universitarias; y fiel a su estilo, Galicia (el habla y su cultura), lo mismo la zona de Salamanca, fueron fuente de inspiración y de trabajo de estudios que marcaron hitos en la investigación del momento.

Tras nueve años fuera del ámbito universitario, tomaría posesión de la Cátedra de Filología Románica en la Facultad de Filosofía y Letras de la entonces Universidad Central de Madrid, hoy Complutense, hasta su jubilación en 1985. La Universidad le reconoce su labor nombrándole profesor emérito.

Los años universitarios han sido recordados por discípulos y amigos como años en los que el maestro, además de las   —19→   disciplinas universitarias, les enseñó a perseguir la identificación con nuestras gentes más humildes así como a descubrir el amor por nuestras tierras, por nuestra cultura; como el maestro que nos enseñó a escuchar, al tiempo que, lejos de pontificar, mostraba la mejor manera de aprender a discurrir por cuenta propia, valiéndose del ejemplo de sus propias investigaciones; como el maestro que les enseñó a valorar más la «decencia» que la ciencia. Y, por supuesto, desde la profunda sabiduría del maestro, vimos Toledo desde otra luz, Santo Domingo de Silos, Covarrubias. Otros soles. Otros hombres...

Carmen Martín Gaite le recuerda, en la formal Salamanca de posguerra, con su jersey de cuello alto, y silbando canciones populares, como el profesor y amigo que tuvo una enorme influencia en su formación y decidida vocación por los asuntos de las letras.

En los años bonaerenses de 1948 a 1952, como director del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, promueve una envidiable proyección cultural y científica; funda y dirige la prestigiosa revista Filología, impulsa el estudio de ediciones de nuestros clásicos y, no menos importante, comienza a publicar su prosa creativa en La Nación: «(...) siendo profesor extraordinario de la Universidad de Buenos Aires -nos dirá-, recibí una amable   —20→   invitación de Eduardo Mallea para colaborar en el suplemento de La Nación. Posteriormente sus relatos aparecerían también en Azul de Montevideo, y en Buenos Aires Literaria, en donde coincidió, entre otros, con Julio Cortázar, Daniel Devoto, Josefa Sabor y Enrique Anderson Imbert. De esta época son los trabajos: Por el sótano y el torno, de Tirso de Molina, de Garcilaso a Valle-Inclán, Presencia de los clásicos, las sonatas de Ramón del Valle-Inclán, Contribución al estudio de la prosa modernista...

En 1952 vuelve a España, Salamanca, desde donde sigue colaborando en La Nación, en Azul, en Ínsula (años después, ya en Madrid, iniciaría una larga colaboración literaria en el diario Ya) y, de nuevo, los viajes; en 1954 es profesor extraordinario en la Facultad de Letras de la Universidad de Colonia, después Heidelberg, Praga, París, Italia, Bélgica, Holanda. En 1960 es nombrado Director del Seminario de Filología Hispánica del Colegio de México y profesor extraordinario en la Universidad Nacional de México, al año siguiente es profesor (1961) en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico; más América (Estados Unidos) y, de vuelta a Europa, en 1963, visita las universidades de Copenhague, Estocolmo... y, por último, Madrid.

En estos años entrega a la imprenta, entre otros, los siguientes volúmenes: Primeras hojas, Smith y Ramírez,   —21→   S.A., La voz de la letra, Lope de Vega, Su vida y obra, ¿Qué es la novela picaresca?, Un balcón a la plaza, Lengua, literatura e intimidad...

Alonso Zamora Vicente, pese a todo, está convencido de que el puesto de un español está en España, y aquí recala: la Real Academia Española lo llama y sale elegido académico en mayo de 1966 (desde 1961 era miembro del Seminario de Lexicografía); lee el discurso de recepción sobre «Asedio a Luces de Bohemia, primer esperpento de Ramón del Valle Inclán», justamente un año después, en 1967. Ha sido Secretario Perpetuo de la Institución desde 1971, en que sucede a Rafael Lapesa, hasta 1989, año en que renuncia.

El discurso de recepción sobre la obra de Valle supuso en el año 1967 un mucho de atrevimiento y bastante de provocación cultural ya que, por aquellos años, Valle-Inclán no estaba bien visto por la propaganda oficial del régimen. El nuevo académico quiso poner de manifiesto, en el día de su recepción pública, la virtualidad estética y cultural de uno de los autores más universales del siglo XX español, pese a la incomprensión de algún gobernante. En la prosa de Valle-Inclán supo ver el engarce perfecto entre el habla del pueblo y la literatura, como ya lo había visto en Camilo José Cela.

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El discurso reelaborado, La realidad esperpéntica (Aproximación a Luces de Bohemia), fue Premio Nacional de Literatura «Miguel de Unamuno de Ensayo» en 1969. A Valle le dedicó también Valle-Inclán, novelista por entregas y las ediciones críticas de Luces de Bohemia y Tirano Banderas, entre otros trabajos.

Fue coordinador del Diccionario Manual e Ilustrado de la Real Academia; en su tiempo adelantó soluciones léxicas que, posteriormente, pasaron al general y ha escrito la Historia de la Real Academia Española que, esperamos -superados numerosos inconvenientes- vea la luz prontamente. La imprenta nos dio un nuevo Lope de Vega, libros, hombres y paisajes...

Alonso Zamora, pese a su ajetreada vida universitaria y científica, ha sacado, sin embargo, tiempo, («yo escribo los domingos») para una de sus actividades más queridas: la creación literaria en prosa, en la que cuenta ya con un buen número de volúmenes publicados (el último, Cuentos con gusano dentro, acaba de salir de la imprenta). En ellos se presenta no sólo como renovador formal del género cuento, sino como uno de los mejores narradores actuales en lengua española. Es uno de los narradores que más ha influido en la configuración de un nuevo concepto del cuento.

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La materia lingüística adquiere en su escritura una nueva dimensión: a partir de los elementos populares de éste, ha conformado una exigente realidad estética que nos trasciende.

En toda su obra narrativa se manifiesta la importancia que los elementos cotidianos (una flor, una rama, un banco, el semáforo, un pajarillo, una canción) adquieren en la vida de sus personajes. También hemos de destacar la extraordinaria sensibilidad con que el narrador va moldeando, a base de pequeños fragmentos o de tenues anécdotas, la vida de sus múltiples personajes: ancianos, jóvenes y niños (toda la expresión de vida que cabe en nuestra sociedad). Los personajes se caracterizan, no por el diseño del narrador, sino por las cosas que les pasan; se incorporan a la vida, como en Cervantes, desde las vivencias propias. Por encima de planteamientos estructurales, su forma de hablar, su espontaneidad lingüística.

Las canciones (Amapola, Lili Marlen, Toda una vida, Solamente una vez, Si me quieres escribir), desde los años veinte hasta nuestros días, el tiempo y el espacio (Madrid es la plaza pública desde la que contemplamos el paso del tiempo, el ir y venir de las modas y costumbres, las ilusiones y las formas de expresión de los españoles a lo largo de tres generaciones), además de las vivencias sociales y culturales   —24→   de la época, la presencia del cine, la técnica visual de sus descripciones y situaciones, la focalización de acciones, constituyen rasgos estructurales de primer orden en la composición narrativa del autor.

Los temas eternos (convivencia, trabajo, amor, soledad, religión...) nos son planteados con intención superadora y enriquecedora. Creemos que su formación institucionista y su proyección cultural (Cervantes al fondo, la aparición cervantina no es meditada sino espontánea) le llevan en la prosa a insinuarse con reticencias, ironías, amplificaciones, hipérboles..., su ininterrumpida preocupación por la sociedad española es lacerante, sentida desde y por el pueblo. Los horrores de la guerra, lo absurdo de una sociedad dividida, la prepotencia de los vencedores, el arrinconamiento de los vencidos, la nostalgia de lo que pudo ser un ilusionante proyecto de vida en común y colectivo están presentes, pero también por sus páginas ha pasado el peso de la posguerra, el acomodo a unos nuevos valores lejos de los soñados, la pérdida de unas señas de identidad cultural y la consecución de otras.

Mención especial merece la presencia solidaria con el autor y con los lectores del poeta César Vallejo. Es el poeta que no canta a un bando concreto de los contendientes en la Guerra Civil, es el poeta que quiere construir un mundo   —25→   mejor y por eso se dirige al hombre desvalido y acosado. Es el poeta de todos, sólo toma partido por el hombre para demostrar que nació muy pequeñito e indefenso y por eso necesita ayuda (Primeras hojas, Un balcón a la plaza, A traque barraque, Sin levantar cabeza, presentan versos del poeta en forma de lema).

Punto importante, también, es el humor. En Alonso Zamora Vicente, el humor es un procedimiento que emana de ver en la realidad de nuestro mundo, de nuestras ciudades y pueblos -desde una posición culta-, los hechos que le rodean, las vivencias que tienen su acomodo en este mundo. Y es, precisamente, esta actitud de contemplación todo lo ingenua que se quiera (Primeras hojas, Examen de Ingreso), grotesca como emanada del absurdo (Smith y Ramírez, S.A.) y real como resultado de una visión dramática de la existencia individual y colectiva (desde Un balcón a la plaza, Desorganización, Sin levantar cabeza, El mundo puede ser nuestro, A traque barraque, Estampas de la calle, Voces sin rostro hasta Hablan de la feria, Historias de viva voz pasando por Mesa, sobremesa (Premio Nacional de Literatura 1980) y Vegas bajas, la que nos envuelve en este trance de amargura (benévola, a veces), que desencadena primero el humor y, posteriormente, la ironía en una intensa búsqueda de lo auténtico:

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«Todavía, al despedirnos, decía muy cariñosa: vuelvan mañana... Se conoce que ha leído ese libro recién salido, que anda ahora por los quioscos, de un tal Larra. ¿Sabe usted quién es ese fulano?».



Los personajes se nos presentan en posición trágica, pero su catarsis va a tener lugar en la vacuidad, en la superficialidad de la rutina diaria, por eso su escritura está más próxima a la estructura dramática que a la puramente descriptiva y esto, además de constituir una sorprendente novedad estilística, proporciona a la narración una viveza y rapidez extraordinarias:

Chucho, el joven personaje de Vegas Bajas y trasunto del autor, afirma:

«En primer lugar (mi libro) no tendrá un personaje concreto. Ya ha pasado eso. Los hombres no estamos aislados, no obramos con arreglo a una falsilla interior, sino que somos un conjunto, y de ese conjunto hay que hablar. Me gustaría que mis personajes no tuvieran rostro, que no pudiésemos decir «el rubio alto, la bella fulanita». No, todo ha de desprenderse de la lengua que empleen. Dime cómo hablas Y te diré quién eres...».



La preocupación por el hombre en plenitud, por el hombre en sociedad, ha estado siempre presente en nuestro   —27→   autor, y de ahí que su narrativa tienda (y haya tendido) a desvelar sus más profundos secretos con cierta ingenuidad y conmiseración.

El hombre se nos muestra en todas sus caras, facetas y etapas de la vida y siempre en un espacio y tiempo históricos; no desdeña la realidad sino que sale a su encuentro: a sus páginas se asoman el cura, el farmacéutico, el comerciante de barrio, la solterona, la viuda, el mundo de los viejos y asilados; el taxista, el obrero, el artista de circo, el emigrante, el poderoso, el encumbrado en cargos oficiales, los jóvenes desnortados y urbanos del mundo del rock, de la droga, del papá aposentado... Y hasta, inclusive, Alonso Zamora salta al ruedo, convocado por sus propios personajes:

«¡Celebro encontrarte, caramba...! ¡Lo estaba deseando! Desde que leo tus cuentecillos en los suplementos de los periódicos, tengo un remusguillo que no sé. ¿Te das cuenta de lo que escribes...?».



Este proceso unamuniano de aparecer el autor dialogando con sus personajes o siendo el receptor de su mensaje, por iniciativa de ellos, se ha ido acentuando en la narrativa de Alonso Zamora Vicente: «Estás aviado -le dice una de sus criaturas de ficción- tus personajes ya no son tuyos, se han liberado de ti a fuerza de hablar, son ellos los que te arrastran, los que juegan contigo».

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Asimismo, al ir eliminando el asunto, el tema, la trama, surge una nueva y maravillosa expresividad por medio del lenguaje... porque (como no hemos olvidado) el lenguaje empieza por ser oral antes de llegar a ser instrumento indispensable para la cultura escrita. Y éste es su punto de partida: el lenguaje del pueblo (no lo populachero) que, debidamente tamizado, lo devuelve al pueblo, que lo asume como si fuera creación propia. Tal es la naturalidad y extraordinaria frescura y espontaneidad del habla de los personajes. Por sus páginas discurren las diversas capas sociales y culturales que configuran la realidad lingüística de la España de nuestros días. El habla acompaña al personaje en su lugar y su tiempo. Es un habla total.

El concepto estilístico de Alonso Zamora Vicente funde espléndidamente la innovación -bien perceptible en la forma y fondo de sus relatos- con la mejor tradición de nuestros clásicos (la picaresca, Lope, Quevedo, Cervantes...), síntesis que proyecta en su obra literaria una amplia panorámica de la vida actual de España en la multiplicidad de sus aspectos: el día de hoy y la retrospección histórica, el acaecer cotidiano y el acontecer político, los destinos humanos y el destino del país.

El amor a su familia, a sus libros y a sus alumnos componía su hacienda.

Muchas gracias.



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Intervención de
D. ALONSO ZAMORA VICENTE
Presidente de la Fundación
Antonio de Nebrija,
Miembro de la Real Academia Española
y Profesor Emérito de la Facultad de Filología de la UCM


Don Alonso Zamora Vicente

Todos aquellos que me conocéis, ya por el trato cotidiano, ya por haberme soportado en algún azar más o menos duradero, sabéis de sobra qué profunda es mi desazón cuando he de hablar en público y, en voz alta, dirigirme a unas cuantas personas congregadas por algo, un algo que las ha sacado de sus casillas, las de su diario quehacer, y hace convergentes sus miradas, a veces sañudamente convergentes, en el motivo de la convocatoria. Esa mirada innumerable y única, le demuestra al que habla, como ningún otro medio podría demostrárselo, su pequeñez, su exigua dimensión real y, a la vez, su desmesurada audacia. Ya sabéis, pues, cuál es la situación de mi ánimo en estos instantes en que os he de expresar, cálida y brevemente, mi gratitud por este día.

Podría recurrir a alguna triquiñuela que me sacara del apuro. Las hay para todos los problemas, embrollos, enigmas   —30→   y dilemas posibles. Ya en la escuela, de niño, hoy esa nostalgia en carne viva del asombro por la lenta incorporación a la vida, se nos enseñaba a dar las gracias. Clase de lectura en alta voz, por las tardes a primera hora. Dos o tres días a la semana, los escolares leemos el Manuscrito de un señor Paluzíe del que he olvidado todo lo demás, hasta su nombre. El libro era un copioso repertorio de facsímiles de documentos manuscritos, y pretende adiestrar al jovenzano en el dominio de las caligrafías personales, tan diferentes y rebeldes. Hay allí dentro escrituras de compraventa, testamentos, declaraciones ante el juzgado, atestados, donaciones, cartas regias antiguas, bulas papales... Y hay innúmeras felicitaciones (bodas, natalicios, fortuna en la lotería) y, cómo no, otras tantas condolencias. Y, a renglón seguido, aparece la contestación de agradecimiento. El maestro, en su tarima, el brasero a los pies, tapadas las piernas con una manta chamuscada aquí y allá, lucha con la somnolencia de la digestión. Y la lectura, tonillo cuajado de monotonía, despoblado, acaba por dormirle. El regocijo solapado vuela sobre los pupitres. La señal para que no se note la pasajera ausencia es elevar el tono en las Muchas gracias finales, acompañado de un rasgueo de libros, de asientos, un ruido acorde con el tenaz chirrido del tranvía en la cuesta. El maestro, sobresaltado, clama: ¡El siguiente...! Y otra vez el tonillo, el chirrido de los tranvías taladrando el silencio, el pregón de la castañera de la esquina, el infinito tedio de unas lecturas que no nos dicen absolutamente nada...

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Desde entonces he oído muchas veces dar las gracias: leales, efusivas, verdaderas. Con palabras erosionadas por la emoción, el gozo o la angustia. También las he oído fingidas, rimbombantes, arteramente disfrazadas: sonaban con mayúsculas, que se estrellaban en jolgorio y pirotecnia contra los rincones de la habitación. Y las he oído frecuentemente rápidas, con otras muchas vestimentas. En todos los casos, sonaba y resonaba la palabreja Gracias copiosamente. ¿Qué camino seguiré yo hoy? Me gustaría que mis gracias no ofrecieran fleco alguno de duda: manan de una sincera y limpita sensación de deuda impagable, son consecuencia de una ya larga, estrecha y placentera colaboración. He de darlas, en primer lugar, a la Universidad Antonio de Nebrija, que tan generosamente me festeja, encabezada aquí por nuestro Rector, D. Manuel Villa. Las doy también a la Fundación del mismo nombre, a todos y cada uno de sus miembros, a los que hoy coloco bajo la guía de Doña Belén Moreno de los Ríos, nuestra Vicepresidenta. Y aprovecho la ocasión para destacar que nunca he observado en ellos, tanto en la Fundación como en la Universidad, el menor gesto de vacilación, desencanto o desaliento, y no nos han faltado motivos. Al revés, los he visto siempre en sólida trabazón para alcanzar las metas soñadas. Doy gracias verdaderas a todos cuantos habéis venido hoy a La Berzosa sabiendo, como no podía ser menos, la escasa entidad del homenajeado. Gracias de verdad.

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¿Cómo agradecer a Jesús Lobato sus cariñosas, cercanas palabras...? Todos adivinamos la existencia de una retórica del afecto, no codificada en manuales ni reglamentos, y que, con cierta frecuencia, se viste de descarada autenticidad: hoy lo habéis podido descubrir en sus palabras. Ved en ellas, una manifestación, que a mí me conmueve profundamente, de esa identidad de estimaciones y simpatías (no de diferencias) que entre profesor y discípulo ha de fraguarse si es que la tarea universitaria sirve para algo. Es posible que él haya aprendido algo de mí: no ciencia, que, en estos años, nuestra ciencia ha cambiado de rumbos y de contenido, pero sí habrá llegado a él conciencia de grupo o de escuela, de actitud responsable ante la vida escogida. Pero, de todas maneras, es mucho más lo que he aprendido de él en nuestra ya larga convivencia. Y no hay mayor orgullo para un profesor que -se lo oí ya hace muchos años al viejo Karl Vossler, uno de nuestros más destacados patriarcas- que «aprender algo de los que antes fueron nuestros discípulos».

Sí, también es probable que, como se ha recordado aquí, junto a mi laborar hayan ido creciendo (o recreciendo tras agobiosos paréntesis) tareas, instituciones, libros, empresas colectivas. No digo que no, pero no ha sido exclusivamente mérito mío: en todas partes he encontrado ayudas eficaces, el auxilio pródigo y certero de amigos, discípulos y colaboradores. A todos ellos corresponde hoy este homenaje.   —33→   Muchos ya no están aquí. De todos modos, ausentes definitivamente, o dispersos por todo el ancho mundo, recuerdo, siempre, burlas y veras, dichos y hechos: el estilo personal de sus conductas de hombres. Alguno se fue muy pronto: «Cuando más alto ardía el fuego, echaste agua»; nos enseñó Manrique. Todo, próximo o remoto, va camino de ser sombra escurridiza que nos socorre en la soledad y ayuda a sobrellevar esta extraña sensación de ser un superviviente, residuo de una circunstancia. Esa sombra, me interesa destacarlo, jamás cultiva nostalgias o empaña la satisfacción del trabajo: al contrario, enmascara las carencias con una gratísima vocación de inacabable futuro.

Este acto de hoy es el desenlace de un camino comenzado a transitar hace ya unos diez años. Era una mañana primaveral, como las iniciales de los más representativos cuentos tradicionales, brillante, encendida; esas páginas inaugurales que acarrean, inexorablemente, una nutrida sucesión de felicidades y de portentos (En mi jardín, ya correteaba aquella familia de mirlos atrevidachos, que no se escondían, sino, al contrario, nos miraban insolentes). Pues esa mañana, llegaron a mi casa, en el campo, Manuel Villa y Belén Moreno. La charla se prolongó bastante. Yo pertenecía ya a la Fundación, pero, entregado a otros menesteres, no estaba integrado en ella. Me di cuenta de que la larga conversación tenía un fin. Debían querer comprobar que el profesor apartado   —34→   del quehacer oficial, estaba en sus cabales todavía, no desvariaba. No querían saber si tenía metódicos y reglamentados achaques puntuales o accesos violentos, sino, simplemente, si aún no era el viejo gruñón inaguantable y cascarrabias que es de temer. Y aquí estamos. Y puedo afirmar que en esta tierra nuestra, tan hosca, tan enconada en sus apasionamientos y malquerencias, me he sentido siempre a gusto en la Fundación, tratado con esa pulcra alianza de respeto y afecto que hace posible el trabajo rentable y fructífero.

Hoy acuden a mi memoria desvelada, en pleno tumulto, aquí, en pie sobre mi propia voz, entre el papel donde escribo esta rara gratitud y mi sonreída mirada, las frecuentes visitas a los despachos ministeriales, recitando la legislación sobre las universidades privadas. Vamos una vez y otra en grupito discretísimo, estamos aquí todos hoy reunidos... Aparentamos muy bien una selección de niños bien educados, el documento de identidad en la mano hay que tener propincuo al conserje). Modosos, parecemos incluso temerosos de sentarnos de forma poco correcta, no nos vayan a poner de nuevo en el ancho rellano de la escalera, por torpones... Recitación del problema una vez más, de su situación, de su lentísimo progresar. ¿Cuántas veces? Ni siquiera lo comentábamos a la salida. Quizá, en alguna ocasión, sentados en una cafetería próxima, ante una taza de café,   —35→   mentiroso de momentáneos entusiasmos, yo he lamentado que mis conocimientos de los espacios siderales sean escasamente de primeras letras. Quizá quizá, con un esfuercillo, pueda acercarme a los nombres de los eclipses, a diferenciar entre equinoccios y solsticios. De haber sabido algo más, algo, un blanco de la uña que fuere, habría podido, admirable trabajo, calcular, al centímetro, la distancia a la que solía encontrarse, más allá del último planeta descubierto, la personalidad que acababa de emplazarnos para otra visita. Eso sí, sonriendo, dándonos cariñosos golpes en la espalda con la palma de la mano...

Un viejales, quiérase o no, tiene que aprovechar todas las oportunidades que encuentre a su paso para dar un consejo (no solicitado) o extraer una moraleja (seguro, seguro: no adecuada). Yo no debo ser menos hoy. Y la traspaso a los jóvenes que me escucháis. Cualquier empresa, por compleja que se nos ofrezca; cualquier aventura más o menos ilusoria que se nos ocurra, todo, absolutamente todo puede lograrse. Todo podemos convertirlo en circunstancia nuestra, con su peso, sus esquinazos, su intransferible cielo. Por difícil que parezca. Basta sólo con querer lograrlo y, una mañana cualquiera, dar el primer paso. Con buen humor y, si es menester, haciendo de tripas corazón. Siempre me ha provocado un sosiego cómplice un pasaje de Paul Claudel (poeta que no está entre mis preferidos): «Si hubiese que   —36→   beberse el mar; solamente el primer vaso estaría salado». Es verdad. Ánimo, pues, y a llevar, entre todos, la Universidad Antonio de Nebrija al hondón del prestigio que, sin duda, le corresponde, el que no puede alimentarse más que con el trabajo alegre y constante. Esa mañana inicial de los cuentos está ahí, la tenemos delante, sin respiro. Para mí fue aquella en que aparecieron en mi casa Belén Moreno y Manuel Villa, y aquí estamos. Me llevo, hoy, en cambio, una de las satisfacciones más hondas y gozosas de mi vida.

¡Ah, se me olvidaba...! ¡Muchas, muchísimas gracias!

Imagen del acto





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