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ArribaAbajoJosé Enrique Rodó. Sobre el sudamericanismo: breves párrafos

Germán Joaquín de Salterain


A la Revista «Ariel».

Ya que se inicia la aurora de la inmortalidad sería absurdo el querer condensar en párrafos volanderos la síntesis crítica de su obra y de su vida: analizar el fermento ideológico que ofrecen los dos a las generaciones futuras.

Por una alquimia superior habíase operado en su alma una transubstanciación admirable de la serenidad armoniosa y la dulce tolerancia de los patriarcas homéricos. Y esto sin mengua de la energía y la pasión augusta de los años luminosos que cantaban en su corazón.

Sin la aparatosidad romántica de los demagogos del arte; sin el apasionamiento empecinado de los artífices de la ambición; sin el tamborileo monótono de las propagandas de secta. Por encima de todo ello y con el fervor idealista de las que han penetrado lo hondo de la tragedia humana, así surge más grande que el tumulto efervescente de las pasiones y vencedor heroico en el combate por la luz, la euritmia y la bondad, suprema trilogía de los más grandes artistas: armonía superior entre los discordantes valores morales que el capricho de los humanos y la fatalidad de lo imperfecto en su misma naturaleza, nos imponen aisladamente.

Y vayamos a nuestra cuestión:

El sudamericanismo o no es nada más que una fórmula vacua o representa un ideal afirmativo. En este último caso, la obra de Rodó lleva en sí los gérmenes de una renovación de ideas que parecían muertas para la luz aunque todavía dieran en los bajos fondos de la vida, conceptos vacíos a los predicadores de un falso panamericanismo.

Bolívar soñó con la confederación ideal de todos los estados latino americanos del norte y del sur con la capital en Panamá. ¿Cómo respondieron las generaciones ya pasadas al llamado ya la intuición poderosa del genio? Resolviendo las contiendas de casa con ayudas más o menos adventicias e interesadas y reduciendo el ideal de solidaridad internacional al vago palabrerío de los congresos y las recepciones diplomáticas.

Bien, ya conocemos el resultado: no insistiremos, si no es para evocar las consecuencias prácticas de una doctrina de libertad aplicada como sistema de colonización en nombre de un ilustre ciudadano: Monroe.

Si no hemos sufrido en carne viva las consecuencias del internacionalismo ideológico materialista, si es verdad que es Sud América la tierra de la paz desde hace años: también lo es que la masa ciudadana puesta en el caso de afirmar su compenetración con los principios que triunfaron en la última contienda, lo hizo, en casi toda la América latina, de una manera espontánea y natural, vibrando como un solo corazón, cantando como una voz su entusiasmo. Y lo que impulsó en forma viril la ayuda noble que su brazo otorgó para las regiones del otro hemisferio, ¿faltaría en el caso de que lo necesitara una nación hermana del continente? El principio básico de nuestra libertad colectiva, de nuestro común odio a la tiranía material y moral fallaría por completo si tales hechos se realizaran. Pero no; despierta estaba la conciencia del continente a la realidad actual y por la voz de nuestro gran artista habló evocando la renovación amplia de los ideales vivos del genio único de nuestra América.

Luchando Rodó desde la cátedra de su admirable apostolado artístico fue más allá de los que fijan una fórmula de pensamiento estético o de los que sueñan con utopías vanas e inadaptables a las condiciones de la vida actual. Fijó en su ensayos la convicción serena y fuerte de una renovación por el amor a la belleza y luchó por afirmar en sus conciudadanos, ya que los de todo nuestro continente lo eran en su corazón, el sentido del sudamericanismo por la compenetración de los ideales comunes, por la afirmación práctica de una solidaridad real y poderosa.

Montevideo, 11 de febrero de 1920.