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Hostos: las luces peregrinas

Marcos Reyes Dávila Hostos



Cubierta

Anteportada

Imagen

Hostos. Imagen, modificada en computadora,
de José Buscaglia para la Medalla Hostos a la Solidaridad




Dedicatoria


Como hijo de Manuel y Sarah
Dedico este libro a todos
-¡todos y todas!-
los compañeros y amigos
que respondieron al llamado
a participar en el Simposio
HOSTOS: FORJANDO EL PORVENIR AMERICANO.

Para todos y todas
«amigos de mis ideas»,
compañeros,
y hermanos.



En memoria de Julio César López.



Portada




ArribaAbajoPrefacio

El centenario de la muerte de Eugenio María de Hostos, ocurrida el once de agosto de 1903, fue conmemorado en la Universidad de Puerto Rico en Humacao con un simposio de carácter internacional que bajo el título general de Hostos: Forjando el porvenir americano, aglutinó actividades de diversa índole, entre ellas: la presentación de 34 ponencias, una exposición de artes plásticas (gráfica y escultura), recitales poéticos, presentación de libros, una representación teatral, homenajes a distinguidos hostosianos, conciertos musicales y la otorgación de la Medalla Eugenio María de Hostos a la Solidaridad al pueblo de Vieques.

Entre los productos permanentes del simposio estuvo la publicación de las actas en el número 48-50 de la revista Exégesis y la realización de un disco compacto que recoge todos los trabajos sobre Hostos publicados hasta entonces en Exégesis. Presentamos ahora al lector, como secuela del simposio y de las actividades conmemorativas del centenario, una colección de textos diversos -discursos, conferencias, ensayos, artículos, cartas públicas e, incluso, un poema épico-lírico- escritos en un lapso de veinte años, en torno a temas hostosianos, por el coordinador general del simposio, director de la revista Exégesis y ex director del Instituto de Hostosianos, Marcos Reyes Dávila. Hostos: las luces peregrinas recoge gran parte de sus trabajos escritos en torno a la vida y obra de Hostos publicados en medios como Exégesis, Brecha (Uruguay), Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), Claridad, la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Diálogo, Bayoán, El Cuervo (Puerto Rico) y otros. Tras examinar críticamente la biografía, la peregrinación por el sur, la obra literaria, la pedagogía y las luchas políticas, el autor traza la ruta revolucionaria de una vida definida por la anticipación y que, consagrada por el principio rector de la libertad, la realización del hombre completo y la ambición de paz, madrugó los tiempos.

Aunque habíamos reservado el título de este volumen para una proyectada biografía de Hostos que, más allá de toda seducción, se nos figura imperativa, optamos por utilizarlo en esta ocasión ante la improbabilidad de ver algún día realizada esa ambición.

Los trabajos se ordenaron conforme a las fechas de publicación. Nos movió a ello el hecho de constatar que nuestro primer trabajo publicado sobre el tema, «Hostos: las manos y la luz» [1986], contiene de facto, aunque de manera embrionaria, las principales tesis sobre Hostos que hemos defendido por más de veinte años. Indicamos, en cada caso, la fecha de escritura y el medio de publicación. Por existir en muchos de ellos variantes publicadas en torno a un mismo tema, seleccionamos el más completo. No se retocaron ni revisaron los textos, ni siquiera para evitar o reducir repeticiones, excepto los errores de ortografía o de puntuación detectados y algunos extremos del trabajo «Hostos según Ruano».

Pensamos, finalmente, al respecto de las controversias que en torno a las dispares interpretaciones sobre la obra de Hostos se han generado en estos últimos años, que urge distinguir el mapa -conceptual- de moda y los intereses que representa, del territorio que categoriza. Y que un pueblo sólo se construye dentro de la red de solidaridad que arma la continuidad del agua de los ríos.

Destacamos, finalmente, que el presente volumen constituye la primera incursión de la revista Exégesis en la publicación de libros, y que nos complace pensar que, si no fuera la última incursión, las ediciones ulteriores quedarán fundadas en un libro sobre Hostos.




ArribaAbajoIntroducción

Hostos, las rutas revolucionarias


Ni el carácter revolucionario de la lucha por la paz, ni la destacada aportación de Eugenio María de Hostos en esta lucha, son hitos indubitablemente establecidos en los textos ni en las interpretaciones de su vida y de su obra. Sin embargo, son éstos dos de los más importantes desembarcos a los que nos han llevado casi veinticinco años de peregrinación por las obras de Hostos y sus rutas revolucionarias, recopilados a grosso modo en este volumen.

Inicialmente pensamos reunir para el lector estos trabajos con el propósito de enfocar algunas de las tesis que hemos hecho nuestras a lo largo de varias décadas, desde que las formulamos por primera vez en nuestros trabajos de los años ochenta. Yolanda Ricardo nos sembró la idea en Arecibo -¿recuerdas, Yolanda?- y nos incentivó a hacerlo así en ocasión del centenario de la muerte de Hostos. Despertó en nosotros, entonces, la esperanza de que, reunidos en libro, pudieran ser vistos estos trabajos desde una nueva perspectiva que fuera más allá del estilo de discurso poético en que fueron encarnados muchos de ellos, de manera que pudiera verse el sentido del grano y la profundidad de la simiente que carga y abriga una palabra que le huye al uno, dos, tres, de la crítica académica pero que, no por eso, carece de objetividad, propuesta y visión. No se diga que la prosa modulada, cargada de poesía, no tiene luz, saber ni inteligencia o que sólo -y necesariamente- falsifica, endiosa y talla mitos.

Las tesis nuestras son, básicamente, las siguientes:

En primer lugar, el carácter esencialmente revolucionario y radical del quehacer hostosiano, tomado en su conjunto;

En segundo lugar, la dimensión extraordinaria de su obra literaria, esencialmente comprometida, revolucionaria y radical, en cuanto estuvo dirigida a los propósitos de la liberación, tanto en el plano individual como en el plano de los pueblos;

En tercer lugar, el carácter cenital que asume su prédica por la libertad humana, ante la cual subordina incluso la moral y la pedagogía, la sociología y la política, y hasta la idea misma de independencia;

En cuarto lugar, el descubrimiento de que muchos de los desarrollos más importantes de las teorías hostosianas devienen de ese estudio de sí mismo que lo llevó a reinventarse, y del método terapéutico que instrumentó para superar, en sí mismo, las «pasiones absorbentes» y las grietas de su carácter, y para poner en función de la voluntad y la conciencia todas las fuerzas de su ser;

En quinto lugar, la invención utópica de una América democrática y bolivariana a la que llegó tras aunar, movido por una curiosidad sin anteojeras, el estudio multifactorial de todo lo que halló a su paso por los países del sur, guiado por el principio de federación, el «principio de libertad», y por la urgencia de hacerle justicia -¡ya!- a todos los condenados de la tierra.

No obstante, el intenso penetrar en los textos hostosianos que realizamos con motivo de la conmemoración del centenario de su muerte, y el diálogo intenso y fecundo con los estudiosos de Hostos que nos facilitó la coordinación del simposio que con motivo de este centenario celebramos en el recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico en agosto de 2003, nos llevó a revisitar sus luces peregrinas, las avenidas de la actualidad de su obra insepulta, su acción oculta a todo lo largo del siglo XX, su presencia en los sorprendentes hechos de la lucha de Vieques contra la marina de guerra norteamericana, así como su presencia en los actuales esfuerzos descolonizadores. Poco a poco fue concretándose, además, la función revolucionaria de la paz que fue fuente y destino de los esfuerzos y metas más acariciados por Hostos. Pudiera decirse que el carácter revolucionario de su lucha por la paz se enmarcó, en buena medida, en el principio del «benemérito» Benito Juárez que se refiere al respeto al derecho ajeno, y en la necesidad de una educación para la paz y la libertad (O. C., X: 250).

Revolucionario aparece Hostos en la historia, al menos desde que inició su vida pública-productiva. Revolucionarias eran ya las tesis ancladas en sus novelas germinales, tanto La peregrinación de Bayoán, como La tela de araña. Bayoán [Urayoán], el cacique taino que cometió el primer deicidio en la historia de las rebeldías de la América colonial, no sólo encarna en la novela de Hostos los elementos básicos de la nacionalidad antillana y sus contradicciones con el poder colonial de la metrópoli, sino que al recapitular la historia de la dominación impugna los fundamentos del poder colonial incentivado por los requerimientos de la justicia y los derechos humanos. El que hemos llamado nosotros «joven Hostos», el de la época española, no buscaba en verdad simples reformas al régimen colonial de las Antillas. No sólo demanda, por el contrario, una revolución que reivindique los derechos naturales de los isleños, sino que demanda y procura una revolución en la propia España que dé al traste con el régimen monárquico e instale, no sólo una república, sino una república federal, esto es, una república que revalide los derechos políticos de las provincias y de los isleños. La isla de Bayoán es ya un archipiélago de carácter claro y distinto, pero ubicada en tiempos prelareños, antes de la gesta heroica, anterior al Grito de Yara, e incapaz, ajuicio de Hostos, de garantizar la libertad de alcanzar la independencia.

Hostos no se mueve impulsado por ideales inflados, desubicados de la realidad concreta; por eso su pensamiento revolucionario busca estrategias viables no convencionales. La preocupación cardinal por la libertad es lo que lleva a Hostos a no plantearse, antes de 1868 -ni después, ¿en?-, la independencia absoluta de Puerto Rico, aunque sí busca -siempre- la soberanía. Incluso después del 1868, y tras defender en la España liberal a los revolucionarios de Lares y de Yara, el mal llamado Hostos independentista que surge tras la revolución septembrina española es un Hostos que necesita garantizar la viabilidad del país en la Confederación de las Antillas, ambición ésta que sustituye la España federal que antes buscaba.

Precisamente esta ruptura de Hostos con los líderes triunfantes de la revolución republicana española, desmiente su alegado reformismo, pues Hostos rompe con España y con su prédica anterior cuando triunfa en apariencia el régimen por el cual luchaba. ¿Por qué rompe? Porque los revolucionarios liberales se negaron a crear el estado federal que podía responder a las necesidades particulares de las provincias, y se negaron a extender los principios de la república y su régimen de derechos a las islas. Es por eso que ni siquiera la oferta de la gobernación de Barcelona puede seducirlo. El federalismo es un principio cardinal característico del pensamiento político de Hostos, eje y motor de sus teorías sociales, políticas y económicas, tanto al respecto del destino de las Antillas, como de otros espacios, allende los mares, incluso los países todos de América. Es por eso que me sorprende que el nuevo proyecto de las obras completas de Hostos haya eliminado el tomo que recogería los trabajos en torno a este principio rector, según dispuse en mi época de director del Instituto de Estudios Hostosianos.

La tela de araña, por su parte, nos permite acceder a otras facetas de esa enzima revolucionaria de Hostos que reacciona radicalmente en todos los medios. Ernesto Álvarez y José Luis Méndez han explorado algunas de sus novedades. Álvarez ha propuesto, sólidamente, que ambas novelas de Hostos están estrechamente vinculadas a sus diarios, de manera que son hijas de la introspección de su carácter. La manera como Hostos enreda y traspasa su intimidad con sus aspiraciones antillanas, ha sido observada también por Félix Córdova Iturregui. Pero La tela de araña explora otras preocupaciones hostosianas que tienen que ver más con su análisis psicosociológico del núcleo familiar, por un lado, y las contradicciones entre las necesidades auténticas del ser íntimo y lo que extrapolando un poco pudiera llamarse ya el «malestar en la cultura», por el otro. Al menos, no cabe duda, Hostos particulariza en este texto el tema de la educación sentimental de la mujer. Es perentorio anotar, además, que Hostos ya formula aquí, de manera inequívoca, una de las tesis revolucionarias que desarrollará en Chile años más tarde: la radical igualdad de los géneros.

A nuestro juicio, la aparente vacilación entre la autenticidad y los convencionalismos que señala al respecto de La tela de araña José Luis Méndez en su libro reciente, Hostos y las ciencias sociales (San Juan, EDUPR, 2003) obedece al hecho de que la novela se escribió con urgencia para someterla a tiempo al certamen de la Academia de la Lengua. El joven Hostos llevaba años realizando ese autoestudió que llamó una vez «la sonda» con el propósito de dirigir el desarrollo de su carácter, templar sus «pasiones absorbentes» y construir e inventar en sí al «hombre completo» -¿hombre nuevo?- de sus aspiraciones. Ese laborioso estudió psicológico del carácter que habría de descollar pocos años después en sus estudios de los personajes de Shakespeare, no alcanza a mostrar en esta novela sino su punta de iceberg. En ese sentido, tal vez pueda aducirse que Hostos consideró la novela abortada, como también pudiera aducirse que descartó por la misma razón su tercera novela, La novela de la vida, de la cual sólo llegó a publicar el primer capítulo, «La última carta de un jugador», capítulo de un desenfrenado frenesí emocional y moralizador, seguramente de corte romántico, y anclado en uno de los dolores perennes de Hostos: la pérdida de su madre en 1862, doña Hilaria.

Aunque Hostos no vuelve a transitar los predios de la novela tras su salida de España, si regresa en varias ocasiones a la ficción narrativa corta, así como al cultivo del teatro, incluso de la poesía. La supuesta abominación de la literatura en Hostos, de la cual se hace eco incluso Julia Álvarez en su novela de 2002, En el nombre de Salomé, es una interpretación absolutamente errónea de sus postulados sobre la moral que pretende ignorar, olímpicamente, que Hostos fue toda su vida un ardoroso escritor, acaso nuestro Cervantes literario, pero como éste desdeñó la literatura de caballerías, en broma y en serio, Hostos desdeña, no la imaginación, sino la literatura que se enajena de la realidad y de la verdad. Como ocurre con Martí, acaso pueda considerársele un importante autor moderno, incluso modernista, pero no del primer modernismo de Rubén Darío.

Por otra parte, en los inicios de su etapa revolucionaria en América, Hostos se convierte en líder -sin ejército- de los esfuerzos de la emigración para apoyar la revolución de Céspedes en Cuba y para promover una nueva revolución armada en Puerto Rico. En estos años llega a su cúspide el Hostos conspirador de las juntas y asociaciones de Nueva York, el Hostos que se mueve de manera incansable por todo el escenario antillano de guerra, y el Hostos que arenga y convence en innumerables discursos y proclamas revolucionarias de un tono aún no apreciado, pues la fuerza acaso soez y destemplada de sus textos parece haber sido editada en las obras completas de 1939. Estuvo dispuesto, e intentó, enrolarse con un fusil en la mano en una expedición armada dirigida a Puerto Rico y en otra que intentó desembarcar en Cuba. Su respeto por los derechos de Cuba y de Puerto Rico lo colocan de frente contra el independentismo anexionista. Los apremios de la historia lo llevaron, en cambio, en su famoso viaje al sur de América, en un extraordinario periplo que le permitió entenderse con sus países y lo sumergió en el estudio de sus problemas.

Si bien Hostos no pudo eludir la definición de ideas y principios a la que propende la filosofía, no fue un filósofo metafísico ni un intelectual de torre de marfil. Así como salió en más de una ocasión a experimentar en campo abierto la fuerza de los temporales, así como subió a caballo los Andes y bajó a tierra estudiar los fenómenos de la Tierra del Fuego, Hostos recorrió los caminos, buscó los protagonistas, enfrentó las fuerzas actuantes de la realidad concreta. Fue, toda su vida, un hombre comprometido con la justicia y un pensador militante y solidario con los pobres y con los marginados. Vivió intolerante con las injusticias. Podríamos hablar, extrapolando, de un Hostos tercermundista así como de hecho hablamos de un Hostos antiimperialista. Ese antiimperialismo que se enfrenta, al iniciar su viaje sur, parado en tierra panameña, y a propósito del proyectado canal centroamericano, a la herencia colonial europea y a los nuevos proyectos y las ambiciones de Europa y de Estados Unidos.

De su intenso estudio de los países del sur y de su inspiración bolivariana, nacerá como una consecuencia lógica una sociología dirigida no sólo a la comprensión de nuestros países, sino a la imperiosa agenda de su transformación. La derrota del levantamiento de Cuba, lo obligará a buscar nuevas estrategias revolucionarias en la pedagogía, es decir, en la formación de los cuadros militantes de un ejército transformador de futuro.

Hostos no llegó, porque no podía llegar, no podía plantearse en serio, una revolución socialista en estos países intervenidos y dependientes. Sin embargo, llegó por su propia cuenta a formular un concepto acorde con el socialismo revolucionario, no marxista, al desentrañar el origen de la riqueza en el trabajo y la fuerza productiva de un proletariado que vio en contradicción con el capital. Pero más que eso, Hostos destaca en su ecuación cómo el trabajo deviene no sólo en riqueza, sino en independencia y libertad1. En su estudio de las fuerzas sociales, en sus luchas políticas todas, en su búsqueda del «hombre completo» y en el propósito último y más alto de su labor pedagógica, Hostos estuvo guiado por el norte del derecho humano a vivir, en libertad, una vida moral al margen de las aberraciones y de las injusticias. Esa búsqueda de libertad, para sí y para todos, ese intento de conquistar en el «reino de este mundo», y de construir -no idear o concebir, simplemente- una utopía de unidad entre nuestros países y de reivindicación de todos los marginados, más allá de la ilusión y la promesa, es la tierra prometida de la paz, el destino final de sus esfuerzos. Las rutas revolucionarias de Hostos pasaron -y acaso, aún pasan- por la lucha por los derechos políticos, de hombres y de pueblos; la lucha anticolonial; la lucha antiimperialista; la lucha en favor de los desposeídos y los marginados; la lucha por despertar los poderes alternativos de la sociedad civil; la lucha pedagógica por el hombre y la mujer «completos»; la lucha, de mayor envergadura, por forjar en sí un carácter de acero; y la lucha, luz sin fin, por la libertad de todos los seres humanos.

En la presentación de las actas del simposio, recordé unas palabras que expresé días antes en la presentación de la revista Biekesí:

«Cuando cerramos en Humacao en el pasado mes de agosto el simposio que dedicamos a honrar a Eugenio María de Hostos en el centenario de su muerte, entregamos al pueblo de Vieques, a través de las manos de su alcalde, también desobediente civil, también sentenciado al de profundis de la prisión federal, la Medalla Eugenio María de Hostos a la Solidaridad. Estábamos convencidos de que Hostos, en la coherencia insobornable y abnegada de su vocación solidaria y libertaria, sobre todo para con los pobres de la tierra, hubiera estado con el pueblo de Vieques y hubiera apoyado con certeza la desobediencia civil, pero además, inclinado por vocación nata y por entrenamiento nonato a la mirada dilatada que todo lo vincula y anticipa, Hostos estaría reclamando mucho más: algo así como el fin de las guerras, el fin de las invasiones, el fin de los atropellos de las naciones poderosas contra las más débiles.

Es cierto que Hostos intentó casi toda su vida organizar, inducir, apoyar, con todas las fuerzas de su espíritu, las guerras de independencia de Puerto Rico, de Cuba y de otros países del mundo. Cierto es que Hostos quiso ser en su juventud un artillero. Y también es cierto que intentó desembarcar en Cuba con un fusil. Pero en 1898, en Puerto Rico, y por el contrario, organizó una Liga de Patriotas para promover un plebiscito y procurar la fuerza imponderable de la solidaridad y los consensos. El mundo, para él, había ya cambiado.

Y es que Hostos fue, antes que nada, un hombre de porvenir, un estudioso de la realidad cambiante, un innovador de cambios, un maestro de futuro, un dirigente promotor de una utopía alcanzable de justicia, libertad y dignidad para todos.

Eso nos permite asegurar, más allá de toda conjetura, que la revolución que Hostos propugnaría hoy, que la revolución que se desprende de sus obsesiones y se depura de sus dilucidaciones, pasa ahora por la búsqueda de la paz, pasa ahora por el fin de las beligerancias, pasa por la prohibición de las guerras, pasa por la destitución de los ejércitos, pasa por la abolición de todas, todas, las armas de destrucción masiva del mundo. No hay hoy proclama más peligrosa para el imperio que la demanda de paz. Paz es la consigna que a propósito de la guerra criminal, de rapiña, contra el pueblo de Irak, para el robo impune de sus recursos, escandaliza a los promotores de las guerras en Washington. Paz es la consigna que se multiplica en multitudes por todas partes del planeta. Los pueblos del mundo, hoy, reclaman paz, es decir, el fin de los ejércitos. Signifique eso lo que signifique, también, para la Universidad de Puerto Rico y sus programas de 'ciencias militares' (ROTC). ¿O es que, de espaldas a la lección de Hostos, vamos a calcular ahora el precio de un principio?».


(Exégesis 51: 13)                


Es cierto, también, que Hostos planteó en varias ocasiones la utilidad de desarrollar un programa de estudios militares y que hizo participar en ellos a algunos de sus hijos. Nos lo recuerda Alejandro Torres. José Juan Beauchamp también nos lo recuerda en un brillante libro sobre la pedagogía hostosiana que publicó recientemente en internet [Educación hostosiana: ¿hacia dónde marchamos?, 2004]. Pero examinemos de cerca cómo aborda Hostos este asunto.

Tras el 1898, y como Comisionado de Puerto Rico, Hostos planteó como parte de su esfuerzo negociador al presidente de Estados Unidos la «reducción del ejército de ocupación», hasta la cantidad indispensable para que el pueblo de Puerto Rico pudiera aprender de él «la organización y disciplina» así como «la influencia que en la formación del carácter tiene el ejemplo de un ejército bien disciplinado» (O. C. [2001], vol. II: 260). En un artículo incluido en las obras de 1939 (XIII.II: 249-251) Hostos aboga por «convertir la enseñanza militar en enseñanza cívica», de manera que el arte militar tenga por única finalidad la defensa, 'contra extraños y contra propios, del derecho de todos y el de cada uno'.

Es, en verdad, en el Tratado de moral (Capítulo XVIII: El derecho armado. Libro Tercero: Moral social, en O. C. [2000], IX.I: 275-279) donde Hostos expone a profundidad los principios que fundamentan la práctica militar y su enseñanza. Hostos parte del concepto del derecho y de la necesidad de «armarlo». Con ello Hostos quiere decir que los derechos no existen sino se ejercen, y que el derecho no crece sino se le hace vivo y efectivo:

«Derecho no ejercitado, no es derecho; derecho no vivido, no es derecho; derecho pasivo, no es derecho. Para que él sea en la vida lo que es en la esencia de nuestro ser, hay que ejercitarlo. Ejercitarlo es cumplir con el deber de hacerlo activo, positivo y vivo. Ejercitarlo es armarlo. Armado del deber, el derecho no necesita para nada de la fuerza bruta».


(276)                


No obstante, Hostos reconoce la necesidad de utilizar lo que llama 'fuerza del derecho'. Así, por ejemplo, cuando se ha creado un derecho artificial que contra el derecho natural privilegia a pocos, o cuando un usurpador extranjero, en nombre de conquista o de ocupación, nos domina sin sujeción a ningún pacto e imponiendo a nuestra vida la ley de su interés o su capricho, es entonces «lícito» que «afirmemos con el arma de la fuerza el derecho que de ningún otro modo podemos vivir y realizar» (277). Hostos, que como hemos siempre dicho, va del hecho concreto al principio abstracto, para volver al hecho concreto, concluye lo siguiente:

«El deber abstracto de hacer efectivo el derecho, ejercitándolo, comprende tres deberes concretos: el de ejercitar el derecho, el de sostenerlo, el de defenderlo».


(278)                


Mucho nos recuerdan los apuntes de Hostos en estas páginas los apuntes de Martí al respecto del mismo tema, incluso su discurso de La edad de oro, y precisamente cuando defiende el derecho de insurrección de los «Tres héroes». Dice Hostos:

«El que abandona en un momento de desidia su derecho; el que no siente lastimado el suyo cuando se lastima el de otro; el que sordamente se promete cobrar por medio de la fuerza la justicia que se resiste a pedir al tribunal; el que ve sin sobresalto la violación de una ley; el que contempla indiferente la sustitución de las instituciones con la autoridad de una persona; el que no gime, ni grita, ni brama, ni protesta cuando sabe de otros hombres que han caído vencidos por la arbitrariedad y la injusticia, ése es cómplice o autor o ejecutor de los crímenes que contra el derecho se cometen de continuo por falta de cumplimiento de los deberes que lo afirman».


(276)                


Así, puede Hostos proclamar que «se cumple con el deber de sostener el derecho, cuantas veces y en cuantos momentos lo vemos negado, zaherido o perseguido en otro, guiándonos entonces por el principio de que el derecho lastimado en uno es derecho lastimado en todos» (278).

Estos prolegómenos son los que nos obligan a concluir que Hostos, vivo y presente entre nosotros, defendería el derecho a la vida y a la paz de los viequenses, y de todos nosotros. Al así hacerlo solo estaría defendiendo el derecho a la vida, la dignidad y la libertad que se realizan sólo en el reino de la paz.

Algunos estudiosos de la obra de Hostos sugieren que Hostos fue una figura inerte en la historia puertorriqueña del pensamiento del siglo XX. Nos preguntamos si, en efecto, estuvo ausente en la obra y pensamiento de Matienzo Cintrón y de José de Diego. Nos preguntamos si puede constatarse su ausencia en la obra de Llorens Torres o de Nemesio Canales. Nos preguntamos si estuvo ausente en el pensamiento de Pedro Albizu Campos, Julia de Burgos o Francisco Matos Paoli. Nos preguntamos si estuvo ausente en Juan Antonio Corretjer y su Liga Socialista, o en Concepción de Gracia y su Partido Independentista Puertorriqueño, o en Juan Mari Bras y el MPI o el Partido Socialista. Nos preguntamos si estuvo ausente en los fundadores del Congreso Nacional Hostosiano. Nos preguntamos si estuvo ausente en la Generación del treinta o la del Sesenta. Nos preguntamos si estuvo ausente en la rebelión nacionalista, en el joven Julio César López y la Dra. Margot Arce de Vázquez que izan por vez primera la bandera nacional en los predios de la Universidad de Puerto Rico, o en las huelgas de la caña y las luchas sindicales. Nos preguntamos si estuvo ausente en la obra de Lorenzo Homar y los grandes artistas plásticos. O en las luchas por un verdadero plebiscito. O en las luchas descolonizadoras y los reclamos de autodeterminación. O en los fundadores de nuestra filosofía. O en los educadores del país. Si las respuestas a estas preguntas son las que creo, entonces, cabe cuestionar quién mitifica al desmitificar fraudulentamente, del mismo modo que cabe recordar la sabiduría de aquella expresión del sentido común que aconseja no pretender tapar el cielo con la mano.

No obstante, nadie cuestiona que la dinámica de la vida colonial es, para el común de los colonos, que constituye la inmensa mayoría de la población, desidia y enajenación del entorno verdadero, ceguera y sordera total ante las manifestaciones de fuerza de aquellas figuras extraordinarias que enfrentaron el avasallamiento. ¿A qué extrañarnos, entonces, de que Hostos, igual que todos los próceres de la historia patria, sea un virtual desconocido en ese país ilusorio que genera, como lo hace con cualquier mercancía, la publicidad, o un factor inerte en la prédica de titulares frívolos de los medios? ¿Cómo extrañarnos de que aquéllos que podían inspirar reto o solución al problema colonial sean anulados, reducidos, oscurecidos y enlodados?

Al regresar a Puerto Rico en el 98, Hostos vio que no podía depender de los caciques políticos ni de sus partidos. Descubre, entonces, como lo ha demostrado Roberto Mori en su libro Hostos insepulto (2003), la fuerza original de las comunidades, el poder civil del pueblo, y apela a él directamente fundando la Liga de Patriotas. Ni esos caciques políticos de la colonia ni los caciques del poder económico que medra en ella, reconocerán al Hostos que los denuncia como líderes de bandos, y no de partidos. ¿Les corresponderá hacerlo a los que aún aspiran a construir la patria libre?

En carta dirigida a su padre, Hostos se lamentó en una oportunidad de haber madrugado demasiado, de haber llegado muy temprano a los grandes propósitos de su vida. No obstante, nada lo amilanó. Su vida toda es lucha. Los hechos ocurridos en 1875 en la República Dominicana, cuando le cierran el periódico tres veces y tres veces lo abre al día siguiente con un nuevo nombre, dan la cifra exacta del carácter de un hombre que siempre buscó la manera de continuar batallando. Por eso hablamos de las luces peregrinas de su ruta revolucionaria. Pensamos que Hostos sabía muy bien que no había ni hay victorias finales, definitivas; que la vida, toda, es lucha, y, la felicidad, tener la oportunidad de seguir combatiendo guiado por la visión de una utopía. Una utopía definida en el Programa de los Independientes a partir de un grupo de principios y puntos de partida. Una utopía que define una agenda de trabajo concreto. Una utopía que no es sino el espacio del quehacer donde se forja, día a día, aquí, y para nosotros, el porvenir. De espalda a todo abuso, a toda tiranía, a toda injusticia. En el reino de este mundo. Y con ardiente paciencia.

Hostos no puede brillar, en verdad, en la colonia. Su naturaleza verdadera se remonta a un tiempo que aún no llega. Empero, el Hostos que yo sé abrió la ruta de nuestro destino colectivo y guarda la puerta de la libertad.






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ArribaAbajoHostos: las manos y la luz2


«[...] Si no creyera en lo que agencio [...]
[...] ¿qué cosa fuera la maza sin cantera? [...]».


Silvio Rodríguez.                



ArribaAbajoLa fragua de Hostos

Hostos no está con nosotros. A 162 años de Ayacucho; a 118 años del Grito de Lares; a 91 años de la guerra de independencia que las Antillas, bajo la dirección de Martí y la inspiración de Hostos y de Betances, desenfundamos contra España; a 88 años de la ocupación norteamericana; a sólo tres, prospectiva la mirada, de su sesquicentenario, aún Hostos no nos acompaña. Aquí, en este recinto que muy bien podría abrigarse con sus huesos, reconocerse en su nombre y reclamarle, un busto patentiza con dureza de roca esa ausencia, que ¿es ausencia o es desconocimiento?

El siglo XIX nos cuenta la historia de un pueblo estrangulado y disperso en tres Antillas y un continente, nos confiesa de su incorporación al tiempo que no acaba de Bolívar, de su despertar a los aires de la primavera de los pueblos, de una muchedumbre curtida en la privación y la impaciencia que reclama por fin identidad, y se imprime a sí misma el carimbo de muchos nombres ardientes que desconocemos, como desconocemos la agonía y la pasión de sus vidas municipales y de sus vidas heroicas.

No hemos acudido hoy a invocar el nombre de Hostos en vano. Hablamos de un hombre que en la limitación de los barrancos de aquel siglo, hízose ala, para fundar, ante la historia incrédula, árida y falaz, la república moral de Puerto Rico. Hablamos de un hombre que en la fragua más fatal de nuestra historia, se desenvainó carbón encendido, hecho para quemar el mal inútil, hecho para arrancarle senderos a la sombra. Hablamos de un hombre que se concreta en su nombre pronunciado, nos sorprende como embarazo en el pecho, y nos inquieta el caminar. Hablamos de un hombre cuya muerte irrumpe en el aire y cunde trueno por toda la tierra antillana, como un resquemor, una desazón, una angustia desvelada e insomne. Aquél que, ante Hostos, pretendiendo justificar lo injustificable, alegó: «Soy español primero que republicano», descubrió sin proponérselo los quilates de este «ilustre desconocido». Pues Hostos fue patriota puertorriqueño por ser, antes, revolucionario. Y por eso mismo fue íntegramente cubano, indoblegable haitiano, apasionadamente quisqueyano, antillanista del zapato al sombrero, revolucionario latinoamericanista. Si desconocido o si lejano, si descansa en la república hermana, espera por nuestro reclamo desde esa tierra que lo reclamó siempre como lo hace hoy, desde el corazón de su gente, y porque espera sobre el pecho de «sus islas», como pudo también esperar, en esa montaña patagónica de Chile que lleva ostentosa su nombre.

Hostos estuvo siempre donde pudiera ser útil a los propósitos de «ese mundo moral» (Cintio Vitier) que condujo cada paso de su vida. Marchó de Puerto Rico cuando no pudo serle útil al país que no lo escuchó. Y estará de regreso cuando lo llamemos con aquel mismo sentido de urgencia con que llamara él a «Ruiz, Segundo Ruiz», en el cementerio de Chile.




ArribaAbajoLa luz: una pedagogía para la liberación

Eugenio María de Hostos fue, como saben ustedes, el maestro inserto en el político, el político inserto en el revolucionario, el revolucionario inserto en un hombre de carácter excepcional. Digámoslo de otra manera: Hostos fue un hombre de condición inédita y sin émulo, dirigido a toda luz y abierto esfuerzo a formular «principios» que se reñían frontalmente con la realidad social del mundo hispánico. Del reformismo inicial intentado por vía revolucionaria en España entre las altas figuras de un nuevo gobierno, pasa sin fricción ni demoras al convencimiento de la necesidad de una revolución en las Antillas, gemelo y espejo ya, de esos esfuerzos cenitales del siglo que son Ramón Emeterio Betances y José Martí.

La conciencia revolucionaria de Hostos, hija de principios éticos incuestionables y claros, de un sentido de razón creador, y de un apremio de justicia reparador, fue embarcadero que se encauzó por rumbos diferentes. El más notable, tal vez, fue la lucha política que para nuestro Hostos era, en cierto sentido, labor de pedagogía. El pedagogo, es decir, el que conduce, se hermana con el profeta, capitán de pueblos, líder del cambio.

Don Pedro Henríquez Ureña observa que en la mayor parte de la vasta obra escrita de Hostos rezuma el maestro: «Cuando no es estrictamente didáctica -nos dice-, para uso de aulas, esclarece principios, adoctrina, aconseja». Cuando no es ciencia, es ética, nos impone dirección en el saber y en el sentir. ¡Y qué eco de mundo era este Hostos! ¡Qué sol para cobijarlo todo! Contemplemos un momento esta asombrosa diversidad recorriendo algunos de sus títulos: Tratado de lógica; Ciencia de la Pedagogía; Geografía política e histórica; Prolegómenos de sociología; Prolegómenos de sicología; Tratado de moral; Lecciones de astronomía; Manejo de globos y mapas; Comentarios de Derecho Constitucional; Geografía evolutiva; Hamlet; Moral social; Gramática general; La enseñanza científica de la mujer; Comedias; Cuentos a mi hijo.

Para Chile y para la República Dominicana la mayor parte de sus empeños académicos. Llamado por ambos países, fundó por toda la isla hermana escuelas normalistas, y de comercio, náutica, escuelas de artes y oficios, academias militares, escuelas preparatorias, kindergarten, un instituto profesional con facultades de derecho, medicina, farmacia e ingeniería; dirigió escuelas y preparó sus maestros; escribió los textos; creó los materiales, y redactó las leyes de educación. Libró una ardua batalla a favor de una enseñanza sin las cegueras del dogmatismo, el autoritarismo y el memorismo de la escolástica; implantó la enseñanza científica y laica; dio rango académico a la sociología; defendió el derecho de la mujer a la educación científica y creó, para eso, una Escuela Normal para Mujeres y un Instituto de Señoritas; fundó escuelas nocturnas para obreros. Introdujo el trabajo manual, la gimnasia, el juego, las excursiones, las masas corales, las artes domésticas, las lecciones objetivas. Y organizó a los trabajadores de la educación al instituir la Asociación de Profesores. En Chile llegará a ser rector del Liceo de Chillan y del Liceo Miguel Luis Amunátegui. En la República Dominicana, Inspector General de Enseñanza Pública, y luego, Director General de la Enseñanza. Presidentes y dictadores, incluso ese lobo sombrío llamado Hilario o Ulises o Lilis, descubren su sombrero ante Hostos. Y el padre Billini, portavoz de la reacción católica y escolástica, se retracta ante los frutos irrefutables de su escuela normal.

Pero los propósitos pedagógicos de Hostos desbordan la mera preparación académica. Portador de su llama inextinguible y fiel al norte revolucionario, Hostos, con su ciclópea carga educativa no había abandonado su lucha política tras la Paz del Zanjón de 1878, que dio fin a la guerra de Cuba: sólo le daba forma nueva en la lucha magisterial. La tarea que se había impuesto era la de enseñar a pensar a América; la de crear antillanos para su confederación necesaria; la de sembrar razón y entendimiento; la de forjar principios, amor por la libertad y voluntad de intransigencia con la justicia; la de crear, en suma, un ejército en ejercicio de civilización capaz de unir -en sus palabras- «los fragmentos de patria que tenemos los hijos de estos suelos».

Por eso, cuando triunfa en la república antillana ese enemigo real de siempre, la tiranía odiosa de toda inteligencia, cultura y bondad, Hostos parte a Chile. Y allí, nuevamente, cuando hasta Chile llega la noticia de la nueva guerra de liberación antillana que organizara Martí, abandona todo lo instituido y el aprecio nacional de Chile, movido por el imperativo rector de su existencia: la acción directa por la justicia y por la liberación de los pueblos. Gracias, Hostos, por tu ejemplo.




ArribaAbajoLibertad y revolución

Contra los males endémicos de nuestras sociedades coloniales, como contra los males endémicos de la sociedad española, la receta hostosiana incluía como ingrediente sine qua non la educación para la libertad, pues consideraba prioritario, para que fuese factible y no utópico cualquier transformación política, que las masas desgarrasen esa red y venda de la superstición, la ignorancia, esa obediencia ciega a la autoridad económica con sotana y bendición o sin ellas, y fuesen capaces de discernir cuáles eran sus verdaderos intereses y cuáles sus verdaderas soluciones.

Cuando los norteamericanos ocuparon la isla riqueña con el propósito de anexarla, Hostos, que intentó evitarlo con innumerables trabajos, que procuró por medios diversos que las autoridades coloniales norteamericanas reconocieran la personalidad jurídica del país, reconocieran que, en respeto a sus propios principios fundadores, debían crear las condiciones de autodeterminación, debían respetar el derecho internacional, el derecho constitucional propio, el derecho moral que no caduca de puro imprescindible; cuando invaden los norteamericanos -repito- y Hostos no consigue tampoco que los puertorriqueños se organicen para defender su soberanía, formula para la Liga de Patriotas que funda, propósitos políticos y propósitos cívicos, educacionales; fundación de escuelas, que funda, mientras dicta conferencias que creen conciencia entre los puertorriqueños de los derechos que les cobijan y que deben reclamar como derechos inalienables. Cuando no puede vencer, Hostos educa para la futura libertad.

En su trabajo sobre el poeta cubano Gabriel, de la Concepción Valdés -Plácido-, Hostos había detallado los males que afectan a las sociedades coloniales: en lugar del concepto del derecho individual y social, había -hay- desprecio de la autoridad reinante hacia el derecho, y la fuerza del egoísmo individual; en lugar de orden moral, encontramos soborno de caracteres y conciencias; en lugar de moralidad intelectual, escepticismo, postración; en lugar de la noción de lo bueno y lo justo, el mal omnipotente y la iniquidad procaz; en lugar del sentimiento de la dignidad, la indignidad reinante; en lugar de integración, desintegración.

La dignidad hostosiana no es un vano orgullo que se permita florecer entre cadenas y hambre. Es una condición de integridad de los cuerpos incompatible con la esclavitud, la sed y la subordinación colonial que sólo pueden producir «una sociedad infortunada, no formada, aún no organizada y ya desorganizada, cadáver de un cuerpo no desarrollado, esqueleto de un muerto que no había vivido». La ausencia de este elemento vital para la vida de los hombres y de los pueblos, sólo podía producir en Puerto Rico, para decirlo con palabras que en las historias de nuestra literatura le atribuyen al español Jacinto Salas y Quiroga, «el cadáver de una sociedad que no ha nacido».

Y esa libertad nutricia, principio rector de toda sana transformación social, esa libertad ansiada, es, para Hostos, sanar: «sanar es devolver a un organismo el uso regular, normal, natural, de cada uno de los órganos que conjuntamente fabrican la salud». Y esa libertad habría de ser antillana, o no sería, y a ella habrían de advenir juntas las islas, o no advendrían.

Parte considerable de la labor de Hostos cuando llega a Nueva York en la década del 1870, fue combatir, dentro del independentismo, un irreflexivo y deslumbrado brote anexionista. Lo combate como destino para la República Dominicana junto a Luperón y contra Báez. Adelantaba ya en 1870, desde perspectiva algo invertida, aquél célebre primer artículo martiano del Partido Revolucionario Cubano al proclamar: «Yo estoy en Nueva York para hacer la revolución de Puerto Rico y contribuir al desarrollo de la de Cuba». Entre las filas del movimiento cubano también florecía, vigorosa, la amenaza anexionista.

Si el afán anexionista antillano era amenazante, lo era porque entre las autoridades norteamericanas, en la prensa, y en las actividades económicas, se veían signos inequívocos y se escuchaban voces articuladas consignándolo. Hostos había empezado a notar a mediados de la década de 1870 la transformación económica y política, y el vivo apetito imperialista que se apoderaba de los Estados Unidos. Es, según vemos, al calor de esta compleja coyuntura, que Betances -primero, Hostos y Martí después- idea y propone la necesidad del antillanismo y la confederación antillana.

Hostos, en 1896, lo formula como sigue:

«Los Estados Unidos, por su fuerza y su potencia, forman un miembro natural de esa oligarquía de naciones. Nacer bajo su égida es nacer bajo su dependencia: a Cuba, a las Antillas, a América, al porvenir de la civilización, no conviene que Cuba y las Antillas pasen del lado del poder más positivo que habrá pronto en el mundo. A todos y a todo conviene que el noble archipiélago, haciéndose digno de su destino, sea el fiel de la balanza: ni norte ni sudamericanos, antillanos: ésa nuestra divisa, y ése sea el propósito de nuestra lucha, tanto de la de hoy por la independencia, cuanto la de mañana por la libertad».



Radicalmente contrario a la anexión -mucho más si forzada- como desembocadura para cualesquiera de sus islas, y como amenaza y peso para los países del Sur, Hostos anota en su Diario, en 1870, esta sentencia profética:

«Yo creo que la anexión sería la absorción, y que la absorción es un hecho real, material, patente, tangible, numerable, que no sólo consiste en el sucesivo abandono de las islas por la raza nativa, sino en el inmediato triunfo económico de la raza anexionista, y por lo tanto, en el empobrecimiento de la raza anexionada».



¿Qué razones podían mover a las gentes a desear esa anexión? Los problemas de credibilidad y orgullo denigrado que campearon por la América comparada injustamente con el norte henchido y la Europa almacenada, fueron resueltos por Hostos de forma parecida a la solución luminosa que les diera Martí. Así lo hizo también con la encerrona imperialista del problema de civilización y barbarie. Y así lo hizo bosquejando las causas que explican las enormes diferencias de estado social, político y económico que existen entre la América nuestra y la América sajona. Como Martí, con ademán severo, dictaminó, además, en contra del enajenado europeísmo para indicar que «estamos para ser hombres propios, dueños de nosotros mismos, y no hombres prestados», y que es a través del conocimiento de nosotros mismos, y no de la importación de esquemas y soluciones, que conquistaremos lo nuevo de este mundo nuevo.

Así, pues, las Antillas que nacieron de un mismo parto, encerradas en un mismo callejón geopolítico, y destinadas por eso sufrir los mismos ventarrones, sólo independientes, confederadas, y así incorporadas al continente, encontrarían su destino redimido. La dignidad de las islas era para Hostos una condición de supervivencia, un fenómeno concreto, articulado, «numerable»; pero también imprescriptible.

Cuando, consumada la ocupación, Puerto Rico es «robada de lo suyo» y despojada del derecho de autodeterminación, del derecho a plebiscito, Hostos señalaría para la posteridad -que somos nosotros:

«Aquellos de entre los puertorriqueños que vean más a fondo el porvenir, seguirán queriendo que Puerto Rico sea un Estado confederado de las Antillas unidas en un todo político y nacional, y esos puertorriqueños saben ya que ni hoy ni mañana ni nunca, mientras quede un vislumbre de derecho en la vida norteamericana, está perdido para nosotros el derecho de reclamar la independencia, porque ni hoy ni mañana ni nunca dejará nuestra patria de ser nuestra».






ArribaAbajoLas manos: un laborar incontenible por la liberación

En su etapa de formación española, antes de cumplir los 30 años, Hostos desempeñó una actividad revolucionaria de altos vuelos que culminó con el periodo liberal republicano que triunfó en el 1868. Entonces se le ofreció, incluso, la gobernación de Barcelona. Pero aquéllos que se proclamaron españoles antes que republicanos carecían de principios y atributos para servirle a «sus islas» como era imperativo hacerlo. Hostos, raíz y ala en cada acto, rompe con ellos y marcha de regreso a América.

Su gesta de reivindicaciones y de regeneración fue distribuida por igual al servicio de Puerto Rico y Cuba, de las Antillas todas, y de Nuestra América en general. En Nueva York, junto a Betances -siempre adelantado, precursor-, y mientras pudo ser útil, sirvió con aliento encendido a las causas de la revolución. Conspiró y agenció, buscó armas y medios, acuñó con voluntad indebatible la teoría y la moral, propagandizó y convenció. Abordó incluso la embarcación de una pequeña expedición armada dirigida a Cuba que a poco de zarpar halló naufragio. Cuando no pudo ya serle útil a sus propósitos en Nueva York, emprendió su peregrinación de propaganda y solidaridad por Colombia, Perú, Chile, Argentina, Brasil y Venezuela. Dondequiera que estuvo defendió lo justo y propuso soluciones. Abogó con tal ahínco por el ferrocarril trasandino -por ejemplo- que la primera locomotora que cruzó los Andes llevaba su nombre. Explicó por los países del Sur la causa de las Antillas como causa de Nuestra América, pues más que el compromiso bolivariano de Ayacucho, más que la culminación del sueño justo del territorio americano, la independencia de las Antillas serviría a la independencia de las repúblicas suramericanas al aplacar, con ese paso firme, el hambre del «minotauro americano».

En 1876 Hostos publicó el Programa de los Independientes, documento que contiene desarrollados principios que Martí consideró un «catecismo democrático». No formuló tesis marxistas, tal vez porque sólo pretenderlo hubiese sido idealismo. Pero se mostró entonces todo lo revolucionario que le era dado ser en su lugar y su día.

Recordemos que en estos países caribes y convulsos, oligárquicos o tiránicos, imperaban aún relaciones de producción basadas en la esclavitud o en el trabajo servil. Hostos, más allá de su vocación contra toda superstición y dogma, dedicó su vida a luchar por un gobierno republicano y democrático. Ello significó hacerse de una posición en la precaria y desguarnecida trinchera antiesclavista, antiabsolutista, anticlericalista, anticolonialista y antiimperialista. Convencido de que «la revolución es el estado permanente de las sociedades», denunció cuanta presa de injusticia alcanzase a conocer, ya fuera en América, en Polonia, en Irlanda, en China.

Lo encontramos a toda hora y en todo momento inmerso en la hoguera sufrida de los pueblos, para rechazar desde allí cuanta explotación sale a su paso; para consagrar su voz, su pluma y su ejemplo a la confraternidad de todos los pueblos; para defender sólo con armas de alma, a todos los desheredados y a todos los desposeídos, fueran huasos, araucanos o rotos de Chile, fueran chinos o quechuas en Perú, o fueran indios o gauchos en Argentina; lo encontramos entregado en cuerpo y alma a «pedir práctica leal de los principios democráticos, formación de un pueblo americano para la democracia, educación de la mujer americana para precipitar -con ella- el porvenir de América»; lo encontramos reclamando redención para los asalariados y los campesinos; lo encontramos inmolándose a sí mismo en la línea de fuego, al descubierto, invocando a América a provocar por su propia mano su propia superación. Su vida, una tragedia de Esquilo.

Hecho para resistir y hecho para liberar, Hostos actuó siempre dispuesto a responder en cualquier momento según la razón del derecho y la justicia. Abandonó toda comodidad y toda holgura para sufrir las mayores penurias, vejámenes y estrecheces. Al llegar a Nueva York hecho ascua, la primera vez, vive de limosnas. Al volver en 1898, tras abandonar ya viejo la rectoría de Chile, no encuentra trabajo en la ciudad trasmutada, sorda y ruidosa, que ostenta con sorna ya evidente la Estatua de la Libertad.

Como Prometeo encadenado, Hostos entregó el fuego divino de los dioses al «hombre malogrado» de las Antillas; y le dio la esperanza. Creó, donde no lo había, sentido de porvenir; lo auguró, y cuando no, lo diseñó para nosotros. Representó, como Betances, el esfuerzo titánico del impulso creador con toda su secuela de heroísmo doloroso y tragedia militante.

Nadie, como Hostos, representó ese espíritu de rebelión creadora. Nadie como Hostos, más tenaz, perseverante; nadie, mejor toreador de la adversidad; nadie más pronto a asumir «sin mancha y sin desmayos» la necesidad tantas veces cruel de sus actos, y el destino trágico, previsible o no, de aquéllos que sostienen indoblegablemente enarbolados los principios de justicia y razón. Nadie, como Hostos, portó más heroicamente el fuego que afirma lo imposible como posible y que niega lo visible como lo únicamente posible. Gracias por el fuego, Hostos. Gracias por el fuego.




ArribaAbajoHostos: unción de acero

Luego de este somero recorrido por el recuerdo de Hostos, duele y sorprende escuchar voces muy autorizadas sostener la tesis de que Hostos «murió de asfixia moral». La frase anterior es de Henríquez Ureña. Juan Bosch sugiere que la muerte advino como consecuencia de un abatimiento general y no de la «afección insignificante» que lo atajaba. Es innegable que en el Diario encontramos heridas como ésta:

«Qué vale un hombre que, al cabo de treinta y tantos años de continuo agitarse en el vacío, cae de repente en el centro de la realidad para confundirse violentamente contra ella y saber, al cabo de su vida, que no ha estado viviendo, que ha estado soñando, que son sueños insensatos sus aspiraciones a todo bien, a toda justicia, a toda verdad, a toda perfección individual y colectiva y que la única cosa que no es sueño, por más que parezca una pesadilla del infierno, es la aterradora realidad del infortunio irreparable de su patria, del sacrificio irreparable de su familia, de su propia irreparable desventura?».



En la última página del Diario, escrita sólo cinco días antes de su muerte, Hostos, contemplándose a sí mismo, lamentaba estas palabras:

«Volví a hallar al pobre Sócrates. Ya está muy abatido. Al "¿Cómo va señor?"; me contestó: "Arrastrándome". Y efectivamente arrastraba un tanto las piernas. Y comentó el arrastre: "Hace días siento calambres que a veces son fuertísimos al despertarme y que después se convierten en un cansancio de piernas doloridas. Aun más fastidioso que ese achaque de casa vieja, es la cantidad de sedimento de estómago que se me ha depositado en la lengua, y que ya parece que no cede a los purgantes. Mientras tanto, trabajando, a pesar de que me prescriben el descanso completo. Pero el trabajo es hasta un entretenimiento indispensable en mi mal". "Pero, en suma -le pregunté con interés afectuoso-, ¿qué mal es?". "¿Mi verdadero mal? ¿El verdadero?". "Ese". "Mi mal verdadero...".

No había en su voz ninguna amenaza de suicidio; pero sí una tan intensa expresión de fastidio de la vida, que repercutió hondamente en mi cerebro, tan poseído ya también del fastidio de la vida».



Si bien estas palabras expresan desalientos con gran fuerza, es cierto que las páginas de pesimismo y frustración no son pocas a lo largo y lo hondo del Diario, y que van seguidas, a menudo con ritmo súbito, de páginas de gran exaltación, esperanza y, como él mismo decía, «deber de iluso». Además, las páginas citadas no muestran una progresiva decadencia del ánimo. Están insertas entre otras en las que Hostos, Fénix de sí mismo, se muestra ya observador, ya ecuánime, ya entusiasta, ya pronto al consejo y a la rectificación. El Diario transparenta a un Hostos, ora abatido por las renovadas luchas civiles que sangran nuevamente las calles dominicanas, ora interesado en el análisis de las causas. Sí nos habla Hostos de «ese mortal fastidio de las horas», pero es el «fastidio de las horas continuas sin trabajo», que para Hostos es, en los pueblos turbulentos, «el gravamen más pesado».

Dudamos sinceramente que este recio luchador, Sísifo depuesto mil veces y mil veces dispuesto a ascender, perdiera repentinamente, al final de su vida, una de las propiedades más constantes de su esencial carácter: la unción de acero.

¿No tuvo cosecha Hostos? ¿Fue triste su cosecha como sugiere Bosch? Al hacer Hostos, en el 1872 la biografía de Plácido, concluye con estas palabras:

«La eternidad hace bien en ser paciente. Los momentos pasan; pasan con ellos los hombres; pero siempre llega el día de la victoria para la justicia. Que no lo vea el que por ella ha sucumbido, eso ¿qué importa? El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue el día».



Y mientras llega el día, que «ni mares, ni sirtes, ni ventisqueros, ni caos, ni torbellinos os arredren; más allá de la tempestad está la calma: con hojas se hacen tierras, con verdades se hacen mundos».

Imbuido de tal convencimiento no tuvo aliento Hostos para el desaliento que desaira y postra. Presto a volver con sólo pedirlo, lo sentimos reanimarse entre nosotros. Airado, álgido y tronante, Hostos es la imagen de un pueblo armado, finalmente, de su alma; armado, finalmente, de su muerte y de sus muertos; armado finalmente de su vida y su destino; armado de su amanecer, y amanecido.






ArribaAbajoHostos, el escritor, o el augurio imperioso de América3

Para mi hijo Marcos Ariel, porque un día será más hostosiano que su padre.

«Hablaros de las Antillas es hablaros de mí mismo».


Hostos, Yara.                



ArribaAbajoPreliminares

Comenzamos con una afirmación categórica que requerirá sin duda de glosa y hermenéutica: Eugenio María de Hostos es uno de los más notables autores literarios puertorriqueños de la América Nuestra. Los títulos de nuestros trabajos previos sobre el tema revelan el contenido que esconde este continente: Hostos: una literatura para la liberación4 y Hostos: la llamarada escrituraria5. En este estudio hemos recogido parte de las expresiones vertidas en esos trabajos a la vez que hemos incluido otras para ofrecer, como un mosaico que reuniera varias perspectivas, una interpretación cabal de la obra y la teoría literarias de Hostos.

Téngase en cuenta que la obra literaria de Hostos no puede resolver el problema de especificidad y catalogación de los textos hostosianos. Como ocurre en el caso de Martí -y así lo hace constar Cintio Vitier en la Obra literaria selecta de José Martí que publicó la Biblioteca Ayacucho- las páginas literarias de Hostos desbordan los parámetros de los llamados géneros puros, agigantándose precisamente en los ensayos, notas de viajes, el mismo Diario que se publican en estas obras en otros volúmenes. Téngase en cuenta además que, según explicaremos posteriormente, apenas existe como un atisbo tímido y reciamente reprimido una intención primaria estética en los textos de Hostos. Más aun: no hay intención estética primaria ni aun en los supuestos géneros puros agrupados aquí, excepto, tal vez, en la poesía y el teatro. Los tomos que recojan la literatura hostosiana quedan así truncos por el artificio imprescindible de articular una obra de dimensiones oceánicas, concebida bajo el imperio de la desazón, la urgencia justiciera, y dentro de la fragua de plenitudes de un ser de genio habituado a los relámpagos y dotado de la palabra aluzada de su videncia.




ArribaAbajoHostos y sus críticos

Curiosamente, ni siquiera Hostos, el escritor, se salvó de la nube del olvido que cubre nuestro suelo desde el 1898. Hostos, el escritor, no es menos desconocido que el Hostos educador, el político, el antillanista o el revolucionario. No obstante, en lo que al escritor y su obra concierne, podríamos afirmar que la relación de Hostos con la literatura se ha distorsionado de la manera más desconcertante hasta el punto de crear en torno suyo un mito donde el hombre real resulta irreconocible.

Lo primero que es perentorio destacar cuando hablamos de Hostos como escritor es que muchos de sus críticos no han sabido encontrar al Hostos literario, a pesar de su innegable magnitud continental. Desde Antonio S. Pedreira, José Balseiro, Adelaida Lugo Guernelli, y Luis M. Oraa, hasta Luis Zayas Michelli, la mayoría de sus críticos han logrado difundir la imagen de un Hostos que aborrece la literatura o que no alcanzó a levantar vuelos con ella ya fuese por su alegada «renuncia» o porque el hábito moralizante y docente destiñe sus páginas. Aun cuando se advierta el talento literario en Hostos, éste se percibe sólo como un potencial no realizado, y por ello, merecedor de nuestro lamento. Diríase que su inmensa obra reduce su importancia a lo más propiamente escriturario, es decir, lo rendido al servicio público, fuera instrumento de sus empeños políticos, moralizadores o docentes, o fuera certificación objetiva de la realidad vivida, sin más descarga incendiaria ni embarazos de alto riesgo.

Recordemos que cuando nace Hostos en 1839 Puerto Rico era una isla que recién sentaba las bases infraestructurales de una futura nación. El desgobierno colonial español malnutrió al país, lo anemizó. Todo era aquí conato, primerizo. Apenas hacía unas décadas que empezaban a publicarse los primeros diarios y libros para un país casi analfabeta. Tenía Hostos sólo cuatro años cuando se publica el primer vagido de la literatura puertorriqueña: el Aguinaldo puertorriqueño de 1843. Apenas veinte años más tarde, en 1863, publicaba Hostos una obra de cumbre andina: La peregrinación de Bayoán. Ella sola bastaría para asegurarle a Hostos un sitial de honor en nuestra historia literaria todavía emergente e indecisa, pues no será sino hasta la década de los ochenta, cuando un aluvión de obras importantes cristalice con fulgor sin muerte la esperanza de una tierra prometida en el empeño de Betances. Por, pero no sólo por ella, tiene Hostos ese lugar destacado: lo tiene también por la totalidad de una obra -que, si bien acompañada de otro puñado de obras capitales, distintivas, verdaderamente singulares- hace de nuestra historia literaria, desde las últimas décadas del siglo XIX, una historia verdaderamente nuestra6. Entre todos los autores decimonónicos del país, Hostos es bahía aparte, porque rezuma una experiencia continental nada común y, además, porque es personalidad transfigurada por la experiencia de la soberanía, de la continentalidad asumida, de la ejecución de sus ideas -con sus posibilidades y sus limitaciones- desde el gobierno chileno y dominicano.

Francisco Manrique Cabrera, Josefina Rivera de Álvarez, José Ferrer Canales, Julio César López, entre otros, destacan el carácter cenital -para usar del calificativo que acuñó Juan Antonio Corretjer- de la obra literaria de Hostos. Andrés Iduarte consideraba «la existencia y la labor de Hostos más disciplinadas que las de José Martí, menos violentas que las de Sarmiento, más emocionadas que las de Andrés Bello». Rufino Blanco Fombona también destaca «las condiciones de perennidad» de las páginas hostosianas. Este desentendido entre críticos que lo lamentan y críticos que lo alaban obedece, probablemente, a varias causas. Una de ellas -tal vez la matriz, porque genera otras- es la disparidad entre el concepto decimonónico y el contemporáneo de lo que es un escritor.




ArribaAbajoUn pequeño género humano

La independencia política del continente planteó antela conciencia lúcida del mismo Bolívar la urgencia de efectuar, sobre la independencia política la independencia cultural. Los siglos de conquista, colonización y gobierno colonial impuestos sobre la América, fueron a la par siglos de conquista, colonización y gobierno colonial en el plano cultural. La hegemonía política, económica y social se vertía también por los cauces de la conciencia y la cultura patrocinada y canonizada. La dirección política se tradujo también en dirección cultural que pretendió con éxito sólo parcial colonizar la imaginación7. La dicotomía entre civilización -europea- y barbarie -americana- estableció fronteras sobre el pecho desnudo del continente que marginaron la expresión de su voz auténtica y natural y que instauraron como cánones únicos aceptables, desarrollados y válidos, los modelos europeos. La ciudad letrada -así llama Ángel Rama al mundo de la cultura hispanoamericana en su obra póstuma del mismo nombre8- convertida por el régimen en ciudad escrituraria y al escritor degradado a mero escribano, estuvo en continua oposición a la ciudad real. Contra ello tronó no sólo Bolívar cuando negó la occidentalidad de América al señalar que ésta era «un compuesto de África y América más que una emanación de Europa», sino una urdimbre de próceres de nuestra independencia cultural. Entre ellos, Andrés Bello, Juan Bautista Alberdi, Victorino Lastarria y Francisco Bilbao9. Pero fueron, tal vez, Hostos y Martí los maestros más grandes de América en este aspecto.

El bolivarismo, que es según Miguel Rojas Mix10 la ideología del primer hispanoamericanismo, al definir al americano como «un pequeño género humano», intentaba abrir cauces de desarrollo propios para el continente cónsonos con su gigantesco ademán soberanista. Roberto Fernández Retamar11 al recordar la conclusión de José Luis Romero en el sentido de que América es «el primer territorio occidentalizado metódicamente», subraya la vinculación que establece Leopoldo Zea entre la occidentalidad y el desarrollo del capitalismo europeo desde el siglo XVI. Con la colonización, es decir, con la incorporación de América a los planes de desarrollo económicos de Europa, el descubrimiento deviene en encubrimiento a través de una política cultural desarraigante. De ahí, en parte, que sea una constante del pensamiento hispanoamericano, según apunta José Luis Gómez Martínez12 -siguiendo a Zea-, la búsqueda de la propia identidad, y con ello, la morfología urgida y apremiante de fundar una nación viable en medio del caos posbolivariano.

La obra medular de Hostos, ya sea en el ámbito de la política, de la economía, de la sociología, del derecho, de la filosofía, de la pedagogía o de las artes todas, está imbuida por el norte de esa emancipación de estirpe bolivariana, por la urgente necesidad de descubrir a la América desconocida por los suyos y recién nacida en el universo de las naciones independientes, para restaurarla, transformarla, proponerle rumbo y destino propios, y modo de alcanzarlos. ¿No apuraba ya Hostos en La peregrinación de Bayoán13 la apremiante necesidad de conocer «la realidad antes de intentar modificarla»? Con este propósito buscaron Hostos y Martí la esencia del carácter mestizo de América, y ambos hallaron que su voz y su pensamiento verdaderos tenían otra raíz -no europea, no occidental-, tallo y follaje distintos, otra sustancia, distinta condición, que halló sólo expresión en el graffiti marginado que logró burlar la censura. El nuevo mundo no lo era sólo a expensas de su nueva geografía y nueva naturaleza. Lo era, sobre todo, gracias a su nueva sociedad y cultura que, a fuerza de soñarlo y desearlo integró su hombre nuevo en mundo nuevo a pesar de los siglos desintegradores del desgobierno español.

El prestigio cultural de las metrópolis siempre ha deslumbrado y seducido al aldeano americano (Martí). Los caminos de la crítica han presumido demasiado con las anteojeras de teorías europeas divorciadas de la producción cultural americana. A principios de siglo desvariaron estos conceptos occidentalizantes por los cabos cenegosos de las teorías del arte por el arte, del purismo aburguesado, de la torre de marfil aristocrática, del esteticismo y el estilismo críticos. Ellos envilecieron y anularon la comprensión del fenómeno verdadero de un arte que surgía lacerado, encarcelado o sangriento, porque poco podían aplicarse sobre una realidad que no contribuyó a crear sus fórmulas y sus categorías.

Por caso egregio se ha citado a Alfonso Reyes quien, en una de sus obras más deslumbrantes titulada El deslinde -el deslinde entre la literatura y la no-literatura- considera como no-literatura a aquellas expresiones que desempeñaron lo que él llama funciones ancilares; es decir, «literatura aplicada a asuntos ajenos, literatura como servicio»14. Lo que Reyes parece no observar es que esta literatura instrumental, de emergencia, escrituraria si se quiere, la literatura comprometida que surge a pesar de la amenaza y el desamparo, parece ser la constante del proceso cultural latinoamericano que no ha podido desembarazarse de sus apremios y sus penurias.

Roberto Fernández Retamar le responde a Alfonso Reyes al afirmar que, precisamente, la «línea central de nuestra literatura parece ser la amulatada, la híbrida, la "ancilar"; y la línea marginal vendría a ser la purista, la estrictamente (estrechamente) "literaria"»15. Ni en el caso cenital de José Martí que menciona Fernández Retamar, ni en los casos capitales de la literatura hispanoamericana, puede afirmarse la sentencia de Reyes sin decapitar absurda y precisamente aquella porción de sus obras que los hace grandes e imperecederos. Ese rumbo, que es una constante del siglo XIX latinoamericano y que es pieza clave de cualquier interpretación que se formule sobre el carácter de nuestra literatura nacional decimonónica, explica la siguiente definición sobre literatura que produce la Revista Puertorriqueña en 1887, seguramente a través de la pluma puertorriqueña de Manuel Fernández Juncos:

Entendemos por literatura el pensamiento humano expresado con arte por medio de la palabra escrita, y en este concepto pertenecen a su dominio, además de los géneros literarios por antonomasia, la elocuencia, la historia, la moral, etc., y no le son extraños tampoco las ciencias y las artes16.

Ése es, naturalmente, el rumbo de Hostos. En su obra la teoría del arte y de la literatura -por un lado- y la producción cultural propia -por el otro-, divorciadas durante toda la época colonial en la vida cultural del continente, se reencontrarán en una unidad de armonía netamente americana que no se avergüenza ya de su estirpe misionera. Es indispensable tener en cuenta estas observaciones porque sólo a esta luz puede entenderse el verdadero carácter de los textos hostosianos y la relación que mantuvo Hostos con la literatura17. Por las mismas avenidas martianas de afirmación americana, superando los cánones occidentalistas, y plenamente enraizado en la realidad americana que se esforzó por entender, buscó Hostos la auténtica expresión del continente con las armas de la indignación lúcida de un verdadero autor tercermundista que desde fecha tan temprana -para un premartiano- como lo es el 1867, ya había proclamado:

«A nuevo escenario, escenas nuevas»18.






ArribaAbajoLa obra literaria de Hostos

La obra literaria de Hostos repunta por al menos 15 de los 20 -ó 21- volúmenes de las Obras completas del 1939. Incluye narrativa, poesía, teatro, ensayo, discursos, diarios, crítica y -claro que sí- sus cartas. Un mismo aliento estremecido traspasa sus textos de modo que nos permite reconocer a su autor. Aunque para efectos comunes la literatura hostosiana se estrecha y limita al cuento, la novela, el teatro, la poesía, la crítica y el ensayo, repasemos con celeridad al menos, su obra en su integridad.

Como narrador Hostos no es sólo el autor de La peregrinación de Bayoán. También es el autor de La novela de la vida y de La tela de araña, ambas novelas perdidas19, aunque se conserva de la primera de éstas el primer capítulo: «La última jugada de un jugador», incluida en este tomo. Las alusiones que hace Hostos sobre las últimas dos confirman su preferencia por el formato confesional del diario que utilizó en La peregrinación. Esta única novela conocida de nuestro sembrador20 es, empero, una de sus obras más reveladoras, no empece el hecho de que Hostos la escribió en 1863, a los 24 años de edad. Aunque en ella Bayoán se muestre en apariencia irresoluto, como un hamlet antillano, la extraordinaria analogía que puede establecerse sin dificultad entre el personaje y el porvenir de su autor demuestra la singular solidez de principios que gobernaban a Hostos a esa temprana edad, y el rigor con el que desde entonces sometía su paso y rumbo, obedientes al dictamen de su conciencia solar.

El autobiografismo es una actitud constante de la obra hostosiana. No obstante el hecho, poco responde a preceptiva literaria alguna, ni aún al narcisismo romántico. Obedece, exactamente, al ejercicio vital de un carácter en continuo examen y autoexamen; delata su conciencia insomne habituada a la perpetua presencia de la luz. Este partir de sí está presente en la novela como fuerza generadora -más real que ficticia- que estructura y organiza la obra misma. El «vivir peregrinamente en confesión», como lo denominó Francisco Manrique Cabrera21 nos da la clave del carácter hostosiano, pero no tan a la ligera. El Hostos de la cuita o la soberbia, de la vacilación o el arrojo, tensionado entre el principio y el pecado que se revela en estas páginas tan próximas a su Diario, ¿es el verdadero Hostos? ¿O lo será, en cambio, el Hostos público, de voluntad, pasión calculada y determinación imbatible?

Este precursor del psicoanálisis crea una obra primeriza ya epítome, modelo o paradigma, de su obra posterior. Ello es así en cuanto la expresión -y con ella la función estética- está subordinada a la función social redentora, militante y proselitista. Hostos proclama esa depuración de fuego -dolorosa, pero incandescente- y la ejecuta sin titubeo toda su vida conforme lo decide. La peregrinación fue escrita con el propósito de abogar por la causa urgente de las Antillas y de apurar la regeneración del hombre hispánico todo. Dentro de ese contexto vindicante, el pensamiento universalista de Hostos se expande hasta recoger en sus velas el sentido civilizador a la larga, opresivo y destructor a la corta, de la llegada de Colón a América. La perspectiva colombina que asume en la narración actúa, paradójicamente, como descubrimiento y reafirmación antillanista y americanista. Así describe la geografía, paso a paso, sobre la cual se erige una civilización distinta a la europea que exige -y no callada- respeto a su derecho de ser y a su dignidad indeclinable.

La afirmación de antillanidad radical lleva consigo la demanda de soberanía. Para Hostos, como se sabe, «la libertad es un modo absolutamente indispensable de vivir»22. Es tan así para los hombres como para los pueblos. Y si en un principio para el joven Hostos fue compatible con la idea de la federación hispánica, poco después será sólo compatible con la federación antillana, exclusivamente. Este elemento libertario impregna cada página de esta novela política -así la califica don Pedro Henríquez Ureña- como energía esencial que la desborda y, casi, como factor numerable.

La novela tiene méritos literarios que la distinguen como índole aparte. Los recursos hoy frecuentados del texto dentro del texto, del autor inserto en la narración como personaje, la intertextualidad, la narración casi toda fluir de conciencia, la ficcionalización de la realidad y de la ficción misma, el contrapunto de las opciones presentadas siempre dentro del reflejo dialéctico del diálogo, o, al menos, de una conciencia hablante, son recursos generados a partir de las necesidades de la historia misma y no técnicas a posteriori impuestas sobre el texto, retorizándolo. Mas la lentitud del tiempo narrativo basado en la epicidad del problema ético y no en la epicidad de acontecimientos fugaces, marginan un poco la obra del interés juvenil, acostumbrado a la celeridad de la televisión.

Otras narraciones de Hostos incluyen Inda, Libro de mis hijos y Cuentos a mi hijo, incluidas en el volumen de Páginas íntimas de sus Obras completas. A pesar de lo que puedan aparentar los títulos mencionados, estos textos no pueden catalogarse como literatura infantil. Antes bien, se trata de obras que Hostos escribió para sí mismo y para su Alma Inda con la intención de reflexionar sobre las dificultades que implica la unión conyugal y la paternidad responsable. En ellas, Hostos, antes de ser padre, examina y resuelve problemas que de ordinario ocurren sin más motivo que la simple condición de ser padre.

En barco de papel23 de 1897 y De cómo volvieron los haitianos24 de 1901 son otros dos cuentos que, como no pertenecen a grupo narrativo alguno, aparecen apartes en las Obras completas. El primero de ellos es, como cuento, obra más urdida que las anteriores. Oscila entre la lucidez de la reflexión y el devaneo de la fantasía. Hostos explora en él la función del imaginar, más que en el conocer yen el pensar, en el vivir mismo. De ahí que confiese recibir de su hija menor una lección de vida aleccionadora, casi redención, pues Hostos consideraba probablemente ya abandonar el Liceo de Chile para embarcarse -¿en barco de papel?- al teatro de guerra de las Antillas en armas. En el relato realidad e idealidad se conciertan. Todos los personajes imbuidos del carácter dual ficción/realidad, y seducidos por la imaginación y el deseo, se desplazan hacia el amado sol de las Antillas y hacia el recuerdo real, vivido, de un naufragio que la imaginación incorpora. En el debate aquí asordinado de un Hostos que ansia partir al teatro de guerra de las Antillas, la alusión a los cómplices que victimizan a la Cuba Libre -nombre que alguien quiso ponerle al barco- se refiere probablemente no sólo a los chilenos, sino a todos los países hijos de Ayacucho que contemplan impávidos el drama sangriento de la luz que nace en el Caribe. La trama articulada sobre los ejes de los oficios de padrazo le añade una dimensión de paternidad que se afirma, desacostumbrada entonces excepto en Martí.

El cuento de los haitianos tiene una tesitura especial. Se aparta del ludismo donoso de En barco de papel para entrar en un ludismo satírico nada común en nuestro autor. Es un cuento del más cruento anticlericalismo. La trama está ideada, empero, con una particular modalidad de realismo mágico que combina lo fantástico con el humor y la ironía, decantada totalmente de pesadas meditaciones. El narrador se sitúa en un plano de total inmediatez, y con toda sencillez y naturalidad desenrosca la mágica caricatura de los incidentes. García Márquez pudo aprender aquí el uso efectivo de la hipérbole en la develación de la asombrosa tramoya de la realidad humana.

El teatro de Hostos tiene una interesante particularidad. Me refiero a que con el género Hostos desarrolla las primicias de la literatura infantil antillana y con ello, según él mismo sostiene, los pininos del teatro nacional dominicano25. La Loa a mamá, ¿Quién preside?, El cumpleaños y La llegada de la guagua son las cuatro tentativas hostosianas en el género a partir de 1886, y todas, con absoluta propiedad, teatro de nenerías o teatro infantil. Aparecen en las Obras completas de 1939 en el tomo de Páginas íntimas, acaso porque como ocurre con los Cuentos a mi hijo, se trata de obras escritas con finalidad doméstica. Antonio S. Pedreira toma nota de otras dos comedias desconocidas: El naranjo (1886), y La enfermita (1889).

La Loa a mamá -1886- está compuesta para celebrar el cumpleaños de su compañera. Es un romance dialogado con sabor a juguete cómico -como todas las demás piezas- de intervenciones cortas y mucho movimiento, como un ambos a dos. En esta, como en las otras piezas, el patriotismo es un factor de intertextualidad que actúa como valor espontáneamente compatible con los motivos centrales. Los dos personajes de esta breve obra no son tales personajes, sino los hijos de Hostos Eugenio Carlos y Luisa Amelia. En la obra siguiente los ¿personajes? se duplican, mientras se multiplica el número de páginas, hasta 16. ¿Quién preside?, representada en 1888, tiene cuatro escenas. Los personajes, el Maestro Ciruela -acaso porque un ciruelo es un hombre muy necio e incapaz-, el Maestro Cebolla -que en alguna acepción implica mando, autoridad-, la Maestra Pimienta -no sólo por picante, sino porque supone un ser muy vivo y agudo- y la Maestra Nueva Flor -alusión a la escuela normalista que creaba Hostos en la República Dominicana-, desarrollan con picardía, ironía y cambios en el punto de vista de personajes oportunistas, el problema de la nueva escuela ante la vieja. Temas de antifeminismo, de extranjería, de lo antiguo y lo nuevo, de la fobia contra lo nuevo y lo ajeno, son tratados con un gran sentido del humor y a través de un diálogo ágil que juega con el equívoco al punto de parecer comedia de errores. La caracterización indirecta de los personajes desmiente lo que ellos afirman ser, constituyéndose así en una de las fuentes de hilaridad.

Aunque Hostos escribió versos, su cultivo fue taller aislado, muy marginal, reducible a sólo un puñado de expresiones de las cuales la oda El nacimiento del Mundo Nuevo o la turba anonadada, escrita a propósito del «cuarto centenario de América» -según el decir de Hostos- es el único caso destacado. Está compuesta de varias silvas, desconocidas algunas de ellas, pues en las Obras completas del 39 se publicó sólo una parte bajo el título inadecuado de El nacimiento del Nuevo Mundo. Hostos quiso rendir un nuevo homenaje a Cristóbal Colón, a quien Hostos exculpa de las atrocidades cometidas por los europeos todos durante la conquista y la colonización. Para ello se sitúa en el momento mismo del encuentro poetizándolo en toda su grandeza humana. De él salen victimados lo mismo Colón que el hombre americano por las fuerzas inmensurables que desató la incipiente burguesía europea. Pero la síntesis de la visión de Hostos que recoge el poema desde el dualismo del título se sitúa en el futuro, más allá de las profundas transformaciones que implicó para ambos lados del océano: para el poeta este fue el parto sangriento de un mundo por fin completo, unificado, y de una potencialmente más alta humanidad.

En cambio, el tronco grueso de la obra literaria hostosiana de raigambre no ficticia se encumbra por los parajes más álgidos y deslumbrantes de la literatura continental. Es la prosa ardorosa y bufante de discursos y artículos de militancia y proselitismo justicieros; es la prosa de rumbo capitán y tino vindicante de su crítica imbatible26; es el discurrir de alma honesta en la página encarnada, viva, del hombre más lacerado y abnegado de las letras antillanas.

Hablamos de la prosa de sus ensayos formales tales como El descubrimiento y el descubridor, o de En la Exposición; hablamos de la crítica de Shakespeare: el Hamlet, el Romeo y Julieta; hablamos de El problema de Cuba o de su Plácido; hablamos de la urdimbre ética de la poesía que pone en evidencia en El propósito de la Normal; hablamos de sus cartas, sus libros de viaje, de su periodismo de urgencias, de la intimidad bramante e ígnea del Diario; hablamos -¿por qué no?- de textos de enjundia maestra como su Tratado de moral. La vértebra de este trabajo es hierro incandescente de herrero. El Cuarto Libro de esta obra, casi una tercera parte de la misma, está dedicada a la «moral objetiva», es decir, a la semblanza de personajes como Bolívar, Washington, Sucre, Colón, Duarte, Miranda, Las Casas, Benjamín Franklyn, Confucio, Pestalozzi, Garibaldi, San Martín y otros más, incluyendo grupos y aun pueblos de ejemplaridad indiscutible que objetivizan los distintos deberes morales.

«Para conocer la deslumbradora personalidad del Libertador -nos dice- hay que comparar a Bolívar con Bolívar». Sus semblanzas destilan esa terneza de la gratitud de quien se sabe a la sombra de los astros. Entre ellos transita Hostos como émulo de sus cenitales. Y con la misma voz de epifanía del Martí de La edad de oro, enseña y repara, mientras ajusta el mito a lo exacto del agradecimiento.

Puede distinguirse entre el ensayismo de lo que podría llamarse el joven Hostos y su obra ensayística definitiva posterior al 1868. Hay varias razones de peso para establecer esta distinción. Una de las más conocidas es que antes del año de la gesta de Lares Hostos concentró sus esfuerzos más revolucionarios que reformadores en una modalidad del objetivo cardinal de su vida diferente a la que lo distinguirá después para la historia: intentar la justicia en las Antillas a través de una estrategia de rebote. Esto es, luchar por la democracia y las reformas radicales que urgían las Antillas desde el centro del poder madrileño. Para hacerlo se alió a los sectores radicales que procuraban republicanizar la metrópoli y dar jaque mate a la dictadura monárquica. Cuando sus aliados triunfan pero faltan a sus principios democratizadores, Hostos rompe con ellos y con esa estrategia para intentar entonces junto a Betances la viabilización de la independencia antillana y su confederación. Hasta ese año de ruptura, el nuestro hostosiano incluye lo español27, aunque en algunos textos se puede percibir cómo va haciendo crisis su sentimiento de fidelidad según se agudizan los conflictos. Así, por ejemplo, en su trabajo sobre El patriotismo, escrito en el 1868.

Hay otros valladares que obligan a distinguir al joven Hostos. Puede percibirse una diferencia en la templanza del carácter. El joven Hostos parece no haber resuelto satisfactoriamente aún en estos textos primerizos los conflictos entre racionalidad y sentimiento del espíritu de la época que le aquejan. En estos trabajos hay numerosas condescendencias suyas a las maneras románticas suprimidas después. Encontramos también cierta inestabilidad de estilo y pensamiento ausentes en la obra posterior. Parece que Hostos, reconcentrado en sí mismo, fragua su carácter y afila armas para salir decidido y victorioso a las campañas que tiene decididas para sí. De los cinco ensayos de 1865, dos tienen ese temple de introspección casi constante en sus obras primeras. Piénsese en La peregrinación de Bayoán; piénsese en el Diario; piénsese en La novela de la vida. En ¡Sitio! Monólogo de un sediento divaga la reflexión que reconoce la temeridad sin embargo infranqueable de su sed de justicia, y proclama su compromiso; en El calabozo crea una alegoría de atmósfera kafkiana que plantea y resuelve el problema de sentirse encarcelado en su propio cuerpo, pero despojado de sentidos místicos, pues se refiere al despertar de sus facultades a la conciencia plena, dominante.

Su prosa es más elocuente que discursiva, y más literaria que elocuente (según la distinción hecha por Enrique Anderson Imbert28 que recoge y hace suya Adelaida Lugo Guernelli en su importante obra: Eugenio María de Hostos: ensayista y crítico literario29). El propio Hostos define en su juventud su estilo como sigue:

«Desflorar el asunto, saltar de reflexión en reflexión, imitar a las mariposas, a las mujeres y también a los hombres de mi tiempo, tomar por asalto a la verdad»30.



Generalmente invertebrado, según decíamos al comentar su narrativa: es también a menudo un estilo involuntario. Es decir, la tesitura de su prosa está vinculada y muchas veces determinada por la naturaleza del asunto.

En los trabajos patrióticos, por ejemplo, encontramos unos ademanes álgidos, enérgicos, nerviosos, inclinados a formas rítmicas de la prosa que en otro tipo de trabajos casi no tienen relieve ni grito. Gusta Hostos de las oraciones -párrafos breves para cambios rápidos y giros bruscos que combina con oraciones- párrafos medianas o largas. Satura los textos de variedad de tono, elipsis, frases lacónicas, las series de ejemplos a menudo con sinonimia de las frases, las frases anafóricas, el retruécano, la conversión, el juego de palabras, el flirteo con silogismos y la antítesis en un fluir dialéctico que propende al pro y al contra de las cosas, al anverso y al reverso, como propende al apasionamiento y al incendio. La acumulación inflama de tensión la frase que se expande con precisión dirigida, y la luz y el calor de la tantas veces vehemente hoguera de sus textos impacientes es cifra de su encarnación y un problema para la interpretación correcta de aquello que se apura y se destempla, un problema de literalidad que agudiza además el fino hilar de su inteligencia. Alexis Márquez Rodríguez lo etiqueta no sin razón de estilo barroco31: un conceptismo americano secular.

Sus libros de viaje son, por otra parte, veta de poesía ética en medio del manto andino de sus reflexiones penetrantes. Concha Meléndez ya lo advirtió, arrobada de verdes, en su trabajo: Hostos y la naturaleza de América32. El tema de la América Nuestra adquiere así, gracias a su peregrinar, resolución inédita y recapitulación afirmativa. El cernimiento del hombre autóctono de América -vario, mestizo, desposeído, depauperado-; el discernimiento de las fuerzas sociales, políticas y culturales que en su refluir se equilibran en el grado cero de la justicia y del restablecimiento, mientras decapitan el porvenir de nuestros pueblos; el inventario de los factores que explican su naturaleza y esencia históricas; la decodificación de la angustia secular que traspasa sus pampas, sus cumbres, sus litorales, y la codificación certera de sus esperanzas posibles, reales a costa tan sólo de su puño unido... Todos estos servicios realizó Hostos por su América suya, y sólo cuando podía distraerse de su gestión revolucionaria antillana. En estos siete veces siete -y muchos más- ensayos de interpretación de su realidad, América inaugura sus augurios fundadores y, a través de ellos, la promesa se cumple y la América es ya nuestra. El Diario de Hostos, finalmente, instituye por derecho propio el nervio rector de toda su producción literaria. Son páginas de expansión oceánica, de yuxtaposiciones arabescas, de heridas y arrojos, de instinto y convicción. Son páginas de encarnación y epifanía. Las mismas cartas de Hostos, el epistolario distribuido en dos volúmenes, llevan a pie, y descalzas, la misma promesa y videncia que se concentran huracanadas en el Diario. Las cartas de Hostos son hojas sueltas del diario de su corazón acorazado para el deber misionero que él intuyó, que él formuló, que él mismo se impuso, sólo. Frente al deber elegido, puso su propio pecho como quilla rompeolas. Y no cejó, no depuso actitud ni procuró relevo a pesar de la travesía homogénea en su desventura.

El Diario de Hostos es la encarnación de un mito inconcebible: un hombre proteico en continúa superación de sí mismo. Por sus páginas, el hombre completo que fue Hostos transparenta sus translúcidos tejidos. Hostos no acalló discretamente en el Diario las voces inconvenientes de la inconsciencia humana; no amordazó en esas páginas al Caín oportunista, desviador y desvirtuador que tenemos todos censurado en el cajón de la cabeza. Hostos no es aquí, como en otros diarios concebidos para su publicación, personaje ficticio. Del Diario puede extraerse mucho más que el psicologismo que nos ha mostrado Gabriela Mora en su no obstante interesante trabajo: Hostos intimista33.

Félix Córdova Iturregui también advierte cómo el Diario de Hostos admite y reclama las más diversas e insospechadas lecturas. Él mismo, en una conferencia reciente (Intimismo y política en el Diario de Hostos, 1988) ha hecho una lectura política de valiosos señalamientos. Entre ellos, el más significativo, nos recuerda que Hostos concibió siempre su intimidad vinculada de una forma compleja y totalmente nueva con la revolución antillana. «Hablaros de las Antillas es hablaros de mí mismo» advertía, llamándose también -betancianamente- antillano. Los asombros que no pueden contener los críticos de Martí ante su insólito Diario de campaña de 1895, se renuevan ante este Diario (1866-1903) que compromete a la América nuestra toda en la tarea sin antecedentes de una «reconstrucción» total hacia adentro lo mismo que hacia afuera, porque la interna construcción de un hombre nuevo -como dice Concha Meléndez34- involucra la transformación plena del mundo.

El Diario es el testimonio de una lucha desigual, porque en el tránsito sinuoso y empinado de su vida, Hostos enfrentó la descarga diaria de una adversidad descomunal; enfrentó el horno inmutable y empecinado de un antagonista mutante e infinito, un imperialismo bifronte, un doble imperialismo. Hostos no pudo vencer. Permaneció como Sísifo toda su vida empujando hacia arriba la roca que volvía a caer. Permaneció encadenado, toda su vida, como Prometeo, asistiendo al continuo restablecimiento de la opresión, la tiranía, el oscurantismo; a la estúpida constitución de la desventurada negación de la utopía social cuya posibilidad él ideó contra todo viento y marea. Pero nos hizo, sin embargos, el servicio imperecedero de hacer esa utopía posible y deseable.

Para explicar el carácter entrañable de la literatura de Martí apunta Cintio Vitier35: «Su escritura no es portadora de una liturgia sino de una pasión; no se define por la espacialidad sino por la temporalidad; no tiene un relieve icono, sino un impulso misional y redentor». Tal vez aun más que Martí, Hostos se ajusta a esas palabras. Su voz es el más magno ejemplo de la escritura como encarnación que caracteriza al cubano, porque no tuvo su palabra humanizada otra misión que la justicia, la libertad y la solidaridad americanas. Su palabra es abnegación sin distracciones esteticistas. Su verbo es la expresión vivida e incandescente de su ser sin sombra y sin descanso. Y su obra, en todo caso, inmersa ya siempre en ese sol del mundo moral que nos explicó Vitier36, una llamarada escrituraria.