Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoHostos en la sangre de Dos Ríos84


ArribaAbajoOración liminar por Martí y Hostos

«Firmada por la muerte» -tu muerte, Martí85, señalada como un augurio en el Manifiesto de Montecristi-, la guerra del 95, la guerra de independencia «que no ensangrentó sin razón» la patria antillana, como decías, hace otra vez ahora, de las tres islas, una. La guerra que recordamos hoy, preñó tu muerte, esa muerte que llevaba entre embarazos la libertad de Cuba y el aldabonazo que alertó la amenazada independencia de tu América. Por ti, «un pueblo libre, en el trabajo abierto a todos [...] sustituye sin obstáculo, y con ventaja, al pueblo avergonzado» en su dependencia. Y porque deseaste que como tu corazón fuera la guerra necesaria, conmemoramos hoy, juntos, y unidos a tu muerte, un siglo de independencia cubana y un siglo de ultrajante coloniaje puertorriqueño. Por eso quiero recordar, con esta oración liminar, no sólo al casi millar de puertorriqueños que engrosó las filas de tu sueño y sembró con su sangre la semilla de la libertad cubana, si no, también, a tu oculto maestro, que herido junto a ti en Dos Ríos, murió de esas heridas, de tu misma herida, en 1903: Eugenio María de Hostos. Permíteme destacar hoy algunos hechos ocultos sobre ustedes, en nombre de ambos.




ArribaAbajoAntecedentes

Un nutrido grupo de lectores de la obra de los próceres decimonónicos antillanos ha reparado en la coincidencia de obra y vida de varias figuras semejantes a nuestros Hostos y Martí. Muchos se han detenido a examinar las afinidades, las analogías, las simetrías, los paralelismos y los diálogos ocultos, que sin necesidad de extensa preparación ni peritaje pueden observarse particularmente entre Hostos y Martí, mediatizado todo por la extrañeza que causa el repetido comentario de que escasean las referencias mutuas, que jamás se dieron la mano ni colaboraron explícitamente con la causa compartida.

Entre los cubanos, distingo las observaciones de Luis Toledo Sande y de Emilio Roig de Leuchsenring. Entre los puertorriqueños, naturalmente, las de José Ferrer Canales y Manuel Maldonado Denis.

Toledo Sande es autor de varios libros sobre Martí, entre los cuales sobresalen Ideología y práctica en José Martí (La Habana: Centro de Estudios Martianos, 1982) y José Martí, con el remo de proa (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1990). Uno de los trabajos reunidos en este último lleva el significativo título de «José Martí, puertorriqueño». En él subraya Toledo Sande el profundo compromiso de Martí con la causa de Puerto Rico, desde el 1871, cuando menciona a «las Antillas» en su opúsculo El presidio político en Cuba. Empero, enfatiza que es con la fundación del Partido Revolucionario Cubano en el 1892 que toma fuerza su proyección antillanista, complemento y producto de la estrecha colaboración que los trabajadores puertorriqueños también organizados, y la camaradería aún más estrecha con boricuas como Sotero Figueroa y su esposa Inocencia Martínez -aquel dueño de la imprenta que llevó desde Puerto Rico a Nueva York y editor de Patria, y aquélla presidenta del primer club femenino de apoyo a la causa antillana86. Destaca, asimismo, la estrecha colaboración de Martí con Betances, residente en París. Emilio Roig, en cambio, sigue la pista a las relaciones de Martí con Hostos a propósito de la recopilación de los trabajos de Hostos sobre Cuba que realizó en razón del centenario de su natalicio en el 1939 (Hostos y Cuba. Segunda edición. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1974). Lo prologa un extenso trabajo titulado «Hostos, apóstol de la independencia y de la libertad de Cuba y Puerto Rico» (31-123). En él, tras repasar brevemente la biografía, enfatiza el compromiso temprano del Hostos que desde el 1863, a los veinticuatro años, publicó en La peregrinación de Bayoán su «grito sofocado de independencia», y que desde el Grito de Yara se convirtió en adalid «de la libertad cubana, como medio para conseguir también la independencia de Puerto Rico, primero, y más tarde la integración de la Federación Antillana» (36). Respecto a eso, cita las durísimas palabras de Hostos publicadas en La Revolución en 1870, con el título de «Manifiesto a los puertorriqueños», y refiere detalladamente la labor propagandística que realizó Hostos en su peregrinaje por la América del Sur, fortaleciendo y completando su visión de Nuestra América como contexto de la lucha antillanista que promueve y analiza constantemente, señalando particularmente los trabajos sobre Plácido y Aguilera, y cerrándola con la cooperación que coordinada con Estrada Palma y Sotero Figueroa realiza desde abril de 1895 como presidente de un Círculo Revolucionario Cubano en Santiago de Chile, constituido por él y otros ocho cubanos.

Roig recorre el origen de este afán unificador de las Antillas presente ya en los sueños de Bolívar, deteniéndose en los esfuerzos conspiradores que motorizó el general venezolano Narciso López desde 1850, en correspondencia clandestina con el célebre novelista cubano Cirilo Villaverde y con los puertorriqueños Andrés y Julio Vizcarrondo, y en la fundación en Nueva York en 1866 de la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico.

Más tarde, al examinar la naturaleza de las relaciones entre Hostos y Martí, concluye, tras repasar los viajes de ambos, «que no tuvieron oportunidad de conocerse y tratarse personalmente», y que no existiendo evidencia de correspondencia entre ambos, sólo es posible rastrear las referencias mutuas en sus obras. De Hostos no identifica nada anterior al 1895. De Martí, rescata para la historia un trabajo de Hostos publicado en el primer periódico que publicó Martí, en La Habana, cuando contaba sólo dieciséis años: La Patria Libre, y, entre otros, la importante reseña de 1876 titulada «Catecismo democrático». Acto seguido, destrenzada la íntima e intrincada urdimbre de sus «ideologías antillanas concordantes», enfatiza la gestión adelantada en el tiempo de Hostos, pero la «fundamentación» y la «visión política de Martí» a su juicio «no igualada y apenas comprendida», particularmente en lo que concierne a la función de las Antillas ante la amenaza expansionista del estado norteamericano. No obstante, opina que en ambos se encuentran «previsiones» y «actuaciones antiimperialistas».

José Ferrer Canales, por su parte, recogió en 1990, en una publicación conjunta del Instituto de Estudios Hostosianos y del Centro de Estudios Avanzados de Puerto y el Caribe, parte de sus numerosos trabajos dedicados a la reflexión sobre la obra de estos antillanistas bajo el título Martí y Hostos. Tras repasar breves expresiones de merecido homenaje, Ferrer patentiza los paralelismos entre ambos, hincando su atención en los siguientes aspectos, sobre todos: antillanismo; antianexionismo; independencia; pedagogía; derechos humanos; y bolivarismo.

De todas las útiles reflexiones de Ferrer Canales, nos parece más significativa y novedosa la relación que establece entre El programa de la Liga de los Independientes de Hostos, publicado en La Voz de la Patria en 1876 y las Bases del Partido Revolucionario Cubano que redactó Martí en el 1892, en cuanto uno y otra, en sus primeros artículos, establecen explícitamente la lucha por la independencia de ambas Antillas.

Maldonado Denis, finalmente, participó en el 1980 en un Simposio Internacional sobre Martí y el Pensamiento Democrático Revolucionario celebrado en La Habana con una ponencia titulada «Martí y Hostos: paralelismos en la lucha de ambos por la independencia de las Antillas en el siglo XIX», publicada junto a «Un reexamen» efectuado diez años después, en Eugenio María de Hostos y el pensamiento social iberoamericano (México: Fondo de Cultura Económica, 1992, 61-70 y 71-78). Tras repasar brevemente y a manera de comparación la biografía de ambos antillanistas, Maldonado Denis pasa a delinear ocho paralelismos entre ellos: el llamado a la autenticidad y a la grandeza de nuestros pueblos y el contraste con la América de Lincoln; la posición antiautonomista; el anticolonialismo en todas sus formas y disfraces; la oposición a las tiranías latinoamericanas; la concepción del proceso revolucionario; la obra pedagógica; la importancia cardinal del sentido del deber y la moralidad; y la confederación antillana. En una tercera parte de este trabajo, Maldonado Denis coteja los pormenores de la relación personal que existió entre ambos.

Es, sin embargo, en el «reexamen» de 1990 cuando informa acerca del comentario de Martí de 1876 sobre El programa de los Independientes. Aunque afirma que Martí «sí [...] conoció la obra intelectual de Hostos desde antes», no ofrece evidencia ni relación alguna, y se circunscribe a expresiones como «no pudo haber pasado inadvertida», o «tiene que haber estado familiarizado». Según Maldonado, no es sino hasta marzo y noviembre de 1893 que Martí vuelve a mencionar, de pasada, a Hostos, en sendos artículos publicados en Patria, además de un comentario no fechado que aparece en el volumen Fragmentos de sus Obras completas.

En lo que concierne a Hostos, Maldonado resalta su labor protagónica desarrollada por Cuba desde su juventud, y destaca, como mérito de privilegiada importancia, que el Programa de los Independientes de Hostos contenía ya «las ideas fundamentales que servirían de base para la fundación el Partido Revolucionario Cubano en 1892 y para el Manifiesto de Montecristi de 1895». Amén de las ya conocidas reflexiones de Hostos de 1898 sobre el testamento de Martí, Maldonado revela la existencia de dos artículos de 1895 que se refieren, el primero, del 16 de junio, al Manifiesto de Montecristi, publicado en La Ley de Santiago de Chile, y el segundo, de octubre, al testamento y a la muerte de Martí, en el que Hostos reclama que las ideas de este «testamento» eran ideas de la Revolución.




ArribaAbajoNuevos factores de interacción

Las reflexiones que siguen parten de los exámenes sobre este tema que hemos reseñado hasta aquí y son producto de mi interés constante por estas dos figuras. Durante el tiempo que me desempeñé como director del Instituto de Estudios Hostosianos adelanté nuevos aspectos de investigación que han dado entre otros frutos los datos nuevos que acto seguido aporto, y la relectura y replanteamiento de algunos de los extremos de este asunto que, en parte, se desprenden de ellos.


Hostos y Martí coincidieron en un mismo espacio geográfico

Aunque no tenga importancia fundamental -ya que no parece haber tenido consecuencias en la vida de Martí ni en la de Hostos, y ya que no podemos determinar encuentros-, lo cierto es que es falso continuar afirmando que Hostos y Martí no ocuparon nunca el mismo espacio geográfico. En 1857 la familia toda de Martí embarcó para la península a visitar al abuelo que había enviudado y vuelto a casar, y regresa a La Habana en el 1859. En 1857 Hostos pasa a estudiar de Bilbao a Madrid, y regresa a Puerto Rico en el verano de 1859. Martí tiene entre 4 y 6 años entonces. Hostos, entre 18 y 20. Ambos respiran aire de España durante los mismos dos años. Ambos regresan a las Antillas en el 1859, y tan aventurado es imaginar que viajaran en el mismo barco como no imaginarlo.




Martí conocía la obra de Hostos al menos desde sus 16 años

Tampoco es correcta la aseveración de que la evidencia histórica no señala de forma inequívoca que Martí conozca de la existencia y de la obra de Hostos sino hasta el 1876, cuando reacciona ante el «Programa de la Liga de los Independientes», publicado en La Voz de la Patria (semanario de la emigración que se editaba en Nueva York), con un artículo titulado Catecismo democrático, publicado en El Federalista de México. Como mencionamos antes, Emilio Roig Leuchsenring había señalado desde el 1939, en una publicación en homenaje al centenario del natalicio de Hostos (Hostos y Cuba), que:

«[...] en lo que a Martí se refiere, es indudable que desde los diez y seis años sabía de la existencia de Hostos y de la labor política que éste venía realizando en España durante esa época, pues en la página segunda del único número del periódico La Patria Libre, que por Martí dirigido vio la luz en nuestra capital el 23 de enero de 1869, aparece un suelto -Rectificaciones de Hostos- que aunque no consta que Martí lo escribiera, de él forzosamente tuvo conocimiento y, como director del periódico, autorizó su publicación».


(86)                


Tuvimos noticia de este hecho gracias a Ramón de Armas, investigador del Centro de Estudios Martianos de La Habana, quien insistió en haber hablado sobre el particular en visitas anteriores suyas a Puerto Rico. Cotejamos el tomo 1 de las Obras completas de Martí, edición crítica, publicada en 1983, y en una nota al poema de Martí Abdala publicada en el mismo número de La Patria Libre, aparece el título de Hostos mencionado por Roig como uno de los trabajos reproducidos én ese periódico.

Nos dimos, entonces, a la tarea de rescatar del olvido este trabajo, hasta donde sabemos nunca antes citado ni referido en Puerto Rico, y le solicité como director del Instituto de Estudios Hostosianos, en una carta del 20 de octubre de 1994, al Vicedirector del Centro de Estudios Martianos, Pedro Pablo Rodríguez, una copia de este trabajo, que me fue remitida a fines de año. Como sospechábamos, se trata de la reproducción de las palabras de Hostos pronunciadas durante su célebre intervención en el Ateneo de Madrid en el 1868, y publicadas en el Diario, tomo I de las Obras completas de Hostos de 1939.

No es un suelto. Aparece en las páginas 3 y 4 del periódico con la siguiente nota introductoria:

«Las dimensiones de nuestro periódico no nos permiten publicar íntegro el discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid por el elocuente orador porto-riqueño D. Enrique [Eugenio] María de Hostos, en la sesión del día 30 de Diciembre último; pero sí lo haremos con las Rectificaciones, seguros de agradar a nuestros lectores».


Ignoramos cómo es que no se ha difundido esta noticia tan importante en lo que concierne a la naturaleza de las relaciones personales e ideológicas de estos dos grandes maestros de la independencia antillana. Ni aún en 1990, en el artículo titulado Paralelismos entre Hostos y Martí: un reexamen, aparecido en su libro de 1992, Eugenio María de Hostos y el pensamiento social iberoamericano, antes citado, el riguroso y siempre actualizado estudioso que fue Manuel Maldonado Denis, toma nota de tan significativo dato, que obliga a «reexaminar», nuevamente, la naturaleza y las implicaciones del texto martiano de 1876 antes citado, porque queda demostrado que Martí conocía y estaba al tanto de la obra precursora de Hostos en España, así como el texto de 1876 demuestra que Martí monitoreaba la obra de Hostos publicada en Nueva York y -entonces, ¿por qué no?- en la América toda.

Algunos estudiosos subestiman el carácter revolucionario del joven Hostos, y podrían entonces descartar a priori la importancia de este señalamiento, dado el caso de que Martí tiene, no sin razón, la aureola de ser un revolucionario innato que desde los quince años sumó sus esfuerzos al grito de independencia de Céspedes en aquéllas expresiones suyas de El diablo Cojuelo que terminaban con la disyuntiva: «Yara o Madrid». Si era el joven Hostos de la etapa española un reformista que sólo al final de ella adquirió sus convicciones separatistas y revolucionarias, ¿cómo podría iluminar el camino de un Martí separatista y revolucionario?




El Himno revolucionario inédito de Hostos, de 1859

Releyendo algunos trabajos escritos por los hijos de Hostos, me topé con aquella alusión que hace su hija, Luisa Amelia de Hostos, en su libro de 1927: Mi pequeño cine parisino, respecto a los actos de inauguración del monumento esculpido por Victorio Macho. Junto a la emoción que le producen los discursos de Balseiro, Ángela Negrón Muñoz, Emilio del Toro, Barceló, el cable del Presidente de la República Dominicana y las palabras del cónsul de Colombia, destaca la presencia de la «bandera de Borinquen» y el canto del «Himno nacional de Puerto Rico». En relación con éste último, comenta lo siguiente:

«Acuden a mi memoria los versos pacíficos con que su esposa sustituyó los bélicos para que con el himno de Puerto Rico los cantaran las escuelas de Juana Díaz al fundador de la Liga de Patriotas al volver de Washington, donde obtuvo para sus compatriotas el Gobierno civil, las franquicias, las leyes de Instrucción pública, etc., el respeto del Gobierno asombrado de aquellos representantes que se llamaron Henna y De Hostos, y se llama Zeno Gandía».


(179)                


Amén de la inexactitud de señalar que «obtuvo» en lugar de «gestionó», el comentario de Luisa Amelia me recordó la lectura de varios pasajes en los que se alude a este texto con toda celeridad, citando, siempre, el texto de Belinda Ayala:



¡Avante! ¡Borincanos,
Borinquen os reclama,
a levantar su nombre!
¡a proclamar su fama!
Los hijos de Borinquen
su nombre ilustrarán
industrias, artes, ciencias,
unión, fraternidad.

Que siempre ha sido norma
del pueblo borincano
pugnar en esa forma
por el progreso humano.

¡Avante! ¡Borincanos,
Borinquen os reclama,
a levantar su nombre!
¡a proclamar su fama!

La gloria impulsa siempre
a todo pueblo amante
a engrandecer su historia
con página brillante.

Bellísima Borinquen,
nido de amores puros,
tus hijos te prometen
velar por tu futuro.


El texto antes citado fue publicado por el Colegio Hostos de Río Piedras en el 1949 con una nota en la que se «agradece al historiador Don Adolfo de Hostos el donativo de este precioso manuscrito». Luisa Amelia cita sólo la mitad de sus versos.

Pero lo más importante de este asunto es que Luisa Amelia añade una nota al calce en la cual comenta en relación al Himno lo siguiente:

«Compuesto por Hostos a los dieciocho años en Madrid, lo hizo cantar por su hermana, esposa del Ayudante de Serrano, Regente del Reino, que se peleó con él por esto. La letra era completamente revolucionaria».


«A los dieciocho años», nos sitúa en el 1857. En esa fecha no creemos que Hostos tuviera aún contacto con el general Serrano, como en efecto sucedió poco después. Lola, una de sus hermanas, estuvo casada con un militar español. La letra «revolucionaria» a la que se refiere, no la cita. Recordamos, no obstante, haberla visto en algún sitio.

En efecto, tras breve meditar recordamos que se publicó como facsímil ilustrativo en Imágenes de Hostos a través del tiempo (1988) como parte de las actividades conmemorativas del sesquicentenario del natalicio de Hostos. Aparece el texto allí, como «material visual» a dos páginas completas, antes de la página interior de título, en la forma de una reproducción de letra a mano sobre un papel rayado de orillas destruidas, y aparece nuevamente como ilustración en la página 45. Curiosamente no se incluyó en el volumen I, tomo 2 (1993) de la nueva edición crítica de las Obras completas de Hostos que publica el Instituto de Estudios Hostosianos (IEH), en el cual se recoge la obra literaria dispersa, a saber, cuento, teatro, poesía y la obra ensayística de mayor valor estético, pues pasó virtualmente inadvertido el texto a los ojos del personal de Instituto. Consideramos, entonces, incluirlo en el tomo III del volumen IV, Puerto Rico I (Madre Isla), primero de dos tomos que reunirán los trabajos dedicados a la isla patria, o en el tomo II, La lucha por las Antillas, tomo que como director del IEH, consideré imperativo añadir. Como creí advertir que no era una reproducción completa, le solicité durante mi gestión directiva del IEH al Archivo General de Puerto Rico una copia del texto. En ella aparece, tras la letra conocida y antes citada de Belinda Ayala Vda. de Hostos, el siguiente otro texto con el mismo título: «Himno borinkano».



   ¡Avante borinkanos!
¡Borinken os reclama!
¡antes con gloria muertos
que vivos en la infamia!
¡Alarma contra el déspota!
¡Contra el tirano, alarma!
¡La vida por la gloria!
¡La muerte por la patria!
¡La vida por la gloria!
¡La muerte por la patria!



*Coro*


¡El sol de las Antillas
que apareciendo va
alumbra cielo i tierra
la Historia alumbrará!


Puede leerse además, al final, las iniciales de «E. M. de H., Madrid 1859». Este texto impone ponderación y examen rigurosos porque la exhortación a las armas y la arenga de estirpe lareña obligarían a reescribir las tesis más conocidas sobre el desarrollo del pensamiento revolucionario de Hostos.

Hemos procurado con más premura de la aconsejable vincular este texto con la biografía del autor y con la historia puertorriqueña y española decimonónicas. Aunque hay hechos sobresalientes, ninguno tiene magnitud suficiente inducir una teoría sin sospechas.

En 1857, como hemos señalado antes, Hostos pasa de Bilbao a Madrid con el fin de estudiar la carrera de Derecho. Según su propio testimonio, al año siguiente se inicia uno de los periodos más críticos de su vida, de profundas transformaciones. La muerte de numerosos familiares lo asediarán sin tregua, amén de las repercusiones que en la evolución de su espíritu tuvo el krausismo, que bebe y asimila rápidamente en esos años, como hizo y hará con casi todas las corrientes de pensamiento conocidas en su época. En 1859 Hostos visita Puerto Rico y regresa a España. El viaje está relacionado con la génesis de La peregrinación de Bayoán, pues percibió a la isla «dominada», y «maldijo al dominador». En el viaje a la isla de 1862 conoció a Betances, que junto con Segundo Ruiz Belvis, Basora, Paradís y otros, rescataba esclavos «y se le reconocía en silencio como el centro de atracción de los capaces de aborrecer por instinto la doble esclavitud en que gemía la triste tierra sierva» (XIV, 69). Betances, añade Hostos, acababa de «ejecutar un acto de sumo romanticismo, repatriando e idolizando los restos de su novia malograda» -la «Virgen de Borinquen»- desde Francia, donde reside tras la expulsión del país que sobre él y sobre Julián Blanco Sosa decretó en el 1858 el Conde de la Cenia, general Fernando Cotoner, por recoger «firmas para elevar una petición al gobierno supremo solicitando la promulgación de las Leyes Especiales prometidas desde 1837» a las Antillas (Lidio Cruz Monclova, Historia de Puerto Rico (siglo XIX), I, 355-356).

En Madrid, Hostos conoce y trata asiduamente tanto a Blanco Sosa como a Ruiz Belvis, sobre quien apunta el escritor español Julio Nombela lo siguiente:

«Quien se hallaba más identificado con Segundo Ruiz era Eugenio Hostos, que a pesar de no haber cumplido aún veinte años parecía un hombre de cuarenta, formal, serio, reconcentrado, taciturno con frecuencia».


(Ada Suárez, «Segundo Ruiz Belvis», Caribe, III.4: 17)                


En el Diario Hostos menciona, además, la colaboración política con Julio Vizcarrondo, partícipe, como ya se mencionó, de la conspiración que agenció el general venezolano Narciso López durante la década de 1850. Aunque Vizcarrondo no regresa a Madrid sino hasta 1863, no sabemos desde cuando era conocido por Hostos.

Pero lo más importante y lo más revelador que debe tenerse en cuenta sobre el despunte del pensamiento revolucionario de Hostos, más allá de su alegado reformismo de la época española, son las declaraciones que hace Hostos tanto en el prólogo a la segunda edición de La peregrinación de Bayoán como en el Diario, y las reflexiones textuales del joven Bayoán en el texto mismo de la novela. A mi juicio, el joven Hostos manifiesta ya en 1863, en la novela misma, una determinada convicción republicanista y democrática claramente revolucionaria, una lúcida conciencia antillanista y americanista, una crítica denodada de la política española hacia las Antillas, una concepción de que las Antillas constituyen el «germen» de una nacionalidad distinta, tal vez aún inmadura y débil como para enfrentar sin dificultades los rigores de la independencia, y por eso, la necesidad de procurar alianzas a través de federaciones y confederaciones. La lucha reformista que dentro del régimen español desarrolla Hostos puede interpretarse como una línea estratégica adoptada por Hostos para dar cumplimiento a unas metas más altas, porque le pareció más factible republicanizar a España dentro de un modelo federal que reconociera las autonomías regionales que lograr la independencia plena de las Antillas.

A nuestro juicio la evidencia textual disponible permite afirmar que Hostos, al menos desde el 1863, según se desprende de La peregrinación de Bayoán, había adquirido ya una conciencia política americanista y bolivariana madura y coherente, que predicaba la nacionalidad antillana, y la revolución política antimonárquica y republicana, hasta las más profundas y audaces consecuencias, pues Hostos abogó como portavoz del liberalismo español en múltiples periódicos en los que fungió como editor, por toda suerte de reformas sociales, económicas y políticas, tanto para las Antillas como para otras provincias españolas. Además, como señala muy bien Félix Córdova Iturregui en su trabajo titulado «El radicalismo democrático de Eugenio María de Hostos: su período español»87, si Hostos postuló:

«[...] la posibilidad de una transformación de las Antillas en un contexto español transformado radicalmente, ello era posible porque pudo articular las necesidades antillanas con las necesidades de las otras provincias españolas. El reclamo de Hostos para las Antillas era perfectamente coherente con el reclamo autonómico de otras regiones españolas».


A los lectores poco avizados suele pasársele por alto el hecho de que sobre todo los textos recopilados en España y América, muestran variaciones en el fervor antillanista, y que su temperatura se altera según como se firmen. Sostenemos la tesis de que estas diferencias obedecen al hecho de que durante esta época Hostos escribe a veces atemperando su óptica al punto de vista de una publicación española, controlada por españoles y para público español, y en otras, precisamente cuando firma con su nombre, desembaraza sus fuegos de vindicador antillano. En los primeros trabajos, mediatizados por la función intrínseca de ser portavoz de un grupo, el «nosotros» tiene un carácter peninsular inequívoco; en los otros, el calor tropical bate inopinadamente récords de temperatura, a pesar de mediar en todos los casos la censura española, y la discreción de quien tiene conciencia de lo que la prudencia permite hacer en casa ajena. Pero otro factor importante que hemos registrado consistentemente en nuestro examen de editores de las nuevas Obras completas, es que los trabajos de Hostos publicados en las Obras de 1939 sufrieron frecuentes alteraciones, las más de las veces vinculadas con expresiones destempladas antiespañolas. De ello resulta que el verdadero temple de la obra hostosiana resulta mucho menos moderado de lo que hemos creído hasta el momento.

Su elección del nombre de Bayoán para bautizar a su alter ego de La peregrinación..., no es una metáfora inocua, sino una audaz declaración de principio de guerra, del simbolismo más radical imaginable, pues Bayoán es el primer americano en dudar de la inmortalidad de los españoles, el primer americano en enfrentar con sus actos al poder español asesinando al primero de ellos y, además, cacique borincano, embrión y espíritu sumo de nuestra mismidad nacional, y otredad española. El deicidio de Bayoán es, antes que nada, un hispanicidio.

Por otro lado, y dentro de la brevedad que impone este examen que no pretende ni puede agotar aquí los puntos de vista, su prédica a favor de una federación hispánica -prédica que realizó desde los inicios de su acción periodística y política y que era eje central del proyecto de acción concebido como estrategia desde La peregrinación de Bayoán de 1863-, implicaba una proclamación de los derechos políticos de las Antillas, como estados que se acogen a una federación política como opción aparentemente voluntaria o que quisiera ser reconocida de esa manera, pues Hostos sabe muy bien las dificultades que a la altura de 1863 traería intentar la independencia política de un Puerto Rico analfabeta y empobrecido.

Hostos siempre concibió la independencia de Puerto Rico dentro de una federación o una confederación. Las extrapolaciones de su proyección futura demarcaron siempre la existencia de bloques de poder hostiles que hacían aconsejable una política de solidaridad entre los más débiles. La confederación de las Antillas nunca fue un mero capricho de los afectos, sino una necesidad impuesta para hacer viable la supervivencia de ambos estados isleños, enfrentados por la historia contra la hostilidad de una España reacia, debilitados por la acción subdesarrollante de la política económica y social de la metrópoli, y acechados por la pujanza expansionista de los Estados Unidos, realidad que no escapó nunca de sus exámenes de la situación caribeña. Pero en todos los casos, las diferentes versiones de su receta de federación, incluían, intrínsecamente, el reconocimiento de la soberanía democrática de la isla. Y todos los disturbios generados en Cuba y Puerto Rico desde el 1863 hasta el 1869 lo encontraron abogando de forma incondicional a favor de las islas. Por todo lo anterior creo que debemos darle credibilidad al propio Hostos cuando en un artículo de 1874 que citaremos más tarde, dice de sí mismo, que llegó «muy temprano», ¡en el 1863!, a «la revolución de las Antillas».

En un artículo publicado en La Discusión (seguramente de La Habana) en 1903 por Sotero Figueroa, ese olvidado puertorriqueño editor de Patria y mano derecha de Martí durante la época de gestación del Partido Revolucionario Cubano, a propósito de la muerte de Hostos comenta lo siguiente sobre la importancia estratégica que tuvo el concepto de confederación para ambos apóstoles de la independencia antillana:

«Eugenio María de Hostos murió abrazado a su bandera de redención y engrandecimiento de las Antillas. Su obra está en pie, porque es obra de justicia y de solidaridad; sus discípulos continuarán su apostolado. Juntas se levantarán las Antillas confederadas en el porvenir; o, fragmentadas, irán perdiendo su personalidad jurídica. No olvidemos que si en la lucha por la existencia triunfan los más fuertes, hay una ley de contradicción por la cual los débiles pueden transformarse en fuertes, y esta ley es: LA ASOCIACIÓN PARA LA LUCHA».


Este artículo fue reproducido en el hermoso volumen editado en Santo Domingo en el 1904 con el título Eugenio M. Hostos: Ofrendas a su memoria (290-302), cuyo contenido, si no lo hiciera el Himno revolucionario citado, desmiente por sí solo y de forma harto elocuente, las principales tesis antihostosianas sostenidas por Argimiro Ruano en su Biografía de Hostos de varios volúmenes.

Es por todo lo anterior que el Martí revolucionario de 1869 vibra al calor de las ideas expresadas por Hostos, y endosándolas y suscribiéndolas, las reproduce en las pocas páginas de su primer número de La patria libre. El hecho es prueba elocuente de que el propio Martí reconoce en Hostos, al menos desde el 1869, un magisterio que ilumina y acompaña sus pasos heroicos.




Las alusiones de Martí sobre Hostos, en 1876

En varias ocasiones, como ya se indicó, se ha citado este texto para denotar el conocimiento que Martí tiene de la existencia de Hostos y los elogios que dispensa hacia su «Programa de los independientes». Pero sintonizados los oídos a sus diálogos ocultos, el texto permite extraer frutos más precisos que delimitan y enfocan mejor la naturaleza de la opinión que a Martí le merece Hostos y la naturaleza de las relaciones entre ambos. Veamos el texto con detenimiento.

«Eugenio María Hostos es una hermosa inteligencia puertorriqueña, cuya enérgica palabra vibró rayos contra los abusos del coloniaje, en las cortes españolas, y cuya dicción sólida y profunda anima hoy las columnas de los periódicos de Cuba libre y Sur América que se publican en Nueva York.

En Hostos se equilibran dos cualidades cuyo desnivel desdora y precipita a gran cantidad de talentos americanos: la imaginación hace daño a la inteligencia, cuando ésta no está sólidamente alimentada. La imaginación es el reinado de las nubes, y la inteligencia domina sobre la superficie de la tierra; para la vida práctica, la facultad de entender es más útil que la de bordar fantasmas en el cielo.

Hostos, imaginativo, porque es americano, templa los fuegos ardientes de su fantasía de isleño en el estudio de las más hondas cuestiones de principios, por él habladas con el matemático idioma alemán, más claro que otro alguno, oscuro sólo para los que no son capaces de entenderlo.

Ahora publica el orador de Puerto Rico, que ha hecho en los Estados Unidos causa común con los independientes cubanos, un catecismo de democracia, que a los de Cuba y su isla propia dedica, en el que de ejemplos históricos aducidos hábilmente deduce reglas de república que en su lenguaje y esencia nos traen recuerdos de la gran propaganda de la escuela de Tiberghien y de la Universidad de Heidelberg...».



Desde el primer párrafo Martí pronuncia un juicio valorativo sobre Hostos que resalta su estimación y aprobación por la obra de Hostos, en España, obra forjada durante la adolescencia de Martí, entre 1863 y 1869. A su juicio, a todas luces informado, la obra de Hostos destaca sobre otras, tanto en el pasado español, como en el presente. Expresiones como la de «hermosa inteligencia» ponen en evidencia afinidad, armonía, coincidencia, incluso exaltación. La «enérgica palabra» que «vibró rayos contra los abusos del coloniaje» ponen en relieve un conocimiento extenso de la obra de Hostos, una expresión de elogio ante la expresividad y elocuencia de la palabra de Hostos, y una nota de agradecimiento personal. Su alusión a «los periódicos de Cuba libre y Sur América» demuestra que Martí tenía acceso y leía con frecuencia periódicos de toda Nuestra América que se publicaban en Nueva York en los que Hostos colaboraba.

El segundo párrafo elogia las facultades intelectuales de Hostos e intenta definir los fundamentos que lo hacen posible, mientras destaca la obra de Hostos sobre la de otros «talentos americanos». Martí, aquejado como Hostos desde la más temprana juventud por la disyuntiva que la facultad imaginativa estetizante le propone al oponerse a la necesidad ética de interpretar y transformar la realidad fáctica, no sólo es capaz de reconocer en Hostos el mismo dilema que entonces sólo había ventilado con carácter explícito en sus diarios íntimos, sino que elogia la manera como la capacidad expresiva de Hostos que percibe no desluce su capacidad para penetrar la realidad. Por eso, a la vez que elogia lo «imaginativo» con sus «fuegos ardientes», subraya en el tercer párrafo el valor de sus formulaciones de «principios», claramente inteligibles, prácticos y practicables. El término «matemático» lo empleó Hostos en artículos anteriores al 1876 para referirse a la manera como expresa su propio pensamiento.

La alusión al «catecismo democrático» en el párrafo siguiente implica una adhesión a la doctrina allí formulada sobre «reglas de república». Los recuerdos de Tiberghein y Heidelberg, reconocen la aportación del krausismo en la integración de la visión de mundo de Hostos, y desde luego, Martí. Mas, resulta interesante la manera en que Martí alude a la vinculación de Hostos con la causa cubana, porque lejos de imbuirle la fuerza de principio que late sus prioridades en el pecho que vive de acuerdo al principio antillanista y que es elemento de fuerza conmovedora en sus trabajos de la siguiente década, aparece aquí sólo como una observación curiosa sin importancia.

El trabajo que examinamos, de 1876, aparece en el segundo tomo de la nueva edición crítica de las obras de Martí, cuyos materiales se han distribuido utilizando varios criterios, pero priorizando sobre todos el cronológico. Hablamos, entonces, si consideramos que el proyecto de la edición crítica de estas obras superará mucho los veintiocho tomos de la edición de 1975, de los textos iniciales de Martí, aquéllos que forja al calor de su etapa formativa, lejos aún de la cristalización del Martí eterno, a quince años de Nuestra América (1891) y dieciséis años de la fundación del Partido Revolucionario Cubano (1892). Los trabajos recopilados en estos tomos no evidencian aún la concepción de unidad antillanista que distinguió a ambos próceres. En los trabajos recopilados apenas figura, ni aun como conato, esta idea cardinal. Las atenciones de Martí están marcadamente orientadas hacia Cuba, y en ellas Puerto Rico o las Antillas son sólo aún un factor tangencial adicional. Se diría que Martí adolece del mismo razonamiento reduccionista entre los peninsulares que interpretaba que el problema de las Antillas era, sin más, el problema de Cuba. Resulta rudo el contraste con el Hostos germinal, quien estrena sus luces en el teatro del mundo con la concepción madura, integral y profética de la confederación antillana desde La peregrinación de Bayoán de 1863, su primer texto público. En el momento en que Martí escribe sus páginas, Hostos ya había desarrollado su intensa campaña a favor de Cuba beligerante en trabajos publicados en España entre el 1865 y 1869; había sumado sus esfuerzos y procurado por todos los medios conseguir suministros y asistencia material para Cuba desde Nueva York, y se había ofrecido repetidamente para abordar una expedición; y había peregrinado por Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Argentina y Brasil procurando el auxilio y la organización continental para la asistencia de Cuba dentro del más fiel y revigorizado espíritu bolivariano de unidad continental. No obstante, resulta patente que Martí también explora y examina la situación política hacia los lados, partiendo, como es natural, de los países que visita y vive. Poco a poco va integrándose en él una visión antillanista y continental, sin duda fortalecida con el contacto y convivencia con la nutrida emigración antillana que desde toda la costa este vivía las certezas de sus múltiples hermandades caribeñas. En este mismo trabajo hinca un comentario mordaz sobre la presente coyuntura mexicana, a propósito del «principio de soberanía» de los pueblos, presente en el «catecismo» hostosiano que comenta. Se refiere al «imperio democrático», referido por Martí como «cesarismo», y que alude seguramente al ascenso al poder, ese mismo año, de Porfirio Díaz. Así va armándose el germen martiano/hostosiano de Nuestra América.






ArribaAbajoPresencia de Hostos en Nuestra América y en el Manifiesto de Montecristi

Generalizada en la voz de los que conocen sumariamente la obra de Martí lo mismo que en la voz de sus más destacados exégetas, es la idea de que el ensayo conocido con el nombre de Nuestra América (1891) y el Manifiesto de Montecristi (1895) constituyen la quintaesencia y piedra de toque de la originalidad política y profundidad visionarias de la obra literaria toda de Martí, obra proteica deslumbrante y granero casi inagotable de textos a duras penas reunidos en cerca de treinta volúmenes.

Hostos mismo, al reproducir en Chile en el 1895 la carta que Martí enviara a Federico Henríquez y Carvajal que se conoce como el «testamento de Martí», comenta que las ideas allí expuestas:

«[...] no son ideas de Martí, sino de la Revolución, y especialmente de los revolucionarios puertorriqueños, que, en cien discursos y mil escritos e innumerables actos de abnegación, han predicado, razonado y apostolado en favor de la Confederación de las Antillas...».


(IX, 484)                


Las ideas de esta carta a las que se refiere Hostos son sin duda las de la hermandad antillana, la necesidad de la guerra que inicia Martí, su deber de estar en ella y, sobre todo, su convicción aquí nuevamente reiterada, de que la independencia de las Antillas:

«[...] salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo».


En un artículo de María Mercedes Sola publicado en el 1974 sobre la «Presencia de Puerto Rico y los puertorriqueños en Martí» (Estudios martianos. Puerto Rico: Editorial Universitaria, 87-97), la autora destaca la importancia que sin duda tuvo la «actividad antillana continua» desplegada por la emigración desde Nueva York, seguida por Martí desde Centroamérica, en su decisión de establecerse allí. Es la opinión de Sola, allí expuesta, que Martí adopta el fervor y las tesis antillanistas durante su estancia en Nueva York, de manera que no puede adjudicársele novedad en ello, y que amén de la actividad revolucionaria de Betances desde Nueva York (1869-1874), prácticamente coincidente con la presencia de Hostos en esa metrópoli, es la inagotable prédica de unidad antillana y americanista desplegada por Hostos, previa a la de Martí, y a todo lo largo del continente, lo que le da la razón a aquél a la hora de señalar la paternidad de las ideas.

No tiene razón Sola al señalar que Hostos defiende la unidad política de las Antillas desde 1868 (93), porque lo hace como hemos visto al menos desde el 1863, y porque Eugenio Carlos de Hostos logró recuperar y reunir en el volumen España y América (1954), entre otros muchos textos, alrededor de treinta trabajos de Hostos de su época española, en los que aboga, desde el 1865, por reformas políticas, económicas y sociales para «las Antillas»: Cuba y Puerto Rico, específicamente. El grupo nutrido de trabajos de Hostos sobre las Antillas, nos movió a reunirlos durante nuestra incumbencia como director del Instituto de Estudios Hostosianos en un nuevo volumen de sus nuevas Obras completas, edición crítica: el tomo II del volumen IV: La lucha por las Antillas: 1865-1869.

Un detalle de enorme importancia sobre este particular que ha sido pasado por alto, es que la defensa de Hostos por Cuba es anterior por varios años al Grito de Yara de 1868. Los textos reunidos en este libro de 1954, recogen trabajos de Hostos que se ocupan exclusivamente de la situación cubana y abogan por sus causas al menos desde el 1865. Los títulos de los trabajos son elocuentes: Los senadores cubanos; La Isla de Cuba. I y II; Las elecciones en La Habana; El alboroto de La Habana; Asuntos de Cuba; La insurrección en Cuba. Otros trabajos destacan desde su título el nombre de Cuba, sin mencionar ni incluir otros veinte en los que trata, como se dijo, los problemas de ambas Antillas, y en los cuales las referencias concretas particulares a Cuba son frecuentes: Por qué Cuba tiene más enemigos que Puerto Rico y por qué Puerto Rico es menos atendida que Cuba; Las Capitanías Generales en Cuba y Puerto Rico; La esclavitud en Cuba y Puerto Rico.

Si quisiéramos tan sólo enumerar la totalidad de los trabajos hostosianos en defensa de Cuba, de la unidad antillana y del porvenir de la América latina, agotaríamos la paciencia del lector. Se encuentran dispersos a través de los veinte tomos de las Obras completas de 1939, particularmente en el tomo titulado Temas cubanos (494 págs.), así como en Mi viaje al sur, Temas sudamericanos, Forjando el porvenir americano, Hombres e ideas, Cartas, La peregrinación de Bayoán y, naturalmente, en los dos tomos del Diario. Amén, pues, como se ve, de los textos reunidos también en el llamado volumen XXI de estas Obras, España y América, son innumerables los trabajos de Hostos inéditos sobre estos temas recuperados por el personal del Instituto de Estudios Hostosianos durante mi incumbencia como director identificamos tal cantidad de textos dedicados al tema general de América, que decidí crear un nuevo tomo, no contemplado en el proyecto original de las nuevas Obras completas de Hostos, con el título preliminar de «La idea de América» (vol. IV, t. I), tomo que aceptó prologar el presidente de Casa de las Américas, poeta y crítico de renombre continental, Roberto Fernández Retamar.

Particularizaremos, acto seguido, las ideas capitales sostenidas por Martí en Nuestra América y en el Manifiesto de Montecristi, para demostrar su presencia reiterada infinitamente en la obra de Hostos desde 1863 hasta su muerte en el 1903. Las ideas principales de Nuestra América son las siguientes: 1. Llamado a la unidad latinoamericana ante el peligro común inminente («Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes»); 2. La admiración deslumbrada de la América latina ante la organización política de los Estados Unidos, frente a la vergüenza de sí mismos; 3. La imitación irreflexiva de Europa; 4. La idea de que Europa tardó siglos en gestar una forma eficaz de autogobierno y a Nuestra América no se le ha concedido ese tiempo; 5. La necesidad de conocer los elementos particulares que constituyen un país para saber cómo llevarlo junto al porvenir; 6. La defensa del «hombre natural» -la barbarie- contra el «libro importado» -la civilización; 7. «Conocer es resolver»; 8. «La colonia continuó viviendo en la república» tras la independencia; 9. La necesidad de una república que reivindique por igual los derechos de todos los sectores raciales y culturales que conforman la «América mestiza»; 10. «El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América».

En el Manifiesto de Montecristi añade las siguientes ideas: 1. La justificación de la «guerra necesaria» y su limpieza de odios personales; 2. La mejor oportunidad de Cuba para gobernarse que la de los países de Hispano América; 3. La ausencia de problemas como el caudillismo, el ajuste erróneo de moldes extranjeros, el apego a las costumbres de la colonia, el abandono de la industria agropecuaria y el desdén por las razas aborígenes; 4. La ordenación de una revolución que no lastime ni sacrifique el decoro de un solo hombre, español o cubano; 5. «La esperanza de crear una patria más a la libertad del pensamiento, la equidad de las costumbres y la paz del trabajo»; 6. El «heroísmo juicioso de las Antillas», prestará «alcance humano y servicio oportuno» a «la firmeza y trato justo de las naciones americanas y al equilibrio aún vacilante del mundo».

Si quisiéramos penetrar en los diálogos ocultos entre nuestros dos próceres procurando definir los pormenores y las maneras como se concretan las mutuas internaciones en sus discursos, sería ocioso repetir el alcance de la novela política y revolucionaria de Hostos de 1863 así como insistir en el carácter de su labor antillanista durante su época española que termina a principios de 1869. Veamos sumariamente las cosas a partir de ese entonces. En el Diario del 28 de marzo de 1870, anota Hostos:

«Siento con viveza mayor cuanto más estimulada por las ideas de mis coauxiliares, que esa sagrada revolución de las Antillas puede caer en el abismo si triunfan los intereses y las segundas intenciones de la oligarquía plutocrática e intelectual, y, recordando la acción ejercida hoy por el Gobierno federal contra Santo Domingo y viendo con ojos que ven la palpable indiferencia por las ideas que este negocio y toda la política federal en las Antillas patentiza, sentí con violencia y olvidé la austeridad de pensamiento. Pienso que es necesario que América complete la civilización, sirviendo a estas dos ideas: unidad de la libertad por la federación de las naciones; unidad de las razas por la fusión de todas ellas. A este trabajo han de concurrir todos los miembros del Continente; tierra firme e islas: la tierra firme ha entrado en fusión; el Norte, llevando a su consecuencia la libertad sajona y sirviendo de fundente a las razas europeas: el Sur, fundiendo con la europea la raza indígena: fuera de la esfera de acción americana, intentando entrar en ella, las Antillas: ¿qué son las Antillas? El lazo, el medio de unión entre la fusión de tipos y de ideas europeas de Norte América y la fusión de razas y caracteres dispares que penosamente realiza Colombia (la América latina): medio geográfico natural entre una y otra parte del Continente, elaborador también de una fusión trascendental de razas, las Antillas son, políticamente, el fiel de la balanza, el verdadero lazo federal de la gigantesca federación del porvenir; social, humanamente, el centro natural de las fusiones, el crisol definitivo de las razas».


(I, 284-285)                


Las afinidades incluso de lenguaje son evidentes. Algunas ideas, reenfocadas en los años sucesivos, serán desbordadas. Pero este trabajo joven es sólo el comienzo de esta demostración. En un artículo de Hostos de ese mismo año titulado Ayacucho (XIV, 276) encontramos ya el temple y el tono de Nuestra América, y está también dividido en fragmentos. El tema es un llamado a la unidad de la América latina a propósito de la evocación de aquella «revolución desinfectante» que dio cumplimiento al «tremendo derecho de insurrección» de los países colonizados que Hostos reclama le sea reconocido por los países hermanos a Cuba. Curioso es que Hostos comience aludiendo a una fecha futura incierta cuando conformados y equilibrados los elementos constitutivos de nuestros países, empiece nuestra «existencia completa» y «pueda haber historia de América». Curioso, porque nos recordó aquella admonición de Martí cuando sentencia que no «habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya Hispano América».

Un trabajo suyo sobre El canal de Nicaragua (XIV, 328) advierte sobre la necesidad de contrarrestar con «otras influencias extrañas», la «influencia» norteamericana en Centroamérica, recomendando la asignación del proyecto del canal de Nicaragua proyectado a la par del panameño, al director del canal de Suez, el francés Fernando de Lesseps, pero con «capital universal». En un Manifiesto a los puertorriqueños publicado ese año, Hostos repudiaba «la voracidad codiciosa» que en Londres y Nueva York opone a la lucha de las Antillas «los mercados europeos y americanos» (Ferrer, 178). Y en un artículo de ese mismo año, «Delirio de vanidad», Hostos lamentaba que las «vanidades» de los poderosos y los vicios personales de los ministros del gobierno federal defraudaran la causa cubana, a la vez que advertía «la desviación» que sufren los principios de este pueblo y denuncia la admiración excesiva que hacia el norte padecen los latinoamericanos (Ferrer, 175).

Al inicio de su viaje al sur, sobre Centroamérica, Hostos percibía ya la importancia geopolítica del Istmo, y las tentativas norteamericanas de apoderarse de él son advertidas y repudiadas ya. En una temprana alocución ante el peligro inminente, Hostos madruga así los objetivos del Manifiesto de Montecristi:

«La situación del Istmo, la importancia que su posesión tiene para nuestra raza, las mal disimuladas tentativas de los angloamericanos para apoderarse subrepticiamente de él, la fuerza que en él les dio la construcción del ferrocarril de Colón a Panamá, el espíritu que movió el tratado de neutralización del Istmo, las insolentes usurpaciones de autoridad a que se entregan los jefes norteamericanos de la estación naval del golfo cada vez que en la ciudad de Panamá hay un motín, la petulante afectación de dominio que hacen allí los ciudadanos norteamericanos, todo el porvenir de la raza latinoamericana aconseja y aplaude la actitud reservada y el alejamiento suspicaz que se nota en los panameños y en los colombianos que se han establecido en la ciudad».


Y añade:

«Si las Grandes Antillas llegan a ser en la economía del Nuevo Mundo lo que pueden ser, tal vez llegue un día en que se distribuyan de una manera racional y natural, a la vez concorde con la distribución geográfica de las tierras y las razas, esas porciones de Continente que la ambición del más fuerte se ha atribuido en sus sueños de engrandecimiento. Entonces, y como precedente de la unión de nuestra raza en nuestro mundo, toda la parte del Estado de Panamá que corresponde al Istmo, las cinco repúblicas centrales y las tres grandes Antillas, Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, formarán una confederación de estados libres. Intermediaria de las dos grandes masas de tierra continental que a norte y sur tendrá, esa confederación mantendrá en sus límites propios ambas masas continentales».


(VI, 7879)                


En las páginas siguientes de este cuaderno de viajes, Hostos, insiste en que no tiene «rencor» sino «temor» hacia el porvenir de la democracia americana por «sus formas colosales», y reparando en que su admiración por ésta es reflexiva, y por ello crítica, anota acto seguido que «no es bueno, es malo que los norteamericanos tengan las tendencias absorbentes» que practican hacia México y Santo Domingo, que es mala su «repulsión» contra los «latinoamericanos débiles», su doctrina Monroe, su ideal de ocupación de todo el Continente del Norte «desde Behring hasta el Istmo», su contribución a la prolongación de las guerras de independencia en todo el Continente Sur, su oposición a la idea de Bolívar del Congreso de Panamá y a la independencia de Cuba, y su negativa a agilizar la fraternidad de los pueblos del nuevo continente. En dos ocasiones adicionales en este texto, Hostos repara en su convicción de que «ya los norteamericanos son tan fuertes, que acaso destruirían por una política de expansión y de invasión todas las esperanzas doctrinales de la democracia, si no tuvieran un freno en la solidaridad territorial de la América latina». Así, tentando el cuerpo del imperialismo naciente, cree como Martí que con la independencia de las Antillas, «quedaría eliminada para siempre una de las más formidables incógnitas el porvenir continental» (81-83).

En 1872, en un artículo sobre El Perú (VII, 111), realiza un extenso diagnóstico de sus males partiendo de su historia colonial. Allí, sin olvidar que se trata de uno de los «pueblos-niños» de América, señala que «el Perú es todavía el campo de batalla del sistema de vida colonial y del modo de ser americano» (115). Tras aconsejar la adopción de la doctrina de una secta socialista francesa que predicaba en 1848 la necesidad de un tercer ojo posterior para no olvidar el pasado, resume las fatalidades que pesan sobre el porvenir del Perú y definen su problema político. Ajuicio de Hostos, el error de sus gobiernos «consiste en no conocer ese problema», porque, como apunta más adelante: «Conocerlo es aprender a resolverlo», frase casi igual a la marciana antes citada. Hostos se detiene a examinar aquí extensamente el problema de «la variedad de sus elementos etnográficos». Y observa a propósito de esto que plantear el problema «hubiera creado una clase gobernante» que hubiera concluido por «la formación de un pueblo homogéneo con los elementos heterogéneos de la población» (118). Tras resaltar las peculiaridades de la situación en la que se encuentra cada sector poblacional -servidumbre, inferioridad, desdén-, Hostos explica cómo en vez de crear una clase gobernante que responda al país, se ha creado «una casta privilegiada, una oligarquía» (121). De esta manera, si bien «ningún pueblo sudamericano sale exento de culpas de barbarie» (111), la «civilización» que depende en estos pueblos de la «práctica del derecho y del predominio de la libertad» (125) pudiera concluir, «no sólo por el Perú, sino por toda la América del Sur», con unos «Estados colombianos tan poderosos como los Estados americanos» (143).

Desde ese entonces Hostos se halla identificado absolutamente con la historia y la personalidad múltiple y sin embargo una de la América nuestra. En un artículo suyo titulado «Cuba y Puerto Rico» (IX, 175), ha dicho como Martí:

«Hoy mismo, cuando imperturbable e impasible en mi designio, como los Andes están en su cimiento, encubro, como ellos, el fuego latente en las entrañas con la nieve aparente en la superficie, si quiero que los Andes se conmuevan, si quiero sentir las erupciones volcánicas del odio, derretir la nieve de mi fe matemática en el destino de mi patria y en el mío con el incendio de las pasiones que mi conciencia y mi razón han sofocado, me traslado mentalmente a aquella época, leo la historia de la conquista en cualquier parte de América, y la sed de justicia me devora y el hambre de venganza me exaspera, y me siento Bayoán, Caonabo, Hatuey, Guatimozón, Atahualpa, Colocolo».


(188)                


Salta a la vista la similitud con el símil sobre los Andes en Nuestra América y con aquella nota de Martí publicada en el tomo de Fragmentos en sus Obras completas que dice: «Con Guaicaipuro, Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron...» (XXII, 27).

De 1873 son varias cartas públicas difundidas en periódicos suramericanos. Así, por ejemplo, en una dirigida al presidente del Perú, Manuel Pardo, señala como Martí: «Yo creo, tan firmemente como quiero, que la independencia de Cuba y Puerto Rico ha de servir, debe servir, puede servir al porvenir de la América latina». Las razones que explica coinciden y se extienden mucho más allá de las expuestas por Martí veinte años después.

En otra carta dirigida a José Manuel Estrada, Hostos repara en su labor de los últimos años peregrinando dentro de la intimidad del alma latinoamericana, y confiesa:

«Durante esos tres años, a toda hora, en todos los momentos, asociándome con presurosa conciencia a cuanto buen intento he secundado, rechazando con indignada conciencia cuanto mal para América me ha salido al paso; durante esos tres años, consagrados con mi voz, con mi pluma y con el ejemplo de una vida desinteresada a la confraternidad de todos estos pueblos, a la defensa de todos los desheredados, fueran chinos o quichuas en Perú, fueran rotos y huasos o araucanos en Chile, sean gauchos o indios en la Argentina; durante esos tres años dedicados a pedir práctica leal de los principios democráticos, formación de un pueblo americano para la democracia, educación de la mujer americana para precipitar el porvenir de América -nunca, en un solo momento, en la vida activa y en la vida sedentaria, hablando para uno o para todos, ante el público o ante un alma ignorante o generosa, nunca he dejado de invocar a América para que me secundara en la santa obra que no debe un solo hombre realizar. No debe, porque el porvenir de América no es competencia de un solo americano, sino de todos los americanos, y todos ellos tienen el derecho de poner su óbolo en la obra de redimir a las Antillas. Redención de las Antillas y porvenir de América latina son hechos idénticos. El tiempo, mejor argumentador que ningún hombre, argumentará por mí».


(IV, 44)                


Otras cartas destacan la importancia de dar a conocer a los países de nuestra América unos con otros, para que sepan cuánto se necesitan y no se miren con mutuo «desdén». Protestando contra la deformación del espíritu democrático comenta en una ocasión: «Aquí un gobernador de provincia, que detesta la provincia» (VII, 376). Pero seguramente es el Plácido (VII, 5-109) -el célebre estudio de Hostos sobre el poeta y mártir cubano, que aunque fue publicado en el 1972-73 Hostos hizo de él una primera lectura en Nueva York en el 1870-, uno de los estudios más penetrantes publicados en el siglo sobre la penetración de poder colonial en el espíritu de los colonizados.

De 1874 es su artículo titulado «La América latina» (VII, 7). Comienza planteándose precisamente el asunto del nombre, y comentando el hecho de que en ese momento aún no prevalece el de Colombia «con que han querido distinguir de los anglosajones de América a los latinos del Nuevo Continente». No obstante, procede a definirla asistido por la precisión geográfica del continente y por la pasión de un amante enamorado de los «tesoros que encierran los Andes». Tras reparar en que «la sociedad es en ese nuevo mundo tan desconocida como la naturaleza y es tan calumniada como ella», procede a exponer los innumerables motivos de orgullo, desbordando las ideas martianas mencionadas de que no se nos puede juzgar con criterios europeos; de que «no hay en todo el decurso de la historia de la humanidad sociedades que hayan dado pruebas más evidentes de fuerza de resistencia y de vitalidad que las procedentes del coloniaje de la América latina»; de que las sociedades europeas demoraron «diez y nueve siglos» para hacer lo que les piden ahora a nuestras «sociedades embrionarias»; de que a pesar de esos diecinueve siglos no han podido erradicar los europeos la «barbarie» de sus países; de que se puede demostrar desde numerosos puntos de vista el atraso de la civilización europea en relación con los pasos civilizatorios americanos; de que puede la América nuestra salir airosa de una comparación con los Estados Unidos si se examinan las diferencias en sus orígenes históricos. Y nuevamente atrinchera sus ideas antiimperialistas al denunciar que ni las estaciones navales de Europa ni los buques de la armada norteamericana tienen derecho alguno a desembarcar en Montevideo ni en Panamá.

En un trabajo de este mismo año titulado Congreso latinoamericano (VI, 401), Hostos aboga a favor del mismo al partir de aquella expresión crítica que acuñó F. Bilbao al referirse a nuestros países como los «Estados Desunidos» -frase que reutilizará Hostos en el Tratado de moral con el mismo fin. Repasa con celeridad los esfuerzos históricos por unir los países del continente para explicar cómo y por qué pueden y deben conciliarse sus contradicciones, y aunque en esta ocasión no reclama la presencia del «grave peligro [que] ha amenazado la vida colectiva del Continente» y ha logrado reunirlo efímeramente, será siempre un bien, «porque el día en que cualquiera de esos problemas se plantee, será el primero de la personalidad internacional de América latina, y el primer día de esa personalidad será la víspera de nuestra independencia» (la de las Antillas).

En 1874 publicó Hostos también otro trabajo, titulado Tres repúblicas (VII, 40-105), dedicado al Perú, la Argentina y Chile. Es un exhaustivo estudio del pasado colonial de estos países que tiene como finalidad demostrar las diferentes maneras en que sobrevivió la colonia dentro de la independencia, y «cómo se ensayaron todos los caudilllos de la Independencia, y todos fracasaron», porque España no produjo sociedades: las «abortó», nacieron muertas. Tras describirlas someramente como disociadas, desequilibradas, sumisas y «fanáticas del poder que las cohibía», Hostos detalla la agenda de reconstrucción imperativa que enfrentaron. Era necesario sacar de su triste abatimiento la raza dolorida de los Incas; restituir a quechuas y aymares la individualidad que habían perdido; fundirlos con las razas mestizas; formar con ellos base de población, y con los cholos y negros y zambos y mulatos y criollos blancos un pueblo, etc.

Sus observaciones sobre Argentina se detienen en la pampa y en la necesidad de la república de reconocer que el gaucho era su «complemento necesario» y que se debía mejorar su estado social moderando su vida irreflexiva, «pero conservándole todas sus virtudes», y «valerse, para civilizar, de los mismos elementos que contrariaban la civilización», pues si la vida semisalvaje de la pampa había mellado su sociabilidad, no lo había hecho igual con lo mejor y más puro que había en él: su alma humana, generosa, virtuosa y heroica. Hostos examina la inoperancia del pretendido dominio de sus ciudades y de sus universidades, subrayando las numerosas contradicciones de aquéllas y el fanatismo doctrinario, el escolacticismo jurídico, y el formalismo y la casuística de los teólogos de la Universidad de Córdoba.

En el 1875 Hostos escribe sus Variaciones sobre un tema universal (XIV, 315): la barbarie. En su comienzo nos recuerda la imagen del «aldeano vanidoso» de Martí, al comentar que «el hombre de la historia no se arrepiente de sí mismo: es siempre el mismo. Cada pedazo de tierra es la mejor de las tierras imaginables...», etc. Tras requisitar que todos los pueblos juzgan bárbaros a los demás y que los europeos consideran bárbaros a los yanquis y éstos a su vez a los latinoamericanos, Hostos sostiene que «los bárbaros han estado siempre en la frontera del porvenir».

La Moral social de Hostos, publicada en el 1888 a insistencias de sus discípulos -así como todo el Tratado de moral (XVI) del cual forma parte desde la edición de las Obras completas de 1939- es un monumento al ejercicio radical aplicado a los principios desprendidos del examen continuo de sí mismo y de la realidad observable que practicó Hostos toda su vida. Allí ventila Hostos las infinitas incidencias de los principios en la realidad vivible. De cuantas cosas podrían llamarnos la atención para efectos de este trabajo, escojo la curiosa introducción de Hostos al libro en la cual, para demostrar las contradicciones de la civilización contemporánea -donde civilización es el desarrollo de una mayor conciencia-, resalta ante todo la práctica cada vez más extendida y penetrante de Europa y Norteamérica del «estrago de sociedades y civilizaciones incipientes».

Esta denuncia del imperialismo occidental que «usufructúa la teoría de la selección y atribuye a la lucha biológica la aterradora ruina de las mil sociedades que, en todos los grados de razón y de cultura, ha destruido con perseverante brutalidad el egoísmo nacional», la contempla Hostos en todas las latitudes del globo: «Se buscan acá y allá -dice-, principalmente en América y Oceanía, islas estratégicas que gobiernen mares, estrechos y canales, y que aseguren la primacía comercial, y en caso de querella, la prepotencia militar del ocupante; se rebuscan los escondrijos de nuestro Continente, que se cree o se aparenta creer que no tienen dueño; se registra de norte a sur de este a oeste, de Guinea a Egipto, del Delta al Niger, el continente negro», etc. Pero Hostos destaca la labor de ocupación y desolación realizada por los Estados Unidos, que aplicando a los indios las tesis darwinianas «ha obtemperado fríamente con los brutales despojos de derecho consumados por cada Estado de la Unión cada vez que han necesitado de territorios ocupados por los indios».

Aunque hemos aludido a textos inéditos de Hostos, la serie de artículos publicados por él en La República de Santiago de Chile en 1874 a manera de «crónica extranjera», constituyen una porción de particular interés porque constituyen una anticipación a las Cartas de Nueva York que publicó Martí en La Opinión de Buenos Aires en la década siguiente, y porque constituyen una anticipación, además, a la sección de Apuntes sobre los Estados Unidos que decidió publicar en Patria desde 1894 para luchar contra el anexionismo que se extendía dentro de la emigración antillana.

El contenido del artículo del 30 de septiembre es explícito en cuanto a lo que acabo de señalar. Hostos, desde la primera línea, reclama que se le permita ver con los ojos de la razón y «no con los ojos de la admiración irreflexiva, el espectáculo que ofrecen los Estados Unidos de la América del Norte». Hostos pretende examinar cómo es que, si bien este país triunfó en la prueba de la guerra civil -triunfo que ha desatado la admiración europea y, servilmente tras de ella, la admiración latinoamericana-, ha caído en una profunda crisis moral y en una adulteración de sus instituciones, movido por el desnivel entre el progreso físico de la industria y el bienestar orgánico sobre el progreso moral e intelectual, y además, por el advenimiento del personalismo a la política y la embriaguez de la victoria. Hostos, explícitamente, pretende «demostrar en la vida diaria de este país el doloroso contraste» que «no merece otra cosa que ser tristemente comparados a aquellos hombresillos (¿los "sietemesinos"?) precoces de gloria y de posición que [...] depravan precozmente las facultades con que pudieron servir a la humanidad». Hostos enumera una serie de «dolorosos espectáculos», el primero de ellos, «el de tantas fuerzas individuales y sociales que, sabiamente dirigidas, podrían llegar a restablecer el imperio de la libertad y de la equidad en tantas partes del mundo, no produciendo otra cosa que dinero y egoísmo».

En las cartas siguientes Hostos analiza la situación norteamericana, explorando todas sus regiones y contrastando repetidamente sus hallazgos con la otra América. La exposición de Cincinnati lo mueve a plantear los beneficios que traen estas ferias y a proponer la participación en ella de los países suramericanos en un mismo pabellón para que se muestre tal cual es y venza así el «desdén» de quienes la desconocen. La feria, propuesta en su carta del primero de octubre, es otro alegato de defensa de nuestros países. Anticipando las palabras de Martí, les dice a los europeos:

«Yo quisiera que el inglés, más alto en razón y concepciones, me demostrara qué elementos superiores de sociabilidad tiene la sociedad inglesa, semi-feudal y pseudo liberal, para probarle que con los elementos de la sociedad chilena se puede ir más pronto a la verdadera civilización».


Con esta idea Hostos aboga por la construcción de una unida personalidad internacional latinoamericana que reconociendo que las «uniones son fecundas cuando son entre iguales», pueda enfrentar la agitación continental «cuando Europa se atreve a poner pie en Méjico; cuando el Brasil aniquila al Paraguay; cuando España reivindica su derecho de propiedad en el pacífico; cuando Cuba clama en vano...». Tras insistir en aconsejar la creación de una «universidad internacional latinoamericana», Hostos vuelve a la carga a favor del pabellón colectivo «que recuerde los templos del Sol o las fortalezas de Tlascala», y tras referirse a él como «nuestra exposición», añade entre paréntesis: «¿se me ha perdonado el posesivo?».

Pero Hostos no ha abandonado su examen y preocupación por la situación política en los Estados Unidos. Si bien la carta del primero de octubre posee una sinopsis muy próxima a la que pudiera hacerse de Nuestra América -«Muchas reflexiones para una sola idea. Lo que piensan de la América latina. Europa y los Estados Unidos. Lo que cada sección latinoamericana piensa de sí misma y de las otras. El sentimiento popular de unión en todos los latinos de América. Los obstáculos. Medios propuestos para vencer algunos. La idea de esta carta...»- continúa su severo juicio sobre los Estados Unidos en la carta del 9 de octubre para luego reunir ideas en las últimas cartas recobradas de esta serie por el Instituto de Estudios Hostosianos. Las cartas del 18 y del 24 de octubre son la encarnación doliente de quien ha atado inexorablemente su intimidad personal con el destino de las Antillas y de América. Son cartas particularmente conmovedoras y reveladoras de quien fuera proclamado con justicia «Ciudadano de América».

Partiendo de la «lúgubre profecía» de su propio padre: «Hijo, te levantaste muy temprano», Hostos, tras reparar en que en efecto, «cuanto más llego a donde debo, más temprano llego», concluye por observar lo siguiente:

«Héroe de los tiempos que no han sido, llegué a la revolución de las Antillas en 1863, cuando nadie se acordaba de ellas: llegué muy temprano. Héroe de los tiempos que no serán jamás, llegué aquí [Nueva York] en 1869 a buscar revolucionarios que no había, dejando, como el heroico perro de la fábula griega y la española, la carne por la sombra».


Se encontró con que:

«[...] esta gente colonial [...] se había empeñado en que el camino de la revolución era la anexión. Era una empresa heroica ponerse a predicar sentido común, a apostelar en favor de la verdadera revolución, a hacer propaganda en favor de una conversión hacia América latina: fue demasiado madrugar: me zahirieron».


En vez retirarse a Colombia, concibió otra idea:

«Predicar en favor de mis Antillas, era poco; ligar su porvenir al de la gran patria; vivir cordialmente en la vida de ésta; sentir y pensar y querer en Colombia, en Perú, en Chile, en Argentina, como sintiera y pensara y quisiera el mejor de sus patriotas; serlo todo a un mismo tiempo, antillano por la América latina, latinoamericano por las Antillas; peruano, colombiano, chileno, argentino, y además, ecuatoriano con los expatriados del Ecuador, boliviano con los patriotas perseguidos, paraguayo con el pueblo aniquilado, defensor de la libertad, la justicia, la razón y la desgracia en todas partes; indio con el indio maltratado; chino con el chino esclavizado en el Perú; huaso y roto con el roto y huaso que diezmaban las enfermedades de la Oroya; gaucho con el gaucho argentino mal apreciado [el "gaucho enemigo de la civilización falaz", como dice en otra parte], eso era algo».


Pero llegó muy temprano. Hostos se abandona a estas cuitas desconsolado por la intervención de los poderosos y oligarcas de la emigración que aceptan la revolución porque no pueden «oponerse eficazmente a la corriente amazónica de la opinión cubana»; pero, «fermento continuo de corrupción» como son, trabajan por la intervención norteamericana buscando la anexión, mientras la revolución de Céspedes sufre porque no ponen los que pueden «unos cuantos millares de pesos, un corsario, un buque de guerra», que decida la contienda.




ArribaAbajoHostos reconoce -también en trabajos inéditos- la importancia de la obra iniciada por Martí en el 1895

En La lei de Santiago de Chile, Hostos publica en 1895 cartas sobre la nueva guerra de Cuba, como parte de la actividad solidaria que le solicitó Sotero Figueroa desde abril y que le recriminan amargamente otros oficiales del gobierno chileno. Además de los textos ya mencionados publicados en las Obras del 1939 o comentados por Maldonado Denis, el Instituto de Estudios Hostosianos recuperó otras alusiones a Martí desconocidas. La del 13 de agosto parece ser la primera nota en la que Hostos confirma la noticia de la muerte de Martí: «Éramos de los que no creíamos en la muerte de Martí. [...] Pero ya no cabe duda: Martí ha muerto, y ha muerto a manos de un traidor». La del 25 de septiembre refunde la carta de Henríquez y Carvajal que difunde a su vez el «testamento de Martí». Y tras coincidir con la apreciación de Henríquez en el sentido de que la carta «es realmente la imagen del alma buena, sencilla y generosa de Martí», añade:

«Llena de ideas, llena de sentimientos, llena de cierta natural sombra de muerte, que necesariamente ha de afectar al corazón de las muchedumbres tropicales, nada es extraño que esa carta aparezca ya en casi cuantos periódicos nos llegan de las Antillas y de Costa firme.

Aquella noble alma fulgura suavemente en esas líneas. Esa caterva de miserables, cuyo contacto aun lejano es la mayor desgracia, y cuya lava venenosa la única recompensa de buenos como aquél, aun tienen tiempo para ofender su memoria; pero ya leída esa carta, pasó el tiempo de la duda: quien la lea no puede dudar de la recóndita buena fe con que pensaba y sentía Martí.

Era, entre todos los revolucionarios de la grande Antilla, el cubano que más calorosamente había prohijado la idea característica de los puertorriqueños: la confederación de las Antillas. Y la había prohijado tal como ellos, desde 1863, en España, y desde 1869, en discursos, escritos, propagandas y verdaderos sacrificios, la habían concebido y consagrado.

Claro está que no se dice esto para disputar glorias (que no es hora de disputar glorias, sino de despreciar brutalidades e injusticias) y se dice para más honrar la memoria del hombre generoso que tuvo la fortuna de inmortalizar, con su muerte, las ideas que adoptó.

Pero no son las ideas lo que más cautivan en el testamento de Martí; lo que en él ha quedado como sello de su alma son los sentimientos plácidos, benignos y benévolos que habrían hecho de él uno de los grandes infortunados de este mundo, si la muerte piadosa no lo hubiera salvado. Gracias a ella, el testamento nos señala en Martí a uno de los mayores afortunados».



En estas líneas es Hostos mismo quien reconoce en el texto de Martí su huella digital, y tal vez más que ella, su propia voz profética, su propio espíritu atormentado, su propia abnegación e inmolación, y su propia ofrenda enamorada. Y todo, idea, pasión, visión y esperanza, están en Martí «expresadas con tan íntima buena fe [...] que toman nuevo realce».

En Martí ha visto Hostos sin duda, su determinado empeño por consagrar la vida a lo que llamó el deber de sus deberes, y bautizar con su sangre la libertad de la isla que ¡nunca vieron sus ojos ni pisaron sus pies! Ésta es la confirmación rotunda de la tesis de identidades compartidas que hemos intentado desarrollar aquí, disfrazada por la búsqueda de perspectivas para un estudio de sus diálogos ocultos. Hostos y Martí comparten de tan intrincada y penetrante manera sus figuras históricas, que parecieran anverso y reverso de la misma moneda. Sólo que donde fue Hostos el horno, Martí fue el pan.

Hostos sugiere en las líneas últimas citadas que, como sentimos todos, algo hay en Martí -el hombre- que conmueve y llama al llanto presto, más allá del refulgir de la palabra iluminada, eternamente nueva.

Y como si quisiera devolver la palabra prestada, en numerosos trabajos de Hostos posteriores a esta fecha, de sus últimos años, hemos de encontrar expresiones y frases de Martí, pululando resplandecientes por su prosa. Entre ellas, el nombre perfecto tan buscado por el Hostos que acuñó «nuestros países» y «nuestros pueblos», y pidió se excusase el posesivo de «nuestra exposición»; aquél que, enfrentado a la realización del mal augurio, le permitirá en varias ocasiones definir inequívocamente su posición y rumbo ante la presencia en las Antillas de la América sajona: «nuestra América».






ArribaAbajoLa tela de araña del Instituto de Estudios Hostosianos88

Manual para techos de cristal


Buenas intenciones, buenas normas y leyes, fracasan diariamente en Puerto Rico, entre otras razones poderosas, por la carencia de presupuesto. Todos sabemos que así como el estado vilipendia los recursos del gobierno en gastos innecesarios o sencillamente fraudulentos, ahoga y estrangula programas importantes y de gran interés socio-cultural. Uno de éstos lo es el Instituto de Estudios Hostosianos (IEH).

Antes de éste que nos ocupa hoy, el último libro presentado de la nueva edición crítica de las obras completas de Hostos que realiza el IEH, lo mostré yo, personalmente, cuando aún fungía como director del IEH, durante los actos de conmemoración del natalicio de Hostos celebrados en el Recinto de Río Piedras, el once de enero de 1995. Se trataba del volumen de Crítica. Desde entonces, hace dos años y medio, no veíamos nuevas salidas de este magno proyecto de más de treinta volúmenes, que en once años de operaciones -desde 1986- ha logrado publicar sólo siete tomos.

El hecho de que en Puerto Rico, que yo sepa, sólo el IEH y Argimiro Ruano poseen copias del manuscrito, y de que yo posea copia del borrador de la transcripción preparada en el IEH con las correcciones realizadas por mí en cotejo continuo con el manuscrito de Hostos, me impone el deber indeclinable con mi país de comentar algunos aspectos de esta edición más allá de las páginas publicadas por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Si sólo el que esto escribe puede señalar fallas en esta edición, aparte de Argimiro Ruano, no puedo responsablemente, callarlas.


ArribaAbajoResponsabilidad de este autor y moción de relevo de ella

Entre enero de 1994 y enero de 1995 me desempeñé como director del Instituto (IEH) por designación de su presente Rector, Dr. Efraín González Tejera. Entre las tareas que realicé durante esos doce meses, estuvo la revisión y corrección de la transcripción realizada por el personal del IEH de la novela en manuscrito de Hostos titulada La tela de araña.

Aunque los créditos correspondientes de la página de título leen como sigue: «Transcripción, revisión y anotaciones por Vivian Quiles-Calderín, con la colaboración de Julio César López y Ernesto Álvarez», y aunque en ninguna parte se consigna el trabajo que realicé en la revisión y corrección del texto, lo cierto es que cumplí con mi tarea.

Al abandonar la dirección del IEH en enero de 1995 dejé el manuscrito corregido. Este trabajo de edición fue motivo de controversias que se discutieron con los profesores que formaban entonces la Junta Asesora del IEH. Tengo en mi poder copia de la convocatoria a la reunión de la Junta Asesora celebrada el lunes 12 de septiembre de 1994 en cuyo punto número 6 se lee: «La tela de araña: dificultades de edición». Hay una acta correspondiente y, además, el buen recuerdo de los presentes, a saber: Marta Aponte, Rafael Aragunde, José Ferrer Canales, Julio César López, Carlos Rojas Osorio y José Luis Méndez. Tengo copia, también, de un memorando dirigido a la actual directora del IEH, entonces investigadora auxiliar, con fecha del 15 de septiembre de 1994, en el cual dispongo como director que terminaré «la revisión iniciada del texto y de las notas» y que la novela se publicará de una forma que allí se especifica. Tengo copia de un informe de IEH dirigido a la entonces decana interina de administración del recinto, Dra. Aida L. García, fechado el 5 de octubre de 1994, en cuyo anejo 2 aparecen participando de la tarea de investigación y edición, específicamente de La tela de araña, Julio César López, Vivian Quiles y este servidor. Tengo copia del informe de labor realizada sometido al rector del recinto, Dr. González Tejera, el 5 de diciembre de 1994, en cuya página 6, sección IV- ee, se lee: «Revisé y corregí en 2 versiones La tela de araña». Tengo copia de una carta fechada el 13 de enero de 1995 dirigida al Dr. Carlos Rojas Osorio -quien me sustituyó interinamente en la dirección del IEH- para detallarle todos los asuntos pendientes y ofrecerle mis recomendaciones. En la página tres de esta carta, el punto número cuatro, dice: «En los últimos meses revisé el texto de La tela de araña. Se decidió publicar el texto [...]». En esa misma carta, el punto número cinco, indica: «Dejo en la oficina el texto de esta novela corregido con lápiz rojo. Advertí innumerables errores de transcripción y enmiendas al texto que hacen imperativo volver a revisarlo con esmero».

Carlos Rojas me comentó recientemente que dispuso que se continuara con la revisión del texto que le entregué sin añadirle modificaciones propias. Tengo, además, en mi poder una fotocopia de todo el trabajo realizado por mí a través de toda la novela con los errores de transcripción anotados que encontré y los señalamientos de corrección perentorios que determiné hacer. Hablamos, en promedio, de más de quince correcciones por página en un texto de 104, más o menos, lo que vale decir, alrededor de 1.500 correcciones. Un examen somero que he realizado del texto finalmente publicado me lleva a concluir que más del noventa por ciento de las correcciones señaladas por mí fueron incorporadas al texto publicado.

Finalmente, en una carta fechada el 13 de noviembre de 1995 dirigida a Rafael Aragunde, comento, a solicitud suya, un borrador del «Estudio llevado a cabo por el Comité Especial nombrado por la Junta Asesora». Tras rechazar entre otras muchas cosas la visión degradante que de las funciones del director del IEH se hace allí, señalo en el punto 23 lo siguiente:

«El informe [es decir, el estudio de este comité] ignoró las recomendaciones específicas que le sometí al rector en mi informe de diciembre de 1994. El informe ignoró las preocupaciones sobre la naturaleza de la tarea editorial de anotaciones que especifiqué; ignoró los errores que encontré en la supuestamente ya depurada versión de La tela de araña», etc.



La versión final de este informe nunca se me envió.

Entiendo que tengo derecho de reclamarles a todos los responsables la reparación de esta omisión. Recoger esta edición podría ser parte de la solución porque en la somera revisión que hice de esta publicación detecté correcciones hechas a la edición previa de Argimiro Ruano no señaladas en las notas como se proponen hacer los editores, e incluso frases omitidas del manuscrito original que cuestionan nuestra confianza. Si tomamos en cuenta que esta edición se publica increpando agudamente la versión a todas luces inescrupulosa de Argimiro Ruano, el asunto adquiere mayor gravedad puesto que Ruano advirtió al menos el carácter «provisional» de su edición y admitió la existencia de errores. La edición del IEH fustiga con sobriedad la edición de Ruano en su Advertencia editorial al hablar sólo de «discrepancias»; mas la sobriedad se pierde en su no obstante excelente estudio preliminar, preparado por Ernesto Álvarez. Lo que resulta innecesario y excesivo a nuestro juicio, es continuar el castigo de Ruano al exponer uno a uno sus errores de transcripción. Tanto fustigar para incurrir en nuevos y propios errores nos impele a reflexionar sobre las penurias de la falta de modestia cuando se tiene techo de cristal. No basta con hablar toda la vida para ser un buen lingüista. En el campo intelectual, ¿el autor es quien realiza el trabajo manual sobre el teclado o quien lo dirige, lo corrige y lo autoriza?




ArribaAbajoFe de erratas

Como, dado el caso, se podrá alegar que un botón no basta, expongamos cuatro. En la página 106 de esta edición (IEH), dice a partir de la séptima línea del primer párrafo:

«Queremos una suma, una síntesis, y en vano la queremos. De los venturosos y los infelices; de las virtudes y los vicios, sacamos la idea de los hombres: pero el hombre16, la imagen de Dios, el fin palpable; no buscamos la virtud, y encontramos virtudes [...]».



En la edición de Argimiro Ruano dice en su lugar:

«Queremos una suma, una síntesis, y en vano la queremos de los venturosos y los infelices. De las virtudes y los vicios, sacamos la idea de los hombres; pero en el hombre, la imagen de Dios, el espíritu simple que realiza un fin palpable... no buscamos la virtud, y encontramos virtudes [...]».



Yo leí y corregí el texto como sigue:

«Queremos una suma, una síntesis, y en vano la queremos. De los venturosos y los infelices, de las virtudes y los vicios, sacamos la idea de los hombres. Pero el hombre, la imagen de Dios, el espíritu simple que realiza un fin palpable... Buscamos la virtud, y encontramos virtudes [...]».



¿Cuál es la versión correcta? Las normas que rigen todo el proyecto de edición de estas Obras, publicadas en el primer tomo (La peregrinación de Bayoán, 1988), y las normas de edición indicadas para esta novela en específico, obligaban a los editores, si por algún motivo debieron suprimir una frase, a indicarlo en una nota, lo mismo que tenían que indicar la diferencia con la versión de Ruano. No lo hicieron.

Otro tanto ocurre en la página 122 (IEH). Es un inicio de párrafo que lee como sigue en la edición del IEH: «Palma sabía que se alivian, y aliviaba la suya los dos únicos remedios que podían calmarla [...]». El lector no sabe de qué habla el narrador porque se ha omitido una oración que, sin embargo, transcribió Ruano, en la página 88 de su versión. Dice allí:

«Las pasiones son enfermedades morales incurables21; pero Palma sabía que se alivian, y aliviaba la suya con los dos únicos remedios que podían calmarla [...]».



En la versión en borrador del IEH que yo examiné estaba la frase, y la nota de Ruano también estaba incorporada como la nota número 60. ¿Qué ocurrió? Nuevamente: si el IEH determinó que era imperativo suprimirla por alguna razón que desconozco, entonces, ¿por qué no aparece esa razón en una nota ni aparece la correspondiente nota de cotejo con la edición de Ruano? En la página 213 de la edición del IEH dice en el párrafo situado a mitad de página, en la penúltima línea: «[...] cuando de un acontecimiento que anunciaba desgracia veo producirse un contenido más duradero, una ventura más sólida». Donde dice «contenido» yo leí en el manuscrito «contento», igual que Ruano (229). ¿Leímos mal? Bien; pero, nuevamente, ¿dónde está la nota de cotejo con Ruano?

Debo aclarar que, antes de abandonar el IEH subrayé, reiteré e insistí en la necesidad de nombrar al frente del IEH a un director cuyo dominio de estas destrezas permitiera que el público lector puertorriqueño y el investigador de todas las latitudes pudiera confiar en el rigor de esta edición. Como ya se vio, reiteré la necesidad la volver a cotejar, cuidadosamente, un borrador del manuscrito que hallé, tras un examen no exhaustivo, con plaga de errores. Aunque son innumerables las correcciones realizadas por mí que fueron incorporadas a esta edición, me llaman la atención, además, las ausencias de las notas de aclaración y de interpretación que se acostumbraban, a excepción de la refundición de las hechas por Ruano. Me llama la atención la decisión de trasladar las notas al final de la novela y de actualizar y corregir evidentes errores de puntuación y ortografía porque como director insistí, sin encontrar respaldo, en la necesidad de ofrecerle al lector no especializado un texto verdaderamente legible y la oportunidad de hacer una lectura grata, sin interrupciones masivas, pero con todas las anotaciones perentorias de este caso singular.

En la aludida reunión de la Junta Asesora del 12 de septiembre de 1994, utilicé como ejemplo de la dificultad de transcribir, fiel al texto, como se me exigía, la siguiente porción del capítulo cinco, primer párrafo. El manuscrito dice:

«Los que hayan gozado o sufrido de esa vida total de nuestro ser interior; que va desenvolviéndose lenta y dolorosamente; que de la confusa vitalidad de todas sus facultades se eleva trabajosamente a la tranquila actividad de todas ellas: que para lograr, si lo han logrado, la armonía de la vida, la concordancia de todas las aspiraciones de su alma, si han leído el capítulo anterior, se habrán dicho, compadeciéndose de Consuelo».



Le propuse a la Junta la conveniencia de corregir los errores evidentes del texto, por las razones indicadas en el párrafo anterior, pero con las anotaciones correspondientes que le permitieran al investigador, no al lector común, estudiar el manuscrito original. La Junta opinó como Julio César López que ello no podía hacerse. No obstante, para mi sorpresa, encuentro enmendadas estas líneas (IEH, página 119), y lo que es más sorprendente, no hay notas que indiquen cómo aparece el texto en el manuscrito, sólo dos (la 43 y 44) ¡que se refieren, nuevamente y siempre, a los errores en que incurrió Ruano!




ArribaAbajoErnesto Álvarez: un excelente estudio preliminar

El estudio preliminar de Ernesto Álvarez (17-100) es, por fortuna, otro cantar. No se distingue por planteamientos que en rigor debamos considerar inéditos, pero al insistir y resaltar algunos detalles particulares ya tocados en su mayoría por la crítica, ha logrado que el lector se percate de importantes aspectos sobre los cuales esa crítica no se ha detenido lo suficiente. El estudio -o «introducción»-, amplio y suficiente, está dividido en cuatro partes. En la primera, «Observaciones preliminares», se detiene sobre la fecha probable de escritura del texto para obligarnos a concluir que se trata de un texto primerizo, producto de ése que nosotros hemos llamado otras veces «joven Hostos»; es decir, aquél que, en cuanto escritor, fue antes que nada novelista, cuyas obras surgieron de su constante autoanálisis, y ya defensor del principio de la soberanía para «sus islas» mediatizada a través de una federación porque reconocía los imperativos de nuestras dificultades económicas. Ya sabemos que en cuanto al psicoanálisis que Hostos inició todavía adolescente, en el 1857, fue un verdadero precursor, profeta de Freud, y que en el Plácido anticipa ya el retrato del colonizado que lograra Fanon. Ajuicio de Álvarez, las dos novelas publicadas de Hostos son fragmentos anteriores al diario que conocemos, que comienza en el 1866, y por lo mismo, partes de ese diario que hemos considerado una de sus aportaciones más sobresalientes.

Álvarez observa con gran tino la importancia que tiene la clasificación que, a la altura de 1875, hace el propio Hostos de La peregrinación de Bayoán, cuando ha ganado ya en gran medida la estatura continental que merece en la estimación de la historia. Llama a su libro «poema-novela en prosa», frase que a todas luces privilegia el poetizar sobre el novelar (poema; en prosa). Además, más allá de las observaciones de estilo y de estética que hemos hecho en nuestros propios trabajos, vincula acertadamente el lenguaje hostosiano con los simbolistas franceses y con el futurismo, y si bien no tanto con la lírica de Rubén Darío -como erróneamente se implica en la Advertencia preliminar-, sí con el nacimiento de la conciencia moderna y, desde luego, con los premodernistas.

En la segunda parte, Álvarez fustiga pleno de verdad, pero tal vez innecesariamente, como hemos dicho, los trabajos de Ruano sobre el tema. Al hacerlo, se apoya correctamente en la crítica que a éste le ha hecho Carlos Rojas Osorio y el que esto escribe. En la tercera parte, se detiene a examinar la novela española de la época. Álvarez nos pone en perspectiva los aciertos de Hostos en el género al ponderar que araba en el desierto de la novelística española de los sesenta, época que esperaba aún los grandes autores y textos de los ochocientos. Además, el asunto de la composición de la Academia de la Lengua, ante la cual sometió Hostos a concurso La tela de araña, pues tenía entre sus miembros, entre otros, a Juan de la Pezuela, aquel tristemente célebre gobernador militar de Puerto Rico del régimen de la libreta.

Finalmente, la cuarta parte está dedicada a la reseña de la novela en sí. Allí Ernesto Álvarez nos habla de La tela de araña como una novela de tesis dedicada al estudio de la familia y concebida como un «anti-Goethe». En esta novela, pues, Hostos nos adelanta, en una versión narrativa, muchos de los sondeos expuestos en el Tratado de moral, y mucha de la penetración y análisis psicológicos que articulará años más tarde en sus estudios de los personajes del Hamlet, e, incluso, de sus tesis revolucionarias sobre La educación científica de la mujer. Resulta admirable la aguda y fina penetración que realiza Hostos con estos personajes, pues más que colorido y costumbrismo, Hostos parece querer sondear y descubrir en ellos su verdad humana, los hilos que mueven la conducta y cincelan el carácter. Con ellos, es decir, con estos hilos definidos y tomados de la mano, Hostos elaborará además las teorías pedagógicas que harán de su quehacer educativo un monumento al desarrollo de la libertad latinoamericana. Lejos de ser una obra fracasada y abortada, estéticamente inferior, como comentaron algunos en el IEH, son incuestionablemente numerosas y trascendentes al estudio de la obra toda de Hostos, las hebras con que tejió La tela de araña.






ArribaAbajoHostos: cinco tesis redivivas89

Permítanme una expresión personal que estimo pertinente: hablar de Eugenio María de Hostos es una de las mayores dichas de mi vida. Hostos se me convirtió en algo así como un órgano del cuerpo una tarde que comencé a dolerme de su vida leyendo América: la lucha por la libertad, esa egregia antología que cosechó con piedra y cielo Manolín Maldonado Denis. Anegado en un réquiem enamorado, me recuerdo escribiendo a pie, en medio de una calle de Río Piedras, un largo poema que titulé «En la tumba de Eugenio María de Hostos», poema que se ha publicado varias veces y cuya primera tirada dediqué a Maldonado Denis, y luego a don José Ferrer Canales. Mi lazo consanguíneo con Hostos, esta parentela de espíritu desvelado que desde entonces alimento con regularidad, me hace sentirme, si se me permite la inocencia, un buen intérprete de su obra, indistintamente de lo que pueda pensarse y sin zozobras. Sé que esta certeza mía sólo tiene valor para mí, pero como el crítico y el poeta que me habitan son en realidad la misma persona, tomo con licencia mi imprudencia académica.

Existe un formidable consenso sobre cómo interpretar y valorar la obra de Eugenio María de Hostos. Claro está, que dicho consenso aplica fundamentalmente a apreciaciones generales en torno a los aspectos más prominentes, pues tan pronto el ojo crítico penetra las urdimbres y los vasos comunicantes, hila fino, y hace la Exégesis que corresponde a los complejos teóricos, el consenso se pierde porque nos internamos en un mundo rico y vasto. Durante los últimos veinte años he desarrollado algunos puntos de vista sobre la obra de Hostos en los que insisto continuamente, en algunos casos porque contravienen tesis ortodoxas de la crítica más difundida y, en otros, porque intentan reparar algunos juicios erróneos de hostosianos de moda. Quisiera recordar hoy aquí algunas de estas tesis redivivas, siquiera someramente.

En primer lugar, sostengo que el pensamiento de Hostos era revolucionario por lo menos desde 1863, cuando publica La peregrinación de Bayoán. La visión de la crítica tradicional que en el campo de la literatura igual que en el de la historia enfrenta al Betances revolucionario con el Hostos supuestamente reformista, piensa en el Betances rompehuevos de 1868, el Betances conspirador del Grito de Lares, para contrastarlo con el Hostos que en España aboga por una nueva República Española. El proceso lógico parece ir a la deriva de la siguiente ecuación: ser independentista es ser revolucionario; combatir, dentro del absolutismo monárquico, por un régimen constitucional y federal, es ser reformista. Se olvida, parece, el carácter revolucionario, en el plano político y social, cuando menos, del tránsito entre la monarquía absolutista y la república burguesa que transformaba el mundo desde fines del siglo XVIII. La historia considera ese tránsito una revolución. Se olvidan las múltiples y profundas vinculaciones en el plano social y económico que esas estructuras políticas establecían dentro del ámbito español. La historia considera esas profundas transformaciones estructurales revolucionarias. Se olvida que Hostos sostiene, reiteradamente, que su lucha por la república tenía como finalidad estratégica la creación de una federación de provincias españolas cuasi soberanas de las que deberían formar parte las Antillas. Quiero subrayar la palabra soberanía, y quiero subrayar la palabra federación. Hostos, extrapolando el modelo de la confederación canadiense propuesta en esos años con la intención de resolver el problema de la diversidad cultural de sus provincias y la de evitar que gravitaran hacia el sur, dada la proximidad a los Estados Unidos, buscaba un modelo político que reconociera las circunstancias diferentes de las Antillas, respecto de la península, y proveyera el espacio que permitiera, dentro de un modelo español, la completa libertad de acción de los antillanos. Por eso Hostos rechazó en sus artículos desde 1865 la «asimilación de las Provincias Ultramarinas a las Peninsulares». Su vinculación con la corona buscaba la igualdad política a través del reconocimiento de las desigualdades de condición y constitución entre las colonias y la metrópoli. Era el suyo un verdadero radicalismo democrático, para decirlo con palabras de Félix Córdova Iturregui.

Pero Hostos estaba ponderando otros aspectos al elegir la ruta de la libertad de sus islas. Sabía ya entonces, y lo reiteró en innumerables ocasiones en las décadas siguientes, incluso tras la invasión norteamericana, que Puerto Rico, mucho menos que Cuba, no estaba en condiciones de sobrevivir en la liga de naciones independientes por la postración y la miseria en que nos mantuvo la monarquía española. Incapaz, no obstante, de aceptar la subordinación y la colonia, encontró salida feliz a través de la idea de una federación de la república española primero, y luego a través de la idea de una confederación de las Antillas, confederación que tenía que pasar por la independencia de cada una de ellas.

Por eso no debería sorprender que Hostos considere su novela de 1863 un grito sofocado de independencia. Juan Bosch relata en su biografía de Hostos cómo éste llegó a la concepción de esa primera novela pasando, primero, por la concepción de la necesidad de la unidad antillana. En una de sus travesías por el Atlántico Hostos evocaba sobre cubierta el incidente desgraciado de un pasajero, presuntamente enfermo de cólera, que fue arrojado al mar, según le pareció, vivo. Recordaba vivamente la conversación de algunos pasajeros, familias cubanas y dominicanas a quienes interrogaba sobre la situación de ambas islas hermanas.

«Una noche -cuenta Bosch-, en que acodado en la baranda, tarde ya, veía la luna menguante rebrillar sobre el agua, se le ocurrió pensar que tal vez fuera posible constituir con los tres pueblos una federación, que quizá los tres podían satisfacer igual destino histórico. Un repentino júbilo, como de quien descubre una ley científica, le embargó de golpe... La pequeñez de Puerto Rico, la poca cosa que significaba lograr la independencia de Puerto Rico podía ser un obstáculo para un alma capaz de concebir sólo en grande; pero el obstáculo dejaba de serlo tan pronto el ideal se ensanchaba y ganaba las tierras de las islas hermanas... A partir de aquel día, y mientras se acercaba a España, Hostos empezó a ir viendo todos los aspectos de su concepción».


(Hostos, el sembrador, Huracán, 1976, 28-30)                


En su artículo «Cuba y Puerto Rico», de 1872, Hostos expresa de manera incandescente el significado vital y visceral que tiene para él su identificación con Bayoán. Hablando de la conquista de América, confiesa: «Mi espíritu ha debido vivir en aquel tiempo negro, porque yo que no he conseguido odiar a los españoles... no puedo pensar en el primer momento de la conquista, sin odiar con frenesí, con deleite, con unción, a aquellos monstruos de ingratitud y de injusticia. Hoy mismo... si quiero que los Andes se conmuevan... me traslado mentalmente a aquella época, leo la historia de la conquista en cualquier parte de América, y la sed de justicia me devora y el hambre de venganza me exaspera, y me siento Bayoán, Caonabo, Hatuey, Guatimozín, Atahualpa, Colocolo».

En Hostos íntimo, su hijo, Bayoán Lautaro de Hostos, recuerda vivamente como su padre «irrumpía en quejas, en protestas, y amargos comentarios, cada vez que recordaba la guerra de exterminio de la conquista» (República Dominicana: La Trinitaria, 2000, 96).

Acaso, entonces, no deba sorprender la manera como Hostos enfrentó, sin demora, en el mismo 1868, la renuencia de sus antiguos correligionarios que se negaron a extender la república a las islas, y cómo así mismo, sin demora, aceptara públicamente que el camino a la soberanía tendría que ser otro, de modo que ya en 1869, a pesar del triunfo de la revolución republicana que tanto buscó, estaba en un exilio sin retorno. El mismo rompimiento de Hostos con sus correligionarios republicanos es prueba patente de este planteamiento, pues el distanciamiento de Hostos con la revolución triunfante no ocurre por otra razón. Prueba lo es también que tanto el Grito de Lares como el Grito de Yara encontraran en Hostos su abogado en pleno Madrid. Martí lo vio así y por eso reproduce en La patria libre el discurso de Hostos pronunciado en el Ateneo de Madrid (Exégesis 23-24: 57-64). En la agenda de Hostos siempre estuvo el reconocimiento de todos los derechos políticos del pueblo de Puerto Rico y el reconocimiento, por parte de Madrid, de la plenitud de los derechos constitucionales de los ciudadanos puertorriqueños. Y en su agenda estuvo siempre la realización de cambios radicales en los planos económico y social de todas las Antillas. El volumen España y América (Obras completas de Hostos, XXI) es evidencia vasta de ello.

Pero, además, hay que señalar que en Hostos, el sentido de la libertad, iba mucho más allá de Puerto Rico y de la misma palabra independencia... En un interesante artículo de 1970 de Francisco Manrique Cabrera, el autor reflexiona sobre el concepto de revolución en Hostos y concluye que pasa por etapas: «Comienza por referirse al ámbito político en el 1868 español... Luego acaricia la lucha armada en tierras antillanas... Gracias a la experiencia neoyorkina puede... ensanchar y profundizar el horizonte revolucionario: revolución militar, política, social, moral, mental, verdadera revolución» (Hostos. Ensayos. 1992, 45-62.) Pues Hostos, nos recuerda, también vio en el proceso moral de Hamlet una revolución.

Segunda tesis: la dramática altura del escritor que críticos mojigatos se niegan a reconocer ante la contundente presencia de su abrumadora obra. La costumbre de seguir criterios importados y la costumbre de repetir sin examen juicios de «autoridades» como Antonio S. Pedreira, llevó a numerosos comentaristas a parafrasear el lamento ante el escritor potencial que «renunció» al arte literario. Además de los innumerables paralelos que pueden establecerse entre los muchos escritores que renegaron o aborrecieron -como Hostos y como Martí- del quehacer literario de sus contemporáneos, ahogados en un romanticismo contemporizador sin remedio, es demasiado patente el valor y la importancia del quehacer literario de Hostos para que pueda ser negado. Pero también es importante establecer su especificidad.

Su defensa de un arte instrumental, que aspirase a realizar funciones más allá del plano estético para abogar por la ruta del compromiso social y por la liberación de los pueblos, no niega, como han dicho Fernández Retamar y Cintio Vitier respecto a Martí, la estatura del escritor que fue Hostos, sino que la explica. Para Hostos el arte no podía dar la espalda a la realidad. Tenía el deber de explorarla, estudiarla, dominarla. Tenía la misión de contribuir al conocimiento de la realidad y a su transformación. Y como lo demuestra su ensayo sobre el Hamlet, o el de Plácido, y como demuestran tantos textos suyos, incluso su novela La tela de araña, su sentido de la realidad incluía todo el drama humano registrado desde la tragedia griega hasta Goethe y Víctor Hugo, e incluía tanto la sonda de la psiquis humana como la historia y la política.

Téngase en cuenta, sobre este asunto, que Hostos señala de manera inequívoca la función política y propagandística que debía cumplir su primera novela, La peregrinación de Bayoán. Téngase en cuenta la elección del nombre de su protagonista, el indio deicida Urayoán (= Bayoán), el primer indio de toda América que se atrevió a matar al dios español ahogándolo en un río. Téngase en cuenta que Hostos, a pesar de todo, pondera el valor literario de su obra al considerarla poema-novela en prosa, y al promover él mismo, dos veces, su publicación. Téngase en cuenta también que se trata de una de varias novelas escritas por Hostos, y una de muchas obras suyas de género narrativo. Asimismo, como se sabe, Hostos cultivó el teatro. Pero, específicamente, fue un iniciador del género de teatro para niños. Hostos escribió algunos versos, incluyendo una extensa oda dedicada al cuarto centenario de América. Hostos tiene una considerable obra de crítica literaria y artística. Hostos tiene una de las más profusas y deslumbrantes obras ensayísticas, notable no sólo por su fervor y profundidad, reconocida por autores de notable reputación, como José Martí, sino por el aliento lírico que traspasa una gran cantidad de sus textos. Hostos es, acaso, la figura cimera del quehacer literario puertorriqueño de todos los tiempos. Así lo entendió Francisco Manrique Cabrera, al concluir que «Hostos muy a pesar suyo alcanzó rango de literato continental» (Ibid., 38).

Tercera tesis: Juan Bosch, acaso siguiendo a Federico Henríquez y Carvajal, entrañable amigo dominicano de Hostos que lo ayudó a buen morir, pintó el cuadro amargo de un Hostos que muere de asfixia moral, con total falta de fe, imbuido del fastidio de la vida. Las últimas páginas del Diario y el pesar con que asumió Hostos tanto la ocupación militar estadounidense de Puerto Rico como los cambios políticos en la República Dominicana cuando es derrocado el Presidente Jimenes y asume Woss y Gil el gobierno en medio de un charco de sangre, contribuyen a fortalecer esa interpretación. Lo mismo se observa del Betances que en 1898 ve hundirse el sueño de su vida tras la invasión norteamericana de Puerto Rico y, lo que es más importante, la enajenada actitud de resignación y conformidad de puertorriqueños y cubanos. Claro que en el caso de Betances, más claramente que en el Hostos, la invasión se daba en las circunstancias de una edad avanzada y del convencimiento de que ya no quedaban fuerzas, ni días por vivir, para hacerle frente a la nueva coyuntura política cuya evolución no alcanzaría a ver. Bonafoux, sin embargo, no deja de anotar que Betances describe en 1896 como, a pesar de su internacionalmente reconocida estatura de estadista y de investigador médico, honrado por el gobierno Francia, todavía vende «sellos, banderitas, botones, alfileres a precios módicos» para recaudar fondos para la revolución antillana. Es una manera transparente de poner en evidencia un apostolado limitado sólo por la muerte.

Hostos sobrevive con dolor el trance del 98, pues, menor que Betances doce años, todavía podía actuar, como de hecho actuó, para realizar las tareas que pensó necesarias. No se trataba ya entonces de buscar un levantamiento popular con armas, sino de atravesar la nueva red colonial con sentido de unidad y dirección hacia donde estaba la única puerta de salida para la soberanía de los puertorriqueños: la vía jurídica, y, dentro de ella, la de un plebiscito que debería ser reclamado por el pueblo de Puerto Rico dentro del marco de la Constitución de Estados Unidos. Al tomar conciencia de que sus acciones no conseguían respaldo, se convence de que los tiempos no están maduros y parte a la República Dominicana a retomar sus antiguos proyectos. Tres años después lo sorprende la muerte en medio de una revuelta política.

Es más claramente injusto en Hostos que en Betances, darle tinte de derrota a las circunstancias de su muerte. Tengo para mí, y sostengo que, en ambos casos, debe interpretarse que estos dos recios luchadores murieron con las botas puestas. En el caso de Hostos, el caso hoy pertinente, el desaliento que se respira en las últimas páginas del Diario no es caída inédita que lo sorprendiera al final de su vida. Hostos tiene muchas caídas de ánimo en el Diario, seguidas, ipso facto, de otras de animación, determinación y militancia. A lo largo de su vida política lo esperaron muchas más derrotas que triunfos, pero mantuvo toda su vida un ritmo de combate sostenido y admirable. Máximo Gómez, escribió tras la muerte de Hostos lo siguiente:

«Lo mismo que el doctor Betances, era para mí este hombre una especie de mentor alumbrándome el camino con sus sabios consejos y robusteciendo mi fe y mi constancia cuando tratábamos de la redención de Cuba. Un día, no he podido olvidarlo, me dijo estas palabras: "Cada uno por su lado tiene que trabajar y dar duro: tenemos muchas veces, aunque cueste sangre, que abrir campos de claridades. Las evoluciones muchas veces envilecen y cuestan más caro; por eso cuando se enarbola la bandera de la justicia y el derecho por las manos encallecidas del pueblo, es muy menguado aquél que piense en el fracaso, porque se va derecho al triunfo"».


(Hostos: Ofrendas a su memoria, 277)                


La estudiosa chilena Gabriela Mora, autora de varios trabajos concentrados en el Diario de Hostos, sugiere en uno de ellos (me refiero a la Introducción a la edición crítica de sus Obras completas, 1990) que Hostos murió como resultado de trastornos físicos -que lo agobiaron desde su juventud- enardecidos por las impaciencias de su carácter. Esa sería la clave de sus referencias, en la última página del Diario, a Sócrates, al fastidio de la vida e, incluso, la referencia negativa al suicidio.

Pero más significativos a propósito de llegar a una conclusión sobre cómo ponderar el desenlace de Hostos, son estos apuntes de Francisco Manrique Cabrera, fundador de la Cátedra Hostos en la Universidad de Puerto Rico:

«Fue eminentemente hombre vivo y lo es. Sabía que tendría su muerte: aquella que a su vida correspondía... Nuestra lengua popular suele expresar este decir: murió como un perro. Ese morir, por ende, no corresponde al hombre. Menos a hombre excepcional. Nuestro jíbaro hablando de su gallo valiente nos dice: murió como un hombre. Hay pues un especial morir que pertenece al hombre. Y hay, por ende, una muerte de hombría llena, coronadora de la vida. Es la muerte del hombre grande. Paradójicamente: Estas muertes singulares son las que más vida irradian al futuro. Más vida legan».


(Ibid., 168)                


No fue, Hostos, el héroe de un día, porque su vida entera estuvo consagrada al deber, a la lucha y al sacrificio.

Cuarta tesis: No es un secreto que muchos posmodernos del patio coquetean con lo que llaman la estadidad radical que proponen para Puerto Rico. Desde hace diez años critico la ideología desnacionalizante de estos posmodernos. Uno de ellos ha propuesto su visión de Hostos como un ideólogo inofensivo y un moralista problemático en un libro escrito, irónicamente, bajo los auspicios de la Cátedra de Honor de Eugenio María de Hostos. Me refiero a Rafael Aragunde. Al ocuparme de este libro lo hago como un reconocimiento al prestigio de Aragunde y por el temor del efecto que en lectores no formados puedan tener algunos de sus errores. En su libro, Aragunde afirma cosas como las siguientes, tomadas de aquí y de allá, pero que recogen la índole del libro todo:

«Hostos [...] le concedía a la estadidad la capacidad de descolonizarnos y la admiración que sentía por el ordenamiento republicano de los EEUU le impidió hacer planteamientos como el de la "suprema definición" albizuista».


(XVIII)                


Aragunde añade al final del libro lo siguiente: «Para él era posible la soberanía bajo la estadidad federada y nada tendría de malo si una mayoría de los puertorriqueños optaba a través de un plebiscito por ella» (103).

En otra oportunidad, concluye: «Lo cierto es que Hostos nunca se retiró del todo a filosofar. Le fue firmemente fiel a la práctica de la reflexión que ya en Nueva York esperimentara como imprescindible, pero continuaba a su manera y en otros lugares y mediante otras ocupaciones la tarea política complementaria. Su dedicación obsesiva a la pedagogía y a la teorización con que acompañó a ésta apenas puede explicarse de otra manera» (12).

«Si a Hostos, aun cuando pudo haber sostenido posiciones teóricas que le diferenciaban de las oligarquías que le invitaron a ambos países, se le permite trabajar activamente a favor de una educación que sin duda alguna él no pretendía que fuera reproductora de situaciones sociales y políticas como aquéllas, fue porque en sus escritos no se percibía nada que pusiera en entredicho el orden existente».


(97)                


«La hermenéutica hostosiana no ha errado al concebirle como fundamentalmente un moralista [...] un moralista circunspecto».


(99)                


Hasta aquí las citas al libro de Aragunde.

No es cierto, en primer lugar, que Hostos le concediera a la estadidad la capacidad de descolonizarnos. No es cierto.

No es cierto tampoco que Hostos no expresara planteamientos concordes con la suprema definición albizuista. No es cierto.

No es cierto que creyera en el ejercicio de la soberanía bajo la estadidad. No es cierto.

No es cierto que las luchas políticas de Hostos fueran luchas complementarias a las docentes, sino todo lo contrario. No es cierto.

No es cierto que su dedicación a la pedagogía no tenga una explicación política. No es cierto.

No es cierto que los planteamientos de Hostos en su viaje por Hispanoamérica no pusieran en entredicho el orden existente en cada país. Ni siquiera en la República Dominicana y Chile. No es cierto.

No es correcto, finalmente, concebir a Hostos, principalmente, como un moralista circunspecto. No es cierto.

¿A quiénes habrá recurrido Aragunde para ayudarse con su interpretación de la obra de Hostos? Ciertamente que no fue Francisco Manrique Cabrera. Menos José Ferrer Canales. Imposible que leyera a Josemilio González, la biografía de Carlos Carreras, o la de Juan Bosch, ni siquiera el famoso ensayo de Pedreira... ¿Leyó a Camila y Pedro Henríquez Ureña? No parece. ¿Leyó a Emilio Roig de Leuchsenring y Lino D'ou? Ciertamente no. Mucho menos, a Manolín Maldonado Denis. Página 15 de América: la lucha por la libertad:

«Por eso se compromete con aquellos peninsulares que buscan romper con el antiguo régimen español y que protagonizan la revolución septembrina -revolución, repito- de 1868. Su compromiso primordial, no obstante, seguirá siendo el que ha contraído con la libertad -libertad, repito- de las Antillas».


Hostos, en carta de 1873, resume los objetivos de su viaje por el sur de la siguiente manera:

«Durante esos tres años (de exilio en el sur del Continente), a toda hora, en todos los momentos, asociándome con presurosa conciencia a cuanto intento he secundado, rechazando con indignada conciencia cuanto mal para América me ha salido al paso; durante esos tres años, consagrados con mi voz, con mi pluma y con el ejemplo de una vida desinteresada a la confraternidad de todos estos pueblos, a la defensa de todos los desheredados, fueran 'rotos' y 'huasos' y araucanos en Chile, fueran chinos o quechuas en Perú, sean gauchos o indios en la Argentina: durante esos tres años dedicados a pedir práctica leal de los principios democráticos, formación de un pueblo americano para la democracia, educación de la mujer americana para precipitar el porvenir de América, nunca, en un solo momento, en la vida activa y en la vida sedentaria, hablando para uno o para todos, ante un público o ante un alma ignorante y generosa, nunca he dejado de invocar a América para que me secundara en la santa obra...» (La frase en cursiva nos recuerda uno de los libros que componen el Canto general de Pablo Neruda -el poeta político, el poeta comprometido con sus pueblos-, el sexto: «América, no invoco tu nombre en vano»).


(37-38)                


Sobre la estadidad y la anexión, Maldonado Denis cita las siguientes expresiones de Hostos, la primera de 1870:

«Yo creo que la anexión sería la absorción, y que la absorción es un hecho real, material, patente, tangible, numerable, que no sólo consiste en el sucesivo abandono de las islas por la raza nativa, sino en el inmediato triunfo económico de la raza anexionista, y por lo tanto, en el empobrecimiento de la raza anexionada».


(44)                


La segunda, de 1898:

«Yo no creo digna de admiración a la fuerza bruta [...], pero creo digno de la mayor atención o del mayor cuidado el hecho manifiesto de que los norteamericanos enviados a Puerto Rico y los norteamericanos del Gobierno que los envía, están procediendo en Puerto Rico como fuerza bruta. ¿En qué dirección va encaminada esa fuerza bruta? En dirección al exterminio. Eso no es ni puede ser un propósito confeso; pero es una convicción inconfesa de los bárbaros que intentan desde el Ejecutivo de la Federación popularizar la conquista y el imperialismo, que para absorber a Puerto Rico es necesario exterminarlo; y naturalmente, ven, como hecho que concurre a su designio, que el hambre y la envidia exterminan a los puertorriqueños y dejan impasibles que el hecho se consume».


(45)                


En 1868, ¡1868!, Hostos declara en carta al director de El Universal de Madrid lo siguiente:

«Revolucionario en las Antillas, como activa y desinteresadamente lo he sido, lo soy y lo seré en la Península; como debe serlo quien sabe que la revolución es el estado permanente de las sociedades...».


(15)                


Quien le regatea a Hostos el atributo de revolucionario, ¿habrá leído siquiera estas palabras suyas de 1896? Hostos no está hablando de sí mismo, pero bien podemos aplicarle a él sus ideas:

«Todo un siglo, o casi todo un siglo, consagrado por un pueblo a soñar y realizar una revolución, es un dato bastante en demostración de su necesidad. A la revolución [...] no va por gusto ningún pueblo. Van, primero, los más altos de pensamiento y los más prontos de corazón; después, los peor hallados en su suerte; enseguida, los afines en ideas, sentimientos e intereses; por último, la masa. Cuando la masa se pone en movimiento, la revolución es un hecho incontrastable».


(41)                


Sobre el patriotismo y los revolucionarios opinó lo siguiente:

«No el patriotismo charlatán, no la literatura engañada, no la oratoria de los días de fiesta; el patriotismo mudo, la literatura de conciencia imperativa, la historia de los días de luto, es lo que debe inspirar a los revolucionarios.

No son revolucionarios los que, teniendo un deber que cumplir, un propósito que realizar, una alta aspiración que satisfacer, ven pasar las horas y días y semanas y meses y años, años enteros, años eternos para la patria mártir, sin idear otra cosa que la muerte de la idea en el cansancio, sin hacer otra cosa que sobornar la conciencia para ahogarla».


(42)                


El verdadero revolucionario no es un activista irreflexivo, pura acción que no sabe lo que hace. Muy por el contrario, el revolucionario es un pensador radical y militante. Así, encontramos en Hostos una de las reflexiones más profundas del quehacer revolucionario, unida a una de las praxis más constantes y conscientes. Su reflexión no fue fenomenología ni platonismo: fue aplicación continua y obsesiva del estudio de la realidad que halló ante sí en su paso por la vida, fruto de una curiosidad implacable e insaciable. Todo fue objeto de su estudio porque tuvo hambre de estudiarlo todo. Hostos reflexionó de la manera más extensa y coherente incluso tópicos entonces novedosos como la psicología y la sociología, y reflexionó de la manera más enciclopédica y creativa sobre educación, derecho, moral, el antillanismo, la revolución social y política, la psicología del colonizado, anticipando a S. Freud, a Franz Fanon, a Paulo Freire.

Lejos, pues, de ser Hostos sólo un ideólogo inofensivo o un moralista circunspecto, es decir, prudente y discreto, de capilla y voz baja, fue Hostos, esencialmente, todo lo contrario: un ideólogo innovador y revolucionario, un moralista activista y revolucionario, un moralista militante y radical. «Basta ya -como dijo Francisco Manrique Cabrera- de que se tome ni a Hostos ni a ninguno de los patricios auténticos nuestros por las ramas, y a pedacitos cómodos fuera del contexto medular que los define» (Ibid., 37).



Dejo para comentario aparte la calificación de Aragunde sobre la función, dentro del político y del sociólogo, de la tarea pedagógica de Hostos. Lo dejo para comentario aparte porque ésta es la quinta tesis que he defendido consistentemente contra la critica convencional. Cierto es que Hostos ha sido caracterizado siempre como el gran Maestro de América. Las razones no huelgan. Francisco Manrique Cabrera se pregunta en un apunte cuándo empieza el Maestro. Y se contesta:

«Cuenta D. Adolfo que Hostos en Bilbao a los 12 ó 13 años repugnó el método memorialista. En la Universidad de Madrid, el formulismo. En Nueva York traduce cuartillas destinadas a textos en Hispanoamérica. Ya adulto de esta vocación -1872, Chile- escribe la serie de revolucionarios artículos La educación científica de la mujer. Igualdad educativa para la mujer. Se estrena como profesor en Caracas -1876- con mala suerte por falta de elevación de su director».


(Ibid., 184)                


Olvida que en Argentina, en 1874, le ofrecieron las cátedras de Filosofía y de Literatura Moderna. Es decir, que Hostos fue maestro, prácticamente, desde siempre.

Esta conclusión se abre y fortalece si se considera que Hostos fue primero su propio Maestro, no sólo porque fuera esencialmente un autodidacta, sino porque desde adolescente se dedicó al estudio de sí mismo con el propósito de salir de una crisis afectiva que puso en jaque su desarrollo moral, racional y volitivo. Ésa era la finalidad de su sonda psicoterapéutica. De este propósito derivó a otro: desarrollar en sí mismo al hombre completo que podía ser, perfeccionarse en un proceso interminable. Es esta sonda, este estudio de sí mismo, el primer embarcadero y, seguramente, el primer motor, de toda su obra educativa. Llegó a ponderar el proyecto interminable de este hombre completo tan importante que lo catalogó como una especie de revolución interior. Así comienza su estudio del Hamlet.

Aún más importante es la relación que establece Hostos entre este estudio de sí y la obra pública. Hostos mismos revela la relación entre su propensión temprana a realizar estudios psicológicos y su novelar. Las dos novelas que conocemos son seguramente prolongaciones de sus diarios dispuestos de manera que se acomoden a las necesidades del género. La tela de araña, parece recoger los diarios más prematuros, posiblemente desde 1858 ó 1859. La peregrinación de Bayoán, diarios del despertar político, libertario. Si aceptamos que Hostos insiste en vincular su intimidad con las luchas políticas a las que dedicó, con el más dramático sentido de sacrificio, su vida entera, entonces no debe extrañar que el estudio de sí mismo sea inseparable de sus luchas políticas por la libertad de América y, por ende, de su quehacer docente. No deja de observar Manrique Cabrera, que «Hostos tan sólo educaba para la libertad sin condiciones» (Ibid., 37). En efecto, desde el 5 de agosto de 1868 Hostos declara en su Diario que al porvenir de América ha consagrado el suyo propio. Ese porvenir tenía que ser tallado desde muchas perspectivas. Es mi tesis que Hostos fue, antes que político y que educador, antes que Maestro, escritor y filósofo, un revolucionario. Un revolucionario porque las derivaciones de su razón, de sus pasiones y de su voluntad tenían siempre y desde siempre, indefectible e inevitablemente, ese hondo calado radical. Su quehacer político estuvo definido por su utopía y estrategia revolucionarias, como también lo estuvieron sus actividades literarias, filosóficas y docentes. Don Pedro Henríquez Ureña lo vio muy bien. En 1935 escribió:

«Fracasa la guerra de los Diez Años, aplazada la independencia de Cuba, pero abolida siquiera la esclavitud en las Antillas españolas, Hostos no abandona la lucha: le da forma nueva. Se establece en la única Antilla libre, en Santo Domingo, y allí se dedica a formar antillanos para la confederación, la futura patria común...».


(Obra crítica, 1960, 675)                


En el famoso discurso que pronunció con ocasión de la primera graduación de maestros normalistas de la República Dominicana, discurso que todo bachiller debería conocer, Hostos expresó con toda claridad y candidez el propósito de su Escuela Normal:

«Al querer formar hombres completos, no lo quería solamente por formarlos, no lo quería tan sólo por dar nuevos agentes a la verdad, nuevos obreros al bien, nuevos soldados al derecho, nuevos patriotas a la patria dominicana; lo quería también por dar nuevos auxiliares a mi idea, nuevos corazones a mi ensueño, nuevas esperanzas a mi propósito de formar una patria entera con los fragmentos de patria que tenemos los hijos de estos suelos».


(El propósito de la Normal)                


Es decir, que Hostos se había percatado, tras el periplo revolucionario que viviera en los años setenta en El Caribe, junto a Betances y a Luperón, y sólo tras la anulación de la guerra en Cuba, de la necesidad de formar auxiliares competentes para su ideal político y revolucionario, de modo que éste tuviera oportunidad de realizarse. Así como lo hizo el Che Guevara en la Sierra Maestra.

Por sus ideas, Hostos fue perseguido. En su viaje al sur enfrentó gobiernos, a pesar de que su misión era la de procurar la solidaridad hispanoamericana con la guerra de independencia antillana. Henríquez Ureña observa sobre su peregrinación:

«De paso, interviene en problemas de civilización de los países donde se detiene: en el Perú protege a los inmigrantes chinos; en Chile defiende el derecho de las mujeres a la educación universitaria; en la Argentina apoya el plan del Ferrocarril Transandino, y en homenaje, la primera locomotora que cruzó los Andes se llamó Hostos».


(Ibid.)                


En Argentina organizó mítines en defensa de Cuba a pesar de que el presidente Sarmiento se inclinó ante el interés económico de la venta de tasajo y se avino a las protestas del embajador español.

A la República Dominicana no llegó Hostos en tiempos de dictadores: llegó invitado por uno de los padres de la independencia dominicana y uno de los grandes próceres del antillanismo: Gregorio Luperón. Tuvo que vencer la oposición de la Iglesia Católica y de la tradición. Tuvo que vencer obispos y emplear parte notable de su fuerza creadora en defenderse y convencer. Pero el dictador Lilis logró hacerle la vida imposible, de manera que, muy a su pesar, tomó rumbo a los Andes chilenos. Nos recuerda Henríquez Ureña en otro trabajo sobre la revolución educativa de Hostos:

«Mucho se la combatió; sacerdotes y políticos retrógrados la temieron; el tirano Heureaux quiso minarla, logró hacer emigrar a Hostos en 1888...» (Ibid., 129). En Chile, el gobierno intentó acallar su propaganda política y ello precipitó su renuncia al rectorado del liceo que el gobierno fundó para él. A su regreso a la República Dominicana en 1900 tuvo Hostos que enfrentar nuevamente la oposición de quienes, incluso, cuestionaron sus títulos, y es precisamente la madeja de reacciones que socavan su obra y la del presidente Jimenes la causa que se arguye causó la asfixia moral y la muerte de Hostos. Décadas más tarde, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo continuó combatiéndola.

En el libro de don José Ferrer Canales titulado Martí y Hostos (1990), Ferrer recuerda una cita que hace Antonio S. Pedreira de Pedro Henríquez Ureña, en su célebre Hostos, ciudadano de América:

«No recuerdo si estabas en la ciudad de México cuando ocurrió una discusión en la Escuela de Jurisprudencia, en la que afirmaba Luis MacGregor Romero que México no había tenido una mentalidad como la de Hostos; Manuel Sierra defendía a la intelectualidad mexicana y, llamado [Antonio] Caso como juez, decidió que, en efecto, no había habido un Hostos; pero que hombres de ese tamaño sólo había tres o cuatro en América, y eso no era desdoro para México». No digo más.