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Heredia

     Yo no me perdonaría que EL LIBERAL no dijera nada del poeta cubano, gloria de España, D. José M. de Heredia, cuando toda la prensa parisiense dedica lo mejor de sus columnas, con las firmas de Bourget, France, Lemaitre, etcétera, a divulgar los primores del libro Les Trophées.

     �Qué pocos españoles habrá -exclamaba sentenciosamente un crítico- que conozcan al novelista Kloklotoff! Ninguno, pensé yo, pero tú... tampoco le conoces; y dudo, además, de que exista Kloklotoff.

     �Qué pocos españoles habrá -podría exclamar yo- que �estén en condiciones� de apreciar los méritos de Les Trophées! Pero es el caso que yo tampoco puedo apreciarlos todos; y esto, no sólo porque mi francés se da un aire al de todos los españoles, sino porque Heredia versifica, a juicio de estos académicos, en un francés atildado, purísimo, de lo que no se escribe, y cada uno de sus sonetos, de forma esencialmente elíptica, es un mundo de pensamientos. Produce muy poco, pero inmejorable, [176] y, por lo tanto, no está el fruto para saboreado por todos los paladares. Brevemente, Heredia es un delicado, que no escribe, sino cincela. Es claro que no puede ser y que no será nunca popular. Un libro mediano -ha dicho Flaubert- suele alcanzar el éxito, y una obra de arte suele pasar inadvertida.

***

     En un país donde los literatos cobran quinientos, seiscientos y hasta mil francos por artículo, merced a los cuales francos pueden vivir y viven todos como verdaderos príncipes, no es posible meterse de rondón en sus casas. Heredia es, además, rico por la suya, y está relacionado, por circunstancias de familia, con las encopetadas del París aristócrata. Buenos amigos míos, que lo son también de Heredia, me dispensaron el honor de pedir, en mi nombre, una entrevista con el poeta.

     Fue el sábado, día de recepción en su casa. Oíase, al llegar a la puerta, el bullicioso regocijo de los contertulios, y el Sr. Heredia iba recibiéndolos con la desenvoltura del caballero para quien es cosa corriente una recepción. Más bien alto que bajo, las espaldas en cuadro, la cabeza fuerte, el color tostado del marino, denunciando todo su continente un hombre sólido, duro, pareciome el poeta un capitán de un navío de guerra. Habla mucho y de prisa; no habla sólo con la lengua, sino también con los ojos, con los lentes, con las manos, con todo él, que es un manojo de nervios en un cuerpo de atleta. [177]

     Supliqué al Sr. Heredia que me dispensara a solas un momento de atención. Llevome a un gran salón, con un mirador hermoso, desde donde se ven unos árboles, luego otros, todo un bosque de follaje que circunda su casa de la calle Balzac. Hablamos.

     -Estoy a su disposición -me dijo.- Yo agradezco mucho a EL LIBERAL y a usted, que se hayan acordado de mí. Esto me satisface, porque mi familia es española y mi tierra es Cuba.

     -Esta visita, señor Heredia, es sencillamente el cumplimiento de un deber de patriotismo y el testimonio de una admiración sentida. EL LIBERAL tiene curiosidades por la vida de usted...

     -Y yo siento no poder dar de ella ningún rasgo extraordinario, de los muchos que pueblan la vida de los poetas. La mía no tiene nada de raro. Soy sencillamente un trabajador.

     -Mucho habrá trabajado usted para conseguir un conocimiento tan perfecto de un idioma extranjero.

     -Mucho, muchísimo; pero debo advertir a usted que mi idioma es el francés. Yo tenía ocho años de edad cuando vine de Cuba.

     -�Y no ha vuelto usted?

     -Sí, señor; a los diecisiete años volví a la Habana, en cuya Universidad estudié un curso nada más, regresando en seguida a París. Mis profesores de la Habana decían buenas cosas de mis facultades intelectuales, pero me propinaron unas notas muy malas.

     Yo estudiaba poco las asignaturas y asistía muy [178] poco a cátedra, prefiriendo leer a Calderón y Lope en el patio de San Francisco. Desde que volví a París no he hecho otra cosa que estudiar a fondo el francés antiguo y moderno, y con componentes de uno y otro, depurándolos, cristalizándolos, he conseguido escribir en mis versos un francés que es esencia pura, un francés que parece raro, porque tiene algo de la armonía imitativa del castellano. Esto representa un trabajo terrible: treinta años de lima. El triunfo de mi esfuerzo es tan grande, que me permite escribir tal o cual episodio, de tal o cual época, en el mismo francés que se usaba entonces. Puedo recorrer todo el idioma, con arreglo a sus vicisitudes, y lo he demostrado en algunos libros en prosa.

     (El señor Heredia habla sin pedantería, sin afectación, como el niño que cuenta su gozo, porque consiguió un juguete con el cual se había encaprichado).

     -Es claro que usted era conocido mucho antes de publicar el libro que campa hoy en la prensa de París.

     -Sí, señor; pero no por mis versos, que no suelen salir de los salones de los literatos. Yo era muy conocido y estimado entre los sabios de Francia porque... �por qué, dirá usted? Pues por haber encontrado la etimología de la palabra haricot. Los sabios estaban y están todavía entusiasmados conmigo. En cuanto a mis versos, les sabían de memoria, antes de publicar mi libro, compañeros míos de colegio, como Copée y Bourget...

     -Yo no querría ofender a usted... Sus versos, a lo que entiendo, están muy trabajados. [179]

     -�Oh, sí, mucho, muchísimo! Algunos los he hecho con facilidad..., relativa.

     Pero, por lo general, cada uno de mis sonetos me cuesta tres o cuatro meses de trabajo diario; todo por cuidar la forma y querer expresar muchas ideas en muy pocas palabras.

     -Lo he observado. Un soneto de usted puesto en prosa es un tomo.

     -Indudablemente.

     -El verso qué refiere que, el César destronadlo, vio en el fondo de los ojos de Cleopatra un mar inmenso, por donde iban dispersas las galeras fugitivas, es toda una historia. Me explico la dificultad de urdir tales primores...

     -Yo no creo que los poetas puedan ser fáciles, cuando son buenos; porque lo bueno, en todos los órdenes de la vida, cuesta caro.

     -Abundo en la opinión de usted, Sr. Heredia; y recuerdo que Tennyson, a quien elogiaba grandemente un cortesano la facilidad de cuatro versos de una de sus poesías, le contestó con cierto dejo de amargura: ��Ay, amigo mío; si supiera usted que esos cuatro versos que le parecen a usted tan fáciles me han costado media docena de tabacos habanos!�

     -Que a hora por tabaco, representan seis horas de trabajo. �Acaso me habrían costado a mí seis días!

***

     Al despedirme del ilustre émulo de Leconte de Lisie, y distinguidísimo caballero, pedile algunos precedentes de su raza española.

     -Elías Zerolo -me dijo- los refiere en su prólogo a las poesías de mi primo y homónimo José María Heredia, cantor del Niágara. Mi antecesor, por línea paterna, se llamó D. Pedro de Heredia, adelantado de Indias, fundador de Cartagena de Indias...

     -Conozco el prólogo de Zerolo, y conozco la prosapia de usted. Son ustedes una familia privilegiada. Diríase que vive en todos ustedes la frase que dedicó al otro Heredia D. Antonio Cánovas del Castillo: �gran poder del entendimiento, inclinado al filosofismo tanto cómo a la poesía.�

     ...Una voz anunció: �Zola!

     Y, entre Heredia y Zola, salí encorvado, de rodillas mentalmente, como si hubiera entrado Dios a decir a la Musa:

     -Bendito sea el fruto de tu vientre...



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Las delicias de Capua

     Lo único que puede consolarnos de la temperatura groenlandesa que ha transformado el asfalto del boulevard en un vidrio mugriento, es que cuando termine el frío, allá por marzo, tendrán los vecinos de París, si no mienten los más acreditados médicos de Alemania y Francia, un colerazo que dejará pequeñito al del año pasado. Así, el que quiera vivir con el alma en un hilo, que se venga aquí.

     El cólera, los barbos corrompidos, Panamá, una temperatura constante de diez grados bajo cero, bombas de dinamita, y... un viajecillo a la frontera.

     Bien que esta última ganga, es un �reservado� de periodistas y corresponsales extranjeros.

     �Dichoso Panamá; lo que nos va costando!

     Figúrese usted, lector, que es corresponsal extranjero. Pues verá usted la que le espera.

     Empieza usted por desayunarse con la lectura de una docena de periódicos, cada uno de los cuales dice lo que mejor le parece, y desmiente en la [182] segunda plana lo que dijo en la primera. En la hipótesis (poco probable) de que se libre usted de una congestión cerebral, sale usted a la calle con la cabeza como un bombo, y, se echa usted por ahí �a maniobrar en lo insondable�. Sabe usted que habrá un escándalo en el Senado, y que es muy posible que en el Congreso un señor diputado dé unas bofetadas a otro señor diputado. Sabe usted, además, que el juez Franqueville tomará declaraciones, que han de ser muy graves, y que la vista del proceso será interesantísima. Le cuentan a usted que se han efectuado otras prisiones, cuya exactitud necesita usted confirmar en la Prefectura, y cuando usted piensa en si acudirá primero a éste o a otro siniestro, se entera de que en la calle tal se encontró una bomba, que no se sabe si contiene dinamita o si es peor menealla...

     Usted, a horcajadas en París, lo ve todo, lo huele todo. Sale usted del Senado, terminada la grita correspondiente, y llega al Congreso en el instante mismo en que Rouvier levanta el airado puño para atizarle a Bernis, y usted sale otra vez disparado con dirección al Palacio de Justicia. Se oye poco, se ve menos. Activos corresponsales de pie los unos sobre las espaldas de los otros, forman, en lo recóndito de un pasillo, una especie de racimo, urja escalera de carne. El que está más alto oye y cuenta. Sí, llegan rumores... Lesseps dice horrores a Baihaut; Blondin y Cottu gritan como energúmenos... �Grave, muy grave!... Pero no hay que detenerse. Hay que ir a la vista del proceso, a la Puefectura, a la calle en [183] donde se encontró la bomba, a Mazas, �a la guillotina!; y cuando regresa usted a su casa, con la lengua fuera, le aguardan otra docenita de periódicos, con diez ediciones de cada uno...

     En fin, ya telegrafió usted. La una de la madrugada. Toma usted el camino de su casa, pisando hielos, sube usted a un quinto piso, y... poco después ronca usted tranquilamente.

     Pero a las ocho en punto de la mañana le despiertan unos grandes golpes en la puerta, y usted, medio dormido, cree que está en discusión parlamentaria con Rouvier. Despierto ya del todo, piensa usted que debe ser muy tarde, y que la persona que llama es la portera con la correspondiente jarra de leche. En zapatillas, embozado en la manta, sale usted. Los golpes arrecian, abre usted la puerta, y en vez de la portera tropieza usted al comisario Clement, con dos gendarmes, que le echan mano al pescuezo.

     -�Cómo? �Por qué?

     -Porque es usted partidario de la Triple Alianza.

     -�Yo? Si dijera usted del triple anis, �puede! Pero �de la Triple Alianza! A mí, �qué me importa eso?

     -No hay caso. Usted transmitió noticias que dio el Sr. Sikirrikliqui.

     -�Sikirrikliqui?�Si no le he oído nombrar nunca! Ea, basta ya de bromas...

***

     �Bromas! En el primer tren, que resulta ser de [184] mercancías, sale usted facturado en el furgón, y no para hasta la frontera.

     Desde allí, si no tiene usted dinero sigue a pie el viaje a su pueblo; y allá en España excomulgan a usted los periódicos, diciendo: -�Pa qué se metió?...

     �Todo por la Tríplice y Sikirrikliqui! [185]



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Paisaje

     Acabábamos de comer en La Pesca Milagrosa, así llamada porque los peces, cautivos en balsas, salen coleando del río para entrar en la sartén. Desde la espaciosa galería, de par en par abierta, por entre hojas de vid y macetas de flores, veíanse aún los islotes que recorta el Sena, las siluetas, borrosas ya, del pintoresco caserío de Meudon; y de trecho en trecho, entre el tupido follaje de tal casa campestre, suspendida como un nido, o de tal restaurant con entrada en forma de embudo, vestido de ramajes, brillaba una luz alumbrando la caída de la tarde en el fondo del río.

     Me levanté para despedirme de mi compañero de mesa.

     -�Cómo? �Tan pronto?

     -Sí: porque hay mucho camino hasta la estación de Lyón. Voy a ver a Dodds, que llegará a las diez y cincuenta y siete minutos.

     -Pues �hala! También voy yo.

     Y salimos pitando en un vaporcillo fanfarrón, [186] cuyos borbotones de espuma amenazaban con tragarse los islotes, el caserío, el paisaje todo con sus verdes lomas de campo fresco e independiente...

***

     Como murmullo de monstruosa ola abortada por cataclismo geológico, llegaba a Marsella, extendiéndose por los boulevards, el ruido de la fama del vencedor de Dahomey.

     La pasión política, que todo lo analiza y diseca, murmuró que el triunfo se atestiguaría mejor que con el escabel, traído como botín de guerra, del tosco trono de Belianzin, con el mismo Behanzin, que hubiera sido capturado para exhibirlo en jaula como otro Toussain Louverture; y que no valía la pena de haber vertido tanta sangre, y gastado veinte millones de francos, para recoger, en suma, como trofeos de la victoria, unos bastones con dioses pintarrajeados, un mono, y una negrita que da miedo con su vaporosa bata de seda azul.

     Pero la inmensa mayoría del público aclamaba al vencedor, y el vencedor estaba allí, resquebrajado el semblante, enrojecidos los ojos, con la fisonomía tristona que se adquiere en la letárgica tierra de Dahomey, bajo la sombra pérfida que proyectan los árboles, de entre los cuales surge, produciendo escalofríos, el azarante sit sit del pájaro invisible, al pie de los pantanos, orillados con siniestras sonrisas de socarrones reptiles, que con lágrimas en los ojos [187] y con los colmillos de fuera, esperan riendo la hora de matar...

***

     -�Viva el general Dodds!

     -�Viva el VENCEDOR!

     -�Vivaaaa!...

     Salido de todos los labios vibró en el anchuroso andén, ganó las afueras de la estación extendiéndose por todas las calles vecinas; en tanto que el victorioso caudillo era arrebatado triunfalmente por la multitud clamorosa.

     Vimos entonces una cosa singular, que no estaba en el programa. Vimos una señora, de porte humilde, con un sombrerillo de paja ordinaria, ir de un lado a otro, desorientada, confusa, medrosa, preguntando a voces �Dónde, dónde se ha ido?... exclamando otras: �Dodds!�Dodds!

     La ovación se lo había robado. Por verle y abrazarle antes que nadie, hizo un penoso viaje a Marsella. Llegó, y la encerraron en la Prefectura, como si hubiera cometido un delito, como si el gran vencedor pudiera ser para ella otra cosa que su hombre; y allí tuvo que esperar pacientemente el desfile del mundo oficial, las ceremonias de ordenanza, el interminable vocerío de los vivas; allí, en un rincón, modesta y sola, ella que había pensado en él, durante la ausencia, por todos aquellos desconocidos que le aclamaban, y que en aquel momento hubiera dado a su general por su cadete de antaño, cuya [188] posesión no le disputaba nadie y que no soñaba con más gloria que con la gloria de amarla, en el balcón, en la calle, en misa, en todas partes, al amor de la lumbre en invierno y a través de los campos floridos durante las breves tardes de la primavera amorosa. Y aquí, en París, cuando no había tenido tiempo de decirle nada, se lo quitaban también, porque ella no era mujer de mundo, sino aldeana que venía del campo a vitorearlo en silencio, con su sombrerillo de paja -�y esa prensa parisiense, tan galante, que no suplicaba, sin embargo, que se lo dejaran a solas un momento!...

***

     De Le Temps:

     �En el ministerio de Marina se efectuará mañana, en honor del general Dodds, un almuerzo de catorce cubiertos. La señora de Dodds, muy fatigada, no asistirá.�

     -�Sabe usted lo que pienso -observó mi amigo.- �Que más feliz que de generala estaba de coronela esa señora!

     -Pues �esa es la gloria! No vayamos a Dahomey, amigo mío; no capturemos a Behanzín, ni cojamos monos, ni negritas con batas azules. Bebamos buen vino Borgoña y merendemos pescadillas en La Pesca Milagrosa!... [189]



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Los matones

     Alejandro, empleado en LA DISCUSIÓN, es un mulato inteligente, discreto y leal. Vive de su trabajo honrado, cumple con su familia y con la sociedad, y procura identificarse moralmente con el periódico que le da el pan de cada día. Sin embargo, no es popular. Porque no ha apaleado a su padre, ni ha mancillado su hogar, ni ha muerto a nadie en un duelito. Pero, a pesar de estas deficiencias, se le quiere y se le estima.

     Alejandro, amigo de los redactores de LA DISCUSIÓN, nos entera cariñosamente de los elogios y de las censuras que se nos dirigen.

     Cada vez que un periódico de la Habana me dispensa el honor de aplaudirme en cuanto literato, me lo cuenta Alejandro con cara de Pascua. Pero nunca como ayer retozó en sus labios la alegría del triunfo.

     -�Por fin!... �ya tiene usted lo que le faltaba! �una ristra de insultos!...

     -�Es posible, Alejandro? �Quién me los hace?

     -Un periódico que, en estos mismos días, [190] -porque usted acaba de llegar de Madrid- le ha dirigido saludos y plácemes.

     -No lo entiendo. �Será tal vez algún acreedor mío no presentido -como diría Fernández y González- que quiera sacarme el dinero?...

     -El artículo no está firmado. Yo he tornado nota de los motes. Oiga usted.

     �Maton (�yo? �si no he asesinado a nadie!) �explotador! (�de minas?) �perdonavidas literario! (ahí duele); tránsfuga de los intereses africanos (�cielos! �seré caníbal a lo Jamerson?) enemigo de la humanidad (ese debe ser título venezolano, así como Gran Demócrata, Ilustre Americano etcétera); farsante sempiterno y vil gusano de fétida alcantarilla (o linfa Kock sempiterna de alcantarilla fétida de vil gusano... �pero qué tontos hizo Dios a los señores que escriben eso!) Jugador (de primera a los bolos); satírico fullero (�qué más bombo? �o se toma el fullero por las hojas?), especie de podredumbre de hospital (otro titulito venezolano); antillano renegado (leyendo eso reniega cualquiera de todas las Américas); víbora, desdeñoso, puerco, mala persona, basura del arroyo (�Dios me asista!) mono, Luigi Vampa (�guardias, a esos!), escarabajo (�barajo, no tanto escarbar, no tanto!)�

     -Basta, Alejandro amigo, eso es una letanía sin ora pro nobis.

     -�Pero si no he acabado todavía!

     -�Qué dices, insensato?

     -Le llaman a usted negrero.

     -�Yo, con negros!�Así me lo hiciera bueno el periódico! [191]

     -También...

     -�Hay más rosario todavía?

     -Sí, señor. Dicen que fue usted �Luis el republicano� y más tarde...

     -�Luis XVI! �y me guillotinaron!

     -No, señor, no: Luis el cubano.

     -Lo cual quiere decir que los cubanos no pueden ser republicanos, y que los republicanos no pueden ser cubanos. La cosa tiene gracia.

     -Y también (�socorro!) le dicen a usted hambriento.

     -Pues mira tú, eso sí que tiene chiste. Porque si soy pobre, mal puedo ser explotador etcétera, etcétera. En esto de los negocios, la verdad es que tengo tan poco pesqui, que no se me ha ocurrido siquiera fundar un periódico dedicado al pillaje de honras, vidas y haciendas.

     �Y eso es un gran negocio!

     -Usted: lo echa todo a bromas.

     -No que no. Si yo mereciera esos hermosos calificativos, �tenía más, para ganar la vida, que echarme a García de los caminos, o a emborronador, sin sindéresis, de algún papel de mal vivir?

     Yo soy quien soy, querido Alejandro. �He de enfadarme por que se le ocurra a Fulano, o a Zutano, calificarme de escarabajo? �Así lo fuera, para ocultarme y no ver las infamias humanas!...

     Poco después de haber celebrado con Alejandro la anterior interview, y saboreado un coktail, medité seriamente.

     Es indudable -me decía yo- que no he venido [192] al mundo con el propósito de ejercer de homicida. No entra en mi carrera ni en mis sentimientos a la aspiración de ser matasiete. El matonismo alcohólico, cuyo origen se pierde en la penumbra de la edad del mamouth, resulta, en este momento de las luces, soberanamente ridículo. Un matón con el verdor de los epilépticos en el rostro, duro el entrecejo, fiera la mirada; con la tizona chorreando sangre en la mano derecha y llevando en la izquierda la cabeza del muerto... �he aquí la cabeza de don Sisebuto, a quien maté: �recordadlo!� (Recordad en cambio a Girardin llorando sobre el cadáver de Carrell.) Un caballero así sería risible. En Inglaterra le pondrían a buen recaudo en una casa de Orates. En España le matarían a palos los vecinos, y las autoridades harían la vista gorda!

     Javier de Burgos lo ha dicho: los valientes y el buen vino duran poco. Los mismos valientes de oficio y beneficio tienen su jindama correspondiente, y se juntan para no estar solos y porque Dios los cría.

     En el pueblo hay dos valientes... El uno soy yo con tantos muertos (y cuenta los nudos de una cuerda). -El otro es usted, �compadre! (y cuenta los nudos de la cuerda respectiva).

     Pues bien: yo no tengo cuerdas de cráneos; tengo una pluma. -El calificativo de matón, (aunque sea literario), me encocora, porque el matón -ha dicho Víctor Hugo- es una variedad del asesino.

     El mundo de los matones de oficio no es el mundo de los periodistas; es el de los ratas y chulos de plantilla. No conocen a la sociedad. La sociedad no les [193] conoce tampoco. Si se acercan a ella, la sociedad llama en su auxilio a la Guardia Civil, o a la pareja de orden público; y las autoridades, cuyo primer deber es velar por la vida y la honra del ciudadano, se ponen de parte y al lado del hombre digno que se halló en la triste necesidad de repeler brutalmente el atentado de una partida de facinerosos.

     No; yo no soy de esa calaña, y lo digo con pesadumbre, convencido como estoy de que en este planeta podrido viste y atemoriza el hombre que tuvo la desventura de matar a otro. -Vázquez Varela fue popular entre los ñáñigos cuando se le tuvo por parricida. Hoy, absuelto libremente, apenas se llama Pepe.

     En el mundo del periodismo, al cual pertenezco con honra, he tenido, merced a rozamientos políticos y literarios, alguno que otro disturbio de índole personal. Recuerdo a este propósito que el 6 de septiembre de 1884 publicó El Progreso, que era entonces el periódico de más circulación de la villa y corte, un acta suscrita por dos amigos míos dando por terminada una gestión que les encomendé; y copio del acta, un párrafo final... �En vista de lo cual, los abajo firmados dan por terminadas sus gestiones para llevar a cabo el lance de honor que exigió nuestro representado, Sr. Bonafoux, y en cumplimiento de nuestro cometido libramos esta acta en Madrid a 3 de septiembre de 1884.�

     Y yo celebré sinceramente dicho resultado; puesto que con aquel acto no pretendí ejercer de matón, ni tampoco exhibirme vana y criminalmente, sino [194] producirme como hombre digno que se halla en el estrecho de pedir reparación a quien, por ser caballero, y tener honor que guardar, está en condiciones de entenderse con otro caballero.

     No he pretendido imponerme a nadie, y, caso de pretenderlo, procuraría hacerlo por la fuerza de la inteligencia.

     He ahí, en síntesis, la historia de mi pasado, que es garantía de mi porvenir; y a mis difamadores gratuitos les recuerdo estas palabras de Lanjuinais: �Aunque amontonéis ofensas sobre ofensas, calumnias sobre calumnias, y os montéis sobre todas ellas, nunca llegaréis a ser tan grandes como mi desprecio.�

***

     Y oye, Alejandro, tráeme otro cocktail.

     Habana -Enero 1891 [195]



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A través de París

     -�Tiene usted bastante con medio litro?

     -Sí; y ahora voy a hacer fuegos artificiales.

     Y la señora Schloegel salió de la tienda de ultramarinos con una botella de petróleo.

     La señora Schloegel es una mujer de pelo en pecho -insolente, atrabiliaria, brutal- todo lo contrario de su marido, que era un bendito, �carne de cañón� (en el cual hacía presa todos los días la irascible compañera); tan papanatas de suyo, que hizo a su madre esta confesión: �Anoche quiso matarme mi mujer. La sorprendí en el momento de incendiarme la cama. La he perdonado, porque me ha dicho que no lo volverá a hacer.�

     Segura de que no había de pasarle nada, la mujer Schloegel era una hiena que se cebaba en el despojo de un marido que no tenía voluntad propia.

     Acababan de comer, y, como de costumbre, la señora Schloegel propinó a su esposo el consabido postre de insultos y arañazos. El buen hombre resolvió acallar la tempestad metiéndose en la cama... [196] Estaba en camisa cuando su mujer le echó encima el petróleo de la botella y lo incendió aplicándole el candil de la cocina. Luego se fue tranquilamente a su cuarto, dejando al esposo entre llamas, ardiendo en vida. No podía escapar porque el cerrojo estaba echado; pero en medio de su agonía acertó a descorrerlo y salió a la escalera.

Los vecinos vieron entonces un espectáculo tan extraño como horrible. Un hombre envuelto en llamas, con la cara incendiada y los ojos saltados, corría escalera abajo como un loco de atar, prorrumpiendo en alaridos de muerte.

     Al día siguiente murió, en el Hospital Saint-Denis, el desventurado Schloegel; pero pudo decir señalando a su mujer:

     -Ella me quemó... Ella me mata.

***

     La condenaron a trabajos forzados por toda la vida, porque hizo admirablemente el papel de embustera.

     Pérfida como la onda, ha dicho Shakespeare.�Schloegel como la onda!, podría decirse.

     Si es cierto, según afirma un escritor italiano, que no es Lombroso (y vaya la salvedad, por si se sospechare que tengo el propósito de dedicarme a las latas psicológicas), si es realmente exacto que la mujer se defiende victoriosamente con las lágrimas, las uñas, los síncopes y la lengua, hay que graduar [197] de doctora a la señora Schloegel. No la tomó un síncope, porque es de pasta fiera; pero �qué modo de esgrimir la lengua!... �qué uñazas las que sacó contra los testigos que hicieron declaraciones que no la convenían!...

     -�Y qué manera de derramar lágrimas por el difunto!... No eran ojos los suyos, sino mangas de riego. El tribunal estuvo a punto de perecer inundado. La concurrencia cree que la señora Schloegel está acéfala, porque no se la ve la cabeza. Parece una serpiente que duerme...

     La señora ha improvisado con un pañuelo una especie de toquilla, del fondo de la cual arranca un jipío que parte los corazones.

     -�Cantará malagueñas? -pregunta un espectador, español.

     El presidente, que no es de mantequilla de Soria, ordena y manda que la quiten el trapo a la acusada. Ya se la ve; fea como un demonio y repulsiva además.

     -No es cierto que yo matara a mi pobre marido. �Yo le quería tanto!

     -Vuestro marido os acusó.

     -�Ah! �Mi pobre marido! Si la borrachera que tomó le hizo acusarme, yo le perdono de todo corazón. En mi gran desgracia �ay de mí! no guardo rencor. �Soy misericordiosa!...

     Vuestra suegra os acusa también.

     Yo la respeto..., porque respeto el dolor de la madre del único hombre que he amado. (Lágrimas y jipío.) Creedme: soy honrada. Yo adoraba a mi [198] marido como a las niñas de mis ojos (sic). Yo estaba muy enamorada de él...

     Madame Schloegel dejó en el tribunal y en el auditorio una penosísima impresión de asco. Porque hay algo más terrible que quemar vivo a un marido:�llorarle y... perdonarle!

***

     Hay un señor conde que se ha propuesto mejorar el tipo del enamorado platónico, que describió Guy de Maupasant en un cuento. El señor conde se ha enamorado de la reina Natalia, más que por su palmito, por los pesares de su existencia. Es un idilio a regia distancia.

     Fue en Fontainebleau donde el señor conde vio �por vez primera� a la reina, muy pálida, muy melancólica, de blanco vestida. El señor conde -habla Le Matin- �tuvo quizás una corazonada, como las de los héroes de otros tiempos, y juró en aquel mismo instante provocar en Servia un movimiento popular que restituyera la reina al trono de sus mayores.� -�Una reina tan bonita y desgraciada, vestida de blanco!...

     Desgraciadamente, ya D. Quijote se fue de Grecia, y el señor conde, que no tiene pelo de tonto -según asegura el indicado periódico- varió de acuerdo para dedicarse a amar en silencio a la dama de sus pensamientos...

     De regreso de un largo viaje, �que hizo con el [199] objeto de que le olvidaran todos.� -yo inclusive, aunque no tenía la menor noticia de la aventura- el señor conde ha renunciado honores, placeres, fortuna, amigos, todo lo que constituyó antaño su hermosa existencia, y vive a la orilla del río, como una rana. Es sensible, porque París es muy húmedo, y podría el señor conde atrapar un reuma. Pero él vive a gusto así, en un modestísimo alojamiento, que ha transformado en museo, Retratos de Natalia, periódicos que hablan de Natalia, biografías de Natalia, libros escritos por Natalia, y otra porción de objetos cuya enumeración sería larga y fastidiosa. El señor conde los ha rotulado, y provisto de un catálogo los enseña a las personas que van a visitarle.

     Hay algo más peligroso todavía. El señor conde �está escribiendo la historia de sus secretos e infructuosos amores�.

     �Ha terminado ya -añade Le Matin- dos volúmenes que se publicarán algún día.�

     Sentiré no saber cuándo, para escaparme por algún tiempo de París. Porque si puede pasar una columna de amores infructuosos y secretos, lo que es dos volúmenes sobre el mismo tema, y quizás en verso, no me cogen a mí de bobo.

     No es que me queje de que �todo esté mal�, como decía un personaje de Voltaire, porque mejor es describir los amores infructuosos y secretos de un señor pálido con una reina pálida también y trajeada de blanco, que disertar sobre si conviene o no conviene a los gendarmes el uso de altas polainas en [200] vez de los brodequines que gastan ahora �en mengua de su prestigio�: que así lo dice el Événement, como si el prestigio de una autoridad pudiera estar en los pies.

***

     �Oh, la gloria!... Aurélien Scholl participa a sus compañeros en la prensa que descubrió en Vichy un descendiente del autor de Hamlet. Es verdad que la vida es un infierno para la mayoría de los literatos; pero los descendientes del genio recaban las mercedes que no le fueron otorgadas en vida. Un descendiente de Shakespeare tenía derecho a ser un emperador, un czar, algo estupendo; pero es mucho menos que todo eso el indígena descubierto, y no sé si civilizado, por Aurélien Scholl. William Shakespeare, que así se llama, es un camarero de uno de los hoteles de Vichy. Será curioso el oír a un barbarote de los muchos cargados de dinero que van a aquel sitio balneario �Oye, Schakespeare, límpiame las botas!...

     Cuando acaba de salir de Spezzia para New-York el monumento que costea, para la capital de la gran República, la colonia italiana del Norte americano, ganosa de ensalzar �Colón, discútese en París si fue o no fue Don Cristóbal el primero en estrenar los vírgenes bosques de �América inocente...�

     No por nada -ya lo dicen los periódicos- no ciertamente con intención de rebajar a gloria de [201] Colón, ni la gloria de España; pero... �consta que si el marino de Palos fue el primero en avisar oficialmente la existencia de un nuevo continente, no fue el primer europeo que le visitó.�

     �Es posible?�Sí, señor, es posible! La �virgen del mundo� había tenido relaciones con otros caballeros que no eran D. Cristóbal, muchos siglos antes de que él la declarara su atrevido pensamiento.

     -�Y cómo se ha sabido eso?

     -�Ah, mi amigo! Cosas de los sabios. Napoleón Ney descubrió en Boston un esqueleto con una espada. Era un esqueleto de cierta edad, muy bien conservado. Napoléon Ney le vio la dentadura... El esqueleto era de un caballero que se había paseado por allí un siglo antes del descubrimiento de Colón. Luego, el señor Napoleón estudió el esqueleto y la espada. Ambos chirimbolos pertenecían indudablemente a un caballero normando de los que fueron a la costa de Massachussets y �celebraron� con los indígenas algunas interviews...

     Hizo más el sabio. Descubrió una tumba con la siguiente inscripción:

     �Aquí yace Syasi, la rubia de la Islanda occidental, viuda de Koldr.�

     En la tumba �había tres dientes�, que fueron estudiados. Napoleón Ney falló que eran de la esposa de Koldr, y que Koldr había sido un jefe normando (tal vez el mismo del esqueleto con la espada en ristre).

     Así las cosas, dice un periódico: �La gloria de marino genovés no pierde nada con restablecer la [202] verdad de los hechos, a saber, que en esto, como en otras cosas, los franceses fueron los primeros.�

     Lo que es a admirador de Francia habrá pocos que me ganen, cosa que no es de agradecer, porque Francia merece la admiración de Europa; pero no puedo aplaudir la labor del sabio que quiere escatimar gloria al genio que supo �ensanchar la cárcel de la tierra y alargar la cadena...�

     �Y todo por haberse encontrado un esqueleto, que sabe Dios si será de un mamouth, con una espada que tal vez sea un colmillo de Koldr!...

***

     Querer entrar en la Academia es majadería, o, por lo menos, debilidad. Pero cuando un hombre se llama Zola, tiene derecho a ser majadero. El genio es débil.

     Este gran Zola, misántropo empedernido, despreciador de las humanas pompas, �qué se propone con ser colega de Freycinet? �Estudiar �el medio ambiente�? �Hacer lo que Galdós cuando quiso y consiguió rivalizar con los diputados de la mayoría? Sería triste, ciertamente, porque no vale la pena.

     El cerebro más fuerte de Francia, como literato, ha sido derrotado otra vez en el hipódromo académico. Otra espera. Por ahora no podrá Zola almorzar con el presidente de la República, ni vestirse de saltamontes. Mentira parece que un Zola, todo un Zola, esté tan preocupado con la idea de tener, [203] como los personajes de un sainete madrileño, un par de botitas de raso verde.

     No estaban para él. Se las pone, por ahora, el vencedor, Ernest Lavisse, que ha escrito los Orígenes de la monarquía prusiana, Estudios sobre la historia de Prusia, Tres emperadores de Alemania, Fundación de la Universidad de Berlín, Juventud del gran Federico, etc. No es una historia de los Rougon; pero, en fin, es una aleluya de Federicos, interesante quizás.

     No puedo asegurarlo. Me ocurre con las obras de Lavisse lo que a Lavisse con las obras de su antecesor, Jurien de la Gravière. M. Lavisse confiesa que ha leído muy poco de M. de la Gravière; pero, promete que se dará prisa en leer todo lo que ha escrito. No me atrevo a prometer lo mismo respecto de las obras de M. Lavisse. Creo de él, sin embargo, lo que él cree de M. de la Gravière, aunque no lo ha estudiado: que sus libros están escritos �en una lengua sencilla y precisa�.

     El nuevo académico ha hecho otro elogio del académico difunto. �Sobre todo, este hombre hizo muy buena vida, una vida admirable.�

     Es como si se elogiara a Lavisse por la sentimental escena de familia que hubo con motivo de la elección académica.

     Al volver a su casa, con derecho a vestirse de verde, Ernest Lavisse se entregó a las más gratas expansiones:

     Il embrasse sa femme, souriant, fort calme en apparence. [204]

     Y dos señoritas saliéronle al encuentro gritando:

     -��Bravo, tío�

***

     Quiero más a Baudelaire que a Zola, porque se despreciaba más a sí mismo. Por eso, es decir, por el melancólico desdén que le inspiraba el éxito literario, sin excluir al de su propia personalidad, es más simpático que Balzac cuando quería competir como gran hombre con Napoleón, Cuvier y O'Connell, y alardeaba de llevar en su cabeza toda la sociedad en que vivió. Baudelaire no se excluía al mofarse y abominar de todo: empezaba por él mismo. �Gran talento! Comprendía que era un componente de la mentecatería universal, una nota más de la gran chirigota del género humano. Tomar a broma a los demás y tomarse en serio a sí mismo, es sencillamente tonto.

     Aunque no fuera más que por haberse burlado en vida de que le levantaran después de muerto una estatua, merecía Baudelaire la que se le erigirá en honor de sus obras y en homenaje al temperamento del escritor �inquieto, revoltoso, independiente, de un humorismo que tenía algo de anárquico�. Después de todo, nadie como él saboreó lo que ha llamado Jules Vallés la vida injusta...

     Por supuesto, que si Baudelaire se enterara del horror que van a hacer con él, si supiera que le amenaza una estatua, pediría, para �amenizar el acto�, que le pusieran en grupo con Juana Duval, su Laura [205] de carbón de piedra, su Venus negra, más que un tito, traída por él del Indostán, sin sospechar que le perseguiría y ridiculizaría graznando amores en París. �Oh divorcio eterno del espíritu y la materia! �Baudelaire, el gran Baudelaire, viviendo maritalmente con una etíope burrísima y nauseabunda, que tenía mataduras como una yegua arestinosa!

***

     Diré a ustedes: como gustarme, no me gusta el Maître d'armes, estrenado anoche en la Porte Saint-Martin, original de Jules Mary y Georges Grisier, en cinco actos y nueve cuadros. El crítico de Le Journal dice que la obra es un melodrama (un dramón de Novedades) que se salva porque...

     Ahora se lo diré a ustedes. El Maître d'armes, con música, sería algo así como... un Anillo de hierro...

     Ha gustado mucho, muchísimo, porque el público se asemeja en el teatro a las mujeres de rompe y rasga a todas partes. Si va V. a las Ventas de merienda con una chula y de postre le da usted con un canto de la Eneida, se expondrá usted a quedarse sin chula, o a que ésta le tome el pelo. Pero si hace usted el Rata primero, y se da tres pataítas, o se las da a ella, todo irá bien. El mayor enemigo del público será aquel autor que le haga pensar más. El público aplaudió y seguirá aplaudiendo las escenas [206] del bautismo de la barca salvavidas, la tempestad con sus correspondientes truenos y relámpagos, la oración por los náufragos, los duelos caballerescos y el acto de Catalina cuando dice a su prometido esposo: �Hay en mi vida una gran vergüenza que no puedo compartir con un hombre honrado como lo es usted...�Soy madre!�

     El público, emocionado, saca los pañuelos, porque empieza el llanto, y luego, al salir a la calle, va diciendo a unos y otros: -Voilà du bon thêatre.

     �Voilá! Sí, es interesante, conmovedor, un dramón pasional, de capa y espada, romántico; sí, no hay duda, es posible divertirse con tales escenas son morales, agradables, etcétera.

     El gendarme Bozzi, sentenciado a sufrir la pena de ocho años de trabajos forzados, no es un gendarme de melodrama a lo Maître d'armes, pero muy interesante en la clase de tropa. Bozzi se casó por segunda vez, en vida de su primera esposa, con una señora Lamary, a quien despojó de 15.000 francos y una porción de alhajas, porque -habla Bozzi- �cuando un hombre y una mujer están enamorados, la bolsa es común�.

     De la bigamia se disculpa también el distinguido e ilustrado Bozzi. �Culpa de la sangre, señor presidente. No lo puedo remediar, amo a todas las mujeres; y madame Lamary me entusiasmó al delirio.� [207]

     En aquel instante mismo se presenta la primera, mujer de Bozzi, y éste rectifica en seguida su ardorosa declaración: -�...Sí, me entusiasmó, pero no tanto como tú, ángel mío, como tú (dirigiéndose a ella), querida esposa, única mujer a quien quise, y quiero de veras. �No me mires así, inolvidable Paca, que me recuerdas las dulces expansiones de nuestro idilio!...

     A un gendarme así no se le debe echar a presidio se le debe mandar a Cuba con un buen empleo.

***

     Algunos discursos hechos, algunas coronas de flores de trapo, media docena de poesías vulgares y varios comercios iluminados en Batignolles; a eso se redujo la fiesta, �pobre fiesta sin entusiasmo y sin ruido�, por el Centenario del 10 de Agosto y la glorificación de Dantón, �han oído ustedes bien? �Dantón! aquel ciudadano que hizo por este mismo tiempo, hace un siglo, tantos y tan valiosos beneficios a la patria y la libertad, y que recomendó al morir que enseñaran su cabeza al pueblo, �porque valía la pena.�

     Pocas naciones saben, tan bien como Francia, honrar la memoria de los muertos insignes. Dígalo, sino, la tumba de Napoleón, el Panteón de los grandes hombres, etcétera. París guarda, como oro en paño, las más insignificantes reliquias de los políticos que trabajaron por el exaltamiento de la [208] República, así como también las de todos los ciudadanos que se distinguieron por algún concepto. No es una ciudad; es un museo histórico.

     �Cómo se explica, pues, esa falta de entusiasmo ante la estatua de Dantón? Porque están calientes, a mi juicio, las cenizas de la fiera... Es peligrosa aún la beatificación política de revolucionarios, como Dantón, que fueron temperamentos pasionalísimos en la historia de la Humanidad. Hizo falta que se excedieran, es cierto, pero pecaron por carta de más, y dan miedo todavía.

     Allá, por la montaña de Santander, fue muerto un oso, de gran tamaño, por un cazador famoso en aquellos montes; y, como no había de echárselo a cuestas, llamó, para que lo arrastraran, a unos mozos del pueblo más próximo al sitio de la cacería. El oso, patas arriba, hacía una facha atroz; una bala certera habíale atravesado el corazón. Llegan los mozos, se cercioran de que está bien muerto, y le echan mano... �Y miren ustedes por dónde se le ocurre el animalito soltar un... bufido! Escaparon los aldeanos, perdiendo el derrière-train, como almas que lleva el diablo, y no hubo modo de conseguirlos. El oso estaría muerto; �pero bufaba!

     -Dantón bufa todavía. [209]



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Ravachol

     �La región comprendida entre Roanne y Saint-Etienne -dice Varennes- no puede menos de estar poblada de anarquistas. La Naturaleza despierta repentinamente en el viajero una idea de desorden revolucionario...; tranquila hasta allí, aparece de pronto provocativa, atormentada, casi feroz. El horizonte no se destaca suavemente. Las agudas crestas de las montañas la encierran en un enorme hervidero de la tierra, sacudida por los volcanes. El paisaje es sombrío, casi negro, como la bandera de la miseria. Se ausculta allí una vida penosa, dura, llena de sufrimientos; y se explican los odios terribles...�

     Aquella naturaleza engendró a Ravachol.

     �Ravachol! �Era un mito, un Souveraine de la dinamita parisiense? Durante el bombardeo sordo de las casas de París, la prensa decía diariamente: �Monsieur Gorón cree que el autor es Ravachol. ��Y qué importancia tenía que fuera o no Ravachol? Lo que importaba e importa averiguar es si cada uno [210] de los anarquistas es un Ravachol en el duelo a muerte entre obreros y burgueses. Lo que importaba menos, en el combate que riñeron aristócratas y burgueses a fines del pasado siglo, era Maral, aquel neurópata que fue una necesidad trágica. Se le tuvo por fantasma durante mucho tiempo. La presencia real y efectiva de aquel �ciudadano� asombró a las distinguidas personas que le vieron en un sarao del general Dumouriez. �Conque era cierto que vivía un energúmeno de carne y hueso que se llamaba Marat? Pues... a suprimirlo, siguiendo el sistema del médico que suprimió la sábana del enfermo para cortarle la calentura. Pero la calentura no estaba en la sábana, ni la fiebre revolucionaria estaba exclusivamente en El Amigo del Pueblo, cuya sangre no enmoheció, por cierto, el tajo de la guillotina.

***

     Saint-Étienne 10 de Julio. -El Sr. Deibler entró en el hotel y comió con sus ayudantes en una sala reservada. La comida ha durado largo tiempo...

     Montbrison 10 de Julio (11 noche). -Animación muy grande en los cafés. Se canta, se baila y se discute a voces...

***

     Ravachol al jefe de la guardia. -�Decid al ábate [211] que no quiero recibirle. No me sirven sus exhortaciones. Ya le he dicho que no creo en nada. �Que me deje, pues, tranquilo!�

***

     Ravachol al mismo jefe. �Lo único que siento es no haber podido escribir largamente a mis compañeros. Pero ellos saben que muero por la buena causa y que no he demostrado ninguna debilidad. Se verá ahora cómo muere un anarquista.�

***

     Como una serpiente pisoteada. La gran figura del anarquismo no era un hombre; era una fiera. Con cien mil Ravacholes podría un nuevo Napoleón pasearse victoriosamente por toda Europa.

***

     El cura palidece; Deibler, todo emocionado, está más blanco que un papel; los ayudantes tiemblan; la multitud contiene la respiración...; del fondo del furgón, que avanza poco a poco, surge un cantar cancanesco, un cantar de Saint-Etienne, con nueva letra, que es una blasfemia contra Dios. La multitud prorrumpe en murmullos Ahí está, y viene cantando...

     Aparece en la ventanilla del coche la cabeza brutalmente osada y altiva del formidable dinamitero.

     La boca no ha podido ser tapada, y sigue cantando. El canto no es la Marsellesa de los Girondinos; es un cantar explosivo, cuyas notas han sido escritas con odio en el pentágrama de la anarquía. El inventor de una bomba de muerte es también inventor de un canto blasfemo. Aquello es horrible, pero se oye con recogimiento místico. Es la última canción de un Jesucristo explosivo.

     Ravachol, fuera del furgón, quiere hablar.

     -Ciudadanos... (Un redoble de tambores le corta la palabra.)

     -�Ciudadanos!...

     Imposible. No hay modo de hacerse oír. Entonces se vuelve un energúmeno aquel hombre �aprisionado como un salchichón�.

     -�Pero yo tengo algo que decir!... y contesta con una blasfemia a un nuevo redoble de tambores.

     Hay que echarle en la báscula. Pero Ravachol lucha contra Deibler y sus ayudantes.

     Aplastada por el número cae la cabeza bajo el tajo de la guillotina, que corta, al herirla de muerte, la última sílaba de un viva a la Revolte...

***

     Se creyó que concluía, muerto Ravachol, la fiebre anarquista. Había, pues, que cogerlo; hacía falta suprimirlo. Deciarose urgente la discusión del dictamen de la Comisión de la Cámara francesa, que [213] impone la pena de muerte al que deposite materias explosivas en la vía pública o en el interior de los edificios; y quedose para otro día la discusión de los medios conducentes a suavizar las condiciones del duelo a muerte entre los que tienen lleno el vientre y los que lo tienen vacío; entre los que viven cortando el cupón y los que agonizan sin derecho al trabajo, es decir, a vivir... Y el funeral de Ravachol fue... el desastre de la calle Bons Enfants...

***

     El Hôtel Carnavalet ha adquirido, por un precio muy subido, la mesa del restaurant Very donde comía Ravachol y en la cual grabose su retrato. Si Ravachol hubiera dinamitado en nombre de la iglesia, en vez de dinamitar en nombre de la anarquía, claro está que la mesa, transformada al andar del tiempo en santuario o altar milagroso, veríase de continuo cubierta de preces y monedas, y los retratos de Ravachol y demás compañeros tendrían unas aureolitas y estas inscripciones a guisa de señas para el año cristiano:

     San Ravachol, dinamitero y mártir. -San Meunier, jorobado y mártir. - Santa Bricou, virgen y mártir.

     Porque la cuestión es acertar, esto es, no adelantarse ni atrasarse, y caso de tener que optar por uno de los dos extremos, echarse atrás mejor que adelante morir en el circo romano por el Dios que negó [214] Renán, en vez de morir en la plaza de la Roquette por el Dios Krapotkine!...

     No soy anarquista, porque no soy nada, por la sencilla razón de que entiendo que no vale la pena; pero creo firmemente que va a llover mucha dinamita. Prefiero el nihilismo ruso que mataba frente a frente a los czares y poderosos, al nihilismo francés que vuela por equivocación a los pobres de la tierra. Pero, de un modo o de otro, �va a llover mucha dinamita! Y después del diluvio de fuego, no habrá un Schouppe que escriba estas quejas que encierran un dolor insolente:

     �He sufrido mucho, he luchado demasiado contra la selva virgen, contra las aguas, contra la crueldad de los animales y sobre todo contra la crueldad de los hombres, y tengo el corazón encallecido en las miserias, en las tristezas pasadas, en luchas horribles de las que no se tiene idea en el mundo parisiense...�

     Y es que para muchos desheredados a lo Schouppe, París no es más que una Morgue, la odiosa gruta en donde se petrifican con estalactitas de sangre y lágrimas los negros infortunios.

***

     �Algo nuevo se prepara -ha dicho Aurélien Scholl; -se siente, se ve. No hace mucho calificábame yo de generoso cuando daba de limosna un cuarto. Hoy, cuando le entrego dos reales o una [215] peseta a un mendigo, me avergüenzo de darle tan poco a cuenta de lo que le debo.�

     Se siente, sí, la proximidad de algo nuevo, y se vislumbran, al través de la negrura del statu quo, los primeros relámpagos de una atmósfera social que está a punto de dar un estallido... Una sombra de muerte corre por el boulevard, empañando la alegría de vivir, y el bienestar de los hombres ricos y las mujeres livianas se perturba al anunciarse un nuevo complot, o un periódico acusador, cuyos vendedores, no sé si escogidos adrede, llevan marcada en sus fisonomías la mueca del patíbulo. Ya no se gusta la dicha como cosa conquistada y propia; se la roe en secreto, de prisa y corriendo, como si fuera producto del crimen. No se respira libremente; no se vive en paz. Los guardianes del orden público son despedidos por los caseros; al �ejecutor de la justicia� le ponen los trastos en la calle; cuando una persona va a alquilar el piso de una casa en donde vive un representante de la ley, la portera cree que tiene la obligación de avisarle que vive allí un señor peligroso; el pueblo se revuelve frenético, como fiera castigada largo tiempo, y, si se le censura tal o cual atentado, se encoge de hombros, contesta una insolencia brutal, o dice, enseñando el cuerpo de Jerónimo Guerin, muerto de hambre en un rincón de la calle des Écoles: �Somos los vengadores de esta gran infamia�. Al robo se le llama �expropiación�; al asesinato premeditado se le bautiza con el nombre de �procedimiento por los hechos�; sobre la báscula se alardea, con fatalismo oriental, de morir [216] resignado y contento; argúyese que los atentados se inspiran en las obras de los Dostoievsky, Tolstoi, Krapotkine, Zola, y que las bombas de la dinamita se han encendido en las columnas de la prensa periódica: adviértese, con la arrogante severidad de un Catón, que no ha de quedar piedra sobre piedra de la sociedad moderna, y los dinamiteros vocean en los tribunales que están dispuestos a perder la vida antes que consentir en levantarse para hablar a los magistrados, porque el estar de pie delante de un magistrado sentado, es una conculcación de la soñada igualdad.

     �Bueno va! Ravachol sigue vivo. Es, para sus discípulos, una cabeza parlante. Murió.�Pero hay muertos que resucitan!

     Por fortuna para España, se está allí libre de explosiones y Ravacholes. No hacen falta, porque la sociedad se cae a pedazos. Los cascotes de las calles del Carmen y Carrera de San Jerónimo y los hundimientos de los pueblos, son símbolos elocuentes. [217]



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Alcaldada pintoresca

     �No hay coches! La exclamación se parecía a la de �Sálvase quien pueda! Se gritaba, se injuriaba, se blasfemaba, se oían bofetadas, rodaban de los estribos cestos mujeres, y más que el principio de un viaje diríase que era el asalto por los beduinos de un tren blindado.

     -�No fue floja la bofetada que le han dado a ése!

     -�Ande usted, no ha sido flojo tampoco el puntapié con que le han respondido!

     Los empleados ríen... La máquina hace maniobras... Un energúmeno grita: �Al tren! �Al tren! Los viajeros continúan riñendo en el gallinero. �Ni hay bastantes asientos! El interventor trata de acomodarlos �a ver, a ver, arreglarse lo mejor que puedan�.

     -�Eh, caballero! �se ha sentado usted sobre la cesta de mis huevos! [218]

     -�Aquí no se coge más! -vocea un viajero cerrando violentamente la portezuela del coche.

     -Pues mi dinero es tan bueno como el de usted �tío sarnoso!

     Y el conductor: �A ver, a ver, arreglarse lo mejor que puedan�.

     Con aire de perdonavidas cruza el andén un hombre cuya principal prenda de vestir es una chaqueta negra ribeteada de oro... No lleva corbata, pero sí bastón, hermosa vara que ni de encargo para medirle las costillas.

     �No hay asientos! Pero el hombre exige el suyo, no a la empresa, sino a un viajero que estaba a la sazón con el pie en el estribo.

     -�Se baja usted de grado o por fuerza!�Lo mando yo!

     -�Usted? Y �quién es usted? �Vaya usted mucho con Dios!

     -Que se baje usted a las buenas, o baja usted de cabeza...

     -�Mire usted que le voy a dar la bofetá del siglo!

     -�Que venga un delegado del Gobierno!...

     Lo arregló el interventor; pero ya en el coche, dijo atrocidades de los madrileños, que campaban allí por sus respetos, y se armó la gorda.

     -Yo, aunque no tengo destrucción, sé el reglamento de los ferrocarriles.

     A lo que contestó una chula:

     -�Tío animal! �Usted no sabe dónde tiene la mano derecha! [219]

     -�Que venga un delegado del Gobierno!

     El interventor arregló la tempestad.

     Pero el hombre ribeteado de oro insultó poco después a otro viajero porque ocupaba un sitio con la manta, y a un señor cura que había puesto el quitasol en un banco, y a una morena guapísima que se había quitado la chambra �sin decoro�... como decía el caballero del ribete.

     Y todos se preguntaban: -�quién será este tío?

     La morena de la chambra sin decoro, que me conocía de Madrid, y que me había visto en el tren, se fue a mi coche y me sacó la fuerza mientras gritaba:

     -Aquí está este señor que sacará a usted a la vergüenza en los papeles.

     -�Que venga un delegado del Gobierno!...

     El tren llegó a Cabezón. El secretario de la alcaldía esperaba en el andén. Además paseaban por la carretera del lugar, en demostración de júbilo, las mejores mozas del pueblo celebrando una boda...

     Entonces sonó una silba horrorosa para despedir al hombre de la chaqueta negra con ribetes de oro, el cual tuvo que sufrir también una lluvia de mendrugos, huesos de pollo, cortezas de peras y melocotones. Un viajero, más entusiasta que los otros, le tiró a la cabeza una cocinilla económica.

     El agredido se mantenía firme en la estación, lívido, desencajado, con cierto tinte verdoso que le asemejaba a un frasco de pepinillos.

     El secretario (visiblemente conmovido). [220] -�Sabéis lo que habéis hecho? �Insensatos! �Es la primera autoridad del pueblo; es el alcalde!...

     La morena (sin decoro). -Alcalde y de Cabezón tenía que ser el tío...

     El tren, como si tal cosa, salió silbando... [221]



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Renán

     No ha sido entierro; ha sido resurrección. El gobierno, la diplomacia, el ejército, las Academias, las Universidades, la prensa, todo el París de la inteligencia, representado por sabios que se exhiben de rara en raro; carros con coronas monumentales, bosques de flores y espigas, interminable hilera de carruajes, silencio y recogimiento del pueblo, y en medio de la procesión, cubierta con paños negros, la figura de Renán apacible, sonriente.

     La iglesia de la Magdalena no cerró su ancha verja, y los parisienses se acomodaron bien presto en las espaciosas gradas del templo. De allí vengo; y allí estuve cuatro horas, esperando el entierro y viéndolo luego, a pie firme, y casi helado por un gris que me recordó el aire sutil del Guadarrama.

     Una beata que se azoró, al salir del templo, ante tamaña explosión del racionalismo, preguntome toda compungida:

     -�Qué procesión es?... �Qué santo se celebra? [222]

     -�San Renán, señora! Es la procesión de los que piensan.

***

     Declaro lealmente que no son de mi agrado las disquisiciones religiosas. Si quitamos a Renán la belleza literaria y la cultura de pensamiento, será un Tchau-Tchau, el autor de la Muerte o la religión del Diablo, que es la de Cristo, a juicio de aquel escritor chino. Por otra parte, me parece Renán, como racionalista, un... atrasado.

     Declaro igualmente que no me enamora el temperamento de Renán, que fue la antítesis de Voltaire, digan lo que quieran los que le comparan con él; esto es, un racionalista manso, suaviter in modo, y en este punto, juzgándole con arreglo a la apacible crítica religiosa, me parece inferior a Strauss... Apunto estas ideas para que no se me tache de poco entusiasta de Renán filósofo, o, mejor aún, de Renán incrédulo, del Renán que, con todo su escepticismo, inspirábame ganas de decirle que ocultaba, debajo de la capa raída por la polilla filosófica, un buen cura... Y no digo más, porque el escritor y filósofo para quien �no ha tenido el mundo de las letras, después de la desaparición de Víctor Hugo, una pérdida más grande�, continúa siendo para los acaparadores de la rutina religiosa lo que para el clero de Nápoles; el cual, cuando supo la noticia de que había llegado Renán a dicha ciudad, dispuso [223] oraciones permanentes y rogativas en todos los templos, y que se tocara a vuelo las campanas �para echar al demonio del cuerpo del antecristo Renán�, del pensador en cuya tumba se grabará por todo epitafio, y en cumplimiento de su voluntad postrera, estas solas palabras:

AMÓ LA VERDAD.

     En el entierro no hubo discursos que lamentar... Es un consuelo para el muerto, si se entera. Cuando yo pensaba en ser grande hombre (hace ya mucho tiempo) preocupábame la idea de que me acompañaran, si moría en Puerto Rico, una porción de amigos con sombreros de paja, y que un orador fúnebre, de los que merecen alquilar sus servicios en la isla, me soltara un discurso; porque si hacen eso conmigo, o contra mí, �yo me salgo de la caja!

     En la cuestión, a la orden del día, de si merecen o no merecen los restos de Renán ir al Panteón de los grandes hombres, me permito votar con Charles Laurent. Si han de llevarse allí, hágase para él y sus compañeros de filosofía y letras �un Panteón de segunda clase.�

     Renán era un gran filósofo, aunque le precedió Hegel, como Becquer era un gran poeta, aunque tuvo de precursor a Heine. Pero los grandes filósofos y literatos no son de la madera de los grandes hombres en honor de los que se erigiera el Panteón.

     Un periódico pide, en el delirio del entusiasmo, [224] que lleven a la tumba de Napoleón los restos de Renán. �Qué atrocidad!

     Renán, que era un filósofo pacifico, quitado de ruidos, doméstico en fin, se hallaría muy mal a la vera de aquel insigne energúmeno. Sería una crueldad obligarle a encerrarse con él en una misma habitación. Renán tendría mucho miedo, porque Napoleón fue de los hombres que, según una célebre frase de Fray Gerundio, �nacieron y estudiaron para matar�; y cuentan los Inválidos domiciliados en las cercanías del Panteón, que oyen allá dentro, a ciertas horas de la noche, un a modo de ruido de arrastre de cañones, y es que en la imaginación de los soldados de la patria, rudos y sencillos, hase guardado impresa la leyenda de aquel extraordinario neurópata que pasó la vida en un soplo... de metralla, arrastrándola desde las Tullerías hasta Berlín y Moscou; el cual �capitán del siglo�, que no dejó más que escombros y rencores, paréceme un malhechor chasqueado de los que no encuentran un solo ochavo del pingüe tesoro con que soñaron cuando resolvieron robar y matar mucho... -�Oh! �Los Napoleones, Cortés, Pizarros, Alejandros, Moltkes, los Césares todos, bonita canalla!

     Pero, ya que la guerra es innata y perdurable en la humana especie, entiende Laurent que el primer hueco del Panteón debe llenarse con los restos del grande hombre que vengue los ultrajes inferidos a Francia; y yo me atrevo a añadir que no harán falta entonces proyectos de ley, que no habrá una sola [225] voz que proteste, y si la hubiera... �las puertas del Panteón se abrirían por sí solas!

     Se impondrá, eso sí, una medida preventiva: poner bajo llave a Napoleón primero... �para que no salga de noche a pelear con el otro!...

     Puesto que Roma guarda en el Monte Pincio los bustos de una porción de italianos sobresalientes, y Londres conserva en la abadía de Westminster a Darwin, Livingstone, Dickens y otros ingleses ilustres en ciencias y artes, pide un cronista que lleven al Panteón no solo a Renán, sino también a Arago, Ampere, Lamartine, Balzac, Cuvier, Dupuytren, Berlioz, Hérold, Bizet, Gericault, Corot, Musset, Dumas, Gautier y... Luis Bonafoux. Sí, �que me lleven a mí! El cronista no lo dice, pero debería decirlo, por si falta gente, aunque yo he renunciado generosamente a la gloria. Porque la gloria en resumen, qué es? �Dormir al lado de Napoleón? Pues, francamente, no vale la pena.

     Mucha gente se me antoja esa que quiere encerrar el cronista. De hacer lo que indica, habría que agrandar el Panteón; y, aun así y todo, los ciudadanos distinguidos llegarían a las bohardillas. [227]



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Corridas en Francia

     Señores y señoras de extrangis que no seáis aficionados a las corridas de toros más o menos vacas nerviosas, con caballos o caballerías de servir en delantales de cuero, �tenéis más que no asistir a las corridas?... No parecerá tan atroz la salvajada, ni tan repugnante el espectáculo, cuando se ve, de regreso de las corridas, a muchas parisienses que exhiben, como si fueran reliquias, moñas y banderillas.

***

     No soy yo de los que creen, con la �inmensa mayoría� del público, que el número uno de los articulistas al día es en París Aurélien Scholl. Buena pluma es indudablemente; pero, lector, en París hay más, y aunque no soy quién para meterme a dar patentes de cronistas literarios, tengo a Scholl por inferior a Mirbeau... y a otros que, con tanto mosto de ingenio como Aurélien Scholl, no han tenido en [228] sitio tan céntrico una tienda para exponer el vino... Por eso mismo de ser Aurélien Scholl un cronista excelente, no está bien que se le vaya la pluma al cielo en parrafitos de este jaez: -�Los españoles son bravos, fieros, de una lealtad a toda prueba, de una generosidad sin límites; pero (�estos peros son los que revientan!) es preciso reconocer que la raza española es en la historia la raza más sanguinaria e inhumana. Por donde quiera que pasó un español corrió a torrentes la sangre y se hizo costumbre el ejercicio del tormento. Pizarro y Hernán Cortés en América, el duque de Alba en Flandes, la Inquisición en la Metrópoli, por todas partes el fuego, el hierro, el patíbulo, los miembros triturados, los hombres quemados vivos...�

     �Colocarnos tamaña avenga con la piadosa intención de evitar las corridas de vacas histéricas con caballerías nodrizas!

     Es demasiado; y lo peor es que el caballero Scholl no nos cuenta nada nuevo. �Horrores de Pizarro y Cortés? Iguales los ha contado Heine con más gracia y causticidad, por supuesto. -�Diabluras del duque de Alba en Flandes? Mayores han sido descriptas admirablemente por un crítico español, notable, -notabilísimo- Pompeyo Gener.

     Pues bien; yo, que soy un mosquito literario comparado con esos señores, todo un cronista cínife, digo que semejantes censuras son tontas, son cursis, son grotescas. Además, son injustas. Porque en todas partes se cuecen personas; los grandes genios que se llaman César, Alejandro, Napoléon, Moltke, [229] son unos carniceros con lujosos uniformes; y es tan crecida la plaga de bandoleros distinguidos, que se ha dado el caso de que un sabio francés, gran controversista de Lombroso, no haya podido cotejar cien criminales con cien hombres honrados, porque no pudo reunir el centenar de estos últimos.

     Invoquemos, con el Sr. Fabre, a la virgen Juana de Arco (aunque no está en el calendario volteriano) �Virgen purísima, Estrella matutina, libra a Francia del �espectáculo nacional�, límpiala de Caras Anchas y demás toreros, para que cesen las crónicas taurinas de los Scholl y Vervoort!...

     Después de todo, Cara Ancha pagó una pesetilla por matar un bicho. �Veremos lo que paga el marqués de Morés por matar una persona!

***

     Se recordará -o podría recordarse- que el cronista Vervoort publicó un artículo terrible contra la incipiente afición francesa al �espectáculo nacional� en España; y, aunque parezca mentira, le contestaron los vecinos de Mont-de-Marsan... dando corridas �a la moda española�, es decir, con caballos destripados y toros de muerte.

     La protesta fue horrorosa. El presidente de la Sociedad protectora de bestias domesticadas, reclamó, en nombre de la ley Grammont, que se suprimiera tamaña iniquidad, y el señor prefecto des Landes escribió una epístola que no tenía fin. Allá, en el [230] pueblo, reñían las opiniones de los principales personajes.

     El alcalde: -�Se aplicará rigurosamente la ley Grammont, pero entiendo que se aplicará esta vez en su grado mínimo; porque los toreros han hecho maravillas y son encantadores...�

     Lacroix, presidente del Sindicato de las corridas: -�Es un espectáculo popular, que forma parte integrante de las costumbres de nuestro país. Es, además, un espectáculo útil. �Dejádnoslo! Es menos inhumano que el tiro de pichón, las carreras de caballos, etcétera.�

     El prefecto des Landes: -�Prohibí que entraran en la plaza los caballos que no estuvieran protegidos con delantales de cuero, y a pesar de la prohibición, temiendo yo que pudiese morir alguno, no asistí oficialmente al espectáculo, rompiendo así con la tradicional costumbre de ir a la plaza vestido de gran uniforme, escoltado por bomberos en trajes de lujo y precedido de bandas de músicas. El pueblo sintió mucho mi resolución. Asistí como particular a la corrida de toros, y pasé por la pena de ver reventados algunos caballos, a pesar de sus delantales de cuero. La pretensión de impedir la corridas es un sueño. Son una costumbre del pueblo.�

     Jumel, diputado por Landes: -�Si se quiere prohibir las corridas 'a la moda de España', el pueblo se pondrá muy furioso. Habrá que lamentar muchas desgracias. Más vale que mueran reventados algunos caballos, que no algunos hombres; porque, lo repito, habrá la gran revolución.�Dejadnos en [231] paz con nuestras corridas! Cada pueblo tiene, sus costumbres...�

     Y en Suavia -añadiría Heine- es donde mejor se hacen las morcillas.

***

     Cuenta un cronista que un caballero español le dijo, a propósito del espectáculo taurino, la siguiente frase: -�Os faltó, en vuestra resistencia contra los alemanes, el estar habituados a las corridas de toros. El pueblo español debe a ellas su victoria sobre Napoleón.�

     Este recuerdo, que es de mucho mérito y de muchísima oportunidad, constituye una defensa habilísima... El cronista ha sabido herir la fibra sensible; porque en París se odia mucho a los toros, pero se odia más a los alemanes, y a trueque de vencerlos se haría torera toda la población.

     Lo triste del caso es que, según cuenta el mismo cronista, no son toros, sino vacas bravas, los bichos de Mont-de-Marsan; y no vale la pena de discurrir y protestar tanto por unas corridas de vacas con caballos que gastan delantales de cuero, como si fueran criadas de servir, o curtidores de oficio.

     Después de todo, los bichos hacen de las suyas, a pesar de los Scholl y Vervoort, y dan corridas espontáneas.

     La de Ocourt ha sido estupenda. La población �en masa� puso los pies en polvorosa así que vio salir el bicho, o la bicha, puesto que pertenecía al sexo débil. Una vaca brava, que fue mordida por un perro hidrófobo, entró tranquilamente, al parecer, en la �culta� villa; pero se creció de pronto y lo primero que hizo fue entrar en la prefectura, por la escalera, como si fuera el prefecto en persona. Naturalmente, el prefecto, que contaba con todo menos con semejante visita, se vio obligado a tomar medidas extraordinarias, es decir, a descolgarse por la ventana como un acróbata de primera calidad. A la grita de los gendarmes, protestando contra tamaña profanación, salió la vaca escalera abajo y se codeó con unos cuantos transeúntes que se dieron por muertos echándose al suelo. El pánico fue indescriptible. Hubo un cierrapuertas general, y de lo alto de las casas se arrojaron contra la vaca pucheros de agua hirviendo, escobas y zorros. El animalito, cada vez más furioso, embistió a unos danzantes que volvían de un baile dominguero cantando el

                             Ta-ra-ra-boum de ay
Ta-ra-ra-boum de ay,

y de milagro no mató a ninguno. A las cinco de la tarde toda paz era Ocourt. El bicho había establecido sus reales en la plaza de la villa, inaugurando -en plena República- el reinado de la vaca regente. �Qué hacer? El prefecto, que suele tener ideas, recordó que vivía en un rincón del pueblo un zapatero español, llegado recientemente, y le ordenó y mandó que escabechara al bicho. [233]

     La decoración varió entonces como por arte de encantamiento. En los balcones y ventanas exhibiéronse las mozas crúas del pueblo, gritando �Jole! �Jole! y el prefecto, con todos sus adláteres, tomó asiento en el palco presidencial, �sea en el balcón de la prefectura, y soltó un brindis.

     El zapatero, que no sabe el idioma, deseando entenderse con la vaca la llamaba �Vaquí! �Vaquí! y lesna en ristre se fue a ella y la despachó de un mete y saca, como de zapatero de viejo.

     Palmas, joles, joles, y

Ta-ra-ra -boum de ay!

***

     Un periódico parisiense anuncia que Lagartijo ha sacrificado su coleta -la cual �atención! le bajaba de la nuca por toda la espalda- en aras de la salud pública, para que Dios se apiade de España, en donde �reina un cólera atroz�.

     Sería de sentir que Lagartijo hubiera sacrificado tan hermosa mata de pelo, porque el maestro puede ser útil a míster Gladstone si le ataca otra vaca en Hawarden. El telégrafo habrá anunciado a ustedes que el ilustre estadista estuvo a punto de morir del revolcón. Pero la culpa no fue de la vaca, sino de Mr. Gladstone, que �después de admirarla,� le hizo señas con un bastón.

     Vamos, que quiso torear, y le ocurrió lo que le ocurriría a Lagartijo si se arrancara con un discurso sobre el home rule... [235]



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El señor Marqués

     Tenía treinta y cuatro años de edad; madre y hermana que le adoraban y que han marcado con lágrimas el camino del entierro; brillantísimo porvenir en el ejército, que le enseñaba orgullosamente como diciendo: �Este es uno�. Merecía morir por la revanche, luchando en pro de la gran aspiración nacional, a la cabeza de sus soldados en la frontera alemana; -y atravesado con arte por la espada de un duelista en estrecha sala de la Grande-Jatte, duerme el sueño de los que, como el periodista Massas, en 1882, y el pintor Dupuis, en 1888, se sacrificaron en aras de los humanos respetos de un público hipócrita...

     La lucha duró escasamente tres segundos. El joven Mayer era muy valeroso; pero no se había batido y no conocía el manejo de la espada de combate. Se tiró a fondo... �Gracias a mi práctica en el terreno -escribe hoy el marqués de Morés- descubrí la táctica de mi adversario. Seguro de la estocada que [236] iba a darle, yo le tiré, sin extenderme, un golpe, cuyas consecuencias han sido fatales... Lo declaro muy alto: contemplé a Mayer y moderé el ímpetu de mi espada. Al sentir que había penetrado el hierro lo detuve inmediatamente. Si no lo hubiera hecho, habría pasado de parte a parte al capitán Mayer. Yo siento mucho esta desgracia.�

     Se moría. En el abatimiento de su semblante, en la tristeza de sus ojos, en el acento de su voz que caía como una arista rota, comprendí al punto -dice uno de los testigos- que la vida huía de aquel hombre que fue mi compañero.

     El marqués de Morés se acercó al moribundo... te estrechó la mano... �Capitán, yo espero que eso no será cosa de cuidado.�

     La espada, que le había atravesado el pulmón se detuvo en la columna vertebral... La detuvo el marqués, puesto que, no olvidarlo, él no quiso atravesar de parte a parte... Fue acto de caridad y prueba de culto a las buenas formas; porque, en Fin, una espada no debe ser un asador, ni un caballero merece ser tratado como un cochinillo.

***

     El marqués de Morés ha luchado... Estuvo trabajando en América. La labor no era propia de su elevada alcurnia, ni de su afición a las armas de la andante caballería. Todo un príncipe Krapotkine es cochero en Moscou. Todo un príncipe Soltikoff es [237] carnicero en Petersburgo. Las princesas Galitzin y Dolgourouki cantan y bailan en conciertos públicos. El señor marqués de Morés se dedicó en Chicago al comercio de la carne de buey. Vencido por los comerciantes de aquella plaza, el señor marqués fue a la India; de la India pasó a Tonkín, y de regreso en Europa, derrotado y maltrecho, el señor marqués, que injuriaba y provocaba diariamente medio mundo, en artículos y folletos como el titulado Rotschild, Ravachol et C.�, deplora hoy, según dice, la desgracia de haber matado al capitán Mayer, introduciéndole veinticinco centímetros de una de las espadas, de más de 100 gramos de peso, que usaba en sus ejercicios de la sala de armas...

     Comprendo la pesadumbre del señor marqués. El capitán Mayer no tuvo parte en la infracción que cometiera el Sr. Cremicux-Foa; el capitán Mayer tenía imposibilitado el brazo derecho; el capitán Mayer dijo, presintiendo su fin, horas antes del duelo: �Esto terminará mal para mí... lo sé...� Comprendo la tristeza del señor marqués. �Me explico que palideciera cuando le dijo el presidente: El desgraciado capitán dejó caer la espada! Usted se le acercó mientras le sostenían; le tendió usted la mano, y el moribundo se la estrechó lealmente. (Sensación.)

     Y después, el mismo presidente �El ministerio público dirá que usted quería el cadáver de un judío.�

     �Qué lástima, pensaría el señor marqués -cuya sincera pesadumbre soy el primero en reconocer- [238] qué lástima que no hubiera podido, yo permanecer en Chicago dedicado al negocio de la carne de buey! Porque si aquel oficio no era propio de infanzones de pro, no resulta menos triste el oficio de matador de judíos.

     Si no fueran nobles los sentimientos del señor marqués, el señor marqués podría estar satisfecho. Los más de los periódicos de hoy le describen físicamente: alto, fornido, �todo un buen mozo que lleva con cierta truhanería un bigote sedoso� La Libre Parole ha hecho más por el busto del señor marqués: le ha grabado en la primera plana. Muy parecido -observan los que le conocen- aunque un poco poetizado.

     Algunas demi mondaines sonríen al ver el retrato, y exclaman cuchicheando: �-�Su cabeza es hermosa...!� Si el señor marqués no estuviera quitado de ruidos, podría hacer algunas conquistas. Pero después de matar a un hombre, y de vender carne de buey en Chicago, el señor marqués no estará para nada.

     Hay que tener lástima al señor marqués. Su apoteosis es fúnebre. Su paseo triunfal va a parar al cementerio, llevando en ristre un ensangrentado espadón de la Edad Media... �Pobre!... �Pobre!...

     Ante la conciencia racional, el muerto no es Mayer, el muerto es el señor marqués... �Paz a sus restos! [239]



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Interview con Norton

     En esta transformación de la tragedia más terrible a la comedia más baja y repugnante -como ha dicho lord Rosebery -o en este petit roman, según ha llamado sir Thomas Lister a la aventura política que acaba de correr la Cámara francesa, se le asigna un papel trágico-cómico al negro Alfredo Norton.

     No he venido al mundo con la noble misión de defender hotentotes: pero, acostumbrado a ver en todas partes que el negro paga los vidrios rotos, no puedo menos de decir que Alfredo Norton no me parece tan fiero como lo pintan.

     Como negro, es subido de color. La prensa no le ha descripto físicamente, porque... �vaya usted a describir un negro! Es un ejemplar, como otro cualquiera, como todos los negros, cuya cara no refleja emoción alguna. La edad no podría averiguarla el mismo Vargas, aunque anda por �aquellas apartadas regiones�.

     Cuando llegué a la casa número 89, de la calle [240] Reuilly, domicilio de Norton, éste echaba la siesta en la hamaca.

     Se sorprendió satisfactoriamente al oír que yo también soy de allá. Es muy posible que se hiciera la ilusión de que tengo algo de hotentote.

     En seguida me dijo:

     -Siéntese, y tome café.

     �Ah, diablo!... Recordé el tradicional bojío, donde se puede tomar impunemente el café prieto, sorbo a sorbo, sin oír hablar de Clemenceau, ni de nadie, sumergido el espíritu en el gran letargo de la Naturaleza.

***

     Es un negro catedrático, es decir, inteligente e ilustrado. Habla mucho, bien, y en varios idiomas. Fuerza será confesar, si resulta falsificador, que es más listo que los diputados franceses, puesto que, en tal caso, les engañó como si fuesen chinos... Pero Norton dijo anoche al juez Athalin:

     -�Miradme frente a frente, y decid si tengo yo cara de falsificador!

     No tenía cara de nada. Su fisonomía es una mancha.

     -�Hace mucho tiempo que vive usted en París?

     -No. Primero estuve en Marsella. Fui allí... cuanto hay que ser, desde tocador de güiro y vendedor de bateas de durse de coco, hasta fundador de una casa de comercio, que trabajó con escasa fortuna, y que quebró al fin, por lo cual intervino la [241] justicia y como hacía falta meter alguno en la cárcel...

     -Le metieron a usted.

     -Sí, señor; porque �ellos son brancos y se entienden�. �Ay mi Dios, quién fuera branco, aunque fuera Clemenceau!... En aquel lance perdí el dinero y la libertad. Luego vine a Paris, de agente de negocios; me casé...

     -�Contra quién?

     -Ahí la tiene usted...

     Buena francesa; blanca, rubia. A la vera de Norton, parecía un ramo de azahar sobre el cual trepara una cucaracha.

     -Y usted, compadre Norton, �podría hacerme el favor de decirme qué pinta en las cuestiones internacionales con Egipto, Inglaterra, Servia, el principado de Mónaco, el Polo Norte, etcétera.

     -Pinto, y no pinto. Fui yo quien dio los documentos; no por vengarme de Inglaterra, ni por armar camorra, sino porque se me habló de comprármelos, y yo los vendí...

     -Como si fuera el durse de coco de una batea.

     -Exacto.

     -Pero esos papeles, �no son mojados?

     -Le diré a usted. Secos y buenos los di yo. Si alguien los mojó, �los maleó, porque convino a su obra de destrucción política, �qué tiene que hacer en eso el negro Norton? Yo no puedo ni tengo que decir otra cosa, y no la diría aunque me tumbaran la cabeza. Negro soy, pero decente, mucho más que algunos bruncos que quieren tornarme la pasa.

     Hablamos de otra cosa. Norton cantó, con [242] acompañamiento de güiro, un tango sentimental, y leyó una poesía -escrita de su puño y letra,- alusión sangrienta, según me dijo, a Clemenceau y Derouléde, la cual poesía, traducida, empieza así:

                        Pájaro malo
y José Cabulla,
en días pasados
tuvieron bulla;
si tú no sabes
por lo que fue,
no te lo digo
ni sé por qué.
Pero es lo cierto
que ellos bullaron,
porque en Marsella
me lo contaron...
y todo fue
por la mujer
que el perro Funo
quiso... coger.

     Al despedirme, me dijo cortésmente

     -Cuando quiera, venga a sentarse y a tomar café.

     Y pensaba yo en reincidir, pero supe que le habían metido en la cárcel.

     �Porque el caso era meter a alguien!...

***

     No es para negros el reinado de París. Rochefort burlose de Heredia, exministro, diciendo todos los días: -Siempre que paso por la Bastilla, y veo [243] la estatua del negro con un reloj en la barriga, no puedo menos de recordar al Sr. Heredia...

     Y refiriéndose al mismo Heredia, no hace muchos días, dijo La Libre Parole: -Continúa siendo negro...

     El único a la altura de la situación, es Chocolat (natural de Cárdenas), que hizo el rey en el Noveau Cirque, con un manto parecido a una casulla, y una corona que se le balanceaba, en la cabeza.

     Fuimos en comisión, algunos amigos, a vitorear al monarca. En aquel momento bajaba una escalera.

     -�Viva Chocolat!

     -�Viva su majestad!

     -�Olé, el rey!

     Y él, mirándonos tristemente:

     -�Mejó etaba yo en Cuba, cará!... [245]



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Los barbos

     Se nos mueren sin remedio.

     El Sr. Jousset de Bellesme, director del acuario del Trocadero, nos da hoy los buenos días con una noticia horrorosa: �Les llegó la hora a los barbos!

     Las mujeres de Abisinia pasan las noches en vela, según refiere, un corresponsal del Temps, vestidas con sudarios y dando gritos horribles cuando muere un colérico. No se puede dormir en el pueblo.

     Ni en las riberas del Sena. Los pescadores, inconsolables, lloran sobre los difuntos. �Pobres barbos! �tan jóvenes y ya tan desgraciados! En los albores de la vida, cuando prometen mucho bueno y son legítima esperanza de los gastrónomos, bajan los barbos a la tumba, prematura e inmerecida. -Como bajar, no bajan; se dejan llevar, con el vientre al aire, por la corriente del Sena.

     �De qué y por qué mueren? Ya lo dice el señor Bellesme: porque les entran microbios, como si los barbos fueran personas. Es un microbio miserable y [246] contrahecho -algo así como un Meunier- pero más malo que la peste. En cuanto acierta a ver un barbo se va derecho a él y �zas! se le cuela en �les humides régions�. Claro que el pez se defiende, zambulléndose, pero el microbio, aunque es terrestre, se zambulle también, porque puede, como Dios, vivir en todas partes.

     La microbitis produce en este caso una especie de viruela. Da pena de ver a los barbos con las caras afeadas por pústulas y manchas. Diríase, a primera vista, que están pasando el sarampión; pero observados de cerca y con detenimiento, luego se advierte que el microbio va de veras, y que no hay tal varicela, sino una manifestación de tumores �como los que tienen las personas atacadas por la peste�.

     Para que sea completa la semejanza, no hay remedio que valga a los barbos, como no lo tienen tampoco los más de los enfermos de la especie humana. Aquellos peces están, pues, �llamados a desaparecer�, pero hay muchos en el Loire y en Holanda, según leo, para suplir la falta de los del Sena. Así como, dicen algunos indianos, que �no se puede comer sin aguacate, afirman ciertos gastrónomos que no se puede comer sin barbos.�

     Y están desolados; porque ha dicho el Sr. Bellesme que hay que abstenerse de comerlos. La verdad es que va llegando la hora de la antropofagia. En cuanto asomó este año el cólera morbo, asomó también el correspondiente bando �facultativo�: �No comáis legumbres! �Cuidado con beber agua!... Una eminencia, Pasteur, aconseja que no se tome [247] helados... El director del acuario del Trocadero prohíbe los barbos... Dios dijo �Amaos los unos a los otros�; y el médico concluirá por decir: Comeos los unos a los otros; porque de no hacerlo así perecemos como barbos.

     O como generales de las Repúblicas del Sur americano, cuya eterna crisis anárquica es muy comentada en París, puesto que a ninguna nación le agrada que encarcelen a su cónsul y representante, como han encarcelado en Carúpano al vicecónsul de Francia, según telegramas del New York Herald. Los franceses andan locos pidiendo informes a los naturales de aquellas �dilatadas� regiones; pero ellos mismos no pueden darlos, siendo así que no saben más que nosotros: que si la �autocracia� triunfará; que si están en puerta los godos; que no son godos, sino amarillos; que el partido visigodo, o azul turquí, será quien tome �las riendas� del poder, y que llueven generales y candidatos a la presidencia de países que, por no tener ya qué comer, ni barbos del Sena.

     -�Hace falta allí un sargento! -grita La Liberté.

     �Qué error! Eso es lo que sobra allí...

     -La disputa, -dicen los de la tierra -está entre Darío y el Chingo...

     -Pero, �quién es el Chingo?

     -�Un general, hombre!

     En Bolivia es muy grande la excitación, porque, como dice la prensa, �Pacheco se opone a Bautista �-�Señores! �Que se derrame tanta sangre, y se [248] arruinen comarcas ferocísimas, y se haga imposible la vida del hombre civilizado, todo por una disputa entre un Sr. Pacheco y un Sr. San Juan Bautista!

     Si Colón y Vespucio resucitaran, se morían del susto.

     A no ser que se hicieran generales o barbos en lucha con Bautista y Pacheco. [249]



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Don José

     Sin llegar a decir de las costumbres en España lo que dice el exministro Estévanez en un folleto de publicación reciente, puede y debe decirse que ni hay en España costumbres periodísticas, y, si las hay, no son ciertamente las mejores.

     Así como en las casas de huéspedes de Madrid no falta nunca un señor -que generalmente se llama D. José -presidente vitalicio de la mesa, con derecho a calarse el felpudo gorro mientras están descubiertos los demás comensales, fiscal de cuanto ocurre en la casa, y sin cuyo voto nadie se atreve a mover un cubierto del aparador, así en las redacciones de nuestros periódicos jamás falta el indispensable D. José, que lo mismo sirve para un barrido que para un fregado -aunque en realidad no sirve de nada- y que puede decir con justicia: -�El periódico soy yo!...

     Este D. José, que, convencido de su nulidad, quiere, él solito, campar en la publicación, es el que declara a la chita callando, embozado hasta los ojos [250] en la prehistórica capa, la guerra del silencio, género de guerra que, por pequeño, está mandado recoger en todas partes.

     Sin semejante guerra a la sordina no hubiera tenido yo que presentar en Madrid al literato y sabio español E. Zerolo, erudito de tomo y lomo, perteneciente a la Sociedad geográfica de París y a la real Sociedad belga de geografía. Es claro que conocen y estiman a Zerolo un Menéndez Pelayo y un Eduardo Benot; pero es claro también que esos y otros señores no constituyen, con todo de valer tanto, la publicidad, la circulación de un escritor español que vive, hace ya muchos años, en el extranjero.

     �No publica libros Zerolo? Sí los publica. �No los remite a las redacciones de los periódicos de Madrid? Sí los remite. Pero... allí está D. José, que no permite que se elogie, ni siquiera se cite, a quien vale más que él. Sólo así se explica que periódicos de gran circulación, que tocan a rebato la campana del bombo con llamar distinguidos, ilustrados y eminentes a unos Fulanos que son sencillamente unos viveurs literarios, no digan palabra de un Zerolo, de quien ha dicho Elíseo Reclus: �El Sr. Zerolo me ha enseñado muchas cosas.� Sí que sabe muchas cosas E. Zerolo; pero... no ha sabido dar un bombo a D. José.

     Zerolo tiene otro inconveniente, Zerolo es, como verdadero sabio, retraído y modesto. No alterna. Como no tomó ningún cheque de Panamá, trabaja sin tregua desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, Y después de comer, en vez de ir al [251] Grand Café, a chismorrear de las cosas de España, o al Café Madrid, a ver alguna que otra andaluza trasnochada, Zerolo se encierra en su casita del boulevard Montparnasse, y dedica varias horas a los trabajos científicos y literarios. Es lástima. Porque sería más conocido si cultivara menos a Shakespeare y cultivara algo a Chequespeare; bien que no habría podido, en tal caso, hacer folletos tan notables como el titulado La lengua, la academia y los académicos, ni prólogos como el que ha puesto a las poesías líricas de Heredia. Este prólogo, que no se conoce en España, es un verdadero libro, lo mejor y más completo que se ha escrito acerca del poeta cubano.

     Hay en París un mundo de españoles de mérito, ignorados en la patria, porque no van al Ateneo, ni comen cocido, ni se cascan liendres en la Puerta del Sol; españoles que viven, según la frase de Pasteur, en la paz de las bibliotecas y laboratorios.

     Su único crimen... ya he dicho en qué consiste. No conocen a D. José, y, si le conocen, no quieren adularle. [253]



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Exploraciones

     Los negritos que llegaron a París en un cajón, facturados como mercancías, alcanzaron gran notoriedad; pero puede más que ellos la señorita S'Nabou, otra negrita de buen ver, princesa ella, que ha venido con Mr. Mizon, explorador francés.

     Los periódicos están locos con esta negrita interesante. La dedican artículos de fondo, crónicas, sueltos, columnas enteras. �Diríase que viene de matar en duelo a Mr. Mizon!

     �Qué ha hecho, pues, esta insigne negrita para distinguirse así de las demás, oriundas de las Antillas francesas, que pasean el boulevard sin que nadie les haga caso, con los morros fruncidos, como si hubieran comido caimito, por el frío que experimentan en una temperatura de 28 grados sobre 0?

     Lo primero que hizo mademoiselle fue... nacer princesa. Su papá es el rey, o punto menos, de una ciudad que se llama Igbobé. La negrita no es Iboba, [254] sin embargo; quería correr una juerga en París y se agarró al primer viajero en aquellas �apartadas regiones�.

     El cual resultó ser un Sr. Mizon, atrevido explorador y buena persona. �Cómo había de negar la blanca mano a la virgen nubia de trece años de edad que, según dicen los periódicos, es bonita (aunque negra) y princesa además? Aceptó, pues, el atrevido pensamiento. Un explorador inglés habría hecho valer su influencia en la corte de Igbobé para copiar del natural una escena canibalesca, o de antropofagia. Pero el Sr. Mizon, como buen parisiense, tomó la negrita por lo serio. �Demoiselle y princesa, aunque bituminosa? Hay que inclinarse...

     Pero la exploración no era tan fácil como parecía a primera vista. Hacía falta tramitarla, formar expediente, reunir en pleno el Consejo municipal, ante el cual comparecieron la doncella y el caballero.

     -�Es cierto -dice el rey dirigiéndose a su hija- que quieres fugarte con este explorador?

     -Sí, papá. (Llanto.)

     -Grave caso... �Qué opina Mi consejo?

     -Vuestra majestad puede permitirlo -observa el Consejo municipal.- Si el señor blanco resultara un Tenorio, la princesa no perdería mayor cosa. Recordad, excelso soberano, que habéis consentido en vuestros dilatados dominios la práctica de la poligamia.

     -�Visto! -exclama el rey; y hablando con monsieur Mizon:- �Quiere usted llevarse a la princesa? Si lo consiente vuestra majestad... [255]

     -Por consentido; pero a condición de que me la devuelva usted, cuando regrese, en su mismo ser y estado.

     La princesa. -�Ay qué gusto, papá!

     El rey (a sus lacayos): -�Negros indignos, arreglad las maletas de los regios viajeros!

     No respondo, a título de cronista veraz, de que fueran precisamente esos los términos del diálogo, pero me los figuro; porque también estuve en África, aunque no exploro. De lo que sí doy fe es de que la negrita está, como dice la prensa de hoy, en train de devenir une célébrité parisienne. A falta de princesas blancas, buenas son negritas.

     Vestida elegantemente, con la indispensable blusa rusa que le está a maravilla -porque no tiene rival el regazo de la mujer de África- y aplaudida por inteligente, graciosa, encantadora, distinguida, etcétera, etcétera, mademoiselle �hará su camino� y el Sr. Mizon está fresco, quiero decir, que con razón afirman los periódicos que tiene une grosse responsabilité. Tanta; �tendría que ver que el caballero regresara a Igbobé con media docena de mulatitos!

     En cuanto a que mademoiselle es bonita, que me perdone la crónica parisiense. A mí me ha parecido una negrita bembúa, �como otras muchas que a la par se ignoran...�

***

     Dahomey es una tumba anónima, y París ve con disgusto esa tumba. Buena parte de la prensa [256] protesta contra esa campaña; la pluma volteriana no se atreve a decir que aquellos indígenas son unos monos sin rabos, que se fueron al monte por no pagar contribución; el lápiz no dibuja fácilmente al gran Dodds, fiera la mirada, agarrando del cuello a un negrito en cueros, que es Behanzin con sombrero de jipijapa. Porque son muchos los soldados que van a Dahomey; pero son pocos los que pueden contarlo, y los hay, entre los que regresan, que se mueren aquí del susto de haber estado en aquellas tierras.

     De ellas ha vuelto el general Dodds en traje de vainqueur; y... la república, salida de madre, se tima bonitamente con el general.

     �Por qué? Porque los pueblos, como las mujeres livianas, necesitan y piden quien les siente la mano, y si Dodds no lo hace, como no lo hizo Boulanger, será sencillamente porque no quiere.

En tiempos de revuelta española, dijo alguien a D. Nicolás Estévanez: -Hace falta aquí un dictador. �Quiere usted serlo?

     -No; porque soy sinceramente republicano.

     �Contestaría lo mismo el general Dodds? Pienso que no; y aunque me equivocara, que sí puedo equivocarme, porque no soy León XIII, no sería menos cierto que Francia pide un Dodds con mucha necesidad, y que París, la gran cocotte, se peina hace tiempo para Dodds, aunque éste no llega a la talla de un Martínez Campos de Dahomey. Ese frenesí popular no prueba más que una cosa: que Francia suspira por el verdadero vencedor que la vengue de los pasados ultrajes... [257]

     No es decir que Dodds sea tonto; pero, por Dios, no es para tanto.

     Está la prensa asustada con �los recuerdos de la dura campaña�.

     Los cuales son, según ha dicho Le Matin, �unos bastones con dioses de Dahomey esculpidos artísticamente�.

     Y advierte con énfasis el mismo periódico; �...y un soldado de infantería trae entre los brazos un mono�.

     No, que había de traerlo entre las narices.

     Ya es labor el traer un mono de Dahomey, pero un mono no prueba la rudeza de una campaña, o yo estoy loco.

     Después de todo, los bastones y los monos podrían pasar; pero...

     �...el soldado Appercé -añade Le Matin,- enseñaba con el dedo (dispensando el modo de enseñar) la ciudad de Marsella a una joven negrita, regalo de nuestro aliado, el rey Toffa, al general Dodds.�

     Esa, la negrita regalada de propina, esa sí que no cuela.

     La cual negrita �tiene catorce años, se llamaba Vomí Tando, pero el general la bautizó con el poético nombre de Mamí.�

     �Ma... qué? �Me escamo! �Y por qué ha de ser Mamí más poético que Vomí?

     Mamí, Vomí Tando, o como quiera llamársela, �estaba (sigue Le Matin) en cueros, cuando iba a embarcarse; pero las religiosas le hicieron una [258] bata de seda azul, flotante, que le está muy bien. �Sí, lo que es el azul, máxime si es flotante, se combina bien con el negro.

     �Oh prensa parisiense! �Oh negrita desgraciada! Ya están acabando con ella. Al verla en Marsella, preguntaron las señoras:

     -�Pica?... �Pica?...

     Yo no lo sé; lo que sí sé es que el general Dodds, volviendo de allá como un explorador, me ha quitado la ilusión. Porque ahora, siempre que tenga que hablar del general, me acordaré primero de la negrita...

***

     Las exploraciones más o menos pacíficas, terminan, por fuerza, con la adquisición de una negrita, obligado gaje del oficio de explorador. Cuando estuve, -no en calidad de explorador, sino a título de persona,- a ver al Sultán de Tánger (o a que el Sultán de Tánger me viera a mí) recuerdo que me dijo aquel salvaje:

     -Le regalo a usted esta negrita. �Llévesela usted!

     A lo que contesté, después de examinarla al microscopio, sumamente indignado.

     -�Guarde usted eso, Sultán! [259]



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Rescriptos

     Son rescriptos de origen divino. Por el primero se hace saber al gobierno de Alsacia-Lorena, para que el gobierno entere a los vasallos, malandrines y demás follones, que se revocan las maniobras en Lorena, �porque el emperador, animado de sentimientos paternales por su pueblo, quiere evitar que afluya a un solo punto la multitud patriótica, con riesgo de la salud del pueblo�. La cual orden, desbrozada del estilo pérfido en que se explican los señores de origen divino, quiere decir que el emperador tiene miedo al microbio, como lo prueba el hecho de haber ordenado la desinfección de la vajilla imperial, que fue enviada, para el servicio de S. M., al Casino militar de Metz.

     Segundo rescripto. En cumplimiento de órdenes terminantes del emperador -participa la Norddeutsche- el gran mariscal de la corte ha dispuesto que esté en pie de día y de noche la segunda batería de artilleros de la guardia imperial, pronta a anunciar, con las salvas de ordenanza, el nacimiento del [260] séptimo hijo de su majestad. Un aparato telegráfico, en comunicación con el cuarto de la parturienta, transmitirá al coronel de la guardia, en el instante mismo del suceso, la noticia de haber alumbrado la emperatriz. El primer cañonazo coincidirá con el primer grito que dé la criatura.

     �Qué precisión! �Qué disciplina! �Eso es lo que se llama llevar las grandes maniobras imperiales a la alcoba nupcial!...

     Nuevos imperios, nuevos tratados de obstetricia imperial a la emperatriz se la obliga a parir a cañonazo limpio. �Pobre señora! �Amenazada de ver partir a su primogénito con rumbo a las regiones polares, y de ver al último de sus chiquitines atacado de alferecía a causa de un bombardeo prematuro!

     Decididamente, la civilización está en mantillas.

***

     Y el emperador Guillermo está chiflado. A mí no me digan. Si a uno de ustedes, lectores, se le ocurriera la idea de enviar al polo un hijo chiquitín, cañonear a otro hijo, recién nacido, con un Krupli colocado frente a la habitación en donde pare la mamá, a mí no me digan, le llevaban a usted al manicomio de Leganés los vecinos del barrio.

     Lo grave de esa monomanía militar es que expresa un sentido contrario al que informó la guerra de Alemania contra el emperador Napoleón, no contra [261] Francia. �La victoria de Sedan -dice el periódico Vorwoerts, órgano de una bandería socialista de Alemania -fue el término natural de la espantosa y fratricida guerra que hizo presa en dos de las más grandes y cultas naciones de Europa, y era de esperar, después de la caída del imperio francés, una era de felicidad para los pueblos. Los acontecimientos tomaron un rumbo distinto. No guían al gobierno alemán la libertad y la paz; le guía la fuerza. Prisionero Napoleón y derrocado el imperio, continuó el combate. Su fin oculto era la conquista de Alsacia Lorena. La guerra contra el emperador se transformó en guerra contra el pueblo francés.

     �De Sedán a París duró la lucha dos veces más que de la frontera a Sedán. La victoria que se obtuvo en aquel espantoso matadero no fue símbolo de paz para Alemania y el mundo, sino constante peligro de guerra. El Moloch del militarismo tomó formas gigantescas. De manera que Sedán inauguró para nosotros, los alemanes, no un período de bienestar, sino de esclavitud; excepciones humillantes, exclusivismos odiosos, empobrecimientos, tiranías, explotaciones y corrupciones. Sedán produjo a Bismarck. Para limpiar la basura de ese escombro, hace falta una generación. Celebren otros el aniversario de Sedán. Nosotros, alemanes también, no lo festejamos...�

     Un inmenso aplauso de la prensa de París ha saludado las declaraciones del Vorwoerts. Son humanas, patrióticas y justas. Sobre la cúpula del edificio que levantara el rey Guillermo, no flota, no, la [262] hermosa bandera que corona la cima de aquellas obras que tuvieron acabamiento sin llanto y sin sangre. En lo alto del moderno imperio alemán se vislumbra una bandera de muerte.

     Es un error -he dicho en otra ocasión- confundir a los alemanes con el país de idólatras fundado en el siglo XII por los cruzados del Orden Tentónico. Los prusianos no son verdaderamente alemanes, ni querrían serlo, si no les conviniera. Mientras Alemania se enorgullece con Leibnitz, Hegel, Kant, Krause, Goethe, Meyerbeer, Schiller, etc., soldados vencedores en los campos de la ciencia y el arte, Prusia se entusiasma con los vencedores en Lowositz, Rosbach y Kunersdorf, con el obligado acompañamiento de gigantones que creó el rey Sargento; y en tanto que Alemania enseña con orgullo las heridas que le infirió en el pensamiento la Revolución francesa, Prusia venga agravios en nombre de los gigantones derrotados en Friedland y Jena, uncidos, con Federico Guillermo de arriero, al carro triunfal de un Bonaparte, y escoltados por hermosas rubias que humedecieron a Berlín con el Champagne del espíritu francés, que les infiltraron los borrachos de la guardia imperial... Y luego, a guisa de represalias, tropas prusianas son las que, de resultas de las conferencias de Pilnitz, se internan en Francia; tropas prusianas las que deciden el gran duelo de Waterloo; tropas prusianas las que pasan debajo del Arco del Triunfo, tropezando el letrero �Casa de fieras! con que marcara irónicamente a los invasores el peregrino ingenio parisiense. Desde [263] el Rhin hasta la capital de Prusia, en la superficie de las aguas del río y sobre las colinas más altas, rastreante por las llanuras, en toda la tierra germana, se destaca ensangrentada y rígida la silueta del centinela prusiano, mientras beben los buenos alemanes vino espumoso y cerveza de Baviera.

     No me extraña, pues, la protesta del periódico Vorwoerts. Porque no se alza sobre los muros de Sedán el trovador tudesco que canta a paz. Se alza Bismarck con su armadura férrea, y su enorme casco de punta acerada, mirando fieramente hacia París. [265]



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La moda

     Mientras llega el cólera vuelve a discutirse la eficacia de las inyecciones del doctor Haffine. El doctor dice que está seguro del resultado, porque ha hecho experimentos en cochinillos de la India. Pero un cochinillo, aunque sea de la India, no es generalmente una persona. La primera ejecución por la electricidad se creyó que sería instantánea, porque en Nueva York se había hecho el experimento en una vaca. Pero un hombre no es generalmente una vaca, y el reo pasó la pena negra antes de pasar a �mejor vida�. Sin embargo, según Haffine, todo es cochinillo. Puede que lleve razón.

     Como no es cosa de pasarse la vida filosofando sobre las inyecciones, el público acudió a divertirse en el salón de pinturas, cuya mayoría es un verdadero paso de risa. Claro que no falta algún que otro cuadro, como el de Robey de mérito excepcional, revelador, y una docena de pinturas excelentes; pero dada la barbaridad numérica de los cuadros expuestos, resulta que la Exposición no merece bien del [266] arte. El público, por supuesto se divierte atrozmente, porque lo que menos le preocupa es el arte, y lo que le absorbe por completo es el lujo de los trajes femeninos y masculinos.

     En una correría por una población remota, observé cierta noche, en la plaza de la villa, que unos señores, sentados en un banco debajo de frondoso árbol, prorrumpían en gritos y alaridos semejantes a los de los animales. Cuál de ellos imitaba al carnero, cuál otro al perro; éste bufaba como un toro, y aquél, después de darse unas palmaditas en el pecho, remedando el aleteo del gallo, exhalaba un agudo quiquiri-qui; y todos, eso sí, muy serios, graves y circunspectos.

     Es claro que yo supuse que tal escena era cosa desusada, tal vez una broma, acaso un rapto del cura; y como conviene, al llegar a una población que no se conoce, enterarse de la clase y condición de las bestias y personas con quienes se ha de vivir en forzoso trato, reincidí en el paseo nocturno, y cuantas veces pasé por la plaza oí los mismos ladridos y rebuznos, iguales bufidos y quiquiriquís. Esa menagerie suelta -observé al dueño del hotel en que yo paraba,- será cosa accidental, con motivo de alguna fiesta, y compuesta, sin duda, por personas de baja estofa.

     -No tal, me contestó tranquilamente. Todas son personas principales, lo mejorcito del pueblo. Mire usted: el que hace el borrico es un abogado, que fue dos veces diputado a Cortes; el que ladra como un perro rabioso no se dejaría ahorcar por un millón [267] de duros; y el gallo es nada menos que el señor cura.

     Creo desde entonces que son muchas las personas inferiores a las bestias; muchas más las que tienden irresistiblemente a rivalizar con los animales; y si, me quedara aún alguna duda, bastaría a disipármela la nueva moda del año 30, reformada.

     La inclinación natural, intuitiva, de imitar a las bestias, ha adquirido todo su desarrollo con el gabán de pieles, que es el desideratum de las personas de viso; tanto, que algunas tienen como punto de partida de tal o cual hecho, al hacer tal o cual relato, la adquisición de dicha prenda.

     He oído decir:

     �Cuando murió mi madre, que fue por el mismo, tiempo que me compré el gabán de pieles, tuve que ir al pueblo para arreglar unos asuntillos.�

     O bien:

     �Eso pasó... dirá a usted, eso pasó en marzo... �En marzo? No, a principios de abril, porque recuerdo que fue para entonces que me compré el gabán de pieles.�

     Si el gabán es bueno, y por lo tanto costoso, la metamorfosis animal no es tan grande; pero si el gabán es de poco más o menos, o de medio pelo, quien le lleva puede tener la satisfacción de que le confundan fácilmente con un búfalo, cuando no con un perro.

     En este invierno, excepcionalmente cruo, apenas se distinguen las personas de las bestias. Hay que ver los vecinos pobres de los barrios extremos de [268] París; hay que verles pasar de prisa y corriendo, cubiertos con pieles enteras de ciervos, corderos, perros de Terranova, deteniéndose a veces, en medio de un polvillo de ventisca, para que les acaricie la lengua de fuego de un brasero al aire libre. Pero no hay que ir a los boulevards exteriores; en pleno gran boulevard de la Magdalena encontré anoche a una señora, respetabilísima y distinguida, muy amiga mía, que me pareció de lejos una vaca.

     Y es que, como dice el doctor Haffine, todo es cochinillo...

***

     En Madrid están sumamente preocupados con las boas erizadas que les llevan de París a las señoras madrileñas, y que le dan un susto a cualquiera. Al volver de una esquina se encuentra usted una mujer pequeña, fea y sumergida en una de esas boas con plumas de gallos o rabos de monos, y lo menos que se figura usted es que se le viene encima un perro de lanas extraordinario o un salvaje de las Pampas.

     Nos civilizamos. Las comidas de nuestros principales restaurants parecen perfumes; las salsas saben a cosmético; los panecillos tienen forma de confites. Hay trajes femeninos tan vaporosos y pintarrajeados que semejan ropajes de guacamayos; batas de plumas de colibrí; abrigos de zorra...; y los españoles a la moda parecen cochinillos de la India en actitud de recibir las inyecciones Haffine. [269]

     Pero lo más gentil y bien élevé en París, sépanlo las madrileñas, es llevar, a guisa de pulsera, un lagarto, de goma; lagarto símbolo de los que gastaban algunas viejas cocottes de la novela Sapho... �y da mucho gusto el ver a las damas meneando el lagarto!

     Nadie teme al otro lagarto, vencedor en Lowositz, Roshach, Kunersdorf, Sadowa, Gravelotte, París... lagarto monstruoso, con casco de hulano y botas de montar, que pasó escupiendo baba por debajo del Arco de Triunfo... [271]



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Edouard Drumont

     Los voceadores de la prensa lo gritan a mandíbula desquijarada mañana y tarde: -�La Libre Parole, par Edouard Drumont! enseñando al mismo tiempo la primera plana donde se ha marcado con lápiz azul el artículo de Edouard Drumont.

     No hay en París periódico más voceado que La Libre Parole. No hay nombre que suene más, de uno a otro confín de la ciudad, que el de Edouard Drumont. La Libre Parole es una bandera de exterminio. Edouard Drumont es un nombre de guerra.

     Polemista ardiente, procaz, intencionado, astuto, tenaz -tenaz sobre todo- defensor antaño de los judíos, paladín novísimo de una especie de �guerra santa� contra la raza israelita, su fisonomía política es odiosa, porque sí, porque fue siempre ingrato, en el escenario político, el papel de resucitador de añejas instituciones y adormecidos rencores. Perseguir y matar judíos, como si fueran pájaros a pedradas, �en nombre de quién? �del Dios que les hizo execrables por recibir de sus manos la persecución y la [272] muerte!... La grita de los judíos continuó como si tal cosa después de la crucifixión del Nazareno; el vocerío de La Libre Parole no se detuvo ante la fosa de Mayer... Al saber la noticia lloró Drumont como un hombre. Al día siguiente de la muerte volvió a gritar como un Pilatos.

     Muy atrevido. Muy hábil. Se defiende hoy de haber difamado, �por dar a su artículo un toque de esprit.� Con el pretexto de que las prendas de los reyes son reliquias que no deben estar en manos de un Rothschild, defiende otro día, de un modo indirecto, el saqueo de los judíos. Hace hoy la semblanza de Voltaire con decir que fue un gran bribón �a quien no se puede negar cierto ingenio�, y se atreve en seguida a defender la Inquisición, �que aseguró la grandeza y la independencia de España.� No se recata para decir que la Inquisición es el programa de su partido. �Si subimos, estableceremos un tribunal, que será exclusivamente laico, pero se asemejará mucho a la Inquisición española.�

     �En París y a fines del siglo? Drumont comprende que la frase amedrenta a los hombres civilizados. Pero... �sucederá con esta palabra -dice el polemista- lo mismo que con el calzado nuevo: hace daño al principio de llevarse, pero pronto se acostumbra uno a él.�

     Increíble. �a la manera de Deibler, que se pasea por Valence, Montbrison, Caen, etcétera, con una guillotina ensangrentada, Drumont aspira a pasearse por París con un tribunal de la Inquisición!...

     Cada uno de los artículos del batallador periodista [273] tiene un pensamiento, una frase, una palabra, una chispa, en fin, que hiere y conmueve a sus adversarios. Cierran todos contra él y forman un nublado tempestuoso, que rompe furiosamente en sátiras e invectivas sobre la redacción de La Libre Parole. Cuando la tormenta se deshace y pasa, Drumont vuelve a sacar las uñas. Acaso le envanezca y fortifique la misma hostilidad de sus contrincantes; porque si no tuviera mucho talento, no concitaría tamañas explosiones de aceradas diatribas, algunas de las cuales tienen la agrura de la injusticia y la ponzoña de la calumnia. Si no tenéis enemigos -decía Ventura de la Vega- es prueba de que no servís para nada.

     Los imbéciles pasan por el mundo como los topos por el campo.

***

     Personalmente, Edouard Drumont es repulsivo. Su fisonomía hirsuta, grotesca y enmarañada, parece una careta, amasada con todos los defectos físicos de la raza israelita, con dos grandes cristales que tapan unos ojos de serpiente afligida.

     Pero, en fin, el hombre y el periodista, mientras más feo más hermoso. [275]



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El centenario

     En fin, con decir que presenciaron el desfile de los dos cortejos históricos un millón ochocientas mil personas, puede formarse idea, aunque aproximada, de lo que fue la fiesta de ayer. Cien mil espectadores había en la plaza de la Concordia. La multitud, que lo invadía todo, respetó el dolor de la estatua de Estrasburgo. No hizo falta que nadie la defendiera, porque ningún francés fue osado a profanar la inviolabilidad de aquel símbolo de un fragmento de la patria sangrienta. Sola, aislada, entre crespones y coronas fúnebres, contrastaba la estatua en aquella orgía de audaces regocijos. La multitud alardeó de circunspecta y respetuosa. No quiso manifestarse hostil a la Libre Parole, aunque este periódico protestó contra la celebración de la fiesta; no quisa tampoco responder al meeting proyectado en Saint-Ouen por los anarquistas. Derrochó, eso sí, el humor que le distingue tanto, a costa de las tres mil personas que formaron las comparsas: rió mucho cuando [276] Voltaire y Rousseau fueron llamados a ocupar los asientos respectivos, y al oír decir a Montesquieu que llevaba zapatos Carlos IX porque le dolían mucho los callos. Un granuja hizo al autor del Espíritu de las leyes muecas horribles, que no lograron sacarle de su seriedad. Una chulilla, que también las hay en París, dijo al ver a Lafayette �Si se parece a mi suegro!

     Un entusiasta por la Rosina del Barbero de Sevilla -la cual Rosina era una española de primera caliá- le gritó al paso: -�Te comía!... Y la lindísima rubia Celestina Girard, que llevaba la palma en la cima del carro de la Concordia y de la Paz, recibió una ovación de besos a honesta distancia.

     No hubo más, y los atentados del monstruo, como llaman los monárquicos a la plebe, se limitaron a protestas contra una señora aristocrática y perfumada (hasta cierto punto), que colocada detrás de una reja insultaba a los que la quitaban la perspectiva. -�Bien estás enjaulada! -respondían los aludidos. �Hidrófoba! �Anda que te den morcilla!...

     Los más sedientos de fiesta revolucionaria se dispersaron al caer de la tarde, entre los acordes de la Marsellesa, que iban poco a poco apagándose muriendo después de haber despertado y enardecido el gigantesco organismo de la metrópoli republicana. [277]

***

     El cuerpo diplomático no asistió al Panteón; y las embajadas, exceptuando las de Inglaterra e Italia, se abstuvieron de iluminar sus casas. La española se significó con dejar a obscuras los dos mecheros de gas que alumbran de ordinario las puertas cocheras. Hay que dispensar a la embajada, porque está haciendo economías de petroleo y velas de sebo; pero el señor duque de Mandas que, como diplomático, no tiene otro prestigio que perder, está en el caso de conservar el prestigio de los faroles... y no puede salir de su casa diciendo al criado: apaga y vámonos.

     La monárquica Inglaterra iluminó brillantemente su residencia en París. Ha cumplido una vez más su añeja teoría de respetarse a sí misma y respetar a los demás. Pall Mall Gazette dice a este propósito: -�Felicitamos a Francia porque tiene hoy, después de tantas dificultades, el gobierno republicano más serio que ha habido en Europa. Nosotros, los ingleses, no hemos hecho todavía la justicia que merece al pueblo francés, por el valor extraordinario con que ha sacudido los desastres de 1870 y 71 y por la energía con que ha rehabilitado la nación. Esta es la página más gloriosa de la historia contemporánea.�

     Se significaron igualmente por la abstención la aristocracia del faubourg Saint-Germain y el clero, que ha conculcado la ley con el hecho de no poner banderas ni iluminaciones para celebrar una fiesta [278] nacional; ese clero que recibe severas censuras del cardenal Richard, porque �pululan� los sacerdotes que ahorcan los hábitos por casarse con las feligresas, como lo han hecho el vicario de Saint-Ferdinand des Ternes, el de una importante parroquia parisiense, y el vicario de Saint-Maur, el cual se casó ha poco con una muchacha tan guapa como rica, marchándose a veranear al hotel que tiene ella en Varenne, aunque protestó la parroquia toda y el cardenal Richard quiso atajarles escribiéndole a él: �Mi querido niño... venid a verme... hablaremos.�

     Marchaban, con arreglo al orden establecido, un pelotón de la guardia republicana; escolta de agentes; dragones del tiempo de Luis XV; carro de los Precursores de la Revolución, (Voltaire, Rousseau, Diderot, madame Goffrin y demás personajes), tirado por doce caballos con gualdrapas encarnadas; carro de la Marsellesa, símbolo de la Gloria que corona el busto de Rouget de Lisle, entre palmas, banderas y flores; Voluntarios de la República, que lucen tricornios de plumas rojas; Caballería de Valiny, con uniformes verdes y dormanes amarillos; carro de Chant du depart, monumento extraordinario, con la Victoria enseñando a los soldados el camino del triunfo, mientras el pueblo cantó las estrofas del himno de Chenier; seguía el Triunfo de la República, carro en forma de nave, en la que se embarcó [279] un mundo; y, por último, cerrando la marcha el carro de la Concordia y de la Paz, que llevaba una representación de todas las clases sociales. �Procesión indescriptible! Al detenerse en las plazas de la Concordia, ópera y República, entre estruendo de armas y cantares bélicos, rodeada de un millón ochocientas mil personas que aplaudían y vitoreaban la República, me pareció que Voltaire y Rousseau se daban, sin que lo notara el público, un gran apretón de manos.

     No quiero hacer el Loubet, ni el Challemel Lacour, ni el Floquet, ninguno de los cuales acertó en su discurso con la nota que sintetizara esa sinfonía wagneriana de un gran pueblo que avienta con orgullo las cenizas del pasado. Para describir la pluma el vértigo de ayer no hay más que un escritor en Europa: Zola. Y para describirlo de palabra no hay tampoco más que un orador en Europa: Castelar. La fiesta del Centenario habría sido completa si Castelar hubiera hablado en el Panteón y Zola hubiera escrito en la plaza de la Concordia. [281]



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Guasa viva

     Desde el Capitolio -permitidme una cita a lo Fernández Villaverde- hasta la roca Tarpeya, no hay más que un paso; desde la prefectura parisiense hasta la casa anarquista de Fitzroy street, no hay, más que otro paso, y la policía tiene el deber de no ponerse en ridículo...

     La prensa inglesa protesta contra los atentados de la policía parisiense en Londres. Inglaterra es un país libre, el único verdaderamente libre de Europa; y el abuso, aunque proceda de la autoridad, tiene en seguida la merecida censura. Inglaterra ha dicho que los agentes franceses no tienen maneurs porque han cometido, con la circunstancia agravante de no venir a cuento, una porción de arbitrariedades, castigadas por la ley inglesa, aunque se declarara autor de ellas el príncipe de Gales.

     Ignoro si se querellará el Sr. Delebecque, dueño de la fonda que fue allanada por los representantes [282] de la policía parisiense. Este es el aspecto grave de la cuestión; pero resulta más grave aún en la Metrópoli de los can-canes, el ridículo en que se ha puesto esa misma policía.

     Llega a Londres, pide que la acompañen Melville y sus agentes, y todos juntos, formados en batalla, se dirigen a la calle Fitzroy, fieras las miradas, mirando de hito en hito la fotografía de la joroba de Meunier. El sitio dura desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde.

     -Hay que sacudir estas moscas -dice Delebecque,- y se dirige a hablar con los agentes. De todos los balcones, de todas las ventanas, de las buhardillas inclusive, surgen como por encanto cabezas de anarquistas que hacen muecas burlonas y enseñan palmos de lenguas. La policía está muy azorada. Los vecinos gritan al verla: -��Son los carabineros de Offembach!�, y saludando al agente Houllier: -�Adiós tú, Troptard!

     Gallaud, redactor del periódico En-dehors, toca en un organillo la marcha triunfal de Houllier.

     -�Qué es esto? -pregunta el obsequiado.

     -Una murga -responde Delebecque- que se da a ustedes por espiar a mis huéspedes y comprometer la reputación de mi establecimiento.

     -�Que bailen! -grita una mujer que se parece a Luisa Michel.

     Entonces se acerca respetuosamente un caballero anarquista, que responde por Charveson. Se acaricia las patillas, tose, escupe, y por fin se arranca.

     -Señores... Esperábamos la honra que nos [283] proporciona vuestra visita. Teníamos noticia de ella y os habríamos aguardado en la estación si nos lo hubieran permitido nuestras habituales ocupaciones pirotécnicas. �Ah, señores! Es sensible (para vosotros) que Francis y Meunier abandonaran esta casa cuando llegabais a Calais. Podéis, sin embargo, buscarlos, aunque deben estar lejos si han corrido bien. De Meunier puedo afirmar que está camino del país de los Mormones... �Qué sentimiento!

     Una mujer. -�Se marearon ustedes mucho en el canal?...

     Otra Señora. -�Están buenas las familias de ustedes?...

     El Sr. Delebecque, propietario, comprende que hay que poner punto final a aquella broma de mal género. Invita a los agentes �Registren ustedes todo lo registrable.�

     Charveson vuelve a usar de la palabra: -Yo os acompañaré. Permitidme el honor de ser vuestro cicerone... Mirad: este es el cuarto que ocupó Francis... Ese otro estuvo habitado por Meunier. Lo reconoceréis fácilmente en el hoyo que dejó en la cama la joroba de aquel compañero... �ah, señores! En el cuarto de Francis hay unas botazas muy viejas; en el de Meunier, unos calcetines intransitables. Los anarquistas han dejado algo: �el olor!

     La expedición policiaca evacuó a la voz de mando la fortaleza de Tottenham Court Road; el periodista Gallaud empuñó nuevamente el manubrio del organillo y volvió a oírse en la calle la marcha triunfal de Houllier... [284]

     Un madrileño zorrillista, que se preparaba a bailar la marcha por lo flamenco con una miss de circunstancias, dijo a los amoscados agentes:

     -No ofenderse, musiús; son todos muy caballeros; pero guasa viva. [285]



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Crónica

     París, la gran bacante, bañada en Champagne y coronada de rosas, ha llevado de la mano a sus lindas hijas, las demi-mondaines, a manejar airosamente el trapo de sus toilettes del Grand Prix sobre el musgo de los prados que verdean en la inmensa explanada.

     Pero el Grand Prix pasó como una ráfaga de la alegría, porque París se sorbe los sucesos como el mar los granos de arena.

     Cuando hice diariamente, durante medio año, una crónica para El Liberal, me decían los amigos: -No sabemos cómo se las arregla usted. �Ya usted a dejar los sesos en las cuartillas!

     Y yo les declaraba, sin pizca de vanidad, que tal labor no suponía para mí mayor trabajo, porque raro fue el día que no me dio París asunto para una crónica.

     Es una ciudad enferma, la gran neurótica del siglo, y de los enfermos no falta nunca algo que contar. De niño solía pasarme las tardes subido a un [286] árbol del Cojobal de Guayama. Un gran silencio lo invadía todo; y yo, con curiosidad infantil, me preguntaba, sobre la copa del árbol, mirando las techumbres de la villa: -�Cuándo querrá Dios que pase algo en este pueblo?

     Todo varía, todo cansa; y siempre que requerido por el suceso diario, que nunca falta, salgo a la calle, -mal humorado a veces, enfermo otras, invadido hoy por la tristeza de un infortunio,- preguntome al pisar el asfalto del boulevard: -�Cuándo querrá Dios que no pase nada en este pueblo?

***

     La extraordinaria calma del asesino de la muchacha alegre de la gare Saint-Lazare, nos tiene encantados.

     �Aquella tranquilidad para dar un pase a la portera, después de dar en la habitación de la muchacha un metisaca tan brillante!... �Aquel salir pausado por el patio sin hacer caso de los vecinos!...

     Sería una lástima -decía anoche una cocotte respetable- que prendieran y guillotinaran a un joven así, tan elegante y pálido... Y si lo pillan, y hacen, la barbaridad de matarlo, encargaré un sombrero adornado con plumas del bigote del pobre joven, y unos guantes de su cutis...

     Decididamente es una gran persona. En estas postrimerías del siglo, no hay como ser canalla en alguna de sus muchas manifestaciones. [287]

     El público pide sangre y exterminio. Desea, en el circo taurino, que el toro mate al torero y que el leopardo devore al domador de las fieras que se exhiben en el anfiteatro. Resulta tan hermoso el poder decir luego �yo lo vi!...

     No lo olvido, aunque han pasado ya muchos años. Un hombre, armado con un hacha, penetró en el escenario del circo de Rivas. El portero trató de impedirle la entrada y fue muerto de un hachazo. �Venid a mí, gritaba el hombre del hacha, yo soy el vengador de la sociedad y os partiré la cabeza.� Aquel energúmeno estaba loco... No hacía falta decirlo, porque sólo un loco de remate, puede sentar plaza de vengador de esta sociedad...

     Un piquete de la policía lo mató en nombre del orden.

     Este incidente arremolinó frente al teatro a todo el Madrid elegante... y momentos después se precipitó en sus localidades un público de mujeres distinguidas y de caballeros atildados.

     En el suelo había dos cadáveres; una charca de sangre, aún caliente, a la entrada del teatro; y miembros ensangrentados aparecían aquí y allá sobre la tierra húmeda... Entretanto, el público aplaudía la marcha húngara de Towalskv. Estaba emocionado y contento. Le divertía que un hombre loco hubiera matado a un hombre cuerdo, y le divertía más que muchos hombres cuerdos hubieran matado a un hombre loco.

     Pues bien; oyendo los elogios que se dedican �al elegante joven� que degolló a la alegre muchacha, [288] no puedo menos de exclamar con envidia: �Quién fuera él!... Porque si no es usted asesino, tendrá por fuerza que ser asesinado; -�y debe de ser tan interesante, además, eso de dar un tajo a una señora!

     Siento mucho el no tener vocación a la carrera, porque es la que alcanza todas las simpatías del romanticismo moderno. Desearla, por lo menos, poder transformarme modestamente en serpiente... Sarah Bernhardt se desmayó en Nueva York al saber que se habían muerto tres víboras de su colección, y cuando volvió en sí gozaba con acariciar la piel de aquellas Bonafouxes, como las llamaría El Globo...

***

     Me fastidia que el Sr. Carnot haya suspendido su proyectado viaje a Bretaña, para hacer el cual habíanle preparado el célebre wagón-salón de Napoleón III, inmenso y suntuoso carruaje guarnecido de cobre dorado y con forros de terciopelo verde. Yo lamento la demora, a el aplazamiento, porque soy de los invitados, entre los corresponsales extranjeros a acompañar a Su Majestad, digo, al señor presidente, en su viaje a tierra de bretones, y ya estaba yo entusiasmado con la idea de ir, a lo Napoleón, en un coche así, de terciopelo y oro, para lo cual pensaba estrenar una pava o sombrero de Panamá (sin cheque) que me regaló un señor de Puerto-Rico.

     Porque el caso es distraerse, y aquí no pasa nada como no sea la noticia de que Baïhaut se trata a [289] cuerpo de rey y que en el registro de la cárcel está calificado de �buen sujeto�, o, como si dijéramos, todo un caballero. Yo estoy avergonzado de que no me dieran un cheque y resuelto a robarme el primer istmo que se me presente; todo para vivir bien y ser persona decente.

     Con el criterio de las calificaciones en el registro de la cárcel, no extrañaría que hicieran caballero de la legión de honor al señor marido cuya joven y monísima esposa se fugó con un monsieur Tender y doce mil francos además. Después de haber gastado el dinero del marido, y de haber cumplido con su esposa los deberes de la luna de miel, el Sr. Tender, procediendo como un caballero, restituyó la bonita muchacha al domicilio conyugal.

     Ignoro si el esposo le diría: -Merci, monsieur.

***

     El conflicto con Siam me tiene sumamente preocupado. Si la cuestión no fuera con Francia, me inspirarían lástima los siameses. Porque son chiquirritines, amarillentos, de un mirar contra el gobierno. No creen en un Dios; pero creen en un elefante. Comen arroz con palito, beben té, fuman mucho y se pasean tranquilamente, frente al palacio real, en una gran plaza que se parece, a la Puerta del Sol. �Excelentes sujetos!

     Es claro que pagan caros los vidrios rotos; pero �qué se le va a hacer? �Si no comieran tanto arroz [290] con palito!... �Si no pasearan tanto por la Puerta del Sol de su tierra!...

     Es la eterna historia de la lucha entre los fuertes y los débiles. Francia es humanitaria, tanto como la que más de las naciones, o, según lord Dufferin, mucho más que todas; pero Francia no puede sustraerse a las tendencias de la especie humana, que vive en guerra perpetua. Son graciosísimos los pensadores que se quejan de que Darwin hiciera descender al hombre del mono. �Si son los monos quienes debieron demandar de injuria y calumnia a Darwin! Porque los monos, como los más de los animales, no se atacan los unos a los otros.

     Además: Francia tiene, según advierten estos periódicos, una misión civilizadora en Siam. �Voilá! No es posible contrarrestar la vocación de civilizar. Por civilizar hemos llevado a los annamitas el tablado de la guillotina cuyo tajo funcionó ya sobre el cuello de un indígena asesino. Lo mejor del caso, es que se dice aquí, con la mayor seriedad, que aquellos bárbaros están �encantados� con la herramienta. �Que rapidez y qué limpieza en la ejecución! �Y qué asombro el de los salvajes! Les parece mentira que no sean ellos los autores de un aparato así. Lo contemplan cariñosamente, y dicen con tristeza no exenta de envidia: -�Cosas de París!... Son el demonio esos extranjeros...

     El reo estuvo muy bien; tanto, que echó un discurso: �He matado, luego merezco que me maten. Me entrego a la justicia de los hombres...� Y salió tranquilamente con dirección al tablado. Diríase que [291] sus ojos -advierte un periódico- buscaban con fruición el mortal cuchillo.

     La cosa no era para menos; y yo creo que los bárbaros concluirán por echar instancias pidiendo por Dios que les lleven guillotinas y que los maten enseguida.

     No le da tan fuerte al judío Wolf Buschoff, que ha querido sustraerse a la acción de la policía después de degollar �en honor de Dios�, un niñito de cinco años que vivía en Cléves (provincia rhinana). Es cómodo el hacer méritos para con la Providencia, dando tajos en un cuello ajeno.

     El mundo al revés. Los annamitas ejercen de europeos guillotinando en las plazas públicas, y los europeos ejercen de annamitas inmolando criaturas en honor de Dios. -�Bien reiría Voltaire si resucitara!

***

     Si España es el país de las anomalías, París es la capital. Las más vulgares preocupaciones, aun en materia religiosa, tienen aquí un arraigo muy grande. Martes y treces son días y fechas nefastos. Derramar un salero, es un horror; equivocar las prendas al vestirse, es seguro indicio de una desgracia espantosa. Algunos vecinos de la place Vendome no salen de sus casas sin hablar un rato con la estatua de Napoleón I. He visto a uno de ellos echándole un discurso con el sombrero en la mano [292] derecha, cuyo brazo se alargaba y recogía como el de un diestro cuando brinda el toro.

     -�Qué hace este señor? -pregunté a un guardia.

     -Saluda. Es un aficionado a las glorias de Francia.

     A otro caballero le sorprendí hablando con el frontispicio de la iglesia de la Magdalena...

     -�Estará malo, verdad?

     -No, señor. Es una persona muy razonable, que pertenece a la secta de los fieles que no salen de casa sin echar un párrafo con la primera iglesia que encuentran.

     Estupendo. Aquí donde se enseñó el ateísmo por principios, se enseña actualmente la superstición como en las márgenes del Orinoco. Los literatos, con ser quien son, no están exentos de la epidemia. A Lemaitre, según cuenta la crónica, no le sale la crítica si no se estira los bigotes. La preocupación de Bornier es más terrible; Bornier no puede escribir si no se pasa por la cabeza una rasqueta. Goncourt abre tamaña boca y mueve las mandíbulas, cuando escribe, como si estuviera tragando. Zola grita lo que da a luz y el suplicio de Datidet es horrible; tiene que �sonreírse maliciosamente mientras trabaja�, aunque esté escribiendo una tontería.

     Se asegura que un sabio alemán ha descubierto que las heridas que recibe un hombre al salir del baño son menos graves que las mismas heridas recibidas por él sin haberse bañado. No crea el lector que esta afirmación es un anuncio de los baños del [293] Niágara: es sencillamente una preocupación más... para los franceses. Hace falta -advierte un periódico- que las tropas se bañen antes de empezar las batallas.

     Por mí, que se ahoguen, pero me parece ridículo que un general diga al adversario: -No podemos empezar todavía, compadre, porque mis soldados están en el baño. Y que Mr. Fédée hubiera contestado al anarquista �que le puso el puño sobre la nariz�: -Déjelo usted para luego; perdone usted..., no me he hecho aún la toilette.

     (Es seguro que el pueblo del Dos de Mayo recabó la independencia sin remojarla en el Manzanares, porque

                               �de los cuarenta para arriba
no te mojes la barriga�).

     �Qué decir, en fin, de los periódicos que auguran al emperador alemán grandes desastres, porque encalló al ser botado al agua el nuevo buque Hohenzollern!...

     Leyendo tales necedades puede uno hacerse la ilusión de que está en la India bajo la divinidad de Budha.

***

     Y nada más de París, porque el cólera me tiene sin cuidado después de decirme el Sr. Monod que no hay tal cólera aunque se muere la gente.

     Salí de la entrevista tan complacido como [294] consolado. Pero de noche, dormido profundamente, tuve una pesadilla odiosa. Soñé que soplaba sobre París un airazo seco, viento del desierto, que empujaba enormes nubes de polvo, las que se deshacían sobre la ciudad en caprichosa lluvia de insectos microscópicos, cuáles amarillos, cuáles verdes, todos contrahechos en forma de ancla. La plaga se extendía poco a poco, ganaba mi barrio, mi calle, la escalera de mi casa, la puerta de mi cuarto... Quise gritar, y no pude. Uno de aquellos insectos se me había atravesada en la garganta. Quise cobrar ánimos, me acerqué a un barrilito de ron, que gasto para beber por casa, y allí, como saliendo de la boca, estaba un microbio, seco, petrificado, a la manera del odio en el corazón del rencoroso, mirándome de hito en hito, y moviendo su colilla de color de cuero con forma de ancla...

     �Ah! Olvidaba un acontecimiento importante. En la calle Montmartre descubrí a un Sr. Bonafoux.

     Me enteré por la portera y mi alegría subió de punto. Era una adquisición, un sastre. �Dios me depara este pariente! pensaba yo al subirla escalera. Pero mi decepción fue grande. El Sr. Bonafoux, de la rue Montmartre, me participó que no había tal parentesco; que no tenía noticia de mi familia, ni de mí tampoco. Era otro Bonafoux.

     -Pero, en fin, si usted quisiera hacerme una levita a plazos, hasta que pase �la crisis que estamos atravesando...�

     No hubo caso. Aquel francés no puede ser pariente mío. Tiene el corazón de roca. [295]

***

     De Madrid me escriben que el cadete Rodríguez será indultado, pero... �a su tiempo�. Ya dice el gobierno, por medio de La Correspondencia, que no se puede pretender que se declaren ineficaces las sentencias de los tribunales más altos. �Más altos�, tribunales más altos, �qué tontería! Los tribunales más altos pueden equivocarse, y se equivocan frecuentemente, porque se componen de hombres con todas las miserias, defectos e ignorancias propias de la humana especie. �Infalibilidad? la del Papa, para quien la crea. Aquí, es decir, en el cementerio del Padre Lachaise, está Lesourque, en severo mausoleo, con un letrero que, dice -�Víctima del más grande de los errores humanos.� Sus señas personales coincidían con las del asesino del mayoral de una diligencia, en Lyón, y un tribunal alto, muy alto, condenó a muerte al buen Lesourque, �y Lesourque fue guillotinado delante del verdadero asesino!... �Qué lucha ésta más horrible contra la tradición, contra la frase hecha, contra lo vulgar y rutinario! �La inmensa mayoría de los hombres -ha dicho Larra- parecen cortados por un mismo patrón, ordinario a la rústica.� -Declarar infalible a un señor que tal vez esté chocheando, o con disentería crónica, o molesto porque la criada no le dijo que sí... �Ah! Dios eterno �qué peste humana!

***

     Como novedad ha habido en Madrid un chubasco fuerte, con acompañamiento de media docena de truenitos, de los que llaman allí tempestad o ciclón... �cosa de risa!

     Sin embargo se sacó el Cristo.

     Es bestial en el siglo de Franklin la siguiente noticia de La Correspondencia:

     �En muchas casas se encendieron velas para conjurar los efectos de la tempestad.�

     Eso... �en Madrid!

     Estamos, pues, como en Guayama cuando yo, de niño, me ponía una falda de seda de mamá, para que no me partiera un rayo.

     Y está Madrid lo mismo que el año 1631. Entonces, y en la plaza mayor, hubo un incendio terrible; y en vez de sacar agua para apagarlo, los madrileños sacaron... los Santos sacramentos de las parroquias de Santa Cruz, San Miguel y San Ginés, y una porción de vírgenes, como la de los Remedios y la de la Novena, y se decía misa en los balcones, donde colocaron ad hoc los altares necesarios, y el fuego duró tres días y seguiría aún si hubiera habido entonces más casas que quemar.

     Otra novedad celeste es que en Madrid se vive pensando en la salud de León XIII, que ya no tiene facha de persona. Es una arista, un suspiro, una sombra intangible. Todavía come: sopas, legumbres y pescado. Tiene mucho miedo a las corrientes de aire, y cuando sale de una habitación a otra le llevan enfundado, en una [297] especie de calcetín de lana, dentro de una silla de manos herméticamente cerrada. El hombre, a pesar de ser Papa, y de tener de asistente al Espíritu Santo, se cuida, sí, señor, se cuida.

     En fin, que por España no pasan siglos ni revoluciones. Seguimos comiendo garbanzos, durmiendo, en cuevas que se llaman silos y se inundan todos los años para que perezcan unos centenares de brutos; encendemos velas para evitar los rayos y contribuimos al dinero de San Pedro, no se nos muera �el pobre! [299]



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La tierra gallega

     La primera estación de Galicia, saliendo de Madrid camino de la Coruña, lleva el nombre del pueblecito que se llama Quereño. Un gallegote, rojizo y espaldado, la vocea con acento cariñoso: -�Quereño!... �Quereño!... No parece sino que quiere advertirte, lector, que ya te están queriendo los de allí; que te querrán muchísimo en aquella tierra amorosa, bajo aquel cielo tristón: que te llevarás la gran vida arrullado por el mimoso dejo de las reales hembras gallegas...

     �Quereño!... �Quereño!... A partir de aquel pueblecito vas penetrando sin darte cuenta en el reinado del follaje. Como tibia oleada de primaveral verdura, el follaje se extiende mansamente por toda la tierra gallega, invade cariñoso el llano, escala intrépido la cumbre, baja lánguido y voluptuoso en forma de guirnalda que oculta las rinconadas del camino y adorna las riberas del arroyo, y aún le queda tela para vestir de gala el rústico muro de montaraz caserío... [300]

     Nada turba la perspectiva de aquella soledad como no sea la inesperada aparición de tal cual aldea, que hay que mirar con lentes, porque temerosa de las irrupciones de la civilización fue a esconderse en el fondo del valle, y vive allí tan tranquila e inexpugnable, entre muralla de flores, bayonetas de árboles y fosos del río. Nada altera la uniformidad de aquel color verde que viste a los campos, como no sea la roja falda de alguna campesina que mira con asombrados ojos, por entre las horquillas de un palo, la marcha rápida del tren. Todo allí es soñador, hermoso, joven. Juventud en la aldea, juventud en la villa, juventud arriba y abajo...

     �Quién fuera poeta para cantar la juventud de la naturaleza en el recóndito y umbroso hondo del valle gallego!

     Pensaba yo si obraría con prudencia empuñando la zampoña y el tamboril o si, más acorde con mi cáscara amarga, bajaría con una címbara a los campos, cuando pasó un túnel el tren, y vi salir de entre las sombras del túnel una hilera de luces, que flotaban, al parecer, sobre un inmenso charco de agua.

     Le conocí en el olor: saludé con cariño a mi viejo amigo, el mar, y di respetuosamente las buenas noches a la Coruña. Eran las once en punto.

***

     Galicia es lo mejor de España, o yo estoy atrozmente engallegado. [301]

     Para buena parte de las gentes madrileñas, todo gallego tiene por fuerza que ser aguador; toda gallega tiene sin remedio que ser Maritornes de seno monumental y caderas aplastadas en forma de batea, como si hubiesen sufrido una despampanadura. Allí -dicen las tales gentes- no se habla, sino se ladra un dialecto que echa pa atrás al más resignado oyente; y son las criaturas roñosas de cuerpo y roñosas de espíritu, a tal punto, que huyen del agua como gatos escaldados, y se matan por un ochavo padres e hijos. �Un embuste, una calumnia indigna!

     Yo no atestigo con muertos. Ahí está, que no me dejará mentir, el ilustrado director del Diario de Avisos, de la Coruña. Ahí está también Emilio Bobadilla. Ante aquel bazar de mujeres -que las hay para todos los gustos, desde la moza garrida envuelta en ropaje carnal, fuerte y triunfante, hasta la mujer delicada, esbelta, soñadora, con pies de criolla y manos de rusa,- halagado por el trato de los gallegos, trato sencillo sin ser sandio, franco sin ser grosero, culto sin ser cortesano, solía decirme queriendo hiperbolizar el autor de Los Reflejos: -�Esto es Cuba, compadre!

     Con Fray Candil hacía yo excursiones a Pasaje. Iba cada cual en su correspondiente burro (dicho sea sin ofender), que trotaba desaforadamente por la pintoresca carretera. En Pasaje nos aguardaban Luis y Enrique Carnicero, tan conocidos de los periodistas madrileños. Son dos buenos amigos dignos de estudio. Aquél, sintiendo la nostalgia del terruño, [302] tuvo la buena idea de sofocar sus aspiraciones científicas para enterrarse vivo en una aldea, Monelos, de la cual es médico; Enrique tomó también el buen acuerdo de dejar el birrete y la toga por unos bancos de ostras en Pasaje. Viven felices. Enterados del movimiento científico y literario de España, habiendo leído el último libro y el último artículo que hiciera ruido en la corte, Luis y Enrique Carnicero se desviven por cambiar impresiones con los periodistas madrileños. Allí, a orillas de la bahía, bajo primorosa techumbre de hojas de parra, viendo la entrada y salida de los barcos, y el aparecer y desaparecer de los trenes, los buenos hermanos Luis y Enrique Carnicero discurren con sus amigos alrededor de rústica meseta, en la cual ha comido mariscos, como si tal cosa, D. Emilio Castelar, y los comieron también, entre otros periodistas, el director de Las Dominicales y el eminente lobo de la prensa caribe, Escobar Laredo.

     Apuradas algunas botellas de vinillo especial para ostras, se entabla amistosamente la conversación. Alguna vez se le va el santo al cielo al médico, que antaño galleó mucho y hogaño no olvida del todo sus pugilatos de ateneísta; mas vuelve en sí muy luego, y, despidiéndose cariñosamente, emprende la vuelta a Monelos apoyado en su grueso bastón de aldeano. Todavía se le alcanza a ver allá sobre la verdosa loma, mientras Enrique, quitándose el traje de calle para vestirse la blusa y calzarse los zuecos, sale a visitar en el banco a sus queridas ostras bajo los iris de tornasoladas aguas que se enturbian de raro en [303] raro cuando las separara al pasar el escarabideas y negruzcas patas de algún cangrejo.

     Entonces, en punto de las siete de la tarde, el escritor cubano y yo nos alejábamos de aquel regocijado sitio que viene a ser lo que La Chorrera en la Habana y Las Ventas en Madrid, y nos restituíamos al hotel Iberia.

     El sol se había marchado ya con viento fresco. Una niebla transparente, a manera de finísimo encaje, envolvía poco a poco a la ciudad y le daba apariencias de hermosa gallega ataviada con mantilla blanca. El azul del mar convidaba a escudriñar la lejanía... -�Sí, allá, muy lejos, en otro mundo, entre espirales de rabiosa espuma, y dormida a la sombra de los palmares por el suave aleteo de las gaviotas y el quejumbroso canto de los guajiros; allá, muy lejos, perdida acaso para siempre entre las brumas de la naturaleza y las brumas de la ausencia, está la patria pequeña, la patria querida, tanto más querida cuanto más injusta!... Pero la niebla, como avalancha de celajes, va ocultando también el horizonte. La Coruña, la hermosa gallega, se ha transformado en mora tapándose la cara. Todavía se le ve uno de los ojos, brillante e intenso, que es la farola. Los botes de la bahía, semejantes a carapachos de tortugas, se hunden apresuradamente en la sombra, que avanza siempre... A ratos aparecen aún, como clavados en el cielo, los palos de un buque y ennegrece la niebla con un chorro de humo una bocanada de vapor. La humedad cala los huesos, y de esa y de otras humedades gallegas brota �ay!, el [304] bacillus de la tuberculosis. Apretamos el paso de nuestras cabalgaduras, reventándolas a palo limpio, y llegamos a la Coruña vitoreados por el rebuzno de un asno, el silbido de una locomotora y el adormecedor murmullo de una gaita: �Toda una marcha de Wagner! [305]



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Doctoras y políticas

     Las faldas están sobre el tapete... Ningún varón ilustre como Castelar, o sencillamente varón como Cañete, puede ser espectador dormido del tumulto mujeriego. La mujer ha sido declarada soberana en Finlandia. Se dan ya doctoras... La Tribuna aplaude el doctorado de las enaguas y dice además que la mujer ha de dedicarse al sentimiento y a la delicadeza... Será todo lo sentimental y delicado que quiera Labra el amputar una pierna o el pedir la muerte en garrote vil, pero no veo yo ese sentimiento ni esa delicadeza. Obra delicada y sentimental es asistir a los enfermos; pero no hacen falta doctoras donde sobran hermanas de la Caridad. Y para velar por la infancia en el Hospital de Niños está el director, que cuida de los pequeñuelos tan bien como las madres.

     Opongámonos a la irrupción femenina, y meditemos tranquilamente.

     Adoro en la andaluza que ama al hombre sobre todas las ciencias y se ocupa sólo en mirar por la [306] reja del balcón, sin saber que puede dedicarse al estudio de la noción filosófica del delito.

     Adoro en la valenciana que tiñe con sus labios y perfuma con su aliento las flores del jardín, sin recordar que puede ascender en globo como su compatriota el distinguido escritor y eminente aeronauta D. Rafael Comenge.

     Adoro en la madrileña que durante la misa piensa en Dios y mucho más en un modesto empleado en la administración de Correos, y sin pensar en Trousseau, sale gozosa del templo por que la Virgen le dijo que se casará pronto y no sospecha la rebaja del novio.

     Adoro, en fin (basta ya de adoraciones), en mi rubia, que no sabe de los autonomistas ni me pregunta por El Español.

     Me enamora la Perfecta Casada... No le compraría dulces a ninguna doctora, a no ser monina, que si lo fuere, sí se los compraría.

     Pero meditemos seriamente. Proudhón afirmaba, después de hacer la autopsia a madame Stael, Rolland, Sand, Gautier, Coignet, y demás madamas, la inferioridad moral e intelectual de la mujer.

     Daniel Stern (otra madama) dijo en sus Bosquejos morales que el genio femenino, aun en sus más brillantes manifestaciones, no alcanzó las cimas del pensamiento. Madame Necker de Saussure anatematizó a su sexo.

     Jorge Sand escribió: �La mujer es imbécil por naturaleza�. Hegel y Goethe incluyeron la inteligencia de la mujer en el número de las vegetativas. [307]

     Estos juicios son, exagerados; sobre todo el de Jorge Sand, el cual, o la cual, hacía pinitos de hombre, a despecho de Musset, rebajando a sus correligionarias para probar que no hay peor cuña que la de la misma mujer.

     Sé de muchas mujeres que, sin saber de las peritonitis, son prodigios de talento e instrucción. -Al gorila no se le ha ocurrido nunca proclamarse superior a su esposa.- Una mujer puede tener tanto talento como el más talentoso de los hombres. Pero una cosa es tenerlo, y otra emplearlo en doctorarse.

     No es culpa de las mujeres el desenfreno doctoral; es culpa de los filósofos. Dumas, por ejemplo, quiere que las señoras tiren vitriolo a la cara de sus amantes y que sean electores. Dumas quiere hacer de la humanidad un almacén de Schropp y un gallinero al aire libre. El ideal de la mujer cristiana no es ciertamente el del autor de Las mujeres que matan y las mujeres que votan.

     El Jurado francés que absolvió a todas las vitrioleras, cuando sólo madame Tilly podía alegar circunstancias atenuantes, nada más que atenuantes, resucitó la época del Terror, dando, además, grande impulso a la revolución faldera. Los franceses salían a la calle con careta o bozal y, aun así y todo, eran vitriolados. La parisiense inocente y cándida se presentaba ante el tribunal con el chiquitín al hombro, y decía: �No lo volveré a hacer más!

     Los espectadores acariciaban al bebé; el Jurado, llorando de ternura, absolvía a la joven seducida, y [308] al padre de la criatura se le quedaba la cara como un torrezno.

     La mujer política es un monstruo. Luisa Michel, pidiendo la cabeza del tirano (léase Gambetta), me parece una gallina preparándose a fusilar a un elefante.

     La hermosa joven húngara que en las elecciones para diputados a Cortes corrompió (así decía el periódico) a un elector, dándole un beso a cambio de un voto por el novelista Yokai, es una vendedora de La Correspondencia sin Correspondencia.

     Proudhón admira a María Antonieta muriendo con dignidad de buena esposa y buena madre, y trina contra madame Roland porque en el patíbulo invocó a la libertad, y no a Roland, el cual se disponía a morir heroicamente como un Catón, de un mete y saca.

     No es que yo crea que todas las mujeres tienen el deber de dedicarse a hacer chocolate, como D.� Mariquita. Fuera pecado de herejía exigirle esa industria a Emilia Pardo Bazán. Quien nace para hacer chocolate, quien para tomarlo.

     Pero tengo por artículo de fe que con la revolución femenina que se desarrolla en nuestros días, peligran las más altas instituciones.

     La institución de la familia está amenazada de muerte. Es un hecho que el estudio aniquila física, moral e intelectualmente. Si los hombres se aniquilan, y las mujeres se aniquilan, y todos nos aniquilamos, está perdida la sociedad, o por lo menos, la cría. (Llamo la atención del Sr. Ministro de Fomento, y continúo meditando seriamente.) [309]

     El birrete y la toga en el sexo débil son prendas procedentes de empeño. Me gusta más una mujer de muchas campanillas que una mujer de muchas borlas. Y una española transformada en Camacho me parecería una calamidad para el país.

     Prefiero la mujer casera a la mujer pública... Entiendo que las mujeres deben estarse en casa, no precisamente zurciendo descosidos, pero sí adorando a Dios, a sus maridos respectivos, y cuidando de los chiquitines, si tienen chiquitines, o disponiéndose a tenerlos.

     Creo que por muchas glorias que tenga una mujer, ninguna gloria tan buena como la de hacer una criatura o media docena de criaturas.

     Una mujer sabia de veras es menos casadera que una poetisa. No comprendo al marido cunando al niño mientras su esposa echa... consonantes o se marcha a Filipinas con el propósito de observar el tifón. La ciencia pide eunucos y vírgenes... Es el seguro de incendios de la castidad... El arte, lo que se llama arte, pide idealidades, nubes, rocíos, percalinas... cosas que no están al alcance de todas las fortuitas. Las sabias y poetisas tienen derecho a dar partos científicos y literarios. Pueden parir problemas de geometría y pequeños poemas. Pero nada más. Ya sé yo que pasan de ahí. Ellas no se lo pierden; pero sí sus maridos, la vecindad y el orden público.

     Síntesis científica y filosófica: En esta cuestión de faldas, lo repito, estoy por las de mi rubia. [311]



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La guillotina

     �Cuántas veces, invadido por la nostalgia de la playa, he salido de Madrid en persecución del mar que me hacía dar tumbos, cuando no me pegaba a la arena, en los regocijados días de la infancia!

     Yo también fui poeta cuando cogía cangrejos de mar, allá en mi playa; y aun hoy mismo, de regreso del país de las mentiras, suelo echar una poesía al aire -poesía que no publico, para que no digan;- amasada con rocío del campo y lágrimas de mujer.

     La poesía que no me entra por el corazón no me resulta poesía, aunque esté rimada a maravilla y exornada con vistosa hojarasca de galas retóricas. El Idilio de Núñez de Arce me sabe mejor que todas las demás producciones del egregio valisoletano; y Bécquer, el infortunado enfermo del corazón, me parece, con su desmadejado aspecto de trovador antiguo y sus insolubles tristezas ante el paisaje de la vida, prosaica e ingrata, el más hermoso de los poetas españoles del siglo XIX, aunque Núñez de Arce, desde el Himalaya de su musa triunfal, haya dicho del pobre poeta que sus versos son suspirillos germánicos y vuelos de gallina. Me explico y siento perfectamente que Zola -ese gran corazón destrozado por la prosa humana- prefiera los versos de Alfred de Musset a los versos de Victor Hugo, por que el poeta de la Confesión de un hijo del Siglo hace el milagro, según dice él, de despertar la juventud del ilustre expatriado de la vida, y la juventud le habla desde la tumba llamándole cariñosamente...

     Sugiéreme esta reminiscencia la lectura de una súplica melancólica y sincera que baja desde los hielos de Rusia, con arpegios de musa castellana, pidiendo la vida de Gabriela Bompard. Es un canto deleitoso y férvido a la par, entonado por una poetisa española que recuerda con envidia la bohardilla madrileña en que vivió, cuando ve, desde su casa de Moscow, el eterno encaje de la nieve bordando la ropa del árbol y obstruyendo el rumoroso curso del arroyo...

     Y la gran embustera, como llamaría Charcot a Gabriela, ha logrado escapar con vida; pero no en alas de la musa castellana, ni tampoco a caballo en la escuela de Nancy, aunque sus manifestaciones basten a determinar lo que se llama el proteo morboso.

     La Bompard -dice Salillas en El Liberal- �tiene la preocupación de su personalidad que la mueve a apetecer el escándalo. Le basta un indicio para formar una historia; no la detiene ni la contradicción, ni la inverosimilitud; miente con osadía, [313] con ánimo; no admite controversia, ni censura; lo que le importa es que la mentira circule, tome cuerpo, perturbe, trastorne y haga daño. Él 'calumnia que algo queda', parece el pensamiento de un delincuente histérico. Son cosas averiguadas que hay naturalezas que producen crímenes y que no se puede pedir peras al olmo.�

     Lo que no hubieran alcanzado todas las poesías acumuladas en el Parnaso, ni toda la ciencia encerrada en el cerebro de la escuela de Nancy, lo ha conseguido fácilmente la proverbial cortesía de los franceses.

     La civilización no había salido aún a la plaza pública y se asesinaba en nombre de la libertad. La Convención francesa, manchada de odios, se entretenía en montar la guillotina en el fondo de un subterráneo, y mientras Luis XVI merendaba melocotones en la Asamblea, Marat afilaba el tajo. Aquel tajo inconsciente no respetó la debilidad de María Antonieta ni la hermosura de madame Dubarry. Pero en París -dígase lo que se quiera- se impone la cortesía; y la guillotina, con ser quien es, se ha dulcificado moral y materialmente. Ya no es un instrumento tosco y brutal en manos de hombres soeces y sanguinarios. Es un atributo de la ley, en poder de hombres cultos e inteligentes, pulimentado y embellecido en su forma, con un botón de rosa ocultando la media luna del tajo; -y el botón de rosa no ha querido abrirse para recibir la cabeza ensangrentada de una mujer.

     Ha salvado a la Bompard la cortesía de la [314] guillotina moderna: todo el París que descolgó de una bohardilla el cadáver de una infeliz mujer y lo acompañó triunfalmente el cementerio, porque era el de la viuda de Enrique Heine, del ruiseñor alemán que, según la frase de un escritor, hizo nido en la peluca de Voltaire. [315]



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Revista regia

     Su majestad la Reina salió de su cuidado. Ahora empieza el cuidado para la nación, que tendrá que pagar cinco mil y tanto duros diarios. Ya tiene el niño para ama.

     Once días de vida tiene S. M. el Rey Alfonso, León, Fernando María, Santiago, Isidro, Pascual, etcétera, y ya le debe el país medio millón. �Angelito! Acaba de entrar en pañales, y tiene lo que no pudieron recabar muchos abuelos trabajando toda su vida.

     Fijándose en el entusiasmo con motivo del bautizo del nene, no puede negarse que Madrid es muy monárquico.

     La razón es muy sencilla: Madrid se divierte. El espectáculo de la República hace poca gracia; maldito el chiste que tiene Salmerón, paseando a pie por las calles y aforrado en un gabán de tricot parduzco.

     En cambio, la Monarquía da risa y ocasión a que se esparzan los buenos vecinos de la villa y corte.

     �Que va el Rey a la salve? Escolta de caballeros [316] con guantes amarillos, y, de señoras que enseñan los bajos...

     �Que vuelve el Rey de la salve? Otra escolta de vecinos en actitud de pasear.

     �Que le han disparado un tiro al Rey? Estupefacción y carreras hacia Palacio.

     �Que le van a quitar la vida a Otero? Emoción y carreras al Campo de Guardias.

     �Que parió la Reina? Perspectivas de fiestas, achuchones por ver al recién nacido, y comentarios sobre si La Correspondencia dijo que el regio vástago venía de cabeza o salía de pie, -�y no se meta usted, señora, en honduras tan peliagudas!

     Movimiento popular, carreritas... �Qué pasa? La carroza real camino de la casa de un Grande, el de Híjar, para llevarle el traje y las ropas interiores que usó S. M. el día de Reyes.

     -Pero usted que tanto critica -me decía una señora,- �asiste a las ceremonias regias!

     -Señora -le contesté- yo no voy a ver al Rey.

     -Entonces, �a qué?

     -Señora, yo voy a que el Rey me vea a mí.

     Madrid se divierte con la Monarquía. Lo que dicen las chicas: �a qué está una?

     Entre tanto continúan escribiendo los republicanos �Viva la República! en letras gordas, con lo cual se figuran los tontos que están al cabo de la calle.

     Los carlistas, más prácticos, tratan de irse al monte. Esos no se andan por las ramas.

     El bautizo sacó a la calle una porción de toilettes mujeriegas. Señoras vestidas de negro con pechuga [317] blanca. Señoras vestidas de encaje negro por cuyos agujeros se ve una prenda de raso blanco que a primera vista parece enagua. Señoras vestidas de riguroso luto con la delantera del muslo en blanco. �Muy bien!

     En virtud de esos incentivos o aperitivos, no estaría mal que se modificara un poco el traje masculino: el pantalón, por lo menos, debe llevarse a lo zuavo.

     Fue notable también la toilette de la nodriza.

     La chaqueta era de terciopelo negro con galones y botonadura de oro.

     Chambra de batista primorosamente bordada y encajada; quiero decir, con riquísimos encajes.

     Luciendo de gemelos, en el cuello y en las mangas, monedas de a cinco duros.

     El delantal de faya negra bordada de oro.

     Zapatos de charol, medias de charol, digo, de seda; hebillas de oro fino y lazos de terciopelo grana.

     Pendientes de coral en las orejas, collar de perlas en el pescuezo, y en las trenzas mucho oro y mucha grana. �Quién tuviera trenzas, quién pudiera dar de chupar al Rey!

     Antes de trajearla así, por supuesto, le dieron un baño de lejía con tusa y jabón: quedó como nueva, y luego, con golpes de grana y oro, una princesa del monte.

     �El Rey -dice La Correspondencia, y esto es estupendo -rompió en llanto las dos veces que el cardenal Payá le aproximó la sal a los labios.�

     Ni más ni menos que un niño cualquiera �mire usted qué Dios! [318]

     La misma Correspondencia nos cuenta que �llamó la atención el magnífico collar, de tres vueltas, de perlas, del tamaño de Avellanas (con a mayúscula, �por qué, señora?) que lucía la infanta doña Isabel, así como su diadema y broches de perlas enormes y gruesos brillantes.�

     Una señora así, con esas Avellanas, tenía que hacer un rasgo, e hizo dos, si no miente La Correspondencia: desempeñó el mobiliario y las ropas de un cesante, y estiró la vida, durante algunos meses, a un pobre albañil que no tenía trabajo.

     �En esta clase de obras -dice La Correspondencia- es en las que emplea con frecuencia sus haberes la familia real de España.�

     Ya, ya; no se arruinará con esas dádivas, que parecen de familia de Puerto Rico.

***

     La Exposición de Horticultura fue brillante y perfumada, según he leído en los papeles.

     Yo no fui, ni falta. En cumplimiento de un penoso deber, iba camino del Buen Retiro con mi correspondiente billetito de invitación, que tiene forma de medalla perruna. Se le endosé a un compañero, al cual tuve la suerte de encontrar en el mismo camino, y me quedé a la entrada, confundido modestamente con la canalla, quiero decir, con la gente que no tenía dos pesetas para entrar. Naturalmente, presencié, el desfile. Primero salieron tres señoras que [319] parecían acabadas de salir de la fábrica de pastillas de chocolate de Matías López; en seguida, unos cuantos caballeros, al parecer: hubo una pausa en el desfile de figuras, y un guardia empezó a gritar:

     -�Abran paso!

     -�Que va a salir un ministro! -me dijo un caballero sin dos pesetas para entrar.

     -�Que viene un ministro!

     Pero no era ministro; era nada menos que la infanta con un ramo de flores, y seguida de su marido y de su cortejo de duquesas y marquesas. �Lo que me gusta a mí codearme con las duquesas! En cuanto se me antoja que una señora es duquesa, ya me tienen ustedes ideando el modo de tropezarme con ella. Me hago el que no ve tres sobre un borrico, tropiezo con cualquier animal o transeúnte, y �zas!, me doy, un testarazo con la duquesa. Suele levantarme y preguntarme el marido:

     -�Le ha hecho a usted daño?

     -No, señor -le respondo.- Y a su duquesa de usted, �se lo he hecho yo?

     A lo mejor resulta que no es duquesa, y hago una plancha soberana.

     Duquesas y marquesas legítimas eran las que seguían a la infanta. �Bonito espectáculo! Entre dos lilas de canalla o pueblo se destacaba gentil y perfumado, hasta cierto punto, el ramillete aristocrático. La Eulalia, que es una de nuestras primeras infantas, saludaba con mucho v'lan -una especie de chic, vamos,- y las duquesas y marquesas se inclinaban, quebrándose por la cintura, hasta [320] ponerse casi de rodillas. -�Abran paso! -gritaba el guardia.- Y allá, cerca del estribo del carruaje de la real casa, aparecía, sin sombrero, la blanquísima cabeza del ilustre poeta cortesano... Viole la infanta al subir al coche, y díjole con timbre de voz bonita y natural: �Adiós, Campoamor�. Fue el mejor saludo de la tarde. La aristocracia de la sangre y la aristocracia del talento se daban los buenos días cara a cara, y la cabecita rubia de la infanta, tan erguida y orgullosa cuando saludó a los grandes, se inclinó modestamente, como la flor al halago del jardinero, ante la canosa cabeza del poeta que ha cultivado el jardín de la musa regia. (No estoy muy a gusto con esa frase por lo fino, que acabo de hacer; pero tampoco lo estoy del desfile de la concurrencia.) No estaba la reina, y todo el mundo sabe que yo estoy enamorado de la reina. Las cosas que me pasan a mí no le pasan a nadie. �Mire usted que haberme enamorado de la reina! Pero eso no se puede remediar. �No, no has venido al mundo a nada bueno -me decía mi mamá una vez que me pilló desplumando vivo a un pollo,- porque si das guerra ahora, mucha más diste antes de nacer, que a poco me cuestas la vida. �Y tan desahogada como se quedaría la buena señora cuando me dio a luz. [321]



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El gran García

     No sé si Manuel García, o don Manuel (le daremos don por si acaso), es cuestión literaria o cuestión política. Lo que si sé es que la Habana tiene a Manuel García sentado en la boca del estómago.

     No puede ser de otra manera... Manuel García por aquí, Manuel García por allá, pregonada la cabeza (?) de Manuel García...; -�y toda una capital ilustrada y digna ocupándose y preocupándose con un García!...

     Yo no creí en la existencia de los Juanillones, Melgares y demás Bizcos. Yo no creo tampoco en la existencia de Manuel García. Había de secuestrarme, y secuestrado y todo, yo le diría: -Usted se engaña, caballero; usted no es Manuel García; tal vez sea usted una persona decente del pueblo.

     Pasa con este facineroso (dicho sea sin ofender) lo mismo que con Hipócrates. A una suma de ciencia se la llamó Hipócrates; a una suma de bandolerismo se le llama... García. De todos modos, parece mentira que don Manuel sea ese buen señor que he visto [322] retratado en varios periódicos. �Una persona tan simpática, tan decente, con ojos de indígena a medio degollar y con tipo de vecino documentado! La verdad, no me resulta. En materia de asesinos, más o menos legales, soy una autoridad: �he tenido tantos amigos!

     Se murmura con extrañeza que Manuel García gasta bandoleras. Pero si don Manuel robó antes caballos, según cuentan sus biógrafos, y secuestra ahora personas (que todo es robar); si es, en fin, bandolero de nacimiento y oficio, parece natural que gaste bandoleras.

     Sin embargo, no hay que fiarse mucho de las prendas de vestir de los hombres célebres. Recuerdo que cuando Maceo llegó a Madrid, los periódicos inventariaron así el equipaje del cabecilla:

     Un alfiler.

     Cuatro pares de zarcillos grandes.

     Dos ídem chicos.

     Dos ídem de doguillos.

     Dos guardapelos.

     Una pulsera.

     Cinco anillos.

     Se inventaba, pues, un equipo de cocotte fanée; se hacían travesuras de ingenio con los baúles de un hombre célebre.

     Manuel García es una escrófula. Cuando los organismos están anémicos (y necesitados de hierro) brotan espontáneamente esas manifestaciones... cutáneas, no una, muchas, en distintas partes y siempre anónimas. Manuel García es, por lo menos, un grano en la nariz... Y es también una preocupación. Si no hubiera Dios -decía Voltaire- convendría inventarlo. Hay que inventar asimismo algún bandido, más o menos García, para distraer el tedio de la existencia que discurre bajo una atmósfera asfixiante, entre la calma de mares dormilones y las dulzuras de la jalea de guayaba.

     La imaginación, que todo lo agiganta, ha hecho de Manuel García un Aquiles con los pies en la manigua y la cabeza en las nubes. Si usted, lector, le nombra y le censura en la Habana, observará bien presto que le dirige una mirada feroz el caballero que se sienta a la vera de usted; y usted, todo azorado, se preguntará, callando �Le tocará algo a Manuel García este señor que me mira tanto?...

     La popularidad de García es enorme, aplastante, tentadora... Un sabio como Linares, el naturalista santanderino, vive a solas en su gabinete de estudio, enamorado de los bichos, estudiando y enfrascando sin cesar. A este sabio, con un talentazo que no le coge en la cabeza, le conocerán mil personas y le reconocerán otra mil...; -y morirá de viejo sin conseguir la popularidad que alcanzaron a tan poca costa, machete en ristre, los Manueles Garcías!...

     Hay, en el fondo del bandolerismo, algo muy triste: el soldado. Recordad a Julio, el soldadito de Ploglof, con sus azules ojos que miraban al cielo blanquecino, buscando la patria perdida en el horizonte infinito y tropezando con una puñalada en mitad del cuello: �recordad al soldadito!...

     El que escapa con vida vuelve anémico, histérico, [324] herido por el clima, quebrantado por la manigua, atrofiado, tonto..., �loco! En Cádiz y Santander le aguardan los timadores para darle un paquete de velas a cambio del paquete de centenes que reunió, sabe Dios con cuántos sacrificios, pensando en la madre anciana y desvalida... -Es la recompensa que la patria da al soldado.

     Una noticia sonorosa recorrió hace meses, con estremecimientos de sorpresa, las columnas de la prensa habanera. �La esposa de Manuel García hallada y detenida! Y aquella prensa publicó interesantísimos relatos, en cuyo fondo latía el acendrado afecto de la prisionera por su esposo acosado y herido. Recuerdo que un dibujo la representaba con cara dura y afilada como una navaja de afeitar, y con un tabaco en la mano derecha. Me parecía mentira que tal retrato fuera la vera efigie de la señora. Tal vez, pensaba yo, sea un humorismo del Pons que la dibujó, o el mismo Manuel García dándonos una broma de carnaval. Decíase que Rosario -a quien trato con tanta franqueza porque así la trataba todo el mundo,- rivalizando a su modo con Mucio Scévola, se quemaría la mano derecha antes que revelar uno sólo de los secretos del titulado Rey de los Campos. Hubiera sido una chamusquina o determinación sensible, entre otras razones, porque la señora tendría que llevarse a la boca con la mano izquierda la breva que tenía en el dibujo. Por fortuna, no había ni podía haber caso. La señora de García era un botín apreciable; pero, como botín de señora, no quitaba ni ponía fuerza a los aprestos para dar acabamiento al [325] bandolerismo. Doña Rosario, prisionera, era una adquisición, pero nada más. Porque el capitán general de Cuba no podía hacer con la señora de García lo que haría éste con la esposa de un general...

     En la época del Terror Rojo, cuando Père Duchesne y Rougiff manchaban de virulenta baba las glorias de la Revolución, y los maratistas pedían, en el harapo sangriento que se tituló por ironía de lenguaje L'Ami du Peuple, que se reformara el país cortando ochenta mil cabezas, una mujer muy bella y discreta -si no miente un episodio narrado por Louis Blanc- trató, en el Pont Neuf, de recabar la vida de su padre, a cambio de inmolar su doncellez en las odiosas manos del Amigo del Pueblo. �Venid mañana� dijo Marat; y aquel insigne neurópata, que se había calado el gorro del patriota mereciendo llevar el capuchón del presidiario, entregó la orden de libertar al anciano y rechazó el rescate ofrecido por la doncella; -y, como si temiera arrepentirse de su buena obra, atravesó corriendo el puente, mientras el Sena, rojo de sangre, murmuraba a sus pies... [327]



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La llegada

     Si el notable periodista Escobar Laredo no me hubiera dicho en el Ateneo, días antes de salir yo de Madrid, �va usted, señor, a la capital del choteo�, me lo habría figurado con sólo oír que al señor obispo le tocaban un danzón, que es cuanto cabe tocarle a un príncipe de la Iglesia católica, apostólica y romana. Sin embargo, le tocaron también música de Niña Pancha y... sabe Dios lo que le habrían tocado si el señor Santander y Frutos, hablando como un libro, no hubiera impuesto silencio, y hurtado además el cuerpo a los entusiasmos de una apoteosis marítima y bailable.

     El capitán del vapor Alfonso XIII. estaba en sus glorias y gritaba sin cesar, con voz de lobo marino: ��Paso al señor obispo!�; y entretanto, unos señores monaguillos agitaban, a bordo de un remolcador, pañuelos y sotanas, y unos señores vecinos se cayeron del susto al agua.

     Yo supongo que el discreto prelado estará muy triste... [328]

     Porque aquello parecía, más y mejor que la entrada de un obispo en su diócesis, la entrada de Felipe Ducazcal en los bufos. Y, Dios me perdone; pero yo me siento también muy afligido.

     Disuelta la irrupción de las tres mil personas que nos dispensaron el disparatado honor de invadir el vapor Alfonso XIII, impidiéndonos el desembarque, sin fijarse en que lo que necesitábamos los viajeros no eran saludos precisamente, sino perder de vista al barco, entramos en la Habana a las ocho de la noche, entre estampidos de cañón, con los cuales supuse que se celebraba mi llegada...

     Poco después cesaron los estampidos, pero aun se percibía algo así como descargas de fusilería, y entonces sospeché que estaban fusilando en el Parque a los monaguillos del remolcador. Pero aquellos tiritos eran inofensivos, y entretenimiento de aficionados al tiro de pistola y carabina.

     Un extranjero me preguntó todo medroso: -�Hay guerra en la ciudad?

     Yo no sabía qué contestarle... cuando leí este suelto: �Entre nosotros son militares hasta las piedras y el temperamento belicoso forma parte de nuestra naturaleza.�

     -Caballero -dije al señor que me había interrogado,- ya lo oye usted: �somos muy belicosos!...

     �La Habana!... Me la figuraba de otro modo que es cuando por primera vez vine a ella. �La Habana!... Sí, la soñé vestida de blanco al igual de la ciudad andaluza cantada por Byron, esbelta y hermosa como Friné, vaporosa y soñolienta a semejanza de [329] población oriental; reclinada en hamaca �hecha con plumas de colibrí�, entre gasas y flores de azahar y perfumes de naranjos y limoneros... Por entonces -hace ya cinco años- tenía yo una miajita de fantasía, y viajaba, sin darme tregua ni reposo, en persecución de la ciudad de la esperanza... Luego me he convencido de que todo los pueblos se parecen, y de que lleva razón el poeta de las hipocondrías: -Un cielo gris, un horizonte eterno, y... �andar!... �andar!

     Entrar en la Habana es como entrar en Pamplona... La Habana es, pues, una plaza fuerte (hasta ciertos Dándalos y Duilios; quiero decir, hasta ciertos puntos), cuya perspectiva deja en el ánimo impresión muy penosa. Es, además, destartalada y fea; o dicho sea con más exactitud, afeada por carromatos y comercios. La bodega ha matado a la Habana. El trabajo es siempre honroso (salvo la opinión de un filósofo que decía: �que trabajen los bueyes!); pero hay que embellecer el comercio, que es la vida... No recordéis a París, ni a Viena, ni siquiera a Bruselas, porque sería cursi y pedantesco. Pero recordad a Madrid, a Barcelona, a Sevilla. Los comerciantes trabajan allí por ganar dinero, claro está, pero lo gastan también en presentar decorosamente sus mercancías. El comercio de la Habana es antiestético feo, desaliñado, polvoriento, intransitable para una dama parisiense.

     La Habana del porvenir, esto es, la Habana nueva, es relativamente bella y elegante. El confort habanero es superior al madrileño y al barcelonés. Se [330] come y se bebe y se arde en la Habana mucho mejor que en Madrid y Barcelona. Hay menos limpieza en plazas y calles; pero hay más baños y se rinde más culto a la hidroterapia.

     No hace muchos días que El Resumen se quejaba del abandono de Madrid. Pero lo que no dijo el señor médico, colaborador de El Resumen que sacó a la vergüenza pública las cascarrias de las Ventas, es que en algunos pueblos, los menos por fortuna, no hay lavabos, ni aljofainas, ni siquiera agua. Lo que tampoco dijo el señor médico es que los vecinos de esos pueblos salen de mañanita, acompañados de las respectivas vacas, a... abonar el campo, y que en aquellos retretes a la intemperie no brilla nunca la blancura de una hoja de papel.

     Priva en dichos pueblos la ruidosa costumbre de sonarse las narices con los dedos, y la más ruidosa aún de exhalar públicamente regüeidos y otras flatulencias de mayor sonoridad, y suele ser tan paradisiaca la cultura de los vecinos, que las mujeres se arremangan el pudor en la vía férrea, frente a frente de vagones atestados de viajeros.

     Recuerdo a este propósito, que D. Hermenegildo Giner de los Ríos dijo en un periódico que no era posible asomarse a la barandilla del teatro Real sin sentir cierto olorcillo que subía de los palcos y butacas; y recuerdo también que yo aconsejé al Sr. Giner que no fuera al Paraíso; o que, caso de ir, no se asomara a la barandilla, porque nadie le mandaba darse ese mal rato.

     -O vaya usted -añadía yo- a oler... óperas. [331]

     Yo no digo que las oigo. Si me preguntan:

     -�Qué le pareció a usted La Carmen?

     Contesto en seguida:

     -Una guarra, amigo mío. �Olía tan mal

     No, en esos pueblos no hay mucha curiosidad. Son innumerables los vecinos que hacen de perros en las paredes de los edificios. En algunas casas de huéspedes lavan las lechugas en el barreño de los pies. En otras casas ponen a refrescar las aves, ya desplumadas, sobre la tapadera del retrete �y hay quien dice que así huelen mejor!

     No es del sexo débil la culpa del tufo; es del sexo pelado, porque las mujeres son monas que imitan a sus monos. Sé de un señor que lava a sus novias tan pronto como le dan el ansiado sí...

     Algunas protestan:

     -�Ay, que me voy a constipar!...

     Pero él, como si no; las zambulle después de frotarlas con estropajo y jabón. Ya se le han muerto seis suicidadas por la hidroterapia.

     Yo no creo lo que decía Shocking, revistero del Fígaro, que todas las mujeres deben emular a la parisiense en lo de pasar el día metidas en agua de Lubin. Pero sí creo que deben lavarse una vez al día, o más si estuvieren en peligro de subir al �colchón del matrimonio�, como ha dicho pintorescamente un vate americano.

     Después de todo, la verdad es que, en punto a narices no hay nada escrito. Sé de un señor que cuando ve a la parienta camino de los baños, se desazona y le dice con fatigas: [332]

     -No seas gorrina, mujer. Qui bene olet, male olet.

     Es que le gusta así, en su propio jugo, como si fuera ostra, y le resulta bien oliente el tufillo conyugal. Eso mismo parecerá a muchos señores, o no tienen narices y no huelen, o respeten el tufo como si fuera tradicional...

     Lo cierto es que los pueblos latinos (exceptuando Francia) no brillan por la limpieza; y sería sensible, ya que hemos perdido en el extranjero la fama de conquistadores, que pasáramos a la posteridad por atufados. �Sería muy sensible!...

     Sin querer, y proponiéndome hablar de las espantosas camisetas que se exhiben en las calles de la Habana, me he ido por los cerros del Guadarrama; y es que no hay camiseta sin causa, ni colonia sin metrópoli...

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