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Ideal de la Humanidad para la vida

Con introducción y comentarios por D. Julián Sanz del Río

C. Chr. F. Krause.



portada




ArribaAbajoAdvertencia.

Agotada la primera edición del IDEAL DE LA HUMANIDAD, y deseando que se difunda por nuestro pueblo el puro y levantado espíritu en que este libro fue concebido y acabado1, pidieron los fideicomisarios de Sanz del Río a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, legataria de esta obra, autorización para reimprimirla y destinar los productos de la edición a la publicación de algunos de los interesantes manuscritos del ilustre filósofo. El público sabrá apreciar el noble respeto a la memoria del compañero y la generosa devoción a la Ciencia que ha inspirado este acto de largueza al honorable Claustro de la Facultad de Filosofía y Letras; y obligado es en los fideicomisarios de Sanz del Río atestiguarle por ello su profundo reconocimiento.

Dos razones perentorias aconsejaban la reimpresión de este libro. Es la primera su inestimable valor para la dirección racional de la vida. Poner en viva y fecunda comunicación, como el autor dice, la razón filosófica con la razón natural, trayendo a un superior concierto la teoría y la práctica, cuya división ha engendrado la tormentosa utopía y el rastrero empirismo, que alternativamente precipitan y abaten a individuos y pueblos hasta reducirlos a la impotencia de transacciones eclécticas, a la servil complacencia del éxito, y en suma a la torpe pasión del egoísmo; levantar de semejantes torcimientos y postraciones al espíritu, infundiendo en él la firme y pura convicción de que el bien es el último destino de todos los seres en el Mundo, y de que conocerlo y practicarlo en todas las esferas de la vida es la ley moral del hombre, labrando en la conciencia la virtuosa y diligente resolución de redimirse con propio esfuerzo de los males presentes; y ofrecer a los demás en recto consejo y buena obra la parte que en la salvación común a cada uno toca: tal es, en breve, la intención de este libro que, gentes de todas clases, condiciones y aun cultura, pueden leer y consultar siempre con fruto, si bajo la letra muerta de un escrito quieren leer con el alma, pura de preocupación y despierta de la secular pereza, en el espíritu que lo ha dictado.

La segunda razón, de menor trascendencia, pero decisiva en el ánimo de los fideicomisarios de Sanz del Río, es el interés histórico del libro para quien desee conocer la vida del autor y aun las relaciones de la Universidad con el Estado antes del memorable decreto que afirmó para siempre la libertad de la Ciencia y la Enseñanza. -El IDEAL DE LA HUMANIDAD mereció la reprobación de la Congregación del Índice romano; Sanz del Río fue despojado de su Cátedra porque no quiso renegar de su obra. No recordamos este hecho para acusar ni menos condenar a nadie. La historia dirá si obraron con justicia los que en nombre de la religión condenaron el libro, y los que destituyeron al Profesor en nombre de los principios fundamentales de la sociedad. Entre tanto, cumplimos un deber ofreciendo esta nueva edición al público. Que los hombres de recto pensamiento y puro corazón declaren si al repasar estas páginas se sienten heridos en su conciencia moral y religiosa, o edificados con el divino amor del bien y de la Providencia suprema.

Después de esto, no debemos omitir que, mientras las Universidades y los sabios extranjeros ofrecían sus puestos de honor y sus homenages de respeto a Sanz del Río, su destitución atraía en nuestro pueblo el interés de los hombres políticos hacia la situación de la Universidad. El derecho de la Ciencia y de la Enseñanza no tardó en ser reconocido por la ley fundamental del Estado; y con razón pudo un distinguido profesor de Heidelberg, apellidar campeón científico de la libertad espiritual de España al filósofo que tales obras producía.

De su noble amor por el fin a cuyo servicio ofreciera un pensamiento inconmensurable, una abnegación sin límites, una voluntad inflexible, una conducta varonil y severa, y hasta el tributo de su modesto patrimonio, da testimonio magnífico el elocuentísimo Discurso que se pone por apéndice al IDEAL, y que es considerado como una de las más bellas obras clásicas del habla castellana. ¡Plegue a Dios que, en honor de nuestro pueblo y en bien de la Humanidad, inspire en días no lejanos su alto sentido una nueva vida en el cuerpo desfallecido y exánime de nuestras instituciones docentes!

Los fideicomisarios de Sanz del Río:

FERNANDO DE CASTRO2. - MANUEL RUIZ DE QUEVEDO. - NICOLÁS RAMÍREZ DE LOSADA. - FEDERICO DE CASTRO. - NICOLÁS SALMERÓN. - FRANCISCO GINER. - TOMÁS TAPIA.

Madrid 21 de Setiembre de 1871.




ArribaAbajoExcmo. Sr. D. Pedro Gómez de la Serna.

Hace algunos años rogué a V. E., que me permitiera dedicarle este libro, resultado a mi parecer el más útil, si no el más científico, de un encargo que me fue encomendado bajo el Ministerio de V. E., en 1843. Causas extrañas a mi voluntad han retardado el cumplimiento de aquel propósito; pero no han variado las ideas que me inspiraron el trabajo que le dio ocasión, así como no han cambiado los sentimientos de que ofrecí entonces y ahora repito a V. E. un sincero testimonio, tanto mejor recibido quizá, cuanto más puro y durable es el afecto que me lo ha dictado.

JULIÁN SANZ DEL RÍO.




ArribaAbajoPrólogo

LEYENDO atentamente la obra titulada: Ideal de la Humanidad3, por C. Cr. F. Krause, escribía yo al paso, y sobre lo más importante de aquélla, algunos resúmenes y consideraciones que, nacidas a la vez del sentido del autor y de mi propio modo de pensar, concertaban a mi parecer con el carácter y necesidades morales de mi pueblo. He ordenado después, y completado aquel estudio, si completo puede llamarse, cuando se limita a exponer, sin el enlace ni la deducción interna científica, algunas leyes fundamentales de la vida, aproximadas en lo posible a los hechos históricos y por ellos en parte motivadas. Aun, sin razonar sistemáticamente estas leyes, y quizá por ello mismo, pudiera tener algún valor este libro, como un ensayo de filosofía práctica, individual y social, más comprensivo en su objeto y plan, más armónico en su tendencia y relaciones que otros ensayos anteriores, estimables sin duda y meritorios en su tiempo; pero no bastantes hoy, ni apropiados al espíritu contemporáneo y a los presentimientos de una vida nueva, que se anuncian con empuje creciente por muchos lados a la vez. Está fuera de nuestra intención, dirigida hoy más a edificar que a discutir, el traer a detenido examen los principios que fueron base de aquellos ensayos; este examen y juicio van envueltos en la enunciación del que sirve de criterio y regulador al Ideal de la Humanidad: El Hombre, siendo el compuesto armónico más íntimo de la Naturaleza y el Espíritu, debe realizar históricamente esta armonía y la de sí mismo con la humanidad, en forma de voluntad racional, y por el puro, motivo de esta su naturaleza, en Dios. Este principio recibe en sí, moderándolos y concertándolos bajo más alta idea, los principios deducidos, en edades precedentes, de teorías incompletas y entre sí inconciliables: el Idealismo contra el Materialismo; el Supernaturalismo contra el Naturalismo; el Socialismo contra el Egoísmo, cifrando sobre estas opuestas doctrinas el fin real del hombre en hacer efectiva toda su naturaleza conforme a su carácter distintivo recibido de Dios, por motivo de este carácter divino, en forma de razón y libertad, y por medios buenos y humanos. Todo otro motivo, o forma, o medio de obrar, aparece ante los enunciados, o abstracto y parcial, o impuro y egoísta, o infecundo y estacionario; todos han dado ya sus frutos, y mostrado en el hecho histórico su relativa imperfección. No son, pues, absolutamente negados por el principio armónico, sino negados en lo que encierran de negativos y exclusivos, en lo que ellos mismos niegan; sirven de elementos para reconstruir bajo más alta ley y unidad una vida superior, y lo que resta por hacer después de la obra histórica cumplida hasta hoy.

En este momento y transición delicada de las ideas a los hechos, suelen guiarse los más de los hombres por la corriente fácil del dictado ajeno, como el expediente para ellos más llano y cómodo, sin advertir que el camino obligado, el solo digno y seguro, consiste en escuchar el dictado de la razón, que alumbra y rige igualmente a todos los hombres y a cada uno. Los que así piensan, llevan en el hecho su merecida pena, viviendo de prestado en humilde y voluntaria servidumbre moral, donde debieran ser soberanos mediante el respeto a la propia conciencia y a la ley de su naturaleza, claramente conocida y fielmente cumplida. Los que, para descargar de sí esta condición de la libertad, desestiman la razón filosófica bajo el pretexto de que cuesta trabajo y esfuerzo el entenderla y seguirla con ánimo constante en medio de la accidentalidad histórica, debieran inferir, por analogía, que la virtud más acendrada es de menor estima, porque pocos entienden y practican fielmente sus máximas, o deberían desestimar el oro, porque requiere ser buscado en las entrañas de la tierra, y corre menos en el mercado diario que la plata o el cobre.

Otros, que dan entrada y voz a la razón para fundar el régimen de la vida, pero con tal que traiga carta de pase de la fe (en el amplio sentido) ante cuyo dictado debe aquélla detener su camino, enmudecer su voz y renunciar a su propio criterio y ley, se rebelan contra la naturaleza de las cosas y aun contra su fundamento divino, cuya verdad infinita se manifiesta en la naturaleza y en el espíritu, en el sentido y en la razón con plenitud inacabable y con igual originalidad en cada uno de estos modos de su eterna revelación. Si la ley divina de la razón consiste en indagar por discurso las relaciones permanentes de los seres y de la vida, sería contradecir esta ley y corregir presuntuosamente a su autor, pretender que la razón dejara alguna vez, o por motivo extraño, no razonado, este su camino y tendencia innata que de Dios mismo, no de los hombres ni de humana autoridad, ha recibido. Y, si abusos individuales e históricos han podido motivar semejantes temores y prevenciones (no siempre sinceros aquéllos, nunca acertadas éstas ni eficaces), corrijamos, que es lo derecho, la razón individual torcida, por la ley de la razón, curemos el espíritu enfermo por el espíritu sano, en vez de apelar a voz e imperio y fuerza ajena; porque entonces, ¿quién corregiría el abuso de esta voz, que allí donde no es racional es siempre ciega, siempre abusiva?

Todavía otros se alejan de la razón o descuidan su cultivo fundamental en la filosofía, porque no ven, dicen, sus frutos tangibles y sonantes, como se dejan tocar los de las ciencias naturales y económicas. Mas éstos olvidan con singular preocupación, que los cimientos más firmes y durables de la ciencia y vida moderna, que nos permiten hoy trabajar pacíficamente y progresar en estas esferas prácticas de la vida, fueron sentados por hombres alimentados y nutridos de filosofía, y que a esta soberana ciencia y su estudio vuelven hoy la atención, para cimentar, generalizar y relacionar sus ciencias respectivas, los más distinguidos matemáticos naturalistas y economistas, buscando la sanción de sus doctrinas en la filosofía de estas mismas ciencias, que es un capítulo y eslabón de la filosofía fundamental. Y aun dentro y en el pormenor de aquéllas, ¿hacen los que las profesan otra cosa que ejercitar, aplicar, desenvolver, sin saberlo, ideas primarias de la razón, cuyo sistema e interiores relaciones son el asunto de la filosofía, como los colores son en su infinita variedad otros tantos reflejos que se reúnen en la luz central de la naturaleza? La belleza y comodidad del vestido que hoy usamos, no debiera encubrirnos la urdimbre secreta del tejido que lo viene formando desde siglos.

Algo resta hacer también a la filosofía, para acercarse a la vida y penetrar en ella, recobrando su puesto legítimo de reguladora del sentimiento y la voluntad humana. Agitada, durante casi un siglo, por una fermentación interior en lucha con el dualismo insoluble antiguo que ligaba y entumecía sus mejores fuerzas en todas las esferas del pensamiento, y para reconstituir su unidad orgánica y su universal competencia sobre la ciencia y la vida, ha descuidado entre tanto la dirección que le compete sobre el sentimiento y la voluntad, y desautorizádose con esto temporalmente ante el sentido común. Y este es, si alguno hay, el fundamento más aparente de las quejas contra la filosofía entre los más sinceros y mejor sentidos; porque filosofar no debería ser, bajo este aspecto práctico, sino hallar y demostrar en el conocimiento de la naturaleza humana, en sí y en sus relaciones universales y permanentes, los motivos semejantes de obrar el individuo para con la humanidad, y la humanidad para con todos los seres.

No ha olvidado, a la verdad, enteramente este fin práctico la filosofía novísima, cuyos sistemas todos, desde Kant acá, han formulado las consecuencias morales y sociales de sus respectivas teorías; pero salvas algunas muy estimables y muy autorizadas excepciones4, no han adelantado estas deducciones, en la forma doctrinal a lo menos propia del filósofo, desde los primeros principios prácticos al desenvolvimiento y pormenor de la conducta humana, ni han llamado en auxilio de los principios teóricos el calor animador del sentimiento y la vitalidad dramática de la historia. Resta en esto un grado y región entera que andar, un verdadero término medio, para que la razón filosófica entre en viva y fecunda comunicación con la razón natural, para que la idealidad trascendental y especulativa se reúna con el sentido común, y se complete el movimiento circular de la filosofía, desde el hombre al conocimiento de Dios, y desde éste otra vez al conocimiento del hombre y al gobierno de su vida.

Aun cumplido esto y bien logrado, encontraríamos dentro de nosotros, en nuestro estado y hábitos históricos, graves dificultades que vencer para desacostumbrarnos de la moral servil de la obediencia pasiva, o la interesada del temor y la esperanza, o la hipócrita de la letra muerta, o la perezosa y estacionaria que pone nuestro destino fuera de nuestras obras, o la limitada de las relaciones diarias y domésticas de la vida; y acostumbrarnos a la moral libre de la razón, a la generosa del amor, a la sincera del espíritu sobre la letra, a la severa y ardua de cifrar en nuestras obras todo nuestro destino, asimilándonos la ley como si nosotros mismos la dictáramos; a la noble y progresiva moral que nos obliga igualmente para con nosotros y para con todos los hombres y todos los seres. Pero estas dificultades, aunque graves y dignas de especial atención, no van a cargo de la razón filosófica ni a ella toca resolverlas, sino a cargo y cuenta de la limitación humana, y sólo el progreso histórico de la vida puede gradualmente vencerlas. Se hace tan suyos y connaturales la humanidad sus propios errores, sus enfermedades y torcimientos o imperfecciones de educación, que fueron necesarios siglos y esfuerzos sobrehumanos para levantar al hombre antiguo de la idolatría sensible al culto del espíritu, o para libertarlo de la antigua ley de fuerza y acostumbrarlo a la ley de gracia y de amor. Juzguemos, pues, por lo pasado del porvenir; y si observamos hoy todavía en nosotros limitaciones morales, torcimientos o enfermedades hondamente arraigadas que alejan el reino de la universal armonía y de la libertad racional, abramos dócilmente el espíritu hacia todos lados de donde pueda venir alguna luz y reanimación, para combatir el mal presente que seca por lo bajo las raíces y turba el goce sereno de la vida; cortemos resueltamente las ramas viejas del árbol, todo lo egoísta, todo lo exclusivo y antihumano, todo servilismo y dualismo moral; ahondemos hasta la raíz viva y sana, que nunca muere del todo en nuestra naturaleza, y levantemos sobre esta raíz con cultivo diligente y experimentado el hombre y la vida nueva.

Las antiguas costumbres, formadas al abrigo del sentimiento creyente y la tradición, se alejan cada día, sin que las nuevas se hayan afirmado ni regularizado; en esta larga transición apenas restan enteras aquellas aparentes o someras virtudes que exigen nuestra posición o profesión o el honor exterior social. Pero más adentro, en el fondo insondable de la libertad moral, en el mundo de las intenciones, en el santuario de la conciencia, en la esfera superior de los primeros y últimos fines, restan hoy para nosotros vastas regiones oscuras, y casi desiertas, donde la voz interior no habla, ni nos acalora el espíritu del bien, ni el entusiasmo de la virtud nos reanima. Y en este silencio y vacío interior hemos de tener a dicha que ante las nuevas y poderosas fuerzas con que hoy está armado el hombre sensible, y la pobreza y enmudecimiento del hombre interior, haya tomado la conciencia social la salvaguardia de lo que resta aún de sentido y hábito moral en los pueblos más cultos.

Y es así en efecto, y merece ser considerado, que entre la desvirtuación de los antiguos motivos y sanciones del bien obrar, y la fermentación confusa de los nuevos elementos se prepara lentamente una reconstrucción moral, iniciada a la vez de todos los lados hacia donde miran y con los que tocan las relaciones humanas. De una parte, el interés bien entendido, el legítimo amor propio, la noble aspiración a la pública estima, el amor al trabajo, si no ponen los cimientos, levantan vallados y muros de reparo en el campo moral, enfrenando las pasiones groseras que antes necesitaban, y aun esto no bastaba, una represión violenta y régimen de fuerza; de otro lado, las leyes tácitas de la conveniencia social, el juicio de la opinión mantienen al hombre, en tal medida de conducta, que es sin esfuerzo materialmente bueno, aunque la forma y los motivos de este recto obrar no sean buenos en sí ni puros ni absolutos, sino interesados y relativos. Y más adentro todavía, la vida científica, el cultivo de las artes, el sentimiento religioso, eficaz hoy principalmente en la esfera del amor desinteresado, fundan los motivos más durables del recto obrar, aunque los fundan en pocos hombres, no en los más, ni en todos con claridad de idea, ni con seguridad constante, ni con fuerza íntima, viva y progresiva, ni con extensión verdaderamente universal. Para este complemento y rehabilitación de la vida, cuya falta nos duele secretamente, debemos lo primero volver al conocimiento más profundo de nuestra naturaleza en su realidad permanente, en su universal igualdad entre todos los hombres, y en su relación armónica con todos los seres; para reanimar y fortalecer de nuevo sobre esta base la voz interior, y fundar según ella la ley y sanción de la vida, reconociendo, cómo, por qué medios y arte práctico quiere esta naturaleza ser fiel y progresivamente realizada por motivo, no ajeno ni relativo, sino por el motivo absoluto de su bondad en Dios. Tal es el espíritu del Ideal de la Humanidad.

IDEAL DE LA HUMANIDAD PARA LA VIDA.




ArribaAbajoIntroducción.


ArribaAbajo- I -

Importancia de considerar la idea de la Humanidad.


HAY palabras que en épocas dadas están en el pensamiento y en el corazón de todos, pero que, por no ser dichas, no dan el fruto que en sí encierran. Mas apenas son pronunciadas, todos las escuchan creyendo reconocer en ellas el mismo pensamiento que tenían escondido y que querían expresar; así, pronto son entendidas, pasan de boca en boca, sirven de señal común en que todos se reúnen, y esto basta a veces para que opiniones reinantes muchos siglos y que aparentan todavía estabilidad, cambien enteramente. Yo creo hallar este sentido profundo en las palabras: Humanidad y Espíritu de la Humanidad.




ArribaAbajo- II -

Ningún tiempo es más oportuno que el presente, para volver la vista a la idea general de la humanidad y del hombre en ella. Como individuos, reconocemos hoy que faltamos, o a lo menos quedamos muy inferiores a nuestro destino individual y social y el relativo, sin que podamos acallar la voz de desacuerdo entre lo que la idea nos exige y nuestro hecho histórico, sino a fuerza de excepciones que los más convierten con propio engaño en otras tantas reglas de conducta. Como pueblos y sociedades humanas, cada día vemos más claro que no satisfacemos en nuestras relaciones sociales a nuestro fin total humano, interior ni exterior; que no hallamos en estas esferas limitadas la idea suprema que pueda resolver la contradicción histórica entre nuestro presente y nuestro pasado, y la otra contradicción más profunda entre la humanidad como una y toda, con ella misma como un contenido vario en sus pueblos, familias e individuos. ¿Qué resta, pues, al hombre de sano sentido, al que ama todavía su naturaleza, al que sabe que esta naturaleza quiere ser reconocida y realizada, sino levantar la vista a la idea fundamental de la humanidad, en la que todos como hombres y pueblos nos reunimos, la que a todos nos liga con lazo indisoluble para el cumplimiento de una misma ley común y de un definitivo destino?




ArribaAbajo- III -

Aunque el deseo de hallar una ley armónica humana sobre las oposiciones y limitaciones acumuladas diariamente en la historia, y en la que se reanude la marcha de la vida individual y social, pasada y presente, no se lograra del todo, será siempre necesario, siempre fecundo en resultados, llamar la atención de los hombres hacia la idea y la ley común humana de que todos están llamados a dar testimonio y cumplimiento. Porque este reconocimiento de lo común y constante de nuestra naturaleza y el de las exigencias positivas que de ello resultan nos enseña a guardar medida en nuestra conducta individual y social, a estar siempre en el justo medio de nuestras relaciones propias o ajenas, cercanas o lejanas, con individuos o con pueblos; a no estimar desmedidamente lo particular, por grande o excelente que sea, en el todo, a reducir a su justo valor las oposiciones históricas de pueblos o individuos, no olvidando por ellas el sentido armónico de la Historia Universal, que contiene toda historia particular y la de cada individuo humano. En esta consideración mantenemos recogidas y ordenadas nuestras fuerzas, clara la vista sobre nuestro camino, y segura la esperanza de una última realización de la ley humana en la tierra.




ArribaAbajo- IV -

Ningún hombre puede dejar de tener un interés inmediato en conocer la idea fundamental de nuestra humanidad como sociedad una y orgánica, en el todo y en las partes; en acalorar esta idea en su corazón y en demostrarla con obras exteriores. Este sentimiento es una voz profunda que antecede a toda la historia y vence todo límite geográfico, aun el límite de la tierra; habla con todos y en todos con cada uno; para todos tiene leyes ciertas que dictar y una vida entera de obras meritorias que ordenar. Los pueblos como las familias y los individuos, el varón como la mujer, el anciano como el adulto y el niño, todos entran, según su esfera y su tiempo, en la idea y la historia real humana, y están llamados a hacer efectiva una misma humanidad en sí y en el todo y en la relación de ambos. En esta idea común y en su ley histórica encuentran las sociedades humanas, desde el todo hasta el individuo, el sentido positivo de su historia pasada, e indicaciones siempre nuevas y perentorias para el porvenir. Las oposiciones del tiempo y del espacio, que limitan lo particular humano, se borran una tras otra cuanto más entramos en espíritu, en corazón y con obra viva en el sentido de nuestra naturaleza común. En esta interioridad de espíritu social sobre el individual ganamos una superior vida, recibiendo efectivamente el todo en nosotros y elevándonos en él y por él, según la ley orgánica de la humanidad.




ArribaAbajo- V -

Carácter armónico de la idea de la Humanidad.


Para ninguno puede ser difícil o extraño el reconocimiento de nuestra humanidad una del todo a las partes y de éstas entre sí; ningún corazón puede encontrar fría esta voz, nunca puede ser peligrosa su predicación entre los hombres. La idea suprema de la humanidad recibe en sí y armoniza toda oposición de sexo y edad, acerca toda desemejanza de educación; convierte las diferencias de estados y profesiones sociales en relaciones bien proporcionadas, las oposiciones de opinión y de intereses políticos en contrastes sostenidos y recíprocamente desenvueltos de la sociabilidad universal. La idea de la humanidad pide al individuo que ante todo y sobre el límite de su día o hecho presente, sea hombre para sí, esto es, que mire con atento espíritu a toda su vida en idea total y plan práctico y con el sentido de cultivar todas sus facultades, sus órganos y fuerzas para realizar en sí la total humanidad en que él funda su dignidad moral. Esta misma idea pide al individuo que sea hombre para sus semejantes inmediatos, esto es, que tome parte con ellos en todo pensamiento y obra para los fines comunes, que sobre toda oposición temporal muestre hacia ellos un sentido de amor y de leal concurso para la realización en todos, y por consiguiente en él mismo, del destino común. Pide al individuo respecto a las sociedades humanas, los hombres mayores, en las que él se contiene con toda su historia, que reconociéndose parte y órgano de estos individuos mayores, la familia, el pueblo, la nación, la humanidad, viva con ellos en continua y progresiva relación para el cumplimiento del fin fundamental del todo y el histórico de cada sociedad humana. Y esta misma exigencia se repite sin excepción en las demás personas superiores coordenadas a éstas hasta el individuo en inversa relación, pero con derecho igual. De modo, que esta ley tiende a que nuestra humanidad sea históricamente (según su idea) un ser real, en sí subsistente y orgánico, que reciba en sí todas sus relaciones, que abrace todos sus límites interiores, que armonice todas sus oposiciones, un mundo humano, semejante en su límite de espacio y tiempo a la Divinidad, y digna de Dios. Cuanto más sean conocidas, mejor determinadas y más fielmente guardadas estas relaciones, tanto más plenamente realizará nuestra humanidad su destino en el tiempo y en esta tierra, tanto más conservará y mejorará sus relaciones con la naturaleza y el espíritu en el mundo, tanto más interior vivirá, y nosotros con ella, en Dios y en el orden divino, como parte de la ciudad universal.




ArribaAbajo- VI -

No hay entre los hombres tendencia particular, no hay forma de actividad individual o social que no se sujete a la ley de fin y tendencia humana; que de consiguiente no sea abrazada por la idea de la humanidad bajo todas relaciones y en todas sus personas activas; que no la exija aquélla como suya y parte de cumplimiento de su destino en la tierra. Los individuos como los pueblos no ejercen arbitrariamente sus facultades ni sus medios en relación consigo o con sus semejantes, individuos o sociedades; estas facultades y su ejercicio llevan envuelto el sentido de condiciones humanas, y en lo tanto tienen todas determinada la ley de su acción y el modo legítimo de ella, y sólo entonces son parte viva, útil, del destino universal. En ningún miembro de esta cadena interior de nuestra humanidad que toca por su cabeza al cielo, se rompe esta predeterminación de condición y medio para el cumplimiento de nuestro destino común en la tierra. Todos igualmente, los pueblos como las familias y los individuos, venimos obligados por esta ley interior; todos estamos sujetos a obrar como otras tantas condiciones vivas de la humanización común, dentro y fuera, de cerca y de lejos; todo lo particular humano, todo derecho o preeminencia, toda excelencia en mérito o en poder, toda ventaja ganada en genio, en ciencia o en arte, sólo en el sentido de relación y de fin común humano tiene su valor y mérito eminente, y sólo mientras es condición efectiva para ello, es legítima y sana en sí; una vez perdida esta relación, queda en el todo como un miembro inútil, estéril y en parte corruptor de los restantes.




ArribaAbajo- VII -

En vano preguntáis aquí, cuál es el partido a que debéis asociaros en nombre de la humanidad, en vano buscáis el partido contrario que debáis combatir o excluir de vuestro gremio. Donde quiera que nace una tendencia fundada en seria convicción y para fin general, público, que da de sí leal testimonio en palabra y obra consiguiente, que se organiza para realizar pacíficamente el fin propuesto, allí reconoce la humanidad un nuevo medio y órgano de su vida, allí adopta la nueva tendencia y la persona social en su razón como miembro interior del todo, y lo protege con derecho inviolable. Pero desde el punto en que una tendencia particular en individuos o sociedades, aunque sea en sí la más excelente, pierde las condiciones mencionadas y que fundan su legitimidad histórica; desde el punto en que se desconcierta de sus relaciones convirtiendo en absoluto el fin particular que prosigue, o desconociendo su fundamento en el todo y su aspiración definitiva al bien del mismo todo; desde el punto en que se aísla y pierde la forma social de servir en comercio positivo y recíproco a las demás tendencias y personas sociales, desde entonces esta tendencia, y su persona, se hace ilegítima, interiormente enferma, perturbadora y anti-humana. ¿Qué importa que el fin y el sugeto en su razón sea político o científico o religioso; o qué diferencia puede haber en que este fin aparezca en el individuo como una vocación o genio, o en la familia o el pueblo como costumbre, o ley o constitución, o aun en el siglo -el año de la humanidad - como una opinión dominante, una idea o un pecado histórico?




ArribaAbajo- VIII -

Estado presente de las sociedades humanas.


El hombre que escucha la voz de su corazón, guiada por la razón, el que se siente movido a abrazar en amor y obra viva todas las relaciones humanas, observa con extrañeza en la sociedad en que ha nacido, y que le acompaña por toda su vida, hechos contrarios a los sentimientos de unidad y de comunidad humana, que fundan su más bello ideal, y de los que toma motivo para los mejores pensamientos y hechos de que él se da cuenta. Este hombre observa reinando sobre toda otra relación humana una oposición de estados sociales en la que cada opuesto parece fundar su valor sólo en lo que desmerece y vale menos su contrario; el un sexo, edad, carácter o estado no parece acrecer y mejorar sino en lo que su contrario pierde o de lo que él no participa; el uno no realiza su perfección humana sino en lo que deja de cumplir y realizar su opuesto, perdiendo éste una parte de la vida y bien que el primero gana para sí. Y si estos extremos de la humanidad se acercan y concurren y se prestan ayuda, no lo hacen, hoy a lo menos, con el sentido de realizar como partes interiores el destino común del todo, sino más bien parecen obedecer a leyes segundas exteriores, a la necesidad o al fin temporal relativo de cada parte, y por consiguiente con unión y concurso pasajero, sin amor ni plenitud de idea, ni eficacia de acción común. Sólo en algunas de estas uniones humanas y en algunos pueblos de la tierra la religión ha podido ligar con firme vínculo la sociedad doméstica y librarla de las injusticias y la degeneración en que la encontramos en el resto de la tierra y de la historia.

Por otro lado, las mismas personas sociales, tanto las fundamentales como las activas para fin temporal, parecen atentas en sus relaciones más bien a excluirse unas por otras, a ganar cada una en poder y provecho propio a fuerza de encerrarse en su particularidad, en oposición con la idea y fin particular de las demás sociedades, a reinar o predominar entre todas, que a realizar cada una su fin, reconociendo y prestando condición a las sociedades semejantes, esperando de ellas igual reconocimiento y concurso, midiendo su particular progreso en el todo por el progreso de las demás y de todas como compartes y consocias de una vida superior; no debiendo mirar cada una su vida y obra (su moral, ciencia o arte) como primeramente la obra suya, sino como vida y obra humana, hallando luego cada una en la plenitud de la vida total la de la suya particular.

El hombre bien sentido, que contempla esta exterioridad y desamor en que viven hoy las sociedades y asociaciones humanas, atentas más a negarse unas por otras, a impedirse, excluirse, que a obrar como funciones interiores de una total acción y vida, se pregunta: ¿Es definitivo semejante estado, sin que otro estado sea posible en nuestra humanidad como la sociedad suprema e interiormente armónica de todos sus pueblos, sus familias, sus individuos, según la concebimos en la idea? ¿No cabe pensar que bajo estas oposiciones y limitaciones de la historia, bajo esta particularidad de espíritu y obras sociales, y aun mediante ella, se prosiga secretamente una unión ulterior de vida humana en desarrollos sucesivos, a la manera de un ser orgánico que se manifiesta primero en sus funciones parciales, hasta realizar en tiempo debido su última y plena sociabilidad? ¿No cabe pensar que nuestra humanidad deba ser últimamente un reino y sociedad cerrada en sí, y toda interior, donde cada sociedad de grado en grado represente en su límite la idea del todo, y en esta forma cumpla su obra particular entre los copartícipes de este reino humano; que los opuestos sexos, las sucesivas edades en individuos y pueblos, los encontrados estados sociales reconozcan un día en esta misma oposición su naturaleza común que desenvuelve sucesivamente en ellos, y con ellos, la riqueza inagotable de su idea; que las particulares y hoy antipáticas nacionalidades, los pueblos y las Uniones de pueblos, separados unos de otros con límites históricos y geográficos, reconozcan entonces en esta su limitación la tendencia progresiva de la humanidad a abrazar más y más en sí sus personas interiores, venciendo con laboriosos ensayos un límite tras otro, ampliando cada vez más su comprensión interior, reuniendo en destino común cada vez más pueblos y esferas activas, hasta realizar en un día último la plenitud de su ley social humana?

Cada sociedad fundamental y cada asociación activa hallaría en esta idea el sentido de su naturaleza y la ley progresiva de su acción como parte del todo de que es co-esencial y consocia. Cada individuo estimaría entonces su particular genio, o vocación, o profesión, en cuanto sirve para la realización última del destino total, y en consecuencia cumpliría su vocación científica, o artística, o religiosa, en el sentido de vocación y fin humano antes que fin nacional o particular, y como las funciones concertadas de una misma total y bella obra. El varón, por ejemplo, reconociendo en sí la ley de la generación de la humanidad, cumpliría esta ley del todo en sí como la parte, haciéndose todo para la otra mitad humana, siendo para ella una condición viva en amor, en derecho, en respeto moral para la educación y la elevación de esta otra parte y de su descendencia, para su entera humanización. El hombre en la edad viril no se creería en la única edad plena y útil de la vida, y fuera de la cual sólo hay un ascenso inseguro y sin mérito, o un descenso menguado y estéril; sino que reconocería en el niño la humanidad infante como la compañera de la humanidad viril y la condición para ésta, y ambas igualmente esenciales y dignas en la historia total humana; y en la edad anciana reconocería el definitivo resultado de las dos edades precedentes con secreta trascendencia a una nueva ulterior vida; porque la humanidad es una y la misma en todos sus tiempos, caracterizándose luego en cada uno según la relación cercana con el precedente y el siguiente.




ArribaAbajo- IX -

La humanidad abraza en la historia sus sociedades interiores.


Cuando nuestra humanidad sea en toda la tierra un reino interior, una pacífica y armónica domesticidad, entonces se reunirá con todos sus miembros en una vida indivisible; entonces abrazará con calor maternal vivificador a todos los hombres y pueblos como su madre natural, la más universal y más íntima, la verdaderamente eterna, y en este calor el hombre hallará reanimación y fuerza invencible para el cumplimiento de su destino. En este día lleno, el individuo no se sentirá desamparado en la guerra que divide hoy su corazón, y lo desconcierta y desespera, cuando de un lado la naturaleza lo lleva al sentido, la sombra de la vida, y del otro lado el espíritu lo obliga a recogerse dentro, a alejarse del contacto de la vida que empaña la pureza de las ideas, o les disputa el absolutismo con que el espíritu quiere reinar en él, guerra y división ésta, alternativa de sombra y claridad, de flaqueza y de fuerza en la que los más firmes vacilan y se preguntan: ¿Hay salud para el hombre? Todo a nuestro lado, en el espíritu puro y en la naturaleza pura, parece estar en su asiento, cada cosa parece ajustar con las demás de su género, y caminar con seguridad hacia su fin respectivo; sólo el hombre vive como en tierra ajena, alternativamente en el espíritu y en la naturaleza, y alternativamente arrojado del un reino, y del otro como extranjero en su casa, como desterrado sin patria ni hogar.

Pero cuando nuestra humanidad sea en la tierra un reino propio que abrace realmente todos sus miembros, entonces comunicándoles con más igualdad su vida fundamental, ayudando ella al hombre y ayudándose éste, como el hijo al lado de su madre, se reducirá más la tutela que en la historia pasada han usurpado alternativamente el espíritu y la naturaleza. Entonces el individuo dentro de su familia, de su pueblo, de su humanidad terrena, apoyando en su género su vida individual, será, salva su libertad, igualmente partícipe del mundo del espíritu y del de la naturaleza; será en el hecho como es en la idea, el tercer compuesto en que aquellos dos opuestos concurren a armonizarse movidos por la ley de la unidad divina en el mundo, y en esta armonía realizarán la humanidad y el hombre su destino universal en Dios. Ciertamente, a resolverse en esta armonía histórica espiritual-natural a la vez, parecen caminar secretamente ambos seres opuestos en el hombre, y esa misma posesión exclusiva que el espíritu y la naturaleza pretenden sobre él es una voz de alerta que llama sin descanso al Yo humano a buscar leyes y estados de armonía entre sus inclinaciones opuestas, a entrar más en su humanidad, como su género inmediato, a indagar y ensayar en sí todas las armonías sociales que caben en lo humano. Esa misma oposición interior que hoy nos atormenta, prepara de lejos, bajo la idea de la unidad de Dios y del mundo en Dios, el estado último de nuestra humanidad, como un reino interior y orgánico en la tierra.

Y este reinado y cumplimiento de la ley divina en la humanidad, ¿llegará algún día? Nosotros vivimos en un tiempo cerrado, y no podemos anticipar la realidad histórica; mas por lo conocido hasta aquí, parece ser esta plenitud última el fin constante de la historia que vamos haciendo, si vale decir, por nuestra cuenta y riesgo. La historia de las familias y de los pueblos ha caminado hasta hoy hacia el fin de completarse de grado en grado, conteniendo en sí sus miembros en relaciones cada vez más comprensivas en las personas y en los fines comunes (en sociedad religiosa, política, científica). Y esta comprensión histórica camina en correspondencia con el mundo del espíritu de un lado (la cultura), y con el mundo de la naturaleza de otro lado (la economía y el arte), y con el mundo mismo humano, educando sucesivamente sus seres y personas interiores hasta el individuo. Esta idea histórica la realiza la humanidad, no repitiéndose a sí misma como parece al observador ligero, ni como el artista distraído que ensaya y borra sus cuadros sin acabarlos, o rompe los moldes hecha la figura, sino como el artista aplicado que no levanta la mano hasta acabar la obra concebida. Así, nuestra humanidad en la historia antigua vive y crece en simple unidad como el árbol en su tronco derecho, cuyos medros son simplemente rectos, y el más robusto mata entretanto a los demás: crece ya más relativa y más llena en la historia moderna, en grandes brazos que parecen no tocarse entre sí, y que sin embargo se sufren al lado unos de otros (derecho de gentes), aunque cada uno se apropia todavía la vida del todo, y se cree el único o el primer hijo de la madre común. Ved aquí un paso en la historia que no se andará dos veces, y que junto con el primero resume todo el pasado de la humanidad bajo un plan constante y con semejanza admirable en los pormenores, que el historiador puede verificar y que prueba la conciencia superior con que la naturaleza humana camina a su destino. Y no cesará en sus crecimientos sucesivos este árbol de la vida hasta enlazar entre sí las grandes ramas laterales, y comunicar de unas a otras por nuevos intermedios la vida que hasta hoy han necesitado y pretendido cada una para sí. No cesará en sus crecimientos este árbol emblemático de nuestra humanidad, hasta que se cubra de hojas y se adorne con su propia sombra y dé frutos maduros después de esta laboriosa educación. Entonces cumplirá la humanidad su historia y reconocerá todo el camino andado; entonces hará plena justicia y honrará a aquellos de sus hijos, que en los días de la preparación y del trabajo le hayan sido fieles.

Nosotros, digo otra vez, no vemos esto con nuestros ojos; pero lo sentimos más cerca, en nuestro corazón y en la confianza que la sola idea de esta plenitud última da a nuestra obra presente. Porque Dios es uno, y asiste a la humanidad hasta el fin de su vida en la tierra, según el decreto divino.




ArribaAbajo- X -

Los que consideren la historia a manera de un mecanismo, sencillo al principio, que con la agregación de otros mecanismos se hace más complicado, no comprenderán cómo mediante la historia presente y desde ella se llegue a la siguiente más perfecta y orgánica; cómo pueda concertarse la historia del día con la venidera, completando ésta lo ensayado y todavía imperfecto de aquélla. Los que así piensan, miran cada estado histórico como una oposición y desposesión de los estados pasados, y así ascendiendo hasta el principio. De modo que la historia humana no sería, según esto, el progreso de un ser y vida original, que siguiendo su ley interior se desenvuelve con medida en crecimientos graduales, abrazando cada uno el menos perfecto precedente hasta el último, que abrace todos los anteriores; sino que sería más bien una sucesión mecánica de oposiciones y repulsiones de estados, tomados pasajeramente por un ser que niega su naturaleza y camina en contradicción consigo, en una palabra, un ser malo.

Yo no considero todas las consecuencias de este modo de pensar, puesto que los mismos que lo profesan retroceden ante estas consecuencias; pero fijándome en la esfera política donde esta opinión parece más plausible, no comprenden, digo, los que así piensan, que sobre los estados existentes en Europa pueda venir en un tiempo, y mediante ellos mismos, una unión superior política, p. ej., un Estado y Reino europeo, en el que los estados nacionales sean, aunque libres en su esfera, particulares y subordinados, no definitivos, absolutos, como hoy lo son. Que, asimismo, en su tiempo, y dadas las condiciones históricas se realice en la tierra un Estado y Reino político superior al Estado-Europa, que comprenda, bajo ley y autoridad cierta, partes mayores de la tierra hasta llegar en la historia definitiva -y concurriendo análoga condición en las demás instituciones fundamentales: religión, ciencia, arte- a un Estado y Reino político terreno, que abrace en ley y derecho todos los anteriores.

La primera idea de este Estado terreno parece un procedimiento indefinido e inconmensurable; se cree que estos Estados mayores políticos anularán la soberanía interior de Pueblos y Estados, hoy absolutos, y entonces limitados por un Estado y Pueblo superior; se teme que Pueblos que no refieran su derecho y constitución supremamente a ellos mismos, a su conocimiento y sanción última, perderán con esto un resorte de su vida y educación política y humana, que no se interesarán por su estado público cuando sea segundo y dependiente, como hoy que es primero y absoluto. De modo, que nuestra historia, en esta tendencia a limitar y subordinar una tras otra sus sociedades políticas, a reducirlas de absolutas a relativas y sujetas a sociedades superiores, caminaría según esta opinión a amortiguar la vida interior en sus miembros, apagar el interés político presente en que viven por derecho propio como iguales a los demás y al todo y en oposición con los Estados extranjeros.

Parece, pues, que habría en este procedimiento más bien involución y amortiguación de vida que desenvolvimiento y animación. Todas las eminencias sociales en esta gradual sobreposición se nivelarían y borrarían una tras otra, los contrastes se aproximarían, las oposiciones se amenguarían en esta uniformación y comprensión de esferas políticas en el Estado y derecho común europeo y terreno... ¡Qué sería el grande, el príncipe en un reino donde bajan al pueblo leyes y juicios de más alto que de los poderes del día! La vista se desvanece ante esta relación y subordinación universal en el reino único y ciudad humana en la tierra.

Yo no sigo esta consideración, que harán acaso muchos; tampoco trato de mostrar aquí que en lo mismo en que parece haber amortiguamiento de vida, en ese envolvimiento de pueblos dentro de pueblos superiores hasta el pueblo humano, consiste precisamente el progreso orgánico en esta institución. Quiero sólo recordar un estado e historia semejante a la presente, pero anterior a ella, para juzgar de lo que sucederá de hoy a mañana, por lo sucedido de ayer a hoy.

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Recordemos la historia europea anterior a la de las grandes monarquías, la de Estados políticos y soberanías menores fundadas en la familia o en el interés de una localidad (las ciudades libres) y en derechos y relaciones de familia, pero políticos cuanto cabía entonces (el feudalismo). El fin más alto a que en esta época aspiraba la familia, era formar un Estado político en sus miembros y en sus relaciones exteriores hasta donde más alcanzaba, gozar fuero independiente de generación en generación, fundar una constitución soberana sobre el propio derecho (Dios y vil derecho), y por lo tanto ponerse en guerra o ademán de guerra con familias políticas iguales, con familias superiores y con inferiores; porque esta es la condición de toda persona y vida particular, desde que se presume absoluta ante las demás y ante el todo.

Fuera de esta aspiración de la familia en la Edad media a ser estado independiente, ningún otro de los fines que la familia como sociedad humana debe realizar dentro de sí y en relación, era debidamente cultivado entretanto. Fuera de las familias soberanas o independientes, las restantes vivían sin derecho propio o con derecho menguado, y por tanto sin las condiciones para realizar en sí otros fines superiores al político; no se estimaba entretanto ni se cultivaba una moral doméstica, una educación doméstica, un derecho respectivo doméstico. Por otra parte, esta conversión de la familia hacia el fin condicional (el Derecho), el más exterior de los fines humanos, el que más apasiona al hombre, y la tenacidad con que cada familia poderosa o cada Común sostenían su fuero político, ha impedido durante siglos a la Europa entrar de lleno en el grado político superior a éste, el de un Estado y Reino en el que la familia quede incluida como sociedad política particular, como Estado constituido, relativo, no constituyente, absoluto.

Útimamente, después de una lucha de siglos, el Estado-familia se halla contenido y subordinado al Estado-pueblo, sin que en ello haya perdido aquél las condiciones para realizar en sí todo su destino: antes posee hoy más iguales y más aseguradas estas condiciones bajo un estado y derecho común que abraza en justicia y gobierno, y aun en espíritu y amor común (el amor patrio), un número indefinido de familias. En este procedimiento histórico-político la Europa ha dado un paso positivo, porque a derechos particulares, débiles en sí y relativamente incompatibles, ha sucedido un derecho y poder común; a una ley de guerra entre las familias poderosas, ha sucedido una ley de paz; a un antagonismo invencible, ha sucedido una fuente de relaciones y armonías políticas. Nuestra Europa se ha creado en esta segunda época una esfera nueva de actividad pacífica, donde puede cultivar sus fines interiores más excelentes en ciencia, en arte, en religión y educación humana.

Y en efecto, viviendo hoy el Estado-familia dentro del Estado-pueblo, recibiendo en él por muchos caminos, unos sensibles, otros latentes, las condiciones para realizar su destino entero, se liberta aquél de la preocupación antigua de su derecho absoluto, subordina sin resistencia su estado exterior al estado y ley común del pueblo en que vive, y se convierte pacíficamente a los demás fines y excelencias humanas a que le llaman sus vínculos interiores. Y así vemos, que después de esta involución de la familia en el pueblo, como Estado superior, renace cada día el conocimiento y el interés para la educación doméstica, para las costumbres domésticas; se comienzan a reconocer derechos respectivos domésticos, y familias con familias establecen un comercio pacífico, antes desconocido, y que es fuente inagotable de nuevos vínculos y de progreso humano.

Hallamos, pues, que esta inclusión de estados menores en un estado mayor común, esta conversión de lo absoluto de aquéllos en lo relativo y subordinado de todos, este amortiguamiento aparente de la vida, que en la Edad media se desenvolvió en el caballero, en el noble, en las ciudades unos contra otros y contra el soberano, no ha producido pérdida de vida en el todo, antes ha fundado una vida política más igual, más segura y orgánica, y ha dado lugar al desarrollo pacífico de otros fines humanos, para los que el fin político presta las condiciones, pero no los funda ni los rige.

Ahora, pues, de semejante modo y por medios semejantes como la Europa ha cumplido esta revolución, o mejor, esta involución de la familia en el pueblo, sabrá cumplir (y trabaja ya hoy para ello) la involución superior y siguiente a ésta, y cuya cuestión se resume en estos términos: Abrazar en derecho común y con autoridad igual dos o más pueblos, que en su derecho y poder político son hoy absolutos y entre sí opuestos; sociedad política superior regida por una constitución común en la que cada pueblo sea, no ya absoluto, sino relativo e interior en el Estado común; un Estado-Europa, en el que la vida y la soberanía común del derecho comprenda más esferas que hasta aquí, de donde resulte para cada Estado europeo, y todos en relación, un cumplimiento más seguro dentro y fuera de todas las condiciones de su destino que el que hoy como absolutos y entre sí opuestos pueden obtener. Entonces, alejado a los extremos de cada Pueblo y Estado el calor apasionado de las cuestiones políticas, cuando se interesa en ellas el todo por el todo, se convertirán los Pueblos a cultivar en relación pacífica (como hoy la familia en el pueblo) los demás fines más interiores: ciencia, arte, religión, a que están llamados y a que convida el comercio pacífico exterior. Entonces estimará cada pueblo europeo su carácter nacional, su ciencia, su poesía, sus costumbres nacionales, en noble emulación con los demás miembros de la familia común, para ocupar entre ellos un digno lugar. Entonces, siendo más elevado el fin, y las concurrencias más multiplicadas, el esfuerzo de cada pueblo para su propia civilización será más sostenido, más sistemático, comprenderá bajo una idea común y un espíritu público todos los miembros de este pueblo: la ciudad, la familia, el individuo. Entonces concurrirán todos los pueblos a la humanización de nuestra Europa; para cada hombre se habrá elevado la cuestión de toda su vida, estará más alto el blanco de su acción, se habrán multiplicado las fuerzas y los medios; cada hombre en esta vida superior tomará por suyo el interés, la dignidad, la vida toda de su pueblo ante los demás. Y cuando la humanidad haya cumplido en la Europa esta grande involución como cumplió la precedente; cuando haya conquistado una vida interior donde hoy reina todavía exterioridad y antipatía, entonces cumplirá, movida de su idea eterna, e instada por el tiempo, otra involución más comprensiva, más fácil; de Pueblos y Estados en partes mayores de la tierra, hasta realizar una ciudad y reino humano, un Estado-tierra; porque bajo un Dios hay una sola humanidad y una ley y gobierno común, para realizarla pacíficamente entre los hombres.

De este modo la humanidad ha cumplido hasta el día y sigue cumpliendo en silencio sus revoluciones orgánicas, no sólo en la vida y fin político, donde son éstas más aparentes, sino también y en correspondencia, en los otros fines fundamentales: religión, ciencia, arte, comercio humano. Una misma ley guardan todos estos fines en su movimiento histórico. El tiempo no tiene poder sobre estas revoluciones porque son reales y orgánicas, todo lo llevan delante, todo lo utilizan para su obra: la humanización de nuestra humanidad en la tierra; lo hecho una vez queda hecho para siempre.

Pero la humanidad aspira en la historia moderna a obrar con reflexión y plan, y hasta con economía de tiempo esas mismas revoluciones, que en la historia pasada se han obrado por el instinto de los pueblos jóvenes sin experiencia anterior, sin reflexión ni plan y sin eficaz resultado. Esta es una señal de que la humanidad se educa con su historia y que entra hoy en tiempos más serios y con horas contadas en el cumplimiento de su destino. Y este es el sentido positivo de las revoluciones modernas, como manifestaciones temporales de la idea y vida social.

Pero, observando los ensayos actuales de estas revoluciones, comparándolas con la ley humana en que se fundan, reconocemos cuán en su infancia están todavía, cuánto distan aún del fin bueno que deben cumplir y de la forma buena de cumplirlo, qué incompletas y mezcladas de particularidad y egoísmo obran todavía. Esta infancia de las revoluciones como crisis periódicas de la historia, la ligereza en emprenderlas, la irregularidad en seguirlas, la impureza de los motivos, la injusticia en los medios, la ineficacia de los resultados durarán hasta que los hombres y pueblos dejen la presunción vana y en sí absurda de ganar por la mano a la humanidad, y se reconozcan, no los creadores sino los colaboradores del destino común, limitándose a observar y seguir las leyes humanas en el paso de una historia imperfecta a otra más llena y positiva, obrando no como el que destruye sino como el que construye su historia propia, reorganizando todo lo precedente en lo siguiente. Entonces corresponderán las revoluciones a la ley en que se fundan y formarán una crisis periódica, el dolor pasajero de una nueva vida, en la historia misma.




ArribaAbajo- XI -

Definiciones.


Para mejor inteligencia de este Ensayo, debemos declarar algunas palabras. Cuando decimos: Ideal de la Humanidad, tomamos la palabra idea en un sentido preciso, a saber: concepto puro e inmediato del espíritu y concepto total, que no depende de experiencia sensible (aunque concierta anticipadamente con ésta), sino que es original y primero, y como tal antecede y regula toda idea particular. Fijada esta distinción, puédese, si se quiere, dar a tales conceptos inmediatos del espíritu el nombre de ideas puras o intuiciones que con poca diferencia tienen el mismo sentido, nosotros conservamos el primer nombre.

Pero ¿se dan en el espíritu tales conceptos inmediatos o tales ideas primeras? Nosotros podemos dejar esta cuestión, como propia de la teoría, bastándonos la prueba de hecho, que el espíritu ejerce tales actos primeros intelectuales, puesto que los define y nombra, sobre lo cual no pudiera aquél remitirse a testimonio extraño. Cuando decimos: Esas son mis ideas, expresamos con esto aquellos conceptos originales e inmediatos que anteceden a todo otro de su género y a la experiencia, y que determinan según ellos mismos todos los ulteriores; son principios.

Síguese de aquí, que una idea encierra en sí un mundo de segundos conocimientos y aplicaciones, y tal es el sentido con que nos atribuimos o atribuimos a otros ideas. Una idea forma todo un hombre y todo un sistema de vida, y apenas luce ante el espíritu, quiere ser cumplida en tiempo y circunstancias; y en efecto, nos insta y urge poderosamente hasta que se ha convertido en efectiva realidad. Por esto pasa la idea en un segundo estado a convertirse en Ideal, esto es, en direcciones y formas ejemplares determinadas conforme a la idea primera. Demos, si se quiere, al ideal el nombre de plan, proyecto, regla, según el fin y esfera a que se dirige; siempre aquí se manifiesta un estado siguiente a la concepción de la idea pura, y antecedente a la aplicación última de la misma. Por lo demás, este sentido de la idea e ideal ninguna limitación tiene aquí en el objeto; el acto más común de la vida es una obra hecha con arte, según los medios dados, bajo idea y plan previsto en forma de ley, para un fin racional hasta su entero cumplimiento: el hecho racional.

Aplicando esto a nuestro objeto, cuando decimos Ideal de la Humanidad, suponemos ya la idea de la Humanidad deducida en un principio real y capaz de dar plan para lo que debe ser aquélla en la historia conforme a su naturaleza y ley propia. Cuando esta idea de la humanidad es clara para el espíritu, y lo mueve interiormente a convertirla en hecho, entonces se determinan direcciones y planes prácticos de obrar, esto es, se forma un ideal al tenor de esta cuestión: ¿cómo deben ordenarse las relaciones humanas, las tendencias y direcciones que la humanidad envuelve en sí, para que correspondan a su naturaleza y al cumplimiento de su destino?

Tiene, pues, la palabra Ideal un sentido práctico para la realización en el tiempo de una idea primera, no de otro modo que toda obra humana procede de un concepto primero y mediante un ideal cierto. La idea de la humanidad como ser fundamental en el Mundo es anterior a los individuos humanos que la piensan en el tiempo, nos contiene a nosotros y al pensamiento que de ella tenemos, como el género total y permanente contiene en sí lo particular y temporal del mismo; nosotros, cada uno y cada número limitado de hombres, nos conocemos fundados y unidos en este concepto-madre, y vivimos en su verdad objetiva realizándola en nosotros. Y tan enteramente como la idea de la humanidad encierra en su concepto a cada hombre, encierra a todas las sociedades humanas que la historia pueda conocer, y representarnos la fantasía. Cuando pensamos esta idea, no la inventamos de capricho, ni abstraemos un concepto común a varios individuos, no formamos una noción abstracta, sino que reconocemos y atestiguamos nuestra naturaleza común a todos, y sobre todos, así como cuando nos reunimos en amor y sentido común bajo esta idea hacemos efectiva en el tiempo nuestra realidad eterna. Es, pues, independiente la idea de la humanidad de la reunión temporal de individuos humanos en un tiempo o historia particular. Bajo esta idea conocemos un ser fundamental en el mundo, que abraza todo su contenido, y por tanto abraza cada individuo con su individual naturaleza y con su conocimiento mismo de ella. Entonces la idea de la humanidad en el sugeto que la conoce corresponde a la humanidad objetiva como un ser primero y en su género absoluto entre el Espíritu y la Naturaleza.

Lleva esta idea su prueba en su concepto inmediato, sin necesitar de un conocimiento o prueba posterior, porque entonces sería la humanidad como tal un ser segundo, subordinado, se sujetaría a dependencia y necesidad, y tal secundariedad y necesidad repugnan a nuestro sentido íntimo. Así, no fundamos el concepto de la humanidad en el puro concepto del espíritu, ni en el puro concepto de la naturaleza, ni en el mero agregado de ambos, porque aunque nos reconocemos seres racionales y naturales, queda sobre estos conceptos entera y propia y libre nuestra humanidad, no derivada de que seamos espíritu o que seamos naturaleza, ni resuelta últimamente en espíritu puro, o en naturaleza pura. El sentimiento de nuestra libertad, de nuestro indeleble carácter como hombres responsables de nuestro destino dice, de acuerdo con la ciencia, que tanto el espíritu como la naturaleza lo podemos ser y realizar en nosotros con medida y armonía íntima, pero en justa limitación del uno por el otro.

Así, la humanidad representa aquel ser uno en sí, todo y propio, en el que se intiman con unión esencial el espíritu y la naturaleza, como el tercer compuesto de ambos opuestos en el mundo, bajo la unidad absoluta de Dios como Ser Supremo. En esta subordinación a, Dios y correlación con el espíritu y la naturaleza, vive la humanidad con vida libre y conscia de sí realizando la ley divina en cada uno de nosotros, como sus seres interiores y homogéneos con ella. En esta unión de nuestra humanidad con sus personas interiores hasta el individuo, realiza ésta y en parte exige de cada uno el conocimiento y el cumplimiento de su idea eterna. Esta idea ha comenzado a realizarse en la historia pasada, hoy continúa realizándose en consonancia con lo presente y en preparación útil para lo venidero, hasta la plenitud de la historia terrena. A cada siglo, a cada pueblo, a cada individuo está presente nuestra total humanidad, y se manifiesta en la conciencia pública y la individual con fuerza de ley, para que realicemos todos con todos, según medios y tiempos, la armonía esencial entre el espíritu y la naturaleza, bajo la unidad de Dios y Dios mediante.

Veamos las exigencias que nos hace a todos para el cumplimiento de este fin último.

IDEAL DE LA HUMANIDAD PARA LA VIDA.






ArribaAbajoIdeas preliminares.


ArribaAbajo- 1 -

El Hombre.


EL hombre, imagen viva de Dios, y capaz de progresiva perfección, debe vivir en la religión unido con Dios, y subordinado a Dios; debe realizar en su lugar y esfera limitada la armonía de la vida universal, y mostrar esta armonía en bella forma exterior; debe conocer en la ciencia a Dios y el mundo; debe en el claro conocimiento de su destino educarse a sí mismo.




ArribaAbajo- 2 -

La Humanidad.


Hermanados con amor íntimo en la familia y en la amistad, deben los hombres reunirse en esferas mayores humanas, adquiriendo en esta reunión lo que cada uno aislado no puede alcanzar. Los que entre sí se aman, forman en verdad un superior hombre y vida, que representa la idea de la humanidad en mayor esfera y con mayor riqueza de relaciones. También es el fin de la familia y de la amistad la perfección armónica de todo el hombre; cada miembro en estas esferas subordinadas se manifiesta como un ser y vida propia, y todos con todos viven como un individuo superior, entero y de todos lados armónico.

Asimismo, las naciones, los pueblos y las uniones de pueblos pueden y deben realizar en sí un hombre y vida superior; estas sociedades adelantan en el cumplimiento de su fin, cuando bajo la idea común de la humanidad se miran como una unidad y totalidad orgánica; cuando bajo la ley de asociación interior humana realizan cada fin particular según su propia idea y en justa relación con los demás y con el todo. Dios quiere, y la razón y la naturaleza lo muestran, que sobre cada cuerpo planetario, en que la naturaleza ha engendrado su más perfecta criatura, el cuerpo humano, el espíritu se reúna en sus individuos a la naturaleza, en unión esencial, en humanidad, y que unidos en este tercer ser vivan ambos seres opuestos su vida íntima bajo Dios y mediante Dios. Así como Dios es el Ser absoluto y el supremo, y todo ser es su semejante, así como la naturaleza y el espíritu son fundados supremamente en la naturaleza divina, así la humanidad es en el mundo semejante a Dios, y la humanidad de cada cuerpo planetario es una parte de la humanidad universal, y se une con ella íntimamente. En el conocimiento y el amor de la humanidad universal puede el individuo, pueden las familias, los pueblos y las uniones de pueblos en partes mayores de la tierra, y el pueblo humano en la tierra, vivir algún día una vida entera y armónica. Cada parte y fin de esta vida sólo en forma social tiene su definitivo cumplimiento; por esto los hombres reunidos en la historia terrena están llamados a realizar su común naturaleza y destino en el concurso de todas las sociedades particulares y de cada individuo con ellas. A hacer efectiva esta universal asociación están todos igualmente llamados por Dios, por la razón y la naturaleza, y por su carácter común de hombres sobre todas las diferencias históricas.

La humanidad abraza eternamente todas sus sociedades antes de la división y oposición histórica de pueblos, familias, individuos, y aquí en la tierra junta en uno el hombre y la mujer, las edades sucesivas, las naciones, los pueblos en paz y en amor, para que todos unidos reconozcan su naturaleza y las ideas fundamentales contenidas en ella, y para que organizados en una sociabilidad ordenada en todas sus relaciones realicen en ciencia y arte su capacidad para todo lo humano, proyecten y ensayen una vez y otra el plan de la vida en el todo y en las partes, y desenvuelvan este plan con progresiva perfección y belleza.




ArribaAbajo- 3 -

Esta tierra, nuestra morada, y esta humanidad en ella son una parte interior del reino de Dios, dentro del cual los hombres llegarán un día a la perfección que cabe en su naturaleza conforme al plan divino del mundo. La Sociedad fundamental humana, esencial donde quiera que hay hombres, será también realizada en la tierra en su tiempo debido, cuando la humanidad haya pasado su infancia y su juventud. Así como el individuo, sólo en su tercera edad llega al claro conocimiento y cumplimiento de su destino, así los pueblos y la humanidad toda sólo después de siglos y millares de siglos llegan en su historia a este pleno conocimiento, a su entera humanización.




ArribaAbajo- 4 -

Este conocimiento de nuestro destino se anuncia hoy con mayor claridad que en la historia pasada. Los pueblos más civilizados europeos aspiran hoy más que nunca en estado, en religión, en ciencia y arte, y en la vida doméstica a unidad y totalidad, a una cultura igual y armónica. La idea de Dios como Dios y Ser Supremo, y el conocimiento de los seres como fundados en la verdad de Dios, son demostrados ya en la ciencia; este reconocimiento y este amor renace hoy más vivo entre los hombres religiosos; la humanidad es cada día mejor conocida bajo la idea de Dios en su ley de unidad y organismo interior, y según estas ideas se reorganizan hoy, a sabiendas o no, toda sociedad y las asociaciones activas humanas. Se generaliza la convicción, de que ni el Estado, ni la Moral, ni la Ciencia aislados llenan el destino total humano, y que sólo en una bien concertada y recíproca armonía pueden estas formas de la vida perfeccionarse en sí, y perfeccionar al hombre todo. Hoy podemos ya adquirir un conocimiento completo de la tierra que habitamos; hoy comenzamos a mirar todos los pueblos de la tierra como una familia de hijos -unos infantes, otros jóvenes, otros maduros- de la humanidad; podemos ya anticipar en idea el plan de la futura actividad humana, la obra entera que debe cumplir en la plenitud de su historia.

Ensayados durante muchos siglos diferentes caminos y sistemas de vida, probadas en lucha recíproca todas las direcciones del destino humano, despierta hoy en los pueblos cultos el pensamiento de que alguna idea más alta debe traer a unidad todos los fines particulares, armonizar y desenvolver en relación las sociedades para estos fines formadas, y bajo este pensamiento comienza un nuevo período en la historia universal. Hoy es tiempo de que la sociedad y sociabilidad humana comiencen a ser conocidas y realizadas en esta idea común: que todos los que piensan y viven según este sentido se reúnan en nombre de la humanidad y para los fines últimos en ella contenidos.




ArribaAbajo- 5 -

La idea de la Sociedad fundamental humana está en armonía con todo lo realizado hasta hoy en nuestra historia, porque esta idea se resuelve toda en amor y paz y publicidad de obrar. Los que conocen y aman sinceramente la idea de esta sociedad, no se oponen ni aíslan del Estado, de la Iglesia ni de institución alguna histórica, no atacan la constitución ni la vida de ningún instituto legítimo, sino que mediante doctrina y ejemplo, en amor y paz ofrecen los medios para el ennoblecimiento y mejora de las relaciones humanas, aguardando del progreso de estas relaciones, que la idea de la humanidad una y orgánica sea más conocida y mejor entendida de hombres y pueblos, los cuales luego por sus propias fuerzas y gradualmente se eleven a mayor y más alta unidad según su esfera y estado de cultura.

Todo lo humano que ha sucedido y sucede hoy en la tierra es estimable para los que entienden y aman el ideal de la humanidad, y promueven con recto sentido el cumplimiento de este ideal. Recoger y conservar, reanimándolo, todo lo que ha sido bellamente cumplido en la historia, en el Estado y la Iglesia, en la ciencia y el arte; reproducirlo otra vez según el espíritu de nuestro siglo: tal es la misión de los que así piensan y sienten. Ellos se reconocen obligados a utilizar para su fin todos los presentimientos y gérmenes de la Sociedad fundamental humana en los tiempos pasados y en los presentes, a estudiarlos con atención y desenvolverlos según circunstancias. Su tendencia y sus esfuerzos para fundar el reino de la unitaria Humanidad en la tierra conciertan con todos los esfuerzos legítimos de sus contemporáneos, y se anudan secretamente con ellos por el espíritu común del siglo, que influye igualmente de todos lados y sobre todos.




ArribaAbajo- 6 -

Cuando sea conocida la idea de la humanidad, y se haya despertado el interés para realizarla, entonces brillará la luz de la verdad de un espíritu en otro; la sana doctrina se comunicará de un pueblo a otro pueblo; en todas partes se aunarán y entenderán los que viven en esta idea; todo lo que hoy degrada a los hombres será reformado en la salud del todo y será convertido en nuevo vínculo de amor humano. Cuando la idea de la humanidad y la Sociedad fundamental humana haya echado raíz profunda en los pueblos, la vida individual y la sociedad será elevada y embellecida en todas las personas de grado en grado; un estado y constitución política abrazará los pueblos en paz permanente, una alianza común con Dios traerá sobre ellos las bendiciones divinas; unidos en tendencia y obra uniforme, vivirán para la virtud, para la ciencia y el arte, y en estas esferas realizarán la ley armónica humana cumpliendo el destino del todo y de las partes en el todo. Los pueblos que, unidos en sociedad fundamental, realicen en esta forma el destino común, serán entre todos los más libres y los más fuertes; ningún pueblo extraño tendrá poder sobre ellos; desde ellos se comunicará la vida y la luz a los restantes. En la plenitud de la historia serán todos los pueblos una familia de hermanos, formarán un hombre interior y armónico en alianza con Dios, con la razón y con la naturaleza y con superiores humanidades en la vida universal. Entonces comenzará en la historia una edad madura, bien concertada en todas sus relaciones, y esta edad se conservará y florecerá en su plenitud hasta que se haya cumplido aquí el día de la humanidad conforme a las leyes del mundo, y a su carácter peculiar, y cumplido este día sea recibida en mundos superiores de la vida.




ArribaAbajo- 7 -

El tiempo del fruto está aún lejos; pero el tiempo de la flor ha llegado ya. Probemos todos con espíritu común a proyectar el ideal de la vida humana; procuremos reflejar esta luz en todos los hombres, consagrémonos con vivo interés a reconocer y cumplir nuestro común destino; entonces nos animará la esperanza de un más bello porvenir; lo que nosotros vemos hoy en lejano presentimiento, lo verán cercano y lo intentarán las generaciones siguientes; lo que nosotros hemos sembrado, ellas lo harán madurar y bendecirán agradecidas nuestra memoria.

De todo lo humano, que se cumple en la historia, hallamos anuncios y ensayos anteriores más o menos perfectos, los cuales maduran y se anudan de unos en otros con secreta simpatía, reuniéndose al cabo en una obra común. La naturaleza humana es la misma en todos los tiempos; pero la reunión de hombres y pueblos en sociedades superiores y más orgánicas, sólo se obra por grados y en sucesivos desenvolvimientos. El cumplimiento de los últimos fines humanos no debemos esperarlo de las primeras edades; pero sí debemos esperar encontrar en todas conatos hacia este fin en individuos aislados y en familias y pueblos, con el presentimiento del destino último humano, y que sólo bajo este presentimiento son hoy explicables.

Cuando estudiamos la historia con este espíritu, se nos presentan en su verdadero sentido los gérmenes y preparaciones silenciosas en todos los tiempos para realizar la unidad humana en la tierra. En los misterios de los pueblos primitivos -indios, chinos, egipcios, griegos- en la doctrina y la sociedad de Pitágoras y de los Essenios, en la ciencia y la vida de Sócrates y Platón, en la doctrina y la vida de la Iglesia, en las sociedades de caballeros y corporaciones en la Edad media, reconoce el historiador filósofo otros tantos anuncios de una organización unitaria de nuestra humanidad, y encuentra preparaciones útiles para una última alianza, que debe un día abrazar toda la vida y todas las relaciones humanas.




ArribaAbajo- 8 -

Reconocer, pues, lo que hay de sano y útil en estos ensayos de los pueblos y de tantos nobles hombres; determinar su relación con la idea eterna de la humanidad y con las leyes en esta idea contenidas; indagar lo que hoy en el día toca hacer para la realización de esta ley y de nuestro común destino, y cómo hemos de anudar nuestra obra a la obra de los pasados tiempos, esta es hoy nuestra más alta misión, y nuestro deber histórico; sólo en esta base e intención común adquieren todas las obras de nuestro tiempo vivo sentido, dirección cierta y estabilidad.




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Aun cuando nuestra humanidad hubiera llegado ya a su pleno desenvolvimiento como sociedad una e interiormente orgánica, sería siempre condición para conservar este estado y para la dirección acertada de sus fuerzas, que todos los hombres y principalmente los llamados a regir la vida en intereses y esferas mayores, reconocieran claramente la naturaleza y las relaciones fundamentales de esta sociedad y de cada institución histórica en ella contenida.

Pero es hoy más necesario este conocimiento en el imperfecto estado de nuestras instituciones; hoy, cuando la humanidad en los pueblos más cultos anuncia de todos lados un nuevo período de desenvolvimiento para realizar en el tiempo una superior sociedad entre hombres y pueblos, abrazando la totalidad de nuestro destino y de las personas en razón del mismo, debe ser llamada: Sociedad fundamental humana.





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