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Ideas de Juan Valera sobre la novela romántica



Ni aun en la época de mayor fervor y entronizamiento del romanticismo, había sido yo romántico, sino clásico a mi manera.1



Con estas palabras se sitúa Valera en la Historia de la Literatura al dedicar al duque de Rivas sus Estudios sobre Literatura, Política y costumbres de nuestros días, en 1864. A continuación, se apresura a puntualizar que es clásico de una forma «harto diferente del pseudo-clasicismo francés». Él es «idólatra de la forma, pero de la forma íntima, espiritual, no de la estructura», entendiendo por tal el «atildamiento nimio, pueril y afectado»2. Observará después que los románticos desatendían la forma, «presumiendo de espiritualistas y poniendo la belleza en lo sustancial y recóndito»3.

Valera escribió sobre novela en numerosas ocasiones. Sin embargo, aunque a veces se perciben contradicciones en su pensamiento, sus ideas no cambiaron con el paso del tiempo. Los acontecimientos sociales y estéticos que sucedían a su alrededor parece que, más que hacerle cambiar, le fueron asegurando más y más en su forma de entender la vida y la literatura. A medida que cambia el mundo, se aferra más al pasado ideal. Y de esto era él muy consciente. Nunca le abandonó el interés por conocer lo que sucedía a su alrededor y se acercó a los hechos con la ironía y el distanciamiento del que se considera de otra época. Por esto, quizá, es uno de los críticos más iluminadores de su época.

Su actitud ante el naturalismo es buen ejemplo de esto que digo, así como el silencio que impone hacia determinadas manifestaciones artísticas. Por ejemplo, hacia las novelas que hoy llamamos «sociales», que no aparecen reseñadas por él, que tan a menudo habló de novelas. No encontramos citadas, al menos yo no las he encontrado, novelas como Madrid y nuestro siglo (1845-46), de Ramón de Navarrete, El poeta y el banquero; escenas contemporáneas de la revolución española (1841-1842), de Pedro Mata, El francmasón o misterios de las sectas secretas (1847-1851), de José Mariano Riera y Comas, Un conspirador de a folio (1848), de Ventura Ruiz Aguilera, o La república roja o los obreros de París (1849), de José Pastor de Roca.

Novelas como éstas se enfrentaban a la realidad, mostrándola en su forma más conflictiva, precisamente como a Valera menos le gustaba, si hacemos caso de su definición de arte, según la cual, el arte debe embellecer la realidad.

Y resulta sintomático que, las veces que se refiere a la novela romántica, hable sólo de la novela histórica, y no de esta tendencia social4.

Las razones de Valera para escribir sobre novela como lo hace son de dos tipos. Uno estético y otro económico. Y por debajo de estas razones está su condición de burgués, que le va a limitar, según propio testimonio, su desarrollo artístico, como veremos luego.

D. Juan consideraba que el escritor era libre, que debía servirse de su arte entendiéndolo como fin en sí mismo, el arte por el arte5, y que la misión del escritor era mejorar, embellecer la realidad que se presentaba, en un intento moralizante. Esta tendencia estaba en franca retirada en los años en que escribía Valera. Años en los que progresan el realismo, el naturalismo, el socialismo, la literatura militante del folletín, etc. Así, no debe extrañarnos que en ningún momento se refiera a esas novelas, y sí casi exclusivamente a las históricas, que conseguían alejar al lector del presente conflictivo.

Esta generalización debe ser matizada, sin embargo, pues muchas novelas, habitualmente llamadas históricas, eran obras que planteaban problemas del presente6. Pero hay que añadir también que cuando Valera escribe sobre la novela histórica, lo hace pensando que es un buen modo de ganar dinero, como lo era el método por entregas, por el que publicó casi todas sus novelas7.

El interés por la novela histórica no le abandonó a lo largo de su vida. Por lo que conocemos gracias a los epistolarios, sus proyectos de escribir novelas de esta clase eran numerosos: a Narciso Campillo le escribía el 11 de octubre de 1867 que tenía la intención de escribir «Abu Hafaz o Andalucía y Creta hace mil años, novela histórica». El 23 de marzo de 1882 repetía, esta vez a Menéndez Pelayo, su intención de escribir Lulú, princesa de Zalibustán y Zarina, así como «mi novela de Abu Hafaz». Otra obra histórica que tenía en mente era La venganza de Atahualpas8.

Aparte de estos proyectos que no llevó a cabo, Valera hizo observaciones sobre el género. Además de señalar en 1886 que la novela histórica había servido tanto para aprender a escribir historia, como para aprender a escribir novela9, observó:

La novela histórica no puede pasar de moda. Ni aun para los más preocupados de las cuestiones sociales, religiosas y políticas del día. Todo se repite, todo tiene sus antecedentes en otras épocas, y quien las estudia tal vez da mayor luz a las cuestiones que más recientes parecen. Lo que impide que se escriban muchas novelas históricas, es que tal vez el naturalismo requiere que escribamos lo que vemos, y no las cosas pasadas. En éstas la imaginación debe trabajar mucho, y ya sabemos que el autor naturalista, o debe carecer de imaginación, o debe emplearla poco. La novela histórica exige, además, mucha preparación y mil estudios previos, sobre todo hoy que se hila muy delgado en lo tocante a la indumentaria y a otros conocimientos arqueológicos que han de prestar color exacto y tono conveniente a los pormenores10.



En esta larga cita se encuentran los distintos puntos a los que Valera aludirá repetidamente cada vez que se refiera a la novela. Por un lado, la novela es ejercicio de la imaginación. Este hecho va a favorecer su interés por lo que no es «lo que vemos», y así se percibe en sus ensayos y artículos sobre novela. Pero la realidad es que la imaginación, en su obra, le sirve más bien para enmarcar la historia y la moral que nos presenta, generalmente las mismas. Como observó Montesinos, refiriéndose a su interés por la novela histórica,

lo histórico le atrajo por lo que tenía de estímulo de la imaginación, por la belleza del decorado con que permitía enmarcar el relato...11.



Pero hay más en todo esto. Valera ve que en la novela histórica son importantísimos la erudición y el color local. Pero puntualiza que a menudo tal color es falso y que, cuando se centra en la Edad Media, es excesivamente lúgubre12. La importancia del color local en estas novelas debemos ponerla en relación con el nacimiento del nacionalismo y el interés romántico por lo específico de los países y regiones. Este interés se da también en Valera, aunque tiene características diferentes13.

Sin embargo, a pesar de todo cuanto escribió favorablemente sobre la novela histórica, sólo fue capaz de terminar Morsamor. La necesidad de acopiar documentación sobre la época y los personajes, la obligación de dar color, le echó siempre para atrás. Él mismo lo dice:

Mi deseo de escribir esta novela (Los cordobeses en Creta) no se ha disipado nunca. Lo que se ha disipado es mi esperanza. Para escribirla como yo me la figuraba era menester reunir y formar un inmenso aparato de erudición, y para esto me faltó siempre la paciencia14.



De todas formas, su situación económica, que le llevó casi a ser un esclavo de la pluma, nunca le incitó a pensar escribir algo «malo» pero de éxito popular, como sí les sucedió a Baroja, Valle - Inclán y Maeztu15.

A pesar de que utilizó la entrega como forma de venta, tampoco mediatizó de forma clara y militante su tendencia, su teoría o su tesis. En el anónimo de 1846, titulado De la novela-folletín, su origen, progresos e influencia social, se lee:

No es sólo el espíritu especulador de nuestra época, como ha señalado con sobrada ligereza algún crítico, el que ha creado la novela folletín... ha sido necesario apelar al artificio de la fábula para preparar el pueblo a la instrucción, arrojando en él por este medio la semilla que ha de producir el saludable y benéfico resultado...16.



Por consiguiente, Valera no podía coincidir con estas ideas, con esta utilización de la literatura, cuando él era partidario del arte por el arte, cuando, refiriéndose a la historia del naturalismo, había escrito sobre la tendencia:

La novela romántica de entonces (h. 1848) era, ante todo, literatura. Tenía una tendencia, y era menester que la tuviese; pero la tendencia se manifestaba en los discursos del personaje favorito del autor, o salía de la acción... La obra de arte no era aún ciencia, y, sobre todo, no era ciencia experimental...17



La novela, pues, debía entretener, ayudar a pasar el rato. Un escritor quedaba justificado si sus libros proporcionaban «durante algún tiempo, aunque sea breve, recreo apacible a una parte del público contemporáneo suyo»18. Está claro, entonces, que aquellas novelas «contemporáneas», que filtraban la corriente socialista, que fueron haciendo tomar conciencia a las clases menos pudientes, no le interesasen19. Ya resulta expresivo que, al empezar sus Apuntes, declare que no ha leído ni una sola novela naturalista y que se justifique señalando que va a hablar de los fundamentos del naturalismo. Sólo cuando Clarín, desde las páginas de La Opinión, le haga notar lo inapropiado de tal actitud empezará a leer algunas novelas de Zola.

Valera trata otros asuntos cuando hace comentarios sobre la novela histórica. Alude a la verosimilitud, a las diferencias que hay entre novela e historia, al socialismo y su relación con el romanticismo y el naturalismo, y alude también al público lector.

Por lo que se refiere a la verosimilitud, repite la interpretación clásica, aristotélica (Poética, cap. 9), pero deja ver también la apertura crítica que se dio en algunos novelistas dieciochescos. Cuando Valera hable del uso del elemento fantástico en la novela histórica repetirá prácticamente las palabras de Fielding, o las de Valladares de Sotomayor en el prólogo a La Leandra20. Señala en el fondo que la verosimilitud no depende del texto, sino del que lee. En este sentido, parece heredero de Luzán y de Muratori, cuando diferencian entre verosimilitud popular y noble21. Por este motivo, y porque la novela es ejercicio de la imaginación, dispensa D.Juan los anacronismos, los errores y las discrepancias que puedan hallarse en las novelas históricas. Así, matizando las palabras de Nocedal; señaló que:

por lo común no es el novelista quien calumnia con falsedades y mentiras al personaje que yace en el sagrado de la tumba. Quien le calumnia, si calumnia hay, es el historiador a quien el novelista ha seguido. La cuestión no es de crítica literaria, es de crítica histórica22.



En cuanto al problema del socialismo, la cuestión es algo más compleja porque D.Juan no es tan claro. Al no hablar de las «novelas sociales», nos da a entender su disgusto por ellas y por consiguiente su rechazo de la tendencia política. Sin embargo, pensaba que la novela no era un elemento determinante para el desarrollo y transmisión del socialismo. «Sin novelas, lo mismo que con novelas, hubiera habido siempre socialistas»23, escribió. Pero pensaba, por otro lado, que realmente el socialismo estaba por venir desde un punto de vista moral, aunque ya había amenazado con «desquiciar la sociedad hace pocos años»24.

Iris Zavala señala en su libro Ideología y política en la novela española del siglo XIX que por los años cincuenta y sesenta se da una intensificación de la lucha contra el socialismo. Se trataba de desprestigiar tanto a la tendencia como a los propagadores, y Valera estaba en este grupo25.

Ahora bien, no participar de esta ideología, no fue obstáculo para que la comprendiera y mostrara su presencia y desarrollo en la novelística romántica y naturalista. En unas páginas de los Apuntes, dice:

Lo que sí había en el socialismo de los románticos, que se ha transmitido íntegro a los naturalistas, es un desprecio del vulgo, cuya felicidad se procuraba, y un absurdo endiosamiento de los hombres de letras. La palabra genio... se empezó a aplicar y a prodigar a los que escribían26.



Con igual perspicacia, vinculó el desarrollo de la novela histórica al interés por el folklore. Un interés algo «típico» y amanerado, pero interés al fin y al cabo, coincidente con el desarrollo del nacionalismo27.

Por lo que se refiere al último aspecto, el público, Valera indicó en un momento que en España no se escribían novelas porque no había público que las leyera28. Sin embargo, junto con el teatro, la novela era el género más gustado y que más dinero dejaba. En especial, determinado tipo de novela. Valera estuvo debatiéndose toda su vida entre abandonar su ideal artístico, vinculado a interpretaciones antiguas «idealistas», y vivir de ese arte del que tenía una visión nada utilitarista. Si ve que la novela por entregas es un buen negocio, como la histórica, nunca fue capaz de ponerse al nivel de otros y escribir algo de éxito. En 1864 escribía:

las circunstancias me trajeron más tarde a pasar, de aficionado a escribir, a periodista de oficio, y dejando entonces muy distante de mí el ideal de perfección con que soñaba, descendí al estadio de la prensa, armado de cualquiera modo, y a escribir, como Dios me diese a entender, sin pararme mucho en perfiles29.



Esta claudicación verdaderamente nunca llegó a su actitud creativa, quedando sólo en todo lo que escribió para los periódicos. En realidad, creo que puede tener interés acercarse a su obra desde la perspectiva de la renuncia, pues Valera llega a la prosa al ver que la poesía no es actividad que deje dinero. A su amigo Narciso Campillo le dice el 27 de septiembre de 1867 que con la prosa «se gana más fama y dinero que con la poesía». Y sus intentos como dramaturgo no son porque tenga interés artístico en el teatro, sino porque era un forma de ganar bastante dinero si se acertaba en la diana30. Valera nunca abandonó la práctica de la poesía, incluso se consideraba un buen poeta ya en la vejez31, pero su ejercicio siempre fue algo íntimo, en beneficio de la literatura en prosa, para vivir.

Estas ideas de Valera sobre la literatura y, en este caso, sobre la novela romántica, reflejan en cierta medida la actitud mercantil de la clase media ante lo que podía comercializarse.

En 1865 se refirió a ello en un artículo titulado «Del dinero con relación a las constumbres y a la inteligencia de los hombres»32, y también en algunas páginas de los Apuntes. Pero es en el trabajo «De la naturaleza y carácter de la novela» donde hace las reflexiones más interesantes sobre la relación del escritor con el dinero y con su arte. Allí dice, mostrando su compromiso con la clase a la que pertenece:

En el modo en que vivimos, particularmente los individuos de la clase media, tenemos a menudo que seguir un carril,... ajustarnos a cierta pauta, todo lo cual mengua y descabala y aun destruye la autonomía novelesca, o por lo menos, impide su manifestación y desarrollo. A no ser un foragido, esto es, a no estar fuera de la sociedad, a no ser un mendigo, esto es, a no estar libre de muchas de las exigencias sociales, cualquiera honrado burgués de nuestros días se halla muy en peligro de que jamás le suceda cosa alguna que tenga visos de las que en las novelas suceden. Sólo el tener uno mucho dinero le salva de este peligro... El dinero es en ocasiones la piedra angular de un edificio poético, así como la falta del vil metal impide que se le levanten otros cuyo plano, y traza no pueden ser mejores33.



Valera pone aquí de manifiesto su carácter burgués, señala cómo influye este hecho en la forma de reflejar la realidad y en su desarrollo como novelista, y muestra de qué manera ha penetrado en su capacidad creativa el aspecto económico. Hasta el punto de que la falta de dinero puede impedir la realización de una obra.

Valera pensaba que la novela era el resultado de ejercer la imaginación, pero parece que la imaginación no le servía para compensar las limitaciones creativas que el aspecto económico le impuso. Como intento de solución a este problema - como uno de ellos - podemos entender su interés por la novela histórica.

De todas formas, el debate de Valera entre asumir la literatura como arte, y la literatura como objeto vendible, nunca se resuelve absolutamente a favor de esta segunda. Tenía un «ideal de perfección» que no llegó a realizar porque descendió, como hemos visto, «al estadio de la prensa». Pero «la esperanza de escribir algo en prosa, más completo, menos imperfecto, más adecuado a mi ideal»34, nunca le abandonó.

Con sus novelas «de costumbres» intentó mejorar, seguramente, la producción costumbrista, elevar el nivel. Con sus deseos de escribir novelas históricas es posible que pretendiera lo mismo, mejorar a los imitadores de Scott y ofrecerles un modelo valioso, puesto que tenía más capacidades históricas, filosóficas y literarias que ellos para proporcionárselo. Para ofrecerles un modelo de novela histórica español: tal vez sea eso su novela Morsamor.

En sus ideas sobre la novela histórica se trasluce la intención de convertir también ese género en uno más para desarrollar y experimentar su idea de la novela como entretenimiento. Desde este punto de vista, el del entretenimiento, podemos comprender mejor sus opiniones sobre ella, y por qué no habló de novelas «sociales».

JOAQUÍN ÁLVAREZ BARRIENTOS

Instituto de Filología C.S.I.C. (Madrid)





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