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1

Hemos estudiado las imágenes fitomorfas en «Signification de la ville et du campo chez Eugenio Cambaceres» (artículo n.º 5 de la presente compilación) y las zoomorfas en «Las metáforas zoomorfas y sexuales en la obra de Eugenio Cambaceres» (artículo n.º 7 de la misma).

 

2

Cfr. C. G. Jung, Métamorphoses et symboles de la libido, Paris, Montaigne, 1932, p. 26.

 

3

Gilbert Durand, Les structures anthropologiques de l'imaginaire, Paris, Bordas, 1973, p. 71.

 

4

En conjunto, Cambaceres distribuye en iguales proporciones animales domésticos y animales salvajes. El número de los primeros, en el conjunto de la obra, es casi la mitad de los segundos (veinticuatro vs. cuarenta y cinco). Pero su presencia constante en el universo del hombre hace que el número de imágenes construidas sobre animales caseros o de corral (sesenta y cuatro) es sensiblemente el mismo que el de las imágenes edificadas sobre los demás (sesenta y seis).

 

5

Les tests démystifiés, p. 157.

 

6

Prólogo de Potpourri (O. C., p. 19).

 

7

Hablamos hace poco de ciento cincuenta imágenes zoomorfas: llegan a doscientas si descomponemos las imágenes en sus diferentes elementos o secuencias.

 

8

Damos a continuación un ejemplo de imagen global y otro de imagen parcial:

«Abajo, el tren que pasa serpenteando y entra al túnel como una anguila enorme ganando la cueva en los socavones del arroyo».


(O. C., 112b)                


«Era ésta lo que vulgarmente se llama una lengua de víbora [...]. Donde encajaba su colmillo maldito, envenenaba hasta matar».


(O. C., 27b)                


 

9

No entramos aquí en el distingo comúnmente admitido entre las ¡anestesias de extensión -que implican euforia y vitalidad- y las de flexión -que suponen disforia y falta de vitalidad.

 

10

Ejemplos de K y de C:

«[...] Se aproximaba, siguiendo las eses de una senda, sugiriendo vagamente en su ademán, en su andar, la idea del andar escurridizo de las culebras».


(O. C., 239a)                


«[...] Cerca, a la izquierda, junto a las eses de plata del arroyo, el rancho de Donata coronaba una eminencia, quebraba en su blanco mojinete los últimos rayos de la luz crepuscular».


(O. C., 186b)