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Aludo a los desplazamientos y derivaciones con que la expresión mise en abyme (André Gide, 1891) se utiliza para designar las variadísimas figuras y operaciones a través de las cuales la literatura traduce en palabras el paralelismo visual sugerido por la heráldica, el escape de la mirada -aquí, de la imaginación- hacia la captura de lo ilimitado. Véase BERISTÁIN, Helena.

 

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Las fotografías deben ser leídas como un recurso más entre los muchos empleados por Ramírez para lograr verosimilitud. En Mentiras verdaderas (2001) y El viejo arte de mentir (2004) se pronuncia sobre el uso de fuentes apócrifas o verídicas, entre tantos otros procedimientos constituyentes del repertorio de artificios que considera poderosos para cumplir con eficacia la tarea de saber contar. Tal propósito se sustenta en la condición de existencia de dos elementos que ensamblan los ensayos y conferencias compilados en uno y otro texto, respectivamente: la imaginación y la verosimilitud. Entendida como dimensión que transforma los materiales de la realidad en ficción, la imaginación debe aliarse con la «regla sagrada» (2004) de la verosimilitud, revistiendo de credibilidad los hechos con el fin de seducir y convencer al lector, esto es, estimular un acto de imaginación compartida donde lo narrado sea asumido como verdadero por el destinatario. De «la difícil relación de complicidad entre escritor y lector, engañador y engañado, seductor y seducido, hay mucho que esperar» (2001, 15), afirma el nicaragüense, concediendo suma importancia a las fuerzas de encantamiento y persuasivas desempeñadas por los artificios retóricos simuladores de verdad, tanto se apliquen a hechos efectivamente acontecidos como imaginados. Entre los procedimientos puntualizados se encuentran la intriga, la presencia del testigo presencial, la inclusión de documentos -periódicos, crónicas, cartas, fotografías-, referentes históricos y geográficos constatables, la descripción minuciosa. En «Elogio de la invención» (2006), vuelve sobre el arte de lo verosímil, reconociendo el magisterio y la deuda de la literatura con El Quijote: «Probar alegatos por medio de documentos que logren catadura de auténticos, vendría a ser poderoso ardido cervantino [...] la escritura de una novela cuyos hechos quedan basados en la autoridad de fuentes falsas [...] comenzó en El Quijote como una burla a las mentiras revestidas como verdaderas y terminó como la gran revolución narrativa de todos los tiempos» (10). Rodríguez Sancho examina detenidamente los procedimientos de verosimilitud en Tiempo de fulgor, ¿Te dio miedo la sangre? y Un baile de máscaras.

 

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Así como la carta de Rodaskowski lo introduce en pormenores de la vida de Castellón, durante la visita a la casa de Turguéniév o de Chopin (VII), las fuentes -cartas y versiones sin residencia textual explícita- sirven para indagar esas figuras desde una perspectiva que remueve el aura de celebridad y explora dobleces de sus vidas íntimas. Entonces, fragmentos de la vida de Chopin y su vínculo con George Sand ingresan mediante las cartas del músico reunidas por Opiensky y traducidas por Dominik Vyborny, la lectura de la correspondencia entre Turguéniev y Flaubert o de Sand con el príncipe Luis Napoleón le permite desmadejar una intrincada red donde el poder se amista con los deseos más privados y las pequeñeces de la condición humana. Tal proceso de desmitificación (Vargas Vargas) se robustece, además, cuando el escritor observa mobiliarios, cuadros y fotografías, ensamblando la descripción de su indumentaria y sus rostros con la narración hasta derivar en pasajes reflexivos sobre su deterioro físico o moral y sus frustraciones. Así, Flaubert asoma estragado por la sífilis y ridículo en la vejez; Chopin, debilitado por la tisis y de dudosa sexualidad, Sand es amante posesiva y desamorada, el Archiduque Luis Salvador, un hombre de gran capacidad amatoria para quien tanto parece valer hombre y mujer, animal y planta, Rubén Darío, «un muerto que llevaba sobre sus hombros el cadáver de su genio» (V, 163), deteriorado y rayano a la locura por el consumo de alcohol. A propósito, la presencia de Darío resulta soberana en vastos pasajes y planos de la novela, como ocurre en otros textos de nuestro autor, y requiere de un examen detenido. Por esta razón, recorto los alcances que cobra su figura y me limito a subrayar algunos de los aspectos que iluminan mi lectura.

 

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Recupero algunos textos. Tiempo de fulgor (1970) se remonta al siglo XIX y recrea la pugna entre conservadores y liberales; ¿Te dio miedo la sangre? (1977) se sitúa en Managua, en los años 50 del siglo XX para tramar una historia centrada en la conspiración contra la dictadura somocista; la tercera década del mismo siglo es el marco de Castigo divino (1983), «novela sobre la Revolución... escrita desde la revolución» (Acevedo 1991, 164), donde Sergio Ramírez explora desde los inicios de los Somoza en el poder hasta la revolución sandinista; Un baile de máscaras (1995) ficcionaliza el origen de la dinastía de Somoza así como los relieves más cruentos y temibles del dictador, figura a la que retorna en Margarita, está linda la mar (1998) y Sombras nada más (2002), en un caso convirtiéndolo en eje de una conspiración para darle muerte, en otro a partir de la narración de los estertores del somocismo. El cielo llora por mí se emplaza en el presente y su eje es el rol de puente entre Colombia y México que desempeña Nicaragua en los circuitos del narcotráfico latinoamericano.

 

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La secuencia de capítulos en los que Ramírez se convierte en personaje se organiza en torno de episodios sucedidos en sus viajes a Europa entre 1987 y 1997: lapso que comprende su participación en la vida política de Nicaragua -en calidad de vicepresidente- hasta pasado el tiempo de su alejamiento de las filas del sandinismo. En la época en que su país estaba «en guerra mientras el mundo soviético empezaba a deshacerse como un decorado de bambalinas comidas por la polilla» (I, 28), llega a su primer destino con el fin de conseguir aliados para detener la ofensiva de los contrarrevolucionarios financiados por el gobierno de los Estados Unidos. En el período 1990-1994, el escritor se desempeña como diputado y jefe de la bancada sandinista en la Asamblea de Diputados. En Adiós, muchachos. Una memoria de la revolución sandinista (1999), narra su experiencia política y las acciones que alejaron al FSLN de sus genuinas raíces y su propio alejamiento del partido. En la novela, no se detiene en los resultados obtenidos en sus gestiones oficiales. Durante la época ficcionalizada, la guerra en Centroamérica, y de modo agravado en Nicaragua, era una constante que atentaba o dificultaba la solidaridad internacional. El endurecimiento de la política de Reagan, encaminada hacia la profundización del desgaste de la economía nicaragüense y el caos para derrocar el gobierno sandinista, así como el apoyo militar, propagandístico, económico o logístico de otros países, incluso latinoamericanos aliados con ella, obraban en contra de la consecución de ayuda externa. Por otra parte, algunos países de Europa del Este estaban ocupados en resolver las pronunciadas crisis sociales y económicas por las que atravesaban y avanzar en procesos de reestructuración, de transición hacia cauces democráticos (URSS, Polonia).

 

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Francisco Castellón Sanabria fue proclamado Supremo Director de Nicaragua en León (1854-1856), después de haber dirigido un movimiento revolucionario del partido liberal o democrático contra el gobierno de Fruto Chamorro Pérez con sede en Granada.

 

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Tal vez, una excepción: en el «Epílogo», el recuerdo de la noche de Navidad de 1913 compartida con Darío, imprime matices afectivos sobre el país de origen compartido: «...me invitó a aspirar el perfume de la madera porque era el perfume de nuestra infancia en Nicaragua...» (344).

 

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El diálogo entre Ramírez y Rubén trae en resonancia la formación del fotógrafo en el espiritismo y la posibilidad de su incidencia en la escritura de las memorias. El perseguidor reenvía a Isis sin velo de Blavatski con el propósito de saber qué método usó el nieto para continuar el texto de Castellón. Sin develarlo, Rubén deja entrever la inspiración recibida de un más allá: «Son entonces unas memorias de ultratumba -digo. / -Pero muy fieles -dice» (XI, 339).

 

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La foto fue tomada en las proximidades del volcán Casitas (occidente de Nicaragua), luego de que el huracán Mitch devastara el país en 1999. Registra, tendido en el lodo, el cadáver de un niño desnudo, acechado por un cerdo.