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Informe sobre la obra manuscrita titulada Apuntes Históricos de la Artillería Española en los siglos XIV y XV

José Gómez de Arteche





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Por el Excmo. Sr. Presidente de la Junta superior consultiva de Guerra y en virtud de la autorización que le concede el reglamento por que se rige aquel instituto militar, ha sido remitida á nuestra Real Academia en solicitud de informe, una obra manuscrita que lleva por título Apuntes históricos de la artillería española en los siglos XIV y XV, producción del capitán de ese arma D. José Arántegui y Sanz.

La circunstancia de haber tenido yo la honra de servir en tan distinguido cuerpo, será probablemente motivo para que nuestro digno director me haya encargado de una ponencia, si muy de mi agrado, superior en cambio á las fuerzas con que cuento para desempeñarla, siendo el trabajo del Sr. Arántegui de los que mayores dificultades ofrecen, aun cuando las haya él arrostrado con el estudio y perseverancia verdaderamente admirables que podrá muy luego observar la Academia. Sacar á la luz rutilante de la historia los orígenes de la pólvora, escondidos en las más densas tinieblas y entre mil y mil tradiciones, absurdas unas, más ó menos verosímiles otras, pero todas hasta ahora envueltas en consejas y fábulas y en juicios la mayor parte de las veces temerarios, así como señalarnos con visos de acierto los del arma terrible que, desde su misteriosa aparición y día por día, ha llegado á conquistar el rango importantísimo que hoy ocupa en la organización y servicio de los ejércitos, es realmente pensamiento atrevido y empresa de ánimos muy levantados de talentos que cabe á muy pocos ostentar.

Y no es que el capitán Arántegui se presente como el solo ni el primero de los que, á fuerza de investigaciones y de cálculos, han ido iluminando el oscuro y tortuoso camino por donde se va á la verdad en asunto, como este, arduo y complexo; que son muchos   —159→   y ya antiguos, de escritores de ingenio agudísimo y vasta instrucción, de paciencia y perseverancia templadas en ese género de áridos estudios, los libros destinados á esclarecer las fuentes de dos elementos tan esenciales para la guerra, agentes de la mayor eficacia y complementándose mutuamente para su más aterradora acción. Nadie mejor que esta Academia conoce el largo catálogo de los autores de obras referentes al arma de artillería, pues que publicó el de nuestro ilustre historiador y bibliófilo don Vicente de los Ríos, que tantos tesoros de ciencia militar supo descubrir y sacar del polvo de los archivos y bibliotecas. Pero de entonces á acá los estudios históricos de un lado y los de las ciencias naturales y matemáticas por otro, ¿qué de investigaciones afortunadas no han hecho? ¿qué de conjeturas y de cálculos no han producido para el esclarecimiento y la resolución de los problemas más difíciles? Hace muy cerca de trescientos años decía el eminente artillero Luís Collado en demostración de que hay secretos que sólo es dado al Omnipotente penetrar: «Oculta es por cierto la maravillosa propiedad de la calamita que es atraer assi el hierro y mucho más lo es el saber la causa porque con tanto respeto mire siempre hacia el norte ó trasmontana. Oculta es asimismo la causa del fluxo y refluxo de los mares, y porque los unos sí, y los otros no demuestran sus crecientes. No menos oculta es la propiedad de el salitre y la causa porque siendo tan humido y frio, lo veamos tan activo en arder y abraçar el fuego, siendo su enemigo tan contrario.» Pues bien, desde Collado á D. Vicente de los Ríos había desaparecido tanta ignorancia de los humanos conocimientos; y desde D. Vicente de los Ríos á D. Ramón de Salas, el célebre artillero, maestro y jefe mío, la historia del arma, alma de la Poliorcética y sin la cual no hay ya batallas posibles, abrió al investigador horizontes, antes puede decirse que inexplorados y oscuros.

Y la prueba nos la da elocuentísima el capitán Sr. Arántegui en su interesante manuscrito.

D. Ramón Salas, después de examinar los originales de los escritos citados por Ríos, Morla, Rovira y varios otros, también, de artilleros más ó menos insignes, todos, sin embargo, eruditos, por no satisfacerse con citas de citas, como dice en su Memorial   —160→   histórico, sacaba estas conclusiones como resumen de sus largos y concienzudos estudios: «1.º Que la invención de la pólvora se ignora de quien sea. 2.º Que su aplicación al uso de la artillería tiene su origen conocido entre los árabes. 3.º Que estos la dieron á conocer á los moros africanos, quienes la comunicaron después á los españoles. 4.º Y que en España se usó ya desde 1118, cuando lo más antiguo que se encuentra en las demás no alcanza más que hasta 1338.»

No va mucho más allá en las suyas el Sr. Arántegui, que no es fácil romper con asertos concluyentes la vaguedad de proposiciones como las tres primeras, estando conforme en el fondo de ellas. Pero respecto á la cuarta, esencialísima para la historia por contener fechas que, de confirmarse plenamente, cerrarían toda polémica, así sobre el uso de la pólvora en España como sobre el poderoso instrumento de que es su más eficaz agente; el Sr. Arántegui no solo rechaza las opiniones del general Salas, sino que demuestra con argumentos irrebatibles su deleznable fundamento y ninguna solidez.

En el primer tercio del presente siglo, cuando nosotros, señores académicos, empezábamos el estudio de nuestras respectivas profesiones, cuyo prolegómeno en todas puede decirse, forma la historia de cada una de ellas, y por eso es ciencia fundamental en la sabiduría humana, las fuentes de donde habrían de sacarse los conocimientos necesarios y las aspiraciones del ingenio para aprovecharlos, no se habían explotado con el acierto que cincuenta años después. Y así vemos extenderse esos conocimientos relacionándose entre sí hasta formar cuerpos de doctrina que ha sido necesario aislar, más tarde, dentro de los límites en que, excepción hecha de rarísimas facultades, se halla encerrado y contenido el entendimiento del hombre. Las crónicas no son ya más que datos, si más autorizados que los de la tradición, que exigen, sin embargo, un examen á que no se las solía sujetar antes; la historia no se satisface ya con las seguridades que dan; las desnuda, las estudia recelosamente, las analiza y las interpreta con los instrumentos que cada día va poniendo la ciencia á nuestra disposición, si la profesamos con tanta asiduidad como entusiasmo.

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Para el caso presente, las fuentes arábigas son las que han de dar caudal más abundante, pues que en el país donde manan tuvo su orígen la pólvora, y en él lo tuvo también la artillería, su consecuencia inmediata, compañera inseparable suya en el camino, por cinco siglos cubiertos de sangre y desolación, que vienen recorriendo. Que así va la Divina Providencia acoplando unos con otros los más importantes descubrimientos que concede á la inteligencia y al estudio, la electricidad al telégrafo, y el vapor y el telégrafo al ferrocarril, para que produzcan los efectos y resultados á que los destina en mejoramiento de la civilización y del bienestar de la humanidad, su hechura predilecta. Para el general Salas como para los historiadores Durhan y Romey, Casiri y Conde eran como oráculos infalibles, en la interpretación de los códices por ellos registrados y traducidos, y dice de la obra del segundo de esos orientalistas que es la más clásica y exacta de cuantas sobre la materia se han publicado, muy superior á la de M. Cardonne por saber Conde mejor el árabe y haber tenido á la mano muchos más originales. Pues bien, para el Sr. Arántegui la obra de Conde ha gozado de inmerecido crédito y apoyándose en la opinión, para él y para todos respetable del Sr. Gayangos, nuestro ilustre colega, la cree plagada de inexactitudes y necesitada de muchas y trascendentales rectificaciones. Y efectivamente, al dejar sin correctivo las interpretaciones dadas á los textos comprendidos en la Historia de la dominación de los árabes en España, se chocaría en el estudio de la Artillería con obstáculos semejantes á los que han tenido que superar en el de la Historia el Sr. Gayangos, Dozy y varios de nuestros más distinguidos orientalistas. Dice Dozy en sus Investigaciones sobre la historia política y literaria de España: Conde ha trabajado sobre documentos árabes sin conocer del idioma mucho más que los caracteres con que se escribe, pero supliendo con una imaginación en extremo fértil la falta de los conocimientos más elementales; y, con una impudencia sin igual, ha forjado fechas á centenares é inventado hechos á miles con la pretensión siempre de haber traducido fielmente los textos árabes.»

Agria es la censura; pero, aun considerándola como tal y hasta excesivamente sangrienta, hay que convenir en que sería hoy   —162→   día temerario el atemperarse sin pruebas fehacientes, á los datos y opiniones de Conde, y á las noticias de Casiri, de quien dice también el orientalista de Leiden que dejaban mucho que desear en cuanto á su exactitud. Pero si el capitán Arántegui encontraría en esa parte de sus investigaciones un gran vacío, procura llenarlo con el caudal inmenso de datos no explotados hasta ahora en el punto de que trata, extraidos por él de antiguos códices nacionales y extranjeros, libros raros, historias no bastante estudiadas y relaciones ocultas en los archivos y cancillerías de los diferentes reinos que hoy constituyen la monarquía española. Aturde realmente tan vasta erudición aun cuando solo se refiera á un punto concreto del saber humano, punto casi imperceptible en la extensión incomensurable de conocimientos entregados á la actividad de nuestra inteligencia, pero que da la medida de lo que puede alcanzar un carácter, perseverante en los empeños que toma á su cargo.

Y entro en materia; esto es, en el examen detallado del manuscrito del Sr. Arántegui.

Al tratar del origen de la artillería es de rigor el dar á conocer el de la pólvora llevado por unos á las remotísimas edades de la civilización indo-china ó del sitio de Siracusa, y traido por otros á las relativamente modernas de los siglos XIII y XIV. No es de extrañar, ciertamente, que hubiera quien creyese que á la invención de agente tan activo sucedería de muy cerca la de su aplicación más eficaz, ni quien, por contradecir opinión tan lisonjera para los coetáneos, la quisiera atribuir á los indios, ó á los chinos, á Alejandro ó Arquímedes, á cualquiera que no fuese Bacon ni Schwartz. Y sin embargo, ni aquellos ni estos son, según el Sr. Arántegui, los que dieron á conocer la pólvora en el Occidente del mundo, seno ya entonces predilecto de la civilización, de las artes y las ciencias. Para el erudito capitán de artillería los inventores de la pólvora son los árabes orientales que la hicieron conocer á los africanos quienes á su vez fueron los primeros en hacer sentir los efectos de su enérgica actividad á los españoles empeñados en la grande obra de la Reconquista cristiana.

Pero el Sr. Arántegui procede para sus observaciones en sentido   —163→   inverso al que para otros sería el más lógico. Se ha propuesto demostrar el uso de la pólvora y su antigüedad por la antigüedad de la artillería, suponiendo inmediata su aplicación: de manera que, para explicar el agente, se vale del efecto; para conocer la pólvora, necesita ver el cañón y sentir su ruido y sus estragos. Así, á la discusión sobre las primeras noticias que existen de la pólvora, hace seguir en el cap. II de la primera parte de su obra la del concepto de la artillería, para en el III indicar las probabilidades, la seguridad en lo posible, de tener aquel mixto su origen, como ya he dicho, en Siria ó Egipto, revelado en España por los moros del otro lado del Estrecho gaditano. Después de hacer notar lo absurdo del uso de la artillería para la reconquista de Zaragoza por el Batallador en 1118; de negar la asistencia de tal arma al sitio de Niebla en 1257, al de Murcia en 1266, al de Albarracín en 1284 y al de Almería, por último, en 1309; apoyándose en el Libro de los Engennos, de D. Juan Manuel, cuya existencia certifica Argote de Molina, y el de los Estados, del mismo autor, algunos de cuyos capítulos cita, libros escritos hacia 1334, según nuestro malogrado compañero señor Amador de los Ríos; y conformándose con los asertos de Zurita en sus Anales de Aragón, fija la fecha de 1331 como la en que sonó por primera vez en España la artillería mora, llevada por el Rey de Granada, Mohamed IV, á las fronteras de Alicante y Orihuela. Como observará la Academia, es una prueba por eliminación la que nos presenta el Sr. Arántegui, de fácil procedimiento ante el cúmulo de datos contenidos en los libros de Salas, de Clonard, Almirante y Carrasco que le han precedido de cerca en el estudio de asunto tan oscuro; fácil, repito, cuando se posee un arsenal como el adquirido por el joven artillero en Simancas, en el archivo de Aragón, en tanto y tanto códice y libro como se ve que ha examinado. Estábale trazado el camino y con singular acierto por el general Almirante; y solo la fecha anteriormente fijada, la de 1331, no tomada en cuenta en su admirable Diccionario Militar, marca la divergencia de los dos historiadores, porque en la de 1342 ó 1344 todos están de acuerdo. El sitio de Algeciras, no las Algeciras, que dice Arántegui, es el punto de partida para el conocimiento de la artillería en España entre cuantos   —164→   se han dedicado últimamente al estudio de esta arma, porque la invasión de los granadinos en Alicante y Murcia, provistos ya de máquinas que lanzaban pelotas de hierro, según Zurita, no pasaba hasta ahora, en cuanto á su armamento, de la categoría de las tan frecuentes y hasta ordinarias en aquellos tiempos.

El capitán Arántegui tiene mucha fe en el viejo cronista del Emperador y de su hijo Felipe II, y no intento yo arrebatársela, aun cuando no son pocos los que me ayudarían en esa obra de demolición; pero ¿dónde halló Zurita esa noticia de la primitiva artillería que con tanta seguridad nos trasmite y á que tanta autoridad concede el Sr. Arántegui? La cita es exacta, como era de suponer, pero también lo es que, al enumerar el ejército granadino de la campaña de 1332 dirigida contra Elche, ejército más considerable y descrito con más pormenores que el de la anterior, no hace mención alguna de la artillería que pudiera acompañarle.

De todas maneras, y una década antes ó después, ya tenemos artillería en España, y con ella se pone de manifiesto y se demuestra el uso de la pólvora, antes, por supuesto, de que el fraile Schwartz pudiera haberla inventado. Caen, de consiguiente, por tierra las vanidades europeas de tan feliz hallazgo, que, aun cuando ignorado hasta sentir sus efectos destructores, aparece, de todos modos, entre nosotros los españoles, más en contacto por entonces que los demás con los moros, con quienes llevábamos seis siglos de constante pelear, sin dar paz á las manos ni distracción al ingenio en busca de recursos con que vencer su valentía y sus talentos y cultura.

A esa discusión sucede otra, tan detenida y erudita como todas las del libro que estoy examinando, sobre la primacía disputada por un gran número de las naciones de Europa en el uso de la artillería, discusión en que el Sr. Arántegui, negándosela á todas, termina sus razonamientos en el siguiente: «Resumiendo todo lo aquí expuesto, se deduce que los árabes fueron los inventores de la pólvora y de su aplicación á la artillería; que para nosotros el origen es sirio ó egipcio, que de estos pasó á los españoles por el intermedio de los africanos ó, mejor dicho, de los Reyes de Fez; que en el sitio de Algeciras debió ser vista por la   —165→   multitud de caballeros extranjeros que asistían á él con el ejército castellano, los cuales, de regreso á su país, darían á conocer la nueva arma, y que, por último, la artillería se empleó primero para el ataque y después para la defensa de las fortalezas.»

Porque también es objeto de discusión en el libro del Sr. Arántegui la prioridad ó posterioridad del arma manuable ó portátil, como ahora se dice, á la de plaza ó posición, la del arcabuz á la de la bombarda, en una palabra, la del medfaa, mudfi, según el Sr. Gayangos que le da una significación (el que expele ó arroja el trueno) más general que el Sr. Arántegui que la reduce á instrumento de cortas proporciones, á la del cañón y el mortero.

Dividida España en varios reinos, alguno de ellos habría de ser el primero en usar la artillería; y aun cuando lo probable es que fuera el de Castilla, ya que fué el primero también en sentir los efectos de tal arma, el Sr. Arántegui, después de un estudio detenido, no se atreve á señalar ninguno, limitándose á decir que todos la debieron usar en la segunda mitad del siglo XIV.

Sigue luego el Sr. Arántegui á tratar de la etimología de las voces artillería, bombarda, lombarda y cañón, aun cuando con la duda, harto fundada, de que sea ese el sitio de su obra donde deba colocar un estudio que, con efecto, parece debería ocupar alguno de los primeros. La materia que ha tomado por tema de sus trabajos es complicada, y es difícil también el observar orden para su más clara exposición; pero creo yo que el Sr. Arántegui ha podido seguir otro, con que se hubiera ahorrado algunas repeticiones y habría puesto mejor de relieve sus condiciones de historiador, á quien no arredran lo árido del asunto, lo intrincado de los textos, lo laberíntico de noticias, citas y reflexiones, abundantes siempre, pero, por lo mismo, contradictorias y confusas en esta clase de trabajos. Y tanto es así, que tampoco ha sido el Sr. Arántegui lo feliz que era de esperar de las vigilias que supone su concienzuda labor, dejando sin resolución el arduo, aunque estéril, problema de la antigüedad y prelación de esa parte de la nomenclatura artillera.

Y como el Sr. Arántegui llega, al cerrar esa discusión, á lo que él llama el principio del fin que se ha propuesto, que es la historia de la artillería española en los siglos XIV y XV, tengo que   —166→   detenerme un momento, ya que no para tomar respiro, puesto que ninguna fatiga produce la obra, sino que, por el contrario, distrae y deleita, para ofrecer á la Academia algunas observaciones que provoca lo anteriormente escrito por tan distinguido oficial de nuestro Ejército.

He de decirlo con toda ingenuidad: he ganado mucho en erudición con la exhibida por el Sr. Arántegui en su excelente libro; las crónicas más autorizadas, códices escondidos hasta ahora en los archivos ó en la memoria de los que manejan libros, donde no eran de esperar acaso noticias de este ramo de las ciencias; cuanto parece haberse escrito sobre la importantísima de la artillería, ha sido explotado por el Sr. Arántegui, y repito que aturde tan vasta erudición como posee. Pero también he de decir que el resultado no corresponde á la ímproba tarea que tanto estudio presupone; y es que hay puntos históricos y temas científicos que por su índole, procedencia ú origen se resisten á todo examen y á toda investigación. Yo ya sé que el descubrimiento de un códice arábigo, por ejemplo, podría dar la luz que se desea en el estudio de los orígenes de la pólvora, y entonces acabaría toda discusión sobre ellos.

Pero no ha aparecido ese códice, y continuarán las divagaciones sobre el concepto y la interpretación de los ya conocidos, sus deficiencias y oscuridades.

Así es que, á pesar de los concienzudos estudios del Sr. Anrántegui, el origen de la pólvora sigue siendo un misterio, y el de la artillería ha ganado tan solo, y esto en su opinión, nueve ú once años de antigüedad, pero sin poner á descubierto un nombre propio, como de su inventor, ni fecha fija de descubrimiento para su uso en la guerra. Y para adelantar ese plazo hay que dar fe á una carta, la de los defensores de Alicante á Alfonso IV de Aragón en 1333, de todos conocida pero no tomada en consideración, y recurrir á un cálculo de probabilidades, el de que si los invasores de Murcia eran tan benimerines como los de Algeciras, lo probable es que ya usaran de iguales armas, valiéndose del más ó menos reciente descubrimiento, que sería una casualidad se hubiese verificado en el intervalo de aquellas dos fechas de 1331 á 1342 ó 44. Es muy laudable la ímproba tarea que ha   —167→   tomado á su cargo mi erudito compañero de armas, y la ha ejecutado con un entusiasmo digno de toda admiración y con cuanta fortuna cabe en el examen de los documentos hoy existentes y conocidos. Si no ha conseguido más; si no ha visto coronados sus esfuerzos con un éxito completo, cual sería el de darnos á conocer con toda evidencia el nombre y la patria de los inventores de la pólvora y la artillería, cúlpese á la carencia de datos, á la oscuridad que rodea las fuentes de donde habría de arrancar esos que ahora son arcanos inescrutables, no á su negligencia y á su talento.

Otra cosa es en los capítulos sucesivos donde la erudición del Sr. Arántegui halla campo en que cosechar fruto abundante, referentes á la historia del arma en que tan aprovechadamente sirve. La admiración misma producida por la presencia de la artillería en los sitios, primero, de los castillos y plazas fuertes, y después en las batallas campales, arrastra á los cronistas y comentadores de los sucesos posteriores al de su descubrimiento á dar cuenta de los efectos que causa y de los resultados que consigue un artificio que día por día va adquiriendo mejoramientos notables, traducidos en estragos, asombro y terror por los que, víctimas de sus efectos, han forzosamente de sentirlos y deplorarlos. Y según esos efectos son más sensibles ó es mayor la ignorancia en los sorprendidos por ellos, así al reconocerlos los consignan con más ó menos detalles, pero siempre con noticias nuevas que ponen de manifiesto los adelantamientos que alcanza la causa, el agente que los produce.

El Sr. Arántegui, para ser lógico en la exposición de sus ideas vuelve á desarrollarlas en el mismo orden que se impuso para examinar el del tiempo en que cada uno de los reinos cristianos de la Península hubo de conocer la artillería y ponerla en uso; siguiendo, así, el que prescribe la ciencia histórica, observado por los que le han precedido en su dificilísima labor, el general Almirante, sobre todos, cuya obra es un modelo acabado en ese género de estudios, tan profunda como original. La del Sr. Arántegui, como monografía que es, reducida al examen de una época y no extensa, á un objeto ni de larga fecha ni de proporciones extraordinarias, ofrece campo más extenso á las exploraciones de   —168→   su autor y este puede ejercitarlas anchamente. Así se ve cómo al consignarlas en el capítulo dedicado al antiguo reino de Castilla, va ensanchando el círculo de ellas y va al mismo tiempo recogiendo cuantas noticias existen hasta el reinado de D. Juan II. Por ellas se comprende el abandono, ya que no el olvido en que se dejó un descubrimiento que tanta admiración había producido en Algeciras años antes, aun cuando se crea vislumbrar antes y reaparecer después el arma manuable que muy luego había de transformarse en espingarda, arcabuz, escopeta, mosquete y en fusil por último, de tantos y tan diversos sistemas como los con que hoy está armado el soldado de infantería.

Y vuelve el Sr. Arántegui á Aragón y luego, siempre en capítulo aparte, á Navarra, haciendo notar los adelantamientos que habrían naturalmente de suceder con rapidez en aquella antigua corona, compuesta ya de provincias, algunas de las que, como de Ultramar, podríamos decir exigían esfuerzos grandes en hombres y material de guerra para mantener su unión con la metrópoli. Los combates navales toman ya carácter distinto; y los reñidos en los mares de Italia, lo mismo que los de los castellanos contra ingleses y franceses en el Océano, ostentan el efecto y los resultados de la nueva arma; y tal extensión toma en esa parte, que los buques mercantes dedicados al tráfico en las costas de Oriente salen de los puertos catalanes armados de artillería para no ser presa de sicilianos, genoveses, y venecianos; artillería que sacaban como alquilada en el gran depósito de bombardas, en el llamado Almacén del Genoval de Barcelona.

Al mismo tiempo toman incremento, cada día mayor, las armas portátiles que, al revés que la artillería gruesa que se va trasmitiendo de España al extranjero, vienen á nuestra patria como novedad por el camino de Italia, pero con resultado tan satisfactorio que muy pronto se hace motivo para el establecimiento de uno como Tiro nacional, con sus premios correspondientes á los tiradores más diestros y el castigo merecido á los que presentaran sus armas en mal estado en las revistas semestrales del Veguer al comenzar la era feliz de la supremacía de los peones sobre los hombres de armas, vencidos por la eficacia de la pólvora, el elemento igualador que hacía la desesperación del caballero Bayard;   —169→   objeto de la terrible diatriba puesta por Cervántes en boca del sin par D. Quijote de la Mancha.

Entonces comienzan también á figurar en los teatros de la guerra los cañones de fundición en metal, más ó menos parecido, en las proporciones de sus componentes, al bronce, arte, según no pocos enseñado en Venecia el año de 1378 por el fraile Schwartz, á quien le atribuyen el invento, ya que no puedan justificar aquel otro de la pólvora, usada por los árabes mucho antes.

Y en Aragón, esa parte de nuestra patria á la que parece mostrar el Sr. Arántegui alguna preferencia, es donde, bien por su importancia, bien por haber explotado mejor sus ricos y bien ordenados archivos, se detiene para revelar y aun especificar los adelantamientos verificados en la artillería durante el siglo XIV; así como, al referirse á Navarra y escudriñando con el mayor esmero el archivo de Comptos, encuentra documentos curiosísimos para poner de relieve la importancia que allí se daba á la artillería con que se fueron sucesivamente guarneciendo los castillos y ciudades más notables.

Si en la menor edad de D. Juan II se ve tomar á la artillería un gran impulso, es porque el Infante D. Fernando comprende el fruto que de ella puede sacar en su proyectada expedición á Andalucía. Al emprenderla, solicita más de 100 piezas de las Cortes con todos sus pertrechos y arrastres; y si se satisface con poco más de 20, es por la confianza que le inspira la nueva organización que ha dado á su ejército, con formas y cargos desconocidos desde los tiempos de la milicia romana; pero, aun así, hace ver en los sitios de Setenil y de Antequera que tal renombre habrían de darle, la justicia con que daba la importancia que los demás negaban todavía á aquella arma. Más tarde en Aragón, aclamado rey por la junta magna de Caspe, el de Antequera pudo realizar mejor sus aspiraciones; y vióse el campo de Balaguer cubierto por el ejército sitiador con un gran parque en que no solo se atendía al servicio del sitio, sino á la fundición de piezas y á la de los proyectiles para las diversas allí usadas, bombardas, ribadoquines y falconetes.

Y al relatar aquella empresa es donde deja el Sr. Arántegui traslucir su parcialidad por Aragón que ya se había observado   —170→   en los primeros capítulos, nada de extrañar por haber visto la primera luz en aquel reino. Será verdad que la artillería obtuviera allí progresos más rápidos que en Castilla, pero deja ver su predilección y su afecto filial á Aragón en el paralelo que nos presenta del estado de la artillería en los dos reinos al comenzar el siglo XV.

Hasta aquí, sin embargo, la marcha del arma desde su aparición en la Península, lenta como es de presumir, así en nuestros estados cristianos como en los del resto de Europa; que en el capítulo siguiente el Sr. Arántegui nos presenta el «Resumen histórico» respecto á la misma en el resto de aquella centuria gloriosa, cuando ya se hizo su presencia indispensable, lo mismo en los campos de batalla que para el ataque y defensa de las plazas de guerra. La tarea, si laboriosa siempre, se hace más fácil; según avanza el tiempo, abundan más y más los datos que la hacen también amena; y la pluma como el pensamiento corren por el espacio que encuentran despejado y limpio. ¿Cómo no deleitarse reseñando aquella época de esplendor para la patria en que se consuma la obra, que parecía interminable, de la reconquista con la ruina del imperio granadino, se inicia la de la unidad nacional y se llevan nuestras victoriosas armas á Italia y la cruz y la civilización á mundos hasta entonces desconocidos? Y el Sr. Arántegui, con efecto, quitando á su libro el carácter de polémica que le había dado al principio, describe la guerra de Granada muy brevemente en cuanto á su marcha y sucesos generales, pero con cuantos detalles se hacen necesarios para su objeto en lo que se refiere á los servicios de la artillería en ella. Así no hay empresa ni sitio en que deje de aparecer la usada en cada función de guerra, que provoquen, comprendiéndose en su estudio los trenes, su composición, su uso y aprovechamiento, con lo que se va observando el progreso sucesivo del arma en cantidad y calidad hasta constituir la principal fuerza en una lucha en que la poliorcética representaba el primer papel, no osando los moros, sino en rarísima ocasión, medir sus armas en campo abierto con los cristianos.

La relación histórica resulta, así, del mayor interés y de una congruencia constante en el fin que se ha propuesto el Sr. Arántegui   —171→   que, á su conciencia de historiador, pues para él no pasa desatendido documento alguno existente, impreso ó manuscrito, reune un criterio muy elevado y el estilo sencillo y grave y, por tanto, elegante, que caracteriza los escritos de esa misma índole.

De muy distinta el historial de la segunda parte, concretada al estudio del material de artillería, la pólvora, las piezas y sus montajes, el libro vuelve á hacerse de disquisición científica, con lo que si gana para el oficial facultativo, deseoso de conocer el punto de partida de una ciencia y de un oficio, cuya práctica constituye su principal obligación y su mayor orgullo, pierde para el curioso, prendado de las emociones que produce el recuerdo de los grandes hechos de nuestros antepasados, perdurablemente gloriosos. Vuelven á ser discutidos el origen de la pólvora, su composición y su uso; y al señalarlos de nuevo, se discute también la autoridad de los manuscritos existentes en las bibliotecas de Leyden, San Petersburgo y el Escorial, referentes á esa poderosa y admirable mezcla ígnea. Yo conocía el del Escorial, como que fuí quien dió noticia de él en 1845 al Museo de Artillería con copia de varios aparatos artilleros en él dibujados y que después trasladó á su obra de la Historia orgánica de las armas de Infantería y Caballería el antiguo general y académico, Sr. Conde de Clonard. Por lo que yo recuerdo, ese códice, si es el mismo citado por los Sres. Oliver y Arántegui es latino y así lo hará presumir el cálculo de su antigüedad y de la materia á que se refiere.

El que yo vi en el Escorial era un tratado de Tormentaria, ilustrado con la descripción gráfica de antiguos ingenios, artefactos de fuego griego y algunas máquinas, las primeras de la artillería, todas señaladas, pero muy lacónicamente, en rótulos escritos en lo alto ó á los costados de cada página. He tratado de verlo de nuevo con esta ocasión para consultar con algunos señores Académicos las probabilidades que tenga de haber sido escrito por el Marqués de Villena, según supone el conde de Clonard; pero la circunstancia de estarse haciendo la entrega de la biblioteca á la comunidad religiosa encargada de la conservación del monasterio del Escorial, me lo ha impedido.

De ese manuscrito como de los otros dos citados al mismo tiempo,   —172→   saca el Sr. Arántegui varias recetas, las analiza y discute, estableciendo por las proporciones señaladas el progreso de tan patente mezcla hasta obtener la energía ya reconocida al terminar con el siglo XV el período que se ha propuesto historiar.

Y otro tanto hace relativamente al describir las primeras piezas de artillería y al ir iniciando á sus lectores en el conocimiento de la marcha seguida hasta obtener con los cambios de sistemas de carga, de proyectiles, de montajes y de construcción las grandes, sólidas y eficaces que lo mismo ejercían su acción contra las murallas de las fortalezas que, aligeradas luego, contra las masas de los combatientes y sus reparos en los campos de batalla.

A ese segundo capítulo sirven de ilustración las quince láminas que acompañan al libro del Sr. Arántegui, láminas en su mayor parte dibujadas por los ejemplares notabilísimos de piezas de artillería existentes en el Museo del arma en esta corte. Yo he asistido á la recepción de varias de esas piezas en aquel establecimiento, y así como con harto fundamento niega el Sr. Arántegui la fecha de 1118 señalada al uso más notable de una, podría yo dudar del origen y de la historia de otras; el autor del libro que examino por no existir entonces la artillería, yo por la poca escrupulosidad que debió observarse al confeccionar el índice ó catálogo que las daba á conocer al público. Con decir que en ese catálogo se fijan á varios de tan magníficos ejemplares fechas anteriores á la de la aparición de la artillería en España, se comprenderá no ser inmotivado ese juicio, conforme en un todo con el del Sr. Arántegui cuando dice debiera establecerse una nueva clasificación de los ejemplares que cuenta nuestro Museo.

En cambio la clasificación presentada en el libro cuyo examen hace hoy esta Real Academia, es tan razonable como científica, tan motivada como metódica. La diversidad de las piezas que examina, sus distintos calibres y montajes, la manera de sus arrastres y maniobras, la de sus destinos y uso, todo se ve estudiado y discutido con un conocimiento completo y con criterio elevado y justo. El capítulo II de la segunda parte, el á que me estoy refiriendo, es de un mérito sobresaliente.

Un lunar aparece, sin embargo, en la estructura de esa segunda   —173→   parte de la obra, y es el de la repetición de noticias y aun de ideas anteriormente enunciadas, y que no ha podido evitar Sr. Arántegui desde el momento en que fijó el orden á que habría de subordinarse su escrito.

Yo creo que el Sr. Arántegui debió imponerse otro un poco distinto, desde la exposición, sobre todo, ó prólogo de su obra, col, lo que se habrían evitado muchas repeticiones que en ella se observan. Esa exposición debería, en mi sentir, poner de relieve el concepto de la artillería, su esencia, y su acción é influjo en las operaciones de la guerra; en una palabra, el papel que ha representado y ha de representar en la organización y la disciplina de los ejércitos. A eso seguiría el origen de la pólvora, con el análisis de sus componentes y el estudio de las proporciones que se les ha ido dando para su mayor energía, y así se podría entrar de lleno en su aplicación para la artillería, con el origen también de esta nueva arma, sus condiciones de construcción, sus montajes y demás artículos de su material suplementario; el efecto por fin, producido en el momento de su aparición ante el mundo civilizado sin antecedente alguno histórico. Después vendría la historia general del arma en la guerra, la extensión de su conocimiento á otras partes y la de sus progresos en todas, durante los dos siglos á que ha reducido el autor sus investigaciones. Y por remate de su trabajo podrían exponerse las consideraciones que sugiriera esa misma historia, para, por ellas, dejar traslucir el futuro de la artillería con lo que se daría una idea siquier aproximada, de la importancia actual del agente más eficaz en lo que antes se decía y aún puede decirse que es la última razón de los reyes y los pueblos para el mantenimiento de su dignidad y su independencia.

¿Cómo dudar del brillante papel que está llamada á representar la artillería al ver los progresos que hace su material en sus alcances y efectos? Si Napoleón con aquel espíritu esencialmente oriental que era su mayor estímulo, su aguijón más agudo para las portentosas empresas que llevó á cabo significaba la eficacia de la artillería con hacer pasto de ella las masas, en su tiempo numerosísimas, de la infantería, á la que metafóricamente llamaba carne de cañón, ¿qué no será cuando, antes de ser vista,   —174→   hace sentir sus estragos en las filas del ejército y en los baluartes de las fortalezas? Y así se ven cambiar los sistemas militares, lo mismo los tácticos que los polémicos, ensanchando la esfera de su acción en las operaciones de la guerra, aclarando las líneas y extendiendo, puede decirse que indefinidamente, los abrigos de las grandes poblaciones ó de los puntos estratégicos para mejor preservarlos de la acción del enemigo.

De ese modo resultaría el libro como una introducción á la grande obra de la historia general de la artillería hasta nuestros tiempos, historia que si no el Sr. Arántegui, que parece llamado á escribirla, y para ello le sobran dotes, podría otro emprender, valido del ejemplo de tan distinguido oficial, que da con su libro la norma y abre el camino para la ejecución de tan loable como útil, en mi sentir, y fecundo pensamiento.

Comprendo que el Sr. Arántegui no ha de atemperarse al mío; que no es fácil dar nueva forma á su obra ni lo creerá él así conveniente dentro de su plan y miras ulteriores; pero, sin aconsejarle yo tampoco que lo haga, tratándose de un trabajo tan detenido y pensado, expongo mi manera de ver la estructura del que ya estoy examinando, y la expongo sin idea alguna de crítica y menos de corrección. Creo, sin embargo, que se evitaría así ese que, sin poderse llamar desorden, es motivo de alguna confusión en la obra del Sr. Arántegui, tan digna, de todos modos, del aprecio y hasta de la admiración, según ya he dicho, de cuantos nos hemos dedicado al estudio y al ejercicio de las armas.

Desearía poder resumir en muy pocas frases el concepto que he llegado á formar del libro del Sr. Arántegui, así para evitar á la Academia la fatiga que necesariamente ha de producirle la audición de un informe ya tan largo, como para, condensándolo en cuanto me sea dable, reducirlo á una como fórmula que informe mi opinión en todas sus partes. El escrito del Sr. Arántegui es, sin embargo, de índole tan general y á la vez variada y compleja que se hacen necesarios más de un resumen, más de una fórmula, si ha de darse á quien los pide razón del examen y del juicio á que provoca su lectura.

Lo digo con toda ingenuidad: no sé que se haya hecho hasta ahora estudio más detenido de la artillería en sus dos primeros   —175→   siglos que el presentado por el Sr. Arántegui en su obra, nada más rico en datos, nada más abundante en reflexiones, todas fundadas y discretas, ni que revele conciencia más estrecha para aquilatar los unos y para dar cimiento y solidez á las otras. Es necesario leer todo el libro y detenerse á reflexionar sobre el sinnúmero de textos sacados á luz, sobre la autenticidad de sus citas y lo importante de las que se pudieran llamar quintas esencias, tan oportunamente sacadas de ellas, para darse razón de hasta dónde se extiende y llega, lo grave y difícil, lo inmenso de la labor ejecutada por el Sr. Arántegui. Una de las condiciones que más la avaloran es, con efecto, la del vasto estudio, que supone, de documentos, así impresos como inéditos, antiguos y modernos, conocidos ó ignotos. He procurado examinar su autenticidad lo mismo que si habrán sido consultados directamente ó por referencia de otros escritos de mayor ó menor crédito; y he deducido de mis investigaciones que las citas pueden darse por exactas, compulsadas en gran número en las fuentes de donde han sido sacadas, habiendo tenido el Sr. Arántegui el cuidado de manifestar también cuáles son los archivos donde se hallan y cuáles conoce por comunicación de personas que le merecen completa fe. El historiador más escrupuloso no se muestra tan explícito en eso; y es natural, porque un libro que por el asunto á que se refiere y la importancia de las afirmaciones que encierra puede provocar todo género de polémicas, no había de recibir esas afirmaciones de datos de dudosa procedencia, no confirmados ó rectificados sin una inspección personal y concienzuda. Aun cuando no tuviese otro mérito el libro del Sr. Arántegui ni hubiera de producir resultado alguno práctico, sería de valor notable por el servicio que prestaría con sus noticias á futuras lucubraciones de quienes, como dice, se propongan extender ó corregir su obra. He de repetirlo sin hipérboles ni admiraciones que hicieran suponer un concepto apasionado, cuando ni de vista conozco á tan distinguido oficial; asombra el tesoro que se ha formado con sus investigaciones históricas y que no vacila en verter íntegro en su libro. Sólo se echa de menos en ese tesoro la cosecha, en tal asunto interesantísima, de los datos arábigos, muy difícil, sin embargo, de recoger en la escasez de documentos publicados por los raros   —176→   intérpretes de los códices que existen en los archivos y bibliotecas accesibles á los curiosos. Los ya vertidos á idiomas relativamente modernos dan poca luz sobre un asunto que parece solo interesar á las clases militares, y se hace casi imposible descubrir la nueva que puedan dar otros, oculta, como estará en los para la generalidad, recónditos tesoros de la literatura arábiga, esparcida por el occidente de nuestra vieja Europa.

Creo, pues, que aún así, la obra del Sr. Arántegui es digna de todo encomio, tanto por la vasta erudición que encierra, como por lo lógico y fundado de los razonamientos expuestos en ella por su autor para fijar las fechas de la aparición de la pólvora y de la artillería en España, describir sus progresos y los sistemas de su construcción y del de su material complementario, tan diversos como sus formas, calibres y destino. Creo, además, que al contestar la Academia al Presidente de la Junta Superior Consultiva de Guerra, pudiera añadir que la considera de tal mérito que el Ministerio del ramo debiera proceder á la impresión de tan importante estudio militar, á fin de que se difunda por todo el ejército; mínima recompensa que puede otorgarse al Sr. Arántegui, comparada con las que se han concedido á los autores de escritos entre los que será rarísimo el que ofrezca un mérito tan sobresaliente. Al Sr. Arántegui le habrá costado su obra mucho tiempo y trabajo para reunir y coordinar los datos que contiene, largas y aprovechadas vigilias para hacer el examen y juicio de ellos, no pocos dispendios y lujo de entusiasmo, de perseverancia y de talento. Algo merece todo eso; y justo es que el distinguido artillero reciba una muestra significativa de la atención con que un Gobierno ilustrado debe mirar los progresos, cada día más útiles, que el ejército español hace en su instrucción, hoy más que nunca necesaria á la oficialidad si ha de corresponder á su noble misión y sufrir el paralelo con la de otros ejércitos de Europa.

Delicada es, señores Académicos, la misión que he recibido de nuestro director: no espero haber acertado en su desempeño, superior como he dicho, á los medios con que cuento, ya que abrigue la esperanza de que se me conceda el del celo que siempre procuro desplegar en servicio de esta docta corporación. Hubiera podido extender más aún mi ya no breve escrito, y lo hubiera   —177→   hecho de dirigirme á una Asamblea puramente militar, á la que, después de ofrecer un ligerísimo epítome del libro del Sr. Arántegui, habría expuesto una serie de observaciones técnicas con que dar idea de su mérito en cuanto pueda considerarse como facultativo en la profesión del artillero. En esta Academia sólo me toca examinarlo como cualquier otro estudio histórico, buscando la verdad en el relato, la exactitud en los juicios y el alcance á que todo historiador aspira en las consecuencias que deben deducirse, su efecto y resultados. ¿Habré acertado en algo?

De todas maneras confío en que la Academia dejará bien puesto su nombre en esta ocasión, como lo ha hecho siempre, con las variantes ó correcciones que imponga á mi informe al dar el suyo á la Junta consultiva de Guerra.





Madrid, 21 de Mayo de 1886.



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