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El llamarse Exiguo no fue, como han creído muchos, porque fuese pequeño de cuerpo, pues ni hablan en este sentido los antiguos escritores, ni es de creer que Dionisio se apellidase él mismo por el ridículo de un vicio corporal. Más bien tomó este nombre por humildad y modestia, como solían hacer muchos monjes. El escritor Anastasio el Bibliotecario, San Bonifacio, arzobispo de Maguncia, y otros, aún sin ser monjes, también se denominaban a sí mismos por humildad con el epíteto de Exiguos.

 

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Casiodoro, contemporáneo y discípulo de Dionisio, dice de él en su obra Divin. lection, cap. 23, «que a su sabiduría, doctrina y elocuencia reunía la sencillez, la humildad y poco hablar: loquendi parcitas, que era tan grande su conocimiento del griego y el latín, que si tomaba en sus manos libros griegos los traducía al latín, y los latinos al griego, de tal manera que podían creer los que le escuchaban que estaba leyendo según estaba escrito.» En el prefacio manifiesta que por consideración al Obispo Esteban, y excitado por el diácono Lorenzo, se habla resuelto a hacer aquel trabajo; en él da cuenta de la versión que hizo de la colección antigua y de los nuevos cánones con que iba a aumentar su nueva colección. Antes de cada canon pone un epígrafe de lo que trata, y al principio un índice general de todos ellos para facilitar su conocimiento, según dice en el referido prefacio.

 

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La colección de Decretales la hizo Dionisio después de la de los cánones. Las 187 que recogió, corresponden a ocho romanos pontífices, desde Siricio, que subió al pontificado en 308, hasta el papa Anastasio II, que murió el año 514. También pone al frente, como en la colección de cánones, un prefacio en el que dice, entre otras cosas, que con el cuidado y diligencia que le fue posible reunió las constituciones de los romanos pontífices que habían precedido, que valui diligentiaque collegi, poniendo igualmente su epígrafe a cada decretal, y al principio un índice general de todas ellas. El uso y aceptación de las Iglesias dio grande autoridad a estas colecciones, tanto, que en tiempo del mismo autor ya dice su contemporáneo Casiodoro que la Iglesia romana había recibido usu celeberrimo la traducción de los cánones.

 

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La colección de Dionisio, con algunas adiciones que después se le hicieron, sin saberse por quién ni en qué tiempo, fue entregada por el papa Adriano I al emperador Carlomagno en alguna de las tres veces que éste fue a Roma. Por esta consideración tuvo en Occidente una especie de autoridad apostólica, conociéndose con el nombre de Adriana y el de Codex canonum. El último documento que en ella se comprende es del papa Gregorio II, que murió el año 731.

 

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En el siglo IV se celebraron varios concilios cuyas actas no han llegado hasta nosotros; únicamente se conservan los cánones de Elvira, Zaragoza y primero de Toledo. Los obispos de este concilio citan en su primer canon uno celebrado en Lusitania; Ferreras (tomo I, página 2, siglo IV) prueba con la autoridad de San Atanasio que se celebró uno el año 362, sin que se sepa en qué ciudad; Ossio también parece que celebró otro en Córdoba; y por fin, el maestro Flórez (tomo VI, pág. 49) aduce varias razones para probar que se celebró en Toledo un concilio cuatro años antes del que se conoce como primero de esta ciudad. El primer acuerdo del concilio I de Toledo, en el año 400, fue que todos los obispos observasen el concilio de Nicea; después estableció 20 cánones.

 

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Los obispos de Cazlona, Zaragoza, Mérida, Córdoba y Barcelona asistieron al Concilio de Sárdica, y no debe dudarse que trajeron copia de sus cánones, al considerar que el canon 6º del concilio de Valencia fue tomado del 19 de Sárdica, y que el 38 del primero de Braga debió formarse teniendo a la vista el 13 del mismo Sardicense.

 

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El concilio general de Nicea, al cual asistieron varios obispos españoles, fue presidido por Ossío, obispo de Córdoba, en prueba de lo cual se halla su nombre el primero en las actas, aún antes que el de los otros dos delegados del papa Silvestre, los presbíteros, Víctor y Vicente. En el concilio II de Arlés también se hallan firmas de obispos españoles, y cotejando los cánones de nuestros concilios con los de los extranjeros, se nota que unas veces sirven de modelo los nuestros para los suyos, y otras al contrario; así, v. gr., el 3º de Nicea fue formado por el 27 de Iliveris, y el 3º' de Lérida por otro del concilio de Arlés.

 

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El concilio I de Braga, celebrado en 561, estableció 22 cánones de disciplina, disponiendo en el último «que ningún traspase los cánones leídos en el concilio del códice antiguo pena de ser degradado de su oficio».

 

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Esta colección debió ver la luz pública el año 580. El motivo que tuvo el autor para emprender este trabajo lo manifiesta en el prólogo e introducción de la obra; dice que es difícil la versión de una lengua a otra, y que con el transcurso de los tiempos los escritores aut non intelligentes aut dormientes omiten muchas cosas y alteran otras, por lo cual los cánones quedan oscuros. Ésta es otra prueba de que la colección que había antes de Martín Braga no era la de Dionisio el Exiguo, como han sostenido algunos, porque ésta no adolecía en verdad de los vicios que aquél trató de corregir. Debe notarse que no traduce todos los cánones griegos, sino los que le parecieron oscuros y más a propósito para acomodarlos a la disciplina de España, ni los pone a la letra, sino el espíritu de cada uno; así es que en los tiempos posteriores la referida colección es citada en los concilios con el título ex excerptis Martini, cánones escogidos por Martín.

 

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San Isidoro murió el año 636, en el mismo en que se celebró el V concilio de Toledo; conteniendo la colección hasta el XVII, que se celebró el año 695, es prueba de que por lo menos no la acabó el ilustre prelado de Sevilla. Es bien notable también que su discípulo San Braulio, obispo de Zaragoza, y San Ildefonso, arzobispo de Toledo, que enumeran el catálogo de las obras de San Isidoro, no hagan mención de la colección de cánones que para aquellos tiempos, y más todavía para la posteridad, debía ser una de las más importantes.