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361

Esto es, perdamos el tiempo que se nos ha señalado para perorar. Alude esto a la costumbre que entonces había en la Audiencia de regular el tiempo que los oradores habían de estar perorando con un reloj de agua llamado clepsidra.

 

362

Algunos leen en el original ludorum talarium, lección que hemos desechado por parecernos que tiene tanta conexión el juego de los dados con lo que va diciendo del abuso de declamar con un tonillo cantado, como lo que después dice de los oradores de Licia y Caria. Éste es el parecer de M. L'Abbé Gedoin, de la Academia francesa. A no ser que también pueda entenderse esto de los dados, porque como dice Monique Rollin citando a Turnebo: después de los convites jugaban frecuentemente a los dados, en cuyo juego solían cantar mientras estaban jugando.

 

363

Este padre de que aquí hace mención era sin duda algún sujeto muy conocido en alguna comedia.

 

364

Horacio, libro I, de la epístola V, verso 23.

 

365

[«perecen» en el original (N. del E.)]

 

366

En el libro III de la Ilíada, verso 216.

 

367

[«sextercio» en el original (N. del E.)]

 

368

En todo este proemio, por medio de una alegoría cuyo principio está tomado de la navegación, pretende hacer ver Quintiliano la gran dificultad del asunto de que trata, puesto que habiéndolo emprendido muchos, apenas se encuentra uno que lo haya desempeñado perfectamente. Que el único de quien se pudiera esperar que lo hubiera hecho, que es Cicerón, se contenta con tratar del modo de decir que debe usar el orador que ya ha llegado a su perfección. Por esta razón dice Quintiliano con la mayor modestia que, habiéndose propuesto tratar de las costumbres del orador y de sus propias obligaciones, aun no pudiendo igualar a Cicerón, se ve en la precisión de pasar más adelante que él.

 

369

Después de la muerte de César decían algunos que debía mudarse el gobierno de la república haciéndolo aristocrático, para cuyo efecto se debían elegir veinte sujetos que la gobernasen. A lo cual se opuso Cicerón, sin embargo de que le destinaban al número de los veinte. También parece, por lo que Tulio escribe en la carta 2 del libro IX a Ático, que el César le ofreció el agregarle al número de los veinte y él lo renunció.

 

370

[«primeros» en el original (N. del E.)]