11
Habla de Ulises en II, página 292, líneas 4-7. También hay recuerdos de las sirenas (pág. 77) y los cíclopes (V, pág. 29). El fauno (III, 14) parece recordar la aventura de Ulises en la isla de estos últimos.
12
Por ejemplo, en cuanto al paralelo entre Mandricardo y Brandimardo (Chevalier, L'Arioste, págs. 268-69), en la literatura caballeresca deben existir otros ejemplos del negarse a emplear la espada (véanse el Quijote, I, 251, 8-13, la nota de Clemencín y nuestra II, pág. 41, l. 13 y sigs. y IV, pág. 179, ls. II-12); un caballo llevando sin sentido a un caballero se halla en muchas escenas de combate, y una declaración de que la lucha había sido justa era lo habitual al ser pedida la venganza. En cuanto a los nombres Mongrana y Clermont (Chevalier, pág. 268), Ariosto no inventó la matière de France; ¿por qué no pudo Ortúñez haber aprendido estos nombres en el Espejo de caballerías o Renaldos de Montalbán, si hay que precisar la fuente?
13
Si hay un libro con el que tiene muchas semejanzas, es Belianís de Grecia. En las dos obras predominan los episodios bélicos, y contienen conflictos a gran escala. Estas obras, y algunas otras de la misma clase, podemos calificarlas de tradicionalistas, porque reflejan a la vez el ideal castellano del caballero y el desprecio de la vida cortesana. Hay otro grupo, iniciado por Silva, cuyos intereses son distintos. En éstos los amores y, hasta cierto punto, la vida ociosa de la corte adquieren un nuevo valor. Se nota indirectamente el influjo italiano en este grupo de obras, que no guardan con el Espejo de príncipes de Ortúñez sino muy superficiales semejanzas. En este grupo se cuentan la segunda parte del Espejo de Sierra(véase infra), Rosián de Castilla, y varias otras.
Suponemos que se escribían para una nueva clase de lectores (véase nuestro trabajo «Who Read the Romances of Chivalry?», a que ya nos hemos referido).
Un segundo libro de caballerías del grupo tradicionalista (aunque escrito por una mujer) que guarda semejanzas con el Espejo de príncipes, es Cristalián de España. Entre los dos libros hallamos muchas semejanzas onomásticas y geográficas; hay en Cristalián un par de sabios (Doroteo y Membrina), etc.
14
Los libros de caballerías tienen un pequeño léxico, de palabras con significados especiales (bondad, destreza en luchar), y palabras ya arcaicas en la prosa ordinaria (compaña, follonía, gaje, etc.).
15
Hay unos ejemplos de la combinación gelo, y de so, estó y do por soy, estoy y doy. Hallamos el empleo del artículo definido con el posesivo, sobre todo en momentos emocionantes, la colocación de pronombres objetivos delante del infinitivo, la unión del artículo definido con palabra anterior que termina en vocal (véase infra, pág. LXXX), vacilación en las vocales átonas, y formas que se usaban poco en 1555 (cansacio, enxemplo, lueñes, so [debajo de], caxcos, seyendo, etc.).
16
No estamos
convencidos de que un arcaísmo falso agradaría a los
lectores. (Véanse las censuras de Juan de Valdés,
Diálogo de la lengua, ed. R. Lapesa [Zaragoza, Ebro, 1965],
pág. 118, y el estudio de
M. G. Profeti, «'Afectación' e 'descuido' nella lingua del
Palmerin», en Studi sul Palmerin
de Olivia. III. Saggi e ricerche [Pisa, Istituto di Letteratura Spagnola e
Ispano-americana dell'Università di Pisa,
1966], págs. 45-73) Los
libros de caballerías, aunque fingiendo ser
antiquísimos, eran traducciones recientes; Montalvo (y,
siguiéndole, el autor de Lisuarte de Grecia, que
pasa por obra de Feliciano de Silva) dijo que al editar el
Amadís una de las cosas que había hecho era
modernizar el lenguaje. En el prólogo a la edición de
1512 del Caballero Cifar, parte del cual reproducimos por
no hallarse en las dos ediciones españolas modernas del
Cifar, el editor se cree obligado a explicar el lenguaje
arcaico: «Puesto que el estilo della sea
antiguo, empero no en menos deue ser tenida; que avnque tengan el
gusto dulce con el estilo de los modernos, no de vna cosa sola
gozan los que leen los libros e historias; porque vnos gozan de la
materia de la obra, otros de los enxemplos que en las tales obras
se enxeren, e donayres, otros del subido estilo de que es
compuesta: del qual todos no gozan, por donde las tales obras son
traydas en vilipendio de los grosseros. Assi que si de estilo
moderno esta obra carece, aprovecharse-han della de las cosas
hazañosas e agudas que en ella hallaran, y de buenos
enxemplos, e supla la buena criança de los discretos -a cuya
correction el auctor se somete- las faltas della e rancioso estilo,
considerando que la intencion suple la falta de la obra.»
(págs. 517-18 de la
edición de Charles Wagner [véase el Elenco de obras
citadas], y también con sorprendentes variantes,
pág. 4 de la
edición de Michelant [Tubinga, 1872].)
(Para opiniones contrarias, véanse los prólogos a Clarián de Landanís, I; Florisando [Amadís, libro 6.º] ed. de 1510, fol. a6v, y Passo honroso, ed. de Sancha, pág. 67.)
17
Hayward Keniston, The Syntax of Castilian Prose (Chicago, Universidad de Chicago, 1937), pág. XXII.
18
Corominas, ni en su Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana (Berna, Francke, 1954), ni en la segunda edición de su más reciente Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (Madrid, Gredos, 1967), tiene documentación anterior de ofuscar (I, pág. 13, l. I), genitor (I, pág. 16, l. 21), pretil (I, pág. 75, l. 8), ayunque (I, pág. 203, l. 16), o perseveridad (IV, pág. 80, l. 20).
19
Ortúñez censura algunos libros de caballerías por sus defectos de estilo en su prólogo (pág. 14, ls. 10-11), excelente ejemplo del discurso artístico.
20
Véase R. Menéndez Pidal, «El lenguaje del siglo XVI», en La lengua de Cristóbal Colón, 3.ª ed. (Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947), págs. 65-68. Nos parecen acertadísimos los comentarios sobre este tipo de adjectivización de George G. Brownell, «The Attributive Adjective in the Don Quixote», en RHi, 19 (1908), páginas 20-26.