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ArribaAbajoCapítulo XIV

De las habilidades que los animales tienen para mantenerse


La primera consideración que tocamos de los animales, son las habilidades que el Criador les dio para mantenerse, pues ninguna cosa tiene vida que no tenga su propio mantenimiento con que la sustente, el cual oficio dura cuanto dura esa vida. Comenzaremos, pues, por la oveja y por el cordero su hijo, con quien tuvo por bien el Salvador de ser comparado, y con éstos ayuntemos todos los animales que pacen yerba. Pues todos éstos en una dehesa, donde nacen mil diferencias de yerbas, de ellas saludables y de ellas ponzoñosas, y todas de un mismo color, conocen por natural instinto las unas y las otras, y pacen las buenas, y no tocan en las malas, aunque padezcan gran hambre, como ya dijimos. Lo cual excede la facultad del entendimiento humano, que esto no alcanza, mas no el divino que los gobierna. Y así escribe Sulpicio Severo, en su Diálogo, de un santo ermitaño que se mantenía de yerbas del campo, el cual como carecía de este conocimiento, padecía grandes dolores del estómago por las malas yerbas que comía, tanto que a las veces dejaba de comer por no padecer tales dolores. Y como él pidiese remedio al Señor, por cuyo amor aquello padecía, enviole un ciervo con un manojo de yerbas en la boca, el cual, echándolas en el suelo, apartó las malas de las buenas, y de esta manera quedó enseñado el santo por el animal bruto, lo que él por sí no pudiera saber. Tiene también otra discreción la oveja, con toda su simplicidad: que a boca del invierno se da gran prisa a comer con una hambre insaciable, aprovechándose de la ocasión del tiempo por no hallarse después flaca y descarnada en tiempo del frío y de menos pasto. ¡Oh, si los hombres con toda su discreción hiciesen lo que este simple animal sin ella hace, que es aprovecharse de la ocasión y aparejo que en esta vida tienen para hacer buenas obras, por no hallarse desnudos y pobres de merecimientos en la otra, porque de esta manera no les acaecería lo que dice Salomón: «Por amor del frío no quiso arar el perezoso, y por tanto andará mendigando en el tiempo del estío, y no habrá quien le dé!».

El cordero también, con ser animal no menos simple que su madre, cuando entre toda la manada la pierde de vista, anda por toda ella balando, y ella con amor de madre le corresponde al mismo tono para que sepa dónde está, y él entre mil balidos de ovejas semejantes reconoce el propio de su madre y, pasando por muchas otras madres, déjalas a todas, porque a sola su madre quiere, y de sola su leche se quiere mantener. Y la madre otrosí, entre muchos millares de balidos y de corderos de un mismo tono y de un mismo color, a sólo su hijo reconoce. El pastor muchas veces yerra en este conocimiento, mas el cordero y la madre nunca yerran.

Hay también otra maravillosa providencia en la fábrica así de este animal como de todos los otros que rumian, como son bueyes y cabras, y camellos y otros tales. La cual es que, demás del buche, donde el pasto se digiere, que corresponde a nuestro estómago, tienen otro seno, donde se recibe el pasto de primera instancia antes que vaya al estómago, donde se ha de digerir y de éste primero seno sacan el manjar que han comido, y de noche o de día, cuando reposan, lo llevan a la boca y lo están de espacio rumiando, preparándolo de esta manera para enviarlo al buche, donde se ha de cocer y digerir. Esto fue obra de la divina providencia, porque viendo que los días del invierno son pequeños y las noches grandes, si estos animales juntamente paciesen y rumiasen, sería poco el pasto de que gozarían. Pues por eso pacen de día y rumian de noche, y de esta manera no menos les sirve la noche para su mantenimiento cuando rumian, que el día cuando pacen.

Vengamos a las aves caseras, que son más conocidas. El gallo anda siempre buscando algún grano para comer. Y, cuando lo halla, llama con cierto reclamo a sus gallinas y, como buen casado, quita el manjar de sí, y pártelo con ellas. Lo cual no hace el capón, que guarda continencia, y por eso andando el gallo flaco, él está gordo y bien tratado, porque no tiene más cuenta que consigo solo, enseñándonos con esto la diferencia que el Apóstol pone entre los casados y continentes. Porque los buenos casados parten los trabajos y el tiempo entre Dios y el cuidado de sus mujeres, mas los buenos continentes, libres de estas cargas y obligaciones, del todo se entregan a Dios, y por eso están más aprovechados y medrados en la vida espiritual.

La gallina también, que cría sus pollos, siempre anda con los pies escarbando en los muladares y, hallando algo, llama a gran prisa los hijuelos, y como buena madre ayuna ella por dar de comer a ellos. Y lo que más es: una manera de reclamo tiene cuando los llama a comer, y otra cuando los llama para que se metan debajo de sus alas, y otra cuando los avisa que huyan y se escondan del milano, cuando lo ve venir. Y ellos recién nacidos, sin doctrina y sin maestro entienden perfectamente todos estos lenguajes que nosotros no entenderíamos, y así obedecen a gran prisa a lo que por ellos se les manda. Y aun otra cosa noté, viendo echar de comer a una gallina con sus pollos: que si se llegaban los de otra madre a comer de su ración, a picadas los echaba de allí, porque no le menoscabasen la comida de sus hijos. Pues, ¿qué más hiciera este ave, si tuviera razón? Porque parece que por la obra estaba diciendo: «este manjar es de mis hijos, y cuanto mayor parte vosotros de él comieseis, tanto menor les cabrá a ellos. Pues no tengo de consentir que hijos ajenos coman el manjar de los míos».


- I -

Pasemos a otra cosa menos conocida y más admirable, que cuentan Basilio y Ambrosio. El cangrejo es muy amigo de la carne de las ostras y, para haber este manjar, pónese como espía secretamente en el lugar donde las hay, y al tiempo que ellas abren sus conchas para recibir los rayos del sol, el ladrón sale de la celada donde estaba, y, ¿qué hace? Cosa cierto al parecer increíble: porque en el entretanto que él corre, no cierre la ostra sus puertas y él quede burlado, arrójale antes que llegue una piedra, para que no pueda ella cerrar bien sus puertas, y entonces él con sus garras la abre y se apodera de ella. Pues, ¿quién pudiera esperar de un tan pequeño animalejo tal industria? Y, ¿quién se la pudiera dar, sino aquel Señor que da de comer a toda carne, y da habilidad y arte para buscarlo?

Pues, ¿qué diré de las habilidades que para esto tiene la zorra? Aquí viene a propósito lo que dice Isaías: «¡Ay de ti, que robas a otros! ¿Por ventura tú también no serás robado?». El cangrejo hurta la carne de la ostra, y la raposa hurta la de ese cangrejo, y no con menor artificio. Testigo de esto es un monte que hay en Vizcaya, que entra un pedazo en la mar, en el cual hay muchas raposas. Y la causa de esto es la comodidad que ellas tienen, allí, para pescar. Mas, ¿de qué manera pescan? Imitan a los pescadores de caña, y no les falta ingenio ni industria para ello, porque meten casi todo el cuerpo en la lengua del agua, y extienden la cola, que les sirve allí de caña y de sedal para pescar. Y como los cangrejos que andan por allí nadando no entienden la celada, pícanla en ella; entonces ella sacúdela a gran prisa, y da con el cangrejo en tierra, y allí salta, y lo despedaza y come. Pues, ¿quién pudiera descubrir esta nueva invención y arte de pescar? Mas no es ésta sola su habilidad, porque también sabe proveerse de mantenimiento para otro día, porque después de haber saltado en algún corral de gallinas, y muerto cuantas halla, y bebido la sangre de ellas, hace un hoyo, y entiérralas allí para tener provisión para otro día. Esto es muy notorio, y más lo es lo que diré, aunque no venga tan a propósito, ya que hice mención de este animal, el cual, aunque malo y dañoso, todavía descubre con sus astucias mucho de la divina providencia, la cual parece que nos quiso representar en él lo que Él dice en el Evangelio: «que los hijos de este siglo son más prudentes en sus tratos y negocios que los hijos de la luz». Tiene, pues, artificio este animal para despedir de sí las pulgas, cuando le molestan. Mas, ¿de qué manera? Toma en la boca un ramillo, y metiéndose en el agua de algún río o de la ribera de la mar, y tirándose del agua poco a poco hacia atrás, las pulgas huyendo de la parte del cuerpo que se está mojando, a la que está enjuta, proceden de esta manera, metiéndose ella poco a poco en el agua hasta llegar a ponérsele todas en la cabeza, la cual ella también de tal modo zabulle en el agua que no le queda más que los ojos y la boca fuera. Entonces, saltando ellas en el ramillo que dijimos tener en la boca, suelta el ramo, y salta fuera del agua, libre ya de los enemigos que la fatigaban. Este artificio tan exquisito, ¿quién lo pudo enseñar a un animal bruto sino el Criador? Pues, Señor, ¿qué se os da a vos que las pulgas sean molestas a una zorra, pues ella es a nosotros tan molesta? Sí, da mucho, dirá, porque aunque se me da poco por ese animalejo, va mucho en que los hombres por éste y por otros ejemplos entiendan cuán perfecta y cuán universal es mi providencia, pues no hay cosa tan pequeña a que no se extienda y a que no provea de remedio, aunque sea tan pequeña como ésa. De este instrumento con que la zorra pesca se sirve también el ratón en otra materia diferente. Porque mete el rabillo en el alcuza de aceite que halla, y después lame lo que con este artificio tan ingenioso pudo sacar de ella.

Mas tornando a la materia de los alimentos, no es menos admirable la manera en que se mantiene una cierta ave, que monda los dientes del cocodrilo, entre los cuales se entremeten muchas briznas de la carne que ha comido, que le dan pena, y tal es la divina providencia, que proveyó a este animal de un mondadientes, que es de una cierta avecilla, la cual abriendo él la boca, hace de un camino dos mandados, que es mondar a él los dientes, y mantenerse ella con lo que de ellos saca. ¿Hay más amorosa, más regalada y compendiosa providencia que ésta? ¡Oh, admirable Dios en todas sus obras, el cual por tan extraño artificio provee a dos necesidades con una sola obra! Pues, ¿qué diré de la manera que se mantienen unas aves que ven muchas veces los que navegan para la India Oriental, la cual es que van siempre en seguimiento de otras, y recogen en el pico los excrementos de las que siguen, y con él se mantienen? ¿Quién pudiera creer esto, si no lo viera? El nombre de estas aves no pongo aquí, porque es conforme al manjar de que se mantienen.

Pues, ¿qué diremos de las astucias de que el pulpo usa para buscar de comer? En el cual parece quiso el Criador representamos las artes de los hombres que llamamos de dos caras, doblados, fingidos y disimuladores, porque este pez viene a pegarse en alguna peña que está en el agua, tomando el color de ella, y encubriendo el suyo; entonces las sardinas y otros pececillos, como gente simple, engáñanse con aquel color mentiroso, y lléganse a él. Acude luego el traidor, y préndelas con aquellos sus ramales con que pesca. Y de aquí nació el proverbio de los latinos, los cuales dicen que los hombres falsos y engañadores tienen las condiciones de pulpos.

Otra astucia refiere Tulio de una ave, aunque está acompañada con fuerza y violencia. Porque dice él que hay una ave por nombre platalea, la cual busca su manjar persiguiendo las aves que se zambullen en la mar y, cuando ellas salen llevando algún pez en la boca, las muerde en la cabeza tan reciamente, que les hace soltar lo que llevan, con lo cual este ave se mantiene. Y de la misma ave escribe él que hinche el buche de algunas conchas de la mar y, habiéndolas reconocido en el buche, las viene a vomitar, y escoge de ellas lo que es de comer. Mas otra cosa más artificiosa refiere él mismo de las ranas marinas, las cuales se cubren con arena y muévense junto al agua y como los pececillos acometen a querer cebarse de ellas, y descúbrense luego, y préndelos, y de esta manera pescan y se mantienen, lo cual todo nos declara la grandeza de aquella infinita Sabiduría que tantos modos supo y pudo inventar para mantener los animales que Él crió.

Común cosa y sabida es la que hace un sirguerito, el cual estando preso sobre una tabla, y teniendo colgados de ella dos cubos pequeñitos, uno con agua, y otro con el grano que ha de comer, cuando tiene hambre sube con el piquillo el que tiene la comida, y cuando quiere beber, levanta de la misma manera el que tiene el agua. Mas otra cosa vi yo más artificiosa que ésta, porque el cubo del agua está vacío, mas en lo bajo está una arquilla llena de agua, y cuando él quiere beber, mete el cubillo en esta arquilla, y tantas vueltas le da con el pico, que finalmente coge agua, y entonces la sube a lo alto y bebe. Pues, ¿quién no se maravillará? ¿Quién no dará gracias al Criador, viendo en un tan pequeño cuerpecito una tal industria, que el Criador y la necesidad, maestra de todas las cosas, enseña?

También el erizo con toda su pesadumbre sabe su artificio para abastecerse de mantenimiento, porque, hallando al pie de un manzano las manzanas caídas, se revuelve en ellas, prendiéndolas con sus espinas, y así las lleva consigo, y de ellas hace depósito para mantenerse. Y si alguno le quiere empecer, enciérrase dentro de sus puyas, y así se guarece con ellas del enemigo.

Más admirable es la facultad y artificio que tiene un pez que se llama tremielga, el cual sabe defenderse y también mantenerse con dos propiedades extrañas que el autor de la naturaleza le dio. La una es que, metiéndose debajo del cieno, hace adormecer los pececillos que se llegan a él, que es lo que se suele decir de los brujos; entonces este brujo marino sale debajo del cieno, y apodérase y mantiénese de ellos. La otra habilidad no es menos extraña, porque, siendo tocado con el anzuelo del pescador, tiene tanta virtud que por el sedal y por la caña sube hasta el brazo del pescador y lo entorpece de tal manera que él suelta la caña, y el pez se va libre. En tanta variedad de cosas quiso el Criador mostrar su providencia.

No solamente los animales flacos, mas también los fuertes, se ayudan de sus industrias y artificios para buscar de comer. Del tigre (a quien ni faltan fuerzas, ni armas, ni ligereza) refiere Eliano que se va al lugar donde hay abundancia de monas, de cuya carne es él amigo y tiéndese en el suelo debajo de un árbol a donde ellas suelen acudir y pónese allí en figura de muerto, sin bullir consigo, ni parecer que respira. Ellas estando en lo alto del árbol, recelándose de él, envían delante una espía para que, acercándose algún tanto a él, vean si está vivo o muerto, mas con tal tiento, que no se fían de él. Después vuelve la espía segunda y tercera vez, acercándose algún tanto más, hasta que del todo se persuade que está muerto. Y dando recaudo a las otras, descienden ellas sobre seguro, y saltan sobre él, triunfando alegremente de su enemigo. Entonces el muerto, viéndose cercado de la caza que esperaba, a gran prisa resucita, y con dientes y uñas despedaza cuantas puede, y convierte sus fiestas en llanto pagando ellas su loco atrevimiento.




- II -

De este mismo artificio usan algunos gatos, grandes cazadores, porque en una huerta que yo vi se extendía uno de éstos entre los árboles y las legumbres, y se estiraba y tendía de tal manera que parecía muerto, y allí perseveraba sin bullirse, esperando su ventura. Engañándose, pues, con esta figura las simples avecillas, llegábanse a cerca de él sobre seguro, y entonces, el ladrón, de un salto las apañaba y se las comía.

Y pues hice mención del gato, también diré de él lo que cada día vemos, mas no todos notamos en esto, el cuidado de la divina providencia, que en infinitas maneras se nos descubre. Crió ella este animal para que defendiese nuestras casas y despensas de los daños y molestias de los ratones. Y todos vemos las industrias e instrumentos de uñas y ligereza que para esto tienen, y sobre todo esto, como ya dijimos, ven de noche, que es el tiempo de su caza. Y porque siendo este animal necesario para lo dicho, fuera inconveniente oler mal la casa con la purgación de su vientre, él busca para esto sus rincones más apartados, y (lo que ninguno de cuantos animales hay, hace) con las uñas cava en la tierra, y cubre lo que purgó. Y para ver si está cubierto, aplica el sentido del oler y, si halla que todavía huele mal, torna otra vez a escarbar y cubrirlo mejor. De modo que lo que Dios mandaba a los hijos de Israel que hiciesen, cuando habitaban en el desierto, con una paletilla que traían consigo, hace este animal sin tener esa ley ni ejemplo de otro alguno que tal haga. Esto vemos cada día, y no vemos el regalo de la divina providencia para con el hombre, dando orden cómo tenga limpia su casa y libre de mal olor. Porque ya que le hacía este beneficio en darle este cazador que le limpiase la posada, no se le diese por otra parte con este tributo de ensuciársela.

Pues las astucias y asechanzas que el gato tiene para cazar y para hurtar, cada día las vemos. Bien sabe él a veces quitar la cobertera de la olla que está recién puesta al fuego, y meter las garras y sacar la carne, y huir con ella. Mas yo soy testigo de otra astucia que aquí diré. Andaba por cima del lomo de una pared en pos de una lagartija, la cual, huyendo de él, se metió debajo de una teja que acaso estaba allí boca abajo. ¿Qué hizo entonces él? Hizo esta cuenta: si meto por aquí la mano, hame de huir por la otra boca de la teja. Pues yo acudiré a eso. Mas, ¿de qué manera? Puso la una mano a la boca de la teja más estrecha, y por la más ancha metió la otra, y de esta manera, como por entre puertas, alcanzó la caza que buscaba. Pues, ¿qué más hiciera, si tuviera razón?

Extrañas son también las artes que tienen para mantenerse los lobos. Mas una sola contaré, que escribe Eliano, la cual en parte responde a una cuestión que se suele poner, que es: ¿Cómo hay tan pocos lobos pariendo la hembra muchos lobillos, habiendo por otra parte tantos carneros y corderos, no pariendo la oveja más que uno, y matándose cada día tantos para nuestro mantenimiento? Dice, pues, este autor que, cuando no tienen qué comer los lobos, se junta una cuadrilla de muchos de ellos, y andan corriendo alrededor como un corro unos en pos de otros, y el primero que, desvanecida la cabeza, cae, viene a ser manjar de todos los otros. Y ésta es una de las causas de haber menos lobos, por comerse los unos a los otros. Donde se debe mucho notar el estilo de la divina providencia, la cual impide por sus vías y caminos la multiplicación de los animales que nos habían de ser perjudiciales y nocivos, como se ve en el parto del alacrán, porque la hembra pare once huevos, de los cuales se come los diez, y deja uno solo, el cual, después de nacido, parece que no tiene tanta cuenta con el beneficio de la madre como con la muerte de sus hermanos, y así toma venganza de ella matándola y comiéndosela.

Ni es menos ilustre testimonio de la divina providencia lo que se cuenta de una ponzoñosísima culebra que se halla en el Brasil, que infaliblemente mata a quien muerde, si luego no se corta el miembro donde mordió, lo cual ordenó así el Criador para que por el remedio de este peligro nos declarase este cuidado de su providencia, la cual señaladamente se conoce con los remedios que provee para nuestros males. Y el remedio de éste es haber criado esta mala bestia con una manera de campanilla en la cabeza, para que el sonido de ella avise a los descuidados de este peligro. Pues, ¿quién no reconoce aquí el cuidado de la divina providencia así en el remedio de nuestros peligros como en la diversidad de los medios que inventa para esto? Y de la víbora dice San Basilio que se rasga el vientre cuando pare. Y de la leona dice que con sus uñas rompe también su vientre al tiempo del parto. De esta manera el Criador, por una parte conserva las especies de las cosas, y por otra da orden para que, como se suele decir, «de los enemigos, los menos».

Más dirá alguno: ¿Para qué crió Él estas especies de animales enemigos de la naturaleza? Éste era el argumento de Epicuro, que negaba la providencia (como refiere Tulio) diciendo: «Si Dios crió todas las cosas por amor del hombre, ¿para qué crió las víboras?». A esto se responde que en una perfecta república también hay horcas y cárceles, y azotes y verdugos, para castigo de los malhechores, y no era razón que en la gran república de este mundo, en que preside Dios, faltasen verdugos y ejecutores de su justicia. Y así castigó a los hijos de Israel en el desierto, enviándoles serpientes que los mordiesen, porque ellos también mordían con lenguas de maldicientes a los ministros que Dios les había dado. Y a los egipcios castigó con langostas, y moscardas y mosquitos que cruelmente los herían, y así crió grandes ballenas en la mar, y grandes y espantosos dragones en la tierra, de cuya grandeza tratan muchas historias, lo cual hizo para mostrar la grandeza de su poder, y poner con ella pavor y miedo a los corazones humanos, y declararnos cuán grande mal sería venir a parar en las gargantas del dragón infernal, que con su cola trajo en pos de sí la tercera parte de las estrellas del cielo.

Y volviendo al propósito del mantenimiento de los animales, vemos cuánta diversidad hay así en ellos como en las facultades que el Criador les dio para buscarlo. En lo cual maravillosamente resplandece la sabiduría de su providencia, porque, si todos tuvieran un mismo manjar y una manera de habilidad para buscarlo, no pareciera esto cosa tan admirable. Pero siendo, tantas las diferencias de manjares, y tantas y tan diversas las facultades e instrumentos de los miembros para buscarlos, es cosa que a cada paso está gritando y predicando el cuidado y la sabiduría de esta suma providencia, y provocándonos a la admiración y reverencia de ella. Vemos, pues, que entre los animales unos buscan su manjar en la tierra, otros en el agua, y otros en el aire, y de estos unos se mantienen de sangre, otros de yerba, otros de grano y otros de otras cosas sin cuento. Pues a todos ellos formó el Criador con tales cuerpos y miembros, que les sirviesen para buscar su manjar. Porque al león y al tigre, y a otros semejantes, crió con dientes y uñas muy fuertes, y con ligereza para seguir la caza, y con ánimo esforzado y generoso para no temer los peligros ni las fuerzas ajenas, como lo tiene el león, de quien dice Salomón: «El león, que es el más fuerte de las bestias, no teme el encuentro de nadie». Pues éste «con sus cachorros sale de noche, como dice el Salmo, bramando para robar, y pedir a Dios que le dé de comer. Y conforme a esta generosidad tiene esta propiedad, que como gran señor no come de la caza que el día antes le sobró». De quien escribe Eliano que, después que por la edad está flaco y pesado, y así inhábil para cazar, sale con sus cachorros, y espéralos en cierto puesto, y ellos traen al padre viejo la caza que hallaron, el cual los abraza cuando vienen, y les lame la cara en señal de agradecimiento y amor. Y después de este amoroso recibimiento, asiéntanse todos a comer de la caza. Pues, ¿qué más hicieran, si tuvieran razón como los hombres? Y aun en esta piedad los sobrepujan, pues muchos hijos vemos muy escasos e inhumanos para con sus padres pobres y viejos, lo cual no cabe aun entre animales fieros.

Resplandece también el artificio de la divina providencia en las habilidades e instrumentos que dio a las aves de rapiña para cazar y buscar con esto su mantenimiento. En las cuales es muy artificioso el pico, y muy diferente del de las otras aves mansas. Porque la parte superior de él es aguda y corva para hincar en la carne y sacar los pedazos de ella, y la inferior es como una navaja, y viene a encontrarse y encajarse en la más alta, y así corta y troncha lo que el pico de la parte superior levanta. Pues, ¿quién podrá imaginar que una cosa tan proporcionada y tan acomodada para este oficio se hizo acaso, y no con gran artificio? Lo cual aún parece más claro con la correspondencia de todas las otras facultades e instrumentos que para esto sirven, como son las uñas tan agudas y recias para prender la caza, y también para retenerla, cerrándose las uñas delanteras con la trasera para tenerla tan apretada que no se les pueda ir. Tienen otrosí gran calor en el estómago, para que el hambre las haga más codiciosas y ligeras para la caza. Tienen también un corazón animoso y confiado, pues un halcón zahareño en muy pocos días se hace tan doméstico y tan fiel que lo enviáis a las nubes en pos de una garza, y le llamáis y mandáis que os venga a la mano, y así lo hace. Porque como el Criador formó estas aves, no sólo para que ellas se mantuviesen, sino también para que ayudasen a mantener y recrear al hombre, como lo hacen los azores. Tales armas y tal ánimo, y tal confianza, les había de dar. Y porque no dio ésta al milano, aunque no le falten armas y alas, abátese a los flacos pollicos, porque no tiene corazón para más, representando en esto la bajeza de los hombres villanos y pusilánimes, los cuales siendo tan cobardes para con los que algo pueden, son cruelísimos para los que nada pueden, agraviando a los pobres y manteniéndose de su sudor.

A los buitres también, que se mantienen de carne, dio el Criador un maravilloso instinto, con que adivinan los estragos y muertes de hombres, de cuyas carnes se mantienen, y así siguen los ejércitos, sintiendo la matanza que ha de haber en ellos. Y lo que es cosa más admirable, de cincuenta millas huelen los cuerpos muertos, como dice el Comentador, libro segundo De Anima.




- III -

En las cigüeñas nos representó el Criador una perfectísima imagen de piedad de padres para con sus hijos, y de hijos para con sus padres. Porque los padres, demás de mantener sus hijos en el nido, como hacen las otras aves, usan de esta piedad con ellos, que cuando arde el sol de manera que podría ser dañoso a los hijuelos tiernecicos, extienden ellos sus alas, en las cuales reciben los rayos del sol, y hácenles con esto sombra, siendo para sí crueles, por ser para los hijos piadosos. En lo cual nos representa aquellas piadosas entrañas y amor del Padre Eterno para con sus espirituales hijos, a quien el Salmista atribuye esta misma piedad, diciendo que con sus espaldas les hará sombra, y recogerá y guardará debajo de sus alas. Y no menos representan la grandeza de la caridad del Hijo de Dios, el cual recibió en sus sacratísimas espaldas los azotes que nuestras culpas merecían, pagando (como él dijo) lo que no debía. Pues esta caridad que tienen las cigüeñas para con sus hijos cuando son chiquitos tienen los hijos para con sus padres cuando son viejos e inhábiles para buscar de comer. Porque pagan en la misma moneda el beneficio que recibieron, manteniendo sus viejos padres en el nido con todo cuidado. Y cuando es necesario mudarse para otra parte, los buenos y agradecidos hijos, extendiendo sus alas, toman a los viejos encima y múdanlos para el lugar donde han de morar, en lo cual también nos representan la caridad y misericordia de aquel soberano Padre para con sus hijos, de quien el Profeta dice que «así como águila extendió sus alas, y los trajo sobre sus hombros».

A las aves que se mantienen de grano o de yerba, como a la gallina y otras tales, dioles los picos agudos, que les sirven no sólo de comer con ellos, sino también de armas cuando pelean unas con otras, y los pies con dedos y uñas para escarbar con ellos, y desenterrar el grano debajo de la tierra. Mas por el contrario, a las que buscan su manjar en el agua, como los cisnes y ánades, y patos, dioles los pies extendidos como una pala de remo, con que maravillosamente reman y nadan, estribándose con las plantas en el agua, y pasando con el cuerpo adelante, de donde el arte, imitador de la naturaleza, aprendió a remar, porque primero fueron estos remos naturales que los artificiales. Formó también el pico de otra manera, no agudo, sino llano como una pala, y con unos dentezuelos como de sierra, para que los peces, que son lisos y deleznables, se entretuviesen y prendiesen en ellos.

A las aves que tienen las piernas grandes, diéronseles también los cuellos grandes, para que fácilmente alcanzasen el manjar de la tierra. Y lo mismo se hizo con los animales que son altos de agujas, como son los camellos, a los cuales se dio el pescuezo grande para que pudiesen fácilmente buscar su pasto en la tierra. Y otra cosa noté en ellos: que teniendo los hombres y todos los brutos dos junturas principales en las piernas, una en las rodillas y otra en el cuadril del muslo, estos animales, por ser muy altos, tienen tres, repartidas de tal manera que parecen sus piernas como hechas de gonces; así las doblan y encogen para bajarse a recibir la carga, o para tenderse en la tierra, cuando quieren dormir. Mas porque el elefante, que es mucho más alto, no convenía darle pescuezo tan grande con que pudiese llegar a pacer, diósele en lugar de él aquella trompa de carne ternillosa, de la cual se sirve como de una mano no sólo para comer sino también para beber, porque es ella hueca por de dentro, y por ella agota un pilar de agua, y a veces por donaire rocía con ella a los circunstantes.

De la fábrica de las piernas de este animal se maravilla San Basilio, considerando «cuán acomodadas son para sostener el peso de aquel tan gran cuerpo, porque son como unas fuertes columnas, proporcionadas para sostener aquella tan gran carga, y en lo bajo de los pies no tiene coyunturas y repartimiento de huesos, para mayor firmeza. De aquí es que los vemos en las batallas llevar sobre sí castillos de madera, que parecen torres animadas o montes hechos de carne, y arremeter con toda esta carga con tan gran ímpetu en las haces enemigas, y pelear animosamente por los suyos. Y es cosa de admiración ver que, con ser este animal tan grande y tan poderoso, viene a ser sujeto y obediente al hombre, de modo que, si lo enseñamos, aprende, y si lo castigamos, sufre. En lo cual se ve haberlo Dios criado para servicio del hombre, por haber sido criado el hombre a imagen de Dios. Y con todo este servicio vive trescientos años, y más». Hasta aquí Basilio.

Tiene también una natural vergüenza, por la cual usa de la hembra en lugar escondido y, si acaso alguno por allí pasa, recibe tan gran enojo, que lo hace pedazos. Y con todo esto tiene otros nobles respectos. Cuentan los que vienen de la India oriental una cosa notable de este animal. Cuando él anda en celos, está bravísimo. Yendo, pues, por una calle con este furor, encontró con un niño de teta, el cual tomó con la trompa, y púsolo encima de un tejado para librarlo del peligro, el cual niño lloraba y daba gritos por verse en aquel lugar. Entonces el elefante, apiadado del niño, dio la vuelta, y tomolo con la misma trompa, y tornalo a poner en el mismo lugar donde estaba. Tan grande es el sentido que puso el Criador en este animal, porque así estaba más hábil para el servicio del hombre. Otras cosas extrañas se cuentan de él, de que están llenos los libros de diversos autores, donde las podrán ver los que quisieren, porque para mi propósito lo dicho basta.

El águila también, porque su naturaleza es volar en altanería, como reina de las aves, que habita en lo más alto, proveyó el Criador de una singular vista, para que de allí vea la caza de que se ha de mantener. Y así dice de ella el mismo Criador al santo Job que «mora entre los peñascos y en los altos riscos, adonde nadie puede llegar, y desde ahí ve la caza que está en lo bajo». Ni le falta industria juntamente con la fuerza para la caza, porque, si acierta a tomar una tortuga o galápago, súbelo muy alto en las uñas, y déjalo caer sobre alguna piedra para que allí se le quiebren las conchas, y ella pueda despedazarlo a su salvo. Y aun se escribe que por esta ocasión murió el insigne poeta Esquines, porque siendo él calvo, y teniendo la cabeza descubierta, un águila, creyendo que era alguna piedra, dejó caer el galápago sobre ella, y de esta herida murió.

Sirve también para el mantenimiento, no sólo de las aves de rapiña, sino mucho más de los hombres, la caza, por donde aquel santo Patriarca quería más a su hijo Esaú que a Jacob, porque comía de la caza que él le traía. Y así, queriendo darle su bendición, le mandó que tomase su arco y su aljaba, y fuese a caza y, de lo que matase, le hiciese una comida al modo que el mozo sabía, para que, acabando de comer, le diese su bendición. Pues para esta caza sirven grandemente muchas diferencias de perros, que el Criador para esto crió, sin que los cazadores le den por eso muchas gracias. Mas así como hay muchas diferencias de cazar, así las hay también de perros, porque hay lebreles de hermosos cuerpos y generosos corazones que acometen a las fieras; hay galgos no menos hermosos y ligeros, que siguen las liebres; hay otros más viles, que comen conejos; hay mastines, que sirven para la guarda de los ganados; hay sabuesos, que con la viveza de su olor descubren las fieras, y las hallan después de heridas; hay perdigueros, que con el mismo olor hallan las perdices de tal manera que no les falta más que mostradlas con la mano; hay perros de agua, que nadando entran por las lagunas a sacar el ave que heriste, y os la traen en la mano. Pues todas estas especies de animales formó el Criador con estas habilidades para ayuda del mantenimiento de los hombres, demás de las aves de rapiña, que también le sirven para esto. Porque ya crió la caza para mantenimiento del hombre, también había de proveer de instrumentos con que la pudiese cazar.




- IV -

Mas ya que la necesidad del mantenimiento nos obligó a tratar de los canes, añadiré aquí otra cosa, la cual servirá, no para todos, sino para aquellos que anhelan a la perfección de la vida cristiana, la cual vi representada tan al propio en un lebrel, que no había más que saber ni que desear. Porque en él vi estas tres cosas que diré. La primera: que nunca jamás por jamás se apartaba de la compañía de su señor. La segunda: que cuando alguna vez el señor mandaba a alguno de sus criados que lo apartase de él, gruñía y aullaba y, si lo tomaban en brazos para apartarlo, perneaba con pies y manos, defendiéndose de quien esto hacía. La tercera cosa que vi fue que, caminando este señor por el mes de agosto, andadas ya tres leguas antes de comer, iba el lebrel carleando de sed. Mandó entonces el señor a un mozo de espuelas que lo llevase por fuerza a una venta que estaba cerca, y le diese de beber. Yo estaba presente, y vi que, a cada dos tragos de agua que bebía, volvía los ojos al camino para ver si el señor parecía, de modo que, aun bebiendo, no estaba todo donde estaba, porque el corazón, y los ojos, y el deseo estaba con su amo. Mas en el punto que lo vio asomar, sin acabar de beber, y sin poder ser detenido un punto, salta y corre para acompañar a su señor. Mucho había que filosofar sobre esto. Porque el Criador no sólo formó los animales para servicio de nuestros cuerpos, sino también para maestros y ejemplos de nuestra vida, como es la castidad de la tórtola, la simplicidad de la paloma, la piedad de los hijos de la cigüeña para con sus padres viejos, y otras cosas tales. Mas volviendo a nuestro propósito, si el amador de la perfección tuviere para con su Criador estas tres cosas que este animal tan agradecido tenía para con el señor que le daba de comer por su mano, habrá llegado a la cumbre de la perfección.

Entre las cuales la primera es que nunca se aparte de él, sino que todo el tiempo, cuanto humanamente le sea posible, ande siempre en la presencia de él, de modo que ni jamás lo pierda de vista, ni pierda la unión actual de su espíritu con él, haciendo a su modo en la tierra lo que hacen los ángeles en el cielo, que es estar siempre actualmente amando, y reverenciando y adorando, y alabando aquella soberana Majestad. Si esto hiciere, habrá llegado a la última perfección y felicidad de la vida cristiana. Esta perfección pedía San Agustín a nuestro Señor en una de sus meditaciones por estas devotísimas palabras: «En ti, Señor, piense yo siempre de día, en ti sueñe durmiendo de noche, a ti hable mi espíritu, y contigo platique siempre mi ánima. Dichosos aquéllos que ninguna otra cosa aman, ninguna otra quieren, y ninguna otra saben pensar, sino a ti. Dichosos aquéllos, cuya esperanza eres tú, y cuya vida es una perpetua oración». Ésta es, pues, la primera obra de perfección que nos enseña aquel animal, que nunca se apartaba de su señor.

La segunda es que, como este animal sentía tanto el apartamiento de él, así el amador de la perfección sienta mucho todo aquello que lo aparta de esta felicísima unión con Dios, como lo sentía el bienaventurado San Gregorio Papa, el cual, viendo que las ocupaciones del oficio pastoral lo divertían algún tanto de esta actual unión con Dios, se lamenta y queja de sí mismo en el principio de sus Diálogos por estas palabras: «La miserable de mi ánima, lastimada con la herida de las ocupaciones que consigo trae el oficio pastoral, acuérdase de aquella vida quieta de que gozaba en el monasterio: cómo entonces tenía debajo de los pies todos los bienes de esta vida; cómo estaba más alta que todas las cosas que ruedan con la fortuna; cómo no sabía pensar más que en las cosas del cielo; cómo deseaba la muerte, que a todos es penosa, por ir a gozar de la vida eterna». Veis, pues, aquí expresada la segunda cosa que este can nos representa, cuando aullaba y perneaba porque lo apartaban de su señor. Mas la tercera es la más ardua, y en que está toda la fuerza de este negocio; la cual es que, así como este can renunció el gusto que recibía en el beber, por no perder un punto de la compañía de su señor, así el perfecto siervo de Dios ha de cortar por todos los gustos y afecciones, y cuidados y codicias, y negocios y ocupaciones demasiadas que le fueren impedimento de esta beatísima unión, si no fuere cuando la obediencia o la necesidad de la caridad le obligare a ello, y aun en este tiempo ha de trabajar todo lo posible por no apartar los ojos del ánima de la presencia de su Señor. Esta tercera cosa muestra David que hacía, cuando decía que «había renunciado su ánima todas las consolaciones de la tierra, y ocupádose en pensar en Dios, con cuya memoria había recibido tan gran consolación, que su espíritu desfallecía con ella».

Esto es propiamente morir al mundo para vivir a Dios; esto es dejarlo todo para hallarlo todo en solo él. Y si esto hacía este can por un pedazo de pan que recibía de la mano de su señor, ¿qué será razón hagas tú, hombre desconocido, por aquel Señor que te crió a su imagen y semejanza, y te conserva con el beneficio de su providencia, y te redimió con su misma sangre, y te tiene aparejada su gloria, si no la perdieres por tu culpa?

Y ya que en este capítulo señalamos todas las especies de canes, no puedo dejar de maravillarme de la suavidad y regalo de la providencia divina en haber criado otra especie muy diferente de canes, que son perricos de falda, los cuales nadie puede negar haber sido criados por la mano del Criador. Porque, dado caso que un individuo se engendre de otro individuo, como un can de otro can, mas tal o tal especie de canes o de otros animales, sola la omnipotencia de Dios puede criar. Pues, ¿qué mayor indicio de aquella inmensa bondad y suavidad que haber querido criar esta manera de regalo, de que se sirven las reinas y princesas y todas las nobles mujeres? Porque este animalico es tan pequeño, que para ninguna otra cosa sirve de las que aquí hemos referido, sino para sola ésta. De modo que, así como él crió mil diferencias de hermosísimas flores y perlas y piedras preciosas, muchas de las cuales para ninguna cosa más sirven que para recrear la vista, y darnos noticia de la hermosura del Criador, así crió esta especie de animalillos para una honesta recreación de las mujeres. Porque como ellas hayan sido formadas para regalar y halagar los hijitos que crían, cuando éstos les faltan, emplean este animal afecto en halagar estos cachorrillos, los cuales tienen tanta fe con sus señores, que no se quieren apartar de ellas, y sienten mucho cuando van fuera de casa, y alégranse y hácenles gran fiesta cuando vuelven, y búscanlas por toda la casa cuando desaparecen, y no descansan hasta las hallar. Por lo cual me dijo una muy virtuosa y noble señora que una cachorrilla que tenía, la confundía, viendo que no buscaba ella con tanto cuidado a Dios como la cachorrilla a ella. Veía, pues, el Criador que el corazón humano no podía vivir sin alguna manera de recreación y deleite, y porque esta inclinación, que es muy poderosa, no lo llevase a deleites ponzoñosos, crió infinitas cosas para honesta recreación de los hombres, porque recreados y cebados con ellas, despreciasen y aborreciesen las feas y deshonestas. Y con esto daremos fin a este primero capítulo del mantenimiento de los animales.






ArribaAbajoCapítulo XV

De las habilidades que los animales tienen para curarse en sus enfermedades


Como los cuerpos de los animales sean compuestos de los cuatro elementos, y tengan en ellos cuatro cualidades contrarias, que son frío y calor, humedad y sequedad, necesario es que sean mortales y sujetos a diversas enfermedades como los nuestros. Porque, en destemplándose un poco la proporción que entre sí tienen estas cuatro cualidades, en la cual consiste la salud, luego se sigue la enfermedad. Los hombres para remedio de sus dolencias tienen razón, y con ella han descubierto con muchos trabajos y experiencias la ciencia de la medicina. Mas, como esta razón falta a los brutos, suplió esta falta aquella perfectísima providencia, la cual, aunque resplandezca mucho en todas las cosas que hasta aquí hemos dicho, pero mucho más claramente se ve en ésta, pues saben los animales por especial instinto de Dios más de lo que los hombres han alcanzado con estudio y trabajo de muchos años, pues muchas enfermedades hay a que los médicos no han hallado remedio, y ninguna padecen los animales para que no lo hallen, por ser guiados y enseñados por mejor maestro. Por lo cual no es de maravillar que ellos fuesen nuestros maestros en algunas medicinas que de ellos aprendimos. La virtud de la celidueña para curar los ojos nos enseña la golondrina, la cual, enseñada por su Criador, busca esta yerba para curar los ojos enfermos o ciegos de sus hijuelos; y la del hinojo, que sirve para lo mismo, aprendimos de las serpientes, que con ella curan los suyos. La medicina tan común de los clisteles nos mostró la ibis, ave semejante a la cigüeña, la cual sintiendo cargado su vientre, hinche el pico de agua salada, y ésta le sirve de clistel con que se purga. La sangría aprendimos del caballo marino, que en la lengua griega se llama hipopótamo, el cual sintiéndose enfermo, vase a un cañaveral recién cortado, y con la punta más aguda que halla, sángrase, como refiere Plinio, en una vena de la pierna. Mas, ¿qué remedio para no desangrarse del todo? Creo que todo nuestro ingenio no sabrá dar remedio a esto. Mas sábelo este animal, enseñado por aquella suma providencia que en nada falta. Porque vase a revolcar en algún cenagal, y el cieno que en la herida se le pega, le sirve de venda para detener la sangre. Pues, ¿qué otro maestro enseñó al puerco, estando enfermo, irse a la costa de la mar a buscar un cangrejo para curar su enfermedad? ¿Qué otro enseñó a la tortuga, cuando comió alguna víbora, buscar el orégano para despedir de sí la ponzoña? Y lo que es más admirable, ¿quién otro enseñó a las cabras monteses de Candía comer la yerba del díctamo, para despedir de sí la saeta del ballestero? Si fuera para curar la herida, no me maravillara tanto, mas que haya yerba poderosa para despedir del cuerpo un palmo de saeta hincada en él, esto es obra del Criador, que quiso proveer de remedio a este animal tan acosado de los monteros.

Pues el perro, cuando está muy lleno de humor colérico, si no se cura, viene a rabiar, mas la divina providencia, que de él y de nosotros tiene cuidado, le enseñó una yerba que nace en los vallados, la cual le sirve de muy fino ruibarbo, pues por ella despide por vómito cuanta cólera tenía. Y si recibe alguna herida, no tiene necesidad de más emplasto que de su lengua, porque si con ella alcanza a lamerla, no ha menester más zurujano. La comadreja, herida en la pelea que tiene con los ratones, se cura con la ruda, los jabalíes con la yedra. El oso, hallándose enfermo por haber comido una yerba ponzoñosa, que se llama mandrágora, se cura comiendo hormigas. ¿Quién pudiera creer que un animal de tan gran cuerpo se pudiera curar con cosa tan pequeña como son las hormigas? Mas en todas las cosas, por pequeñas que sean, puso el Criador su virtud, el cual nada hizo de balde. Ni al dragón, con ser animal tan aborrecible y dañoso, dejó sin medicina, porque sintiéndose enfermo, en lugar de ruibarbo, se cura con el zumo de las lechugas silvestres. Y no es menos dañoso ni fiero el león pardo, el cual tiene por medicina el estiércol humano. Más limpia medicina es la de las perdices y grajas y palomas torcazas, que se curan comiendo las hojas de laurel. Todo lo susodicho es de Plinio, en el libro octavo.

De los perros dice Alberto Magno que, cuando sienten en sí lombrices, se curan comiendo el trigo en berza. Y él mismo dice que la cigüeña, sintiéndose herida, se pone orégano en la llaga, y así sana. Por estos ejemplos entenderemos que el Criador ninguna enfermedad de animales dejó sin remedio, pues todas sus obras son acabadas y perfectas. Las comunes yerbas con que se curan los hombres son agárico y ruibarbo, más los animales, para cada enfermedad tienen su propia yerba o medicina, porque esta variedad de remedios descubre más la sabiduría del Protomédico del mundo. Ni tampoco es cosa nueva, sino muy cotidiana, buscar los gatos otras yerbas con que se purgan y alivian, cuando se hallan cargados y dolientes. El león por sus grandes fuerzas, y el delfín de la mar por su gran ligereza, se llaman reyes, aquél de los animales de la tierra, y éste de los peces de la mar. Y ambos ordenó la divina providencia que tuviesen una misma medicina para curarse, porque el león, cuando adolece, se cura comiendo la carne del simio de la tierra, y el delfín con otro linaje de simio que hay en la mar. La osa también, como refiere San Ambrosio, cuando está herida busca una yerba que en lengua griega se llama plomos, y con sólo tocar la herida con ella, sana. Ni tampoco había de faltar a la raposa medicina para curarse, pues tanto sabe en otras cosas, y ésta dice el mismo santo que es la goma del pino, con la cual cura su dolencia.


- I -

A este propósito de la medicina pertenece la mudanza de los lugares, que así las aves como los peces buscan para la conservación de su salud. En un cierto paraje de Portugal vecino a la mar, que se llama Nuestra Señora donde Cabo, se junta por el mes de septiembre una gran muchedumbre de diversas avecillas, para pasar en África a tener allí el invierno más templado. Y por esta ocasión acuden allí los cazadores, y con poca industria toman gran número de ellas. Y es cosa para notar que, como buenos y fieles compañeros, se esperan unas a otras para hacer juntas aquella jornada. Y pasado el invierno, huyen de los calores de África y vuelven a los aires más templados de España.

Lo mismo hacen en su manera muchas diferencias de peces en la mar, mudando lugares, especialmente cuando van a desovar, porque para esto son necesarios mares y cielos, y aires más benignos. Y para esto se juntan y concurren de diversas partes muchas diferencias de peces, y todos caminan juntos como un grande ejército, y van al mar Euxino, que está a la banda del norte, para pasar allí ellos con sus hijos el verano más templado. Sobre lo cual exclama San Ambrosio, diciendo: «¿Quién enseñó a los peces estos lugares y estos tiempos, y les dio estos mandamientos y leyes? ¿Quién les enseñó esta orden de caminar, y les señaló los tiempos y términos en que habían de volver? Los hombres tienen su emperador, cuyo mandamiento esperan, y él envía sus edictos y provisiones reales para que toda la gente de guerra se junte tal día en tal lugar y, con todo esto, muchos de los llamados faltan. Pues, ¿qué emperador dio a los peces este mandamiento? ¿Qué maestro les enseñó esta disciplina? ¿Qué adalides tiene para andar este camino sin errar? Reconozco en esta obra quién sea el emperador, el cual por disposición divina notifica a los sentidos de todos estos animales este su mandamiento, y sin palabras enseña a los mudos la orden de esta disciplina, porque no sólo penetra y llega su providencia a las cosas grandes, sino también a las muy pequeñas». Hasta aquí Ambrosio.

El mismo Santo refiere otra cosa memorable, con la cual se declara más esto que acabamos de decir, que es no haber cosa tan pequeña que esté privada de este beneficio de la divina providencia. Dice, pues, él que «el erizo de la mar, que es un pequeño pececillo, en tiempo de bonanza, por el instinto que le dio el Criador, conoce que ha de haber tormenta, y así se repara para ella. Mas, ¿de qué manera? ¡Oh, maravillosa virtud del Criador! Lástrase en este tiempo, tomando una piedra en la boca para que no puedan tan fácilmente las ondas jugar con él de una parte a otra. Lo cual viendo los marineros, entendiendo por este pez lo que por sí no alcanzaban, se reparan ellos también, y aperciben las áncoras con todo lo demás para contrastar a la tormenta. Pues, ¿qué matemático, qué astrólogo, qué caldeo puede así conocer el curso de las estrellas y los movimientos y señales del cielo como este pececillo? ¿Con qué agudeza de ingenio alcanzó esto, o de qué maestro lo aprendió? ¿Quién fue el intérprete de este agüero? Muchas veces los hombres por las mudanzas de los aires adivinan la de los tiempos, y muchas veces se engañan, mas este erizo nunca se engaña, ni son falsas las señales que lo mueven. Pues, ¿por qué vía alcanzó este pez tanta sabiduría, que adivine las cosas venideras? Pues cuando este animalito es más vil, tanto más nos declara que este conocimiento le fue dado por la divina providencia. Porque si ella es la que viste con tanta hermosura las flores del campo, si ella dio aquella tan gran habilidad a las arañas para tejer su tela, ¿qué maravilla es haber dado a este pececillo conocimiento de lo que está por venir? Porque de ninguna cosa se olvida, ninguna hay que no provea. Todo lo ve aquel que todo lo provee. Todas las cosas hinche de su sabiduría el que todas las hizo con suma sabiduría». Lo dicho es de San Ambrosio.

Bien sé que las aves también adivinan las tormentas, porque los cuervos marinos y las gaviotas, que huelgan naturalmente con el mar alto, adivinando la tempestad como este erizo, se acogen a la playa, donde están más seguras. Y las garzas también, que huelgan con las lagunas de agua, de cuyos peces se mantienen, barruntan las grandes lluvias y tempestades del aire, de las cuales se libran volando sobre las nubes, donde está el cielo y el aire sereno. Mas con todo esto hice más caso del ejemplo de este erizo, porque cuanto este pececillo es más vil, y más artificioso el medio por donde se repara, tanto más nos descubre la sabiduría y providencia del Criador, el cual quiere que en todas las cosas la veamos y reverenciemos y glorifiquemos, como lo hacen aquellos espíritus soberanos que perpetuamente están alabando al Criador, diciendo que los cielos, y la tierra están llenos de su gloria, porque todo cuanto en ellos hay son obras de sus manos, testigos de su gloria, predicadores de sus alabanzas, y todas nos descubren la bondad y sabiduría y providencia suya, la cual es tan universal y tan perfecta que a ninguna criatura, por pequeña que sea, falta, con lo cual nos convidan a amar, servir y glorificar al que por tantas vías se nos quiso dar a conocer.






ArribaAbajoCapítulo XVI

De las habilidades y armas que los animales tienen para defenderse


Dicho de la cura de los animales, síguese que digamos de las armas y habilidades que tienen para defenderse. Porque todos ellos generalmente tienen armas ofensivas y defensivas, y otras artes o habilidades que les sirven de armas no de una manera, sino de muchas y diversas. Porque a unos proveyó el Criador de uñas, dientes y picos revueltos; a otros de pezuñas, como las que tienen los caballos; otros tienen armas defensivas, como son las de algunos que tienen los cueros tan duros, que apenas los pasará un dardo; otros tienen conchas, como las tortugas y galápagos, y algunas serpientes y dragones y ballenas, y otras grandes bestias de la mar. Tales son las conchas de aquella gran bestia que la Escritura llama Leviatán, cuyas armas tan particularmente describe en el Libro de Job el mismo Señor que se las dio, diciendo: «Su cuerpo es como un escudo de acero, guarnecido con escamas tan juntas unas con otras, que ni un poco de aire entra por ellas. No hace más caso del hierro que de las pajas, ni del acero que de un madero podrido. No lo hará huir ningún ballestero, y las piedras de la honda son para él una liviana arista, y los golpes del martillo son para él una paja liviana y él hará burla de la lanza que viene por el aire blandiendo». Estas y otras armas dio el Criador a esta bestia fiera que allí nos representa, para mostrar, así en las cosas grandes como en las pequeñas, la grandeza de su poder y sabiduría.

Mas en cuerpo pequeño son de extrema admiración las armas defensivas que dio a la langosta de la mar y al lobagante, porque estos nombres tienen en Portugal. Están estos peces vestidos de un arnés tranzado, hecho de una concha dura, y éste tan perfectamente acabado, que en todas las herrerías de Milán no se pudiera hacer más perfecto. Solos los ojos era necesario estar descubiertos para ver, mas encima de cada uno está por guarda una como punta de diamante labrado, para que nadie pueda llegar a ellos sin su daño. Y tiene más otra ventaja a nuestros arneses, que es estar la concha de encima sembrada de abrojos y puntas agudas, para que ningún pez la pueda morder sino lastimándose la boca. Y porque era necesario tener algún secreto lugar por donde despidiesen los excrementos, para esto tienen una compuerta tan ajustada y tan apretada, que ningún agua pueda entrar por ella. Y porque estas armas eran pesadas para la ligereza del nadar, suplió el Criador esta falta con darles doce remos, seis por banda, con los cuales maravillosamente cortan las aguas y nadan. Ni porque les dio estas armas defensivas, les negó las ofensivas, porque tienen dos brazos con dos tenazas al cabo de ellos, que ellos abren y cierran a su voluntad, y con ellas prenden lo que quieren. Y porque nada les faltase de lo necesario, las dos piezas de estas tenazas o garras no son lisas, sino a manera de sierra tienen sus dientecillos para que el pez que prendieren no pueda escaparse de ellas. Y con estas garras llegan el manjar a la boca, y comen de la manera que comemos nosotros, sirviéndose de las manos para esto, lo cual ninguno de los peces ni aun de los otros animales hace, quitados los simios aparte, porque todos los otros se sirven de sola la boca para comer o pacer, mas éste llega con las manos el manjar a la boca, lo cual vemos cada día, no sin admiración, en los cangrejos, que como son semejantes a ellos, comen de la misma manera.

Éstos son los modos de que el Criador proveyó a muchos de los animales, así para cazar como para defenderse, mas a los que no dio armas, dio ligereza para huir de los enemigos, como al ciervo, al gamo y a la liebre. A otros dio singulares artes e industrias para escapar de los peligros, y dejar burlados sus adversarios y perseguidores, como a las raposas, que saben mil mañas para escapar, y no menos a la liebre, que unas veces hurta el cuerpo al galgo que la persigue, otras con mayor artificio, cuando ve el enemigo cerca, levanta polvo con los pies para le cegar y hacer perder el tino. Mas, ¿qué hace cuando ve caer el águila sobre sí? Tampoco le falta para esto industria, porque se empina sobre los pies, y levanta las orejas cuanto puede y, como el águila caza de vuelo, acomete a la parte del cuerpo que ve más levantada; entonces ella incontinente la baja, y así escapa venciendo por arte la fuerza del perseguidor, y mostrándonos por experiencia lo que dijo el Sabio: «Más vale la sabiduría que las fuerzas, y el varón prudente que el esforzado». Y en otro lugar: «La ciudad del fuerte escaló el sabio, y destruyó toda la fuerza de su confianza».

Tiene también otra industria este animal, y es que entra de salto en la madriguera, por no dejar rastro para que se sepa su casa. Y de otra industria semejante usan también los animales fuertes y armados. Porque el oso, para que no se halle el lugar de su morada, usa de este artificio, que entra en ella volviéndose boca arriba, y andando de espaldas para no dejar señal de la huella de sus pies. Mas el león le vence aún en esta industria, porque anda hacia atrás y a una parte y a otra, ya hacia bajo, ya hacia arriba, y parte de esta huella cubre con polvo, para que con esta confusión de caminos deje también confuso al cazador para que no sepa atinar a donde él mora y cría sus hijuelos. Pues si los fuertes se ayudan de arte e industria, ¿qué harán los flacos, que no tienen otras armas? Así la perdiz no entra de vuelo en el nido, porque no sea conocido, sino mucho antes cae en tierra, y andando llega a él.

Finalmente, a todos estos animales desarmados proveyó el Criador de temor, el cual es madre de la seguridad, porque éste los hace andar solícitos, huyendo de los lugares peligrosos y buscando los seguros, como hacen los ciervos y gamos, que andan por los altos riscos y despeñaderos, levantadas las cabezas para ver y oler cualquier cosa que los pueda dañar. Con lo cual también nos enseñan que no menos está la seguridad de nuestras ánimas en el temor de Dios, que la de sus cuerpos con el temor de los peligros. Por esto dice Salomón que «es bienaventurado el hombre que siempre vive temeroso, porque este temor lo hace solícito para hurtar el cuerpo a todas las ocasiones de los peligros». Y el Eclesiástico: «Guarda (dice) el temor de Dios, y envejécete en él». Quiere decir: Aunque seas criado viejo en la casa de Dios, y sea muy antigua y probada tu virtud, no por eso pierdas la compañía del temor.


- I -

Cosa es de gran admiración la que escribe Solino del elefante, el cual viéndose muy apretado de los cazadores, quiebra los colmillos y déjalos en tierra para que, dándoles el marfil que ellos buscan, le dejen con la vida, redimiendo su vejación con una parte de su cuerpo para conservar el todo. Y el mismo autor, capítulo 23, dice otra cosa semejante a ésta de otro animal, que en latín se llama castor, del cual parece que se derivó el nombre de castrado, porque éste se castra con sus dientes cuando se ve muy acosado y perseguido de los cazadores, dejando en tierra aquella parte de su cuerpo que ellos buscan, porque lo dejen de perseguir. Estas cosas parecerán increíbles a los que no miran más que a las habilidades que se pueden esperar de un animal, mas quien considerare que la divina providencia gobierna los animales, y les da inclinaciones y naturales instintos para todo lo que conviene a su conservación y defensión, nada de esto tendrá por increíble. Porque si dijimos que la divina providencia suple en todos los animales la falta que tienen de razón, dándoles inclinaciones e instintos para que con ellos hagan lo que hicieran si la tuvieran, y vemos que todos los hombres que la tienen, consienten que se les corte un brazo o una pierna por conservar la vida, no es cosa increíble querer perder estos animales una parte de su cuerpo por la misma causa.

Tampoco será increíble lo que diré de la pelea que tienen entre sí el elefante y el unicornio sobre los pastos. Porque el unicornio, que tiene sobre la nariz un cuerno tan duro como hierro, habiendo de entrar en el desafío con el elefante, que es mucho mayor que él, confiado en sus armas, se apercibe para la pelea aguzando aquel cuerno en una piedra para herir mejor con él. Y entrando en campo, como es más pequeño que su contrario, métesele debajo de la barriga, y con una estocada que le da con este cuerno, lo mata. Mas si por ventura yerra el golpe, el elefante, que es de mayores fuerzas, lo hace pedazos. Y con todo eso el elefante, por la ventaja que reconoce en las armas del enemigo, le teme grandemente. Sabida es y muy notoria en el reino de Portugal la pelea que hubo entre estos dos animales en tiempo del serenísimo rey Don Manuel. En la cual tuvo tan gran miedo el elefante a esta bestia, que determinó de valerse de sus pies huyendo. Y no viendo camino abierto para esto sino una gran ventana que tenía una reja de hierro, dio en ella con tan gran ímpetu, que la derribó, y por ella escapó. Ésta es la verdad de esta historia, y engáñanse los que la escribieron de otra manera.

Muy notoria es a los cazadores la pelea de los halcones con las garzas, mas no todos saben filosofar y contemplar la sabiduría del Criador, así en ésta como en otras cosas. Es tan apacible esta caza, que muchos señores gastan más de lo que sería razón en ella, sin acordarse que todo este gusto que compran con tan caro precio y cansancio, es querer gozar y ver las habilidades que la divina providencia puso en estas aves, en las unas para acometer valerosamente, y en las otras para defenderse sabiamente. Sueltan, pues, los halcones contra este ave, de los cuales unos no son más que peinadores que la repelan, y otros matadores, que son los que la matan. Donde acaece una cosa de admiración, y es que, en soltando de la mano el matador, que está muy lejos de ella, adivina que aquél es el que la ha de matar, y luego comienza a graznar y a hacer el sentimiento que puede por su muerte vecina. Y no por esto desmaya ni deja de hacer cuanto puede para escapar con la vida. Y para esto hace otra cosa de no menor admiración, porque, sintiendo que la carga del mantenimiento le es impedimento para volar, vomítalo y descárgase de él de modo que ven los cazadores los pececillos que ella había comido, caer en tierra. Llegada, pues, la hora del postrer combate, cae como un rayo el halcón sobre ella, mas a ella no falta industria y armas para defenderse, porque revuelve el pico hacia arriba entre las alas, y si el halcón no es muy diestro, cuanto más furioso viene a dar en ella, tanto corre mayor peligro de enclavarse en el pico de ella, y con esto acaece morir el que venía a matar, y pagar con su muerte la culpa de su osadía. Otras veces usa de otra industria, que es acogerse a alguna laguna de agua, si acaso la halla, porque el halcón es temeroso del agua, y así guarece. Mas, ¿quién enseñó a este ave tantas artes e industrias? ¿Quién le dijo que el halcón era temeroso del agua, para acogerse y asegurarse en ella de su enemigo? ¿Quién le hizo adivinar, entre muchos halcones que le persiguen, el que la ha de matar, y esto en soltándolo de la mano? ¿Quién le enseñó el alivianarse despidiendo el manjar comido para volar más ligero? ¿Quién le enseñó esperar el golpe del enemigo con la punta del arma que el Criador le dio, que es como si dijese: si habéis de llegar a mí, ha de ser por la punta del espada? Todas éstas son obras de la divina providencia, que no quiso dejar este ave del todo desamparada de las armas e industrias necesarias para defenderse de su enemigo, y proveer con esto de una noble y honesta recreación a los reyes y grandes señores. Mas a ellos pertenece, cuando en esto se recrean, levantar los ojos al Criador, cuyas son estas cosas que los recrean y ejercitan, y proveer también que no se entreguen tanto a esto que se olviden de las obligaciones de su estado y oficio, como se escribe del rey Antíoco, cuyos vasallos se quejaban de él que, por darse mucho a la caza, no acudía a los negocios del reino.

Quiere nuestro Señor mostrarnos la grandeza de su sabiduría en infinitas diferencias de medios que ordena para un mismo fin. ¿Quién pensara que hay especies de yerbas que ayudan a pelear? En la huerta de un monasterio nuestro parecía a veces un escorpión, y un gato grande y animoso determinó pelear con él, para lo cual se apercibió con la ruda, revolcándose mucho en ella. Y armado, y confiado en estas armas, vase a buscar al enemigo, estando un religioso desde la ventana de su celda mirando este combate. Y después de muchos encuentros de parte a parte, finalmente el gato, tomando el escorpión entre las uñas en el aire, lo despedazó y mató.

A este propósito se cuenta otra cosa más admirable. Hay en la isla de Ceilán unas culebras grandes, que llaman de capelo, porque tal parece su cabeza y pescuezo, las cuales son tan ponzoñosas, que en veinticuatro horas matan. Mas la divina providencia, que para todas las cosas ordenó remedio, proveyó que en esta isla naciese un árbol que sirve de triaca contra esta ponzoña. Porque sólo el olor de él y el vaho de quien lo ha comido, adormece esta bestia y la enflaquece. Por lo cual, queriendo un animalejo de la hechura de una comadreja pelear con esta culebra, hártase de las hojas de este árbol, y avahándola con este olor, lo adormece y así prevalece contra ella. Usa también de otra singular industria, porque hace dos puertas en su madriguera, una boquiancha y otra angosta, y en la pelea huye a esta madriguera por la boca ancha, por donde entre la culebra en su alcance; mas, entrando más adentro con la fuerza que lleva, viene a embarazarse en la estrechura del agujero, dejando medio cuerpo fuera de él. Entonces el animalejo, saliendo aprisa por la otra boca estrecha, salta sobre la culebra, y córtala por el lomo. Aquí tenemos otro ejemplo de cuánto más vale la industria que la fuerza, y otro argumento de cómo la divina providencia no dejó cosa, por pequeña que fuese, sin armas y sin remedio. Porque, ¿qué cosa más vil y despreciada que un caracolillo? Éste carece de ojos, mas no carece de armas defensivas, porque en lugar de ellos tiene dos cuernecicos muy delicados y muy sensibles, con los cuales tienta y siente todo lo que le puede ser dañoso. Y topando con alguna cosa que le sea molesta, luego se encoge y retrae en su casica, que es el reparo y acogida que le dio el que lo crió, conforme a su pequeñez.




- II -

A cada paso hallamos muchas maneras de armas y defensas en los animales, en los cuales el Criador trazó muchas cosas semejantes a las nuestras, mas lo que en nosotros hace el arte imperfectamente, en ellos hace la naturaleza perfectamente. Llevan los mercaderes sus mercaderías por la mar a otras tierras y, para navegar seguros de los cosarios, llevan en su compañía una armada de gente de guerra que los defienda. Pues una cosa semejante a ésta, como San Ambrosio refiere, hacen las cigüeñas, las cuales en cierto tiempo del año, ayuntadas en una compañía, caminan hacia la banda de Oriente con tan gran orden y concierto como iría un ejército de soldados muy bien ordenado. Y porque en este camino no faltan peligros de otras aves enemigas, ordenó la divina providencia que hubiese otras aves amigas que les fuesen fieles compañeras de su camino, y las ayudasen a defender, que es una gran compañía de grajas. Y esto se entiende ser así, porque en este tiempo desaparecen estas aves de la tierra y, cuando tornan, se ven las heridas que recibieron en la defensa de sus amigas. Pues, ¿quién, veamos, las hizo tan constantes y tal fieles en esta defensa, y más a costa de sus heridas y sangre? ¿Quién les puso leyes y penas si desamparasen la milicia, pues ninguna de ellas volvió las espaldas ni dejó la compañía? Aprendan, pues, de aquí los hombres las leyes de la hospitalidad, aprendan de las aves la fidelidad y humanidad que se debe a los huéspedes, a los cuales ellas no niegan sus peligros. Mas nosotros, por el contrario, cerramos las puertas a quien las aves dan sus mismas vidas. Lo dicho es de Ambrosio.

De las cigüeñas pasemos a las grullas, que tienen otra manera tan admirable para librarse de los peligros, que, por ser tan sabida, ha quitado su debida admiración a una cosa tan admirable, que a no ser tan notoria, a muchos pareciera increíble. Porque, ¿quién pudiera creer que cuando van camino, y llegada la noche han de dormir y descansar, tiene una cargo de velar, para que las otras duerman seguras, y si se ofreciere algún peligro, las despierte con sus graznidos para que se pongan en cobro? ¿Quién creyera que esta veladora, porque el sueño no la venza, tome una piedra en la mano, para que, si por caso se durmiere, al caer de la piedra despierte? Y porque es razón que el trabajo se reparta por todas, pues el beneficio es común de todas, cuando ésta quiere reposar, despierta a otra con cierto graznido más bajo, la cual sin quejarse que le cortaron el hilo del sueño, ni decir por qué más a mí que a cualquiera de éstas, sucede en el oficio de la vela, y toma también su piedra en la mano, y hace fielmente el oficio de centinela el cuarto que le cabe.

De esta manera y con estas industrias proveyó el Criador a la seguridad de estas aves. Mas ¿para qué fin esto? Arguyamos ahora como arguye San Pablo sobre aquella ley en que Dios dice: «No ates la boca al buey que trilla». «¿Por ventura -dice el Apóstol-, tiene Dios cuidado de los bueyes?». Claro está que esta ley no puso Dios por amor de los bueyes, sino por amor de los hombres. Pues así digo yo también. ¿Por ventura tiene Dios cuidado de las grullas? Claro está que esta manera de providencia que tiene de ellas, no es por ellas, sino por los hombres, porque con estas obras que tan claramente descubren ser él autor de ellas, les quiso dar a entender el cuidado de su providencia y de aquellas tres virtudes que dijimos andar en su compañía, que son: bondad, sabiduría y omnipotencia. Porque el conocimiento de ellas es una de las cosas que más mueve nuestros corazones a amar, temer, esperar, reverenciar y obedecer a tan gran Majestad. En lo cual es mucho para sentir la ceguedad de nuestro corazón, porque andando nadando entre tantos avisos y beneficios de Dios y entre tantas maravillas de sus obras, donde tan claramente se nos descubre, no lo conocemos ni reverenciamos en ellas. De manera que, viendo, no vemos, y entendiendo no entendemos, porque nos contentamos con ver solamente la corteza y apariencia de las cosas, sin inquirir el autor de ellas. Y por no dar un paso más adelante, dejamos de ver el Criador que está luego tras de ellas. Pues, ¿qué diré de tanta ceguera como ésta? Diré que somos como los hijos de Israel recién salidos de Egipto, a los cuales dijo Moisén que, «habiendo visto tantos y tan extraños prodigios y milagros que Dios había obrado por ellos, no habían tenido ojos para ver, ni oídos para oír, ni corazón para saber estimar y agradecer lo que Dios había hecho por ellos», lo cual pareció claramente, pues de ahí a pocos días de la salida del Egipto fabricaron aquel becerro, y lo adoraron por Dios. Tales parece que somos también nosotros, pues andando cercados por una parte de tantos beneficios de Dios, y por otra de tantos testimonios de su bondad y providencia, estamos, entre tantas voces de sus criaturas, sordos y, entre tantos resplandores de su gloria, ciegos y, entre tantos motivos de sus alabanzas (cuantas son las criaturas), mudos.

Lo que todos sabemos de estas aves susodichas, con otras cosas semejantes de que aquí hemos tratado, hacen argumento de ser verdad otra cosa no menos admirable, que refiere Francisco Patricio de Sena en su libro De República. Donde dice que en el monte Tauro suelen andarse muchas águilas. Y porque una banda de ánsares, que son grandes graznadores, hacen por allí camino en cierto tiempo del año, para no ser sentidos de las águilas, provéense de remedio. Mas, ¿qué remedio? Toma cada cual una piedra en la boca, y ésta los necesita a guardar silencio todo aquel camino. Parece esto cosa increíble. Mas quien se acordare que hace esto mismo el erizo de la mar, cuando adivina la tormenta, como arriba dijimos, tampoco dejará de creer lo que estas aves hacen.

Otra cosa añadiré aquí, no sé si más admirable que las pasadas, la cual refiere Plinio. Y la misma refiere Tulio en el primer libro De la Naturaleza de los Dioses, en el cual cuenta muchas cosas muy notables de esta materia, pretendiendo declararnos por ellas la suma sabiduría del Hacedor. Dicen, pues, estos dos insignes autores que hay una manera de concha en la mar por nombre pina, en cuya compañía anda siempre un pececillo que se llama esquila, los cuales pescan y se mantienen de una extraña manera. Porque abre la concha sus puertas, en las cuales entran los pececillos que se hallan a par de ella, y como ella no ve ni hace algún movimiento, créceles con esta seguridad la osadía, y así entran unos y otros a porfía. Entonces la espía, que es aquel pececillo que dijimos, muerde blandamente a la concha ciega, dándole aviso que ya está segura la pesquería. Luego ella cierra y aprieta sus puertas, y con esto mata los pececillos que habían entrado, y parte con el compañero la presa, y así se mantienen ambos. Pues, ¿quién no alabará aquí la divina providencia, que de esta manera proveyó de ojos ajenos a esta concha, y de mantenimiento a este pececillo, pagándole ella el trabajo de su servicio más fielmente que los señores de ahora pagan el de sus criados? Y, ¿quién no reconocerá aquí la infinita sabiduría del Criador, que tantas y tan extrañas maneras de habilidades supo inventar para mantener sus criaturas, testificándonos por todas ellas la grandeza de su gloria, para que como a tal la reverenciásemos y adorásemos?

Acabo este capítulo suplicando a nuestro Señor nos dé aquella prudencia de serpientes que él nos encomendó en su Evangelio, las cuales, viéndose maltratar y herir, esconden la cabeza con toda la astucia que pueden, y ofrecen el cuerpo a los golpes, poniendo a peligro lo que es menos, por guardar lo más, y así defienden su vida. ¡Oh, si los hombres hiciesen lo mismo, cuando se encuentran provechos del cuerpo con daños del ánima, que quisiesen perder lo menos por guardar lo más, consintiendo antes padecer detrimento en el cuerpo corruptible, que tienen común con las bestias, que en el ánima inmortal, que tienen semejante a los ángeles, y asimismo ofreciéndose ocasión, o de perder a Dios, o de perder la hacienda, quisiesen en más perder cuanto el mundo puede dar, que perder Aquél que sólo vale más que todo, y sin el cual toda abundancia es pobreza, y toda prosperidad extremada miseria!

Otra astucia también se cuenta de esta bestia, y es que, proveyéndole el Criador cada año de un vestido nuevo, y siéndole necesario despedir el viejo, ayúdase de esta industria para ello, que se cuela por un agujero estrecho para despedirlo de sí. En lo cual también se nos da documento que el que quisiere despedir de sí el hombre viejo, sujeto a los apetitos de la carne, sepa que le conviene entrar por la puerta estrecha de la mortificación de sus pasiones, y abrazar la cruz de la vida áspera y trabajosa, porque la naturaleza depravada, mayormente si está confirmada con la costumbre de muchos días, no se puede vencer sino con gran dificultad, esto es, con ayunos, oraciones, vigilias, santas lecciones, silencio, guarda de los sentidos, y uso de sacramentos, y otras cosas tales. Lo cual acabó con muchos hombres el santo Bautista, cuando saliendo del desierto espantó al mundo con la aspereza de su vida, y con el ejemplo de sus virtudes, y con el trueno de su predicación, como lo testificó el Salvador cuando dijo: «desde los días de San Juan Bautista, el reino de los cielos padece fuerza, y los esforzados son los que lo arrebatan».





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