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1

El Cubo del Sur, situado en dónde se eleva hoy el Templo Protestante.



 

2

El capitán don Jorge Pacheco, padre del general don Melchor Pacheco y Obes -antiguo Preboste y perseguidor tenaz del contrabando en los últimos años del pasado siglo-, había influido en compañía del hacendado don Antonio Pereira, como él amigo particular de don Martín J. Artigas, para que se diese a José una plaza de ayudante mayor en el cuerpo de Blandengues. -En el año XI adhirió al movimiento de Artigas, contribuyendo a la sublevación de las milicias en la jurisdicción de Paysandú.



 

3

Fernando Torgués, pariente de Artigas, debía ser más adelante uno de sus jefes de vanguardia, -aún cuando por sus excesos decayó en la gracia-. Este terrible montonero fue el vencedor en Espinillos del Barón de Hollemberg; a quién tomó prisionero, así como al Comandante Hilarión de la Quintana, oficiales e individuos de tropa, respetando sus vidas.



 

4

Enchalecar, o el enchipamiento, como decían los gauchos, era un género de suplicio excepcional y único. El primer término da en cierto modo de él una idea, aunque en vez de chaleco pudiera mejor calificarse de camisa de fuerza el instrumento empleado para poner a buen recaudo al reo o al simple detenido.

En las vastas y desiertas campañas orientales, dominio del contrabandista y de matrero a fines del pasado siglo, los cuerpos de vigilancia tenían que acampar lejos de los escasos núcleos de población, que así mismo carecían de cárceles o presidios. En campo raso poco uso se hacía de las esposas y grilletes, y las ligaduras con lazo o maneador según los que aplicaban el suplicio, no ofrecían seguridad bastante; y de ahí que se adoptase el enchalecamiento como el medio más eficaz.

Atribuyose a un Preboste la invención; pero, no se ha logrado aún constatar que él la aplicase sólo en el período revolucionario. Ese Preboste, era el capitán don Jorge Pacheco.

En una piel fresca de vaca o de potro se envolvía y liaba al preso en forma de rollo o cigarro, ciñéndosele por los pies, el vientre y el pecho, y dejándole únicamente la cabeza libre. Las manos estaban atadas, a más de recubiertas por los pliegues del cuero. Aún cuando el semblante de fuera permitía al preso respirar, lo era con ansia y fatiga. Este principio de asfixia llegaba a tomar desarrollo e incremento, así que el sol y el aire constreñían la piel y convertían su elasticidad en durísimas arrugas, apretando músculos y huesos con violencia a medida que se secaba. Por lo común, el paciente sucumbía a esta presión horrible entre espasmos y sudores



 

5

Venancio Benavides, una vez producidas las graves diferencias que separaron para siempre a Artigas de la Junta, siguió al servicio de ésta con el grado de teniente coronel. Después de la campaña del año XI a que nos referimos, -y en la que le cupo participación sobresaliente por las acciones del Colla, San José y la Colonia, abandonó su país y fuese a servir en las provincias del norte, a las órdenes del General Belgrano-. Tuvo en este campamento un disgusto con su jefe inmediato, y pasose entonces a las tiendas del enemigo, en momentos que el desastre de las fuerzas de Cochabamba daba alientos a la causa del rey. El general Tristán le dispensó buena acogida.

Encontrose desde luego en las dos batallas que se libraron, bajo las banderas españolas; y en la de Salta, cuando se esforzaba por alentar a sus compañeros espada en mano, una bala le rompió el cráneo, «guardando en su rostro -según las palabras de un historiador- el ceño terrible con que le encontró la muerte».



 

6

Este oficial activo y valeroso montaba la gran guardia avanza a en el asedio de Montevideo del año XII, cuando fue sorprendido por la tropa española que atacó a los patriotas en el Cerrito y hubo de alcanzar la victoria a no ser la bala que postró en la falda mortalmente herido al bizarro Brigadier Muesas. -Vargas, aún sorprendido, se resistió, y fue desarmado-. Había vuelto su espada contra Artigas, como casi todos los caudillos que recibieron en su tiempo grados y honores de la junta; y, más tarde, complicado en un plan oscuro en su suelo nativo, murió en el banquillo, por orden del Dictador Francia.



 

7

El capitán Francisco Bicudo, que no nombraremos otra vez en este libro, río-grandense como Viera, llevó hasta el sacrificio supremo su lealtad por la causa gloriosa de nuestros abuelos.

En el año XII invadido el territorio por un ejército portugués a las órdenes del General Diego de Souza, Bicudo se encierra con setenta orientales en la noble villa de Paysandú, rechaza la intimación de deponer las armas y se bate enérgica y virilmente contra una fuerza reglada seis veces superior. Al final de esta jornada, digna de un canto de Homero, la tropa vencedora penetra en el recinto, y de los setenta soldados solo encuentra siete heridos. Entre los sesenta y tres muertos confundido, y cadáver también, estaba el capitán Bicudo.

MEM. INÉD. del Teniente General Díaz.



 

8

Para esta hueste inquieta y disciplinada a medias, empezaban recién, como para las demás, los tiempos heroicos.

La fuerza de la ola revolucionaria debía empujar la milicia de Manuel Francisco Artigas, compuesta de fieros montaraces de los esteros de Maldonado y de la sierra de las Ánimas, hasta las zonas del septentrión y hasta el trópico, envuelta en un torbellino de fuego y de gloria; pero ya transformada de simple milicia en legión aguerrida, bajo el comando del coronel Manuel Vicente Pagola.

Los centauros bravíos que habían salido de sus pagos como escondidos en los lomos entre crines y melenas, de mirar soberbio y fuerte aliento de libertad salvaje, se convirtieron en fusileros, granaderos y volteadores; a la sombra de su bandera, que hecha girones cuelga hoy de las bóvedas de un templo, cruzaron comarcas y soledades ungiendo con su sangre junto a sus hermanos la redención de un continente, y al fin cayeron exterminados por el plomo y el sable en los campos de Sipe-Sipe legando ejemplo perdurable de honor y de bravura militar.

Este fue el destino de la hueste de Manuel Francisco Artigas, y ese, el fin glorioso del regimiento núm. 9 de línea.



 

9

Eusebio Valdenegro era oriental, como Rufino Bauzá, Manuel Vicente Pagola y Ventura Vázquez. De sólidos méritos militares e imponderable arrojo, llegó a coronel con brillante foja de servicios. Desterrado por el Directorio a Norteamérica en 1817, se supone que murió en un lance de honor en Baltimore.



 
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