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Itinerario periodístico de Ernesto Bark, aquel Soulinake valleinclanesco

Dolores Thion Soriano-Mollá





En la escena décima tercia de Luces de Bohemia, Basilio Soulinake encarna el papel del médico en ciernes, un pseudocientífico que al diagnóstico de la defunción de Max Estrella opone el de la catalepsia. En aquella didascalia Valle Inclán, ese «hombre alto, abotonado, escueto, grandes barbas rojas de judío anarquista y ojos envidiosos, bajo de testuz de bisonte obstinado»; ese «fripón periodista alemán, fichado en los registros policíacos, como anarquista ruso», era Ernesto Bark, al que Valle-Inclán llamó por «el falso nombre de Basilio Soulinake» como ya demostraron los estudios inaugurales de Alonso Zamora Vicente y los posteriores de Allen W. Phillips1.

Basilio Soulinake, pese a lo que se sigue en ocasiones afirmando, era sin duda Ernesto Bark. La fidelidad del personaje de ficción al modelo que le dio vida es prácticamente absoluta, pese al tratamiento caricaturesco que le inflige Valle-Inclán. No sería en modo alguno falacioso el atribuir alto grado de veracidad a los estereotipos lingüísticos o los tópicos cientificistas y pangermanistas con que Valle-Inclán acentúa su deformación. Pedro o Basilio Soulinake, en «La corte de Estella» de La guerra carlista (1910), La lámpara maravillosa (1916), Luces de Bohemia (1920) no es ni polaco ni letón, sino un estonio -ruso a la sazón- de sangre alemana y protestante, simplemente confundido con los emigrantes judíos de Rusia a quienes servía de intérprete a instancias de Isidoro López Lapuya. Pedro o Basilio Soulinake o Ernesto Bark es realmente un aristócrata revolucionario y periodista como Valle-Inclán reflejó2.

La prensa, órgano moderno de opinión, propaganda y educación, constituyó un objetivo tenaz u obsesivo para Ernesto Bark. Tras sus bisoñas experiencias antizaristas en Rusia y Suiza, siempre en la clandestinidad, los escenarios españoles, provinciales o madrileños, albergaron sus reiteradas iniciativas periodísticas. Cuando en 1885 se instaló definitivamente en España, trabajaba como corresponsal de la Gaceta de Colonia y el Diario Nacional de Francfurt. Su condición de extranjero, tan subrayada por Valle-Inclán con los mordaces «como dicen los españoles», repetidos constantemente en cada intercambio dialógico de Luces de Bohemia, le ubicaba en una posición de enlace o puente entre España y Alemania. La misión propagandista internacionalista -o europeizante- a la que Bark se sentía destinado orientó sus vehementes esfuerzos en la creación de órganos de prensa nacionales y cosmopolitas. En lengua alemana fundó Der Baltische Föderalist (Ginebra, 1882-1883) y Spanisch-Deutsche Revue fur Litteratur, Politik and Handel (Madrid, 1887-1888) y Spanien (Madrid, 1898-1899). La primera generó algunas intrigas ya que nació a raíz de las mencionadas colaboraciones de Bark con López Lapuya. En Spanien colaboraron Alejandro y Miguel Sawa, Antonio Palomero, Félix Limendoux, Carlos Fernández Shaw, entre otros. Bark traducía los artículos y creaciones literarias de la bohemia comprometida al alemán. Divulgaba igualmente la situación política y social de España, desde las mismas perspectivas que orientaron sus colaboraciones en la prensa en español a la que dedicaremos nuestra atención.

El concepto que de la prensa tiene Ernesto Bark queda esencialmente recogido en uno de sus primeros folletos publicados en España bajo el título La Prensa española, Estudio comparativo de un cosmopolita (1888)3. En dicho estudio realiza un estado de la cuestión, aportando índices estadísticos relativos al sector en los principales países europeos. Las conclusiones de sus análisis demuestran el atraso de la prensa española. Cabría apuntar, entre otros aspectos, la falta de profesionalización del periodismo en España y la pobreza cuantitativa de periódicos y tiradas, los cuales son signo de su escasa repercusión social. Ello se debe no sólo al alto grado de analfabetismo y la ausencia de hábitos lectores, sino también, a factores de tipo cualitativo, tales como el localismo provinciano de los contenidos, el desequilibrio entre información y opinión o el sensacionalismo cultivado por algunos escritores y demandado por el lectorado. La mejora de los medios técnicos de comunicación, las agencias de prensa y la formación de los escritores, la creación de puestos de corresponsales internacionales y la subida de salarios son factores de orden material que repercutirían, según Bark, en la calidad de la prensa. Porque los periodistas españoles poseen un estilo llano y claro, fruto de la «templanza» de la psicología nacional, bastaría, en opinión de Bark, con incrementar la reflexión y el análisis crítico para que la prensa se convirtiese realmente en el cuarto poder; o sea, en un agente activo de la sociedad, reflejando todas las aspiraciones colectivas nacionales.

En tanto que fuerza política y social, Bark está convencido de que el periodismo puede modificar los destinos de los pueblos introduciendo pequeñas variaciones del sentir y pensar nacionales. En este sentido, Bark enaltece el periodismo desde una perspectiva romántica, equiparándolo a la literatura como acervo cultural, representación de la conciencia colectiva y el alma nacional. Es más, la literatura atestigua, la prensa cataliza, solía afirmar Bark. Porque la prensa está más actualizada, es más activa y asequible que la literatura, adquiere cierta supremacía como arte social respecto de la literatura. No obstante, las Letras, en general, la hoja de periódico y el ejercicio crítico literario, en particular, son un pilar del modernismo -en el sentido lato de modernidad- por ser guías educadoras en «la revolución contra todo lo muerto, del progreso contra el estancamiento»4. Puesto que el modernista está destinado a una alta misión social, tiene que ser un carácter recto, en contacto con la sociedad y penetrado en el sacerdocio sublime del periodista y escritor5.

Cuando la bohemia modernista encarna todavía la disidencia y el compromiso político, los publicistas, proletarios de levita y sombrero de copa, se presentan como los nuevos evangelistas del vulgo. Se consideran abnegados luchadores por la solidaridad humana. Sus virtudes, sistematizadas por Bark en un esbozo de Decálogo, son las siguientes:

«Primero: nunca cansar a los lectores.

Segundo: despreciar las preocupaciones del vulgo.

Tercero: sacrificar todo delante del altar de la verdad y de la belleza.

Cuarto: ser sincero, siempre sincero y nunca rechazar a nadie la justa defensa contra los abusos, injurias y calumnias.

Quinto: tener el valor de desafiar a todo un mundo enemigo en defensa de los propios ideales, y sólo rendirse a la razón y a la verdad; pero esto con sinceridad y sin tergiversaciones ni rodeos, como lo hace cierta gente entre mis compañeros [...].

Y por sexto y último, ser un buen amigo y nunca perder el buen humor»6.



Los proletarios de levita a los que se refiere Bark, son los modernistas de Luces de bohemia, cuando todavía simbolizan la «Hermandad de peregrinos de la Verdad y Justicia», el soplo rejuvenecedor, la oposición a lo establecido, al anquilosamiento de las ideas y sentimientos. Son, en definitiva, los bohemios publicistas que él mismo y Alejandro Sawa intentaron reunir en su utópico proyecto de la Santa Hermandad, conocida como la Santa Bohemia7.

Desde 1884, estos jóvenes fundan Juventud Republicana y sucesivas pero efímeras tribunas como La Discusión, La Tribuna Escolar, Juventud Republicana y La Universidad. Allí firman Alejandro y Miguel Sawa, Ricardo Fuente, Manuel Paso, Luis París, Rafael de Labra, etc. Esos balbuceos estudiantiles nacidos al calor de los motines universitarios de Santa Isabel, se irían consolidando en periódicos como La Piqueta y El Radical (1889), ahora ya, con Ernesto Bark como uno de los más entusiastas mentores. Desde estas tribunas de prensa política y cultural pretenden ampliar el campo de influencia del Partido Republicano, renovando las bases sociales de su ideario y acercándose al proletariado frente al creciente peso del Socialismo.

Bajo los nombres de Agrupación Democrática, Democracia Social y Germinal, de 1890 a 1903, podemos descubrir a la Gente Nueva, quien crea el Partido Demócrata-Socialista o Republicano-Socialista, inspirado de su homónimo alemán y del anarquismo humanista de Proudhon. Sin periódico no hay partido, se solía evocar en aquel entonces, por lo que Agrupación Democrática fundó el diario La Democracia Social.

La Democracia Social salió a la luz el 18 de diciembre de 1890 al módico precio de cinco céntimos. Sólo se conserva un número del mismo. La nómina de la redacción estaba compuesta por Ricardo Yesares, Ernesto Bark, Mauricio von Stern, Isidoro López Lapuya, José Pamies, Manuel Paso y Ricardo Fuente. Configuraban éstos el directorio madrileño de la Democracia Social. Sus relaciones personales con los republicanos de Alcoy y Alicante, en particular con Juan Cabot Cahué, motivaron diversas actividades propagandísticas en dicha ciudad. Ernesto Bark, que había sido expulsado de Madrid, se trasladó a Alicante y a Cartagena para fundar los órganos provinciales del partido, los respectivos periódicos El Crisol (1890-1892) y Cartagena Moderna (1895)8. En ambas tribunas se declara la adhesión de la Agrupación al republicanismo de Ruiz Zorrilla y se arenga a la Gente Nueva a participar en la regeneración de las Letras españolas.




La Democracia Social

De vuelta a Madrid, en 1895, Ernesto Bark potencia la nueva salida de La Democracia Social. Tras el emblemático estreno de Juan José, el directorio de la Agrupación propone la dirección a Joaquín Dicenta, como figura captatoria de jóvenes rebeldes y proletarios. El liderazgo y la iniciativa política que se suelen atribuir a Dicenta para la constitución del grupo queda menguada en sus memorias personales. En «Idos y muertos», Dicenta parangonaba la fundación de La Democracia Social con un milagro. Aquella «poderosa palanca» con la que se sentían capaces de remover el mundo, resultaba, para Dicenta, el maná caído del cielo para afrontar la subsistencia cotidiana. Rememoraba Dicenta que:

«En la época de La Democracia Social estábamos en las últimas. Buena prenda de ello es que yo andaba a todas horas con sombrero de capa y chaqué. Cuando esto ocurría, era señal de que habíamos quemado el último cartucho [...].

Mi trajeo era, entonces, fantástico. A más del chaqué, que fue negro y a puro uso se tornó verde, llevaba un chaleco azul con motas encarnadas y unos pantalones a cuadros ya zurcidos. Añádanse a esto unas botas de caza y el sombrero de copa y tendrán exacta idea mis lectores de cómo vestía el Director de La Democracia Social. Poco más o menos, mis redactores vestían y vivían por el estilo»9.



Las dificultades económicas a las que tuvieron que hacer frente para poder publicar el periódico, sin subvenciones de partido ni mecenas, fueron importantes. Años más tarde, Bark las relataba en sus Recuerdos bohemios:

«La base debían formar las cantidades que entrasen de la venta de las acciones pagaderas en plazos mensuales; y, en efecto habían colocado algunas acciones y cobrado unas cien (!!) pesetas antes de publicar el primer número. Contábamos con tres elementos importantísimos: un buen amigo y antiguo periodista nos abrió el crédito para tres meses en la papelería e imprenta dónde tiraba su propio diario. Ni siquiera era socialista, o mejor dicho sus intereses no le permitían el lujo de serlo aunque tenía simpatías por nuestros ideales [...]. Todos los redactores eran propietarios accionistas con el deber de trabajar como redactores por la participación respectiva en las ganancias de la empresa»10.



El 8 de abril de 1895, La Democracia Social salió de nuevo a la luz. Era el típico periódico finisecular. De formato grande, sus dos hojas se distribuían en cinco columnas con contados grabados de rudimentaria calidad. Se vendía al precio de cinco céntimos. El equipo de redacción había ampliado sus filas. Figuraban, en cabeza de lista, Joaquín Dicenta y los mentores Ricardo Yesares y Ernesto Bark. Las nuevas plumas, aparecían en el siguiente orden: Félix Limendoux (Doctor Centeno), Ricardo Fuente, Antonio Palomero (Gil Parrado), Rafael Delorme (Juan de la Encina), Manuel Paso, E. Alonso y Orera, Ricardo J. Catarineu, Silvestre Abellán, Miguel Sawa, Carlos Soler, Enrique Maldonado, Antonio G. Pineda, Eduardo Zamacois, Federico Martín Eztala, Manuel Tercero y Ángel Conde.

El periódico materializaba el concepto de prensa de Bark, ya que combinaba, pese a su condición de diario, el artículo de fondo con la noticia breve y circunstancial, las columnas de actualidad nacional con las de propaganda de la Agrupación, e incluso, la creación literaria con la divulgación científica. Para un republicanismo paternalista como el de la Agrupación, la instrucción de las bajas clases medias y del proletariado constituía la panacea regeneracionista de la patria y la raza latina. Del mismo modo, siguiendo a Bark, era una tribuna libre -al igual que sus sucesoras- de circulación restringida, en la que no se «cercenan sus artículos por consideraciones económicas», «ni encuentran la oposición sistemática del público insatisfecho y rutinario que coarta cada paso»11.

Para salvaguardar a los escritores, evitar personalismos y crear un espíritu comunitario en el periódico, no se solían firmar los artículos. En algunas ocasiones, Bark firmaba algunos de contenido sociológico y político bajo su nombre o su seudónimo A. de Santaclara. Su cosmopolitismo se reflejaba en las abundantes colaboraciones sobre política internacional12. Bark anhelaba la alianza entre España, Francia y Rusia ya que los lazos de fraternidad humana que el catolicismo había implantado en ellos podría declinar fácilmente en una Internacional Social de orden laico.

La Agrupación Democrática afirmaba su compromiso político progresista, abierto a cualquier partido que anhelase participar en la regeneración social y el establecimiento de una verdadera democracia. El carácter aglutinador y tolerante que los definía requería cierta flexibilidad e imprecisión en su programa. El socialismo con el que querían renovar su republicanismo era tan utópico e idealista como su anarquismo literario. Mantuvieron importantes diatribas con el directorio del Partido Socialista, en las que Bark participó activamente. Juan José Morato dio cuenta de esa visión particular de la Agrupación que respondía a la visión que Bark y sus compañeros poseían del socialismo reformista que proponían:

«[...] veían en el socialismo un ideal y un empleo digno de actividad, pero encontraban repulsiva la rigidez del Partido Socialista Obrero y su disciplina férrea, y acaso les repugnaba ser recibidos como unos afiliados más por obreros mecánicos. Digamos también que el Socialismo de esta generación, de positivo mérito, era vago, sentimental, de protesta y rebeldía, cuando no a contrapelo, como el Juan José de Dicenta; [...] Quizás los hombres del Partido Socialista pecaron de adustos y hoscos [...] el hecho es que no hubo ni asomos de cordialidad entre unos y otros. Y aquel movimiento romántico desapareció, y hoy creemos que fue benéfico»13.



El directorio del Partido Socialista les recriminaba su paternalismo intelectualista, sus altisonantes disertaciones de escasa efectividad práctica. Bark, tras unos intentos fallidos de movilizar al sector de la construcción en Madrid, manifestó un profundo desengaño del proletariado. Acusaba el inmovilismo y la desconfianza que estos sectores demostraron hacia la Agrupación; lo cual orientó la búsqueda de nuevos receptores en las clases medias y las élites intelectuales; en particular del krausismo positivista y del regeneracionismo.

A pesar de la efímera existencia de La Democracia Social, todos los escritores reconocieron su significación en la consolidación interna de la Agrupación. El periódico sirvió para unificar criterios, desarrollar un programa inicial y afirmar su voluntad en un nuevo proyecto, la fundación de la revista Germinal. En suma, La Democracia Social fue «ensayo, trabajo madurativo», como Bark recordaría en su balance:

«Nunca me arrepentiré de haber emprendido aquella publicación, que era la base de Germinal y del movimiento socialista-republicano de hoy. ¡Cuántos nobles entusiasmos encontraron un eco en aquellos doce o catorce números de La Democracia Social! El germen colocado entonces en las inteligencias de aquellos redactores ha fructificado en artículos, libros y dramas»14.



En 1896, Bark, Yesares y Maceín fundaron una nueva revista, La República Social, de la que no se conserva ningún número. Su vida fue incluso más fugaz que la de La Democracia Social, si bien nos queda de ella un indicio más del entusiasmo y la infatigable actividad de los mentores de la Agrupación. Sus colaboraciones aparecieron en otros periódicos progresistas, tales como El Progreso, El País, Don Quijote y las revistas culturales que en aquellas fechas empezaron a prodigar.


Germinal

Fue en primavera de 1897 cuando de nuevo la bohemia comprometida logró fundar una nueva tribuna. La Agrupación Democrática aparece ahora bajo el portaestandarte de Germinal, que los acompañó en sus cuatro salidas de 1897 a 1903. El título de Germinal fue, al parecer, hallazgo de Bark. Fue elegido porque era «literario, radical en política y resueltamente socialista», ya que se inspiraba en el cuarto evangelio de Zola. Su carácter palingenésico resultaba altamente sugerente en período de crisis y decadencia. Germinal y la consigna «Levántate y anda», imitando la historia de Lázaro, fueron recurrentes en sus publicaciones15. A partir de 1903, el título de Germinal proliferó en toda España para designar a numerosos periódicos de ideología exclusivamente anarquista, ya distante del Republicanismo Social de Ernesto Bark y sus compañeros.

En 1897, Joaquín Dicenta prosiguió su singladura como director de Germinal, semanario republicano científico, hasta pasar al diario El País en octubre del mismo año, cuando el grupo lo utilizó como tribuna paralela. Confesó Bark años más tarde, que la presencia y el prestigio literario de Dicenta rodeaba al periódico de una «aureola poética que contribuía singularmente al éxito inaudito de la revista»16. Nicolás Salmerón y García le sucedió en el cargo. El consejo de redacción estaba formado por Ernesto Bark y Francisco Maceín. Como corresponsales figuraban Isidoro López Lapuya desde París y Cari von Werner desde Berlín. La nómina de redactores era la siguiente: Rafael Delorme, Ricardo Fuente, Juan José Jurado de la Parra, Antonio Palomero, Manuel Paso, Nicolás Salmerón y García y Eduardo Zamacois. Colaboraron Maeztu, Valle-Inclán, Benavente, Trigo, Rusiñol, Verdes Montenegro, González Serrano, Picón, Dorado Montero, Miguel Sawa, Blasco Ibáñez, Cavia, Caterineu, Eusebio Blasco, Arturo Reyes, etc. Germinal constaba semanalmente de ocho a doce páginas. Las secciones doctrinales y sociopolíticas alternaban con artículos culturales y artísticos, creativos y científicos. Incorporó igualmente reseñas bibliográficas y teatrales. Sus ilustraciones y grabados eran de gran riqueza y proporcionaban un aspecto moderno a la revista.

Los germinalistas se presentaban como los nuevos hombres, la gente joven, fuerte, pensadora, revolucionaria y honrada que había sido ultrajada y escarnecida. Desde esas posiciones -y poses- como víctimas afrontaban el ostracismo, la corrupción y el despotismo en política y filosofía, ciencias y artes...

«Esa juventud que quiere en política la República como punto de arranque, la República Social como fin inmediato y el progreso indefinido como ideal supremo; que rechaza toda religión positiva como atentadora de la conciencia humana; que reclama libertad para el pensamiento en el libro, en la tribuna, en el teatro, en el arte, en todo, no quiere, no debe, no puede guardar silencio, reclama un punto desde el que puede ser oída y nosotros se lo ofrecemos, modesto pero noble y honrado con Germinal»17.



Su programa era de consuno político, artístico y científico, con los mismos presupuestos que se perfilaron en La Democracia Social. Recogía tanto el reformismo (socialismo positivo) de Bark y Maceín, como el socialismo colectivista de inspiración marxista que proponía Delorme. Bark invitaba a la controversia y la polémica como ejercicios esenciales en el aprendizaje de la Democracia. Germinal deseaba ser un espacio de intercambio y discusión para lograr establecer unos mínimos sincréticos en los que todas las facciones progresistas se identificaran con el fin de crear un gran frente de oposición de efectivo impacto18. La originalidad de la revista residía en esa apertura, en la ambición de «lo moderno» sin banderas, etiquetas ni -ismos, en la que el compromiso sociopolítico y estético caminaban a la par19.

Ernesto Bark fue una de la pocas figuras que permaneció durante toda la trayectoria de Germinal, hasta 1903. Los germinalistas que se trasladaron a la redacción del diario El País, junto con Dicenta y Fuente, fueron disminuyendo sus colaboraciones en Germinal, la cual quedó prácticamente en manos de Salmerón, Bark y Maceín. El equipo de colaboradores se renovó con la pluma de intelectuales y catedráticos de tendencia liberal y krausista, pero de menor experiencia periodística: Salas Antón, Odón de Buen, Palmiro de Lidia, Santiago Valentí Camp, Julio Poveda, etc.

Bajo el nuevo subtítulo de semanario republicano sociológico, Germinal, el 15 de octubre de 1897, se convirtió en exclusiva tribuna del Socialismo positivo de Bark y Maceín. Firmaban con sus respectivos nombres y seudónimos (A. de Santaclara y Julio Thermidor) al menos dos artículos de fondo cada uno, con lo cual, la revista estaba en gran parte redactada por ellos. Del tono combativo y la calidad que la caracterizaba en primavera de 1897, iremos asistiendo palautinamente a una baja en ambos aspectos, ello hasta su desaparición en diciembre del mismo año por falta de liquidez.

Los mejores periodistas, que se habían traslado de Germinal a El País, no conocieron mejor suerte. Pese a su condición de diario, El País perdió el carácter teórico y conceptual que Bark y Delorme habían logrado imprimir a su republicanismo socialista en la revista, completando su debate con las colaboraciones de Maeztu, González Serrano, Maceín, etc. Cabría apuntar que la muerte, cercenadora del inframundo bohemio, se llevó a prematuramente a Delorme (1897), responsable como Bark y Maceín de los artículos de contenido ideológico del grupo. Las diatribas de las que fue objeto el diario y el fracaso de la huelga de ultramarinos, preparada desde Germinal, supusieron la pérdida del control del periódico en enero de 1898.

Los fracasos del grupo Germinal fueron achacados a su ignorancia ideológica e incapacidad para sistematizar, a lo cual añadía Bark el excesivo personalismo de algunos de sus miembros, en particular de Dicenta. Con cierta amargura López Lapuya lamentaba, con cierta ira, que aquellos esfuerzos se redujeran al beneficio de:

«[...] ver a Dicenta tronando en la cima de la redacción como el hombre más talento, de más dinero y de más etcéteras: a Benavente, a Jurado de la Parra o a no sé quienes, llorando como unas magdalenas porque calificaban como anarquistas; a Orera y a otros huyendo rapidísimo por temor a desconocidos yangüeses; a Ricardo Fuente acobardado por sus necesidades apremiantes... En vano el bueno de Zamacois cuidaba de la Administración de Germinal para que éste tuviese con la seguridad de los tesoros la certeza de la larga y exuberante vida: una mano oculta desvalijaba los cajones que él cerrados tenía. Y en vano también el bueno de Ernesto Bark llevaba la batuta en aquel famoso desconcierto. ¡Adelante! ¡Adelante! Germinal ha concluido en punta. Es decir, ha concluido en Salmerón, zarza donde dejó prendida poca lana socialista, quedándose con pelo de sociología cursi, venenoso y rapado»20.



Las numerosas colaboraciones de Bark (con su seudónimo habitual A. de Santaclara) conservan cierta unidad respecto de las de La Democracia Social y su prolija bibliografía, donde gran número de ellas fueron integradas. Además de los artículos políticos y sociales de fondo sobre los que no nos detendremos en esta ocasión, son de especial interés los que versan en cultura, periodismo y literatura. Si los primeros podemos descubrirlos todavía en el resto de su obra impresa, los literarios conservan su prístina originalidad ya que no todos los volúmenes en los cuales debieron quedar fundidos han sido localizados.

La rebeldía política de la Gente nueva se materializó estéticamente en el rechazo del arte burgués y en una concepción utilitaria del arte, al servicio de la Revolución Social. En ese afán de disidencia, Bark arremetió contra el Naturalismo español de corte espiritual, proponiendo un Naturalismo Social o radical, un naturalismo dreyfusiano, contestatario y socialista. Merced a su metodología científica, Bark proclamaba que el Naturalismo era un arte grandioso, puro y eterno; el «arte del buen sentido», el verdadero documento histórico del siglo XIX, esencial para los estudios de Estadística Social. Por ello, reducía parte de la literatura a estudio sociológico con el que denunciar las lacras sociales y la degeneración nacional, amparándose en las declaraciones de Zola como voz de autoridad21. Para Bark y sus compañeros era fundamental presentar al hombre en su contexto, bajo el peso del determinismo social y ambiental. Eligieron a los desheredados, en unos ambientes tétricos, paupérrimos, bajo las convulsiones del dolor, la miseria y la inmundicia, sin que hubiese lugar para la resignación y compasión religiosa. Para garantizar un estilo vigoroso, Bark aconsejaba la adecuación del lenguaje y las descripciones exhaustivas. Aquellos dramáticos cuadros o «estudios sociales», exigían un lenguaje valiente que tenía que convertirse en el grito arrollador de la Revolución Social22. Se trataba, como él sintetizaba, de un naturalismo ateo-determinista y socialista-revolucionario.

Desde Germinal se eligió a Joaquín Dicenta como pionero en el Naturalismo social merced a sus dramas sociales, a imagen, en opinión de Bark, de los dramas naturalistas y el teatro de ideas en Europa. En Juan José, reseñaba Bark, «la pluma se convierte en piqueta y la escena en tribuna»23. En novela, el Naturalismo social no había logrado suficiente madurez, salvo en algunas de las novelas de Alejandro Sawa. Si bien demostró todo su vigor en Crimen Legal, el «grito de desesperación» del luchador que se asfixia en Declaraciones de un vencido, y el cuadro lúgubre de una sociedad sumergida «en tinieblas seculares» en Noche, éste no era lo suficientemente desgarrador y frío como el Naturalismo Social requería. El alma latina de Sawa, un tanto diletante y laxista, estaba abocada a ser «profundamente poética», por lo que sus novelas quedaban impregnadas de tintes románticos, costumbristas y populares que distaban de la misión sociológica que Bark proyectaba24.

Con el mismo sentido aperturista que en política, Germinal acogía cualquier estética que implicase reacción contra la novela imperante, habitualmente tachada de anacrónica e inferior respecto de la europea. La literatura consagrada se convirtió en frente de oposición por representar lo viejo, lo burgués, lo católico. Aun reconociendo la capacidad creativa de aquellas «generaciones de gomosos», egoístas, conservadores y clericales25; o sea, de Pereda, Pérez Galdós, Palacio Valdés, Picón, Valera, Pardo Bazán, Munilla y Oller, Bark menospreciaba sus novelas por falta de implicación social y un realismo desvirtuado:

«Nadie negará que los citados son artistas dotados de un finísimo sentido poético, que perciben las formas y los colores como cualquier Alejandro Panzani, describen con maravillosa plasticidad los detalles y penetran en la intuición artística del latino en la poesía de la realidad más insignificante, viendo bellezas hasta en el montón de basuras»26.



El espiritualismo defendido por Emilia Pardo Bazán en su concepción del naturalismo constituía uno de los blancos preferidos de Bark, quien censuraba ese modo hispánico de conciliar el positivismo con los preceptos religiosos y la moral católica. El naturalismo de Pardo Bazán era, recogiendo sus propias palabras, «naturalismo desnaturalizado». En la concepción reduccionista de la novela que Bark divulgaba desde la prensa, la literatura era arte sociológico, sin por ello estar reñido con el arte «verdadero», el arte defensor de ideas y sentimientos sublimes propio de las estéticas románticas, porque le otorgaba asimismo una misión educadora y vulgarizadora. Toda literatura podía ser palanca propagadora de ideas progresistas. Así lo hicieron Goethe y Víctor Hugo, quienes, a diferencia de los obsoletos escritores españoles, supieron «propagar sus sentimientos sublimes envueltos en brillantes concepciones artísticas, cautivando la fantasía para elevar el alma a las alturas de eterna belleza y virtud»27.

El teatro mereció particular atención de Bark como medio propagandístico y de educación de masas. Bark vislumbraba en el teatro por horas un instrumento eficaz para educar al vulgo con sencillez dada su capacidad de convocatoria. Este tipo de representaciones podía distraer al obrero que disponía de poco tiempo y dinero. Una vez más, distinguía entre el arte sociológico y el arte sublime o verdadero. Como solución sociológica, el teatro podía ser una panacea social que alejase «a millares de gente sencilla de las tabernas» e «hiciese penetrar las bendiciones del arte hasta las aldeas más recónditas del país, educando estéticamente al pueblo para que pudiese aprender y gozar las sublimes revelaciones del arte»28.

Aunque desde estas tribunas, Bark no desarrolló el concepto de Modernismo como en su bibliografía posterior, en las páginas de Germinal se maneja dicho concepto, entendido como cualquier tendencia que significase protesta contra los viejos, «del espíritu contra la forma, del progreso contra la reacción»29. Puesto que la transformación de la sociedad es la misión fundamental del arte, cualquier tendencia estética que respetase ese precepto era aceptada en Germinal. Ello justificaba la presencia de escritores con estéticas tan variadas en estas hojas de la prensa. De hecho, los germinalistas exploraron las vías de la introspección, el conocimiento sensible, el vitalismo e idealismo como mecanismos de compensación a la insatisfacción que el naturalismo radical acabó generando. Igualmente Bark, en los albores de siglo, propuso una estética de corte idealista de resabios románticos basada en la Filosofía del placer.

El pragmatismo que la tribuna propagandística imponía, orientó las contribuciones de Bark hacia la crítica literaria dada la influencia social y humana que potencialmente podía ejercer. Acusaba a la crítica española de ser la responsable del estado anacrónico de la literatura consagrada, por no explicar las causas de «su pobreza de espíritu» y complacerse «en grotescos elogios, ditirambos trasnochados de compadrazgo acérrimo, limitándose a discutir nimiedades y puntos olvidados»30. Bark atribuía al crítico literario el papel de docente y guía. Tenía que poseer gran erudición «originalidad de pensamiento, virilidad de expresión y carácter, grandes horizontes», para no dejarse «guiar por rencores y rivalidades nimios». Estas cualidades de carácter, inteligencia y moralidad eran imprescindibles en una crítica ecuánime sobre la que proyectaba funciones mesiánicas. A tenor de ello, solicitaba a Revilla y Clarín que proporcionasen mayor aliento a los escritores jóvenes, cierta moderación en su tono polémico y mejores explicaciones de sus intenciones. En última instancia, atribuía a la crítica la responsabilidad de difundir la literatura en el extranjero, obligándole a perder su «sabor prononcé de puchero casero» e incorporándola a las tendencias europeas31.

Tras los fracasos de El País y Germinal, la Gente nueva se escinde en dos grupos, uno de talante más conservador en el periódico Vida Nueva que dirigirán Nicolás Salmerón y Eusebio Blasco sucesivamente; y otro que persevera en la línea progresista, animado por Maceín y Bark con un nuevo intento fundacional. Germinal, ahora semanario socialista, salió fugazmente a la luz en 1897. En la homónima revista siguen colaborando la mayoría de los periodistas mencionados anteriormente. Se observan en esta serie algunas mejoras tipográficas. Las secciones y los contenidos abundan en el antiguo diseño. A diferencia de los anteriores, aumentan traducciones de textos franceses relativas al socialismo humanista francés. Aunque el reformismo social se convierte en su portaestandarte, conservan el aperturismo y sincretismo anteriores con idénticos proyectos unionistas, salvo frente a Eusebio Blasco que intentaba orientar Vida Nueva hacia el socialismo-cristiano y con quien rivalizarían desde entonces32. Las posiciones moderadas de ambos fundadores se acentúan en esta breve salida, alejándose definitivamente del obrerismo y del proletariado.

La geminación en dos bandos germinalistas se agudizó en años venideros. En 1901 reanudaron sus itinerarios de modo independiente. Salmerón y García en tanto que líder de «Germinal. Agrupación republicano-socialista» certifica la independencia frente a las empresas progenitoras las cuales, en su opinión, «no podían ser renovadas con acierto». Frente a ellos, perseveraron de nuevo Bark, Maceín y López Lapuya en un nuevo semanario Germinal en noviembre de 1901, que tan sólo Pérez de la Dehesa pudo consultar. Como director figuraba Eduardo Barriobero y Herrán, que posteriormente se orientó hacia el anarquismo. Entre los nuevos colaboradores destacan Villaespesa y Ciges Aparicio. A ellos se unió igualmente Pedro Vallina, por lo que ideológicamente, la revista fue adquiriendo ribetes anarquistas.

Por fin, la cuarta y última etapa de Germinal data de 1903, primero semanal y rápidamente diario, bajo la iniciativa de su incondicional mentor Bark, pues el óbito de Maceín, de treinta y un año de edad, se produjo prematuramente ese año. Aparecen de nuevo las voces de Ricardo Yesares y Alejandro Sawa. Se incorporan algunos bohemios más jóvenes, como Pedro Barrantes, Emilio Carrere, Francisco Lombardía, Hernández Cata, Camilo Bargiela, Dionisio de las Heras y Rafael Urbano. Esta nómina definía su alcance en el «Socialismo, arte, literatura y política». A tales criterios respondían sus secciones fijas. Dicenta volvió a alistarse entre sus filas, en las columnas de la prensa y en sus mítines. Participaron en el Congreso de Librepensadores y en las campañas electorales municipales. El grupo sufrió severas persecuciones policiales y algunos de sus miembros fueron encarcelados, lo cual pudo intervenir en su breve duración. Los artículos de Bark en esta serie eran coyunturales ya que versaban, en general, sobre política electoral33.

Los reiterados esfuerzos de Bark y sus compañeros germinalistas para crear tribunas libres y modernas dieron vida a la visión mesiánica y altruista que Bark atribuía al proletario de levita, el escritor y publicista para la reforma y modernización de España. Las principales campañas redentoras del grupo fueron la de los presos de Montjuich, la huelga de ultramarinos, la difusión del asociacionismo, la emancipación de la mujer, la reforma educativa, la modernidad estética, etc. En ellas, el trabajo del publicista llegó a convertirse en amenaza constante porque la «predicación expone a nuestros apóstoles en la prensa a ser perseguidos por los poderes monárquicos y tras largos y molestos procesos verse encarcelados»34 o físicamente agredidos, como le ocurrió a Bark en reiteradas ocasiones.

Bark reivindicó constantemente la importancia de la descentralización y el fortalecimiento de la prensa en provincias; su función como tribuna para la crítica literaria y soporte de la literatura, como cada una de sus publicaciones demuestra. Igualmente, pretendió que cada una de las revistas en las que participó mejorase la calidad de sus contenidos, en particular, de crítica literaria y científica y recogiese las filosofías e ideologías del momento, de ahí su incondicional apoyo a toda la juventud35.

A partir de 1903, la trayectoria periodística de Bark, en tanto que fundador, prosiguió en La República Social (1906), revista no ha sido localizada. Bark, infatigable, menciona varios proyectos de los que hemos logrado obtener puntuales noticias. En respuesta a Vida Nueva, Bark proyectó la fundación de Vida Moderna (1900 y 1910) con capital de Valero Díaz. El ejemplar conservado de 1910 es de talante totalmente distinto de Germinal. Las nuevas orientaciones abundan en la reforma pedagógica y la creación de una universidad laica en Madrid, en la línea de los proyectos que Bark animó en esos años. En noviembre de 1911 salió a la luz Economía Social36, una revista de ambiciones internacionalistas en el que reaparecen algunos de las firmas del último Germinal. Las revistas de este período reflejan la trayectoria biográfica de Bark: su compromiso en el Partido Radical de Lerroux, su activismo en la creación de cooperativas de diversa índole, el proselitismo en los Casinos Republicanos y la dirección de la Asociación de padres para la reforma pedagógica. Puntualmente, Bark colaboró en numerosos órganos de prensa, tales como La Lucha (1898, 1901 y 1904), El Progreso (1899), El Pandemónium (1901), Fuerza (1893), El Radical (1910-16), Nuestro tiempo (1906), El Mundo (1907-1908), entre otros.

En este breve itinerario, descubrimos a Bark, más cercano del Conde Pedro Soulinake de «La corte de Estella» y La lámpara maravillosa que del grotesco Basilio Soulinake de Luces de Bohemia, simplemente porque en esos diez años de diferencia, la realidad de la Gente Nueva bohemia ya era radicalmente distinta.







 
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