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Consta en los anales de la insigne Orden del Toisón de oro que Don Juan de Austria fue nombrado caballero en el Capítulo XXIII, que celebró dicha Orden en Gante, en la iglesia de San Babón, a fines de agosto de 1559, y que fue el último convocado y presidido por Felipe II días antes de su salida definitiva para España. Resulta, por tanto, que Don Juan de Austria fue caballero del Toisón antes de ser reconocido públicamente como hijo de Carlos V. En cuanto a la imposición de las insignias y toma del hábito, no consta dónde ni cuándo se verificaron. Debió de tener lugar, sin embargo, esta ceremonia a muy poco de su reconocimiento, porque en el magnífico retrato de Don Juan, pintado por Antonio Moro. que existe en las Descalzas Reales de Madrid y representa al héroe de Lepanto de unos quince años, luce ya sobre el pecho esta gloriosa insignia.

 

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El Primer cuidado del príncipe Don Carlos, al levantarse convaleciente, fue el de pesarse para cumplir el voto que había hecho. Pesaba tres arrobas y una libra, y debía, por tanto, a cada uno de los cuatro santuarios tres arrobas y una libra de oro y nueve y tres libras de plata. El príncipe no pudo pagar en vida esta deuda; pero en la cláusula XV de su testamento, hecho en 19 de mayo de 1564, encarga a su padre, el rey Don Felipe, el pago de ella. En la cláusula siguiente encárgale también que promueva la canonización del santo lego franciscano, como lo hizo, en efecto, Felipe II, siendo al fin canonizado San Diego de Alcalá por Sixto V en 1588.

 

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Es tradición que apoyado en el quicio de esta puerta y embozado hasta los ojos presenció Felipe II la prisión de la princesa de Éboli en la noche del 28 de julio de 1579.

 

14

Doña Magdalena de Ulloa crió y educó a la niña doña Ana con el mayor esmero y secreto hasta la edad de siete años, en que la colocó en el convento de Agustinas de Madrigal, con la idea de que allí profesase más adelante, como sucedió, en efecto, sin que nadie sospechase el nombre y calidad de sus padres. A la muerte de Don Juan de Austria denunció Alejandro Farnesio la existencia de esta niña, con la buena intención de que el rey la amparase y protegiese. Así lo hizo Don Felipe, concediéndole el apellido de Austria y el tratamiento de excelencia, sin que por esto se divulgase tampoco su nombre y su rango, hasta sobrevenir el trágico suceso a que aludimos en el texto, que consistió en lo siguiente:

Allá por los años de 1590 al 91 llegó a Madrigal un fraile agustino portugués, hombre intrigante y travieso, llamado fray Miguel de los Santos; habíanle desterrado de su patria como fautor de intrigas y revueltas en favor del prior de Crato don Antonio, pretendiente entonces a la corona de Portugal. Nombráronle en Madrigal vicario de las monjas agustinas, y con este motivo confesó y trató mucho a doña Ana de Austria, que, sobre ser joven entonces, debía de ser además muy sencilla. Vivía también en Madrigal en aquel tiempo un pastelero llamado Gabriel Espinosa, en cuyas facciones y modales creyó encontrar el fraile portugués grande semejanza con el difunto rey Don Sebastián, muerto poco antes de la batalla de Alcazarquivir, en África. Todo este conjunto de circunstancias inspiró a fray Miguel una intriga que aunque osada y absurda como ninguna otra, tuvo grande resonancia así en Portugal como en Castilla. Persuadió al pastelero que fingiese ser el rey Don Sebastián, escapado de milagro en aquella famosa derrota, prometiendo colocarle por medio de este engaño en el trono lusitano. Hizo creer la primera en esa farsa a doña Ana de Austria, fingiendo revelaciones de Dios, por las cuales estaba ella destinada a partir el trono con el improvisado Don Sebastián, previa la dispensa de los votos que había de dar el Pontífice. Cayó en el lazo la sencilla doña Ana, y convencida de que el pastelero era el rey Don Sebastián y ella la escogida por el cielo para ser su esposa, enviole ricas joyas al Espinosa y entabló con él una correspondencia amoroso-política, que se conserva completa en el archivo de Simancas. Servíase el fraile de estas cartas para conquistar ilusos partidarios del fingido rey, y tantos supo allegarle así en Portugal como en Castilla, y tal incremento tomó la farsa que, preso al fin Espinosa por sospechoso en Valladolid, formose proceso contra él, contra el fraile y doña Ana, saliendo condenado Espinosa a sacarle de la cárcel arrastrando metido en un serón, ser ahorcado en la plaza de Madrigal, descuartizado después, puestos los cuartos en los caminos públicos y colocada la cabeza en una jaula de hierro. Fray Miguel de los Santos, después de degradado y entregado al brazo secular, fue ahorcado en la plaza de Madrid el 19 de octubre de 1595. En cuanto a doña Ana de Austria, se la condenó a ser trasladada al monasterio de agustinas de Avilés, a reclusión rigurosa en una celda durante cuatro años a ayunar or el mismo tiempo todos los viernes a pan y agua, a no poder ser prelada y a perder el tratamiento de excelencia. Indultose, sin embargo, a la sencilla monja de esta sentencia a muy poco de darla, y trasladáronla a las Huelgas de Burgos, donde fue elegida abadesa perpetua. El licenciado Baltasar Porreño le dedicó su Vida de Don Juan de Austria, allá por los años de 1620 a 25.

 

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En el archivo de la casa de Alba existe una carta que prueba las enormidades que el odio y la rabia inspiraban a Don Carlos en su prisión o que, a lo menos, corrían y se reputaban como ciertas entre las gentes más allegadas a Palacio. El 14 de agosto de 1568 escribía el doctor Milio, letrado de la casa de Alba y muy conocedor de los principales personajes de la corte, al gran duque de Alba, a la sazón en Flandes: «Cosa es extraña la que cuentan los que lo tenían (a Don Carlos en la prisión) de lo que decía había de hacer della (de la princesa Doña Juana) y de su tío (de Don Juan de Austria), que lo menos era bevelles la sangre y desenterrar a su padre y comelle las narices y orejas y hazelle poner los caminos, etc., etc.» [Documentos escogidos del Archivo de la Casa de Alba Madrid, 1891, pág. 410].

 

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Refiriendo Van der Hammen estos sucesos en su Vida de Don Juan de Austria, dice estas palabras, tan significativas en un autor de sus circunstancias y su época: «Celebrara la Iglesia fiesta a tan glorioso triunfo, si en los reyes, prelados y príncipes de España hubiera el zelo que debían tener, y se embarazaran menos de sus menudencias o intereses particulares y temporales. Cúlpolos a todos por ser causa común y en que todos debían acudir, mostrando en tal afecto la verdad de lo que profesan, las esperanzas de lo que se prometen, la seguridad en que caminan y el riesgo a que se pusieran. Amor y caridad obligan, y estando las historias todas representando estas causas, clamando y dando voces contra este descuido, razón fuera se moviera alguno a emprender tan ilustre acción para que Su Santidad premiara la fortaleza y hechos heroicos destos mártires, de todo punto sobrenatural y divina» [Don Juan de Austria, fol. 70v.].

 

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Alude a la espantosa borrasca de tres días que sufrieron al salir del puerto de Marsella las veinticuatro galeras capitaneadas por el comenciador mayor don Luis de Requeséns; perdidas unas y dispersas otras, que fueron a parar a Cerdeña destrozadas, fue imposible al comendador cumplir las órdenes de Don Juan de Austria. Mandose entonces venir de Nápoles a Juan Andrea Doria con sus galeras y a don Álvaro de Bazán con las suyas desde Cerdeña; pero ya era tarde, y mientras tanto pudieron los moriscos recibir socorro de gente y bastimentos, así de turcos como de berberiscos.

 

18

[Luis del Mármol Carvajal, Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del reyno de Granada. Edic. Rivadeneyra, t. 21, pág. 278.]

 

19

Este sobrino era el conde de Tendilla, hijo de Mondéjar, que había ido a Madrid a llevar quejas y consultas de su padre al rey.

 

20

Llamábase así la toca de gasa que usaban los moros en la cabeza por gala: era listada de colores con rapacejos y flecos que adornaban los extremos para que, colgando éstos de la cabeza, sirvieran de mayor adorno.