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Jerzy Kosinski, «show-man» del ego

Sergio Ramírez





Impecablemente atildado como si acabaran de recortarlo de una página de la ya fenecida revista Squier, Jerzy Kosinski se exhibe ante el público congregado para oírlo en la sala de conferencias de la Amerika-Haus en Berlín, se pasea en perfecto dominio del auditorio como un show-man de la televisión, casi puede uno adivinar el invisible cordón del micrófono que arrastra tras sí mientras cuenta sus anécdotas de animador; y casi al descuido, retoca su peinado. Kosinski, the great. Emigrado de Polonia -Jerzy Nikodem Kosinski nació en Lodz en 1933, hijo de padres rusos- llegó a los Estados Unidos en 1957, ya doctorado en Sociología, y después de trabajar como camionero, barman de cantina pobre y chofer de ricos, se casó ¡oh, el milagro americano! con la viuda de uno de los fundadores de la más grande compañía de acero de USA. (Que, por supuesto, se murió al poco tiempo de cáncer).

Ese milagro americano del inmigrante pobre que surge de la nada para hacerse rico, famoso, play-boy y, quizás en última instancia, escritor, lo representa Kosinski, y le hace propaganda en su gira por Alemania. Lo oímos cantar las preces al individuo como eje del universo en su perfecto inglés machacado a la polaca, y declarar su amor por el sueño americano en el cual él se siente realizado. La maquinaria a la que a veces critica burlonamente -la de las editoriales que se interesan no en los libros que un autor escribe, sino en el escritor como personaje célebre, sobre cuya vida Hollywood pueda luego hacer una película, nostalgia por Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway- es la que lo muele a él, el gran célebre de la actualidad best-sellérica, pero él se deja moler a gusto. Y cuándo no, el establishment con sus fanfarrias: Kosinski, the great (hasta el nombre de trapecista del Ring Brothers Circus tiene), es ya presidente del Pen-Club de los Estados Unidos, y premio de literatura del Instituto Nacional de Artes y Letras, ganador del National Book Award en ficción, múltiplemente traducido, claro, y más anécdotas. El show-man sabe a la perfección su oficio de divertir. Y pese a los horrores de su infancia durante la guerra en Polonia, pese a la brutalidad contada en sus libros, sus libros también han aprendido a respetar el juego impuesto por el mercado, de que deben divertir: The Painted Bird, su primer gran best-seller, de 1965, Steps, su segunda novela, de 1968, Being there, de 1971, The devil tree, de 1973, y por último Cockpit que no aparecerá sino en el verano de este año. Todos grandes éxitos, él sabe lo que el público quiere de un escritor que por sus propios pasos, emigra al reino de la libertad.

Hablando de su pasión por este reino de la libertad, y lo que es para él más importante, de las posibilidades infinitas de libertad, está todavía al día siguiente, cuando le toca intervenir en un panel de escritores alemanes y norteamericanos donde se discuten las relaciones culturales, las mutuas influencias en la creación literaria para autores de ambos países, cuando desde el otro lado de la mesa le responde Günter Grass muy calmadamente, con una pregunta, ¿cuánto le cuesta al resto del mundo que un hombre como Kosinski pueda gozar de su libertad absoluta en la tierra de promisión? América, como Kosinski dice, corregido por el novelista sueco Franz Myrdal, también participante del panel: que no, América es también todo lo demás, lo que está más al sur, América es más grande, más diversa, quizás más tierra de promisión que lo que Kosinski, limitándose a una apropiación (una de tantas), llama América, los Estados Unidos.

En el panel están también el poeta Nicolas Born, está Janette Lander, está el crítico Uwe Johnson, está Francois Bondy, que lo preside en calidad de moderador. Pero el gran Kosinski, siempre a la moda, trajeado de figurín (hay que haberse casado con la heredera del acero para vestir a la Cardin), es en el rudo Günter Grass, modales de oso y bigote espeso, más bien cara de albañil que de escritor, (aunque su dicción sea la de un profesor de lingüística) en quien se encuentra con su «cuero de tigre», como diríamos en Nicaragua. A Kosinski los críticos lo proclaman un especialista en saber narrar lo diabólico que existe en el espíritu humano, ¡como si fuera poco! Grass, a la pregunta de cómo se acercó él a la cultura norteamericana, cuál fue su primera experiencia, responde simplemente, con cara solemne, que mascando chicle entró al mundo del american way of life.

Mi impresión es la de que el show-man, the great Kosinski, se siente un poco opacado ante el rudo Grass a su lado, robándole el show. Ajusta el micrófono y se compone el nudo de la corbata.

Berlín, mayo de 1975.





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