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ArribaAbajoA un amigo


(Don Gaspar Rico)


En el nacimiento de su primogénito


ArribaAbajo ¡Tanto bien es vivir, que presurosos
deudos y amigos plácidos rodean
la cuna del que nace,
y en versos numerosos
con felices pronósticos recrean  5
la ilusión paternal! Uno la frente
besa del inocente
y en ella lee su próspero destino;
otro, ingenio divino,
sed de saber y fama  10
y de amor patrio la celeste llama
ve en sus ojos arder; y la ternura,
el candor y piedad otro divisa
en su graciosa y plácida sonrisa.

Pero ¿será feliz?, ¿o serán tantas  15
hermosas esperanzas, ilusiones?
Ilusiones, Risel. Ese agraciado
niño, tu amor y tu embeleso ahora,
hombre nace a miseria condenado.
Vanos títulos son para librarle  20
su fortuna, su nombre.
Mas ¿qué hablo yo de nombre y de fortuna?,
si su misma virtud y sus talentos
serán en estos malhadados días
—202→
un crimen sin perdón... La moral pura  25
la simple, la veraz filosofía,
y tus leyes seguir, madre Natura,
impiedad se dirá. Rasgar el velo
que la superstición, la hipocresía
tienden a la maldad; decir que el cielo  30
límites ciertos al poder prescribe
como a la mar; y que la mar insana
menos desobediente
es al alto decreto omnipotente:
impiedad... sedición... Por toda parte,  35
la frente erguida, el vicio se pasea,
llevando por divisa «audacia y arte».
Tienta, seduce, inflama,
ni oro, ni afán perdona;
da a la maldad por galardón la fama,  40
se atreve a todo, y triunfa, y se corona.
¡Qué escenas, Dios!, ¡qué ejemplos!, ¡qué peligro!
¿Y es tanto bien vivir? -¡Siquiera el cielo
a más serenos días retardará,
oh niño, tu nacer!, que ahora sólo  45
el indigno espectáculo te espera
de una patria en mil partes lacerada,
sangre filial brotando por doquiera,
y, crinada de sierpes silbadoras,
la discordia indignada  50
sacudiendo, cual furia horrible y fea,
su pestilente y ominosa tea.

¡Oh!, ¡si te fuera dado al seno oscuro
pero dulce y seguro,
de la nada tornar!... y de este hermoso  55
y vivífico sol, alma del mundo,
no volver a la luz, sino allá cuando
ceñida en lauro de victoria ostente
la dulce patria su radiosa frente,
el astro del saber termine  60
su conocido giro al occidente,
y el culto del arado y de las artes,
más preciosas que el oro,
—203→
haga reflorecer en lustre eterno,
candor, riqueza y nacional decoro,  65
y leyes de virtud y amor dictando,
en lazo federal las gentes todas
adune la alma paz, y se amen todas...
y ¡oh triunfo!, derrocados
caigan al hondo abismo  70
error, odio civil y fanatismo.

Traed, cielos, en alas presurosas
este de expectación hermoso día.
Entretanto, Risel, cauto refrena
el vuelo de esperanza y de alegría.  75
¡Oh, cuántas veces una flor graciosa
que al primer rayo matinal se abría,
y gloria del vergel la proclamaba
la turba de los hijos de la Aurora,
y algún tierno amador la destinaba  80
a morir perfumando el casto seno
de la más bella y más feliz pastora!,
¡oh, cuántas veces mustia y desmayada
no llega a ver el sol, que de improviso
la abrasa el hielo, el viento la deshoja,  85
o quizá hollada por la planta impura
de una bestia feroz ve su hermosura!

Empero tu deber, Risel amado,
ya que te ves alzado
a la sublime dignidad de padre,  90
te manda no temer; antes el fuerte
pecho contraponer a la violenta
avenida del mal y de la suerte.
Virtud, ingenio tienes. Sirva todo,
no sólo a dirigir la índole tierna  95
de tu hijo al bien, que en desunión eterna
está con la ambición y la mentira,
sino a purificar en algún modo
el aire infecto que doquier respira.
Aprenda de tu ejemplo  100
prudencia, no doblez; valor, no audacia;
—204→
moderación en próspera fortuna,
constante dignidad en la desgracia.
Porque cuando en el monte se embravece
hórrida tempestad, el flaco arbusto  105
trabajado del ábrego perece,
mas al humilde suelo nunca inclina
su excelsa frente la robusta encina,
antes allá en las nubes señorea
los elementos en su guerra impía  110
y al fulgurante rayo desafía.

Y tú, mi dulce amiga, cuyo hermoso
corazón es el ara
del amor conyugal y la ternura,
que por seguir y consolar tu esposo,  115
en tabla mal segura
osaste hollar con varonil denuedo
mares por sus naufragios tan famosas,
y cortes más que mares procelosas;
tú, que aun en medio del dolor serena,  120
viste abrirse a tus pies la tumba oscura,
ni asomada a su abismo te espantaste,
y ansiedad, y amargura,
en los pesares sólo,
mal merecidos, de Risel mostraste,  125
o cuando el tierno pecho te asaltaba
dulce memoria de tu patria ausente;
¡oh!, entonces no sabías
que al volver a tu patria y tus amigos
en premio el cielo a tu virtud guardaba  130
lo que negó a diez años de deseos,
y que madre a tu madre abrazarías.

Gózate para siempre, amiga mía;
huyó la nube en tempestad preñada,
y te amanece bonancible día.  135
Éste, éste de la patria el caro suelo,
éste su dulce y apacible cielo,
éstos tus lares son. ¿Por qué suspiras?
No es ya mentido sueño lo qué miras...
Esa que tierna abrazas es tu madre,  140
—205→
tú, más feliz que yo, tu madre abrazas...
mientras yo ¡desdichado!,
sólo en la tumba abrazaré la mía.

Tú, sé feliz, y goza ya, segura
de sobresalto fiero,  145
inefable delicia en el cariño
de este precioso niño,
primera prenda de tu amor primero.
Paréceme mirarte embebecida
en sus ingenuas y festivas gracias;  150
y, cuando más absorta, de improviso
una lágrima ardiente
de tus ojos brotar... el inocente
cual si entendiera lo que entonces piensas,
las manecitas cariñosas tiende,  155
abre en sonrisa la encarnada boca
y el dulce beso maternal provoca.
Bésale, veces mil, y esta dulzura
divide con Risel. Sabia Natura
no te formó al nacer amable, hermosa,  160
sino para ser madre y ser esposa.
Y tú, querido infante, que ignorando
cuál será tu destino, en la dorada
blanda cuna te meces,
y agraciado sonríes  165
o ledo te adormeces;
ya que mirar la luz te ha dado el cielo,
vive, florece; y tus amigos vean
que en honor y consuelo
de tu familia y de tu patria creces.  170

Sigue como tus padres alentado
de la virtud la senda,
y nada temas; que en cualquier estado
vive el hombre de bien serenamente
a una y otra fortuna preparado.  175
—206→
Y libre, o en cadena, y aun alzada
sobre su cuello la funesta espada,
en noble impavidez antes la frente
a la ceñuda adversidad humilla
que a un risueño tirano la rodilla.  180

Lima, 1817.



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ArribaAbajoCanción


ArribaAbajoAquel velo misterioso
que al pudor la noche da,
es más bello y más hermoso
que el sol en su claridad.
       Ven, pues, noche, no te tardes,  5
       ven mis dichas a colmar.

Allá lejos tras los montes
escondiéndose el sol va;
ésta es la hora venturosa
del placer y de la paz.  10
       Llega, noche, no te tardes,
       ven mis dichas a colmar.

Ven, amiga, presurosa,
que mi amor te espera ya,
y cada sombra me engaña  15
pensando que tú serás.
       Llega, noche, no te tardes,
       ven mis dichas a colmar.

Las palomas se acarician
y se quejan a la par:  20
con sus quejas y caricias
dulce ejemplo nos darán.
Llega, noche, no te tardes,
ven mis dichas a colmar.

Marzo de 1817.



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ArribaAbajoCanción al nueve de octubre


ArribaAbajo¿Veis esa luz amable
que raya en el oriente
cada vez más luciente
en gracia celestial?
Esa es la aurora plácida  5
que anuncia libertad.
Esa es la aurora plácida
que anuncia libertad.


Coro

Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos  10
esa aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.

Nosotras guardaremos
con ardor indecible  15
tu fuego inextinguible,
oh santa libertad,
como vestales vírgenes
que sirven a tu altar,
como vestales vírgenes  20
que sirven a tu altar.
—210→


Coro

Saludemos gozosas
en armoniosos cánticos
esta aurora gloriosa
que anuncia libertad,  25
libertad, libertad.

Haz que en el suelo que amas
florezca en todas partes
el culto de las artes
y el honor nacional.  30
Y da con mano pródiga
los bienes de la paz,
y da con mano pródiga
los bienes de la paz.


Coro

Saludemos gozosas  35
en armoniosos cánticos
esta aurora gloriosa
que anuncia libertad,
libertad, libertad.



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ArribaAbajoEnsayo sobre el hombre

por Alejandro Pope





ArribaAbajoEpístola primera104


ArribaAbajo    Despierta, amigo, y generoso deja
las necias esperanzas, los caprichos
de la ambición al vulgo de los reyes.
Y pues el soplo de la vida apenas
nos permite observar lo que nos cerca,  5
y se extingue después, ven y corramos
sobre esta escena rápida del hombre.
¡Qué laberinto!, exclamas. Mas no pienses
que carece de plan. Árbol que tienta
con sus hermosos y vedados frutos,  10
campo do rosas entre abrojos nacen,
recorrámosle pues; y cuanto muestra
sobre su faz o dentro el seno guarda,
conmigo indagarás, y las tortuosas
sendas que sigue quien se arrastra ciego,  15
o el loco aturdimiento del orgullo
que en su mentida elevación se pierde.
—212→
Seguir tu clara voz, naturaleza,
es nuestro fin, la necedad humana
confundir en su error, y ver las causas  20
de quejas y opiniones siempre dignas
de risa o de censura. Al Dios del hombre
a los ojos del hombre vindiquemos.

   Sobre Dios, sobre el hombre alguna idea
sólo por lo que vemos nos formamos.
¿Qué vemos en el hombre? Un ser dotado
de reflexión, que su lugar prescrito
con los demás en la creación ocupa;
y toda nuestra ciencia sobre el hombre
a estos solos principios se reduce.

    Que a Dios conozcan mundos infinitos
que ni los puede divisar la vista,
ni el alma imaginar; que allá le adoren...
Nosotros conocerle y adorarle
debemos en el nuestro. En audaz vuelo  35
quien el espacio penetrar pudiere
y mundos sobre mundos ver girando
para formar el universo, y nuevos
planetas descubrir y nuevos soles,
—213→
y ver qué seres las estrellas pueblan;  40
ése podrá decir por qué Dios hizo
el mundo tal como es... Mas, di, ¿tú sabes
cuáles de esta obra son los fundamentos?,
¿el mutuo lazo que sus partes une?,
¿la justa proporción, y la insensible  45
gradación de los seres? O bien, dinos,
¿podrá una parte contener su todo?

   Y esta cadena que lo enlaza todo,
y lo sostiene todo ¿de qué manos,
de las de Dios, o de las tuyas pende?  50
¿La razón indagar ¡necio!, procuras,
por qué eres ciego y débil? ¡Eh!, debías
antes buscar la causa aun más oculta
por qué no eres más débil y más ciego.

    Ve a tu madre la tierra a preguntarle  55
¿por qué el roble será más alto y fuerte
que no las zarzas que a su sombra crecen?
O pregunta a los cielos ¿por qué causa
son menores que Júpiter las lunas
que en torno giran de él? ¡Ah!, si es muy justo  60
que de cuantos sistemas son posibles
prefiera la eternal sabiduría
el que fuere mejor, donde las partes
sin la menor interrupción se adunen
para no disolverse, y donde ocupe  65
cada ser su lugar; fuerza es que el hombre
tenga el suyo también en esa escala
de los seres que viven y que sienten.
Y aunque ardan en disputas las escuelas,
ya sólo resta investigar si el hombre  70
está con relación a su destino
mal colocado en el lugar que ocupa.

    Lo que es mal para el hombre, puede y debe
ser un bien para el todo: el arte humano
cuando se esfuerza más, produce apenas  75
aun con mil movimientos un efecto;
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pero Dios con un solo movimiento
llena todo su fin, y aun otros fines
prepara y perfecciona... Y así el hombre
que es aquí el móvil primordial y solo  80
en este orden, quizá subordinado
a otra esfera mayor, mueve una rueda
y concurre a otro fin que él no conoce.
¡Quién, pues, comprenderá de este gran todo
el plan y fin y dirección y leyes,  85
si una mínima parte sólo vemos!

   Cuando el fiero caballo reconozca
la mano que le doma, y mal su grado
la refrena o le aguija en su carrera;
y cuando sepa el lento buey por qué abre  90
ora la dura tierra, ora es llevado
cual víctima al altar, ora, ceñido
de flores cual un dios, Menfis le adora;
entonces conocer, hombre orgulloso,
podrás también tu fin, y adónde tienden  95
tu acción y tu pasión, cuáles las causas
son del bien y del mal, qué te reprime
o qué te impele a obrar, por qué unas veces
de una deidad te elevas a la esfera
y otras de un siervo á la vileza bajas.  100

   No digas, pues, que el hombre es imperfecto
y que Dios hizo mal; antes confiesa
que el hombre, a quien es dado solamente
gozar del tiempo un fugitivo instante,
y ocupar del espacio un solo punto,  105
debe ser tan feliz y tan perfecto
como su ser y condición exige.

    Del libro del Destino nadie puede
leer sino la línea en que está escrito
lo presente no más. Próvido el cielo  110
al bruto oculta cuanto inspira al hombre;
y a éste cuanto a los ángeles revela.
¿Quién pudiera jamás vivir tranquilo
sin esta oscuridad?... Cuando el cordero
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es por su gula condenado a muerte,  115
si él tu razón tuviera, ¿lo verías
tan alegre y lascivo en la pradera
pacer, brincar, y en inocente halago
lamer la dura mano que le hiere?
¡Oh feliz ceguedad de lo futuro!  120
Gracioso don, a todo ser prestado,
porque llene mejor su fin; en tanto
que el sabio Autor en plácido reposo
su obra sublime conservando mira
con ojo siempre igual un vil insecto,  125
a un héroe perecer, en el espacio,
ya un sistema, ya un átomo perderse,
y ampollas de aire o mundos disolverse.

   Refrena, pues, el vuelo de tu orgullo,
y espera que la muerte esos misterios  130
te venga a revelar, y a Dios adora.
El ignorar te deja sabiamente
cuál tu felicidad futura sea;
mas para la presente, una esperanza
que no muere jamás puso en tu seno.  135
Si aquí no eres feliz, tú debes serlo
en otro orden de tiempos y de seres.
¡Oh, cómo el alma inquieta y limitada
reposa y se engrandece en esta idea!

    El Indio pobre en su rudez sumido  140
ve en las nubes a Dios, le oye en los vientos;
ni vanas artes ni orgullosa ciencia
su alma inerte excitaron a elevarse
más allá de la esfera en que el sol brilla;
su pensar, su saber, no van más lejos  145
de lo que alcanzan sus sentidos torpes;
mas la simple natura, de esperanza
no le privó; y allá tras de aquel monte,
cuya cima se pierde entre las nubes,
un cielo él se promete, o se imagina  150
un mundo en cuyos bosques solitarios
libre pueda vagar, o ya en el medio
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del mar una isla más dichosa, donde
un cruel conquistador jamás arriba
por saciar la sed de oro, derramando  155
sangre doquier y servidumbre dura
en nombre de su Dios; donde el esclavo
ve su tierra natal, y alegre vive
sin que un amor feroz y avaricioso
en mil modos le oprima, y sin espectros,  160
que la superstición crédula forja,
la paz del sueño y de la noche turben.
Contento de existir, él no desea
ni las alas del ángel, ni la llama
en que arde el serafín, mas se complace  165
en la dulce ilusión de que su amigo,
su perro fiel, será su compañero
allá en el mismo cielo que se finge.

    Pero tú eres más sabio... En tu balanza
pesa, pues, tu opinión contra la ciencia  170
del próvido Hacedor, y señalando
dó está la imperfección, di que unas veces
se muestra liberal, otras avaro;
y para darle perfección a su obra,
pon lo que falta, lo que sobra quita,  175
destruye a tu placer todos los seres,
o nuevos cría, y en tu orgullo exclama:
«Si el hombre no es feliz, si no es perfecto,
y si no es inmortal, si en él no emplea
todo su amor y su cuidado el cielo,  180
Dios es injusto», y arrancando osado
el cetro y la balanza de sus manos,
sé dios de Dios, y juzga su justicia.

    Amigo, vuelve en ti, de nuestro orgullo
nace todo el error. Nadie en su esfera  185
se puede contener; todos aspiran
a otra mayor: los ángeles ser dioses,
y los hombres ser ángeles quisieran.
Si aspirando a ser Dios se perdió el ángel,
aspirando a ser ángel se hace el hombre  190
de aquella misma rebelión culpable;
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pues invertir la eterna ley del orden
es pecar contra Dios, es exponerse
a su eterno designio... y se prepara
la universal disolución del mundo.  195

   Si preguntas ¿por qué los astros brillan?,
si preguntas ¿por qué la tierra existe?
-«Sólo es por mí -responderá el orgullo-
por mí derrama liberal natura,
de frutos y de flores coronada,  200
todos sus dones del fecundo seno;
por mí da en su estación la vid, la rosa
su néctar y su aroma; por mí encierran
las minas mil tesoros, y los vientos
sobre la mar me llevan obedientes,  205
nace el sol a alumbrarme, y es la tierra
mi pedestal, y mi dosel el cielo».

    Mas cuando el sol en sus letales rayos
asoladora peste al mundo envía;
cuando las tempestades, terremotos  210
y erupciones volcánicas arrasan
y sepultan los pueblos y naciones;
¿no se podrá decir que se extravía
natura de su fin, y que en el mundo
reina el genio del mal? -«No, no -responde  215
la voz de la razón que nunca engaña-
pues la primera Causa omnipotente
sólo por leyes generales obra
que invierte rara vez, cuando le place
y nunca sin razón; y el mal permite  220
si a conservar el todo contribuye».
Por esta justa ley, cuanto hay criado,
todo cuanto no es Dios, es imperfecto
y mudable y mortal. El hombre solo
¿no sufrirá esa ley?... Naturaleza  225
tal vez del grande fin que se propuso
de hacer feliz al hombre, se desvía,
y aun el hombre también; ¿qué importa?... El orden
de ese desorden aparente nace.

    Aquel gran fin, en sucesión perenne  230
lluvias, calor, serenidad requiere,
o más bien una eterna primavera;
no menos que en los seres racionales
moderación, frugalidad, templanza,
y un orden regular en sus deseos.  235
Pues si en el orden regular no alteran
el designio de Dios las tempestades,
las pestes, y violentos terremotos,
¿lo han de alterar los crímenes infandos
de un Borja, de un Nerón?... Así lo piensa,  240
en el delirio de su orgullo, el hombre
si ve que puede Dios hacer que el vicio
de su justicia a los designios sirva.
¿Quién osará inculpar la Providencia
en el orden moral, si vindicada  245
siempre en el orden natural la observa?
Por una misma regla juzga de ambos;
mas siempre errados vagarán tus juicios
si tu vana razón no sometieres
a la razón universal del mundo.  250

   Y ¿no fuera mejor, dirás, que todo
fuese en el mundo físico, armonía
y en el moral, virtud?, ¿que por los vientos,
jamás el mar se viera combatido,
ni nuestro corazón, por las pasiones?  255
¡Necio!, ¿no ves que del perpetuo choque
de los discordes elementos nace,
subsiste el todo, y que los elementos
de tu vida y tu ser son las pasiones?...
Así desde el principio de las cosas  260
el orden general se ha conservado
en la naturaleza y en el hombre.

    Y ¿éste a qué aspira? Siempre descontento,
si alza su frente al cielo y se contempla
poco inferior al ángel, más que un ángel,  265
siendo hombre, quiere ser; si sus miradas
después abate al suelo, se lamenta
de no tener la fuerza de los toros
—219→
o la piel de los osos, o del ciervo
la rara agilidad.-Si para su uso  270
todas las criaturas hechas fueron
¿de qué le serviría si él gozara
todas las dotes y atributos de ellas?

    Órganos, facultades convenientes
a su destino, a cada cual ha dado  275
con mano sabia y liberal, natura;
y en todo justa proporción guardando,
la menos fuerza recompensa en unos
con más agilidad, y otros defectos
de otros repara con mayor instinto.  280
Nada añadirse ni quitarse puede.
No hay bestia, no hay insecto que no sea
tan perfecto y feliz como demanda
su humilde condición. Y ¿para el hombre,
y para el hombre solo, será el cielo  285
ingraciable y cruel?... ¿Y quien se dice
único racional, juzga que nada
en sí tiene, si no lo tiene todo,
siempre quejoso, nunca satisfecho?

    ¡Hombre!, si un necio orgullo no te ciega,  290
conocerás que el ser feliz estriba
en no pensar ni obrar sino como hombre
y en no aspirar a dotes más sublimes
ni a mayor perfección de la que sufre
tu noble condición y tu destino.  295
Con más delicadeza, tus sentidos
inútiles te fueran y aun dañosos;
si un ojo microscópico tuvieras,
las partes, los menores movimientos
vieras de un arador, mas no gozaras  300
del grandioso espectáculo del cielo;
si más fino tu olfato y tacto fuera,
el choque más ligero, la más dulce
impresión de una flor te causaría
el dolor o la muerte; un trueno horrible  305
fuera cada rumor; siempre aturdido
—220→
del armónico son de las esferas
sintieras no escuchar la melodiosa
queja del ruiseñor, del vago viento
el grato susurrar entre las ramas,  310
y el tono adulador del arroyuelo.

   Adora, pues, la gran sabiduría
del muy Alto, en los dones que te ha dado;
y en lo que niega, su bondad adora.

    ¡Por la inmensa creación, cuál va la escala  315
de inercia, vida, instinto, pensamiento,
en insensible gradación, subiendo
desde la humilde raza del insecto
a la estirpe del hombre soberana!
¡Qué modificaciones de sentidos!,  320
¡qué grados intermedios desde el topo
a quien odiosa piel la luz le niega,
al lince perspicaz!... ¡De la leona
que al ruido de su presa por la noche
ciega se lanza105, al perro cuyo olfato  325
discurriendo le lleva por un rastro
imperceptible, al más remoto objeto!
¡Cuál el oído, cuál la voz creciendo
va desde el mudo pez, a las canoras
aves de abril en la florida selva!  330
¡Qué finura en el tacto de la araña
sobre las redes que afanosa teje!,
¡en cada hilo vivir, sentir parece!
¡Con qué discernimiento va la abeja
libando aun de las plantas venenosas  335
un licor saludable y delicioso!

   Y en el orden de instinto, si la mente
fijas, ¡qué variedad desde el inmundo
vil cerdo que en el fango se revuelca
al casi racional noble elefante!  340
Y ¡cuán débil barrera se interpone
entre ese instinto y la razón humana!
¡Próximos siempre, y siempre separados?...
—221→

   ¿Quién conocer podrá la estrecha alianza
entre la sensación y el pensamiento?  345
¡Oh, cuántos seres!, ¡cuántas relaciones!
¿Y quién dirá de sus indefinibles
medias naturalezas, cómo tienden
a unirse siempre sin jamás tocarse,
ni menos traspasar esa invencible,  350
esa línea sutil que les separa?

   Turba la justa gradación de seres,
y al punto los verás cómo se impelen,
se chocan, se destruyen... y se rompe
la unión, la relación de unos a otros,  355
y de todos al hombre; y si tan varias
facultades y dotes y atributos
están subordinados a ti solo,
porque te cupo la razón en parte
cual un destello de celeste llama;  360
di, pues, que tu razón todo lo abraza,
que tu razón se sobrepone a todos.

   Discurre por los aires, corre el globo,
sonda la mar, descubrirás doquiera
la materia agitándose fecunda  365
y pronta a producir. ¡Cuál se dilata
la progresión de seres!, hacia arriba
¡a qué altura se eleva inaccesible!,
en torno ¡qué extensión interminable!,
hacia abajo también ¡en qué insondable  370
profundidad se pierde!.... El principio
de la cadena es Dios; siguen por orden
ángeles, hombres, bestias, aves, peces,
insectos invisibles. ¡Qué intervalo
del infinito a ti, de ti a la nada!  375
Si al lugar de los seres superiores
tú aspiraras, al tuyo aspirarían
los seres inferiores, y un vacío
fuera de la creación, donde si quitas
una grada, la escala se destruye;  380
y, roto un eslabón de la cadena,
la cadena también toda se rompe.
—222→

   Así un sistema de celestes cuerpos
gira obediente a sus centrales leyes
que tienen relación con otros mundos,  385
que poblarán la inmensidad del cielo.

   Altera un tanto este orden, porque acaso
de allí esperas un bien, verás que al punto
la confusión de un cuerpo se difunde
a su sistema, y del sistema al todo,  390
y caerá destruido el universo:
la tierra de su centro sacudida
se escapará de su órbita, y los soles
y planetas irán ciegos rodando
sin ley cierta ni fin; precipitados  395
los ángeles que rigen las esferas
serán también; los seres sobre seres
se abismarán, y mundos sobre mundos;
del cielo desquiciándose los ejes
vacilará su eterno fundamento,  400
y ante el trono de Dios, Naturaleza
temblará horrorizada al ver abierto
el espantable abismo de la nada.
¿Por quién desorden tanto? ¡Por el hombre!,
¡por un gusano vil!... ¡Oh, cuánto exceso  405
de orgullo, de impiedad y de locura!

   ¡Qué, si rebeldes nuestros miembros niegan
su ministerio al alma que los rige!,
¡si el pie formado para hollar la tierra,
si la mano al trabajo destinada,  410
oler, gustar, oír o ver quisiesen,
y a cumplir su destino se negasen!...
¡Qué confusión! Pues mucho mayor fuera
si en esta inmensa fábrica aspirara
cada parte a ser otra, desdeñando  415
el empleo y lugar que le ha prescrito
la excelsa mente del Rector supremo.

   No son todos los seres sino partes
de este admirable todo cuyo cuerpo
es la naturaleza, y Dios el alma.  420
—223→
Dios que igualmente su poder ostenta,
grandeza y perfección creando la tierra
o la esplendente bóveda del cielo,
un átomo sutil o el sol radioso,
un hombre vil que en la miseria gime  425
o el puro serafín que arrebatado
en éxtasis le adora. Para él nada
es alto, bajo, grande ni pequeño;
todo ante Dios es nada. Su inefable
espíritu penetra los abismos  430
del cielo y de la tierra; enlaza, llena
y lo sostiene todo; se transforma
en cada ser, quedando siempre el mismo;
nos calienta en el sol, y nos recrea
con las alas del céfiro; florece  435
en cada planta y en los astros brilla;
inextenso se extiende; indivisible
se difunde doquier; se comunica,
se da sin perder nada; en toda vida
vive y anima la materia inerte;  440
en nuestra alma respira, siente, piensa;
y obrando siempre nunca se fatiga.

   Depón, pues, oh mortal, tu error; no llames
imperfección este orden portentoso
que no conoces bien; tu mayor dicha,  445
quizá de lo que más inculpas, pende;
tu misma ceguedad y tu flaqueza
son dones a tu fin proporcionados.
Entra en ti mismo, piensa en tu destino,
somete tu razón, espera firme  450
ser tan feliz aquí, o en otra esfera,
cual conviene a tu ser, pues Dios lo quiere
y en amor paternal sobre ti vela,
desde el alba a la noche de tu vida,
y de su diestra poderosa pendes.  455

   Es la naturaleza con sus obras
un arte para ti desconocido:
lo que llamas acaso es el efecto
—224→
de un gran designio, cuyo fin ignoras;
lo que juzgas discordia es armonía  460
cuyo hermoso concierto no percibes;
y el mal particular que acaso observas
es un bien general. En fin, concluye
que a pesar del orgullo, y en despecho
de la razón ilusa, cuanto existe  465
todo está bien aquí, todo es perfecto.

Lima, 1823.

  —225→  


ArribaAbajoEpístola segunda106


ArribaAbajo   Conócete a ti mismo, no pretendas
de Dios la esencia penetrar, amigo;
estúdiate a ti mismo, pues el hombre
es el más propio estudio para el hombre.
Como en un istmo colocado, él tiene  5
índoles varias: ya se nos presenta
cual un ser mixto o cual compuesto raro
de calidades entre sí contrarias:
tinieblas, luz, elevación, bajeza,
todos los vicios, todas las virtudes;  10
para dudar escéptico, es muy sabio,
y para alzarse a la fiereza estoica,
muy flaco en su virtud; incierto siempre
si debe obrar o no; piensa, y osado
ya se cree un Dios o ya inferior al bruto  15
si al error y al dolor vive sujeto.
—226→
Duda cuál de los dos, si el cuerpo o el alma
es su parte más noble. Nace, vive
para morir, y para errar discurre:
si no oye a su razón, todo es oscuro;  20
si le oye demasiado, nada es cierto:
caos triste de pasiones y de ideas,
a sí mismo se engaña, y por sí mismo
se engaña, sin quedar nunca más cauto;
cediendo a sus impulsos naturales,  25
débil cae y glorioso se levanta;
señor y esclavo de las cosas todas,
sólo de la verdad él juzgar puede,
y a error perpetuo condenado vive.
Este es el hombre: enigma inexplicable;  30
la gloria y el baldón del Universo.

    Ve, pues, ser portentoso, y en las alas
del genio al templo de las ciencias sube;
pesa el aire y la luna; en el espacio
la órbita traza do los astros giren  35
y los raudos e indóciles cometas;
mide la tierra, y encadena al rayo.
Regla el flujo del mar; registra el polo
en frágil tabla y en seguro rumbo;
—227→
aventúrate osado por los aires  40
a nuevos mundos y a conquistas nuevas;
o con Platón remóntate al empíreo,
y el eterno ejemplar allí contempla
de lo bueno, lo bello, y lo perfecto;
o entra en el laberinto que formaron  45
sus secuaces después, y di que el alma
la verdad contemplando, desprendida
del ministerio fiel de los sentidos
y del dulce aguijón de las pasiones,
sólo así imita a Dios, como los necios  50
sacerdotes de Oriente, que aturdidos
en el perpetuo giro de su frente
creen imitar al sol; en fin, enseña
a Dios el modo de regir el mundo.
Y después entra en ti..., y confundido  55
reconoce tu error y tu miseria.

    Cuando los seres superiores vieron
de un ser mortal el noble pensamiento
de revelar las leyes de Natura,
se admiraron de que en terrestre forma  60
tanto saber cupiese y tanta audacia.
Pero todo un Newton para ellos era
lo que el simio sagaz para nosotros.
Mas quien dar leyes a los astros puede,
y refrenar los rápidos cometas,  65
¿puede acaso de su alma un movimiento
reglar o describir? A las estrellas
manda nacer aquí y allí ponerse
y él su mismo principio y fin ignora.
¡Cosa admirable! El hombre perfecciona  70
cuanto hay fuera de sí en ciencias y artes,
mas cuando trata de estudiarse él mismo,
todo es duda y error... ¡Ay!, cuanto trama
el día de la razón, tanto la ciega
noche de las pasiones lo deshace.  75

   Dos principios de acción hay en el hombre:
amor propio y razón. El uno evita,
—228→
la otra contiene; aquél siempre nos mueve
a buscar el placer y evitar siempre
la pena y el dolor; ésta modera  80
el ímpetu y ardor de las pasiones.
Ambos son buenos, útiles, nocivos,
según llenan su fin, cual es movernos
a que amemos el bien y el mal huyamos.

    Cual potencia motriz, el amor propio  85
nos da el impulso, y la razón exacta
en su balanza fiel compara y regla
la acción y movimiento que de él nace.
Extirpa el amor propio: el hombre al punto
en inerte reposo yacería;  90
quítale la razón, y no habrá entonces
ni modo ni designio en las acciones.
¿Qué fuera el hombre así?, planta que nace,
vegeta, se propaga, en fin, se pudre;
o cual meteoro que sin ley vagando  95
destruye cuanto encuentra, y se disipa.
El principio motor es el más fuerte:
activo y eficaz incita, impele;
el principio rector, quieto, sereno,
dando consejo y luz, llena su oficio,  100
deliberando y conteniendo siempre.
El amor propio nuevas fuerzas cobra
mientras mira más próximo su objeto;
por la presente sensación conoce
el bien que anhela y el placer; en tanto  105
que la razón el bien mira en distancia,
lo examina y previene sus defectos.
De nuestra propensión los movimientos
más fuertes nos asaltan, más frecuentes
que no las voces de razón: mas ésta  110
o dirigirlos sabe, o suspenderlos,
siempre velando y persuadiendo siempre;
todo su arte y poder, toda la fuerza
en no dejarse sorprender consiste;
y si vence una vez, su afán, su imperio  115
se hace fácil, y aun grato repetido.
—229→
Así por grados la razón se afirma,
y así queda también el amor propio
contento y útilmente reprimido.

    Que el sutil escolástico más diestro  120
en dividir lo que Natura uniera,
que en componer y unir, sude, se afane
por hacer que entre sí pugnen discordes
ambos principios por esencia amigos;
neciamente sagaz rompa, divorcie  125
la razón de las gratas sensaciones
y la virtud de las amables gracias;
-doctores cuya ciencia toda estriba
en hacerse cruel guerra sobre nombres
sin jamás entenderse y muchas veces  130
entendiendo lo mismo; y cuya gloria
es el no darse nunca por vencidos.-
Dejemos que ellos la verdad ofusquen
con gritos y perpetuas distinciones,
y quedemos nosotros convencidos  135
que amor propio y razón a un fin conspiran.
Ambos por el placer o el dolor sienten
afecto o aversión irresistible.
Más impaciente aquél, se precipita
sobre su objeto y devorarlo quiere;  140
es la razón más próvida, más sobria,
y sin ajar la flor, la miel extrae.
El bien, el mal, del uso moderado
de los placeres naturales viene.

    Las pasiones no son sino amor propio  145
bajo formas diversas: las excita
del bien ya verdadero, ya aparente,
o la presencia o la esperanza; y como
no todo bien comunicarse puede,
y todos conservarnos, mejorarnos  150
o por instinto o por razón debemos,
pasiones hay, que no dañando a nadie,
aun en sí concentradas, serán buenas;
la razón en su bando las admite,
—230→
las cuida, las fomenta; otras pasiones  155
posponiendo su bien al bien ajeno
y a la salud y gloria de la patria,
son nobles, generosas y sublimes;
la razón las aplaude y las admira,
y de alguna virtud les presta el nombre.  160

   En su inerte indolencia que se jacte
el fiero estoico; su virtud inmóvil
es cual monte de hielo; a sus entrañas
todo el calor retira y se adormece.
¡Dura y necia virtud! La virtud cierta  165
vive en la acción y en el reposo muere.
Cuando una tempestad nace en el alma,
eso la impele a obrar; su acción repara
el mal parcial, y se preserva el todo.

   Sobre el océano de la vida vamos  170
siempre agitados; la razón nos sirve
de norte, y las pasiones son los vientos;
sin ésa, no salvamos los escollos;
sin éstas, en quietud nos consumimos,
y es un lago mortífero la vida.  175
Ni Dios ama el reposo: de improviso
sobre las alas de los vientos vuela,
o de las tempestades en el carro
atronando los cielos se pasea.

   La esperanza, el amor, que en torno vuelan  180
del amable placer; la pena, el odio,
familia del dolor; compasión, ira,
rigor, piedad y todas las pasiones
son, cual los elementos naturales,
discordes entre sí, mas, combinados,  185
principios dan de producción y vida;
regladas, concertadas ellas marchan
por do quiere natura y así llenan
el fin de la creación, el bien del hombre.

   Usar, gozar, templar, no extirpar debes.  190
¡Qué!, lo que constituye el ser del hombre,
—231→
¿el hombre mismo deberá extirparlo?-
No. Del mismo contraste de pasiones
nace el concierto, nace la armonía
de las operaciones de nuestra alma.  195
Son la sombra y la luz, que bien mezcladas
prestan la consistencia y colorido
a este cuadro fugaz de nuestra vida.

   Nos brinda con placeres por doquiera
oficiosa Natura, y cuando cesa  200
el goce de un placer, ya otro se goza
con la imaginación y la esperanza.
El alma, el cuerpo sin cesar se ocupan
en retener y procurar placeres.
Cada placer con su atractivo propio  205
mueve, mas no igualmente nos seduce,
pues cada objeto de diverso modo
afecta los sentidos; de allí nace
la varia sensación; y de esta fuente,
según tienen los órganos más fuerza  210
o más debilidad, varias pasiones
más o menos violentas se arrebatan.

   La pasión dominante de ellas crece,
y crece a reinar sola, y semejante
a la sierpe de Aarón, todas las otras  215
traga y devora y las transforma en ella.

    Como el hombre al nacer consigo trae
un principio de muerte, que le arrastra
sin sentido quizás hasta la tumba,
y este germen mortífero en su seno  220
crece con él, con él se fortifica;
así infusa, mezclada en la substancia
la enfermedad del alma nace, alienta,
se torna en la pasión que le domina,
y todo la obedece: los humores  225
y espíritus vitales, atacando
la parte flaca, a su poder conspiran;
todas las propensiones más ardientes
—232→
del corazón, la fuerza del ingenio
desde que el alma a desplegarse empieza,  230
todo le sirve bien; y los prestigios
de la imaginación al fin acaban
de afirmar los derechos de su imperio.

   Natura le da el ser, y la costumbre
es la asidua nodriz que la mantiene;  235
el genio y los talentos más excitan
su altiva condición y predominio;
aun la razón halaga esta enemiga,
consiente en su poder y lo fomenta;
tal el sol con sus rayos más benignos  240
vuelve más acre el jugo fermentado.
¿Qué puede la razón?... La débil reina
el cetro cede a quien mejor le agrada,
y nosotros sus míseros vasallos
creemos obedecerla al tiempo mismo  245
que a un vil privado suyo obedecemos.

    Si ella luchar nos manda y en vez de armas
nos da para vencer sólo lecciones,
¿hace más que mostrar hasta qué grado
somos los hombres débiles y necios?  250
Si reprende severa, nos enseña
a quejarnos no más, no a corregirnos;
si amiga exhorta, ¿presta otro consuelo
que decir que no alcanza a consolarnos?
Y si de juez en defensor se vuelve,  255
la elección que intentamos nos aplaude,
o la que ya hemos hecho justifica;
y fiera con sus fáciles conquistas,
las pasiones más débiles enfrena
para que la más fuerte triunfe sola.  260
Así presume un médico que expele
los humores que en una parte dañan,
cuando sin conocerlo, reunidos
van a otra parte a producir la gota.
—233→

    ¿Será fuerza extraviarse? No, que abiertas  265
están doquier las sendas de natura.
Marcha por ellas; siempre te acompañe
de escolta la razón, si no de guía.
Ella sabe reglar nuestras pasiones,
no destruirlas, y a la dominante  270
trata sagaz como si fuese amiga;
un poder superior infunde en todos
esa fuerza eficaz que nos impele
a los diversos fines que él previene;
ella arribar nos hace al puerto, mientras  275
por las demás pasiones combatidos,
cual por vientos variables, fluctuamos
sobre este mar inquieto de la vida.

   La pasión dominante el caro objeto
no abandona jamás: si nos excita  280
el poder, el saber, la gloria, el oro,
si el amor del reposo, que es más fuerte
acaso que los otros; en pos de ellos
corremos sin cesar y aventuramos
por ellos honra y vida... En sus afanes  285
el mercader, en su indolencia el sabio,
el monje en su humildad, y en su fiereza
un gran conquistador todos encuentran
la razón complaciente de su parte.

   Mas el Autor eterno, que el bien hace  290
nacer del mismo mal, de las más nobles
y laudables acciones el principio
de esa pasión indómita deriva.
Así del hombre fija la inconstancia,
y la virtud al natural mezclada  295
se hace más firme, y ambos se mejoran;
y así alma y cuerpo de concierto operan.

   Cual los ramos estériles e ingratos
en tronco ajeno injertos fructifican,
así de las pasiones brotan, crecen  300
grandes virtudes, cuya raíz se nutre
del fuerte jugo del salvaje tronco.
—234→
¡Oh, cuántas veces del temor, del odio,
o de la obstinación y la tristeza,
nacieron hechos dignos de escribirse  305
en los curiosos fastos de las ciencias
y en los de la moral y de la gloria!
Aun la ira y la venganza suplir saben
el celo y el valor; de la avaricia
nace la precaución; de la pereza  310
la modestia quizá y la templanza;
el impulso sensual dentro su esfera
es amor noble y tierno que enamora
el corazón del sexo delicado;
aun la envidia, tormento de almas viles,  315
de noble emulación sirvió al que sigue
de Minerva o de Marte las banderas;
y casi no hay virtud en ambos sexos
que de orgullo o vergüenza no proceda.

    Así nos da natura las virtudes  320
que más cercanas son y más conformes
al vicio predilecto: él las produce.
¡Cuánto este origen nuestro orgullo humilla!
Mas la razón al bien siempre endereza
la mala propensión; y si sus voces  325
escuchara Nerón, reinara el monstruo
como un Tito, delicias de la tierra.
La impavidez y la fiereza de alma
que en Catilina se detesta, admira
en los dos Decios, nos encanta en Curcio.  330
Y la misma ambición salvó un Estado
o lo vendió vilmente, y dio mil veces
libertad o cadenas a su patria.

   ¿Quién de este caos de vicios y virtudes
podrá apartar la luz y las tinieblas?  335
¿Quién sino Aquel que en el antiguo caos
ensayó su poder, está en nosotros?

    En la naturaleza de las cosas
los extremos se tocan y producen
fines iguales, y en el hombre se unen  340
—235→
para usos que no alcanza, y se confunden
unos en otros, como en las pinturas
de un eximio pincel, claros y sombras
se juntan en unión imperceptible.
¿Quién podrá, pues, trazar la sutil línea  345
do acaba la virtud y empieza el vicio?

    Y ¿quién tan necio, que por esto infiera
que no hay ni vicio ni virtud?- Si el blanco
con el negro color se une y se mezcla
diversamente, y si de allí resaltan  350
colores infinitos, engañando
con su exterior, ¿dirás del mismo modo
que no hay blanco, ni negro?... Ve y consulta
tu propio corazón: él siempre ha sido
de la moral oráculo seguro,  355
y su lenguaje es claro al que consulta
con ánimo sincero... ¡Ay!, mayor tiempo,
más fatiga nos cuesta el engañarnos.
Es en sí el vicio un monstruo tan horrible
que, para detestarlo, basta verse.  360
Mas por grados su horror sabe ir perdiendo:
ya se hace familiar, lo consentimos
por gracia, por piedad, y al fin nos manda.
Mas nunca convenimos sobre el punto
donde el extremo de algún vicio yace.  365
Nunca jamás lo hallamos en nosotros:
siempre está más allá o en el vecino.
Así si aquí pregunto dó el sur mora,
responderán que en Lima; allá, que en Chile,
y en el Chile dirán, que en Patagonia;  370
¿y allí?, quién sabe dónde... Aun los que viven
bajo una misma zona se acostumbran
al rigor de su cielo, y se imaginan
que otro cielo será más rigoroso...
La que un buen natural huye y detesta  375
como inhumana y torpe acción, la misma
por un genio más áspero y agreste
es tenida por justa y generosa.
—236→

    Todo hombre es bueno o malo; aquí no hay medio,
mas en un grado extremo, nadie o pocos.  380
El loco y el malvado sus accesos
lúcidos de razón y virtud tienen;
y también por accesos hace el sabio
lo mismo que reprueba en su doctrina.

   El bien o el mal hacemos sólo en parte:  385
y el amor propio toda acción dirige
de vicio o de virtud. Cada uno tiene
un fin, su propio bien; y tantos fines
diversos el Eterno subordina,
a su único gran fin, el bien del todo.  390

    Él hace que a este fin supremo sirvan
la necedad humana y las pasiones;
las torres del orgullo Él desbarata,
y los planes del vicio desconcierta.
Una feliz flaqueza en cada clase  395
con arte distribuye: a las doncellas
da pudor, y altivez a las matronas,
temor al estadista, a los guerreros
temeridad, al juez encogimiento,
fiereza al rey, credulidad al pueblo;  400
aun de la vanidad que no conoce
otro fin, otro bien que su alabanza,
hace nacer virtudes muy laudables;
y en fin, nuestros defectos, nuestras mismas
necesidades labran la ventura,  405
la paz y gloria del linaje humano.

   No puede ser feliz el hombre solo,
ni solo vivir puede. El cielo quiso
que en todo dependiesen unos de otros:
de aquí las varias relaciones nacen  410
sin las que nadie subsistir pudiera.
Padres, amos, domésticos, amigos,
cada uno es débil, mas si se unen, todos
son fuertes y felices. Este lazo
la sociedad conserva; en ella siempre  415
—237→
cada cual su interés propio buscando
del interés común estrecha el nudo.
Nuestra debilidad, nuestras pasiones
la mutua dependencia hacen tan grata
como ella es necesaria; ella produce  420
el amor tierno, la amistad sincera
y este encanto secreto que nos hace
la vida siempre amable; y nos enseña
a resignar, si ya la edad declina,
los gustos, los amores y afecciones  425
tan dulces otro tiempo. Así aprendemos
ya por razón o ya por decadencia
de nuestro ser, a no temer la muerte,
a saludarla cuando ya se acerca
y a pagar ledos el fatal tributo.  430

    Por este medio prodigioso el hombre
no sólo llena el plan, sino lo llena
por elección y con placer. Por esto
en cualquiera pasión que le atormente
de saber, de placer, gloria o riqueza,  435
nadie su condición cambia con otro.
Se cree feliz el sabio con su ciencia,
y el ignorante, porque no sospecha
que haya más que saber de lo que él sabe;
es el rico feliz con su tesoro,  440
y el pobre, contemplándose el objeto
sobre quien vela más la Providencia;
alegre canta el ciego; el mudo danza;
el fatuo un rey, un héroe se imagina;
muere el químico de hambre y es dichoso  445
sobre manera en sus delirios de oro;
y nadie es tan feliz como el poeta
de estériles laureles coronado.

   Es un don celestial este contento
que en toda situación siente todo hombre.  450
Un amigo común es este orgullo
que nunca falta a nadie. Las pasiones
propias de cada edad nos estimulan
—238→
en las épocas varias de la vida;
y la esperanza, en fin, que nos alienta  455
vive en nosotros, con nosotros muere.

   Hasta este punto cierto, inevitable,
la opinión, dulce error de los humanos,
con sus cambiantes rayos embellece
las nubes de la vida... Es compensada  460
la falta de razón con el orgullo,
y la falta de un bien, con la esperanza...
¡Orgullo y esperanza! Si en la copa
de la locura el gozo bulle y ríe,
y cual su espuma se disipa luego;  465
si la razón alguna ilusión grata
con su luz disipare, otra renace,
y otras después cual olas se suceden.

   En los bienes y males, caro amigo,
la bondad de natura reconoce.  470
Miseria, error, pasión, nada es inútil,
la misma vanidad no es un don vano;
y ¡oh!, ¡cuántas veces aun el amor propio
que poco generoso, de tus solas
necesidades afanoso cuida,  475
por una fuerza superior te lleva
a contemplar y consolar las de otro!
Conoce, en fin, tu ser y tu destino,
y abraza esa virtud consoladora,
que aunque es el hombre miserable y necio,  480
el Ser que lo conserva es bueno y sabio.

Guayaquil, 1940.

  —239→  


ArribaAbajoEpístola tercera107


ArribaAbajo   Dios por diversas y constantes leyes
llena el fin que creando se propuso.
Fíjate, amigo, en este pensamiento,
ya en la embriaguez que nos infunden siempre
la robusta salud, el vano orgullo,  5
y la insolencia del poder y el oro,
ya si lecciones damos a los hombres,
o si votos al cielo dirigimos108.

   Contempla el mundo, observa la cadena
de amor que une entre sí todos los seres.  10
Siempre fecunda fórmalos natura;
y apenas sueltos de sus manos, corren,
se buscan, se aman, se unen... La materia
bajo diversas formas animada
tiende a un centro común, obedeciendo  15
esta ley general, el bien del todo.
—240→
No hay un ser, no hay un átomo siquiera
que exista solo. De las plantas vive
el animal, y del despojo de éste,
vense nacer y vegetar las plantas.  20
Nada dura, también nada perece.
Las formas pasan y suceden nuevas,
nacen para morir los seres todos;
mas para renacer, mueren, cual pompas
infladas de aire, que del mar inquieto  25
se alzan, se rompen y a la mar retornan.

    Un alma eterna que doquier existe,
que lo dispone y lo conserva todo,
enlaza todo ser; el fuerte al débil,
el mayor al menor. El bruto al hombre,  30
el hombre sirve al bruto... La cadena
jamás se quiebra, ¿pero dónde acaba?

    ¿Piensas que cuando Dios formaba su obra
tú solo estabas en su excelsa idea,
y que salió de su reposo eterno  35
sólo por darte ser, placer, sustento?
¿Sólo por ti? ¡Insensato! Quien prepara
para tu mesa el recental gracioso,
antes pasto le da fácil y grato,
y para él los collados reverdecen.  40
¿Será por ti que el ruiseñor doliente
llena el bosque de trinos melodiosos?
No. Es amor quien enciende sus pupilas,
placer quien hace trémulas sus alas;
él sus amores y placeres canta.  45
El fogoso bridón que en pompas riges,
parte la gloria y el placer contigo;
—241→
los pájaros del cielo las primicias
recogen de los frutos que tú siembras;
de las doradas mieses de tu campo  50
cobra el buey su salario merecido;
y aun el cerdo que ni ara, ni obedece
jamás tu voz, de ti servido vive,
de ti que rey te jactas de la tierra.

   Cual tierna madre a todo ser natura  55
dispensa su bondad. La piel que abriga
los reyes, antes abrigó a los osos.
Y cuando tú, hombre, exclames: «¡todo es mío!»,
«Mío es el hombre», te repone el ánsar
viendo el afán que pones en servirle  60
y en regalarle siempre; él en su esfera
no raciocina mal, porque no alcanza
que si le sirves, es por devorarlo.
Mas así como el ánsar, yerra el hombre
con toda su razón, si cree que el mundo  65
es formado para él, no él para el mundo.

    Mas esta ley del fuerte sobre el débil,
y este don de pensar ¿no dan al hombre
su derecho al imperio? Bien, permito
que él rija el mundo y su tirano sea.  70
Mas Natura somete ese tirano
a los seres que él dice que domina:
él los cuida y defiende. ¿Quién vio nunca
el lobo perdonar a los corderos,
movido de piedad por su inocencia?,  75
¿o el halcón que se lanza de las nubes,
perdonar la paloma, por los bellos
matices de su cuello?, ¿o el milano
dejar en paz al ruiseñor, que suele
turbar con su querella melodiosa  80
por las noches el bosque silencioso?

   Sólo el hombre de todos cuida, sea
por placer o interés, y las más veces
por fasto y vanidad; él da sus bosques
a las aves, sus prados a las bestias,  85
—242→
sus estanques al pez, y aun vemos que alza
a las fieras palacios y jardines;
todos viven por él, y su regalo
es efecto del lujo de su dueño,
el cual del hambre y de otras garras libra  90
todos esos cautivos tan cuidados,
que a su gula exquisita se reservan.

   Ellos contentos hasta el plazo viven;
y como heridos de improviso rayo,
sin prever, sin sentir la muerte, mueren;  95
mas vivieron al fin. También los hombres
servidos y sirviendo, hasta su plazo
gozan como ellos, y como ellos mueren.

   Sólo al irracional el cielo niega
la previsión inútil de su muerte.  100
Al hombre se la dio, pero de modo
que poniéndole siempre en perspectiva
un porvenir feliz, le da un objeto
de esperanza en el término temido.
La hora es oculta; sin cesar se avanza,  105
mas nunca recelamos que está cerca.
¡Oh portento continuo! Bondadoso
esta grata ilusión concede el cielo
sólo a los seres que prevén y piensan.

   Pero todos, estén o no dotados  110
de instinto o de razón, todos reciben
las dotes propias de su ser, y pueden
buscar y hallar el bien que les conviene.
Los que en su instinto tienen una regla
que nunca los engaña ¿necesitan  115
para vivir de cánones o bulas?
¿Cuál preferir? Altiva de sus dotes
no sirve la razón sino por fuerza,
sólo llamada viene, y aun llamada
viene si quiere, mientras el instinto  120
cual oficioso amigo, siempre asiste,
no abandona jamás, presto y derecho
va a la felicidad sin engañarle.
—243→
La razón inconstante, perezosa,
libre para extraviarse, se extravía,  125
pasa el blanco, o no llega, y no se afana.
Si el bien se ve de lejos, el instinto
vuela a su objeto; la razón se arrastra:
en aquél uno solo es el principio
que impele a obrar y que compara; en ésta  130
los principios son dos, que separados,
y acordes rara vez, fuente perpetua
son de engaño y error entre los hombres.

   Alza, pues, la razón sobre el instinto
cuanto quieras; mas piensa que dirige  135
Dios al instinto, a la razón el hombre.

    A las tribus que el mar y el campo pueblan,
¿quién buscar les enseña su alimento,
huyendo del nocivo y ponzoñoso?,
¿quién les hace prever la alta marea?,  140
¿quién la borrasca, y para defenderse
edificios formar sobre las aguas,
o bóvedas alzar bajo la arena?
¿Quién enseña a la araña artificiosa
a tirar y cruzar, aun más seguro  145
que el geómetra mejor, sus paralelas
sin regla ni compás?, ¿y a las cigüeñas,
imitando a Colón, buscar osadas
mundos ignotos en extraños cielos?,
¿quién las reúne?, ¿quién señala el día  150
de la partida, el término del viaje?,
¿quién dirige en los aires la colonia?

   Dios puso en cada ser el germen propio
de la felicidad que le conviene;
mas como Él hizo un todo, que debía  155
ser felice también, su fin llenando,
dispuso en su saber que de las mutuas
necesidades de los seres todos,
la universal felicidad naciera.
—244→
Este orden simple, eterno, el universo  160
conserva, en gratos nudos enlazando
cada ser a otro ser, el hombre al hombre.

    Cuanto bajo del sol vivificante
en el aire y la tierra y mar se mueve,
goza de una común naturaleza,  165
y un calor mutuo, un alma siempre activa
por todos difundiéndose igualmente
los anima y conserva y perpetúa,
sus gérmenes geniales fecundando.
Así el hombre, y así los otros seres  170
que los bosques, la mar y el aire pueblan,
todos se aman y se aman en los otros;
pues cada sexo un mutuo ardor sintiendo,
se buscan, se requiebran, no se aquietan,
hasta que con dulcísimo transporte  175
ambos seres en uno se confunden.
No aquí cesa el placer, no el amor cesa;
que al verse ya reproducidos, se aman
tercera vez en su naciente prole;
ambos la cuidan: la amorosa madre  180
la nutre, el fuerte padre la defiende;
la ensayan a volar, y cuando diestra
tendiendo el vuelo desampara el nido,
cesa el instinto y el amor paterno.
Entonces ya los padres la abandonan,  185
y libres buscan en distinta selva
nuevo amor, nueva raza en nuevo nido.

   Más débil, más inhábil en su infancia
mayor cuidado necesita el hombre;
y este mayor cuidado, entre hijos, padres  190
los lazos forma, que después confirma
el tiempo y la razón; el amor mutuo
con el grato interés de amarse, crece.
Elegimos, amamos, se transforman
nuestras mismas pasiones en virtudes.  195
Comunes males, mutuos beneficios,
benevolencia y gratitud engendran;
a una generación otra sucede;
—245→
y el amor natural, o el de costumbre
las conservan y enlazan; así el niño  200
cuando llega a ser hombre, mira al padre
exhausto con la edad, y la memoria
de su niñez, la previsión funesta
de la vejez, a socorrer le excitan
al desvalido autor de su existencia.  205
Así la gratitud y la esperanza
el interés recíproco sostienen
y sin cesar la especie regeneran.

    No pienses que el mortal ciego y sin freno
en el estado natural vivía;  210
él observó la ley que Dios, por medio
de la razón y el corazón, dictaba.
El amor propio y el social nacieron
con la creación, y enlaza desde entonces
la dulce ley de unión todos los seres.  215
El orgullo, las artes que lo excitan,
eran desconocidos, hombres, brutos
erraban sin dañarse ni temerse,
y en común disfrutaban mesa y lecho,
que natura doquier les preparaba.  220
No sangre ajena derramaba el hombre
para buscar abrigo y alimento;
un bosque, donde en himnos no aprendidos
a su Padre común alaban todos,
era su templo, y el altar no estaba  225
ni ornado en oro, ni teñido en sangre,
ni de ministros ávidos servido.
El sabio Autor su mundo conservaba:
regido en equidad fue dado al hombre
y usar de todo y abusar de nada.  230

   ¡Cuánto de esta inocencia primitiva
el hombre decayó! Pierde por grados
el horror a la sangre, e insensible
al clamor general, mata, devora
la mitad de los seres animados,  235
—246→
y cruel la especie de ellos destruyendo,
la suya propia pérfido corrompe;
la sangre extraña envenenó la suya,
y quedaron las víctimas vengadas.
Fiebres, dolores, males ignorados,  240
de intemperancia tan feroz nacieron;
y nacieron pasiones infernales,
que dieron a los hombres en el hombre
un enemigo tan atroz como ellas.

    En otra edad, necesidades nueva  245
s produjeron las artes; el instinto
dirigió la razón. Naturaleza
dijo entonces al hombre: «Rey del mundo,
ve y aprende a vivir de aquellos seres
que oprimes y desprecias: que las aves  250
te señalen los frutos y los granos
que te nutran, y aprende de los brutos
la virtud saludable de las plantas;
a fabricar te enseñará la abeja;
a hilar, la araña, y a labrar el topo;  255
a tejer, el insecto artificioso
que en hilos de oro su vellón enreda;
y a dominar las olas, el nautilo
dando remos al mar y vela al viento109.

    En el orden moral, también del bruto  260
razón y modo de vivir aprende
y de la sociedad todas las formas:
aquí verás palacios soterráneos;
allí ciudades aéreas, populosas,
suspendidas en árboles. Observa  265
de cada pueblo el genio y el gobierno:
en república viven las hormigas;
en monarquía labran las abejas;
aquéllas en común vastos graneros
forman, llenan, consumen y te ofrecen  270
el ejemplo, tan raro entre nosotros,
de independencia y libertad, con orden.
—247→
En un diverso estado las abejas
se afanan sin cesar; admira cómo
cada cual en su nicho separada  275
sin pechos, ni inquietud, bajo un rey vive,
y de su propiedad goza segura.
Observa, en fin, que ese orden y esas leyes
son simples, sabias, invariables siempre
cual la naturaleza y el destino.  280
Mas tu razón con todo su discurso
no hará más que prender con mayor arte
en la red de las leyes la justicia;
lazo que rompe el criminal potente,
y al inocente desvalido oprime;  285
o contra la equidad prevaleciendo
el rigor del derecho, transformado
será el sumo derecho en suma injuria.
Empero, a tu poder, hombre, somete
todos los seres, todos te obedezcan,  290
y las artes sagaz perfeccionando
que el instinto creó, que te levanten
como a rey trono, como a dios altares».

    Habló Natura, y obedece el hombre:
dejó los bosques, fabricó ciudades,  295
se ayuntó en sociedad, se formó un pueblo;
cerca de él otro nace, y después ambos
o por amor o por temor se unieron.
Aquí en más dulce clima, ricos frutos,
allí en valles regados de aguas puras,  300
más abundosos pastos y rebaños.
Lo que faltaba a cada cual, y pudo
arrebatar con armas, permutando
se le brindó el comercio, y tornó amigo
el que tal vez como enemigo vino.  305
Trato y amor estrechamente unieron
los hombres entre sí, cuando no había
más leyes ¡oh Natura!, que las tuyas,
ni más imperio ¡dulce amor!, que el tuyo.
—248→

    Así varios estados se formaron,  310
y era el nombre de rey desconocido;
hasta que el bien común, cual ley suprema,
puso el poder en manos de uno solo.
Obtuvo la virtud el primer cetro,
y esta misma virtud, que difundiendo  315
los bienes de la paz y de la guerra,
el respeto y amor filial excita,
hizo del rey un padre de su pueblo.
Y coronado por Natura entonces
cada patriarca en su naciente estado  320
fue a un tiempo rey y sacerdote y padre,
y acatado cual otra Providencia,
fue oráculo su voz, ley su mirada;
él evocó del surco, sorprendido,
la nutritiva mies; enseñó el arte  325
de usar de todo, y en el mar y el bosque
prender el pez, domesticar las fieras
abatir a sus pies la águila altiva,
frenar las ondas, dominar el fuego;
feliz, hizo felices, hasta el punto  330
en que ya débil y a vejez rendido,
quien, viviendo, cual dios fue venerado,
como triste mortal, llorado muere.

    De padre a padre remontando entonces,
el hombre un primer ser halla y le adora;  335
o bien por tradición constante, antigua,
cree que el mundo debió tener principio;
al Criador de la creación distingue,
y admite un solo Dios. Y antes que hubiese
ofuscado el error esta luz pura,  340
vio el hombre el mundo, y cual su Autor supremo,
vio que todo era bueno, y por las sendas
fue del placer a la virtud seguro.
Adoró un padre en Dios; sólo amor era
su fe, su religión, ni otro derecho  345
divino conoció que el de Natura;
nada temió de Dios, que un Ser supremo
sólo bondad suprema ser podía;
—249→
religión y política marchaban
de concierto, y un solo fin tuvieron:  350
aquélla amar a Dios y ésta a los hombres.

    ¿Quién fue el primero que enseñó a los pueblos
débiles o vencidos, que han nacido
para uno todos? Bárbara, execrable
excepción a las leyes de Natura,  355
que envileciendo la creación, en todo
trastorna el mundo y contrarresta el cielo.
El fuerte dio la ley, y la conquista
era el derecho. Mas de horror llenando
superstición el alma del tirano,  360
partió luego con él la tiranía;
medra a la sombra del poder y nombra
dios al conquistador, al pueblo esclavo;
ella, atenta a su plan, cuando sentía
tronar la nube, fulgurar el rayo,  365
bramar los montes y temblar la tierra,
anunció con misterio y amenaza
deidades invisibles, poderosas
que implorase el soberbio y ante quienes
se postrasen los débiles temblando;  370
a su mágica voz lanzaron luego
el cielo dioses y el abismo furias;
aquí fijó el Elisio, allí el Averno;
forjó el temor entonces sus demonios
y la esperanza tímida sus dioses,  375
dioses crueles, mudables, vengativos,
torpemente sensuales, cual formados
por tiranos, que en ellos no buscaban
sino ejemplos y cómplices del crimen.
En vez de caridad, el falso celo  380
armado impera, y el rencor sagrado
forjó un infierno y el orgullo un cielo;
la bóveda celeste ya no atrajo
las plegarias como antes; no se oraba
sino en templos magníficos; de mármol  385
ya fue el altar, y se regaba en sangre.
—250→
Empezó el sacerdote a saborearse
con carne de las víctimas, y presto
de sangre humana el ídolo salpica;
y en silencio y terror puso a la tierra  390
con el rayo de Dios; y aun de Dios hizo
un instrumento cruel de sus venganzas
o un ministro oficioso y complaciente
de todos sus caprichos y pasiones.

    Por estas artes concentrando el hombre  395
todo su amor en sí, se procuraba
riquezas y poder, gloria y placeres;
mas este amor, que atropellaba ciego
leyes, derechos, equidad, decoro,
por dar satisfacción a sus deseos,  400
siendo a todos común, al fin produjo
el freno que pudiera reprimirle:
gobierno y leyes. Pues si alguno quiso
un bien que los demás también querían,
la voluntad del uno contra todos  405
¿pudo prevalecer? ¿Cómo seguros
gozar y conservar lo que nos puede
en medio el sueño y en el claro día
o sustraer la astucia del más débil,
o arrebatar la audacia del más fuerte?  410

   Preciso fue ceder alguna parte
de libertad y natural derecho,
para vivir tranquilos, y que todos
unidos de concierto defendiesen
su propiedad, la de otros defendiendo.  415
Aun los reyes se vieron obligados
a ser por su interés justos y buenos.
Fue así que corrigiendo el amor propio
su impulso natural, depender hizo
el bien individual del bien de todos.  420

    Entonces felizmente se levanta
un genio superior y generoso,
de Dios ministro, amigo de los hombres,
leal patriota o inspirado vate,
—251→
que la moral sublime de natura  425
y su fe primitiva restablece;
de la luz natural el brillo antiguo
reanima, mas no enciende una luz nueva;
de la divinidad sobre la tierra
si no la imagen, nos mostró la sombra110;  430
a los pueblos y reyes juntamente
enseñó sus deberes y derechos
y a no llevar ni tensas ni muy laxas
las delicadas riendas del gobierno;
él proclamó el principio, que no puede  435
existir sociedad feliz y libre
donde no estén los miembros ordenados
de modo que, oprimido uno, se sienta
por todos la opresión. De allí provino
el concierto armonioso de un Estado,  440
donde, por la mixtión de los poderes
y el mismo choque de intereses mutuos,
es libre el pueblo y el gobierno firme.

   Tal es también del mundo la armonía
que nace de la unión y del concierto  445
general de las cosas: donde todos,
grandes, pequeños, débiles y fuertes,
se unen para ayudarse y defenderse,
y no para ofenderse ni dañarse;
donde es más poderoso quien más sirve,  450
y más feliz quien hace más felices;
y donde a un fin, a un centro tienden todos,
ángeles, hombres, brutos, siervos, reyes.

   Que sobre formas de gobierno alterquen
los necios cuanto quieran. El gobierno  455
mejor, es el mejor administrado.

   Sobre modos de fe, que el falso celo
dispute, y se enfurezca disputando111.
Quien no hace mal, quien hace bien al hombre
la religión profesa verdadera112.  460
Sobre esperanza y fe todos discuerdan,
mas sobre caridad nadie contiende,
—252→
que ella es el lazo, el fin, alma y corona
de la creación, el bien del universo.
Contrariar este fin, romper este orden,  465
ese es error y orgullo; y cuanto influya
a mejorar y hacer feliz al hombre,
eso solo es verdad, y de Dios viene.

   Vivir no puede el hombre sin apoyo,
cual generosa vid, que mayor fuerza  470
del amor con que abraza a otro recibe.

   Sobre sus ejes los planetas ruedan,
a un mismo tiempo en torno al sol girando;
así el hombre también a dos impulsos
diversos, no discordes, obedece;  475
por el uno, en sí mismo se concentra,
y por el otro sirve al universo.
Así concatenó todas las partes
de su obra Dios, y quiso que uno mismo
fuese el amor social y el amor propio.  480

Guayaquil, 1840.