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ArribaAbajoPrimer anuncio del triunfo en Pichincha

Junta de Gobierno

El Gobierno se apresura a comunicar al público la plausible e importantísima noticia de haber entrado en Quito el 25 de mayo, la División Libertadora al mando del benemérito general Sucre.

No se han recibido todavía los detalles de la acción que se dio el día anterior; se asegura que fue sostenida hasta que la victoria, decidiéndose por la justa causa, coronó las armas de la Patria en las faldas del Pichincha.

Guayaquileños:

Este grande suceso es el sello de nuestra libertad, la consolidación de la independencia de la República de Colombia, un nuevo laurel a las armas del Perú, el presagio del tiempo que se prepara a la capital de los Incas sobre el resto de enemigos que profanan su suelo y136   —462→   sacrificios de este Pueblo por su propia libertad y la de sus hermanos.

Con tan plausible motivo se cantará un solemne Te Deum en acción de gracias al Todopoderoso; habrá triple salva de artillería e iluminación general, por 3 días.

Guayaquil, junio 2 de 1822.

Olmedo. Jimena. Roca.

Pablo Merino,
Secretario.

(Establecimiento de la imprenta en Guayaquil por G. Pino Roca, 1906, p. 38).



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ArribaAbajoProclama por la victoria de Pichincha

Junta Superior de Gobierno

Conciudadanos:

Las fuerzas unidas del Perú, Colombia y Guayaquil han roto al fin las pesadas cadenas, que arrastraban nuestros hermanos en la segunda capital de los Incas; y aunque los tiranos las habían afianzado en los enormes montes y profundas quebradas de aquel país, ellas han sido deshechas a la presencia de los hijos de la Libertad.

Las aguas del Plata, Magdalena, Rímac y Guayaquil se reunieron; formaron un torrente, que escalando el Pichincha ahogaron en su falda a la tiranía. Esas aguas han hecho reflorecer el árbol de la Libertad, regando el 24 de mayo a la hermosa Quito, y confirmando que la Aurora del 9 de octubre, que rayó nuestro horizonte, fue la aurora del brillante día en que la libertad, con arte majestuoso, debía pasearse sobre las orgullosas cimas de los Andes.

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Guayaquileños:

Cuando nos propusimos ser libres no podíamos dejar gemir en la opresión a los pueblos que nos rodeaban; la empresa era grandiosa, y los tiranos miraron con desdén nuestro noble arrojo. ¡Crueles! Ellos, creyeron que vuestra sangre, que tres veces corrió en Guachi y Tanisagua, debilitaría y extinguiría la llama de vuestro amor patrio; pero se hizo más viva; y mientras vuestros hijos, hermanos y amigos corrieron a las armas, doblamos los esfuerzos y todos nuestros recursos fueron empleados para conducir en nuestro auxilio a los hijos de la inmortal Colombia.

Los libertadores del Perú no pueden ver con indiferencia nuestra suerte, y coronados de los laureles, que arrancaron en Lima, vuelan infatigables a nuestra defensa: así de ambos extremos vino la Libertad a vivificar sus cenizas en el centro que vio nacer en 809, dejando a este Pueblo la satisfacción de haberle abierto la senda por donde burlase el formidable Juanambú.

Guayaquileños:

Quito es ya libre: vuestros votos están cumplidos; la provincia os lleva por la mano al templo de la paz, a recoger los frutos de vuestra confianza y de vuestros sacrificios.

Un pueblo tan digno de ser libre, lo será sin duda; y reposando bajo la sombra del opulento Perú y de la heroica Colombia, llenaremos la página que nos toca en los fastos de la historia americana, y cumpliremos los grandes destinos a que estamos llamados.

Para acelerar esta época feliz, el Gobierno, viendo asegurada la independencia de este pueblo y deseando asegurar del mismo modo su libertad civil, por medio de la representación general, que es el más precioso de todos los derechos de un pueblo libre; prepara la reunión   —465→   del Colegio Electoral, para que dé una forma estable a las instituciones que se adoptaron entonces y para devolverle cuanto antes y sin mengua el grave depósito de la autoridad, que nos confió desde el principio de la transformación.

Conciudadanos y amigos:

En vuestra sola felicidad está el premio de las fatigas, que hemos sufrido por la Patria.

Sed moderados y virtuosos; vivid siempre cordialmente unidos y seréis siempre libres y felices. Bajo los auspicios de la Libertad y con la protección de los grandes Estados, que nos rodean, se abre una carrera inmensa a la prosperidad de este hermoso y rico Pueblo, que será llamado por todas las naciones de la tierra, La Estrella del Occidente.

Guayaquil, junio 9 de 1822.

Olmedo. Jimena. Roca.

(Establecimiento de la imprenta en Guayaquil, por G. Pino Roca, 1906, pp. 39-40).



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ArribaAbajoDecreto sobre la representación de la provincia

La Junta Superior de Gobierno.

El derecho de representación es el más precioso de que pueden gozar los ciudadanos; y el ejercicio de este derecho es la función más noble y solemne entre los pueblos libres; sin él, la independencia misma es una actitud violenta y peligrosa: pues si no está bien arreglado el método con que debe expresarse la voluntad general, cada individuo pudiera pronunciar la suya sin orden ni oportunidad; quisiera que su voz prevaleciera sobre la de los demás, todos a un tiempo con igual derecho reclamarían cosas diversas, propondrían proyectos diversos; no habría un regulador de este movimiento convulsivo, en el que daría la ley el que tuviera más voz, más arte y más audacia, y la sociedad sería un caos, en que chocándose sin cesar elementos cobardes y contrarios acabarían por destruirla. Por falta o imperfección de los cuerpos representativos, ¡cuántas naciones poderosas nos presenta la historia, agitadas, vacilantes, e impelidas sucesivamente de la monarquía a   —468→   la tiranía, de la tiranía a la democracia, y de la democracia a la anarquía!

¡Feliz mil veces esta provincia, que casi desde el momento en que se proclamó independiente, no halló embarazo, ni en los sucesos, ni en la opinión, para convocar su representación general, y por medio de ella establecer una orden regular, sin haber experimentado los desórdenes, que son casi necesarios en los principios de una súbita transformación! Las circunstancias reclamaron entonces la formación de instituciones provisorias, particulares; la adopción de leyes extrañas, con excepciones que, aunque necesarias, no podían menos de inducir alguna confusión en el foro; la creación de un Gobierno que, teniendo toda la legitimidad debida, por emanar de la voluntad libre y general del pueblo, no podía tener bien demarcados los límites de su autoridad, y reclamara en fin la declaratoria de una independencia temporal de esta provincia, que aseguraba el acierto de su libre juicio en el grave negocio de su unión a cualquiera de las grandes asociaciones de la América.

En medio de los cuidados, de los peligros que nos han amenazado, el régimen adoptado ha sido bastante a sostener, en el transcurso de este tiempo, la administración pública, redoblando las fatigas, para procurarnos recursos, con el menor gravamen de los pueblos. Pero después que los felices sucesos de las armas de la Patria han restituido la serenidad, y que ya respiran los pueblos, libres de atenciones y zozobras de la guerra, el Gobierno se apresura a colocarlas en la actitud de poder trabajar en los medios de cimentar la existencia política, y proponer la felicidad de la Patria. Con este objeto, la Junta de Gobierno, considerando:

1.º que es de absoluta necesidad que se arreglen previamente por la autoridad competente todas las bases de la inmediata reunión ordinaria del Colegio Electoral.

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2.º y que para rectificar la divergencia de opiniones que suelen exaltar los ánimos y turbar la quietud interior, nada es más conveniente, que la pronta declaración de la provincia, sobre la actitud política que más le convenga; respecto de los grandes Estados que nos rodean, dando al mismo tiempo una forma estable a las instituciones que se adoptaren provisionalmente,

Ha venido en decretar y decreta:

1.º La representación de la provincia se reunirá extraordinariamente en esta capital el veintiocho de julio próximo, y se compondrá de los mismos electores que la anterior, y que no se hallen impedidos legalmente.

2.º Los electores impedidos serán reemplazados, por nueva elección que presidirán los alcaldes de los pueblos, y se verificará del mismo modo que la anterior.

3.º Los suplentes nombrados en el mes de septiembre del año pasado, no suplirán sino la persona del elector, por cuya falta fueron nombrados. Si hubiere cesado el impedimento del propietario, el suplente queda sin ejercicio.

4.º Se reputará por impedimento legal en los electores y suplentes el no estar en el goce de los derechos de ciudadanos.

5.º La representación de la provincia, legalmente instalada se ocupará en la discusión y resolución de los puntos comprendidos en este decreto.

6.º Por ningún pretexto existirá en el territorio de la provincia fuerza alguna armada de los Estados amigos, al abrirse las sesiones del Colegio Electoral; ni en la bahía permanecerá buque alguno de guerra amigo o neutral, aunque esté simplemente armado.

7.º Los cuerpos de la guarnición de esta plaza, saldrán de la capital a un punto señalado, de donde no   —470→   serán removidos sin orden del Colegio Electoral. El servicio de la plaza se hará por la guardia cívica.

8.º El juicio de residencia que se abriese al Gobierno producirá acción popular.

Publíquese, imprímase y circúlese.

Sala de Gobierno de Guayaquil, a 19 de junio de 1822.

Olmedo. Jimena. Roca.

Pablo Merino,
Secretario.

(Establecimiento de la imprenta en Guayaquil, por G. Pino Roca, pp. 41-45).



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ArribaAbajoProclama después del pronunciamiento militar de 28 de noviembre de 1830, promovido por el general Urdaneta

José Joaquín Olmedo, vicepresidente del Estado del Ecuador

Conciudadanos:

Felizmente se ha restablecido el orden constitucional; ha recobrado su poder la ley tan libremente escrita por nuestros representantes como voluntariamente recibida por los pueblos, y se ha restituido su dignidad al pueblo del Ecuador. Aplaudíos de vuestra empresa y gloriaos de verla triunfar sin estrépito y sin convulsiones populares.

El glorioso nombre de Bolívar deslumbró a algunos militares que no conocieron que nuestras instituciones en nada se oponían a la integridad nacional, ni a la gloria   —472→   del Libertador; y proclamaron un régimen que no era conforme al voto público. Un pretexto tan especioso debe hacer olvidar cualquier error.

Relajar la disciplina militar, corromper el espíritu público, acostumbrar el pueblo a vivir siempre en agitaciones, fomentar esa su genial curiosidad de nuevas formas, siempre inconstante, nunca satisfecha, siempre turbulenta: son los verdaderos elementos de la disolución de los Estados, son males inherentes a estas continuas vicisitudes políticas; y sus autores, quizás sin conocerlo, nos abren el abismo de la anarquía después de habernos agitado y enfurecido en el campo de la guerra civil.

Conciudadanos: Evitemos esta calamidad a costa de cualquier sacrificio. La guerra civil impele alguna vez a los pueblos esclavos a la libertad; pero más frecuentemente arrastra a los pueblos libres a la esclavitud.

Unión y firmeza para que jamás sea interrumpida la marcha de la Constitución que hemos proclamado cordialmente y con entusiasmo patriótico.

El Congreso de Bogotá, al ver que los pueblos del Norte, se pronunciaron con unanimidad y firmeza por sus nuevas instituciones, resolvió prudentemente no tentar para persuadirlos el incierto y terrible medio de las armas. Conoced, pues, ¡oh queridos conciudadanos!, lo que importa la firmeza, la unión y la constancia.

Restablecido el orden, entran naturalmente en sus funciones las autoridades constitucionales, y yo he cedido a la voz del pueblo que me ha llamado a desempeñar las mías. En el breve período de la administración, la bondad, el acierto de las providencias estará cifrado en proceder con honradez y en la cooperación de los buenos ciudadanos.

Soldados: La causa de los pueblos es la vuestra: toda vuestra gloria viene de sostener las libertades públicas. De otro modo vuestras armas no son sino las teas   —473→   de la discordia y el instrumento de las pasiones del poder. Servirlas ciegamente es el colmo de ignominia para soldados republicanos.

J. J. OLMEDO

José Letamendi, secretario del Gobierno

(El Colombiano, Guayaquil Sem. 4.º, n.º 80, 17 de febrero de 1831).



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ArribaAbajoContestación de la Convención al señor Presidente Provisorio del Ecuador

Señor:

La Convención ha leído atentamente el mensaje de V. E. La historia lamentable de los últimos acontecimientos, la marcha irregular que el Gobierno ha tenido que seguir en esta época tempestuosa, la exposición de los medios, con que ha sostenido esta marcha por una senda sembrada de escombros y de ruinas, y las observaciones, hijas de la experiencia y de los principios de política que contiene este importante documento serán otros tantos fieles registros que siempre tendrá presentes la Convención en sus deliberaciones. La Convención reconoce dos grandes servicios, que acaba de hacer V. E. a nuestra Patria: y el mayor de todos es el de haber contribuido eficazmente a contener el torrente de la más desastrosa revolución; sin lo cual la Patria no tendría hoy el consuelo de ver reunida la representación nacional.

Al constante celo de V. E. fía la Convención la estabilidad del orden establecido, el reposo de los pueblos, la seguridad pública y el honor de la Nación.

Excmo. Señor.

J. J. Olmedo,
Presidente

José Gerves,
Secretario
Ignacio Holguín,
Secretario

Quito, julio 2 de 1835

(Recopilación de Mensajes, I, p. 238).



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ArribaAbajoNombramiento del general Elizalde

Gobierno Provisional del Ecuador


Guayaquil a 7 de marzo de 1845

Al señor general Antonio Elizalde.

Reconocido el Gobierno al importante servicio que Ud. ha prestado a la causa de la Libertad y de las instituciones del Ecuador y confiado en el celo y patriotismo de Ud., ha tenido a bien conferirle el mando de la Comandancia General de este distrito. Tenemos con este motivo la honra de ser el órgano del pueblo para dar a Ud. a su nombre las debidas gracias por haber correspondido dignamente a su confianza en el glorioso día del 6 en que recobró patria y libertad.

Dios y Libertad.

J. J. Olmedo. V. R. Roca. D. Noboa.

(El Seis de Marzo, n.º 2, marzo 14 de 1845).



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ArribaAbajoProclama de la revolución del seis de marzo

El Gobierno Provisorio de Guayaquil

Conciudadanos: Llegó el día tan deseado en que triunfase la noble opinión que se difundía de un extremo al otro de la República contra autoridades e instituciones intrusas. Los votos del pueblo quedan satisfechos. No resta más, sino poder abrazar igualmente libres a nuestros hermanos de las provincias interiores. Este hermoso día no está lejos; pues el poder absoluto ensanchando exteriormente sus límites naturales no ha hecho más que volver a la antigua debilidad y a sus peligros.

Esta empresa nos es doblemente gloriosa, ya por haber corrido eminentes riesgos y vencido grandes dificultades, ya por haber tenido la suerte de poner la primera piedra al edificio de un Gobierno Nacional, de haber establecido el imperio de las instituciones populares, y de haber saludado en alta voz a la santa Libertad, esta dulce amiga que se ama mucho más cuando está ausente.

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Gracias y eterna gratitud a los valientes militares que han correspondido al deber que les impuso la Patria cuando puso en sus manos armas para defenderla. Memoria honrosa a nuestra florida juventud, que entrada apenas en la edad juvenil se han portado como hombres acostumbrados a los azares de la guerra, y que obrando con serenidad en medio de los peligros han manifestado de que convencidos de que pelear por la libertad de la patria era vencer. Los miembros del Gobierno que han sido honrados con la confianza pública se desvelarán incesantemente por no desmerecerla, y no encontrando expresiones dignas de su gratitud, no hacen más que confesar altamente que hoy han contraído un nuevo deber, un nuevo lazo con la patria, y que serán los primeros que se someterán al imperio de las leyes.

Restablecer las ruinas que deja la anterior administración no es obra de pocos: necesitamos la cooperación de todos nuestros conciudadanos; no dudamos obtenerla, pues todos se hallan en el solemne compromiso de justificar la elección que han hecho en nosotros. Por nuestra parte rogamos encarecidamente a nuestros conciudadanos armados y no armados, de dar el raro ejemplo de amar en igual grado la libertad y el orden y de probar a los ojos del mundo que una justa revolución no es una rebelión, como la llaman los amigos del poder absoluto y los cómplices de la ambición.

Dios y Libertad.

José Joaquín Olmedo. Vicente Ramón Roca. Diego Noboa. Guayaquil, a 8 de marzo de 1845.

(El Seis de Marzo, n.º 1, pp. 2-3, marzo 12 de 1845).



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ArribaAbajoCredencial de Rocafuerte ante el Gobierno del Perú

Gobierno Provisorio del Ecuador


Guayaquil a 8 de marzo de 1845. Al Excmo. Sr. Presidente de la República del Perú. Señor: Transformada políticamente esta provincia en consecuencia de los gloriosos sucesos que han tenido lugar el 6 del presente, en que estos pueblos han cobrado por sus propios esfuerzos su libertad perdida, y establecido una Junta de Gobierno Provisorio nacional, compuesta de los tres individuos que suscriben, con el objeto de sostener el pronunciamiento que se ha hecho restableciendo las instituciones liberales y desconociendo la actual administración; y deseando que permanezcan con más lealtad y franqueza que hasta ahora las relaciones que felizmente han existido entre esta República y la que V. E. preside tan dignamente, nos hemos determinado a elegir al señor Vicente Rocafuerte para que resida en esa capital en calidad de nuestro encargado de negocios, con la extensión de facultades que le comunicaremos oportunamente. El conocimiento particular que tenemos de sus talentos y las pruebas espléndidas que ha   —482→   dado de su ardiente consagración a la causa de la libertad, nos hacen esperar que desempeñará con celo e inteligencia las honrosas funciones que se le han confiado. Como este Ministro conoce perfectamente los sentimientos que nos animan respeto de V. E., nadie podrá expresarlos mejor que él, y con este mismo objeto le hemos recomendado que emplee todos los medios propios para granjearse la confianza de V. E., sin omitir cosa alguna de cuantas pueda mantener y aumentar la buena inteligencia que reina entre nuestras repúblicas. A este fin rogamos a V. E., que dé entera fe y crédito a todo lo que dijere de nuestra parte, y sobre todo cuando le renueve las seguridades de la alta estimación con que somos de V. E. muy atentos y obedientes servidores. José Joaquín Olmedo. Vicente R. Roca. Diego Noboa.

(El Seis de Marzo, Sem. 1.º, n.º 12, abril 18 de 1845).



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ArribaAbajoDecreto sobre libertad de imprenta

El Gobierno Provisorio del Ecuador, en uso de las facultades que le concedió el Pueblo en el acta de 7 del corriente, y considerando que la libertad de imprenta es uno de los derechos más importantes que escandalosamente le fue arrebatado por la ley de 29 de mayo de 1843, sancionada por la ilegítima Convención de Quito,

decreta

Art. único. Se declara nula y sin efecto alguno la referida ley de imprenta, y se restablece con toda su fuerza la de Cúcuta, mandada observar por decreto legislativo de 24 de enero de 1835.

El Secretario General queda encargado de cumplir este Decreto.

Dado en la Casa de Gobierno en Guayaquil a 14 de marzo de 1845.

Olmedo - Roca - Noboa

Por S. E. - J. M. Cucalón.

(El Seis de Marzo, n.º 3, 18 de marzo de 1845).



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ArribaAbajoEl Gobierno Provisorio del Ecuador a los soldados de la Segunda División

Soldados:

La patria os ha llamado a coronar la grande obra de su libertad, y vosotros, dóciles a su voz y movidos por vuestros sentimientos, os habéis presentado con un ardor digno de la santa causa que venís a defender.

Vuestros compañeros de armas de la 1.ª División se han distinguido ya en dos gloriosas acciones, en que han dado a conocer lo que valen los hombres libres, y han forzado a los enemigos, capitaneados por el que se ha jactado siempre de invencible, a cederles el campo y a refugiarse despavoridos en los atrincheramientos que les hizo levantar una prudente precaución.

Unid vuestros esfuerzos al de vuestros hermanos del seis de marzo, que os esperan para partir con vosotros las fatigas y la gloria. El tiempo se acerca en que los siervos de la tiranía se verán precisados a salir de su guarida, y, si osaren presentarse delante de vosotros, encontrarán a su vez delante de ellos un muro mucho más fuerte que el suyo: el pecho de los patriotas.

Soldados de la 2.ª División, vuestros conciudadanos, vuestros compañeros de armas, el Gobierno, la Nación entera esperan de vosotros, bajo la dirección de vuestros esforzados jefes, hechos dignos de vuestra reputación, dignos de esta cara patria, que al fin ha levantado su frente abatida y mira con especial predilección a sus valientes defensores.

¡Vivan y triunfen los soldados de la libertad!

Olmedo - Roca - Noboa

(Seis de Marzo, n.º 23, 27 de mayo de 1845).



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ArribaAbajoEl Gobierno Provisorio del Ecuador a sus conciudadanos

Conciudadanos:

La misma inquietud que habéis manifestado por saber e indagar el tenor de los tratados que se están ajustando con el jefe de las fuerzas situadas en Elvira, acredita que no se amortigua el espíritu público, y que miráis con el mayor interés la suerte de la patria.

La tardanza de la ratificación de los tratados, manifestará a todos que el Gobierno Provisorio desea proceder con la mayor circunspección en un negocio tan importante, y evitar todas las contingencias hijas de la imprevisión.

Nos apresuramos a anunciaros que el objeto principal de nuestra justa revolución está conseguido. El Presidente ilegítimo queda separado del mando político y militar, y se retira a Europa por un tiempo suficiente, para que, con la moderación y buen sentido de estos pueblos, se afiance sólidamente el nuevo orden político que estableciere la representación nacional.

Esta separación del presidente Flores, la nulidad de la carta de esclavitud, y la reunión de una Convención, eran el voto general: Este voto está cumplido. Triunfó pues la enérgica expresión del 6 de marzo. ¿Qué otra cosa hemos pretendido los patriotas más exaltados?

Olmedo - Roca - Noboa

(Hoja suelta de 16 de junio de 1845).



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ArribaAbajoEl Gobierno Provisorio del Ecuador a sus conciudadanos

Conciudadanos:

La paz de la Virginia es un acontecimiento que hará época en los fastos de nuestra historia; nuestros descendientes leerán en ellos los esfuerzos de este pueblo para ser libre, y tomarán allí una lección de lo que deben hacer, si por desgracia en otros días se renovase por algún falso patriota o por algún ambicioso el desprecio de nuestras leyes y la usurpación de nuestras libertades.

Conciudadanos: La presente contienda ha terminado con gloria. ¿A qué aspiramos todos? A variar una administración viciosa en su origen y en su ejercicio. Esto se ha conseguido ya por vuestros esfuerzos y sacrificios y por vuestro valor acreditado en los campos de batalla. La paz queda asegurada, separando al que la amenazaba por el influjo personal que una larga dominación le había dado en los negocios del Ecuador.

Conciudadanos: Felicitémonos mutuamente por esta paz que ahorrando sangre ecuatoriana, es más gloriosa que un triunfo. Seamos siempre dignos de esta paz, y tengamos siempre presente que en las guerras civiles no puede haber mayor gloria que la de terminarlas sólidamente, reconquistada la libertad. Esta libertad será afianzada por instituciones sabias que se esperan de la Convención Nacional elegida libremente por

Olmedo - Roca - Noboa.

(El Seis de Marzo, Sem. 1.ª, n.º 32, junio 27 de 1845).



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ArribaAbajoManifiesto del Gobierno Provisorio del Ecuador sobre las causas de la presente transformación a los pueblos americanos

Como las alteraciones de gobierno traen regularmente consigo tan grandes males y desórdenes que han hecho odioso y detestable hasta el nombre de revolución, y como todos los que las promueven y sostienen son reputados por ciudadanos inquietos y sediciosos, nos vemos en la necesidad de manifestar a todos los pueblos americanos y a las naciones con quienes tenemos relaciones políticas los motivos poderosos que nos han impelido a desconocer la autoridad ilegal que nos regía y a preparar una regeneración que nos restituya la nacionalidad tan indecorosamente usurpada. No es esta la acción aislada de una provincia, no la opinión secreta de algunos hombres moderados que, amando siempre el orden y la paz, no han podido dejar de rebelarse contra la opresión, no la resolución precipitada de algunos patriotas exaltados e impacientes del yugo, no el clamor de una facción amiga de trastornos ni la sedición de los malos contra las leyes; no; es el voto, es el sentimiento   —492→   unánime y general de los Ecuatorianos de toda clase y condición, que conmueve toda la República, y cuya conmoción no ha sentido sólo el que le dio el primer impulso y el que continuamente ha ido acumulando causas sobre causas, hasta hacer inevitable la revolución. Si ésta se apoya en la voluntad general, y si es necesaria, ella debe tener de su parte la razón y la justicia.

Que se inculpe, pues, al único autor que la ha provocado; y que arrastrado ante el tribunal de las naciones, responda de todos los males que han preparado este grande acontecimiento, y de la sangre derramada para sostenerlo. Que no se inculpe a estos pueblos, que no han hecho sino ceder a una necesidad imperiosa. Que no se inculpe a los ciudadanos que ellos han elegido para dirigir la marcha de este movimiento patriótico, e impedir que degenere en la convulsión de los tumultos populares.

Las revoluciones no son incidentes casuales e improvisos; todas tienen sus causas, más o menos remotas. Estas causas crecen en influjo y en fuerza cada día; y cuando llegan a tocar en cierto extremo, no hay poder humano a quien sea dado evitar o contener sus efectos. Ésta es la situación en que al fin ha venido a encontrarse el pueblo ecuatoriano, después de algunos años de sufrimiento. Pero ya se ha dado la señal: la obra no quedará imperfecta; y si no fuese por el largo y generoso sacrificio que hemos hecho a la paz, nos avergonzaríamos hoy de tener que ceder a la ley de la necesidad, habiendo resistido tanto tiempo a las instigaciones del amor patrio y del honor nacional profundamente vulnerado.

Desgraciadamente nuestra República, desde su erección en Estado independiente (1830), no pudo dejar de abrigar en su seno un germen de inquietud y disolución, que no abrigaron las otras dos secciones de la antigua Colombia. Éstas tuvieron desde el principio leyes y costumbres propias, tropas patricias, y un Gobierno patrio: todo en ellas era nacional; mientras que el Ecuador,   —493→   ocupado por fuerzas extrañas, que habían venido como auxiliares a completar la obra de la independencia y dominado por extraños, no pudo pensar en su suerte libremente, ni arreglar sus negocios según sus intereses y necesidades. Hasta esta época debíamos remontarnos para buscar las primeras causas de la presente revolución. Pero ésta sería una empresa larga y laboriosa, y de la cual deberá encomendarse la historia de estos pueblos. Nosotros nos contraeremos ahora solamente a las causas próximas que tarde o temprano. debían producir la emancipación del Ecuador.

Pasemos, pues, rápidamente como sobre brasas encendidas, omitiendo acontecimientos notables y de triste recuerdo, desde aquella época hasta la disociación de Colombia, que dio ocasión al primer Congreso del Ecuador en 1830 -que, sometido como todos a una humillante condición, pudo dar al país nombre, nuevo ser, nuevas instituciones; pero no pudo darle nacionalidad. No era posible sobreponerse al influjo y poder de los extraños que habían venido desde 1821, trayéndonos sus armas y sus leyes, sus costumbres, sus maneras tan disconformes de las nuestras, y hasta sus idiotismos vulgares.

Mucho antes de ese primer congreso mandaba como jefe superior de los Departamentos del Sur el general Juan José Flores, y ya puede imaginarse cuál sería la suerte del país cuando el jefe reunía el mando político y militar y disponía libremente de todas sus fuerzas. La tierra era entonces lo que debía ser: un país de conquista, en el cual, aunque por intervalos, y por efecto de una moderación eventual y simulada de los que mandan, no se sienta ni todo el peso del yugo ni todos los males de la opresión; sería un portento nunca visto en las historias que faltasen odiosas preferencias, quejas desdeñosamente oídas, amenazas, bandos encarnizados, sublevaciones continuas, suplicios, y todo cuanto produce y fomenta antipatías atroces e indelebles, y esa guerra perpetua entre el opresor y el oprimido, entre la humillación del pueblo conquistado y la arrogancia del pueblo   —494→   conquistado. Ésta es nuestra historia desde aquellos tiempos.

Bajo la maligna influencia de este clima político, brotó la primera presidencia del Ecuador; y nadie debe admirarse de que la nueva República fuese la primera, la única de toda la América, que llamase un extranjero a preparar sus destinos, siendo también la única que se hallaba sojuzgada por una fuerza extraña, y en la incapacidad de darse un gobierno según su voluntad. Sin embargo, la primera Constitución, observada fielmente por el general Flores, y no asiéndose éste de la ocasión para concebir otras aspiraciones, habría producido buenos efectos; aunque no fuese otro que el de haber ido preparando las útiles reformas que el tiempo fuese indicando como necesarias, y que debían ser la obra de los congresos subsecuentes.

Cualesquiera que fuesen los servicios del general Flores en el Ecuador a la causa de la independencia, y en haber sofocado las revoluciones excitadas por las tropas colombianas, o por los agentes de la facción que trabajaba en prorrogar y ensanchar el poder del Libertador de Colombia (abriéndose así el abismo en que había de precipitarse), sobradamente recompensados estaban esos servicios con su nombramiento de General en Jefe de nuestras armas, y con su exaltación a la presidencia del nuevo Estado: golpe de fortuna que, siete años antes cuando pisaba este suelo, no podía imaginarse ni en los delirios de la ambición.

Al acercarse el término de este primer período constitucional, empezaron a difundirse sospechas más o menos vehementes de que se pretendía la reelección. Se divulgaban los planes, las promesas, las gratificaciones anticipadas y las revelaciones de varios jefes solicitados al intento. Ésta fue entre otras la principal causa de la terrible revolución de 833, que terminó con la ominosa batalla, en que corrió sangre ecuatoriana, bastante a petrificar los vastos arenales de Guachi y Miñarica.

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Aterrado, atónito el patriotismo y reducido al silencio y a la impotencia de acción, tuvo que refugiarse en el pecho de los que sobrevivieron al estrago, sofocando allí su dolor y su indignación. Y, si no faltó quien cantase la fatal victoria, los patriotas perdonaron los extravíos del genio y las ficciones poéticas en alabanza del Ángel exterminador, porque se conservase siempre viva una memoria que excitaba continuamente a la venganza.

Posteriormente, en 835, se reunió la Convención de Ambato: y la inquietud patriótica pareció serenarse de algún modo: sea porque la Constitución que se dio entonces contenía en lo esencial principios republicanos, sea porque elegido presidente un hijo del país recomendable por su patriotismo, se daba un paso muy avanzado en el empeño de ir desembarazándose de una tutela deshonrosa. Pero la astucia de la ambición siempre se burla del candor republicano. Así el general Flores haciendo el sacrificio de separarse del mando en el término que le prescribía la ley, pensó en mantener siempre vivaz germen de nuevas y nuevas revoluciones; y con este fin propuso, recomendó y sostuvo con empeño el nombramiento de sucesor en el señor Rocafuerte, que, aunque era patriota distinguido y desinteresado, tenía en contra, por razones que son notorias, el partido pertinaz de los patriotas de Miñarica. Así, aun cuando se gozaba de alguna tranquilidad, no estaban libres los pueblos de recelos e inquietud; pues éste ha sido hasta ahora el mal destino del Ecuador. Entre Flores y su sucesor la más notable diferencia está en que el primero, aun cuando observa las leyes, no se propone otra mira que su interés o su placer, mientras que el segundo, aun violando las leyes, no tenía más objeto que el bien público. El primero va a su fin previendo los obstáculos, y tomando siempre sendas tortuosas y excusadas para salvarlos; el segundo se precipita audazmente sobre su objeto, y fijando en él sólo la vista, no divisa los peligros intermedios. Rara vez deja de llegar el uno, aunque con rodeos y lentitud, a lo que aspira; y rara vez el otro consigue lo que emprende con ardor.

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Este segundo período corría sin alteraciones muy notables; y así habría terminado si el general Flores, fastidiado de la paz, y fatigado con el reposo, no hubiese abierto nuevas operaciones sobre la silla presidencial. Con este objeto, y con el pretexto de hacer revista de las tropas, marchó de esta provincia a las del interior. Suyas eran esas tropas, y los jefes que las mandaban, suyas las principales autoridades civiles; y con la seducción y las promesas hizo suyas las personas que debían concurrir al Congreso de 1839. Arregladas las elecciones, volvió dejando asegurado su nombramiento. Las elecciones libres son la piedra angular del edificio de la representación del pueblo; las elecciones imperfectas y viciadas son el principal instrumento de la tiranía.

Descontento, altas y secretas murmuraciones excitó en los pueblos esta reiterada elección, pues se iban confirmando las sospechas de que el general Flores no podía vivir sin mandar, y de que estaban destinados a ser su patrimonio. El nuevo Presidente lejos de estudiar esta situación de los pueblos y de concertar a ella su conducta pública, empezó por el contrario desde entonces a forjar y reducir a sistema sus planes de larga dominación. Estos planes no podían dejar de encontrar grandes dificultades; pero esto mismo aumentaba la tenacidad de su propósito, en el cual creía consistir el aumento de su reputación militar y de su poder. Hablando siempre de refundir los partidos, no tenía más política que ceder a enemigos que nada le podían ceder, y desatender amigos de quienes podía esperarlo todo. De esta manera no ha conseguido más que hacer cada día más irreconciliables los dos partidos, el suyo y el de las pueblos.

Todos los que tenían previsión sobre la suerte de la patria, conocían que las causas más o menos remotas de un sacudimiento general se iban aglomerando, creciendo en fuerza y aproximándose a una explosión, como las materias inflamables que producen los terremotos y las tempestades. Así progresaba incesantemente la revolución cuando recibió un fuerte impulso con motivo   —497→   de la reunión del Congreso de 1841, época de fatal recuerdo para el Ecuador. Nadie ignoraba las intrigas, las violencias empleadas en las elecciones; pero la Nación esperaba de sus hijos que no la venderían, y que sus opiniones, sus pasiones se purificarían en el crisol de la discusión pública. Esta esperanza no quedó burlada; y el general Flores quedó sorprendido al ver una mayoría de legisladores liberales, resueltos e incorruptibles. Todo su plan estaba ya frustrado; pero su fortuna vino a librarle del conflicto, pues habiendo resultado de la calificación de diputados nulas las elecciones de Cuenca, por haberse empleado la fuerza para hacerlas, quedó de hecho el Congreso en disolución. La razón, la política, el culto debido a la Constitución, la necesidad exigían que las elecciones se renovasen; pero la resistencia que se opuso a esta medida saludable y necesaria fue invencible, y se dio el escandaloso ejemplo, quizás singular en América, de dejar al pueblo sin representación, cuando existían todas las apariencias de paz interior y exteriormente.

El general Flores tranquilizó su conciencia política con el dictamen de algunas corporaciones que, no siendo llamadas para este efecto por la Constitución, no contraían ninguna responsabilidad cediendo a los deseos e instigaciones del Jefe del Estado. No fue en verdad, un atentado insignificante sacar a la Magistratura de su esfera natural, e introducirla en el orden inquieto de la política, para hacerle perder ese espíritu impasible, esa presunta infalibilidad de sus juicios, cuando pronuncia sobre los intereses de la moral y de la justicia.

No tuvo, pues, efecto la reunión del Congreso de 1841: el inconsulto parecer de los cuerpos consultados, y el voto anticipado del Gobierno, se fundaba en que no debía quebrantarse la ley de elecciones. Este principio de no infringir las leyes, en abstracto, es de eterna verdad; pero en su aplicación, que es obra de la sabiduría, puede sufrir modificaciones necesarias, según los casos que las leyes más prudentes no pudieron prever. Así en toda buena legislación se deja a las leyes una tácita   —498→   ampliación según las circunstancias del tiempo, de los lugares, de las personas, y de los sucesos imprevistos, que afecten la salud del pueblo o la forma constitutiva del Gobierno. Aun en la aplicación de las estrictas leyes penales es laudable, graciosa y justa la equidad, que es realmente una segunda justicia.

Estos principios naturales de legislación que no quisieron tener presentes ni el Jefe del Estado, ni sus consultores, confirman la verdad que expusimos en el acta de nuestra emancipación en 7 de marzo último: que por un supersticioso respeto a la letra de una disposición reglamentaria de elecciones, se violó la letra y el espíritu de la ley constitucional, que exigía la reunión bienal del Congreso: ley primordial, a la cual están subordinadas todas las leyes, y cuya inobservancia altera la forma de gobierno popular, representativo, que se ha adoptado irrevocablemente.

De este modo quedó disperso el Congreso, dispersos los poderes políticos, disuelto el Gobierno. Sin embargo el general Flores continuó reteniendo el mando, y nadie podrá decir bajo cuál forma de gobierno gemían los pueblos del Ecuador. Había Constitución sin principios fundamentales, gobierno popular sin intervención del pueblo, gobierno representativo sin representación nacional, y partición de poderes cuando tales poderes no existían. ¿Cuál era pues esta forma de gobierno extraña, desconocida, indefinible? Era una completa confusión, un caos: era el puro despotismo.

Bajo este detestable régimen se hizo vivir a los pueblos por dos años; en cuyo tiempo, lejos de que el Gobierno se afanase, como debía, en llenar el vacío que dejó la falta del Congreso de 841, sólo se pensó en los medios de abrogar la Constitución vigente, porque prohibía la reelección del primer magistrado. La ocasión no podía ser más oportuna, y era imposible que no la aprovechase el perspicaz genio de la ambición, cuyo fin era poner la República en tal fermentación que se hiciese indispensable ocurrir al medio extraordinario de una Convención inconstitucional.

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Fácil es imaginar cuál sería el estado de estos pueblos en ese violento orden de cosas. Pero hallándonos ya cerca del término del período presidencial, alimentábamos la esperanza de que se repararían tantos males con la nueva administración. Se fundaba esta esperanza en que conocidos generalmente todos los pasos, todos los planes del Jefe del Estado, siendo éste el objeto de todas las conversaciones públicas y privadas, y aun siendo anunciados puntualmente por los periódicos del exterior, era regular que el autor de esta abominable trama, al verla descubierta y divulgada, retrocediese avergonzado, y separándose del mando, desmintiese de algún modo la opinión de las gentes, y se resolviese a dar con algún decoro esa prueba de arrepentimiento.

Nada menos: el arte, la fuerza y el influjo decidieron de las elecciones; continuaron los reprobados planes; se realizaron; la Convención fue instalada en Quito, (1843), y quedó reelecto el general Flores de Presidente del Estado. De este modo se confirmaron todos los pronósticos de los que, siguiendo paso a paso la marcha del pretendiente, habían conocido y denunciado anticipadamente a toda la América tan fatal acontecimiento. Instalada la Convención, el nuevo Presidente en su académico mensaje, atravesando la noche de treinta siglos, revolvió el polvo de la antigüedad para rebuscar entre las ruinas de fabulosas repúblicas, teorías, formas, modelos del gobierno que se proponía, sin advertir que esa curiosa indagación no podía ofrecerle sino algunos hechos heroicos, en caso de ser ciertos, y algunos ejemplos dignos de imitarse en otro siglo que el nuestro, y en otro orden que en el civil. Sin embargo, las ideas fueron adoptadas fácilmente por la Convención, y se sancionó una Constitución que es el escándalo de la América; que es el cuerpo del delito de lesa-república, contra aquel que la forjó e hizo adoptar. Ella es la carta de esclavitud para el Ecuador; ella, la infamia de la mayor parte de los legisladores que, suscribiendo ciegamente al proyecto que se les presentó, perdieron el respetable nombre de legisladores; ella, la mengua de los pueblos que la consentían por estar calculada para perpetuar el   —500→   poder absoluto, y por haber sido sancionada por ministros y empleados del Gobierno, y sobre todo por generales y jefes militares, cuya preponderante reunión (con excepción de muy pocos) profanando el santuario de las leyes, no podía merecer el augusto nombre de congreso nacional, sino el de un consejo de guerra contra las libertades de la nación.

Esta Convención adolecía de un vicio radical: había sido convocada contra la Constitución vigente, y por quien no tenía autoridad ni título para convocarla. El mismo Gobierno confesaba su incompetencia para un acto tan solemne, desde que se mostró supersticioso observador de un reglamento de elecciones, sólo por no reparar la falta del Congreso de 841. Pero legal o ilegalmente se reunió la extraordinaria Convención de Quito, con el solo objeto de reformar la Constitución: obra, para la cual en esa época habría estado constitucionalmente autorizada cualquiera legislatura ordinaria.

La Convención desde el principio se ocupó en acalorados debates, y profundas discusiones gramaticales sobre la palabra reformar. Unos diputados sostenían la acepción de variar y alterar enteramente; otros, la de enmendar y corregir: es decir, que estaban inciertos o divididos sobre el objeto de su misión, y que también lo estarían los pueblos que representaban; y que, de consiguiente, no había ni unidad de voluntad, ni unidad de objeto, ni unidad en el desempeño de sus funciones; sin la cual era vana y viciosa una representación, que no sabía el determinado fin para que había sido convocada. Y a pesar de todas las leyes convencionales, nadie podía negar que el poder arbitrario quedaba solo sustituyendo a la legislación.

Promulgada la nueva Constitución, se pronunció al instante el descontento y reprobación de los pueblos; y desde entonces adquirió la revolución un movimiento constantemente acelerado. El autor del proyecto no podía desconocer la fragilidad de su obra; y para fortificar ese alcázar de su poder, insertó principios anti-democráticos en una constitución republicana, y propuso   —501→   leyes anti-populares que estaban en contradicción con el voto americano, y con las luces del siglo. Entre tantos medios adoptados para vencer la resistencia que se oponía por todas partes a las imprevistas instituciones, nos limitaremos a indicar los principales, por evitar una fastidiosa e inútil difusión.

Represión de la libertad de imprenta: esa libertad de imprenta que conturba el sueño de los tiranos, que los aterra en sus vigilias, y los persigue incesantemente en todas sus acciones y placeres, como los gritos y canciones infamantes, que antiguamente seguían hasta el Capitolio el carro de los triunfadores. La Convención inspirada siempre de ajeno espíritu, ya que no pudo en esta época atreverse a negar al pueblo un derecho, que es correlativo e inherente a su ingénita soberanía, coartó y reprimió el ejercicio de esa libertad, en términos que debía reputarse como enteramente suspendido. La ley con una insidiosa decepción proclama el derecho que tiene todo ciudadano y residente en el Ecuador, para escribir y publicar sus pensamientos, y enseguida excluye todos los asuntos sobre que puede ejercerse esa libertad. Una ley de imprenta, contemporánea, publicada en uno de los Estados más despóticos de Europa, con gran vergüenza nuestra, es menos absurda y rigurosa que la de la Convención; pues ésta hace criminales aun a los más inocentes, hace calificadores responsables a los impresores, y persigue con graves penas aun a los que introducen del exterior, y a los que expenden impresos que quizás no saben leer, ley artificiosa y cruel que crea delitos para emplear castigos, y emplea castigos para aterrar y anonadar el ánimo de los pueblos, y afianzar así con más libertad el poder absoluto. Ley atentatoria de las libertades públicas; ley sediciosa contra la santa institución del Jurado, haciéndola inútil desde que establece, en las causas de imprenta, la preventiva competencia de los jueces comunes. Con este arte se ha impuesto un profundo silencio al patriotismo; se ha encadenado la razón y sofocado hasta el pensamiento, pues es casi imposible pensar sin ceder a la propensión irresistible de comunicar sus ideas con los demás.

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El otro medio extraño de que se valió la Convención, o su autor, para sostener las nuevas instituciones, fue prorrogar a 8 años el período de la presidencia, para ir preparando progresivamente la senda al poder vitalicio. La historia atestigua la eficacia de ese medio para perpetuar el mando, con los primeros tiranos de Atenas, con los Decenviros de Roma, con los Protectores de Inglaterra, y con los Cónsules de Francia, y con otros mil ejemplos de menor celebridad. Así el período de 8 años inaudito en América, aun en aquellos Estados en que se alucina a los pueblos, haciéndoles creer que tienen Constitución, y que viven en un régimen republicano, estaba indicando claramente la idea principal que ha presidido en el artificio de la Constitución.

Ésta es la ocasión de mencionar e impugnar el frívolo y risible pretexto, que se ha alegado en los papeles del Gobierno, para haber admitido la reelección. Risible en verdad, si no fuera al mismo tiempo la burla y desprecio más insultante del pueblo ecuatoriano. Decir que sólo el militar que se hallaba al frente del Estado, era el único capaz de establecer la Constitución Convencional, era dar a entender que se presentía el descontento, la indignación de los pueblos, y que se necesitaba de un jefe de armas que a sangre y fuego la hiciese adoptar; de un jefe que, disponiendo a su arbitrio de los militares, estableciese un régimen puramente militar, y una administración rigurosa y arbitraria.

Por otra parte, ¿cuáles eran esas grandes innovaciones que hizo la nueva Constitución, que necesitasen un brazo de fierro, para plantearla? Que el Presidente durase 8 años en el mando; que hubiese un Senado conservador de larga duración (vitalicio debía ser según el proyecto presentado por el Presidente) para que se fuesen introduciendo como furtivamente las formas aristocráticas; que hubiese una Comisión permanente del mismo Senado (nombrada por los mismos que debían elegir al Presidente); y que las legislaturas se reuniesen cada 4 años, para que se arraigasen los abusos, se hiciesen indispensables las disposiciones gubernativas, arbitrarias, a falta de leyes, para los casos imprevistos, y   —503→   se dificultase todo arreglo en el erario y toda responsabilidad. Para estas grandes y estupendas innovaciones, todas a favor del jefe que estaba preparado, es que se creyó necesario un poder también grande y estupendo.

¿Qué habría hecho la Convención, si se hubiera tratado de alterar la forma de gobierno, o la religión del Estado, o los límites de la República? Qué habría hecho, si el electo tuviese que sostener grandes cuestiones políticas, y hacer grandes reclamaciones a los Estados poderosos de Europa?... Pero felizmente no había nada de eso; y no habrían faltado en el Ecuador algunos que se resolviesen al grande sacrificio de mandar por mucho tiempo.

En el dilatado período prescrito al nuevo Gobierno generalmente reprobado, calculaba sin duda el innovador que era imposible no ocurriesen sucesos naturales, o preparados con arte, que exigiesen otra nueva Convención. Estos sucesos ya se iban preparando y disponiendo desde el principio. El descontento general que se difundía como el nublado que precede a la tempestad, los clamores, las murmuraciones privadas y públicas de los actos de la administración y la discusión seria y acalorada sobre su legitimidad, las revoluciones parciales sofocadas con sangre, las proscripciones de patriotas distinguidos por su noble y firme carácter y por sus relaciones en la sociedad, las quejas perpetuas contra los privilegios, siempre odiosos, contra la escandalosa disipación y misteriosa inversión de las rentas, contra las alteraciones en las operaciones de las tesorerías, burlándose de las leyes del crédito público, contra la participación del Jefe del Estado en las especulaciones de los particulares con el fisco, contra la impunidad de gravísimos excesos de aquellos agentes que servían al incremento de su poder y de su fortuna, contra el atentado de arrogarse facultades esencialmente legislativas, en la alteración del valor de la moneda y en la autorizada y libre circulación de la falsa, provocando el grave delito de la falsificación que se propagó con una tan impune   —504→   como escandalosa publicidad, contra la creación de papel moneda (atribución propia del Congreso) que fue la causa primordial de esta lamentable decadencia de nuestro comercio, y en cuya amortización tuvo que perder nuestro erario como doscientos mil pesos, contra la injerencia en los negocios de nuestros vecinos disponiendo a su arbitrio de la sangre ecuatoriana, contra la falaciosa política de fomentar y auxiliar los planes de emigrados extraños con el objeto de provocar una guerra entre pueblos que quieren vivir siempre en amistad, unidos por sus antiguas relaciones, y por sus recíprocos intereses... En fin, (para apartar pronto la vista de este cuadro horroroso) el ejercicio frecuentísimo de las ominosas facultades extraordinarias que llegó a ser el régimen habitual y ordinario de la República, en que las quejas se calificaban de gritos sediciosos, y se contenían en olas de sangre los movimientos indeliberados de la indignación.

Todas estas causas habían de producir necesariamente, como ya se iban experimentando, efectos terribles; y entonces el Gobierno aparentando celo ardiente por la paz y por mejorar la suerte de los pueblos, simulando clemencia y magnanimidad, condescendería de aquí a ocho años en la reunión de otra nueva Convención que diera una nueva Carta, en la cual, como en la presente, se repitiera la farsa de que la reelección se reputara por una elección simple y natural.

A la prorrogación del mando, era consiguiente la prórroga del período entre las legislaturas; arbitrio que siempre ha sido ocasión de conmociones desastrosas. En la revista que pasó el general Flores a las Repúblicas antiguas, no quiso fijar la atención en que los comicios suspendidos, prorrogados hacían vivir al pueblo romano en violentas y continuas agitaciones, y que al fin produjeron la estrepitosa caída de la tiranía decenviral.

No podía la Convención desconocer la inconveniencia y los peligros del dilatado receso de las legislaturas; pero así quedó sancionado y sembrado otro germen constitucional de inquietud y disolución: pues en ese grande   —505→   período intermedio precisamente debía suceder que ocurriesen muchos casos no comunes y urgentes, que no pudieran resolverse sino por disposiciones gubernativas: lo que iría dando insensiblemente a la administración toda la apariencia y forma de un gobierno despótico, que era el término natural del sistema que se adoptaba. Por otra parte en esos largos períodos los abusos se irían radicando; la misma urgencia de los negocios disiparía la odiosidad de las resoluciones arbitrarias; sería más confusa y complicada la contabilidad de las rentas, y vana e ilusoria la responsabilidad de los funcionarios. Así nunca se tendría una legislación completa, pues la experiencia nos ha enseñado que aun en las legislaturas anuales siempre quedan disposiciones suspensas y leyes defectuosas.

En fin, el Gobierno ilegal ha descubierto sin rubor sus intenciones y sus planes hostiles contra las libertades públicas, y en favor de la perpetuidad de su mando, en la apología sofística que ha hecho de la obediencia pasiva, en varios periódicos, especialmente en La Concordia que lleva por ironía y por insulto su epígrafe y su nombre. En ellos se afana en probar magistralmente la absurda, rancia y detestable doctrina de que los pueblos, antes de tener alguna alteración para mejorar su mala suerte, deben sufrir sin término todos los perniciosos efectos de las malas leyes y todas las violencias y atentados de un gobierno ambicioso y despótico, aun con el peligro de que vaya por todos los medios consolidando su tiranía; pretendiendo de ese modo que los mismos padres preparemos la infamia y servidumbre de nuestras generaciones.

No es éste el lugar de impugnar con argumentos sólidos tan absurdos y anti-sociales principios; pero no omitiremos algunos ejemplos clásicos que los contradicen y destruyen. Sin la reciente revolución de la Grecia, dentro de algún tiempo volvería a hundirse en el cieno de su pasada miseria y de su esclavitud, siéndole indiferente gemir bajo el yugo de Otón, o bajo la cimitarra de Abdul-Medud. Pero la Grecia moderna más ilustrada   —506→   y previsiva que nosotros, y despertando de su letargo de siglos, conoció que siguiendo esa añeja y corrupta doctrina de la obediencia pasiva, su rey habría ido fortificándose más y más, y contrayendo relaciones para establecer sólidamente su tiranía; y entonces se vería en más dificultad y quizás en imposibilidad de sacudir el yugo. Por esta razón ese pueblo tan digno de recobrar sus Arcontes y su Areópago, se apresuró a romper el primer eslabón de la cadena cuando empezaba a formarse, que quizá no hubiera podido cuando estuviese remachada. No negaremos que las revoluciones más justas suelen traer consigo grandes males; pero también es cierto que sin esos inevitables sacudimientos se perpetúan los abusos, prescriben los excesos del Gobierno, y tarde o temprano se hacen formas constitutivas del Estado; y lo que es peor, el despotismo se convierte, (como en los pueblos del Oriente y de Turquía) en un santo dogma de religión.

Pero ¿quiénes son regularmente la causa o la ocasión de esas fatales revoluciones?, ¿quiénes las provocan? Todos lo saben: los gobiernos despóticos. Así todo el mundo, hasta los mismos reyes de Europa, han celebrado la empresa de los Griegos; y la sostuvieron con su intervención y sus armas, a excepción de pocos, que tiemblan al pensar que los pueblos, que llaman suyos, puedan seguir el noble ejemplo de reconquistar sus derechos naturales.

Siguiendo las perniciosas lecciones de sus autores, el Gobierno ilegítimo del Ecuador aplaudirá la miserable condición de Italia y de Polonia, que por no haber podido desembarazarse oportunamente del yugo, han ido decayendo gradualmente hasta el punto de verse borradas de la lista de las naciones. Profesando esos principios el Gobierno y sus escritores nos decían muchas veces, que, cuando los pueblos son vejados y oprimidos, deben sufrir y callar, y que, si la opresión llega al extremo, deben esperar hasta que se les presente una ocasión favorable y segura. Siglos ha estado esperando la Italia esa ocasión favorable, y ¿qué ha conseguido?   —507→   Enervar sus fuerzas, ir perdiendo sus antiguas memorias, acostumbrar sus descendientes a que vean sin conmoverse el sepulcro de sus Cipiones y las ruinas de sus grandes monumentos, a desvirtuar su vivaz y portentoso ingenio en perfeccionar las bellas artes y a distinguirse sobre las tablas de un teatro, en vez de hacer hazañas como antes en los campos de batalla.

La misma suerte ha estado amenazando al pueblo del Ecuador, bajo las extrañas e irregulares formas de su Gobierno; mas con la diferencia de que siendo un Estado pequeño, menores esfuerzos, menos tiempo se necesitaba para hacerlo descender a la más despreciable condición. Cualquiera de las causas que hemos expuesto bastaría para conseguirlo; y obrando todas juntas, nuestra perdición sería pronta e inevitable. Quisiéramos terminar aquí la enumeración de esas causas; pero no se puede resistir la pluma, cuando algunas de ellas reclaman alto por una mención especial. Sea entre otras, el sistema de perpetua decepción hábilmente paliado con motivos y formas legales, en todas las palabras, resoluciones y actos gubernativos; pues nada ultraja tanto a la justicia, como la perfidia que quiere conservar las apariencias de la probidad.

La decepción, en efecto, fue el espíritu, el alma de la administración. El desaliento de los pueblos se pintaba como voluntaria sumisión; el silencio de los oprimidos, como tranquilidad general, las especulaciones sobre el fisco, como arreglos de la hacienda, las negociaciones con particulares, como suplementos y servicios patrióticos; los privilegios concedidos a deudos y parciales, como premios del mérito; la falta de fe en llenar los compromisos del erario, como una economía recomendable; las órdenes ejecutivas de pagos ilegales, como un exacto cumplimiento de su palabra, y como sostenimiento del crédito nacional.

Pero en lo que más se ha manifestado este sistema falaz ha sido en los negocios que influían directamente en mantener las riendas del Gobierno (de lo que sólo citaremos dos ejemplos como más notables y más recientes).   —508→   Cuando algunos meses después de formada la ilegal Administración de 843, le dirigió este pueblo dos enérgicas representaciones sobre los graves inconvenientes que resultaban de las innovaciones introducidas, receló el Presidente que esta provincia se hallaba en la mayor agitación, y se apresuró a venir a calmarla con su presencia. Usó entonces de todas las artes de su peculiar política: arredró e intimó destierro a los que creyó autores y jefes del partido, y después los llamó sus mejores amigos; hizo promesas a muchos, y halagó a todos; solicitó, instó a varias personas para que formasen las corporaciones de nueva creación, que nadie quería servir; y prometió en fin convocar un Congreso extraordinario, para que hiciese las reformas convenientes. Pero al mismo tiempo que hacía estas promesas, remitía furtivamente a los pueblos manuscritos de su mismo puño, con oficiales escogidos, para que los obligasen por grado o por fuerza a suscribirlos. Se cometieron entonces violencias y tropelías escandalosas, y los comisionados volvieron triunfantes trayendo las varias contra-representaciones que habían llevado, suscritas ya por algunos particulares y aun por personas supuestas, y cuyo número era mucho mayor que el de los vecinos de cada pueblo.

Reforzado con estos falaces documentos regresó el Presidente a la capital, y desde allí declaró que no debía cumplir nada de cuanto había prometido; pues Guayaquil no era sino un solo pueblo; que todos los demás de la provincia pedían lo contrario en sus contra-representaciones; y que él no podía menos que obedecer y someterse a la voluntad de la mayoría. Fiado en la virtud de este artificio, declaró por irrespetuosas y sediciosas nuestras representaciones; se dictaron decretos de sangre contra los que en adelante se atreviesen a hacer reclamaciones, y se preparó a sostener a viva fuerza su Constitución, sus leyes y su poder.

Por aquel mismo tiempo (1843, 1844) se habían conmovido algunos pueblos del interior, ocurriendo intempestivamente a las vías de hecho, sin más armas que sus   —509→   débiles instrumentos de labranza, y sin otro jefe que el despecho. Sucumbieron, como era natural; pagaron con su sangre la impaciencia de su patriotismo; y los templos, asilos inviolables aun para los delincuentes, no fueron sino un vasto redil en que refugiados los ancianos, las mujeres y los niños inocentes fueron la presa segura de los famosos pretorianos.

Aun sin estos acontecimientos ejemplares, el Gobierno ilegal habría notado las creces que iba adquiriendo nuestra revolución; pues no pudiendo contenerse por más tiempo el patriotismo comprimido, se exalaba en todas partes con mayor franqueza y libertad. Entonces fue cuando ese Gobierno puso otra vez en movimiento los conocidos resortes de su máquina. Con el pretexto de arreglar las milicias del cantón limítrofe de la Sierra, nos envió a su brazo derecho, el general Otamendi, cuyo nombre no infundía tanto temor, como detestación y horror a todos los pueblos. Este hombre de sangre, que había lavado sus crímenes y horrendos atentados con la sangre ajena en las últimas revoluciones de que acabamos de hablar, era el más a propósito para dirigir la terrible celada que se nos preparaba. Vino, pues, con la insidiosa comisión de estrechar amistad con los más exaltados patriotas y autores principales de la revolución, introducirse familiarmente con ellos, censurar con ardor todos los actos de la Administración del general Flores, fingir grandes agravios, vindicarse de sus excesos pasados, lamentarse de la necesidad en que se había encontrado de hacer la guerra a sus hermanos, enternecerse de los males que sufrían los pueblos, hacer protestaciones de íntima afección a este país, y ofrecer en fin su cooperación con la fuerza que mandaba, a toda empresa que se intentase para variar el Gobierno.

Los liberales cayeron en la red; ya porque las protestas de ese hombre pérfido estaban apoyadas en recomendaciones estudiosamente arrancadas a los patriotas del interior, ya porque la credulidad es el vicio inherente de los que emprenden alguna cosa con ardor y se entregan fácilmente a todas las ilusiones de la esperanza.   —510→   Todos conocían bien que ese nombre fatal bastaba sólo a desacreditar e infamar la revolución; pero prescindieron de este grave inconveniente, porque ese Jefe estaba destinado a mandar una fuerza considerable; y se persuadieron de que con su apoyo se conseguiría el fin con más facilidad y sin sangre, que era lo que se deseaba con preferencia. Se abrieron, pues, a él con entera confianza, le descubrieron todos sus planes, medios y recursos; le franquearon auxilios pecuniarios; le dieron los nombres de todos los comprometidos; en fin, le iniciaron en todos los misterios de la empresa. Él, a su vez, aprobaba ciertas medidas, reformaba otras, indicaba algunas que parecían convenientes, señalaba el modo, el lugar, el tiempo oportuno de su cooperación, y se mostraba como el más decidido y ardiente de los patriotas.

Instruido de todo, creyó el traidor haber llenado felizmente su alevosa comisión, y se apresuró a denunciar y delatar sus amigos y los secretos que se le habían confiado; y después de haber preparado la expulsión de los autores principales, regresó al cantón de su mando para disponer operaciones militares, asolar los campos, colectar tropas, y levantar fortificaciones, en las cuales neciamente presumió que se estrellaría el valor y el ímpetu de los conspiradores.

Nos hemos detenido deliberadamente en este punto, para asir la ocasión de vindicar a los patriotas de la inculpación, que les han hecho algunos ciudadanos respetables (que no estaban en los secretos de su plan) de haber asociado por algún tiempo el execrable nombre de Otamendi a nuestra santa causa, y de no haber repelido con desdén desde el principio tan infamante cooperación. Por otra parte estos hechos confirman la verdad de que el sistema de fraude y decepción era el dominante en la Administración del general Flores, y que para sostenerlo no perdonó jamás los medios más reprobados, ni los más viles instrumentos. Éste ha sido siempre el arte de los usurpadores del poder: preparar, encender, organizar las revoluciones, hacerlas inevitables,   —511→   para tener la funesta gloria de sofocarlas a sangre y fuego, y valerse después de ese pretexto para ir dilatando y afianzando más su poder, y alucinar con el tiempo a los incautos con la mentida legitimidad de su dominación.

Los hechos, los sucesos referidos, y la historia de sus causas y efectos, bastaban para justificar una revolución que no ha tenido otro objeto que sostener la inviolabilidad de la Constitución, precaver la alteración de las formas republicanas, oponerse a la opresión, devolver a los pueblos el espíritu nacional, y el derecho de formar también un cuerpo nacional, libre, legítimo, que pueda sostener con dignidad su representación. Si tantos y tan justos motivos no se creyesen suficientes, que se ocurra a los principios legales reconocidos, sancionados por congresos respetables por su moderación y sabiduría, y establecidos como reglas seguras por doctos y juiciosos publicistas.

El primer Congreso de los Estados Unidos, al hacer la memorable declaratoria de su independencia, decía: «Si una larga serie de abusos y usurpaciones manifiesta con notoriedad el designio de oprimir y esclavizar al pueblo y someterlo al yugo del despotismo, el pueblo tiene el derecho y el deber de sacudir ese yugo, derribando ese gobierno, para establecer nuevas garantías a su seguridad».

Vattel, después de distinguir la naturaleza y grado de los diversos desórdenes que pueden perturbar el Estado, y forzar al Soberano a sustituir los medios de la fuerza, a los de la autoridad, afirma que: «Todo ciudadano debe sufrir con resignación males soportables, antes que perturbar la tranquilidad pública. Sólo una denegación absoluta de justicia de parte del Soberano, o dilatorias afectadas, puede excusar la resolución de un pueblo exasperado, y aun justificarla, si la opresión es grande y manifiesta». En otro lugar, tratando de que la conservación del Estado exige que la persona del Príncipe sea respetada e inviolable, añade, «este sublime atributo de soberanía no impide que la nación pueda   —512→   reprimir a un tirano, y aun juzgarle... A este derecho incontestable debe su existencia una república poderosa... Si la autoridad del príncipe fue limitada por leyes fundamentales, el príncipe que traspase los límites prescritos, manda sin derecho, y aun sin título; y la nación, lejos de estar obligada a obedecerle, puede resistir a tentativas injustas y violentas. Atacando la Constitución del Estado, el príncipe rompe el contrato que unía al pueblo con él; el pueblo queda libre por la conducta del príncipe, y no debe ver ya en él sino un usurpador que intenta oprimirle».

Y después contrayéndose a los autores que sostienen el poder absoluto del Soberano, en términos que, aun cuando éste abuse de su autoridad, obra mal a la verdad, pero que no por eso sus mandatos son menos obligatorios (porque habiéndole conferido la Nación la autoridad sin restricciones, no se ha reservado derecho alguno, mucho menos el de resistirle)... responde que, para disipar esas vanas sutilezas, bastará recordar el objeto esencial de la sociedad civil, que es la felicidad general; que éste es el fin que se propuso todo ciudadano al despojarse de sus derechos, y al someter su libertad; y que la sociedad no puede usar de su autoridad para entregarse de un modo irrevocable a sí y a todos su miembros al arbitrio de un tirano, porque ni ella misma tiene derecho de oprimir a una parte de sus miembros. «Cuando confiere, pues, la autoridad suprema sin reserva expresa, es necesariamente con la reserva tácita de que el soberano deberá ejercerla para la conservación, no para la ruina del pueblo. Si él se convierte en plaga del Estado, no es ya sino un enemigo público, contra el cual la nación puede y aun debe defenderse...». «Es un crimen capital contra la sociedad atacar la Constitución del Estado, y violar sus leyes; y si los que lo cometen son personas revestidas de carácter público, añaden al crimen un pérfido abuso del poder. Por esto la nación debe reprimirlos con rigor».

Constant enseña que «la autoridad constitucional cesa por derecho desde el momento en que no existe la Constitución; que ésta deja de existir desde que es violada;   —513→   y que el gobierno que la viola hace pedazos su propio título; desde cuyo instante podrá subsistir por la fuerza, mas no ya por la Constitución». ¿Y qué se debe oponer a la fuerza de los usurpadores? La fuerza de los pueblos.

El docto y moderado Bello, no se atrevió a tratar directamente esta cuestión, en sus selectos Principios de derecho internacional, sin duda porque, escribiendo en América, y en tiempos en que por una mala inteligencia se podía hacer una importuna aplicación de esos principios, temió dar ocasión a que se popularizase sin restricción una doctrina peligrosa. Así, cuando por necesidad toca este punto, pasa por él rápidamente, por no dejar huellas profundas, y se apresura a buscar sus relaciones políticas con otros Estados, transfiriendo los hechos del orden social, al derecho público de las naciones. Sin embargo, se trasluce su opinión en algunas expresiones. «La Nación puede transferir la autoridad de una mano a otra, alterar su forma, y constituirla a su arbitrio. Importa que los actos de la autoridad no traspasen las facultades que le señala la Constitución; porque todo acto en que las excediese adolecería de nulidad. Si una nación pone trabas al poder del monarca, si le depone... si le expele del territorio..., las potencias extranjeras no deben mezclarse en ello, y deben mirar estos actos, como los de una autoridad independiente, que juzga y obra en materias de su competencia privativa». Después agrega que la nación que ejecutase tales actos sin muy graves motivos, obraría del modo más criminal y desatentado; pero que, si yerra, a nadie es responsable de sus operaciones, en tanto que no infrinja los derechos perfectos de los otros Estados, como no los infringe en esta materia; pues no es de suponer que conservando su independencia y soberanía, haya renunciado la facultad de constituirse y arreglar sus negocios domésticos del modo que mejor le parezca. Y confirma esta doctrina con el ejemplo de Francia, que ha ejercido recientemente estos actos de soberanía nacional, en la revolución que ha separado la rama primogénita de   —514→   Borbón, y elevado la de Orleans; siendo la nueva dinastía reconocida solemnemente por todas las naciones.

El sabio y religioso Portalis, horrorizado con los crímenes y desastres de la revolución de su país, y padeciendo por ella persecución y destierro, no es de extrañar que fijando toda su atención sólo en el abuso de las cosas, asiente doctrinas algo exageradas, diferentes de las de los otros modernos publicistas, en su inapreciable obra sobre el uso y abuso del espíritu filosófico. Pero en algunos lugares no puede menos que pagar su tributo a la verdad. «El Pueblo, dice, incontestablemente puede todo lo que quiere, si se supone que él se mueve en su totalidad, con el concurso universal de todas sus fuerzas, y de todas las voluntades individuales». Después, como sin pretenderlo, confirma la sentencia con varios ejemplos de la historia moderna, en que se presentan grandes mutaciones en el gobierno de los pueblos por deliberaciones nacionales. En otro lugar dice, «que son precisos grandes y extremos males para autorizar la idea de una variación... y para legitimar una insurrección que ataca las fuentes de toda legitimidad». De estas últimas palabras se puede inferir que no necesita legitimarse, por ser legítima en sí misma, la insurrección general que ataca un poder ilegítimo.

Omitiremos, por consultar la precisión, otros varios testimonios de autores que profesan los mismos principios; principios, que no son desconocidos ni por aquellos escritores que intencionalmente se empeñan en presentar reunidos (para hacer más horrible la pintura) todos los males que suele producir el ejercicio de la soberanía popular, atribuyéndole todos los desórdenes, de que son acusadas las Repúblicas, y todos los crímenes y desastres que se imputan a las guerras civiles. Es muy sensible que el escritor clásico de nuestro siglo, que con tanta belleza ha diseñado el genio de la religión, que con un estilo mágico y apasionado recuerda las costumbres y la independencia de las tribus americanas; es muy sensible que se distinga como alférez del opuesto bando en su erudito, poético y parcial Ensayo sobre las revoluciones antiguas y modernas. Pero, ¿qué otra cosa   —515→   hace sino reconocer el natural derecho de los pueblos oprimidos, cuando pondera los males de la servidumbre, cuando celebra la caída de los tiranos, y cuando se entusiasma con los cánticos guerreros que inflamaban a la juventud griega, y la precipitaban a la muerte o a la victoria por dar libertad a su patria?

Según estos principios reconocidos y aprobados por todos los publicistas, como dimanados de la constitución primitiva de la sociedad, que juzguen todos los pueblos del carácter y justicia de nuestra revolución; y haciendo una aplicación imparcial de esos principios reconocidos a los hechos notorios que hemos consignado en este manifiesto, que juzguen y pronuncien. El pueblo del Ecuador para justificarse dirá solamente que tuvo voluntad de libertarse, causas que excitaron esa voluntad, y fuerzas que la sostuvieron.

Que no se diga, pues, que este movimiento ha sido improviso, irregular y depravadamente revolucionario. No, una nación jamás puede ser facciosa. Y como el voto unánime de todo un pueblo nunca es injusto; y como jamás el cielo inspira en vano deseos ardientes y constantes, ha llegado al fin, como necesariamente debía llegar, el día en que se cumpliese el antiguo voto de recobrar nuestra nacionalidad, de poner lindes ciertos al poder arbitrario, y de vivir bajo el imperio de leyes libremente escritas, propias, tutelares, y religiosamente respetadas.

Ese día fue el memorable 6 de marzo, en que la juventud de Guayaquil acaudillada por un esforzado capitán, y sostenida por jefes y militares animosos, reconquistó la libertad de la Patria con una audacia igual a su fortuna. Caro fue este triunfo, porque nos costó sangre; pero vencida al fin la resistencia de la fuerza que guarnecía esta plaza, todo volvió a entrar en su orden natural; y en honor de este pueblo tan moderado como valiente, debemos decir que este orden público no se ha interrumpido un solo momento desde aquel glorioso día, que jamás ha sido turbado el reposo de los ciudadanos, y que la transformación no se ha hecho sentir, sino por   —516→   nuestras fiestas cívicas. Este hecho es verdaderamente raro en la época de las agitaciones civiles; y esta paz interior honra tanto a nuestra revolución, como su triunfo. La causa de la justicia siempre triunfa con moderación y dignidad; las facciones sólo triunfan con estrépito y con insolencia.

Posteriormente congregados los padres de familia y los demás vecinos de la ciudad, celebraron el acta de 7 de marzo, por la cual desconocieron el Gobierno ilegal, y eligieron un Gobierno Provisorio del Ecuador, para que organizase la administración pública y preparase la fuerza que debía sostenerla. Todos los pueblos de este antiguo departamento lo reconocieron libremente y se ofrecieron voluntarios a defender la Patria. Así en breves días, y con admiración de todos, se levantó un ejército respetable, que debía hacer frente a un enemigo emprendedor, extremamente astuto, y que se jactaba siempre de que nunca fue vencido.

Entretanto el desposeído Presidente se mantenía en el mando; y él con sus asalariados escritores se empeñaron en tratar a este pueblo y al Gobierno como sublevados y facciosos. Aparentando profesar los principios fundamentales de la representación popular, divulgaban que esta provincia no era sino una pequeña fracción de la República; y que era una ignorancia criminal, una rebeldía atroz, una insolencia tan ridícula como insensata, pretender dar leyes a la mayoría de la Nación; agregando impertinentemente las diatribas vulgares y manoseadas contra la soberanía popular, contra la demagogia, los derechos, los pueblos, y las repúblicas. ¡Inepcias despreciables!

El voto de esta provincia no ha sido el voto de la minoría de la nación; ha sido el voto de un pueblo que tuvo la fortuna de ser el primero que anunciaba en alta voz el voto nacional. Este pueblo no estaba solo, ni aislado; mantenía antiguas relaciones con todos los pueblos del interior; estaba ligado con todos ellos por solemnes compromisos; de manera que puede asegurarse con   —517→   verdad que cada uno tenía el poder de todos, para ejercerlo cuando se presentase la ocasión. La población de Guayaquil es cierto que es la minoría de la República; pero era una minoría encargada del sagrado depósito de la voluntad general. Si se nos pidiesen las credenciales de nuestros poderes, manifestaremos como testimonios auténticos, a los mismos pueblos, pronunciándose libres con una portentosa unanimidad, desde el instante en que pudieron libertarse de su opresión. Ellos con su conocida opinión, y con su preparada, aunque secreta disposición, nos sostuvieron en la empresa; nosotros con nuestra conocida opinión y nuestra fuerza los hemos sostenido en su propósito, y puesto expedita su eficaz cooperación. Todos pusimos cuanto estaba de nuestra parte: comunes nos han sido las fatigas, los peligros y la victoria. La voz de Guayaquil dio la señal; y esta voz se difundió de un extremo al otro de la República, con más velocidad que el eco de nuestras montañas.

A pesar de este movimiento general, los enemigos obstinados reunían sus fuerzas, y se fortificaban en la Elvira. Ocupando, desolando un feraz y extenso cantón, y amenazando invadir la ciudad, era forzoso que nos opusiésemos animosamente a sus planes devastadores: y en los combates del 3 y 10 de mayo los redujimos a la impotencia de realizarlos. En ambos encuentros, el campo quedó por nosotros; y los enemigos, con su invencible caudillo, quedaron reducidos a su estrecho atrincheramiento; en donde, ya que no el honor, pudieron a lo menos salvar la vida.

Esta situación de los enemigos debía ser cada vez más calamitosa y desesperada; ya porque la guerra, la peste, y el rigor de la estación habían devorado, y seguían devorando, la mayor parte de sus mejores tropas; ya porque no podían esperar más auxilios de los pueblos de la Sierra, que debían levantarse, al momento en que se retirasen las guarniciones. Nuestra situación, al contrario, era cada vez más fuerte y ventajosa. El ejército, la marina, que habían dado tantas pruebas de constancia en su campamento, y de valor en los combates,   —518→   se mostraban siempre con el ardimiento de patriotas libres, y con el orgullo marcial de veteranos victoriosos. Todos los pueblos de la provincia corrían denodadamente a las armas; había llegado con sus distinguidos jefes la fuerte división de Manabí; nuevos elementos de guerra nos habían venido del exterior; todos los pueblos del importante departamento del Azuay se habían pronunciado, y formado cuerpos militares, que se unían a la fuerza que enviamos en su auxilio; toda la rica y populosa provincia de Imbabura había proclamado su libertad, y reconocido el Gobierno Provisorio, y sus tropas al mando de un antiguo patriota y distinguido militar, habían obligado al Gobierno accidental de Quito a abandonarles la capital, cuyos habitantes influían eficazmente en el buen suceso de la causa común por la energía de su genial patriotismo.... Todo nos ofrecía la más hermosa perspectiva, todo prometía un término pronto y feliz a esta contienda luctuosa, que nadie debe desnaturalizar con el nombre de guerra civil; pues ésta no ha sido una guerra de los pueblos contra los pueblos; sino una guerra de todos los pueblos unidos contra el poder usurpado de un solo hombre.

Tantas ventajas, tantas esperanzas no alteraron nuestros deseos de paz, y los enemigos no pudieron menos que acogerse a los convenios generosos que han dado al Ecuador la paz de la Virginia. Por estos convenios cesaba la guerra; el ex-Presidente salía de la República; quedaba desconocida la autoridad de su Administración, sometido el resto de sus tropas, y establecido el Gobierno Provisorio del Ecuador, que sucesivamente había sido reconocido por todos los pueblos, desde el momento en que iban recobrando su libertad.

De este cúmulo de hechos resulta: 1.º Que no ha sido efecto de un tumulto popular, ni obra de una facción sediciosa la reciente transformación del Ecuador.

2.º Que los pueblos del Ecuador no se han movido, sino cuando se hallaron en el caso que señalan todos los buenos publicistas, (aun aquellos que se distinguen en ponderar solamente los desastres de las revoluciones populares);   —519→   es decir, cuando ya les fue forzoso pedir al patriotismo armado la protección que no podían esperar del anterior Gobierno, ni de sus leyes.

3.º Que los motivos alegados en este Manifiesto justifican suficientemente la noble causa, que hemos sostenido, y cuya justicia, para ser reconocida, no necesitaba del triunfo de nuestras armas.

4.º Que debe ser incontestable la legitimidad del Gobierno Provisorio del Ecuador. Esta legitimidad se funda, no en el feliz suceso de las armas; no en la imperiosa ley de la necesidad, que autoriza cualquier Gobierno, cuando le falta al cuerpo político una cabeza que lo rija. La legitimidad del Gobierno Provisoria se funda en la elección libre, espontánea, unánime de todos los pueblos de la República, que sucesivamente han ido confirmando y ratificando la elección del pueblo de Guayaquil. De manera que debe asegurarse que este Gobierno ha sido elegido popularmente, y de un modo directo; que es el medio más seguro de que pueden usar los pueblos para expresar su voluntad.

Éstos son los principios, éstos son los hechos que presentamos a todos los Pueblos de América, y a las Naciones con quienes tenemos, y queremos conservar relaciones políticas, para que juzguen y pronuncien sobre la nueva transformación del Ecuador.

_____

Conseguida la libertad de la Patria, y asegurada con la paz de la Virginia, el Gobierno conoció que la obra quedaba incompleta y vacilante, si no se daba a los pueblos buena Constitución, buen gobierno, y buenas leyes. Con tan importante objeto, su primer pensamiento, su primera resolución ha sido convocar un Congreso General,   —520→   una Convención Nacional que fije los destinos de la República.

Nada nos resta ya sino dirigir nuestros votos al cielo, para que se digne conceder al pueblo ecuatoriano amor al orden, espíritu de unión y la paz de la libertad, y al Gobierno moderación, celo y constancia. Y en fin, que esta Paz, esta Libertad, que patriotas ciudadanos, celosos de sus derechos, prepararon, que patriotas guerreros defendieron, que patriotas magistrados, amigos de las leyes y de los pueblos, sostuvieron, sean consolidadas y perfeccionadas por patriotas legisladores.

Olmedo. - Roca. - Noboa.

El Secretario General
José María Cucalón

Guayaquil, a 6 de julio de 1845.

Año 1.º de la Libertad.

Imprenta de M. I. Murillo, Guayaquil, año de 1845).



  —521→  

ArribaAbajoEl Gobierno Provisorio del Ecuador a los cuerpos de la Primera División Libertadores y Guayas

Soldados:

Habéis vuelto de la campaña después de haber llenado vuestro deber, y las esperanzas de la Patria. Sangrientos combates, grandes peligros, fatigas extraordinarias, privaciones de toda clase pusieron a dura prueba vuestro valor y constancia; mas de todo ha triunfado vuestra lealtad acrisolada, vuestro amor de gloria y vuestra pasión de libertad.

Recordad siempre el júbilo con que habéis sido recibidos en esta ciudad. Casi toda la población se reunió por sí sola para saludaros como a sus libertadores. Ésta ha sido una débil muestra de la gratitud de la Patria.

Soldados: Vuestros nombres de Libertadores y Guayas, unidos a la memoria del 6 de marzo, os harán tener siempre presente que son dos cosas inapreciables para todo buen ciudadano la Libertad y la Patria. Para sostenerla, para defenderla, el Pueblo y el Gobierno esperan de vosotros los mismos grandes servicios que acabáis de prestar en esta laboriosa y sangrienta campaña, en que habéis adquirido una gloria inmensa, que conservaréis siempre intacta en la paz, sosteniendo el orden público y el imperio de las leyes.

Honor y gratitud a vuestros nombres.

Olmedo. - Roca.- Noboa.

Guayaquil, a 21 de julio de 1845 - 1.º de la Libertad.

(El Seis de Marzo, Sem. 1.º, n.º 39, julio 22 de 1845).



  —[522]→     —523→  

ArribaMensaje del Gobierno Provisorio del Ecuador al Congreso General de 1845

Ciudadanos Representantes:

Con una emoción inexplicable de placer, venimos a saludar al primer Congreso del Ecuador, y a tributarle sinceros homenajes de respeto. Desde la erección de nuestra República, se han reunido, es verdad, varias veces los representantes del pueblo; pero este pueblo no merecía tal nombre, sujeto como ha estado bajo una dirección ajena, y sin poder expresar libremente su voluntad. Mas hoy que se reúne libre de toda influencia extraña, hoy que puede sin obstáculos, sin temor, sin peligros alzar la voz, decir lo que piensa, y constituirse convenientemente, hoy es cuando ha conseguido el glorioso nombre de pueblo libre, hoy es cuando esta solemne reunión merece llamarse la primera representación nacional.

Así es como la divina Providencia se ha dignado coronar su visible protección, y compensar con una gracia   —524→   inestimable los sangrientos sacrificios que hemos hecho por conquistar nuestra nacionalidad. Tributémosle, pues, humildes gracias: y para dar algún valor a nuestra gratitud, comprometámonos todos en su nombre, con el más inviolable sacramento, a no deshonrar jamás la protección, el beneficio y el nombre ecuatoriano.

Sostener la integridad de este nombre, separar una Administración erigida inconstitucionalmente y contra la voluntad general, y perfeccionar las instituciones republicanas purificando de todo influjo siniestro las elecciones populares; éste ha sido el perenne voto de los pueblos, que empezó a cumplirse en el memorable Seis de Marzo, y que después de tantos peligros y sucesos sangrientos y gloriosos, se cumple íntegramente en este día con la instalación de este Congreso, que lleva en su seno los destinos de la República.

Son bien notorios los grandes acontecimientos de esta breve época; mas no podemos omitir que mientras en otras revoluciones soldados victoriosos suelen apoderarse del tesoro público y del poder, nuestros valientes militares, al contrario animados del mismo espíritu que su esforzado jefe, aun antes de reposar de las fatigas de la guerra, no pensaron más que en mantener el orden, en unirse al pueblo y sostenerle para que formase libremente el Gobierno civil, el cual habiendo sido confirmado y reconocido por todos y cada uno de los pueblos del Ecuador desde el momento en que se libertan, llegó a ser el Gobierno General de la República.

Podemos gloriarnos de que esta feliz transformación no ha sido manchada con ninguno de los excesos, con ninguno de los crímenes que regularmente acompañan las revoluciones.

Y la suerte ha querido que la provincia de Guayaquil, que en 1820 fue la cuna de la independencia (pues desgraciadamente fue sofocado con sangre el primer grito dado en 1809 por la heroica Quito), fuese también en 1845 la cuna de la libertad del Ecuador.

  —525→  

Así quedó establecido el Gobierno Provisorio de la República, desconocida la autoridad del poder ilegal, abrogada la Carta de la Convención de Quito, y las leyes que de ella emanaron.

Mas, como ni los pueblos querían vivir, ni el Gobierno quería mandar sin leyes, restablecimos la Constitución de Ambato, que habría sido aclamada por los pueblos desde que recobraron su voz.

Instalado el Gobierno, empezó desde luego a ocuparse exclusivamente en preparar y reunir todos los elementos necesarios para sostener la causa nacional, para defendernos, para vencer y proteger los esfuerzos comprimidos de nuestros hermanos del interior. Todo nos faltaba al principio, y de improviso nos hallamos con cuanto necesitábamos. Éste ha sido el milagro de la opinión general: ésta ha sido la obra de los pueblos resueltos a sacrificarse por la Patria.

De otro modo no puede explicarse cómo antes de un mes se levantó y organizó un ejército respetable con todos los elementos de guerra necesarios; cómo se formó una fuerza sutil imponente que protegida por los buques mayores de guerra, fue la parte esencial en todos los combates; cómo una juventud nueva en las armas se ha portado en medio de fatigas y privaciones increíbles, como los más aguerridos veteranos; y cómo, en fin, en menos de dos meses se dieron dos combates sangrientos, por los cuales un enemigo de valor, ingenio y fortuna, y fuertemente atrincherado en los campos de La Elvira, quedó reducido a la impotencia de ofendernos.

A pesar de nuestra ventajosa situación, se ajustó la paz de La Virginia: porque nosotros no queríamos sino libertad y paz. Conseguido por los tratados el objeto principal y único, que era sustituir a la Administración ilegal y extraña, un Gobierno propio y una representación verdaderamente ecuatoriana, habría sido un crimen prolongar los sacrificios del pueblo por la gloria pueril de terminar la guerra con una victoria decisiva.

  —526→  

En los tratados se hicieron varias concesiones que algunos reputaron demasiadamente generosas; pero no se tiene presente que, si el enemigo estaba en la impotencia de combatir, y mucho menos en la de vencer, no estaba en la impotencia de prolongar por algunos meses la guerra, obligándonos así a mantener todas nuestras fuerzas en campaña, a hacer nuevos gastos cuando estaban casi agotados los recursos, a continuar los gravísimos perjuicios que sufrían los pueblos que eran el teatro de la guerra, y apresurar con nuevos empeños la insolvencia del erario, y, lo que es peor, su descrédito, sin computar la sangre ecuatoriana, que es de valor inapreciable. Los referidos tratados serán presentados al Congreso por la Secretaría General.

Aunque estaban restablecidas la Constitución y las Leyes de 835, no por eso se podía decir que teníamos una legislación clara y segura, que nos dirigiese en la situación extraordinaria en que nos encontrábamos. Nos era, pues, forzoso, valernos de la autorización que recibimos al principio, supliendo con disposiciones provisorias lo que las leyes no habrían podido prever para casos tan inesperados, pero jamás se han hecho alteraciones que no fuesen indispensables, y procurando siempre acomodarnos, en lo posible, a alguna de las leyes anteriores, pues toda ley, aunque derogada, tiene siempre a su favor la presunción de que en algunas circunstancias fue justa.

Se pusieron en observancia las Leyes Orgánicas de Tribunales, pero en las de Hacienda y en el sistema de recaudación, se hicieron algunas variaciones precisas, como la diminución de derechos para estimular y facilitar el despacho de gran copia de efectos que yacía en almacenes, sin esperanza de ser de algún provecho al erario. Pero, repetimos, todas estas providencias han sido provisorias, y el Congreso hará entrar todos esos ramos en su sendero natural, con aquellas reformas que indican los mismos inconvenientes que han sido el efecto de los anteriores abusos.

  —527→  

Por la Secretaría General se presentarán también todos los decretos que han sido expedidos en el breve tiempo de nuestra Administración. Los más se refieren al Departamento de la Guerra, que debía ser nuestra única atención; algunos otros a la Hacienda, como elemento necesario sin el que no hubiera podido hacerse la guerra con tanta celeridad, ni con tan buen suceso.

Con el mayor sentimiento dispusimos de los fondos destinados a establecer y fomentar un Colegio Nacional en Guayaquil, y a precaver los estragos de los incendios de que frecuentemente está amenazada aquella hermosa ciudad. Pero como todo se hubiera perdido con la Patria, nos resolvimos a tocar unos fondos de que podía depender la existencia física y moral de aquella población. Pasado el peligro, nos detuvimos en restablecer esas rentas, porque provenían de un gravamen impuesto a la producción natural de aquella provincia. Recomendamos a la Convención, con el mayor encarecimiento tan importante asunto, para que repare esta falta, bien aprobando el decreto especial que ha dado el Gobierno sobre la materia, bien designando algún arbitrio suficiente a llenar los grandes objetos de unos fondos tan privilegiados.

La estación del invierno que se prolongó extraordinariamente, los temores de la peste que por más de dos años había afligido y desolado nuestro país, y la noticia de la guerra en que ardía el Ecuador, habían alejado de nuestro puerto todo comercio interior y exterior, por mar y por tierra. Por consiguiente, nuestros recursos desde el principio fueron ningunos, mientras que las necesidades renacían sin cesar, siendo cada vez mayores y más urgentes. Nos fue, pues, inevitable ocurrir al patriotismo y generosidad del pueblo. Las erogaciones voluntarias que se pidieron al comercio y vecindario de Guayaquil nos han servido muy oportunamente; mas como no queríamos imponer cargas que por la situación del país debían ser muy gravosas, propusimos suaves condiciones, y ofrecimos satisfacer con prontitud y religiosidad   —528→   todos los empréstitos, sin querer prever las dificultades y conflictos en que debería ponernos en adelante la honradez. Pero esta misma fidelidad nos proporcionaba crédito, que ha sido el fondo principal de la Hacienda pública en esta época de tantos afanes y peligros.

Con crédito, de una parte, y con patriotismo, de otra, ese fondo habría sido inagotable, si el país no se hubiese hallado en una decadencia portentosa, sin ninguna clase de comercio, y casi asolado por la peste y por la guerra. Así, nosotros mismos que administramos el tesoro público, nos admiramos de que se haya podido hacer frente a gastos que en los primeros cinco meses ascendieron a medio millón de pesos; y nos admiramos más de que en medio de las angustias del erario, esté ya satisfecha más de la mitad de aquella enorme suma, y de que ascienda a más de cien mil pesos el valor de las existencias, tanto en buques mayores y menores armados, como en el parque que contiene un repuesto considerable de pertrechos, municiones de guerra, y de armas, que ojalá el tiempo las corroa y destruya, antes que puedan sernos necesarias.

Para formar y organizar las varias divisiones del ejército que debía darnos libertad, y para reorganizarlo después que llenó gloriosamente su misión, ha sido preciso crear algunas plazas, dar algunos grados, y hacer promociones fuera de orden natural y de rigurosa escala: justo era que extraordinarios servicios tuviesen premios extraordinarios. Sin embargo, el Congreso aprobará o reformará por reglas generales, disposiciones que se han tomado provisoriamente.

Concluida la campaña, y pasado el peligro, se ha empezado a licenciar el ejército, y han vuelto nuestros soldados al seno de sus familias y a las pacíficas artes de la agricultura, en cuya ocupación podían aliviar sus fatigas con el recuerdo y narración de sus proezas en los campos de batalla.

Recomendamos al aprecio y gratitud de la Nación a esos sus valientes defensores, y especialmente al esforzado   —529→   caudillo que en esta breve y memorable época, ha manifestado en todas ocasiones una pericia militar igual a la empresa, un valor superior al peligro, y una moderación igual a su fortuna. Éste es el general Antonio Elizalde y Lamar; él reputará como parte de la recompensa de sus grandes servicios el que su nombre resuene en el santuario de la Patria.

No menos recomendación merecen los generales, jefes y oficiales que tanto se han distinguido cada uno en su clase por hazañas dignas de la causa que defendían, y quizá más dignas de la Historia que las de los héroes de las antiguas Repúblicas. Si este lenguaje pareciese exagerado, y no muy propio de este memorial, la Convención puede reconocer en su seno, patriotas que se glorían de profundas cicatrices que quizás brotan sangre todavía, y que vienen arrastrándose a la silla de los legisladores, pero con menos serenidad que cuando se batían como soldados republicanos. Justo será que la Convención preste una atención especial a las varias recomendaciones del Gobierno que se le presentarán oportunamente a favor de estos beneméritos hijos de la Patria.

El levantamiento unánime de la provincia de Manabí, preparado y realizado por un jefe que tanto se ha distinguido por sus servicios y talentos; la imponente acción sobre el Machángara, ganado por un jefe de valor y patriotismo muy recomendable; los varios acontecimientos del Azuay en que han intervenido jefes decididos y de probada lealtad; el pronunciamiento de la interesante provincia de Imbabura y de sus tropas acaudilladas por un jefe digno de su nombre, soldado intrépido y ciudadano moderado, a quien se debió la ocupación de la capital y la tranquilidad de un pueblo exaltado por su libertad; todos estos sucesos han influido eficazmente en el triunfo de nuestra causa, y todos merecen la gratitud nacional.

Por lo que hace a nuestras relaciones exteriores en estos pocos meses de nuestra Administración, lejos de haber sufrido alteración alguna, hemos recibido de todos   —530→   los ministros americanos y europeos, nuevos testimonios de amistad; y sus protestas de que las mutuas relaciones entre los respectivos Estados continuarán siempre las mismas deben ser tanto más sinceras cuanto más hayan observado el orden y regularidad del nuevo Gobierno, y la franqueza y lealtad de nuestra política.

Desde el principio acreditamos un encargado de negocios cerca del Gobierno del Perú, porque ese Gobierno y el pueblo habían manifestado las más claras simpatías por nuestra causa; y por sus frecuentes demostraciones de buena amistad hacia nosotros, debemos esperar encontrar siempre en el Gobierno y pueblo peruano amigos generosos y sinceros. Nuestro Ministro, a más de esmerarse en estrechar estas apreciables relaciones, merece la estimación y gratitud de la Nación por los servicios importantes que nos ha prestado en este tiempo. Su previsión ha sido igual a su actividad, por manera que nos remitió gran copia de armas y pertrechos, aun antes de haber recibido las comunicaciones en que se le pedían:

Por un conducto respetable se nos ha informado que en Roma reside una persona, ecuatoriana de origen, muy relacionada en aquella Corte, y que se ha prestado como agente oficioso en todos los negocios de los Estados americanos. Por la Secretaría General recibirá la Convención los informes y datos convenientes sobre este particular, para los casos en que sea necesaria la intervención de la Santa Sede.

Éstos son los puntos principales que el Gobierno Provisorio presenta a la consideración del Congreso. Las circunstancias de este tiempo tan lleno de afanes y peligros no nos han permitido dar más orden y extensión a estas ideas. Por otra parte, la incomunicación en que hemos estado con los pueblos del interior hasta mucho después de la paz, ha sido un embarazo para que podamos formar un cuadro exacto de la situación de la República; pero debe tenerse presente que hemos vivido en una época de transición, en que acontecimientos inesperados   —531→   y peligros urgentes hacen necesaria la precipitación de las providencias y justifican la imprevisión.

Pero podemos dar toda la historia de nuestra transformación y de todos nuestros actos gubernativos, en estas breves palabras:

Proclamación de la Libertad. Gobierno de marzo. Combates en mayo. La Paz en la Virginia. Convención de octubre.

Ciudadanos Representantes:

¡Ojalá que esta deseada Convención pueda levantar un edificio sólido y durable sobre estas primeras piedras que ha puesto el pueblo con esfuerzos sangrientos y gloriosos! Libre, independiente, segura, respetada, la Convención tiene en su mano la suerte de la República. Puede darle instituciones fundamentales y leyes con entera libertad. El bien que no haga en esta ocasión, ya no le podrá hacer jamás. Será una mengua verdaderamente odiosa que no le sea útil la experiencia de los males pasados.

Si una censura poco indulgente fuese numerando los errores, los desaciertos, las negligencias del Gobierno Provisorio, si se le hiciesen aun más graves inculpaciones, el Gobierno responderá con frente serena:

«Allí tenéis derrocada la administración extraña que os oprimía; allí os devolvemos, libre y gloriosa, la Patria que recibimos sujeta y humillada; aquí tenéis la primera Representación Nacional.

Venid, uníos con nosotros, a dar gracias al Cielo por tan inestimables beneficios».



Cuenca, octubre 3 de 1845.

José J. Olmedo. Vicente R. Roca. Diego Noboa.

El Secretario General: José María Urbina.