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José Manuel Blecua, fe de vida1

Manuel Alvar


De la Real Academia Española



Esto que le presento, lector amigo, no es un libro, es una fe de vida. Las más de trescientas páginas en gran formato y a dos columnas no son un enamorado quehacer, trascienden de lo que es su bella materialidad para hacerse una apasionada hoja de servicios. Escribir un libro es siempre un noble ministerio, pero, ¿cómo juzgar casi cincuenta estudios agrupados a lo largo de medio siglo de trabajo? Porque tengo en las manos esta espléndida ofrenda y siento una vida que siempre discurrió cerca de la mía y que me la configuró, como a las de tantos intelectuales españoles que tienen por maestro a José Manuel Blecua. Veo el libro, no los libros. Los libros son de don Juan Manuel y Fray Luis y Herrera y los Argensola y Quevedo y... Pensarnos en las obras de alto porte, y tenemos razón al quedarnos atónitos ante ellas. Pero, ¿nos acordamos de estas obrecillas caídas de las manos? Y, sin embargo, al verlas ahora reunidas, sentimos el temblor de las emociones. Porque, tras cada breve estudio, se encuentra un saber adensado, la necesidad de ser conciso, el implacable rigor de las páginas impuestas. Hablamos de obras menores y me quedo ante interrogantes de duda. Menores eran las poesías de Fray Luis o las canciones de San Juan y hoy damos por ellas todos los saberes teológicos. O por algún soneto de Lope, muchos de aquellos grandes poemas que para él constituían la auténtica poesía. La comparación vale para aclarar las cosas. En estos cincuenta estudios, el trasfondo de un inmenso saber, desde los albores renacentistas hasta los poetas amigos nuestros. He dicho saber. Y es cierto, pero también un talante de humanista para quien no hay cancillas que limiten el paisaje abierto anonada la nómina de escritores estudiados, españoles e hispanoamericanos, antiguos y modernos, geniales o simplemente de testimonio. Toda la literatura de nuestra lengua está aquí, enriquecida en su complejidad, encariñadamente tratada.

Decir el contenido del libro no tiene sentido. Digamos todo y habremos saciado nuestras curiosidades. Y, sin embargo, quiero decir que no es el saber, inmenso he dicho, lo que más admiro de este libro. Sino la lección moral que de él recibimos. En 1940, José Manuel Blecua tenía veintisiete años. Son los días en que se incorporó a su cátedra de Zaragoza, días en que yo fui alumno suyo en el Instituto Goya. Tengo esas separatas que él me dedicó con la esperanza de que algún día escribiera. Por estas calendas, José Manuel Blecua ha cumplido setenta y siete años, y ofrece -uno tras otro- estudios a los que fuimos sus alumnos. Decir que durante medio siglo ha estado con el arado sobre la hierba abierta, sobrecoge; sobrecoge pensar que sigue leyendo manuscritos, escribiendo prólogos: «Sigo con el Cantar de cantares. Es un problema apasionante». Y la letra, ese medio siglo andado, sigue pulquérrima, clarísima, dibujada. Espejo de su alma. José Manuel Blecua es el modelo del intelectual más noble: sobre las hojas de papel van quedando unos ojos que no se conforman con los reparos de la edad y unas manos que siguen aposando el dictado de los pensamientos. «Arar y proseguir», dijo Lope. Blecua hace suya la máxima y sabe que contra el varón ecuánime para nada cuentan los años transcurridos ni tampoco valen los que todavía faltan «Arar y proseguir».

Pero la grandeza moral del hombre no es sólo el ejercicio de la propia vocación. Es el reconocimiento de las virtudes ajenas. En un país donde la envidia es la flor nacional o el gesto lívido asoma por doquier, y no sólo en la cobardía de los Pilatos, recoger un libro como éste significa romper con muchas escalas de valores (aceptadas por los mediocres). Ni envidias ni desidias, ni reservas. Sencillamente, Homenajes. El testimonio de afecto a sus compañeros, a sus alumnos, a otros sabios. Estima para quienes hacen que camine el lento carro de la ciencia. Gratitud hacia quienes entregan su vida a los demás. Hermosa lección.

Pienso que la ciencia se mide también, por la grandeza del espíritu. Nuestra sabiduría es un triste remado de la Sabiduría, pero queda el gesto que mide los latidos de un corazón. Aquí están los Homenajes que José Manuel Blecua reúne a lo largo de cincuenta años de investigador y que honran a otros cuarenta investigadores. El verso horaciano sigue vibrando: no todo morirá. Ni la obra bien hecha ni la efusión enamorada. Blecua no se sentará a contemplarse, sino que seguirá contemplando. Su libro tiene una miniatura en la portada; es una de las bellísimas pinturas que exornan el Cancionero, de Pedro Marcuello, que él propio Blecua editó: el poeta, arrodillado, ofrece un libro a los Reyes Católicos. No pudo haberse encontrado mejor alegoría. El varón sabio ha terminado un gran libro; lo titula Homenajes y nos lo ofrece a quienes lo leemos. Hermoso testimonio.

El Instituto Goya, de Zaragoza, era un gran centro de cultura cuando Blecua se incorporó a su cuadro de profesores. Él fue una singularísima presencia. Tenía diez u once años más que nosotros y nos enseñó, es posible, no poca literatura. Pero nos enseñó algo más que eso que tanto nos ha valido: el amor a los libros, la ilusión por la obra bien hecha, la sencillez que debe adornar al hombre de ciencia. Jamás tuvo gesto de dómine ni pedantería de sabihondo. Una sonrisa sostenida y una amable condescendencia. Después he sabido de años malos y de marginaciones, pero jamás le oí una queja o un reproche. Yo que caminé junto a él desde mis dieciséis años, lo encuentro ahora, medio siglo después, igual, igual siempre. Cuando me dedica un cordial improperio o se abraza a mis hijos. Los días pasan y la fatiga amaga. Blecua sigue en su mesa de trabajo, piensa en ese camino abierto que es la vida y mira a sus colegas, a sus amigos, a sus alumnos y entonces, cuando todo instiga a la fácil almoneda, él toma la pluma y escribe una hermosa palabra: Homenaje.





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