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PEMÁN describe y justifica este libro con las siguientes palabras: «Creo que la "Señorita" contiene los versos más "míos" de mi producción recogida en libros: y también, a fuerza de localismo, los más universales. Esto es ley general. "Para ser oído en el mundo -decía Cocteau- es preciso cantar posado en las ramas de su árbol genealógico". Y mucho más cuando este árbol es el ancho "drago" prefenicio de Cádiz... La fisonomía de Cádiz, tan peruana, tan genovesa; sus casas con tantos relojes ingleses; su puerto con el vapor de Tánger, entonces, cada dos días; todo es universalidad. Yo metí todo ese mundo gaditano en otro mundillo rítmico que va desde el zarandeo agitanado de la poesía folklórica de aquella hora hasta los más fríos y clásicos yambos y amfíbracos» [«Confesión General» en (Obras Completas, tomo I: 72)].

 

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A juicio de M. Machado la clave de estos libros reside en el peculiar acento, «ese acento de Cádiz, a quien con ingenua sutileza atribuye Pemán gran parte de sus triunfos oratorios; ese acento inconfundiblemente suave y amable, es el que resuena ya a todo lo largo de la obra poética de Pemán, sea o no sea Cádiz o Andalucía el tema» (1960: 15).

 

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Don Antonio Chacón (1886-1929) fue un cantaor dotado de una hermosa voz y de una técnica depurada que enriquecía con un prodigioso falsete. Gracias a su cultura cantaora y a su limpia dicción -además de interpretar los palos fundamentales-, hizo grandes unos cantes que, hasta entonces, se habían considerado de menor categoría flamenca como los fandangos, los caracoles, los mirabrás, las malagueñas, las medias granaínas y las cartageneras.

 

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José María Pemán estuvo unido a la «Generación del 27» por cronología y también por amistad con muchos de sus componentes y demostró su capacidad para cantar el mundo andaluz, sobre todo el gaditano. Del aspecto popular de su obra, María del Carmen García Tejera (1986: 36) señala un regionalismo rústico localizado en dos zonas geográficas, que dan lugar a sendos períodos: el primero, de sabor castellano, se refleja en De la vida sencilla (1923) y Nuevas poesías (1924). En estas obras se observa un acercamiento a la tradición popularista. El segundo período es andaluz y posee, por lo tanto, un tono más sincero y más autóctono. Abarca obras posteriores como A la rueda, rueda... (1928), El barrio de Santa Cruz (1931) y Señorita del Mar (1934).

 

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«Me gusta Cádiz -decía en una de sus conversaciones con su biógrafo Marino Gómez Santos-; el Cádiz de fines del siglo XVIII y principios del XIX fue excepcional, como lo fue el Cádiz romano: la tercera ciudad del Imperio. Cádiz tuvo entonces veintidós librerías; tres teatros constantes, más uno de comedia francesa; en Cádiz establecieron casi todos los países europeos sus primeros consulados; allí fue la primera Escuela de Medicina, el primer Conservatorio de Música, el Casino más antiguo de España. Eso que se llama "opinión pública" nació en la calle Ancha en los días de las Cortes. Y las cotizaciones bursátiles y mercantiles de la calle Nueva valían en el mundo como hoy las de la City y Wall Street» (Cf. GASCO CONTELL, E., 1974: 30).