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Juan José Pastor Comín. Cervantes: Música y Poesía. El hecho musical en el pensamiento lírico cervantino. Vigo: Editorial Academia del Hispanismo, 2007, 384 pp., ils. ISBN: 978-84-935541-1-8. [Reseña]

Dolores Josa Fernández


(Universidad de Barcelona)

Mariano Lambea Castro (coaut.)


(CSIC. Institución Milá y Fontanals)



La Editorial Academia del Hispanismo tiene varias colecciones, recogidas bajo el epígrafe «Publicaciones Académicas». Entre ellas destaca la «Biblioteca Miguel de Cervantes», dirigida por los profesores Eduardo Urbina y Jesús G. Maestro, que en su tercer título nos ofrece el libro que vamos a comentar. Su autor, el Dr. Juan José Pastor Comín, es profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y responsable del proyecto «La música en Cervantes» -enmarcado en uno más general denominado asimismo «Proyecto Cervantes»-, y, a pesar de su juventud, es un excelente investigador y un intelectual perspicaz y sensible. Su formación académica le avala, ya que a los estudios propios de la disciplina filológica, añade una preparación musical muy completa que le capacita para emprender con absoluta garantía el estudio de las complejas relaciones entre «el punto y la letra», como decía Gutierre de Cetina. Es de señalar también el hecho de que un filólogo especializado en teoría de la literatura se maneje a la perfección con la preceptiva musical antigua y con el lenguaje específico del análisis musical. Conocimos a Pastor Comín cuando consultamos su tesis, recién defendida entonces, Música y Literatura: la senda retórica. Hacia una nueva consideración de la música en Cervantes (2004) y su brillante libreto incluido en el CD Por ásperos caminos. Nueva música cervantina (2005). Dos cartas de presentación en las que ya intuimos su solvencia investigadora y el alcance de su percepción que ahora vemos refrendados en el presente libro y en otras publicaciones suyas. Ambas aportaciones, la tesis y el CD, surgidas al calor del IV Centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, vinieron a poner las cosas en su sitio. En efecto, la música en Cervantes o Cervantes en la música, tema bifronte de ramificaciones diferentes pero complementarias, si se quiere, adquirió en el trabajo y actividad de Pastor Comín su definitiva actualización. A partir de aquí el tema musical cervantino tiene que progresar por otros rumbos y un ejemplo de ello es el libro que nos ocupa.

El objetivo de Pastor Comín no es el de realizar «un estudio exhaustivo de todas las referencias de índole musical» en el conjunto de la obra cervantina, sino el de «procurar la reflexión sobre la relevancia del hecho musical en la escritura cervantina [...] y desvelar la extraordinaria riqueza lírico-musical contenida en su obra» (p. 12), para conseguir, de esta manera, la formulación de una auténtica «conciencia lírica cervantina» (p. 15). Ambiciosa empresa y tarea encomiable, sin duda, que todos vamos a agradecer: los filólogos porque podremos revisitar la producción lírica de nuestro escritor más celebrado al influjo de la armonía musical y reconsideraremos, a buen seguro, el famoso terceto que dice «Yo, que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo»; y los musicólogos porque podremos ver con otros ojos la obra cervantina, con la seguridad de hallar el dato, la referencia, el cabo suelto del que tirar para desenmarañar aquella traza poético-musical que da aliento a tal romance, a tal seguidilla, a tales décimas...

Sin embargo, al hilo de nuestra feliz intención hemos de asumir una ingrata paradoja y es que, a pesar de la importancia que el propio Cervantes otorgaba a la música y que Pastor Comín se encargará de demostrar a lo largo de su libro aportando testimonios, noticias y reflexiones de toda índole, a pesar de ello, decimos, la realidad es que los compositores coetáneos del alcalaíno no le musicaron sus versos. La razón de esta sinrazón posiblemente haya que buscarla tanto en el exiguo trato que Cervantes tuvo con los compositores de su tiempo, como en la poca inclinación que mostraba el escritor a la cortesanía palaciega, o quizá también en «la escasa difusión de los poemas cervantinos en los manuscritos de la época» constatada por el «hecho de que casi toda la totalidad de la producción lírica de Cervantes esté insertada dentro de su obra dramática y narrativa» (pp. 43-44). Pero, frente a esta fría evidencia, que sólo satisface a la postura positivista más resignada, hay todo un cúmulo de contraseñas musicales en los textos cervantinos evidentes para un espíritu atento y sensible. En este sentido, Pastor Comín valora la importancia que tendría «aproximar nuestro oído a un sentido latente, a una música callada que subyace bajo los textos poéticos y narrativos cervantinos, fuente, sin duda, de significados que fueron próximos al lector de finales del siglo XVI y principios del XVII y que hoy están perdidos para los oídos del siglo XXI, desacostumbrados a la poesía cantada de nuestro último renacimiento» (p. 13). En efecto, escritor, autor, lector y oyente de aquel tiempo tenían asumido el referente melódico de la música de su entorno, en igual medida de conocimiento y transmisión que los romances antiguos o los libros de caballerías, como demuestran los venteros que acogían a don Quijote.

Para los firmantes de esta reseña, modestos estudiosos y editores de los cancioneros poético-musicales de aquel tiempo, toda expresión lírica tiene su antecedente musical (a veces, hallado; a veces, intuido; a veces, desaparecido), y, en consecuencia, esa «música callada» que menciona Pastor Comín, para nosotros, pertenece a esa otra gran música, ésta sí, canora y atronadora que palpita y da vida al romancero lírico de la época áurea, y que la podemos observar fragmentada en incisos melódicos, peregrinos de romance en romance, contrahechos de tono humano a tono divino, en frases musicales, incluso, de parecido extraordinario que viajan por tal o cual villancico, seguidilla, letrilla, canción, en préstamos rítmicos, melódicos y armónicos que los compositores se hacen mutuamente, en trueques entre estrofa y estribillo, desafiantes a la individualización y, en definitiva, inmersos de pleno en ese juego intertextual propio del gesto creativo de la imitación compuesta, en el que todo es de todos, bien entendido sea este totum revolutum para darle a cada cual lo suyo.

La lectura profunda y minuciosa de la producción cervantina a la búsqueda de todo indico lírico susceptible de poseer intencionalidad musical es la conditio sine qua non de la que, obviamente, ha de partir Pastor Comín para desarrollar su trabajo. De esta manera, el primer capítulo del libro «Que yo soy un poeta desta hechura» (pp. 21-51) le sirve para ponernos en antecedentes sobre la diferente suerte corrida por la vertiente lírica cervantina ante la mirada de la crítica académica de los últimos tiempos, apartado necesario para saber en todo momento el terreno que pisamos.

En el segundo capítulo «Armonía y concento: el elemento musical en la definición de una conciencia lírica. La poesía honesta frente a la falsa poesía» entramos ya de lleno en materia y vemos sancionado doctrinalmente otro de los objetivos básicos que se impone el autor en su trabajo, y que expone con las siguientes palabras: «la defensa cervantina de la verdadera poesía se adscribe a una irreductible posición moral que se traducirá en sus textos en una unión indisociable con su expresión musical» (p. 15). En Cervantes, pues, arte y trayectoria vital andaban de la mano en búsqueda de la tan deseada conjunción fundamental entre ética y estética, validada por la tradición platónica y enfrentada a la realidad cotidiana de aquel tiempo. Si Cervantes anhelaba la concreción de esa rectitud moral a través de una fusión polifónica (nos viene bien el término musical) de los diferentes elementos de la poesía, atendiendo a los principios de armonía, consonancia y concento, es evidente (y va a ser torpeza decirlo) que intentaba dar respuesta a una inquietud tan vieja como el hombre: la asunción de la virtud; esa rectitud y ese bien moral que intentan rechazar la incongruencia, rectificar el error y enfrentarse a la injusticia, formulando un posicionamiento de cambio que tiene en el propio individuo la primera plataforma de actuación.

Puestas así las cosas es innegable que convendría mucho a nuestra república humanista atender al mensaje cervantino, que nos llega expuesto a través del idealismo científico y la vocación entusiasta de Pastor Comín, cuyo trabajo podemos considerarlo, sin temor a exagerar, como paradigma de dimensión pragmática y útil de las humanidades, en una apuesta por generar conocimiento y apego natural hacia el arte, la ciencia y la cultura, valores completamente desatendidos en esta nuestra edad de hierro. La poesía es conocimiento y cultura, y la música es sentimiento y arte; la fusión de ambas da origen a momentos de intensidad expresiva y emocional inigualables; con ellos se puede vivir mejor, se pueden mejorar las ideas, se puede cambiar el mundo.

Los capítulos tercero «Preciosa, símbolo de la lírica honesta» y cuarto «Armonía y consonancia en el pensamiento lírico cervantino», escritos, al igual que todo el libro, en ese estilo peculiar que tiene Pastor Comín para transmitir los contenidos científicos más densos en un cuidado lenguaje que, incluso, no renuncia en ocasiones a un discreto vuelo poético, le sirve al autor de ejemplo ilustrativo de muchas de las intenciones expuestas con anterioridad, puesto que «La gitanilla ha sido considerada por la crítica como el modelo de novela-musical por excelencia» (p. 101), sin olvidar tampoco algunas connotaciones danzables muy interesantes.

A lo largo del quinto capítulo (pp. 137-188), el autor nos permite, en primer lugar, un medido recorrido por la preceptiva musical y literaria desde san Agustín a Juan del Encina para llegar a constatar, a través de la riqueza de citas y autores que maneja (porque conoce), que la «poesía, como ciencia» convive junto a la música por ser ambas ciencias hechas de número; realidad fundamental para Cervantes, para la Edad de Oro y que, sin embargo, tan olvidada está en la mayoría de estudios que se publican sobre poesía áurea. Y la gravedad de dicho olvido -por no decir ignorancia- queda de manifiesto, en segundo lugar, en la continuación del capítulo a propósito del estudio que nos brinda sobre el pensamiento teórico musical, centrado con mucho cuidado en Francisco Salinas, el más próximo en el tiempo a Cervantes, porque al célebre humanista debemos la firme reivindicación de que «el estudio de la poesía ha de sublimarse bajo el de la música para alcanzar así, desde su condición de primer escalón entre las ciencias, el de ciencia universal» (p. 149). De la mano de Vives, Pérez de Oliva y Villalón, Pastor Comín aborda el pensamiento teórico literario como fundamento último antes de dar paso al brillante apartado sobre Cervantes y «la expresión lírica como ciencia universal» (pp. 157-170) en el que el lector puede encontrar toda expresión cervantina que canta los milagros de la «divina poesía». Un último apartado culmina el capítulo centrándose, desde un estudio del pensamiento pictórico contemporáneo y de su por qué, en la lira como «símbolo por igual de la música y de la poesía, y representante de la armonía» (p. 177).

El sexto capítulo (pp. 189-251) pasa a ocuparse de las relaciones entre la música, la poesía y la oratoria para ir analizando, en cuatro sustanciosos apartados, toda la terminología y las consecuencias de la función persuasiva a la que las tres artes o ciencias se ven volcadas, y demostrar, finalmente, que Cervantes reflexionó sobre el hecho musical al calor de postulados de pensamiento en los que música y poesía se entienden en conjunción de ciencia. El libro se cierra con una «Aproximación a las funciones y a los modos de enunciación de los textos líricos integrados en el discurso narrativo» (pp. 253-345) que tiene como pretexto la célebre «Canción desesperada» de Grisóstomo para brindarnos a los lectores las evidencias de que Cervantes conocía profundamente los tópicos musicales transmitidos tanto por la polifonía culta como por el canto popular, y que, por este trascendente motivo, es capaz de hilarlos en sus textos, consiguiendo el difícil equilibrio de respetar el contexto referencial al que pertenecen, al tiempo que les otorgaba una nueva significación artística debida a su genial sensibilidad creativa. La grandeza cervantina, así pues, también alcanzó a llevar a la praxis el tópico perdido ut musica poesis o ut poesis musica. Y este hallazgo lo ha hecho posible la entrega inteligente de Pastor Comín.

Una exhaustiva bibliografía, dividida con acierto en dos secciones: las fuentes musicales y la bibliografía crítica, pone el broche a una investigación ejemplar y prodigiosa, ilustrada, repleta de ejemplos musicales siempre útiles y oportunos. Hubiéramos deseado una mejor calidad de impresión, pero sospechamos que los presupuestos para la actividad editorial en humanidades no son, precisamente, muy generosos.

El libro de Juan José Pastor Comín constituye, sin duda, una aportación substancial al conocimiento de la lírica cervantina en su estrecha relación con el arte musical. Está magníficamente estructurado y escrito, y se lee fácilmente y con auténtico placer. Las palabras del propio autor en la introducción contándonos una anécdota en relación a su directora de tesis: «un recién licenciado de provincias -dice- que se presentó en su despacho con la disparatada idea de hacer una tesis doctoral sobre Música y Literatura» (pp. 17-18), al final, y lo sabíamos de antemano, la idea no sólo no ha sido disparatada, sino que ha sido atinadísima y el resultado está aquí, en este libro que acabamos de comentar y que invitamos al estudiante a que lo lea y al estudioso a que lo consulte. Hallarán primores, cuanto menos, para abrir ventanas al vuelo de una encantadora, aunque olvidada, armonía.





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