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Juan Meléndez Valdés, humanista

Antonio Astorgano Abajo



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El poeta Juan Meléndez Valdés fue profesor de Humanidades en la Universidad de Salamanca hasta 1789, en cuya cátedra se enseñaba esencialmente latín. En el presente estudio, en recuerdo del 250 aniversario de su nacimiento, estudiaremos su buena formación en latín y griego, a través de las traducciones que hizo y de su participación decisiva en las oposiciones a la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca en 1785, demostrando que llegó a ser uno de los mejores helenistas y humanistas de la Ilustración española.

The poet Juan Meléndez Valdés was professor of Humanities in the University of Salamanca until 1789, where Latin was mainly taught in its Chair.

In this survey we shall study his good training in Greek, throgh the translations he did and his decisive contribution in the competitive exams to get the Chair of one of the best Hellenists and Humanists of the Spanish Enlightenment.

Key word: Juan Meléndez Valdés, Chair, Greek, Hellenism, Humanities, University of Salamanca.

Le poète Juan Meléndez Valdés fut lié à l'enseignement des Sciences Humanines a l'Université de Salamanque de 1772 à 1789, où il fut surtout professeur de langue latine. Dans le présent article, en hommage du 250 anniversaire de sa naissance, nous étudierons ses fonctions comme professeur versé dans la langue et la littéerature latine, et celle d'examinateur des concurrents du concours de langue grecque de 1785 de l'Université de Salamanque, ainsi que ses traductions et sa formation hellénistiques.

Mots-clés: Juan Meléndez Valdés, Sciences Humanines, Université de Salamanque, hellénisme, langue grecque.






ArribaAbajo Introducción

Hace cincuenta años (1954), la Academia de la Lengua pudo dar cierto realce a la conmemoración del segundo centenario del nacimiento de Meléndez gracias al tesón de don Antonio Rodríguez-Moñino, quien publicó sus Poesía inéditas de Meléndez1. Quizá el 250 aniversario merezca menor recordatorio o el interés de la producción literaria del mejor vate extremeño de todos los tiempos sintonice poco con la superficialidad humanística de la tecnológica sociedad que gozamos o sufrimos. Lo cierto es que las efemérides no se están preparando con ningún entusiasmo, a pesar de que la poesía de Batilo, en su aspecto ideológico, es la expresión de un pensamiento ilustrado avanzado, caracterizado por la exaltación de la naturaleza y por un igualitarismo radical, que, en teoría, debía de entusiasmar a cualquiera de los muchos hombres públicos y privados, de todas las ubicaciones políticas, que nos levantan dolor de cabeza aireando muchas de las ideas que ya expresó nuestro poeta hace dos centurias.

El presente estudio sólo tiene por finalidad recordar la vertiente humanista de la línea del reformismo contante y profundo que guió la actitud vital de Meléndez en el marco de la contradictoria Ilustración española en el 250 aniversario de su nacimiento (1754).

No estará de más que empecemos por delimitar el concepto de «Humanidades» en la segunda mitad del siglo XVIII y su relación con la Filología. Meléndez, quien debía su cátedra de Prima de Letras Humanas al informe favorable de Campomanes en el expediente de la oposición2, coincidía con el fiscal asturiano en definir el concepto de «humanidades» como sinónimo de «Bellas Letras, Letras Humanas y Ciencias Philológicas»3. El fiscal afirmaba en el Plan de estudios de 1771 de la universidad de Salamanca: «El estudio   —2→   de las buenas letras abraza la gramática, la retórica y todo lo que hay en los autores profanos en las tres clases de oradores, poetas y filósofos. Sin este estudio no puede esperarse feliz progreso en las ciencias, porque él fortifica la razón, perfecciona el juicio, forma el buen gusto y adorna los ingenios. Debe procurarse, pues, el método más exacto que abrace todas las cátedras de letras humanas en que tienen tan principal lugar las lenguas griega y hebrea»4. Meléndez, al proponer mejoras didácticas para el Colegio Trilingüe, donde se impartían todas las materias lingüísticas, pretende que sea «un asilo eterno de las bellas letras y las lenguas, tan glorioso a la universidad como útil a la nación»5. Vemos que la docencia de las Humanidades era algo más amplio que la del mundo grecolatino, del que se encargaba la asignatura de Meléndez, pero esta era el núcleo de dicha enseñanza.

El poeta extremeño estuvo ligado a la pedagogía de las humanidades de la Universidad de Salamanca desde 1772 hasta 1789, donde fue primero alumno, después profesor sustituto y, finalmente, catedrático de Prima de Letras Humanas. Es un momento histórico en el que se intenta salir de la decadencia del estudio de las humanidades, agravada por el vacío que había supuesto la expulsión de los jesuitas (1767), quienes tradicionalmente regentaban las cátedras de latín y griego, (no así en la Universidad de Salamanca), y que en las dos décadas anteriores habían emprendido una esperanzadora reforma pedagógica en Cervera (círculo de Finestres con los padres Pon, Gallisá, Nicolau, Pla, Blas Larraz, etc.) y en Villagarcía de Campos6 (Josef Petisco, Francisco Javier Idiáquez, etc.)7.

Concepción Hernando resumía en 1975: «Los detalles de la vida de Meléndez en Salamanca desde 1772 a 1789 han sido magistralmente estudiados por don Emilio Alarcos8 y Georges Demerson9. Luis Gil10 ha venido a aclarar un punto oscuro en la cronología de su vida en el periodo inmediatamente anterior a su llegada a Salamanca, que afecta directamente a la iniciación del poeta en los estudios helenísticos11.

Todo lo que conocemos sobre la profesión de la que vivió Meléndez durante su larga estancia en Salamanca se lo debemos al antiguo estudio de Emilio Alarcos García, el cual, aún siendo muy interesante por los datos que aporta, no deja de ser un poco idílico, si no «bucólico» acorde con la poseía del protagonista. Damos por buena la afirmación de Hernando y la del mismo Alarcos:

«Es incuestionable que Meléndez, una vez propietario de la cátedra de Humanidad, seguiría laborando en ella con el mismo entusiasmo y con un método idéntico al que hasta entonces había empleado en ella. En las páginas posteriores hemos de ver cuánto se preocupaba nuestro autor de la enseñanza de las lenguas clásicas y, lo que es más raro aún, de la enseñanza del castellano; lógico es, por consiguiente, el admitir que en su cátedra pondría todos sus amores y que se esforzaría por hacer penetrar a sus alumnos en la   —3→   esencia del lirismo horaciano y en lo hondo del alma antigua, tal y como se nos aparece en las obras de los grandes clásicos grecolatinos»12.



Ciertamente no podemos entrar en el aula donde Meléndez impartía sus clases, pero logramos hacernos una idea bastante exacta de sus tareas como profesor de lenguas, docencia que no estaba rodeada de circunstancias favorables, pues las asignaturas de las humanidades eran optativas y no se enseñaban con la profundidad suficiente.

Quizá, sea oportuno encuadrar más detenidamente la labor filológica y docente del catedrático de Prima de Letras Humanas extremeño en Salamanca entre 1778 y 1789, para completar algunos aspectos omitidos conscientemente por Alarcos «en obsequio a la brevedad» o facilitados por otras fuentes no tenidas en consideración, como los Libros de Actos Mayores:

«Desde que Meléndez fue nombrado catedrático de Humanidades asiste normalmente a todos los claustros a que, como tal catedrático, tenía deber de asistir13. Y no se limita a tomar parte en las discusiones y acuerdos de los claustros, sino que lleva a ellos las propias preocupaciones e inquietudes espirituales, y desempeña diversas comisiones, siempre a satisfacción de sus compañeros. Sería conveniente ir siguiendo, a través de los Libros de claustro, esta actividad de Meléndez; pero, en obsequio a la brevedad, sólo nos referiremos a lo más curioso e interesante»14.



Demerson añade algunos detalles, destacando el espíritu reformista del poeta extremeño y resume:

«En efecto, Meléndez no cesó de luchar por elevar el nivel de los estudios. Cuando obtuvo la cátedra de Humanidades no albergaba apenas ilusiones: en los diez años [1772-1782] que llevaba frecuentando las aulas, en los cinco [1778-1781] en que venía enseñando como profesor sustituto de las Facultades de Letras o de Derecho, había podido comprobar desde dentro todos los puntos débiles de la vieja institución. Y cuando denunciaba a Llaguno las absurdas cuestiones escolásticas o jurídicas sobre las que, a lo largo del curso, ergotizaban sus colegas con una pasión bizantina, mientras que "los buenos estudios estaban en un abandono horrible"15, sabía lo que estaba hablando. Era cierto que el venerable organismo estaba afectado de senilidad y vivía del prestigio adquirido en otro tiempo»16.



Siendo esto cierto, algunos de los datos aportados por Alarcos son demasiado escuetos y en Demerson no aparece claramente delimitada la actividad filológica de Meléndez en el seno del Colegio de Lenguas (físicamente las clases se impartían dentro del Colegio Trilingüe y no en el aulario de la Universidad), la cual fue más rutinaria y menos progresista que en la Facultad de Leyes. No queda suficientemente claro que Meléndez, por su afición a los estudios grecolatinos, fue uno de los mejores humanistas de la Ilustración española.

En otro lugar hemos estudiado cómo Meléndez debió la cátedra de Prima de Letras Humanas a la amistad de su amigo Gaspar González de Candamo, juez en el tribunal que juzgó la oposición, y sobre todo, al voto decisivo de Campomanes en el seno del Consejo Pleno de Castilla, de 28 de junio de 1781, quien destacó   —4→   el premio de poesía otorgado a su égloga Batilo, el año anterior, por la Academia de la Lengua17. Asimismo hemos analizado las características del alumnado adolescente de Meléndez, nada apto para el lucimiento y aprendizaje serio de una lengua clásica18. También nos hemos ocupado del enconado pleito que Meléndez sostuvo con su colega el catedrático de retórica, Juan Sampere, entre 1781 y 1785, por conservar íntegros los 100 florines o 5500 reales anuales de la renta de su cátedra, lo cual, como es lógico, no beneficiaba el buen funcionamiento del Colegio de Lenguas, cuyos cinco catedráticos estaban divididos en dos bandos iguales (el catedrático de griego, padre Bernardo de Zamora se mantuvo al margen)19.

En el presente estudio intentaremos describir la actividad más académica de Meléndez. Aunque no podemos introducirnos en sus clases para ver el nivel de la docencia, procuraremos atisbar la actividad filológica del dulce Batilo. Intentaremos llegar un poco más lejos que el estudio del benemérito Alarcos, quien sólo se basó en el proceso de la oposición a la cátedra de Prima de Letras Humanas ganada por Meléndez, en un acto pro universitate sobre la Poética de Horacio y en algunos exámenes de preceptores de Gramática20. Llegaremos a la conclusión de que, hacia 1786, Meléndez era el profesor más competente, y, en cierto sentido, la referencia de los estudios grecolatinos de la Universidad de Salamanca, que en esa época, junto con los Reales Estudios de San Isidro de Madrid, era el mejor centro de estudios humanísticos.

Etapa vital entre los 24 y los 35 años de edad en la que vivió de la profesión filológica y en la que Meléndez compuso la mayor parte de su producción poética:

«Verdad es que casi todas mis poesías fueron obra de mis primeros años o del tiempo en que regenté en Salamanca la cátedra de Prima de Humanidades; que las pocas trabajadas después, lo han sido precisamente en aquellos momentos que la mayor delicadeza da sin escrúpulo al ocio o al recreo»21.



Las características de optatividad de la signatura y el poco alumnado de la cátedra de filología de Meléndez le permitía ser amigo de sus alumnos más que duro profesor y atender mejor a los universitarios verdaderamente interesados, aunque fuesen de otras Facultades y hubiesen ya superado académicamente la asignatura de Meléndez, quien, en estos años, logró congregar en torno a él a una serie de juristas, aficionados a la poesía y a los problemas pedagógicos, a los que trataba como hermanos, en un plano de igualdad en la República de las Letras, según nos recuerda en la «Advertencia» de la edición de 1797:

«Téngase a mí por un aficionado, que señalo de lejos la senda que deben seguir un don Leandro Moratín, un don Nicasio Cienfuegos, don Manuel Quintana, y otros pocos jóvenes que serán la gloria de nuestro Parnaso y el encanto de toda la nación. Amigo de los tres que he nombrado, y habiendo concurrido con mis avisos y exhortaciones a formar los dos últimos [Quintana y Álvarez Cienfuegos], no he podido resistirme al dulce placer de renovar aquí su memoria, sin disminuir por eso el mérito de otros que callo, o sólo conozco por sus obras. Ciego apasionado de las letras y de cuantos las aman y cultivan, ni anhela   —5→   mi corazón por injustas preferencias, ni conoce la funesta envidia, ni jamás le halló cerrado ningún joven que ha querido buscarme o consultarme. La república de las letras debe serlo de hermanos; en su extensión inmensa todos pueden enriquecerse, y si sus miembros conocen un día lo que verdaderamente les conviene, íntimamente unidos en trabajos y voluntades, adelantarán más en sus nobles empresas y lograrán de todos el aprecio y el influjo que deben darles su instrucción y sus luces»22.



Llama la atención en este párrafo la ausencia de José Marchena entre los considerados sus discípulos literarios por Meléndez. El 14 de noviembre de 1784 Marchena era examinado de Letras Humanas por los doctores Francisco Sampere, catedrático de retórica, y Meléndez Valdés, catedrático de prima de Humanidades de la Universidad de Salamanca. Desde ese momento hasta la finalización de sus estudios de bachiller en Leyes, Marchena residió en Salamanca y fue discípulo de Meléndez «con quien le uniría muy pronto una fuerte admiración disciplinar, origen de una amistad que habría de prolongarse hasta la muerte del maestro en 1817»23.




ArribaAbajoLa filología anterior al Plan de estudios de 1771

Meléndez no tenía buen concepto del estado de su universidad, según la carta a Llaguno del 13 de agosto de 1782:

«Aquí es contrabando una papeleta, y en nada más se entiende que en conciliar cuestiones escolásticas y leyes peregrinas, que importa poquísimo no hubiesen llegado hasta nosotros. Los buenos estudios están en un abandono horrible, y el mal gusto germina y se reproduce por todas partes. Vergonzosa situación de éste que debiera ser el seminario de las buenas letras y conocimientos fructuosos»24.



Ya han sido estudiadas las vicisitudes de la implantación del plan de estudios de 1771 por otros autores, como los hermanos Peset25. Sin detenernos en los precedentes de las representaciones elevadas al Consejo de Castilla en demanda de reformas por diversos profesores de Salamanca después de la expulsión de los jesuitas, podemos resumir que el plan fue formado por la Universidad y remitido al Consejo en 11 de septiembre de 1770. El fiscal del Consejo, Campomanes, después de examinar y corregir las propuestas del Claustro, termina redactando el Plan con cuyo nombre es conocido o Plan de estudios de 177126.

La diferencia fundamental entre el método humanístico tradicional y el moderno propuesto por Campomanes consiste en que este aspira esencialmente a facilitar la lectura de los autores y no a conferir una utópica competencia lingüística de latín.

Campomanes sabía que la Facultad de Lenguas estaba siguiendo un mal método en sus estudios. Por ello propone reformarlo, con el fin de lograr mejorar sobre todo los conocimientos de gramática, retórica y lengua griega en tres años de estudio27.

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La pedagogía filológica anterior al plan de estudios de 1771 estaba esencialmente en manos de los jesuitas, quienes no respetaban la integridad textual y continuaban pensando que el latín seguía siendo una lengua viva, explicable en los religiosos, para quienes el latín, la lengua liturgia y oficial de la Iglesia Católica, era una lengua viva. Luis Gil resume:

«Los partidarios del latín, inmersos en el mundo de valoraciones renacentistas, seguían empeñados en mantener su validez como lengua universal de la República Literaria, negándose a ver que las circunstancias habían cambiado y que imitar ya, por enésima vez, las creaciones literarias de los antiguos, o intentar enmendarles la plana, aceptando sus propios planteamientos filosóficos o científicos, era una pérdida de tiempo. Este espejismo les incapacitaba para dar un giro a su valoración, como objeto en sí digno de estudio científico, excluyendo esa consideración utilitaria que resaltaba su importancia como instrumento de comunicación y tendía a hacer de él una lengua pseudo-viva cuyo dominio, por lo demás, jamás se podía tener en grado suficiente y adecuado para describir las nuevas realidades que iban surgiendo. Y, en esas condiciones, era imposible dar el salto definitivo, de la fase imitativa y repetitiva de su estudio, a la científica»28.



Por el contrario, para los reformistas ilustrados, como para los enciclopedistas en general, el latín era una lengua muerta, cuyo perfecto dominio jamás se podría conseguir. La corriente expresión en nuestros ilustrados de «lenguas sabias» para referirse al latín, el griego y el hebreo, las sitúa en la correcta perspectiva con que las contemplaban. El latín estaba dejando de ser el alimento común de los espíritus, para trocarse en manjar de paladares exquisitos, a saber, los de quienes gracias a él, con el auxilio de otras lenguas, pretendían tener acceso a las fuentes de la sabiduría29.

La enseñanza del latín necesitaba un nuevo enfoque, tanto al nivel que hoy llamaríamos de enseñanza secundaria (preceptorías de gramática) como en la enseñanza Universitaria.

Luis Gil Fernández analiza un Discurso crítico-político sobre el estado de literatura de España, aparecido entre los papeles de Campomanes, buen helenista por otra parte, «muy probablemente obra suya o de un inmediato colaborador». Las ideas programáticas de este opúsculo encarnan el programa educativo de los ilustrados y señalan que la enseñanza de la latinidad no ha de limitarse a la gramática, sino tomar todo el tiempo «que sea necesario para el estudio de las humanidades»30.

Meléndez, quien, como hemos dicho, debía su cátedra de Letras Humanas al informe favorable de Campomanes31, compartía este programa, donde se define el concepto de «humanidades» como sinónimo de «de Bellas Letras y Ciencias Philológicas». Comprende en dichos términos el estudio de todas las ciencias. Pero, siendo algunas de ellas como la crítica, más propias de las facultades mayores, en el grado medio por el estudio de las humanidades «sólo se deberá entender el del griego, el de la ortografía, la prosodia, la retórica, la cronología, la historia, la dialéctica, la ética, y la crítica por algunos breves tratados y principios»32.

Meléndez ocupaba la cúspide en este sistema de enseñanza de las humanidades planificado por Campomanes o sus colaboradores, aunque los resultados del aprendizaje eran francamente mucho más modestos, a juzgar por la materia exigida en los exámenes de los preceptores de gramática, programados por el Colegio de Lenguas de la misma Universidad de Salamanca, y por las exhibiciones de los alumnos más aventajados, reflejadas en los actos mayores pro universitate et pro cathedra. Nuestro catedrático extremeño se movió entre la utopía del esquema de enseñanza de Campomanes, a quien Meléndez calificará en 1791 como «sabio y elocuente»33.

, y la mediocridad de los resultados en las aulas.

Luis Gil enjuicia este Discurso crítico-político en lo tocante a las humanidades. Su planteamiento presentaba un enorme avance con respecto al enfoque tradicional de la «gramática». Por vez primera, se capta   —7→   perfectamente la función desempeñada por el latín en la toma de conciencia de la estructura de la propia lengua. Por primera vez también se supera la concepción ahistórica de la lengua latina como un a modo de depósito de máximas moralizantes válidas para todo tiempo, y se contempla como el recipiente de un ciclo cultural cerrado que interesa conocer en la totalidad de su contexto, para lo cual es imprescindible el estudio del griego: «Nos encontramos en la linde divisoria entre el humanismo y la filología, con una nueva valoración de las lenguas clásicas y una indicación, neta y precisa, del rumbo a seguir en su docencia»34.

En resumen, a finales del siglo XVIII eran pocos los estudiosos españoles que defendían la filología a la manera de los humanistas del siglo XVI y, por el contrario, las posturas de un Feijoo o de un Jovellanos prevalecieron, pues a la postre exigían menos trabajo y esfuerzo creador. Los dos pilares que desde el siglo XVI seguían sustentando la educación, la gramática y la retórica, se resquebrajaban desde este momento en que se tuvo por cierto que las ciencias debían enseñarse en las lenguas nativas y que las reglas del arte no garantizaban la corrección ni la belleza de la expresión oral o escrita35.




ArribaAbajoLas mejoras del Plan de estudios de 1771


ArribaAbajoEl Plan de estudios de 1771 y la autonomía del Colegio de Lenguas

Campomanes utiliza indistintamente los términos «facultad» y «colegio». Por ejemplo, refiriéndose a la facultad de Artes dice: «Hay en esta facultad o colegio...»36.

La independencia del Colegio de Filología se va fraguando a finales del siglo XVIII como consecuencia, una más, del plan de estudios de Campomanes de 1771. Aunque es menos claro, ciertamente existe un proceso de independencia del Colegio de Filología paralelo al más conocido del Colegio de Filosofía, estudiado por Norberto Cuesta Dutari37. La lucha entre las facultades universitarias mayores y la facultad de Filosofía o la facultad menor, tuvo lugar a lo largo de todo el siglo XVIII y tomó su mayor manifestación con motivo de la creación del Colegio de Filosofía.

Los artistas y médicos deseaban liberarse del yugo de las facultades mayores, porque estas dominaban la universidad. Artistas y médicos quieren más poder académico.

La batalla institucional iba acompañada de otra no menos intensa, la batalla docente y científica. El Consejo de Castilla pretende mejorar la enseñanza de las ciencias mediante el control de las cátedras y de los grados.

Las reformas del Consejo de Castilla van a facilitar el despegue de las facultades de ideología más avanzada a las que se opondrán las más tradicionales. Por otro lado, había un evidente interés en discutir el control de la universidad a teólogos y canonistas.

Con la nueva reforma se le da más importancia a la cátedra que al grado, por lo que el control de la universidad pasará de manos de los doctores a la de los catedráticos: la cátedra y el real nombramiento son dignidades que deben ir por delante de la antigüedad de grado o facultad.

La lucha fue extremadamente violenta en Salamanca, y opuso contra la facultad menor de artes a las orgullosas de teología y leyes (canónicas y civiles), con bastantes excepciones puramente personales, como los legistas Meléndez y Ramón de Salas. El choque lo provocaba la penetración en la Universidad de la ciencia moderna, que propugnaban los artistas o filósofos de la facultad de Artes. La facultad de Medicina, que también contaba entre las mayores, vino a quedar neutral, no sólo por su preterición en los actos académicos sino por su obvio interés en los progresos de la Ciencia Natural38.

Meléndez pudo observar esta pugna en el claustro, siendo aún estudiante desde su puesto de consiliario (noviembre de 1776-noviembre de 1778), pues el rector de la Universidad de Salamanca de estos años, doctor don Andrés de Borja Montero (1777-1778), mostró su preocupación por dignificar a los miembros de la facultad de Artes, cuyas enseñanzas se consideraban fundamentales39.

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La primera reclamación solemne fue formulada por el extremeño Juan Justo García, catedrático de álgebra, en el claustro del día 9 de abril de 1779 que se reunió para «oír una provisión de los catedráticos de álgebra y matemáticas, que suplican a la Universidad se sirva allanar las dificultades que se experimentan en la formación del Colegio de Artes, con el fin de saber qué cuerpo forman»40.

La petición fue expuesta por Juan Justo García en dicho claustro y la conclusión fue nombrar una comisión para estudiar el asunto, formada por el reverendísimo Oliva, el doctor Sampere, el doctor Borja, el doctor Candamo y los maestros García y Ortiz. Se observa que forman parte de la comisión dos catedráticos de la Junta de Lenguas, González de Candamo, catedrático de hebreo, y Sampere, catedrático de retórica.

A partir de marzo de 1783, Meléndez vuelve a formar parte del claustro, por ser doctor en Leyes, no por ser catedrático de Prima de Letras Humanas (lo era desde agosto de 1781), y pudo contemplar el recrudecimiento del proceso independentista de matemáticos, artistas y filósofos. En 1787 se producirá una intensa pelea de facultades. Los artistas y los médicos no quieren sentarse los últimos en el claustro, con lo que ganarían en dignidad y en poder en las votaciones claustrales, que siempre se hacían de mayor a menor antigüedad. En claustro pleno del 7 de diciembre de 1787 es presentado un memorial en reivindicación de las dos facultades, que se consideran menospreciadas. Y advierten este desprecio en el orden de asientos y de votos. Los filósofos y médicos son obligados a compartir los últimos lugares en los claustros y a dejar oír su voz al fin de las discusiones. Las razones en que basan su alegato son convincentes. Nada apoya esa distribución salvo la costumbre; por ello debe ser derogada. No hay ciencias superiores a otras, y medicina y filosofía pueden compararse noblemente con teología, leyes o cánones. El criterio de preferencia debe ser la antigüedad en el doctorado: la antigüedad en el servicio a la universidad y a la nación41.

En junio de 1788 se acordaba un escrito de solicitud de aprobación de la independencia del Colegio de Filosofía, que era enviado al Consejo de Castilla, que lo aprobaría en noviembre de 1792.

En todo este proceso de aprobación del colegio de filósofos, los teólogos y canonistas inician un violento ataque contra el colegio filosófico que puso en peligro su existencia e incluso la vida de algunos de sus personajes. Los artistas encuentran cada vez más apoyo, pues a los médicos y filósofos se unen algunos juristas avanzados, como Juan Meléndez Valdés o Ramón de Salas y Cortés, que luchan codo con codo junto a ellos para conseguir mejoras docentes y científicas42.

El 9 y 10 de mayo de 1788 se celebra un claustro pleno en el que los dos únicos componentes del colegio de Filosofía, Judas Ortiz Gallardo y Juan Justo García, atacan violentamente a los colegios tradicionales.

Ante este ataque frontal del colegio de filosofía, los componentes del claustro no tienen más remedio que definirse claramente. Y Meléndez lo hizo con vehemencia a favor del nuevo colegio.

Juan Meléndez Valdés, a diferencia de la postura egoísta que había mostrado en 1783, oponiéndose a la formación de un Colegio de Filología o de Lenguas por el único motivo de no permitir que otros catedráticos del posible colegio le quitasen la mitad de su salario43, ahora se muestra decidido partidario de la constitución del Colegio de Filosofía y presentó su voto por escrito en dos momentos distintos de dicho claustro celebrado el 9 y 10 de mayo de 1788:

«Dijo [Meléndez en su voto] que cree útil a la Universidad examinar este punto, porque puede influir en el restablecimiento de la buena filosofía, en que estamos tan lastimosamente atrasados. Que no deben embarazarnos, para este examen, las desavenencias que puede haber en la diversidad de los pareceres particulares, porque estas desavenencias despertarán nuestra emulación, y, por otra parte, no hay cuerpo ninguno algo numeroso, en que no haya estas diversidades de dictámenes. Que no habiendo la Junta, comisionada para examinar los fundamentos que pueda haber para la desigualdad actual, producido ningún estatuto, ley ni razón que la acredite, se persuade en que no habrá ninguna, en cuyo caso, ni aún necesita la Universidad recurrir al Consejo, si gusta derogar la práctica actual; que, por eso mismo, debe autorizar la pretensión de los dos Colegios [los de Médicos y Filósofos]; que, caso de no hacerlo, no se les deben denegar todos los documentos y testimonios que piden; y que, por último, pide testimonio de este voto,   —9→   protestando seguirlo en justicia, y pide, y requiere al rector, expida, sin dilación, cédula de claustro, para que éste trate de la formación del Colegio de Filosofía, con todos los honores y rentas que puedan ser necesarias para dotarlo cumplidamente, y hacer que la Filosofía florezca en estas Escuelas».



Ulteriormente Meléndez añadió ardor a la polémica con las palabras siguientes:

«El doctor Meléndez, penetrado de la igualdad de todas las ciencias, y de lo necesaria que es esta igualdad, en las actuales circunstancias de nuestra Escuela, está pronto a sostenerla por escrito, contra quien guste impugnarla, deposita, desde luego, 50 doblones, que podrán servir de premio para la mejor memoria o discurso que se escriba sobre ello, con el tiempo que señale cualquiera de los señores que gusten aceptar esta especie de desafío literario, y señala a cualquiera de las dos academias de la Corte [la de la Lengua y la de la Historia] o a la Real Sociedad Económica [Matritense], según que guste elegir el concertante, por juez de este negocio, creyendo que debe decidirse de esta manera, y no con litigios y recursos»44.



La letra idéntica a la de la firma y distinta de la del escribiente del acta, demuestra que estos dos escritos son autógrafos de Meléndez. El violento hipérbaton de separar el verbo auxiliar «habiendo» del participio «producido» en la frase «habiendo, la junta comisionada para examinar los fundamentos que pueda haber para la desigualdad actual, producido ningún estatuto...», demuestra que Meléndez redactó su escrito de una manera precipitada. Claramente Batilo se alinea con sus paisanos, también extremeños, Diego Muñoz Torrero y el maestro Juan Justo García, para defender la igualdad de los colegios o facultades universitarias, lo cual implicaba su independencia.

Tanto Cuesta Dutari como los hermanos Peset coinciden en el marco ideológico de esta lucha. Para los hermanos Peset: «Se perfila la universidad del futuro, en que ciencias por un lado, más las carreras profesionales de medicina y derecho, eliminarán de las aulas a sus antiguos señores, los teólogos y canonistas»45.

Cuesta Dutari nos recuerda que en 1798 el filósofo Kant publicó Der Streit der Fakultäten donde percibió que la lucha entre las facultades mayores y menores radicaba en los distintos intereses que defendían: la facultad menor o de filosofía pretendía formar sabios y filósofos, mientras que en la facultad mayor de Leyes lo que interesaba era formar servidores sumisos al poder religioso y político.

Los filósofos de la facultad de Artes chocaban con los registros ideológicos de la facultad de Leyes porque se preguntaban por la justicia o la injusticia de las leyes y porque dejaban a los súbditos la libertad de juzgar cuál es lo justo y cuál lo injusto según sus propias ideas, cuestionando la razón de la autoridad del gobierno46. Veamos la contradicción de Meléndez, quien defendió la autonomía del Colegio de Filosofía y, sin embargo, negó la existencia del de Filología, exclusivamente para evitar que existiese la opción de catedráticos más antiguos con menor salario sobre las rentas de su cátedra de Prima de Letras Humanas. Sólo a partir de 1785, solucionado el problema de las cátedras con jubilado a su cargo, empezó a funcionar de hecho, sino de derecho, el Colegio de Lenguas. La Carta Orden del Consejo de Castilla del 3 de agosto de 1771 separa claramente las cinco cátedras «raras» de lenguas (retórica, las dos de humanidad, griego y hebreo) con el manifiesto deseo de que sean iguales en todo y formando un grupo caracterizado, pero no emplea la palabra «colegio». Ambigüedad en la letra, que no en el espíritu del legislador, lo que contribuirá a que en los documentos predomine la expresión «junta de lenguas».

En una representación del 15 de agosto de 1783, Meléndez, en defensa de sus intereses económicos, se hace unas preguntas tan retóricas como falaces: «¿Qué tiene que ver la lengua hebrea con la retórica o poesía, y del mismo modo la griega? ¿Podrán estas cátedras tan inconexas proveerse bajo una sola lección como hasta poco ha se ha practicado con las otras? ¿O comprender el que haya ejercitado a la de hebreo que se le repute acreedor a la de Poesía o Elocuencia? Claro es que no. Cada uno tuvo y conserva su asignatura y oposición totalmente diversa, lo que no sucede como queda dicho en las demás facultades»47. Meléndez intencionadamente se olvida de que había algunas conexiones, como le recuerda su contrincante Juan   —10→   Sampere: «Las oposiciones a las cátedras de Retórica y Letras Humanas se hacen igualmente en griego que el latín, según lo dispuesto por el Consejo»48, y que «los ejercicios de este Colegio son recíprocos entre los catedráticos que lo componen, prueba de que sus conocimientos no son entre sí tan inconexos, como ahora se pretende»49.

A pesar de la argumentación de Meléndez, las cinco cátedras funcionaron con espíritu colegial en aspectos concretos, como los exámenes para expedir los títulos de preceptores de gramática, (profesores de enseñanza secundaria, diríamos en la terminología actual), y en los actos públicos solemnes como los actos pro universitate. Sin embargo, tenía razón Meléndez cuando afirmaba que no podía haber tal colegio o facultad de lenguas cuando no expedía los títulos de bachiller, licenciado ni doctor.

Además, los catedráticos de lenguas preferían estar adscritos a los colegios o facultades por la que había recibido los grados mayores (mayoritariamente en la facultad de Leyes) y no integrarse en un colegio propio de filólogos. El mismo Meléndez preferirá el título de licenciado y doctor en Leyes, por razones exclusivamente de prestigio social, a pesar de ser catedrático de Prima de Letras Humanas, cátedra antes encuadrada dentro de la facultad de Artes.

A los catedráticos de lenguas les faltó el espíritu de colegio, pues era fundamental para constituir el colegio y excitar a los profesores a recibir los grados mayores en una misma facultad, en un principio en la facultad de Artes, y, a partir de ahí, independizarse como hicieron los filósofos, dirigidos por Juan Justo García. Pero lo cierto es que Meléndez y sus cuatro compañeros, ante el hecho de la falta de honores y provechos en los graduandos en Artes, preferían hacerlo por otras facultades, y así obtener el título de doctor, mucho más honroso que el de maestro, este último otorgado por la facultad de Artes. Aunque en el plano ideológico Meléndez era claramente progresista, en este aspecto, de intereses profesionales y de prestigio personal, Meléndez era bastante retrógrado y pensaba como el célebre Diego de Torres Villarroel, quien prefería llamarse «doctor» y no «maestro»50.

Meléndez y sus compañeros preferían ser «catedráticos raros» a constituir un auténtico Colegio de Filología, lo cual se explica porque nunca consideraron como definitiva su profesión de filólogos, sino como un paso hacia cargos mejor considerados social y económicamente: Sampere permuta la cátedra de retórica por la de historia eclesiástica en la Facultad de Cánones en 1788, Meléndez, la suya por la de magistrado, el catedrático de griego, José Ayuso y Navarro, por una cátedra de Leyes (1797). Pero las cosas estaban cambiando, pues veremos que José Ruiz de la Bárcena, doctor en Leyes e inseparable colega y contrincante de Meléndez, morirá siendo catedrático de Prima de Letras Humanas (aparece en el libro de exámenes de preceptores de gramática después de 1820), cuando en las décadas de 1760-1780 debían ser cubiertas por sustitutos a causa de la falta de opositores por su escasa remuneración y valoración social, e incluso hubo algún momento en el que no se exigía ni el título de bachiller para opositar51.

Veamos las etapas por las que pasaron las cátedras filológicas de Salamanca en el último tercio del siglo XVIII.

El marco legal por el que regía el Colegio de Lenguas será el citado Plan de estudios de 1771: «Que las tres cátedras llamadas de humanidad, latinidad y retórica, y las dos de lengua griega y hebrea, que lo son de propiedad de aquella universidad52, sean todas iguales en el salario de 100 florines cada una53, y en el trabajo   —11→   de asistir diariamente hora y media por lo menos, a la explicación de sus respectivas asignaturas; como también en la de asistir a todas las sabatinas de letras humanas; a los exámenes que han de hacerse de cuatro en cuatro meses; y en presidir todos los años un acto público; y de trabajar y poner en la biblioteca de la universidad anualmente una composición, oración y traducción u otro escrito propio del idioma y asignatura de su cátedra»54.

Estas pocas líneas, serán complementadas por otras normas de menor rango, como la Real Carta Orden, leída y obedecida en el claustro pleno del 6 de marzo de 1773, la cual aclara el tiempo que debe durar la enseñanza y explicación de las cátedras de humanidad, latinidad, retórica y lenguas griega y hebrea, «y lo demás que en ella se previene sobre cualidades de los que las pueden sustituir»55.

Las líneas escuetas del Plan de estudios de 1771 aluden a las principales obligaciones de los catedráticos del lenguas y su interpretación suscitó algunos enfrentamientos. Nos interesa el referido a si el legislador quiso o no darle autonomía jurídica en un colegio o facultad propia al agrupar las cinco cátedras «raras», lo cual iba unido a derechos económicos, como el de opción de rentas entre las cátedras, según la antigüedad.

En general, los catedráticos de ideología progresista e ilustrada optaban por la independencia de los colegios de filosofía y de filología y su segregación de la vieja Facultad de Artes, dominada por la ideología reaccionaria de los maestros en Artes, muchos miembros de distintas ordenes religiosas.

Lo curioso del caso de Meléndez es que como individuo ilustrado defendió la independencia del Colegio de Filosofía, pero, sin embargo, se opuso tenazmente a la configuración de un Colegio de Lenguas, por motivos estrictamente económicos, como hemos visto, ya que no estaba dispuesto a que el catedrático de retórica, Juan Sampere, más antiguo que él, ganase 100 florines al año, mientras el extremeño se quedaba con sólo 40, ejercitando la opción de rentas habitual entre los catedráticos que formaban colegio.

Tres catedráticos progresistas, Antonio Joseph Roldán, Juan Justo García y el catedrático de hebreo, Gaspar González de Candamo, elevan una representación al Consejo de Castilla contra la decadencia de la universidad, fechada en Salamanca el 15 de Julio de 1785. El Decano-Gobernador del Consejo, Campomanes, la informa el 18 de octubre de 178556.

Al tratar el punto de la reducción del espíritu de partido de los clérigos regulares propuesto por los tres catedráticos («si para debilitar el espíritu de partido que reina en las comunidades, así seculares como regulares, convendría mandar que no tenga cada una más que un voto, ni pueda enviar al claustro más que un individuo»), el decano-gobernador del Consejo, Campomanes, habla de un colegio «de lenguas, filosofía y matemáticas», es decir, lo equivalente a toda la facultad de Artes. El 18 de octubre de 1785 el Consejo de Castilla, en boca de su presidente Campomanes, no consideraba formal y jurídicamente dividida la vieja facultad de Artes en tres colegios, aunque sabe que de hecho hay tres grupos de catedráticos y de enseñanzas   —12→   que funcionan autónomamente:

«Que el remedio, según su concepto [el de Campomanes], para moderar la numerosidad excesiva de los vocales escolásticos, puede ser la subdivisión concertada de claustros particulares de cada facultad. Uno de lenguas, filosofía y matemáticas. Otro de teología, compuesto de tres catedráticos, de los cuales sea uno regular. Y que igual número conforme el [colegio] de cánones, el de leyes y el de medicina. Con lo cual, dice, queda desarmado el espíritu de partido»57.



Campomanes analiza las funciones de cada uno de estos cinco claustros particulares de facultad y hace una recomendación para que el claustro de la «facultad de lenguas, filosofía y matemáticas» promueva un colegio autónomo para las enseñanzas filológicas: «Pasa después el decano [Campomanes] a tratar largamente de estos claustros. Cuidar de la asistencia de los catedráticos, celar la de los oyentes y sus costumbres, enviar al ministro del Consejo, director, lista de los que hayan o no aprovechado. Que cada claustro respectivo trate de completar la biblioteca de los libros de su facultad. Que el [claustro] de física y lenguas promueva la compra de instrumentos, la erección de un Colegio de Lenguas y el cultivo de la lengua latina»58.

En la mente de Campomanes estaba constituir jurídicamente de manera simultánea los colegios de filosofía y de lenguas. Los filósofos lo conseguirán en 1792 después de una dura batalla de cinco años (1787-1792), capitaneada por el zafrense Juan Justo García. Sin embargo, los catedráticos de lenguas continuaron en el terreno de la indefinición legal, por tres motivos, en nuestra opinión. En primer lugar, porque al principio (periodo 1781-1784) hubo enfrentamientos entre los mismos catedráticos de lenguas, causado por la opción de rentas entre las cátedras. En segundo lugar, por falta de líderes, puesto que el catedrático de griego, P. Zamora, que era maestro en Artes y no doctor en Leyes, y que tanto había luchado por la dignificación de las «cátedras raras», quedó apoplético en 1784 y murió en 1785. El resto de los catedráticos de lenguas se sentían ante todo doctores en Leyes que sólo pensaban en salirse de la cátedra e integrarse en el mundo jurídico cuanto antes: hemos visto que Sampere se pasará a una cátedra de la facultad de Cánones hacia 1788, Meléndez ingresará en la magistratura en 1789, José Ayuso y Navarro será catedrático en la facultad de Leyes en 1798. El único catedrático que permaneció fiel a su docencia filológica fue Ruiz de la Bárcena, pero le faltaba el empuje que tenía Juan Justo García en el Colegio de Filosofía, para dar vigor a un autónomo Colegio de Filología. Además los catedráticos filológicos que sustituyeron a González de Candamo (el bachiller Francisco José García, en 1787), a Sampere (Nicolás María de Sierra, en 1789), a Meléndez (Dámaso Herrero, en 1790) y a Ayuso y Navarro (Joaquín Peiró, en 1798) eran de una mediocridad manifiesta que los incapacitaba para enfrentarse a los aires contrarrevolucionarios y la reacción intelectual provocados por la Francia de 1789. Su docencia rutinaria nos hace recordar los peores tiempos de las enseñanza humanísticas de la primera mitad del siglo XVIII.

En tercer lugar, ese abandono del Colegio de Lenguas por parte de los catedráticos más competentes no sólo era debido a la ambición personal, sino que, hasta cierto punto, fue estimulado por la legislación vigente de la reforma del plan de estudios de 1771, pues «por el plan de estudios inserto en la Real Provisión de 3 de agosto de 771, se previene, que los catedráticos de Humanidad, Latinidad, Retórica y Lenguas Griega y Hebrea, así licenciados o doctores como bachilleres puros, puedan hacer oposición a las cátedras de propiedad y regencia de la Facultad de su Bachilleramiento, y deberán ser preferidos a los demás opositores en igualdad de doctrina y mérito, con tal que hayan regentado las de Letras Humanas por cinco años; y que si, pasados éstos con aplicación y aprovechamiento, se opusieren a la de otras Facultades, se tenga en consideración éste mérito, concurriendo en grado comparativo igual suficiencia a los demás coopositores»59. Esta norma, que era toda una tentación para cualquier catedrático «raro» del Colegio de Lenguas, fue recogida en la Cédula del Consejo de Castilla de 22 de enero de 1786, exactamente el mismo día en que comienza el proceso selectivo de la oposición de la cátedra de griego. La norma estuvo vigente y fue lo suficientemente conocida, como para ser recopilada en la Novísima Recopilación (1805).

Resumiendo el trasfondo sociopolítico que rodeó la enseñanza de las humanidades del catedrático Meléndez, vamos a ver que el extremeño, en plena guerra renovadora contra el sector mayoritario conservador de la Facultad de Leyes, consigue una pequeña victoria al imponer su candidato en la cátedra de griego, su amigo, bastante reformista y también doctor en Leyes, don José Ayuso. Pero era una victoria menor y en el campo de las humanidades, bastante menospreciado por los políticos de la época, a excepción de   —13→   Campomanes, como ha puesto de manifiesto Luis Gil60 y más recientemente, con su maestría habitual, Antonio Mestre61. El grupo reformista de Meléndez y de Ramón de Salas estaba perdiendo la guerra de las reformas en el campo de la Facultades Mayores (especialmente en la de Leyes)62. Los asuntos de la Junta de Lenguas eran puro trámite y de menor importancia, en comparación con la batalla académica e ideológica que se libraba en la Facultad de Leyes, como demuestra el desagradable episodio que Meléndez, en su calidad de doctor en Derecho, sufrió en la Junta de Derechos, al día siguiente de convocarse la oposición a la cátedra de griego de 1786, momento cumbre del humanismo de Batilo63.

En efecto, el 7 de diciembre de 1785 se había convocado dicha Junta «a efecto de oír una proposición de el señor doctor Ramón de Salas sobre pedir dictamen a la Junta acerca de las conclusiones que quería defender en su acto pro universitate, que se le había señalado para el día 15 del corriente [diciembre de 1785], y que el censor regio [Fernández Ocampo] no le quería permitir imprimir, sin darle razón de esta detención. Prometió el doctor Salas a la Junta sujetarse en todo a su dictamen, quitando y borrando y añadiendo lo que gustase, protestando que si erraba en ellas [las conclusiones] lo hacía inculpablemente y que por eso buscaba el dictamen de quien pudiese enseñarle. Pidió también testimonio de todos los actos [pro universitate] que se han tenido en el curso pasado y en el presente. Y hecha dicha proposición, se pasó a votar de esta forma [...]»64.

El grupo reformista, encabezado por Meléndez y Salas, era consciente de su minoría. Por eso Salas adopta una postura bastante sumisa, pero Meléndez es claro y contundente en la defensa de sus ideas reformistas, un mes antes de su activa participación en la oposición de griego, caracterizada por el afán de trabajo y «la honesta libertad», íntimamente relacionada «con el estado floreciente o atraso de las letras»:

«El Sr. Dr. Menéndez dijo: que le parece que la Junta está en obligación de dar su dictamen a las conclusiones presentadas por el doctor Salas, porque cree que dicho doctor puede pedirle [el dictamen] sobre cosas pertenecientes en su Facultad, cual es ésta; que tampoco debe retraernos el ser el examen de dichas conclusiones trabajoso, porque en la Universidad y en cosas pertenecientes a las letras no debemos rehusar el trabajo. Y que también le parece que las facultades y el empleo de censor regio no deben ser para extinguir la honesta libertad que debe tener todo hombre de defender cuestiones opinables, como de ellas no pueda racionalmente temerse algún daño; y que le parece que la Facultad debe meditar con seriedad este último punto, por la íntima conexión que tiene con el estado floreciente o atraso de las letras»65.



Es bonita esta idea de trabajar en favor de la libertad de pensamiento y ligarla a la idea de progreso, tan querida por Meléndez, estudiada por Elena de Lorenzo66 y por nosotros67, desde perspectivas distintas. Vemos que el testimonio de Meléndez va frontalmente contra la tesis de Kagan y de Sánchez-Blanco, quienes sostienen que los estudiosos de lenguas clásicas constituyeron una rémora para la aceptación de las ideas reformistas68. A pesar de que la petición de Salas contó con el apoyo del rector, Joseph Azpeitia, sin embargo salió derrotada:

«El señor rector dijo: le parecía que la junta debe dar su dictamen al doctor Salas, sin tocar a las facultades del señor censor regio. Y así tratado y conferido y votado, se acordó: que en las actuales circunstancias no puede dar la junta su dictamen sobre las conclusiones que se han presentado por el señor doctor Salas, y, en cuanto a los testimonios pedidos por dicho señor doctor, que ocurra al claustro [pleno]. Con lo cual se concluyó esta Junta que   —14→   firmaron los señores rector y doctor Robles. Por ante mí, el secretario de que doy fe»69.



Era en el campo de las Facultades de Derechos donde debía librarse, y de hecho se libraba, la batalla ideológica, no en el campo filológico. En conclusión, la mayoría conservadora de la Junta de Derechos dejó en una postura bastante desairada al grupo reformista de Meléndez ante la arbitraria decisión del censor regio Fernández Ocampo, precisamente el mismo día en que se inicia el proceso de las oposiciones a la cátedra de griego. En este sentido parece que los humanistas del Colegio de Lenguas defendían los mismos intereses, «con la fuerza de carácter y oposición» de que habla Mestre, aunque no conviene exagerar la idea de oposición (los verdaderos detractores serán los alumnos de este Colegio de Lenguas, como Manuel José Quintana y José Marchena) ni la de «círculo de los humanistas salmantinos»70, pues cada uno intentaba abrirse camino en la vida por su lado, de manera que, después de haber adquirido una espléndida formación clásica, pocos permanecieron en Salamanca. Meléndez volvió, pero desterrado.

Claramente las cátedras de lenguas, «cátedras raras», no preocupaban ideológicamente a la Universidad, pues de lo contrario el sector conservador, dominante en el claustro, hubiese impuesto su criterio o alguna condición, como lo había hecho horas antes con las conclusiones del doctor Salas. Meléndez tenía vía libre para desarrollar, en el ahora bien avenido Colegio de Lenguas, la oposición, sin mayores condicionantes. El Colegio de Lenguas, con una regulación legal bastante confusa, tenía autonomía para sus propios asuntos porque la mayoría conservadora del claustro los consideraba de importancia menor y sin ningún peligro ideológico.




ArribaAbajoLas mejoras en la calidad del profesorado del Colegio de Lenguas

La docencia filológica del catedrático Meléndez estuvo arropada por los vientos favorables del nuevo Plan de estudios de 1771 y por la coincidencia de tener como compañeros en el mismo Colegio de Filología a catedráticos que eran personas despiertas e inquietas intelectualmente.

Fijémonos brevemente en la plantilla del profesorado en tres momentos: en 1769, poco antes de iniciarse la reforma de 1771; en 1781, cuando Meléndez gana la cátedra de Prima de Letras Humanas; y en 1789 cuando la abandona.

El referente más inmediato de la situación de las cátedras filológicas anterior a la reforma de 1771 lo encontramos en un informe sin fecha, pero sin duda datable en 1769 y atribuible al obispo Felipe Bertrán, rotulado como «Listas de las cátedras y catedráticos la Universidad de Salamanca con las circunstancias de cada uno». En esas listas aparecen retratados todos los catedráticos salmantinos: cómo es su carácter, si son adictos o contrarios a la reforma universitaria, si son «hábiles», si tienen o no discípulos, si son colegiales o no, etc. Omitiremos las referencias a los catedráticos de Cánones, Leyes y de Artes-filosofía, para centrarnos en las cátedras «raras»:

«Cátedras de raras que da Su Majestad, a consulta del Consejo, y son todas de propiedad:

La cátedra primera de Humanidad, vacante.

La cátedra segunda de Humanidad, el doctor don Mateo Lozano, de 54 años. Es hábil, no tiene discípulos. Es vicerrector del Colegio Trilingüe.

La cátedra de Retórica, doctor don Francisco Sampere, de treinta años, graduado de doctor en filosofía y de licenciado en leyes por la universidad de Cervera; y de licenciado en cánones por la capilla de Santa Bárbara, muy hábil y aplicado. Tiene bastantes discípulos.

Las cátedras raras que da la Universidad son igualmente todas de propiedad:

La cátedra de Sagradas Lenguas [hebreo], el doctor don José Cartagena, prebendado de aquella catedral, de 44 años, hábil con algunos discípulos.

La cátedra de Matemáticas, vacante.

La cátedra de Griego, el padre Zamora, carmelita de 39 años, es hábil y tiene discípulos, pero es de genio raro.

La cátedra de Música, el doctor don Juan Aragüés, de 46 años, hábil y tiene algunos discípulos.

La cátedra de Cirugía Latina, don Antonio Ulloa, ignora enteramente la   —15→   lengua latina, es mediano en su facultad, tiene algunos discípulos»71.



Panorama poco halagüeño, pues las cátedras que no están vacantes tenían pocos o ningún alumno. Fijémonos en que el maestro Mateo Lozano, a quien sucederá Meléndez, era vicerrector del Colegio Trilingüe, lo mismo que lo había sido el maestro Gavilán, antecesor del maestro P. Zamora en la cátedra de griego, para ver que las cátedras filológicas de la Universidad de Salamanca estaban íntimamente ligadas al Colegio Trilingüe, del que saldrán, por otro lado, infinidad de opositores a las cátedras filológicas de toda España.

Debemos detenernos en el retrato del catedrático de griego, P. Bernardo Agustín de Zamora, y en el del catedrático de retórica, Sampere, pues serán colegas de Meléndez durante largos años.

Fray Bernardo Agustín de Zamora, catedrático de griego, era muy amigo del obispo Bertrán, a quien dedicó en 1778 una traducción de la Historia de los seminarios clericales, cuando el obispo estaba creando el seminario conciliar de Salamanca en el majestuoso edificio del ex-colegio de los jesuitas expulsos72. El P. Bernardo de Zamora había ganado la oposición en 1764, estudiada por Luis Gil y Concepción Hernando, quienes elogian su figura: «La actuación académica ulterior de Fr. Bernardo de Zamora73 en su cátedra y en el claustro salmantino dejó un grato recuerdo entre los compañeros y alumnos. Fiel cumplidor de su deber, aceptable pedagogo, defensor de los derechos del profesorado y enemigo declarado de la injusticia, Bernardo de Zamora fue para el nivel de los tiempos, como en la actual jerga deportiva se diría, un buen fichaje para la Universidad de Salamanca»74.

También llama la atención la cantidad de títulos de Francisco Sampere, catedrático de retórica (doctor en Artes, licenciado en Leyes y en Cánones y quien, en 1771, conseguirá el doctorado en Leyes), lo cual contrasta con la triste realidad de estar durante más de quince años (1766-1783) recibiendo medio salario por vivir el anterior catedrático jubilado y nos explica su trasvase a la facultad de Cánones en 1788.

Sampere era un hombre intelectualmente inquieto, que estaba dispuesto a aprovechar todas las ventajas legales. Por ejemplo, la que permitía a los catedráticos de cátedras raras doctorarse con media propina, lo que provocó cierto enfrentamiento con el Colegio de Cánones y obligó al Consejo de Castilla a dictar una «Carta Orden mandando conferir el grado de doctor en Cánones al licenciado don Francisco Sampere, catedrático de retórica, con medias propinas y que lo mismo se ejecute con todos los catedráticos de cátedras raras en adelante que quisieren recibirle como éste, con arreglo a lo dispuesto en el nuevo Plan de estudios que se manda imprimir en el preciso término de quince días». Leída y obedecida en el claustro pleno del 10 de octubre de 177175.

Transcurren 14 años de estrecheces económicas para Sampere, hasta que en el claustro pleno del 29 de noviembre de 1780 logra que se saque a oposición la cátedra de Prima de Letras Humanas con sólo 40 florines de renta, reservándose los 60 restantes para la de retórica, ocupada por él mismo. Al ganar Meléndez la cátedra de Prima de Letras Humanas, surgirá el enfrentamiento entre ambos por la posesión del salario íntegro de los 100 florines.

  —16→  

ArribaAbajoEl Colegio de Lenguas en 1781

Las nueve «cátedras raras» de 1769 sufrirán una reubicación en virtud de la reforma del Plan de estudios de 1771 y del afán autonomista de los filósofos, de manera que las «cátedras raras» no instaladas dentro de otros colegios o facultades se reducirán a las cinco filológicas (las dos de letras humanas, la de griego, la de retórica y la de hebreo) en 1781 cuando Meléndez consigue la cátedra de prima de Humanidades. Habían pasado los peores tiempos, aún no lejanos, cuando ni siquiera había opositores a una cátedra de humanidades, por su misérrima renta. Sólo recordar la Real Provisión de julio de 1771 mandando abrir nuevamente el concurso de la cátedra de Prima de Humanidad, por término de 40 días, y declarando no ser necesario para dicha oposición el grado de bachiller76, y la Carta Orden, leída en el claustro pleno del 13 de noviembre de 1772, «por la que se manda nombrar sustituto a la cátedra de Humanidad», la cual estaba vacante desde 1769 por jubilación del maestro don Andrés Iglesias y no encontraba opositores por falta de dotación77.

Repasemos la situación de cada una de esas cinco cátedras en 1781. La de hebreo estaba ocupada por Gaspar González de Candamo. En 1778, el claustro pleno de la Universidad elige como catedrático de hebreo al doctor don Gaspar González de Candamo, íntimo amigo de Meléndez. En breves líneas recordemos la amistad de González de Candamo y Meléndez, estudiadas por nosotros en otra parte78. Don Gaspar González de Candamo fue profesor de hebreo desde 1778 hasta fines de 1786, en que partió para Méjico con el título de canónigo de la catedral de Guadalajara.

La amistad de Meléndez y Candamo fue larga y sincera. El voto de González Candamo, miembro del tribunal, fue importante para que el extremeño ganara la cátedra de Prima de Letras Humanas en 1781. Candamo apenas puede disimular su amistad con el dulce Batilo («juzga que Meléndez excede a todos en talento y delicadeza de gusto»)79. En agosto de 1781, Meléndez muestra su confianza en González de Candamo, autorizándolo, mediante poder notarial, para que tome posesión, en su nombre, de la cátedra recién ganada. En los tiempos difíciles de mediados de la década de 1780-90, cuando los elementos reaccionarios de la universidad atacaban a los amigos de Meléndez, este salió en defensa del catedrático de hebreo y, quizá intentando retener en España al auténtico amigo, Batilo escribe, el 7 de octubre de 1786, una carta a Eugenio de Llaguno y Amírola, alto funcionario de la Secretaría de Estado y futuro ministro de Gracia y Justicia entre 1793 y 1797, pidiéndole que hiciese todo lo posible para que se le concediese una cátedra de Teología al amigo don Gaspar González de Candamo. No surtió efecto la recomendación y el dulce Candamo optó por la escapada mejicana. Meléndez se encargó de sus asuntos españoles, por lo menos hasta 1789, en que se trasladó a Zaragoza. Compartían el mismo origen asturiano, el entusiasmo por la verdad, un mismo corazón generoso y la defensa de la dignidad del hombre. Una de las poesías más significativas, compuestas por el Meléndez profesor de Filología, es la Epístola V. Al Doctor Don Gaspar González de Candamo, catedrático de Lengua Hebrea de la Universidad de Salamanca, en su partida a América de canónigo de Guadalajara de México, escrita entre noviembre 1786 y junio de 1787, según Georges Demerson80. Está dedicada al «dulce Candamo, su tierno amigo», con el que había compartido la desilusión de la cátedra, las zancadillas de los profesores inmovilistas y la calumnia. Nos muestra el dolor de la separación del amigo que va a hacer las Américas. Al despedirse de su amigo González de Candamo, Meléndez nos transmite una sensación de angustia, desamparo y acoso por los más terribles enemigos. Es una desgarradora llamada al querido amigo para que no deje solo a Batilo.81

Las posibilidades de promoción académica de González de Candamo eran nulas, y nada podían la recomendación del Colegio de Lenguas ni la intercesión de Meléndez ante Eugenio de Llaguno, después del informe del obispo Felipe Bertrán, suprema autoridad de la «real y pontificia» universidad de Salamanca, dado a Floridablanca sobre el catedrático Gaspar González de Candamo, fechado el 20 de agosto de 1783, en   —17→   cumplimiento de la Real Orden de 30 de junio de ese mismo año. González de Candamo era catedrático de hebreo y deseaba acceder a la cátedra de Sagrada Escritura. Bertrán consideraba a González de Candamo mal hebraísta y peor escriturista, según este informe:

«El doctor Candamo es verdad que se graduó en Teología, pero no tiene concepto ninguno de haber mirado esta facultad como necesaria para su carrera; sea por el diferente genio de sus estudios o por el que ellos inspiran muchas veces en sus profesores. Las pocas funciones, en que ha ejercitado como teólogo, no le han adquirido ni una mediana reputación.

Por otra parte, según los informes que he procurado tomar de sujetos imparciales e inteligentes, su pericia en el hebreo es bien corta. Del griego me dicen que nada sabe. [...] En cuya inteligencia yo no me atrevería a confiarle [a Candamo] la cátedra de la Santa Escritura, porque en lo principalísimo para su desempeño es notablemente inferior al doctor Toledano, aunque le exceda en el conocimiento tal cual sea del hebreo»82.



Fallecido el obispo Bertrán en 1783, González de Candamo continuaba con «mil enemigos», según la citada carta de Meléndez: «El mérito de mi amigo es el más distinguido entre todos los teólogos de esta Universidad, bien a pesar de la envidia, que no perdona medio de denigrarle. Su talento, su gusto, su aversión a los malos estudios y sus declamaciones contra ellos le han adquirido aquí mil enemigos, y hacen que vaya en las censuras y consulta pospuesto a malos teologones»83.

En julio de 1787 el bachiller don Francisco José García fue nombrado nuevo catedrático de hebreo84.

En 1781 el Consejo de Castilla cubre las dos cátedras vacantes de Letras Humanas, ganadas respectivamente por Meléndez y Ruiz de la Bárcena, por lo cual las cinco cátedras del Colegio de Filología estaban ocupadas por catedráticos titulares, bastante competentes, lo cual no ocurría desde hacía muchísimo tiempo. La situación se mantuvo desde 1781 hasta la muerte del P. Zamora en julio de 1785, aunque su sucesor, José Ayuso y Navarro también era un jurista capaz, inquieto y progresista, de perfil bastante parecido al de Meléndez. Por ejemplo, a lo largo del curso 1785-86 elaborará las constituciones de la Academia de Derecho español y práctica forense, junto con Ramón de Salas y Cortés, incondicionalmente apoyados por el doctor Meléndez en contra del sector conservador, capitaneado por el censor regio, Vicente Fernández de Ocampo.

De todos los catedráticos de lenguas, Ruiz de la Bárcena es el que presenta una vida más paralela a la de Meléndez. Ambos eran bachilleres en Leyes cuando al principio del curso 1778-79 el poeta de Ribera solicitó la sustitución de la cátedra de humanidades que regentara el maestro Alba y que había quedado vacante por jubilación de Andrés Iglesias. También la pedía otro bachiller en Leyes, don José Ruiz de la Bárcena, que era, además, colegial del Trilingüe; pero el Claustro pleno del 26 de octubre de 1778 prefirió la candidatura de Meléndez85.

Ambos opositan en enero de 1781 a una de las cátedras de humanidades, y Batilo será nombrado para la de Prima el 9 de agosto. Ruiz de la Bárcena conseguirá en la misma oposición la otra cátedra de humanidades.

José Ruiz de la Bárcena era bachiller en Filosofía y en Leyes cuando ganó la oposición en 1781 y conseguirá el doctorado en derecho en el curso 1786-1787, pues empieza a ser réplica en los actos pro universitate de dicha facultad y aparece como doctor. En un acto celebrado el 1 de julio de 1786 aparece como bachiller y en otro del 22 de julio de 1787 ya es doctor. Al parecer, sabía algo de hebreo. Fue el inseparable colega y contrincante de Meléndez desde la época de estudiante y profesor sustituto. Morirá siendo catedrático de Prima de Letras Humanas.

Cuando el grupo de catedráticos de lenguas se enfrenten en dos mitades por la opción de rentas entre cátedras (1781-1784), los dos catedráticos de humanidades, Meléndez y Ruiz de la Bárcena, estarán en el mismo lado y entre septiembre de 1783 y 1784 los litigantes Meléndez y Ruiz de la Bárcena presentaron conjuntamente alegaciones ante el Consejo de Castilla. El conflicto produjo una fractura del Colegio en dos grupos, según sus intereses. Por un lado, los catedráticos de Letras Humanas, Meléndez y Ruiz de la Bárcena, sosteniendo que no había colegio formal de Lenguas ni opción entre las cátedras. Añaden que, si se aplica la opción de antigüedad de cátedras con carácter general, se produciría un gran desbarajuste, pues «hoy son   —18→   cinco las cátedras de lenguas y hay tres jubilados, y si se admite la opción, apenas gozarán los catedráticos de humanidades de sus rentas en premio de sus tareas». Por otro lado, argumentan lo contrario los catedráticos de retórica y de hebreo, doctores Sampere y Gaspar González de Candamo86, que padecían la similar problemática de tener que sostener a un catedrático jubilado y deseaban la opción de rentas. El catedrático de griego, padre Bernardo Zamora, con sus 53 años y tal vez ya enfermo (fallecerá en 1785), parece que se mantuvo al margen de la disputa.

La consulta del Consejo de Castilla del 11 de septiembre de 1784 es un resumen de toda la argumentación de Meléndez y de Ruiz de la Bárcena:

«Antes de librarse la Real Cédula correspondiente para el cumplimiento de esta Real Resolución, [la del 8 de julio de 1783, resultado de la anterior consulta del 30 de abril de ese año] acudieron al Consejo el doctor don Juan Meléndez Valdés y el bachiller don José Ruiz de la Bárcena, catedráticos de Letras Humanas en Salamanca, exponiendo el perjuicio irreparable que se les seguiría de no ponerse a salvo en la ejecución de la orden de Vuestra Majestad el derecho que ya tenían adquirido; pues al doctor Meléndez se le privaba de la mitad de su renta, en cuya posesión se hallaba, y a Bárcena se le exponía a no entrar en muchos años al goce de ella, después de estar sirviendo y haber servido su cátedra casi sin dotación y con sola esta esperanza; y finalmente el estado de indefensión en que se hallaban, pues no se les había oído sobre este punto. Que el doctor Sampere ni fue, ni quiso, ni pudo ser opositor a las cátedras de Humanidad por ser catedrático en cátedra superior y familiarizado con su asignatura, no siendo regular que quisiese descender, además de tener que leer media hora en griego sobre un lugar de Homero, siendo notorio que no sabe ni los rudimentos de esta lengua. Que los opositores no pudieron oponerse al acuerdo de la Universidad por no hacerse enemigos a todos los jueces, en cuya censura consistía su mérito y reputación. Que tampoco hay colegio formal de lenguas, sobre que deba recaer la orden de Vuestra Majestad, porque las cátedras que lo componen están y han estado agregadas siempre a los colegios de otras Facultades: la de hebreo al de Teología, y las restantes al Colegio de Artistas antes que el nuevo plan, y después de él a aquel en que sus individuos reciben los grados mayores. Que la opción en las cátedras de lenguas es un trastorno de las leyes académicas guardadas hasta aquí, y deberá entenderse para lo sucesivo, como toda ley nueva, sin perjuicio de los que, en quieta y pacífica posesión, como Meléndez y Bárcena, habían gozado en sus estipendios con el beneplácito de la Universidad, pues, aunque los edictos se pusieron según el acuerdo, en el hecho mismo de haberlo revocado el Consejo, cumplió su condición, y los catedráticos de Humanidad debieron y pudieron exigir sus estipendios por entero, y entraron en el derecho de todas las rentas de sus cátedras, y juzgándolo así la Universidad no les puso el menor estorbo, ni secuestro. Que hoy son cinco las cátedras de lenguas y hay tres jubilados, y si se admite la opción, apenas gozarán los catedráticos de Humanidad de sus rentas en premio de sus tareas, porque, si antes les estorbaba un solo jubilado, hoy se hallan dos más, sin culpa suya, viniendo a estar los catedráticos de Humanidades mucho más grabados que lo que la Universidad les prometió, si la orden de Vuestra Majestad es y ha de entenderse general. Y por tanto, pidieron que en la ejecución de ella declarase el Consejo entenderse el citado nuevo arreglo para lo sucesivo, y sin perjuicio del derecho que tiene Meléndez adquirido al goce, en que está, de la renta entera de su cátedra, y Bárcena a la de la suya, por cuya sola esperanza la está sirviendo casi indotada; o no habiendo otro arbitrio, que se les oyese en justicia a los actuales catedráticos de Humanidad con el de Retórica, el doctor Sampere, a quien demandaban formalmente en juicio, manteniéndoseles entretanto en el goce de sus derechos»87.



Ruiz de la Bárcena era un profesional cumplidor y exigente. El 3 de julio de 1785 presidió el primer acto pro cathedra que hemos encontrado del Colegio de Lenguas: un acto pro cathedra: De poemate Satírico, sobre la sátira X de Juvenal. El 22 de julio de 1787 Josep Ruiz de la Bárcena, ya doctor, presidió un acto académico sobre El diálogo de la vejez de Cicerón88.

El 22 de junio de 1788 Ruiz de la Bárcena preside su acto anual pro cathedra en el que se defiende «ser   —19→   malo hablar en latín porque se corrompe la locución de la latinidad»89.

Como examinador de preceptores de gramática, Ruiz de la Bárcena era el más exigente de los catedráticos, pues muchos de los reprobados fueron obra suya. Por ejemplo, el examen celebrado el 25 de agosto de 1781 para preceptor de gramática efectuado por don Manuel Pulido, natural de la Villa de Deleitosa, obispado de Plasencia, el cual «sin embargo de estar aprobado acordaron no se le diese el título hasta que, presentándose ante el citado don José Ruiz de la Bárcena a nuevo examen particular, lo mandase dar, dándole de término para ello hasta todo el mes de diciembre del presente año de la fecha»90.




ArribaAbajoEl Colegio de Lenguas en 1790

Desaparecidos del Colegio de Lenguas Sampere y Meléndez, Ruiz de la Bárcena pasa a la cátedra de Prima de Letras Humanas y es el decano de dicho Colegio, constituido con los doctores don José Ayuso, catedrático de griego, quien en 1798 fue sustituido por el bachiller don Joaquín Peiró; don Nicolás María Sierra, nuevo catedrático de retórica91; don Francisco García Ocaña, nuevo catedrático de hebreo, sucesor de González de Candamo en 1787, y don Dámaso de Herrero, sucesor de Meléndez en 1790.

A partir de 1790 el Colegio de Lenguas se estabiliza con las cinco cátedras cubiertas por propietarios, aunque los catedráticos más capaces están a la perspectiva de cambiar a empleos mejor remunerados económica y socialmente. En el otoño de 1798, José Ayuso se pasa a una cátedra de Leyes, siendo sustituido por Joaquín Peiró, y poco más tarde abandonada el Colegio de Lenguas el catedrático de retórica, Luis María de Sierra, futuro ministro de Gracia y Justicia en 1811.

Durante más de quince años, entre el mes de marzo de 1803 y el de diciembre de 1818, no se registró ningún examen para preceptor de gramática en la universidad de Salamanca. Cuando se reanuden los exámenes, el 19 de diciembre de 1818, aún permanecía Ruiz de la Bárcena en el reconstituido Colegio de Lenguas para examinar a un preceptor de gramática, respetando escrupulosamente la fórmula de examen establecida en 1775: «En Salamanca a 19 de diciembre de 1818, a las diez de la mañana poco más o menos, se congregaron en el general de retórica los doctores don José Bárcena, don Francisco García Ocaña y don Joaquín Peiró, catedráticos del Colegio de Lenguas»92. Eran los mismos catedráticos de hacía veinte años. Nos encontramos con casi los mismos examinadores, respetando el mismo procedimiento de examen. Habían ocurrido muchos acontecimientos políticos y culturales en Europa y en España, que habían derruido el Antiguo Régimen. En el campo filológico los románticos, sobre todo los alemanes, estaban descubriendo la moderna filología que dejaba trasnochada la rancia admiración por el mundo grecolatino de los neoclásicos. Pero da la impresión de que el Colegio de Filología de Salamanca pretendía ignorar cualquier innovación, en consonancia con el aire socio-político de la reacción de Fernando VII.








ArribaAbajoMeléndez, buen estudiante de Humanidades

Meléndez realizó su aprendizaje filológico mediante los dos procedimientos más habituales en la época: las lecciones ordinarias y las disputas (las sabatinas semanales y el acto pro cathedra anual). Respecto a los actos pro cathedra hablaremos detenidamente más adelante. De las lecciones ordinarias, como es de suponer, no ha quedado nada escrito y debemos basarnos en referencias de alguna carta y del temario de oposiciones a la cátedra de Prima de Letras Humanas, consistente en explicar versos de Homero y odas de Horacio93, como lo hizo Alarcos García:

  —20→  

«En la cátedra de Humanidades del maestro Alba, a la que Meléndez concurre todo el curso de 1774-75, estudiábanse la Prosodia, la Métrica y la Mitología grecolatinas, basándose principalmente en los textos de Homero y Horacio. Estas explicaciones, dadas por un maestro de sensibilidad tan exquisita y de inteligencia tan penetrante, como las del padre Alba, y dirigidas a oyentes que ya habían cursado varios años de latín y de griego, tenían que ser altamente sugestivas. No se limitaría el padre Alba a exponer seca, escuetamente a sus alumnos los principios métricos y prosódicos de las lenguas clásicas o la enmarañada historia de la Mitología. Cabe más bien suponer que articularía su labor con la del catedrático de Latinidad, que le precedía y que había perfeccionado a los muchachos en la traducción, composición y elegancia de la lengua latina y del griego, y con la del catedrático de Retórica, que le continuaba. Explicar un autor griego o latino desde un amplio punto de vista, pero fijándose principalmente en la métrica, en el estilo, en las alusiones mitológicas e históricas, sería, por tanto, la misión del padre Alba»94.



Más interés para nosotros tienen las traducciones de autores grecolatinos, pues al mismo tiempo que como procedimiento de aprendizaje las podemos considerar como resultado y fruto del mismo. Son bastantes las referencias que Meléndez nos ha dejado de sus traducciones en sus cartas, en especial las dirigidas a Jovellanos. Podemos deducir, con fundamento, que la inmensa mayoría de sus traducciones son anteriores a la consecución de la cátedra (1781), a pesar de que Polt y Demerson, a falta de fechas concretas, se limitan a datarlas con anterioridad a 1814.

Alarcos, con buen criterio, ve en las traducciones de Batilo el signo más evidente de su competencia filológica:

«Meléndez debió de imponerse rápidamente en las lenguas clásicas. En el curso de 1775-76 le vemos sustituir por espacio de dos meses la cátedra de Lengua griega, y en el de 1776-77, por un mes, la de Humanidades del Maestro Alba95. Y es más: por estos mismos años, según se desprende de su correspondencia con Jovellanos, se ensayaba en traducir varios textos clásicos: la Iliada, Teócrito, Epicteto, acaso Horacio y Anacreonte [...]. En estas traducciones ponía Meléndez todo su cuidado, esmerándose en trasladar al romance el sentido, el tono, los matices todos del original. De ahí las inmensas dificultades que encontraba y el que, no estimulado a ellas por la índole de su talento, abandonase muy pronto aquella tarea, que, incuestionablemente, le sirvió para adquirir el amor a la expresión bella, a la frase matizada y numerosa, a la palabra exacta, pintoresca o por lo menos linda, tan característico de sus poesías posteriores»96.




ArribaAbajoLas traducciones latinas de Meléndez

En cuanto catedrático de latín (eso era en esencia la cátedra de Prima de Letras Humanas) que debía explicar a Horacio, Meléndez debió de examinar a los aspirantes al título de preceptor de gramática sobre uno de tres piques sacados de los cuatro libros de las odas de Horacio. Veremos que muchos de los actos pro cathedra también versaban sobre Horacio. No es de extrañar que el catedrático de Ribera del Fresno tradujese   —21→   varios poemas horacianos, desconocidos, aunque supuestos por el fino olfato investigador de Alarcos García. Batilo puso tal esmero en su traducción que no dudó en ordenar que se publicasen entre los escogidos para la edición definitiva de sus obras poéticas (1820). Suponemos que desecharía las traducciones menos satisfactorias. Al tener que reducir esa edición de cinco a cuatro tomos, Martín Fernández de Navarrete, aconsejado por Diego Clemencín y Juan Tineo Ramírez, decidió dejarlas fuera en la edición de 1820. Demerson las ha estudiado en un artículo97 y las ha publicado en las Obras en Verso98. Los editores resumen su valor literario: «Repasadas con cuidado las traducciones con el texto latino a la vista, no nos han parecido ni malas en sí, ni tan indignas de Batilo»99.

Son dieciséis odas las traducidas100, las cuales aparecen sin fecha de ejecución. Los editores se limitan a datarlas con el rótulo de «No es posterior a 1814», pero es lógico suponer que muchas fueron realizadas durante su docencia como catedrático de Letras Humanas, es decir, antes de 1789. Abandonada la cátedra y las consiguientes obligaciones del programa académico, Meléndez, sin olvidar su pasión horaciana, centró su atención traductora en la Eneida de Vigilio. Por las cartas de Meléndez nos aventuramos a concretar más: la actividad traductora más intensa de nuestro poeta es anterior a ganar la cátedra en 1781, es decir, cuando era profesor sustituto (1778-1781).

La oda I traduce a Horacio, Carmina, I, i: «Maecenas atavis edite regibus», en 39 versos endecasílabos. Empieza: «¡Oh de real progenie descendido / Mecenas, dulce honor y amparo mío!».

La oda II, «A Augusto César». Traduce a Horacio, Carmina, I, ii: «Jam satis terris nivis atque dirae», en 52 versos endecasílabos y pentasílabos. Empieza: «Nieve bastante y hórrido granizo / lanzó a las tierras Júpiter, y ardiente / su diestra hiriendo los sagrados templos / aterró a Roma». Meléndez, siendo «sustituto de la cátedra de Humanidad», examinó de esta oda, el 15 de abril de 1780, al aspirante a preceptor de gramática don Roque Jironda, natural de Trujillo. El resto del tribunal estaba formado por Francisco Sampere, Gaspar González Candamo, fray Bernardo Zamora, y el bachiller Pedro Campo, sustituto de Humanidad101.

La oda III, «A la nave en que Virgilio navegaba a Atenas», traduce a Horacio, Carmina, I, iii: «sic te diva potens Cypri», en 48 versos endecasílabos y heptasílabos. Horacio manifiesta su amistad con Virgilio: «Oh nave, a Atenas sin ofensa lleva / te lo ruego y lo debes, a Virgilio, / que mi amor te confía, / y guarda la mitad del alma mía».

La oda IV, «A Sestio Consular», traduce a Horacio, Carmina, I, iv: «Solvitur acris hiems grata vice veris et favoni», en 52 versos heptasílabos. Empieza: «Huye el áspero invierno / y en pos la primavera / da con el cefirillo / agradable la vuelta».

La oda V, «A Lidia», traduce a Horacio, Carmina, I, vii: «Lydia, dic, per omnis», en 30 versos heptasílabos. Empieza: «Por los dioses te ruego / que me digas, oh Lidia, / por qué en perder te afanas / tu amado Sibarita».

La oda VI traduce Carmina I, xiv: «O navis, referent in mare te novi/ fluctus», en 22 versos heptasílabos y endecasílabos. Empieza: «¡Nuevas olas, oh nave, al mar volverte / podrán alborotado!».

La oda VII, «Profecía de Nereo sobre la ruina de Troya», traduce a Horacio, Carmina, I, xv: «Pastor cum traheret per freta navibus», en 44 versos heptasílabos y endecasílabos. Empieza: «Con su huéspeda Helena en nave idea / el pérfido zagal el mar surcaba, / cuando los vientos rápidos Nereo / suspendió en ocio ingrato / para sus fieros hados anunciarle».

La oda VIII, «A la Fortuna anciana», traduce a Horacio, Carmina, I, xxxv: «O diva gratum quae regis Antium», en 50 versos heptasílabos y endecasílabos. Empieza: «Diosa que riges a Ancio deleitosa, / de encumbrar poderosa / del ínfimo lugar a los mortales / o de trocar los triunfos gloriosos / en pompas funerales».

La oda IX, «A su criado», traduce a Horacio, Carmina, I, xxxviii: «Persicos odi, puer, appartus», en 16 versos heptasílabos. Empieza: «La pompa de los persas / aborrezco, muchacho».

La oda X, «A Licinio», fue la que le tocó en suerte en la oposición a la cátedra de Prima de Letras Humanas, ganada por Meléndez. Traduce a Horacio, Carmina, II, x: «Rectius vives, Licini, neque altum». Conservamos dos traducciones. Una en 24 versos pentasílabos y endecasílabos, que empieza «Más sosegado vivirás, Licinio, / si no te engolfas o cobarde tiemblas / las olas bravas, la enemiga costa / mucho rayendo».

Parece que la traducción que defendió en dicha oposición fue otra con el título, «A Licinio, sobre   —22→   la medianía y igualdad de espíritu». Son 24 versos pentasílabos y endecasílabos autógrafos del poeta, quien confiesa: «Esta oda me tocó por suerte en la oposición a la cátedra de Prima de Humanidades de la Universidad de Salamanca y la traduje así entre los demás trabajos de las 24 horas del ejercicio». Meléndez actuó en esta oposición el día 19 de enero de 1781102. La declaración de que se tradujo «así» debe tomarse con reservas, y a que tenemos variantes para esta oda. Empieza: «Muy más dichoso vivirás, Licino, / si en la mar alta tu bajel no explayas, / ni en falsas playas tocas, las borrascas / tímido huyendo».

Oda XI, «A Póstumo», traduce a Horacio, Carmina, II, xiv, la célebre oda que comienza «Eheu fugaces, Postume». La versión castellana empieza: «¡Ay!, Póstumo, los años / raudos, Póstumo, vuelan». Ramajo cree esta oda fue imitada, en parte, por Batilo en su poema «De un convite»103.

Oda XII, «A Grosfo», traduce a Horacio, Carmina, II, xvi: «Otium divos rogat in patenti» en 40 versos pentasílabos y endecasílabos. Empieza: «Quietud al cielo pide quien navega».

Oda XIII, traduce a Horacio, Carmina III, i: «Odi profanum volgus et arceo», en 56 heptasílabos y endecasílabos. Empieza: «Odio y me alejo del profano vulgo». Meléndez formó parte en el tribunal que evaluó al aspirante a preceptor de gramática, don Gabriel Rojo Contreras, natural de la Villa de La Seca, diócesis de Valladolid, quien se examinó de esta oda el 16 de agosto de 1780104.

La oda XIV traduce a Horacio, Carmina III, ii: «Angustam amice pauperiem pati», en 32 versos endecasílabos. Empieza: «Que a sufrir grato la áspera pobreza / en la ruda milicia el joven fuerte / aprenda y que, jinete, de su lanza / pruebe el parto fiero la pujanza».

La oda XV traduce a Horacio, Carmina III, iii: «Justum et tenacem propositi virum», en 82 versos heptasílabos y endecasílabos. Empieza: «Al varón justo en su pensar constante / no ardor plebeyo que lo inicuo ordena / ni del tiran o el rostro menazante / en su alta mente agitarán».

La oda XVI, «A Torcuato», traduce a Horacio, Carmina IV, vii: «Diffugere nives redeunt jam gramina campos», en 56 versos heptasílabos. Empieza: «Huyéronse las nieves, / y la hierba a los campos / y a las selvas sus verdes / cabelleras tornaron».

El continuo trato académico con Horacio en las aulas, reflejado en estas traducciones conservadas y otras muchas que no trascendieron de la rutina docente, explica que el sustrato clásico en la poesía de Meléndez sea fundamentalmente horaciano, como ha demostrado Ramajo. El trato prolongado durante muchos años con el poeta latino convirtió al extremeño en un auténtico especialista y lo llevó a que insensiblemente fuese tomando préstamos horacianos evidentes, aunque resulta arriesgado y arduo precisar el lugar exacto que ha inspirado a nuestro poeta105.

Esta afición a Horacio, exigida por el Plan de estudios vigente de 1771, también aparece en sus cartas, las cuales, según Emilio Palacios, «se convierten en permanente teatro de las actividades intelectuales y poéticas de Meléndez. Ofrecen una reflexión continua sobre las numerosísimas lecturas que alimentaron su formación [...]. Los afanes literarios [de Meléndez] pasaban por el trato e imitación de los que él tenía por modelos, entre los que elige a los escritores clásicos y a los renacentistas. Entre los primeros mostraba particular afición por Horacio -leído, traducido, imitado-»106.

Aludamos a las principales citas sobre Horacio en la correspondencia conocida de Meléndez, todas ellas anteriores a ganar la cátedra en 1781.

La carta del 24 de agosto de 1776 parece ser el punto cumbre de esta admiración. Meléndez alaba el estilo conciso de Horacio: «Yo no estoy por que el poeta lo diga todo; debe callar mucho y omitir, en cuanto sea posible, las ideas intermedias, como lo hacen Virgilio y Horacio, para que el ánimo sienta otro nuevo placer buscándolas, y como que él en semejantes lances se lisonjea de que el poeta lo ponga en obra y le deje algo que investigar y discurrir»107.

Meléndez conocía, no sólo las odas, que eran los textos de referencia en la cátedra y en los exámenes de preceptores de gramática, sino también géneros horacianos más serios como las Epístolas, según se deduce de la larga carta del 2 de agosto de 1777: «¿Por qué tanto miedo por la consolatoria, y tanta desconfianza en remitirla? ¿Ha de ser acaso todo acabado? Y en esta casta de escritos familiares, ¿no debe reinar un cierto desaliño, que los hace más apreciables? Las más de las epístolas de Horacio, no creo yo que hagan ventaja a la   —23→   consolatoria, ni abunden de más oportunas y juiciosas reflexione?»108.

Lógicamente, después de tanto estudiar a Horacio se considera un experto en dicho autor, y se permite el lujo de criticar una traducción de Tomas de Iriarte, habiendo leído sólo fragmentos y no el texto íntegro, según la postdata de esa misma carta del 2 de agosto: «Aún no hemos visto la traducción de la Poética de Horacio109; pero, aun sin verla, convengo en el juicio de Vuestra Señoría, y en el desaliño de algunos versos, por otros que he visto del mismo autor, también desaliñados. Yo la tengo encargada a un amigo de Corte, pero aún no me la ha traído el Ordinario»110. O al menos, el sentido armonioso que de la poesía tenía Meléndez no coincide con la racionalización de la poesía de Iriarte.

Entre los libros que se lleva de vacaciones a Segovia en el verano de 1778 está Horacio: «Yo, después de Domat111 y algo de Heinecio112, me he traído la República de los jurisconsultos de Januario, el Curso de bellas letras de Batteux113, las excelentes Cartas de Clemente XIV, el Tasso, las Noches de Young, y Horacio, y Homero, y las Cartas de Plinio; preciosa compañía en que paso los ratos más deliciosos»114.

Un mes antes del nombramiento de profesor sustituto de humanidades, y como presintiéndolo, se proponía hacer un estudio comparativo entre las principales teorías poéticas, entre las que se encontraba Horacio: «[...] Yo había pensado hacer una comparación de las cuatro poéticas principales, de Aristóteles, Horacio, Vida y Despréaux115, metiéndome también con el Ensayo sobre la crítica de Pope, y nuestro Ejemplar poético de Juan de la Cueva; comparando las reglas de todos con las del filósofo y entre sí, y haciendo un examen crítico de ellas, distinguiendo las fundamentales e invariables de las arbitrarias o de convención»116.

Al comunicarle a su amigo Jovellanos ese nombramiento como profesor sustituto permanente de la cátedra de Letras de Humana, le avisa del contenido de la asignatura y de las ventajas que para la producción poética tendrá el estudio: «Su asignatura es de explicar a Horacio, y yo estoy contentísimo por repasar ahora, que no tengo ya cátedras, todo este lírico»117. Veremos al analizar los actos pro universitate del Colegio de Lenguas que también se explicaban otros autores latinos, como Juvenal, Virgilio, Cicerón, etc.




ArribaAbajoLas traducciones griegas de Meléndez118

Gracias a los aludidos trabajos de Luis Gil y de Concepción Hernando conocemos los estudios helenísticos de Meléndez en el periodo comprendido entre 1767, año en que realiza su primum artium cursum, logicae scilicet en el colegio dominico de Santo Tomás119 en Madrid, y el 8 de noviembre de 1772120, cuando,   —24→   tras haber aprobado el examen de aptitud, es declarado «hábil» para oír ciencia en la Universidad de Salamanca. Luis Gil resume: «Nuestro poeta, en efecto, es uno de los escasos españoles que han conjugado la afición a las antigüedades grecolatinas con un discreto conocimiento del griego»121.

Meléndez tuvo los primeros contactos con el griego en los Reales Estudios de San Isidro en el curso 1771-1772, según su relación de méritos presentada a la oposición a la cátedra de Instituciones Civiles de Salamanca, con fecha de 1778, donde Meléndez afirma tener cursados «tres años de Philosophía en el colegio de Santo Tomás de Madrid, dos en los Reales Estudios de San Isidro, el primero de lengua griega y el segundo de Philosophía Moral»122. Esto mismo se vuelve a repetir en los diversos procesos de las cátedras de Leyes de Toro (1780), de Volumen (1780) y de Digesto (1780)123, a las que opositó Meléndez en Salamanca. Luis Gil le da bastante importancia a este curso 1771-1772, aunque Meléndez se olvida de los estudios realizados en los Reales Estudios de San Isidro en una última Relación de ejercicios literarios, fechada el 6 de septiembre de 1783, recientemente descubierta y publicada por nosotros124.

La enseñanza de griego se desarrolló normalmente en los Reales Estudios desde el comienzo de curso. Las oposiciones para cubrir los puestos docentes se habían celebrado dentro de los plazos previstos a fines de enero de 1771125, y los nombramientos de catedrático y de pasante de griego recayeron, respectivamente, en Juan Domingo Cativiela y Casimiro Flórez Canseco. Las clases se iniciaron al ritmo previsto, y con normalidad prosiguieron durante el primer trimestre del curso hasta que, llegado el mes de enero, el catedrático estimó que sus alumnos estaban ya en situación de pasar a la enseñanza de la «sintaxis». Fue entonces cuando se produjo, en presencia del alumnado, entre el director del centro, don Manuel Villafañe, y el titular de la asignatura, Cativiela, un violento choque, que perturbó la buena marcha de las clases y debió de grabarse en el ánimo del harto sensible adolescente que era a la sazón Juan Meléndez Valdés.

Luis Gil narra los hechos de este enfrentamiento con cierto detalle126, consistente, en lo esencial, en que el director Manuel Villafañe y el profesor sustituto, Flórez Canseco, querían adoptar como texto de la clase de griego la gramática del padre Zamora127, catedrático de Salamanca y antiguo maestro de Flórez Canseco, mientras que el catedrático propietario, Cativiela, deseaba a toda costa explicar por la gramática del Seminario de Padua.

Llegado el momento de comenzar la segunda fase del curso, la enseñanza de la sintaxis, en enero de 1772, Juan Cativiela recomendó a sus alumnos la gramática del Seminario de Padua128, por estimarla la «mejor y ser notorio que es una de las más solemnes que circulan por el orbe literario». Con ello se oponía al deseo de don Manuel de Villafañe, quien pretendía imponer la de fray Bernardo de Zamora, recién publicada en Madrid a fines de 1771129. El director, amparado en una pretendida resolución del claustro favorable a Zamora, penetra en el aula de Cativiela y le ordena, en presencia de los alumnos, que «previniese a sus discípulos que, respecto de haber a mano copia de ejemplares de la citada gramática, la comprasen luego». Cativiela se acaloró y respondió «que no quería hacerlo, si el rey no se lo mandaba, con otras expresiones muy impropias, y de tan perverso ejemplo para sus discípulos circundantes que dieron lugar a que uno de ellos perdiese el debido respeto al director». Cativiela, un ejemplar defensor de la libertad de cátedra, justifica su actitud por el hecho de haber reconocido en conciencia que la gramática de Zamora «no debía admitirse para una perfecta enseñanza pública, no sólo por desconocida entre los literatos, sino también por traer los   —25→   preceptos gramaticales en unos versos durísimos y obscurísimos, estar falta de algunas reglas, manca y obscura en otras»130.

No procede relatar los detalles del enfrentamiento que concluyó cuando el Consejo, prudentemente, el 16 de enero, decide levantar la sanción a Cativiela y ordenarle adoptar la gramática de Zamora, mientras una comisión de expertos no dirimiese la polémica131.

Sin embargo, la polémica sirvió a Meléndez para tener un primer contacto con las peleas entre catedráticos, que sufrirá en propia carne en la universidad de Salamanca, y para conocer la personalidad y la gramática del P. Zamora, calificada por Cativiela, en instancia del 17 de enero de 1772, de oscura y de plagio: «pues la gramática de este carmelita, fuera de ser en muchas partes oscura, como obra compuesta de centones, está falta de algunas reglas y manca en otras muy útiles»132.

Con estos antecedentes, Meléndez llega a Salamanca con ansias de aprender griego en las clases del P. Zamora, sobre todo el año 1773, como consta por los repetidos informes de méritos de sus sucesivas oposiciones a cátedras. Juan Meléndez Valdés asiste durante los cursos 1772-1773 y 1773-1774 a la cátedra de lengua griega y durante el curso de 1774-1775 a la de «prima de Humanidad regentada por el R. Alba»133. En el último curriculum conocido de Meléndez, los Ejercicios literarios de septiembre de 1783, se incluyen los estudios de griego:

«6. Que asistió a la cátedra de lengua griega con puntualidad y aprovechamiento el curso de 1773.

[...]

10. Que ha sustituido las cátedras de Lengua Griega y la de Prima de Letras Humanas en los cursos de 76 y 77, en las ausencias y enfermedades de sus propietarios».



Meléndez sacó provecho de estos estudios helenísticos y sin duda conocía la exigencia de los mismos para todo futuro profesor de humanidades, establecida por el plan de estudios de 1771:

«Bien instruidos de la sintaxis latina y griega, pasarán los muchachos sucesivamente a las cátedras de latinidad, humanidad y retórica [...].

El catedrático de latinidad equivale a maestro de mayores, y perfeccionará a los muchachos en la traducción, composición y elegancia de la lengua latina y del griego [...].

El de humanidad explicará la prosodia, la métrica y la mitología en los dos idiomas latino y griego»134.



¿Pensaba Meléndez dedicarse a la docencia de la filología desde muy joven y decidió prepararse para ello? Parece deducirse que fue en Salamanca donde Meléndez aprendió realmente griego y no en el accidentado curso 1772-1772 en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid. No descartamos, a diferencia de lo que piensa Alarcos, que el poeta extremeño asistiese como un colegial trilingüe más, en cuyo Colegio se impartían todas las clases de filología según lo ordenaba el Plan de Estudios de 1771, a las arduas lecciones de su gramática que el padre Zamora hacía aprender de memoria a sus alumnos, gramática que había compuesto praesertim quod ad paradeigmata nominum et verborum attinet quae declinationes et conjugationes vulgo dicuntur, según el método que el propio Zamora defiende en una oración dirigida a sus alumnos de studio Linguae Graecae recte instituendo135 en la inauguración del año académico 1778-1779. Y frente a esto, Alarcos expresa su perplejidad:

  —26→  

«No se nos alcanza qué atracción o qué interés tendría [la asistencia a clase de Zamora] para Meléndez, que ya había cursado un año de griego. Lo probable es que Meléndez asistiese a los cursos del P. Zamora, no tanto por oírle explicar los elementos gramaticales como por seguir las versiones que se hacían en sus clases y recoger sus comentarios a los textos traducidos. El P. Zamora, en efecto, después que los alumnos habían aprendido a declinar y conjugar, dedicaba las horas de clase a traducir y comentar gramatical, literaria e históricamente algún texto. Comenzaba generalmente con las fábulas de Esopo o las odas de Anacreonte, y seguía luego con las obras de Luciano, Demóstenes, Safo, Alceo, Píndaro, Teócrito o los Padres de la Iglesia»136.



Pensamos que si el curso de griego del año 1771-1772 hubiese sido considerado fundamental por Meléndez y hubiese sido muy fructífero, no se hubiese olvidado del mismo en una representación, la de septiembre de 1783, dirigida al Consejo de Castilla, presidido por el helenista Campomanes, máximo protector de los Reales Estudios.

Luis Gil complementa a Alarcos y encuentra la explicación a la obligación accesoria que se impone Meléndez en el deseo de formarse en el campo filológico:

«Evidentemente hay algo de verdad en esto [lo dicho por Alarcos], sobre todo en lo que al segundo año de asistencia se refiere, pero, una vez conocida la experiencia de Meléndez como alumno en San Isidro, podemos encontrar inicialmente otros móviles a su decisión de concurrir, imponiéndose una obligación accesoria a las suyas como estudiante de leyes, a las explicaciones del helenista salmantino [P. Zamora]. Uno de ellos, quizá el más poderoso, fu era la curiosidad de conocer personalmente al autor de aquella gramática que provocó tan graves escándalos entre su profesor en los Reales Estudios y el director del centro. Otro, no menos fuerte, el de escuchar la exposición coherente de una doctrina gramatical y no la mención continua de sus errores, que, con mayor frecuencia de la debida, haría muy probablemente Cativiela en sus forzados comentarios al arte de Zamora. Curiosidad crítica y deseo de formarse con cierta solidez en griego fueron los motivos que impulsaron al joven poeta a recibir sistemática enseñanza de esta lengua, porque de sus experiencias matritenses sacó la conclusión de la importancia de su conocimiento»137.



Según Luis Gil la afición de Meléndez a los estudios helenísticos es anterior a su llegada a Salamanca: «Si no nos equivocamos, esa profunda convicción no se fraguó en las aulas salmantinas: al menos en lo atañente a la lengua griega, es muy probable que la trajera consigo. Las violentas disputas de Cativiela y Villafañe, las maliciosas observaciones quizá del pasante Flórez Canseco, habían inculcado en su sensibilidad de adolescente la vaga idea de que algo en que tanto apasionamiento se derrochaba no podía ser cosa baladí»138.

Sin duda, para Meléndez las clases de Zamora tenían interés por los comentarios de texto, habida cuenta de que ya había estudiado los rudimentos de lengua griega y debía tener un nivel de conocimientos igual o superior al de los alumnos del Trilingüe. El catedrático salmantino, una vez que sus discípulos sabían declinar y conjugar, dedicaba las clases a traducir y comentar gramatical, literaria e históricamente algún pasaje. Así se deduce del prólogo de su gramática y de su oración De studio linguae Graecae recte instituendo139.

No es nuestro deseo empañar el recuerdo del maestro P. Zamora, pero debemos reseñar dos «rarezas» del mismo. En primer su dictamen en la oposición a Prima de Letras Humanas ganada por Meléndez en 1781. El maestro fray Bernardo Zamora, catedrático de lengua griega y tercer juez del concurso, «después de expresar con individualidad los respectivos ejercicios de cada uno de dichos opositores, en virtud de los cuales y de otras noticias, así judiciales como extrajudiciales, que dice tiene», manifiesta que juzga deber proponerlos con el orden de lugares siguientes: «En séptimo [lugar] al bachiller don Juan Meléndez Valdés, si   —27→   la cátedra es para prosa, y si fuese para poética en primer lugar»140. Llama la atención el juicio del padre Zamora sobre Meléndez141, a cuyas clases de griego había asistido el de Ribera del Fresno en los cursos 1772-1774 y a quien, en consecuencia, debía conocer bastante bien. Si el obispo Bertrán en 1769 lo calificaba de «genio raro»142, su opinión de clasificar a Batilo en séptimo lugar «si la cátedra es para prosa, y si fuese para poética en primer lugar», también es bastante rara, porque no alcanzamos a ver cómo influye la sensibilidad poética en la mejor explicación si son textos grecolatinos en verso o peor si son en prosa.

La segunda «rareza» de Zamora está relacionada con su pedagogía de la fonética griega. Es un comentario del inquisidor Nicolás Rodríguez Laso, alumno suyo y profesor sustituto hacia 1765143:

«Después, fui a la iglesia de San Atanasio, del colegio particular que hay para griegos, donde asistí al oficio que con gran solemnidad hizo el obispo destinado por la Santa Sede para hacer los pontificales y órdenes en esta iglesia, fray Juan Crisóstomo, menor conventual, natural de Sagura en Tesalia, arzobispo de Durazzo in partibus. Todos los colegiales cantaban muy bien, y observé que el sistema de su pronunciación era distinto del que enseñaba el maestro Zamora en la Universidad de Salamanca y muy conforme al que seguía su antecesor en la cátedra, Gavilán, especialmente en cuanto a los diptongos y la upsilón»144.



La «rareza» del griego del P. Zamora era fundamentalmente fonética, pues presentaba una pronunciación escolar del griego no sólo diferente a la de su predecesor Sánchez Gavilán, como observa Laso, sino que será ridiculizada en 1775 por José Ortiz de la Peña en sus Elementos de gramática griega. Zamora daba articulación fricativa a (f, x, q en tanto que Ortiz, y suponemos que Gavilán, proponen pronunciarlas como oclusivas. Pero Rodríguez Laso se refiere, en concreto, a la pronunciación de la ípsilon, que Zamora articulaba como la u castellana y Ortiz como la u francesa o i castellana. Al respecto Ortiz ironiza: «Si a un deudor le preguntan, ¿qué upotecas [hipotecas] ofrece [...] no se escandalizará de tan ridícula locución, si el que habla es tenido por sabio, o creerá ser burla?»145.

Luis Gil intuye que «las relaciones de Meléndez con su nuevo maestro salmantino debieron de ser, si no tan cordiales como corrientemente se supone, al menos bastante buenas. Sugiérelo así no sólo el mutuo acuerdo que reinó entre ambos años después, cuando, siendo ya Meléndez catedrático de humanidades, obraron de mutuo acuerdo en la junta salmantina de las letras humanas, sino el hecho de que en el curso de 1775-76 ocupara como sustituto la cátedra de lengua griega146. Pero estas buenas relaciones no presuponen que Meléndez adoptase frente a la obra y al método de Zamora una actitud acrítica de aceptación beata. Cuando menos, cierta predisposición adversa a su gramática ya se encargaron de imbuírsela bien en los Reales   —28→   Estudios»147.

El cenit de la formación escolar helenística de Meléndez podemos fijarla en 1775, cuando, siendo todavía estudiante y sin el grado de bachiller, se atrevió a publicar la traducción de una poesía en los prolegómenos de la gramática griega de José Ortiz de la Peña. Más adelante veremos que el cenit académico podemos fijarlo en 1786 con su participación destacada en la oposición a la cátedra de griego de ese año.

La oscuridad de algunos pasajes de la gramática del P. Zamora y algunos fallos relativos a la pronunciación, como los anotados por el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso en 1789, antes aludidos, condujeron cuatro años después de publicarse la gramática de Zamora a la aparición de los Elementos de la Gramática Griega para facilitar la traducción de esta lengua sin viva voz de maestro en pocos días. Compendiados con nuevo méthodo por D. Joseph Ortiz de la Peña, colegial y maestro que fue de lengua griega en el Trilingüe de la Universidad de Salamanca, su doctor en la Facultad de Leyes, y bibliotecario mayor. En Salamanca: por Juan Antonio de Lasanta, impresor de la misma Universidad. Año de 1775.

Siguiendo el estudio de Luis Gil y Concepción Hernando, nos fijaremos brevemente en esta gramática porque en ella está inserta la primera poesía publicada de Meléndez y porque nos muestra a un Batilo íntimamente ligado, desde sus años estudiantiles, al Colegio Trilingüe, del que Ortiz era profesor. El autor, de quien no tenemos otra noticia que los datos de la portada, pretende -como asegura en el «Prólogo al lector»- hacer una obra pedagógica recogiendo en un breve volumen sus observaciones de clase en el Trilingüe, y dispone «un méthodo capaz de facilitar la traducción en ocho días». Su propósito es el de «facilitar, cuanto es posible, el estudio de una lengua, cuya ignorancia no solamente es vergonzosa, sino también perjudicial para el adelantamiento de las ciencias». El público a que se dirige son los «muchos literatos deseosos de instruirse en lo elemental de esta lengua y que, ya por la edad, ya por la graduación, no pueden, ni les sería decente concurrir con los jóvenes a las aulas públicas para tomar su apetecida instrucción». Afirma que la escribe a instancias de algunos doctores de la Universidad que no lograron salir de dudas manejando las gramáticas al uso, y pensando en la obligación impuesta por el Plan de Estudios de 1771 al estudiantado universitario de cursar un año de griego:

«El Real y Supremo Consejo de Castilla ha establecido, en el nuevo método de estudios dirigido a mi Universidad, por regla general, que todos los cursantes asistan a un curso a la cátedra de lengua griega, de modo que no puedan ser admitidos a oír facultades mayores sin esta circunstancia y previa disposición. Este precepto superior, aunque justísimo, ha producido en los profesores una especie de desaliento, que les figura desde luego ser mucho atraso el de un año en la carrera escolástica, sin fijar la consideración en las utilidades que se consiguen por este medio. Yo creo utilísimo este año, que muchos juzgan por atraso; pero también juzgo que, si la instrucción que se desea en lo elemental de esta lengua puede facilitarse en menos tiempo, y tal vez en los fines del estudio de la gramática latina, sería un medio utilísimo y poco gravoso para los estudiantes. Este compendio, ayudado de la viva voz del maestro, bastaría para conseguir, aun en los niños, esta instrucción en pocos días; y si se probara y experimentara este medio, no sería poca la utilidad de su publicación y establecimiento»148.



Ya sabemos que esa regla general de obligar a asistir a un curso de griego a «todos los cursantes» nunca se aplicó. Según Concepción Hernando, «la gramática de Ortiz de la Peña (111 páginas en cuarto) es una obra coyuntural, cuyo mérito reside en la claridad de las normas adoptadas para la pronunciación escolar, en la concisión de la doctrina reducida al mínimo, el esquematismo de los paradigmas y la supresión de los versos engorrosos que, lejos de facilitar el aprendizaje de los hechos, venían a complicarlos innecesariamente. Se sitúa, pues, en la misma línea del jesuita José Petisco149 y, dado su carácter elemental, no tuvo gran difusión fuera del ámbito del Trilingüe salmantino. No aparece citada en ninguna parte»150.

Durante los tres años que van desde que aprobó el examen de bachilleramiento en Leyes (agosto de   —29→   1775) hasta que consigue el nombramiento de profesor sustituto de humanidades (octubre de 1778), Meléndez continuó ligado al aprendizaje de las humanidades en general, y del griego, en particular, al tiempo que continuaba cursado la licenciatura en Leyes, según se desprende de su correspondencia con Jovellanos.

Concepción Herrando ha seguido estas ocupaciones helenísticas de Meléndez151. Como sabemos, el joven poeta tenía ya una formación lo bastante amplia en las lenguas clásicas y, en concreto, en griego, como para sustituir durante el curso 1775-76 dos meses la cátedra de lengua griega152.

Por la correspondencia entablada entre Jovellanos y Meléndez Valdés desde 1776, tenemos noticia de los ensayos como traductor de nuestro poeta. Por consejo de Jovellanos emprendió la traducción de la Iliada, como lo dice en carta de 3 de agosto de 1776:

«Excitado de lo que Vuestra Señoría me escribe, he emprendido algunos ensayos de la traducción de la inmortal Iliada y ya antes alguna vez había probado esto mismo; pero conocí siempre lo poco que puedo adelantar; porque supuestas las escrupulosas reglas del traducir que dan el obispo Huet153 y el abate Regnier en su disertación sobre Homero, y la dificultad en observarlas, el espíritu y la majestad y la magnificencia de las voces griegas dejan muy atrás cuanto podamos explicar en nuestro castellano y por mucho que el más diestro en las dos lenguas y con las mejores disposiciones de traductor trabaje y sude, quedará muy lejos de la grandeza de la obra. Las voces griegas compuestas no se pueden explicar sino por un grande rodeo, y los patronímicos y epítetos frecuentes, y que allí tienen una imponderable grandeza, no sé si suenen bien en nuestro idioma. Esto hace que precisamente se ha de extender la traducción un tercio más que el original, como sucede a Gonzalo Pérez en su Ulixea y esto le hará perder mucho de su grandeza. Yo en lo que he trabajado, que será hasta trescientos versos, procuro ceñirme cuanto puedo, y hasta ahora, con ser la versión sobrado literal, calculando el aumento de los versos hexámetros con respecto a nuestra rima, apenas habrá el ligero exceso de veinte versos. Espero que en todo este mes y el siguiente tendré acabado el primer libro [...] y si vuestra señoría gusta verlo, lo remitiré para entonces [...]»154.



A esta traducción, de cuyas dificultades tan consciente estaba, Meléndez alude en ulteriores cartas a su corresponsal: «Vuestra señoría dirá que para qué me he traído la Iliada ni nombro a Homero, no haciendo nada de provecho ni cumpliendo mi palabra dada». Meléndez no avanzaba en sus estudios humanísticos porque, como en muchas ocasiones a lo largo de su vida, se estaba interponiendo su faceta de jurista, en concreto, estaba preparando el examen de licenciatura en Leyes, según escribe desde Segovia el 11 de julio de 1778:

«En el año que viene [1779] saldremos de este apuro [el citado examen] y entonces verá vuestra señoría si el numen de Jovino me anima, y el deseo de agradarle me enciende de manera que cante de Aquiles de Peleo


La perniciosa ira, que tan graves
Males trajo a los griegos, y echó al Orco
Muchas ánimas fuertes de los héroes
Que las aves y perros devoraron

Esta traducción pide una aplicación cuasi continua, y una lección asidua de Homero, para coger, si es posible, su espíritu. Yo, embebido en el original, acaso haré   —30→   algo; de otra manera no respondo de mi trabajo; pero esto pide una carta separadamente, en que yo informase a vuestra señoría de todas mis miras y pensamientos»155.



De nuevo, cuando recibe la regencia de la cátedra de humanidades, manifiesta su satisfacción y su esperanza de que «nuestros pensamientos sobre Homero podrían efectuarse mucho mejor»156. El joven sabio Menéndez y Pelayo apostilla: «no tengo otra noticia de esta versión»157. Ni creemos que Meléndez fuese muy lejos en este empeño, pues, sin duda, el estro épico no iba con el temperamento del poeta y jamás terminó su intento. Sin embargo, este entretenimiento traductor sirve para demostrarnos que ocho años antes de la oposición a la cátedra de griego de 1786, Meléndez conocía perfectamente el original de Homero, objeto del primer ejercicio de la oposición, de manera que su criterio de juez se pudo imponer fácilmente a sus mediocres compañeros jueces.

Otros autores griegos que tradujo Meléndez Valdés son Epicteto y Teócrito. En carta a Jovellanos del 2 de agosto de 1777, tras confesar que le gusta más Epicteto que Séneca, le comunica al asturiano que al filósofo griego «cuando aprendía griego, le traduje todo, y aun tuve después ánimo de hacerlo con más cuidado para mi uso privado»158.

El 18 de octubre de 1777 dice: «en acabando de copiar y poner en limpio dos traducciones mías de dos idilios del sencillo Teócrito [...], anudaré el hilo roto y proseguiré contando mis cosas»159. Se trata del Idilio II de Teócrito, «Las hechiceras», traducción hoy perdida, y del Idilio XX, «El vaquero», tradicionalmente atribuido a dicho autor griego, aunque ya no se considera suyo. En la edición de 1820 de las poesías de Meléndez Valdés no se incluyeron estas traducciones, pero Cueto en 1871 pudo recoger la del Idilio XX, que permanecía inédita. No nos resistimos a reproducir la valoración de un casi adolescente Menéndez Pelayo (está firmada en Santander el 23 de enero de 1875 y había nacido en la misma ciudad el 3 de noviembre de 1856), donde se juzga a Meléndez mejor helenista que José Antonio Conde: «Está hecha con grande inteligencia del original, aunque en versos no tan fluidos y armoniosos como los que de continuo usaba Meléndez en sus poesías originales. Demuestra, no obstante, sus buenos conocimientos helenísticos y en conjunto es harto superior a la que años después hizo D. José Antonio Conde»160.

Herrando la juzga bella y sencilla, a pesar de su amplificación, pues los 45 hexámetros del autor griego se convierten en 69 endecasílabos castellanos, es decir, más de ese tercio de amplificación que le salía en su traducción de Homero161. Va precedido del argumento: el desdén que una bella ciudadana hace del amor de un rústico pastor162.

Respecto al admirado Anacreonte, no nos consta que Meléndez llegase a traducirlo. Alarcos sugiere con harta verosimilitud que Meléndez tradujera también a Anacreonte por sus alusiones al poeta griego: «El continuo estudio que he puesto por imitar en el modo posible al lírico de Teyo y su graciosísima candidez»163.





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