Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Juan Meléndez Valdés: 250 años de pervivencia del hombre y de la obra de un ilustrado en tiempos de turbulencias

Antonio Astorgano Abajo


Catedrático de Lengua y Literatura



RESUMEN: En el presente estudio se repasa la pervivencia de la figura y de la obra Juan Meléndez Valdés, el mejor poeta español del siglo XVIII, con motivo del 250 aniversario de su nacimiento, que coincidió con el fatídico día 11 de marzo de 2004. Después de examinar los altibajos del éxito de su obra a lo largo de los dos últimos siglos, se valoran las circunstancias que influyeron en el poco éxito del citado 250 aniversario. Palabras clave: Meléndez Valdés, 11 de marzo, Ribera del Fresno, Rodríguez-Moñino.

SUMMARY: In this essay we have a look at the survival of the figure and works of Juan Meléndez Valdés, the best Spanish poet of the XVIII century, because of the 250 years anniversary of his birth, that was coincident with the ominous 11th March 2004. After examining the ups and downs of his works through the two last centuries, we value the circumstances that have had influence in the little success of the above mentioned anniversary. KEY WORDS: Meléndez Valdés, 11th March, Ribera del Fresno, Rodríguez-Moñino.



1. Introducción

El fatídico día 11 de marzo de 2004 coincidió con el 250 aniversario del nacimiento de Juan Meléndez Valdés, el mejor poeta español del siglo XVIII, cuyas efemérides pasaron totalmente desapercibidas, salvados los esfuerzos conmemorativos de los extremeños de Ribera del Fresno y de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres.

Con la misma finalidad recordatoria habíamos concertado un acto (conferencia y recital poético) en la Biblioteca Nacional de Madrid. Como no se pudo celebrar por razones obvias el citado día 11, se trasladó al día 25 del mismo mes y tampoco se pudo realizar por coincidir con el duelo oficial (hubo tres muertos entre los trabajadores de dicha Biblioteca). Después llegó el cambio político de dirección y no ha habido forma de convencer a la contradictoria señora Rosa Regás de la importancia de Meléndez. Mucho mejor le habría ido a las Letras Españolas si el novelista Luis Mateo Díez hubiera aceptado la dirección de la Biblioteca Nacional1. Ante la posibilidad de que los infortunios políticos continúen rondando al bueno de Batilo, aprovechamos la oportunidad que nos brinda la Revista de Estudios Extremeños para reflexionar sobre su figura, antes de que enmudezcan en el olvido tales efemérides y la misma silueta del poeta.

Hace tiempo que nos ronda la idea de que el precio que la Literatura del siglo XVIII, literatura centralista, racionalista, regalista y españolista, está pagando en la coyuntura sociopolítica actual, regionalista-separatista, es muy sutil, pero cierto, como hemos podido comprobar con motivo del citado 250 aniversario del nacimiento de Meléndez, la más pura encarnación de la mentalidad ilustrada y uno de los diez mejores poetas de la Literatura Española. Ciertamente la historia y la literatura de la Ilustración han experimentado una revalorización en los últimos cincuenta años, gracias al ímpetu de eruditos como Caso González o Aguilar Piñal. Sin embargo y paradójicamente, en virtud de los nuevos medievalismos, llamados culturas autonomistas o literaturas regionalistas, cualquier personajillo que haya dado tinte localista a su producción literaria tiene hoy más resonancia que cualquier voz honda que se haya ocupado de los problemas del hombre español. Se diría que en las letras actuales españolas, algunos autores como Meléndez sufrieron en el pasado exilio y ahora un desarraigo y extraterritorialidad que inevitablemente llevan al olvido2.

Nos tememos que la turbulencia del Estado de las Autonomías en la que está sumida España afecte negativamente a la pervivencia de la obra de Meléndez. A nivel de toda España parece evidente, ¿y a nivel de autonomía extremeña? La cosa no está clara. En mis iniciativas melendecianas las autoridades extremeñas siempre han sido correctas, en especial el Ayuntamiento de Ribera y la Diputación de Badajoz. Sin embargo no observamos demasiados entusiasmos en la intelectualidad extremeña ni en lugares íntimamente ligados a Batilo, como las ciudades de Almendralejo y Cáceres, donde no tiene dedicada una triste callejuela.

Como en todas partes, sesudos eruditos locales pretenderán enseñar «literatura extremeña» y esperemos que no se queden en El Miajón de los Castúos. Con toda propiedad, no puede atribuírsele el calificativo de «extremeña» a esa literatura escrita en una variedad lingüística, que apenas es dialecto, y además está en vías de extinción, a pesar de los plausibles esfuerzos de algunos jóvenes lingüistas y literatos, atraídos por su amoroso y emotivo canto de cisne.

Porque, hablemos claro, la literatura extremeña no existe, y su estudio sería tan peregrino como proponer el estudio de unas matemáticas específicamente extremeñas3. Tal vez podríamos acercarnos al concepto de literatura aragonesa a través de su capacidad para constituirse en expresión del carácter extremeño. Pero entraríamos en un problema muy resbaladizo, como se deduce de la lectura del capítulo «Ensayando Extremadura» del discurso Ensayistas extremeños contemporáneos de Manuel Pecellín4. Tan antigua como la tentación de encontrar una definición del carácter extremeño ha sido la de descubrir esos rasgos en la Literatura. Pecellín reseña una veintena de ensayistas-definidores, los cuales, con frecuencia, se han limitado a generalizar las características de algunos extremeños más o menos universales, entre los que Meléndez figura menos de lo que sería deseable para comprender tal concepto.

Para no extendernos en la cuestión que ya preocupó al extremeñismo burgués de finales del siglo XIX y de principios del XX, deberíamos entender por literatura extremeña la producción literaria española de los autores nacidos o fuertemente vinculados a Extremadura, y, si admitimos cierta dosis de chovinismo en la enseñanza literaria en Extremadura, Meléndez debería ocupar lugar preferente en el temario de la Enseñanza Secundaria, porque su poesía rezuma extremeñismo, y además describió el discurso de inauguración de la institución civil más prestigiosa y antigua que conserva Extremadura: el Discurso de apertura de la Real Audiencia de Extremadura5.

No es mi intención cansar al lector con una serie de datos sobre la vida y obra de Meléndez, fácilmente asequibles en cualquier manual. Por lo tanto, más que recuperar la memoria del enorme prestigio y popularidad que Meléndez gozó a partir de la aparición de la primera edición de sus Poesías en 1785 y durante gran parte del siglo XIX, nos interesa, sobre todo, ver lo que ha pasado con la obra de nuestro poeta durante la segunda mitad del siglo XX, lo que pasa en la actualidad y, especialmente, nos atreveremos a aventurar las condiciones que favorecerían la pervivencia de la figura y de la obra de Meléndez, lo cual no es poco atrevimiento en los tiempos cambiantes y turbulentos que corremos, nada favorables a la propedéutica de las Humanidades.

Es inevitable recordar que hace doscientos cincuenta años don Juan Meléndez Valdés nació en Ribera del Fresno (Badajoz) el 11 de marzo de 1754 y que falleció en Montpellier el 24 de mayo de 1817; que es uno de los más grandes poetas de la literatura española y, sin duda, el mejor en los dos siglos que van desde la desaparición de la generación de Lope de Vega y Quevedo, hacia 1640, hasta la irrupción de la generación romántica, hacia 1840.

Ni siquiera vamos a esbozar escuetamente el personaje, ni a analizar, aunque fuese brevemente su extensa y constante producción poética de los 480 poemas que tenemos censados en la reciente edición de sus Obras Completas, que hemos preparado para la Editorial Cátedra. Entre este voluminoso curpus poeticum encontramos unas docenas de poesía, que, unidas a los Discursos Forenses y a la correspondencia, son suficientes para poder afirmar que, conforme profundizamos en el pensamiento de Meléndez, vamos descubriendo a uno de los miembros más radicales de aquella generación de ilustrados (Godoy, Jovellanos, Francisco Saavedra, Cabarrús, Goya, Conde de Ezpeleta, etc.), que, incluso, llegó a ostentar el poder durante unos meses entre 1797-1798, y cuyo fracaso supuso la última oportunidad de modernizar la España del Antiguo Régimen y abrió las puertas al desastroso siglo XIX en España. Poco después, los Caprichos de Goya, también de 1798, reflejan el drama ideológico de aquel grupo de gobernantes.

En el presente estudio pretendemos dar un esbozo del estado de la cuestión de cómo se encuentran los estudios y las investigaciones sobre la vida y la obra de Meléndez Valdés hasta finales de 2005, con motivo de la conmemoración del 250 aniversario de su nacimiento.

Reseñaremos algunos de los actos celebrados con tal motivo más que nada para dejar patente nuestro poco éxito en el empeño de hacer resurgir la obra y la figura de Meléndez, como, dentro de nuestras limitas posibilidades, habíamos pretendido al sugerir varias acciones desde la noche del 10 de agosto de 2000, en que conversamos con las autoridades de Ribera, con motivo de una agradable conferencia que impartimos en la citada villa.

Es casi un tópico considerar que el poeta de Ribera del Fresno nunca ha sido beneficiado por los acontecimientos sociopolíticos que rodearon la publicación de sus obras. Desde luego, las circunstancias que rodearon el trágico día 11 de marzo de 2004, día en el que Meléndez habría cumplido 250 años, no hacen nada más que confirmar y acrecentar esa leyenda. Parece que todo se confabuló para que nadie hablase de Meléndez y pasase desapercibido en sus efemérides.




2. Valoración histórica de la persona y de la obra de Meléndez en el siglo XIX

La valoración histórica de la personalidad de Meléndez ha tenido sus altibajos en los dos últimos siglos. Por razones de espacio, no tengo más remedio que remitir al lector al libro que, por mandato de la Real Academia de la Lengua, redactó don Antonio Rodríguez-Moñino en 1954 con motivo de la conmemoración del segundo centenario del nacimiento de Meléndez, titulado Poesías inéditas de Juan Meléndez Valdés6, donde da una visión escueta y esclarecedora del estado de la producción literaria y de las investigaciones sobre el poeta extremeño hasta esa fecha.

Resumiendo la consideración que el siglo XIX tuvo sobre la vida y la obra de Meléndez, pudiéramos decir que sus poesías se leyeron mucho en la sociedad ruralizada de aquel siglo, a juzgar por el número de reimpresiones, y que a finales de ese siglo prácticamente se había publicado todo el corpus poeticum de Batilo, gracias al tirón investigador del último tercio de ese siglo, pues, en pocos años, entre 1871 y 1897, se acrecentó la obra de nuestro poeta con ochenta y seis composiciones (16 de D. Leopoldo Augusto de Cueto, cuando preparaba los volúmenes de Poetas líricos del siglo XVIII para la Biblioteca de Autores Españoles7; 2 de Nicolás Díaz Pérez, quien en 1884, en la biografía de Meléndez que figura en su Diccionario de extremeños ilustres, aprovechó la ocasión para imprimir dos poemas, probablemente facilitados por el descendiente del poeta D. Aniceto Terrón de la Gándara8; 42 de Raymond Foulché - Delbosc, quien dio el mayor impulso en 1894 a la revisión de los textos del poeta, publicándolos en la recién fundada Revue Hispanique9; y 26 del diligente bibliotecario D. Manuel Serrano y Sanz, quien, estimulado por los artículos de Foulché Delbosc, y con destino a la misma revista, seleccionó varias cartas y esos poemas10), cifra considerable si se tiene en cuenta que representa casi una cuarta parte de la obra total. Sumadas las 86 poesías nuevas a las 298 de la edición de 1820 tenemos un total de 384. Si consideramos que en nuestra edición anotada de las Obras Completas de Meléndez saldrán 479, vemos que a lo largo del todo el siglo XX, sólo se ha incrementado en 95 poemas el corpus poético melendezvaldesiano, de los cuales 72 se deben al matrimonio Rodríguez-Moñino, siete a su esposa, doña María Brey, y sesenta y cinco a don Antonio. El resto de investigadores del azaroso siglo XX nos hemos tenido que contentar con el magro resultado de unas 25 o 30 composiciones nuevas como fruto de nuestras arduas y afanosas tareas.




3. La estimación de la obra melendezvaldesiana en el siglo XX

Las investigaciones sobre la obra de Meléndez Valdés a lo largo del siglo XX hay que dividirlas en dos periodos: antes y después de Antonio Rodríguez-Moñino, que viene a ser lo mismo, antes y después de 1954, año en que se conmemoró el segundo centenario del nacimiento de nuestro poeta.

Durante la primera mitad del siglo XX, en torno a 1925, hubo cierto resurgir del interés por Meléndez, con estudios de Emilio Alarcos García, con su clásico estudio sobre Meléndez en Salamanca, de Dámaso Alonso, José María de Cossío y de Pedro Salinas11. En el extranjero Gilbert M. Fess había analizado en 1924 la oda X, Vanidad de las quejas del hombre contra su hacedor, para demostrar que tenía sus raíces en el pensamiento de Pascal12. Debemos destacar dos nombres, que supieron aprovechar la adquisición que la Biblioteca Nacional hizo de nuevos lotes de manuscritos con inéditos de Meléndez, principalmente en 1901 y 1906. En primer lugar, al refinado poeta Pedro Salinas, quien extrajo de ellos ocho romances que publicó en el Homenaje a Menéndez Pidal, en 192513, y ese mismo año dio un notable impulso a la valoración de la poesía, sobre todo la anacreóntica, de Meléndez con el magnífico prólogo que puso al frente de su antología para la colección La Lectura, Clásicos Castellanos14. El segundo nombre importante es William E. Colford, quien dio a la estampa seis poesías nuevas en apéndice a su preciosa biografía de Meléndez, en 194215.

Al rededor de estas dos aportaciones importantes no encontramos la publicación de nuevas poesías inéditas de Meléndez sino comentarios sobre poesías sueltas ya conocidas, como hace Miguel Artigas en 1918 sobre la Oda al otoño16, ya presente en la edición de 1797, o en 1929 María del Pilar Lamarque sobre el soneto XXXII, «Al Exmo. Sr. D. Mariano Luis de Urquijo, mi antiguo y fino amigo, habiéndole nombrado el Rey Caballero del insigne Orden del Toisón de Oro» (1812)17, que ya había sido publicado por Serrano y Sanz. Ese mismo año de 1929 aparece un valioso librito del abogado don Francisco de Munsuri sobre el Meléndez jurista18. En plena II República parece que hay otro repunte en el interés por la poesía de Meléndez, pues en 1936 aparecen dos estudios de José María de Cossío y otro de Deleito y Piñuela19, sin olvidar el trabajo del omnipresente Ángel González Palencia relativo al discurso de Meléndez sobre las jácaras y romances vulgares20. Por otra parte recordemos que en 1934 apareció un libro que supuso cierto renacimiento de los estudios dieciochescos en España, Las ideas biológicas del padre Feijoo de Gregorio Marañón21.


3.1. Las investigaciones de 1954 entorno al segundo centenario del nacimiento de Meléndez: don Antonio Rodríguez-Moñino y otros

Vinieron la guerra y la postguerra, y nuestro siglo XVIII fue considerado como un siglo perverso, vitando, como origen de todos los males que dominaban en los cinco primeros años de la Segunda República, arrasados por el glorioso Movimiento Nacional22. Nuestro Meléndez fue uno de los poquísimos que, de momento, se salvaron, sin duda por la visión amable que del campo presentaban sus poesía anacreónticas, lo único que se permitía llegar al gran público, pues la poesía ilustrada era ignorada y los Discursos Forenses eran totalmente desconocidos. Y mejor así, pues si se le hubiese ocurrido a algún censor de la época leer el Dictamen fiscal en una solicitud sobre revocación de una sentencia ejecutoriada en un pleito de esponsales, en el que Meléndez sostiene que el matrimonio es un contrato exclusivamente civil que se puede romper cuando falla el amor, probablemente todo Meléndez habría ido al Índice de libros prohibidos. Lo cierto es que en plenos años de hambre aparecen algunos estudios melendezvaldesianos, en 1943 de un catedrático decididamente franquista como era don Joaquín de Entrambasaguas23, y en años sucesivos otros de José Simón Díaz y Enrique Segura Covarsi24.

En este ambiente no especialmente negativo para la memoria de nuestro poeta, llega la celebración del segundo centenario del nacimiento de Meléndez, la cual tuvo bastante reflejo en la valoración del poeta de Ribera del Fresno. Además del libro semioficial encargado por la Academia de la Lengua a don Antonio Rodríguez-Moñino, del que hablaremos más adelante, conviene recordar que a lo largo de ese año aparecieron escritos, más o menos importantes, sobre Meléndez, de Fernando Lázaro Carreter, Luis Araujo Costa, Nicolás González Deleito, Gerardo Diego y E. Cros y Melchor Fernández Almagro25. Si la gran aportación de nuevos poemas melendezvaldesianos en el siglo XIX se produjo en torno a la Revue Hispanique, en el siglo XX cabrá a don Antonio Rodríguez-Moñino el honor de acrecentar ese acerbo poético.

Durante los años 1931 y 1933 llegó a sus manos una cantidad considerable de documentos biográficos y literarios de Meléndez. Utilizados algunos de los primeros en un artículo (1932)26, quedaron todos los de la segunda clase pendientes de revisión y estudio. Dio un pequeño anticipo en 1945 con la publicación de cuatro sonetos y una canción en la revista Garcilaso27, que al ser reeditados en 1954, en realidad las Poesías inéditas no serán las 65 «que, salvo error, no han sido impresas nunca», como afirma en la «Noticia Preliminar»28, sino 60. Hecho, como es lógico, que don Antonio no tiene interés en recordarle a la Academia de la Lengua, patrocinadora de su trabajo en 1954.

Para ofrecer una muestra de la riqueza que atesoraban los manuscritos del matrimonio, seleccionó María Brey siete poesías que se consideraban como definitivamente perdidas ya en 1894 y las publicó, primero en la Revista de Estudios Extremeños, en 1950, y un año más tarde en formato de opúsculo29. Doña María Brey advertía que se limitaba a imprimir las siete que no pudo hallar Foulché-Delbosc, pero que quedaban aún bastantes poesías inéditas.

Lo importante del trabajo de don Antonio en 1954 no sólo reside en dar a conocer sesenta nuevas poesías, sino que desbrozó el campo de las numerosísimas variantes que, debido al enorme éxito de público, se habían ido acumulando sobre los distintos poemas de Meléndez. Es de suponer que este ejemplo animase a Polt a emprender la ingente labor de ir cotejando verso a verso las variantes de los casi quinientos poemas, como veremos más adelante.

Cuando la Real Academia le encargó reunir los textos desconocidos de Meléndez Valdés, con motivo de celebrarse el segundo centenario de su nacimiento, se impuso como primera tarea la de conocer exactamente cuáles eran las poesías impresas y cuáles no. A tal efecto formó un índice de las contenidas en las ediciones hechas en vida del poeta (1785, 1797) y en las de 1820 y 187130, e incorporó las exhumadas por los eruditos con posterioridad a la edición de la BAE. En posesión ya de este nutrido fichero, la labor para fijar los inéditos, aparentemente fácil y mecánica, tuvo, sin embargo, sus dificultades originadas por las correcciones y cambios textuales, no detectables por el simple cotejo de primeros versos de cada poema31.

Hemos dicho que el trabajo de don Antonio en 1954 fue tan importante o más en los cauces de investigación que dejaba abiertos a los estudiosos posteriores, como por su aportación personal de poemas inéditos. En efecto, hizo preceder a las poesías inéditas de dos trabajos, conscientemente elaborados para los estudiosos de Meléndez, pues dice textualmente: «Acompañamos a estas páginas preliminares dos trabajos que esperamos serán de utilidad para los futuros investigadores y que era necesario de todo punto realizar: uno, la bibliografía de Meléndez Valdés comprensiva de los libros o folletos en los cuales haya aparecido por vez primera vez alguna composición de nuestro autor [...]. El segundo de los trabajos es un Índice general alfabético de primeros versos. Se ha volcado en él todo el contenido de las obras citadas en la bibliografía, haciendo las necesarias referencias cuando existen dos o más redacciones del comienzo de un poema, de forma que al examinar un manuscrito y cotejarlo con el Índice pueda saberse exactamente si sus lecciones son conocidas o no y, en todo caso, tener exhaustiva información de los lugares en que se hallan, impresos o manuscritos, los textos».

Como vemos las investigaciones de don Antonio se centraron en la poesía de Meléndez y no en la prosa, lo cual creemos que tendrá su importancia en los estudios posteriores sobre Meléndez, que, fundamentalmente, se centrarán en el análisis de sus poemas, ignorándose hasta fecha reciente su prosa, a pesar de la modernidad de la misma. Tal es, en líneas generales, el estado en que se encontraban los estudios melendezvaldesianos cuando don Antonio firmó en 1954 el trabajo realizado por mandato de la Real Academia Española. Era una magnífica plataforma para continuar los estudios sobre Meléndez a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, muy útil, además, por el carácter de don Antonio, según relata su discípulo Demerson:

«Era hombre muy generoso, muy desprendido, muy espléndido. Siempre ayudaba a los jóvenes, con tal que le parecieran tener madera. Sé que ayudó a todos los jóvenes investigadores, a Glendinning, por ejemplo. A mí también me prestó unos cuarenta documentos distintos, más o menos interesantes sobre Meléndez»32.



Tanto Polt como Demerson estuvieron presentes en el II Congreso de Estudios Extremeños, celebrado en Badajoz entre el 9 y el 13 de diciembre de 1968, dos meses después de la lectura por don Antonio de su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Tanto como congreso, fue un último homenaje a su presidente Rodríguez-Moñino, quien no pudo asistir al III Congreso, celebrado en Plasencia en abril de 1970, porque fallecería el 20 de junio de ese año33.

Resulta evidente que los tres estudiosos más importantes que trabajaron sobre Meléndez durante la segunda mitad del siglo XX son Don Antonio Rodríguez-Moñino, Demerson y Polt. Por eso, estábamos especialmente interesados en conocer las relaciones entre ellos y de los tres con la figura de Meléndez. En consecuencia, y abusando de la amistad, me atreví a sugerirle al único de los tres, felizmente superviviente, que contara algo al respecto, cuya respuesta resumo a continuación. Me dice Polt:

«A don Antonio Rodríguez-Moñino sí tuve la suerte de conocerlo, primero, a partir de 1960, en su tertulia del Café Lion, en la calle de Alcalá, y después, hasta su muerte en 1970, como colega, en mi departamento, aquí [Universidad de Berkeley]. En cuanto a su influencia en la valoración de Meléndez, no recuerdo lo que haya dicho Demerson al respecto. Lo que me consta es que con la publicación de su libro de Poesía inéditas en 1954 llamó, evidentemente, la atención a la figura del poeta, y, por el mismo hecho de dedicar a él una labor erudita y científica, sugirió que Meléndez es digno de tal labor, que puede ser objeto de estudio serio y no sólo despachado con cuatro perogrulladas. Pero la labor de Moñino, en esto como en más o menos todo, creo, ya sabe Vd., que fue de orden bibliográfico, de exhumación de manuscritos, etc., no de crítica literaria en un sentido estético. En realidad, siempre tuve la impresión de que para don Antonio había, desde luego, gigantes de la literatura, pero que no le interesaba mayormente indagar en las razones o la naturaleza de esa excelencia, y que como problema intelectual le era igual trabajar con textos de un gigante y textos de un desconocido. Todo lo inédito había que publicarlo. Solía decir que las cumbres de la literatura no se entienden bien si no tiene uno conocimiento de los valles que las separan. En esto me parece que tenía razón. Pero le daba lo mismo trabajar en la cumbre o en el valle».



Nos centraremos, pues, en ver lo que ha sucedido con la figura y la obra de Meléndez desde el punto en que don Antonio dejó la cuestión cuando cerró su libro en Madrid el 14 de enero de 1954.




3.2. Las investigaciones de Georges Demerson y John H. Polt

El primero que tomó el testigo de Rodríguez-Moñino fue el hispanista francés Georges Demerson, quien no sólo leyó, sino que reseñó en el Bulletin Hispanique al año siguiente (1955) las Poesía inéditas publicadas por don Antonio, iniciando así un matrimonio existencial con Meléndez y Extremadura, amorosamente compartido por su mujer doña Paula de Demerson. Lo mucho que ayudó Rodríguez-Moñino a Demerson es reconocido por éste en el retrato que escribió a la semana de su muerte, firmado el 28 de junio de 1970, aunque publicado veinticinco años más tarde34. En 1973 le dedicó un estudio publicado en el Boletín de la Real Academia Española35. Se habían conocido hacia 1953, presentados por el P. López de Toro, entonces director de la Biblioteca Nacional, cuando don Antonio estaba preparando las aludidas Poesías inéditas y Demerson acababa de publicar su artículo sobre «Algunos documentos para una biografía de Meléndez Valdés»36.

Si algún autor puede ser representativo de los estudios melendezvaldesianos durante la segunda mitad del siglo XX es Demerson, pues desde principios de la década de 1950-1960 hasta su fallecimiento en febrero de 2002 ha ido desgranando medio centenar de estudios sobre Meléndez37, cuyos hitos principales son Don Juan Meléndez Valdés y su tiempo, primero en versión original francesa (1962)38 y después castellana (1971)39 y la edición crítica de las Obras en verso, en colaboración con Polt40.

Sin embargo, y a pesar de todos estos estudios fundamentales sobre Meléndez, nos queda cierto sabor amargo del recuerdo de Demerson, pues da la impresión de que durante los últimos años de su vida se dispersó con otros estudios y se olvidó un tanto de Meléndez, y no sólo por sus múltiples compromisos profesionales y diplomáticos. Además no parece que transmitiese a los hispanistas franceses de la generación siguiente el ardor hacia Meléndez que él había visto en Rodríguez-Moñino. Por otra parte, hubiese sido deseable que los últimos años de su vida los hubiese dedicado a cumplir la promesa que le había hecho a José Miguel Caso González, según me confesó el profesor asturiano poco antes de morir en 1995, de continuar la edición crítica de las obras completas de Meléndez, con un tercer tomo, dedicado a las obras en prosa. Desgraciadamente nos tenemos que conformar con una pizca de lo mucho que sabía sobre el pensamiento de Meléndez con el prólogo que puso al frente de la edición de los Discursos Forenses de José Esteban (1986). Y nos consta que tuvo seria intención de hacerlo, pues en 1970 había escrito, comentando la negativa a la petición de don Antonio Rodríguez-Moñino de que preparase la edición de la poesías completas de Meléndez: «No me gusta hacer promesas que sé no poder cumplir»41.

Personalmente, le debo al profesor Demerson el estímulo melendezvaldesiano oportuno en el momento más adecuado. Cuando cansado de perder el tiempo en la Enseñanza Media, me decidí, por libre y desligado de las redes universitarias al uso, a centrar mis esfuerzos en investigar la vida y obra de Meléndez, a principios de 1997 recibí una carta desde Burdeos, por medio del profesor Miguel Ángel Lama, de la Facultad de Filosofía de Cáceres, diciéndome que había leído mi Biografía de Don Juan Meléndez Valdés (1996) y que le parecía magnífica en todos los sentidos, incluso en la presentación tipográfica. Como este aspecto era el que más disgustado me había dejado, tomé las alabanzas del «desconocido maestro» como lisonja, pero fue el espaldarazo suficiente para confiar en mis fuerzas y relativizar las opiniones ajenas adversas que me pudieran venir, pues, pensaba yo, a mis cuarenta y seis años, que había ingresado en la orden melendezvaldesiana con las bendiciones del gran maestre.

Después del estudio de Rodríguez-Moñino con motivo del segundo centenario del nacimiento de Meléndez prácticamente estaba controlada la existencia del corpus literario de nuestro poeta. Sin embargo, faltaba una edición crítica que fuese desbrozando, poema a poema, verso a verso, la identidad y calidad de los mismos. Esto fue realizado, fundamentalmente por Polt, ayudado por Demerson, en lo relativo a la obra poética, que salió en dos tomos en 1981 y 1983, bajo el título de Obras en verso (Oviedo, Cátedra Feijoo, Centro de Estudios del siglo XVIII). La deuda de esta edición con el matrimonio formado por don Antonio Rodríguez-Moñino y doña María Brey queda reflejada en la misma dedicatoria, que reza: «A la memoria de Don Antonio Rodríguez-Moñino y a María». Don Antonio ya había fallecido en junio de 1970 y la edición crítica estará concluida en junio de 1974.

La aparición de Polt en el escenario de los estudios melendezvaldesianos supuso un nuevo empuje a los mismos, pues hemos visto cómo Demerson estaba perdiendo gas, por sus muchas ocupaciones político-diplomáticas, como demuestra el hecho de haber rechazado la edición de Meléndez que Rodríguez-Moñino le había pedido para la editorial Castalia. Polt llegó a Meléndez a través del estudio de dos de sus amigos, Juan Pablo Forner y de Jovellanos, a los que había investigado previamente42.

Polt también recibió el influjo de Rodríguez-Moñino, a partir de 1960, pues, como hemos visto, tuvo la suerte de tenerlo como compañero en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Berkeley desde el mes de octubre de 1960, a quien se le uniría doña María Brey en diciembre de ese mismo año43.

Sin duda, Polt es el estudioso que hasta la fecha mejor ha investigado la poesía de Meléndez. Su rigor esta demostrado en la edición crítica de las Obras en verso, cuyo análisis corrió fundamentalmente a su cargo, como consta en la «Distribución del trabajo» expuesta en el «Prólogo»: «Como todo trabajo de colaboración, hemos tratado juntos de resolver los principales problemas que se nos han ofrecido, y cada uno de nosotros ha podido aprovechar los consejos y la ayuda del otro. Más específicamente, J. Demerson, además de repasar las notas críticas y los textos una vez preparados, ha aportado abundantes noticias para las notas preliminares y explicativas y ha compilado la bibliografía de ediciones del poeta, las de estudios y traducciones, y el índice onomástico. De todo lo demás, se ha encargado J. H. R. Polt»44. Nota extraña que puede dar motivo a todo tipo de especulaciones, incluidas ciertas desavenencias, pero, si hubo algún tipo de roce personal o científico, pronto se solucionó, pues estamos ante dos auténticos caballeros que continuarán colaborando en una antología de Meléndez para la editorial Castalia, cuya introducción termina remitiendo a los estudios comunes: «El lector que desee profundizar en su estudio de Meléndez encontrará explicaciones más extensas y documentadas en la edición crítica ya citada y en otros trabajos nuestros, señaladamente en el libro de Georges Demerson, Don Juan Meléndez Valdés y su tiempo (1754-1817) y en el estudio sobre la poesía de Batilo que prepara John H. R. Polt»45. No podía ser de otra manera tratándose de dos distinguidos maestros del gremio melendezvaldesiano, obligados moralmente a seguir el ejemplo de Manuel José Quintana y de Martín Fernández Navarrete, quienes superaron todas las dificultades y aunaron esfuerzos para lograr en pleno absolutismo de Fernando VII dar a la luz las obras completas, tal como las había planificado el difunto Meléndez.

A modo de ejemplo de cómo se podría sacar provecho de la citada edición crítica, Polt, ahora en solitario, publicó en 1987 un profundo estudio sobre la evolución estilística de la poesía de Meléndez, titulado Batilo: Estudios sobre la evolución estilística de Meléndez Valdés, demostrando el progresivo fortalecimiento de la tendencia clásica o neoclásica de la poesía de Meléndez46, tendencia confirmada por estudios posteriores de Ramajo Caño47 y Díaz - Bernardo48.

La conexión entre las dos obras más importantes de Polt sobre Meléndez (la edición crítica y el estudio Batilo) es manifestada por el mismo autor: «Era mi propósito entonces [mientras preparaba la edición crítica en 1974] acompañar la edición crítica con un estudio de la poesía de Meléndez; pero como quedó terminada la edición mientras que obligaciones administrativas iban retrasando la ultimación del estudio, y vi además que éste iba a ser más bien largo y por lo tanto poco a propósito para introducir unos volúmenes ya de por sí bastante gruesos, salió la edición por su cuenta y llega ahora este trabajo»49. Más adelante vuelve sobre la misma idea: «Aunque estas páginas [las de Batilo], por las razones que he expuesto, se publican a partir de la edición crítica de Meléndez, están pensadas como compañeras de éstas y a ella se refieren constantemente»50.

Este libro, dedicado a la memoria de Joaquín Arce y Brenton K. Campbell, reconoce la influencia de un gran estudioso de la literatura del siglo XVIII español, Joaquín Arce, aunque no especialista en Meléndez, de quien destaca «su habitual modestia y falta de dogmatismo», y «su fina intuición»51.

En ambos libros Polt deja constancia de los mismos agradecimientos. En 1974 manifiesta su «deuda, a título individual, con la Universidad de California (Berkeley), que además de contribuir a los gastos de mi investigación, me ha otorgado una licencia sabática para el curso 1973-1974, y con el American Council of Learned Societies y la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, gracias a cuyas generosas becas pude aceptar la licencia y dedicar este año a la poesía de Juan Meléndez Valdés». Gratitud que repite en parecidos términos en febrero de 1983 al frente del libro Batilo: «Mi más sincero agradecimiento a la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, bajo cuyos auspicios empecé el trabajo; [y a] la Universidad de California, cuya liberalidad me permitió continuarlo»52.

No vamos a describir otros trabajos de Polt sobre Batilo53, ni la treintena de reseñas que generosamente ha publicado sobre monografías de otros dieciochistas. Sólo dejar testimonio de que desde hace años nos honra con su amistad y cuyas frecuentes comunicaciones por correo electrónico son para mí estimulo y lecciones de un verdadero y sabio maestro. Perfecto conocedor del castellano, por sus cinco años en Madrid como director del Centro de Estudios de la Universidad de Berkeley, su meticulosidad al revisar generosamente mis trabajos me han hecho más de una vez recapacitar hasta en los más mínimos detalles formales de un idioma que domina mejor que cualquier docente ibérico.

Abusando de su amabilidad, quise saber cómo se forjó la ingente labor crítica de la edición de las Obras en verso de Meléndez, y ésta fue su respuesta:

«Le contaré lo que sé de los estudios melendezvaldesianos respecto a Moñino, Demerson y un servidor. Rodríguez-Moñino me animó a que preparase algo para Castalia, y decidí hacer una antología de poesía del XVIII54, por parecerme que en aquel entonces no la había utilizable, ya que nos quedábamos con los tomazos de la BAE de una parte (y hay que recordar que incluso esos tres tomos no contenían a los Moratines ni a Jovellanos ni a Quintana), y de otra parte los miserables librejos de la Colección Ebro, plagadísimos de erratas y propensos a cortar los textos. Eso fue por el 68, creo, aunque luego la antología no salió hasta 1975. Mientras preparaba este tomito me di cuenta de que en el caso de Meléndez existían muchas variantes. Juzgaba por la BAE, que es decir que no sabía de la misa la media. Me pareció que sería interesante y tal vez útil hacer una edición crítica de este poeta [Meléndez]. Como ya había tenido una sorpresa desagradable con la edición de Los gramáticos de Forner, cuando un mes antes de salir la tal edición descubrí que estaba en preparación otra, (la de José Jurado, a quien antes no conocía)55, quería evitar una repetición; y sabiendo que Demerson había publicado sobre Meléndez, le escribí preguntándole si tenía intención de hacer una edición crítica, en cuyo caso yo desistiría. Demerson me contestó que le habían pedido una edición (no recuerdo, si es que lo dijo, quién se la había pedido), pero que con su trabajo en la Embajada francesa en Madrid y otros proyectos, no había podido hacerla, pero que podríamos hacerla en colaboración56. Esto debe de haber ocurrido por 1972, o tal vez 1971, porque el trabajo de la tal edición lo hice durante un año sabático pasado en Madrid, en 1973-74. Don Antonio murió en 1970. No recuerdo que él [Moñino] me haya animado a hacer tal edición [crítica de Meléndez para Castalia] ni que haya hablado de ella con él. Una vez lanzado, D.ª María Brey puso a mi disposición toda la colección de mss. de su biblioteca, conservada en el piso donde vivían los Moñino, y pasé muchas mañanas trabajando allí muy a gusto, además de lo cual pude hacer sacar un microfilm de todos aquellos mss. Así que en el trabajo de la edición tuve la ayuda, indispensable, de la colección de Rodríguez-Moñino, generosamente puesta a mi disposición por su viuda, pero no, que yo recuerde, la [ayuda] del mismo D. Antonio. Si acaso (y esto no lo recuerdo) habrían sido algunos consejos muy a los comienzos del proyecto, o incluso antes de formularlo, por las fechas que cito arriba [hacia 1968]. Tuve, por supuesto, el ejemplo de don Antonio, representado por su edición de las Poesías inéditas de 1954. En cuanto a Demerson, no sé lo que pueda haber tratado con D. Antonio. No tuve, desde luego, la impresión de que se hubiera negado a hacer una edición; al contrario, creo recordar que dijo que estaba comprometido a hacerla (no creo que dijera para quién), pero que no sabía cuándo podría llevarla a cabo».



Dejando aparte el detalle de si Demerson se había o no comprometido con don Antonio, lo cierto es que la idea de hacer una edición crítica de Meléndez parece que surgió de Polt y que según se deduce de la nota en que se especifica la parte de trabajo de cada uno en la misma, hoy no tendríamos la estupenda edición crítica de las Obras en verso, realizada, en su parte esencial, por el socio americano durante el curso sabático de 1973-1974. A Demerson debemos, además de lo que dice la citada nota (anotaciones de contextualización histórico-literaria), el empuje melendezvaldesiano que siempre le llevó a estimular todo lo relativo a Batilo, incluso por encima del tiempo libre que su absorbente trabajo en la Embajada le permitía humanamente disponer. A Demerson, persona muy caballerosa, le ocurría lo mismo que a otros estudiosos de Meléndez, sencillamente nos pasa que nos vemos siempre con el agua al cuello en cuanto a trabajo, y que si el proyecto investigador debía concluirse resultaba inevitable que gran parte de la tarea la hiciese algún colaborador. Tuvo la fortuna, y también Meléndez, de que en su camino se encontrase con John Polt.

Hay una ley no escrita entre los estudiosos de Meléndez que es la del mutuo y sagrado respeto entre nosotros, siguiendo su ejemplo, quien siempre estimuló a sus muchos discípulos, sin un sólo reproche, como atestiguan Manuel José Quintana y Nicasio Álvarez Cienfuegos. Y puedo dar fe de ello en el estímulo que siempre he recibido de Demerson, Polt, Emilio Palacios y Miguel Ángel Lama o Philip Deacon, quienes por su estatus de eminentes profesores universitarios están muy por encima de una devaluada, y casi inexistente, cátedra de Instituto de Bachillerato. Pensando en los jóvenes investigadores que aún no tengan delimitada la parcela de sus tareas, los invito a ingresar en el gremio melendezvaldesiano donde hay faena abundante y un compañerismo que difícilmente encontrarán en otro lugares57.

Lo cierto es que cuando Demerson falleció el 8 de febrero de 2002 en su palacete de Marmande, cerca de Burdeos, Polt publicó una sentida nota necrológica en inglés en la revista Dieciocho (volumen 25.2), donde lo califica de «a gentleman and scholar» («caballero y erudito»). Ese mismo año, Miguel Ángel Lama, manifestando el sentir de los que «le leemos y nos servimos de sus estudios fundamentales, con el lamento de no haberle conocido», insertó una amplia necrológica de Demerson en Cuadernos Dieciochistas58 al que califica con justicia como «uno de los hispanistas más activos en los últimos cuarenta años de esa estirpe de apasionados de España», tan imbuido de nuestras costumbres que llegó a españolizar su nombre «Jorge» y los de sus hijos. La admiración de Lama continúa, pues el simposio celebrado en Cáceres en noviembre de 2004 tenía la dedicatoria, merecida pero no muy oportuna, pues no dejaba de dispersar la atención debida al poeta: «Simposio Internacional "Juan Meléndez Valdés y su tiempo (1754-1817)". (Homenaje a Jorge Demerson)».




3.3. Emilio Palacios

El tercer estudioso de Meléndez en la segunda mitad del siglo XX, digno de ser destacado por su constancia, afortunadamente todavía en plena producción intelectual, es don Emilio Palacios, de quien gustosamente me considero discípulo en el más estricto sentido de la palabra, pues fue mi profesor en el curso 1972-73, en la Universidad Complutense de Madrid, cuando yo estudiaba cuarto de carrera y él era profesor ayudante del ya anciano don Joaquín de Entrambasaguas. Desde entonces hemos mantenido una estrecha relación de amistad, siempre bajo la égida de Meléndez. Su estudio constante del poeta de Ribera del Fresno lo ha convertido en el investigador español que con más tesón mantiene actualmente viva la llama del poeta extremeño.

El ilustre profesor vasco, en medio de un amplio espectro de temas dieciochescos, como el teatro, la mujer o el vasquismo (el corregidor José Antonio Armona, Ramiro de Maeztu, y sobre todo, el fabulista Félix María Samaniego), lleva treinta años sin dejar de la mano a Meléndez. No ha escrito monografías espectaculares, pero los prólogos que ha puesto a las distintas ediciones de la obras de Meléndez son finas síntesis de un profundo conocedor de la persona y la obra del poeta extremeño. Comenzó con una meditada antología poética en 197959, en cuyo prólogo de 140 páginas, da una visión clara de todos los puntos necesarios para acercarse a la poesía de Batilo, rescatando del olvido algunos subgéneros literarios como los sonetos. Algo similar podemos decir de los tres prólogos que preceden a los respectivos tomos de las Obras completas de Meléndez (Biblioteca Castro, Madrid, 1996-199760), que tuvo el acierto y la feliz idea de reunir por primera vez, pues nunca antes había sido juntada toda la producción prosística y poética de Meléndez61. Últimamente, se ha sumado a la moda de los tiempos, pues ha dirigido un vídeo biográfico y ha colgado en internet toda la obra completa de Meléndez y los principales estudios sobre el mismo dentro de la prestigiosa Biblioteca Virtual Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com).




3.4. Otros estudiosos

Además de estos estudiosos, notables por su dedicación a la obra de Meléndez, afortunadamente hay muchos otros que ocasionalmente se han acercado a nuestro poeta, atraídos por tal o cual poema. Sin ánimo de ser exhaustivos y pidiendo perdón por las omisiones, citaremos, en primer lugar a los «divulgadores» de la obra melendezvaldesiana, es decir a aquellos cuyos afanes han sido que el pueblo conozca a nuestro poeta en ediciones más o menos afortunadas, a veces demasiado zarandeadas por críticos bastante remilgosos, sin tener en cuenta la finalidad de las mismas. Es el caso de Joaquín Marco Revilla, quien durante más de treinta años ha intentado divulgar la obra poética y prosística de Meléndez en ediciones populares, empezando en 1965 con la edición de Clásicos Ebro, ciertamente, plagada de erratas y propensa a cortar los textos, pero no se nos ocurriría nunca calificarla de «miserables librejos», sino que, por el contrario, tuvo su gran mérito divulgador en los difíciles años en que nació (1938)62. Parecido es el loable afán de José Esteban, quien, hacia 1985, editó los Discursos Forenses, prologados por Demerson, y poco después, en octubre de 1988, una antología de Meléndez63.

Entre los estudiosos que se han aproximado en más de una ocasión a Meléndez en estos últimos cincuenta años citemos a Miguel Ángel Lama, quien además de analizar algunas odas ha editado monográficamente el Discurso de apertura de la Real Audiencia de Extremadura, el único que, hasta el momento ha tenido dicha suerte64.

Entre los extranjeros, destaquemos al inglés Philip Deacon, quien se ha acercado a la vida (etapa aragonesa), poesía y prosa (las Cartas Turcas) de Meléndez varias veces en los últimos veinticinco años65, y al italiano Rinaldo Froldi, quien además de publicar una magnífica síntesis (Un poeta illuminista: Meléndez Valdés) en 1967, posteriormente ha dado a luz «Una carta inédita de Juan Meléndez Valdés al Padre Andrés» (1991) y, últimamente, ha cerrado el Simposio celebrado en Cáceres en noviembre de 2004 con una esclarecedora ponencia en la que resume su antigua idea de la unidad de la poesía de Meléndez, presidida por su radical ideología ilustrada, tesis que cada vez encuentra más adeptos entre los críticos, lo cual convierte al «hombre de bien»66, que es Froldi, en una de las referencias de los estudios melendezvaldesianos67.




3.5 Estudios sobre la personalidad de Meléndez en la segunda mitad del siglo XX

En primer lugar, la figura de Meléndez es interesante por su prosa, en especial las cartas y los Discursos forenses, y por muchos de sus poemas (odas filosóficas, epístolas y discursos) para los estudiosos de los temas histórico-sociales.

Por ejemplo, Ángeles Arce ha indagado el problema de la beneficencia en nuestro poeta, poniendo en relación la Epístola X, La Mendiguez, con el homónimo discurso Fragmentos de un discurso sobre la mendiguez y con la canción de El Mendigo de Espronceda68.

Las referencias históricas que podemos encontrar en los Discursos forenses y en los muchos poemas de tinte ilustrado de Batilo constituyen una magnífica fuente que los historiadores de varios campos no tendrían que olvidar. Los historiadores aficionados al subgénero de la biografía deberían acercarse a la de Meléndez, por sus muchas relaciones con otros personajes ilustres de su tiempo.

Sabido es que Meléndez toda su vida rindió culto a la amistad. Además de las consabidas de Jovellanos y Cadalso, quedan por investigar las relaciones con otros muchos personajes, todos ellos recomendables por su cultura e integridad personal, lo cual, sin duda, reportará mérito a la figura de Meléndez.

En los últimos años han ido apareciendo investigaciones en este sentido, con motivo de analizar tal o cual poema o carta. Así Ricardo de la Fuente Ballesteros se ha fijado, en 1987, en el ministro vasco Eugenio de Llaguno y Amírola, en quien Meléndez confiaba bastante más de lo que, al parecer, le correspondió, el citado ministro de Gracia y Justicia69. Al año siguiente, Gérard Dufour estudia sus relaciones con Leandro Fernández de Moratín, el otro gran creador del momento y, a veces, contrincante de Meléndez, tomando como pretexto el soneto elegíaco de Leandro Fernández de Moratín a Juan Meléndez Valdés70. Finalmente, Rinaldo Froldi nos ha descubierto una tan interesante como desconocida amistad de Meléndez con el ex jesuita y gran crítico literario, el abate Juan Andrés, con motivo del hallazgo de una carta71.

Por nuestra parte, nos hemos fijado en el fracaso de la generación de los políticos ilustrados, de la que formaban parte nombres tan destacados como Goya y Jovellanos, analizando el paso de Jovellanos y Meléndez Valdés por el Ministerio de Gracia y Justicia en 179872, o con Godoy, al final de su privanza73. Además de confirmar las siempre buenas relaciones de Batilo con su paisano Godoy, hemos dedicado dos estudios a sus relaciones con Goya al estudiar el discurso forense número 1, pronunciado contra los parricidas del comerciante Francisco Castillo74.

Después de los estudios de Demerson sobre Meléndez, fundamentalmente biográficos, tenemos un perfil bastante nítido sobre la personalidad de Meléndez, contradictoria, aunque no tanto, del poeta extremeño75, completado por la anterior de Colford y las posteriores de Froldi y Cox, y prólogos de Emilio Palacios76.

Por nuestra parte, hemos estudiado la etapa aragonesa y su influjo en el importante discurso forense pronunciado en la apertura de la Real Audiencia de Extremadura77 y su actividad como estudiante o catedrático en Salamanca, añadiendo alguna cosa a lo escrito en 1925 por el benemérito Emilio Alarcos, padre78.

Aún quedan muchos rincones que escudriñar en la biografía de Meléndez, en los que nos movemos más por hipótesis que por datos confirmados. Por ejemplo, cuando fue estudiante en Madrid hacia 1768-1771 o magistrado en Valladolid o estuvo desterrado en Zamora.

Respecto al Meléndez intelectual, se cita con frecuencia sus lecturas, sobre todo basándose en la composición de su biblioteca, como ha hecho recientemente el flamante académico de la Historia don Luis Miguel Enciso79, pero no hay que olvidar que una cosa es tener libros y otra leerlos. En fin, hay que ir más allá de las manidas «contradicciones» y «timidez» de Batilo, para descubrir su decidido espíritu reformista, que incluso en los pocos meses que estuvo como fiscal de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte (especie de Tribunal Supremo de lo penal) en 1798 intentó, con el ejemplo, reformar la manera de administrar justicia, pues no otra finalidad tenía el publicar algunos de los discursos, llenos de reflexiones morales e históricas, que iba pronunciando. Intención, por otra parte, que le comunicó al ex jesuita Juan Andrés en la citada carta que le escribió en enero de 1798, días antes de incorporarse a su cargo de fiscal.

El Meléndez-pedagogo es el que más nos ha ocupado últimamente80 para completar el benemérito trabajo de Emilio Alarcos García y el reducido, pero interesante, como todos los suyos de Luis Gil81. Hemos llegado a la conclusión de que Meléndez fue un magnífico profesor como demuestran los muchos y buenos discípulos que lo proclamaron como maestro (Manuel José Quintana, Nicasio Álvarez Cienfuegos, José Marchena, etc.) y uno de los principales, sino el mejor de los humanista de nuestra Ilustración, tanto en su vertiente latinista como helenista, lo cual es imprescindible para analizar y comprender su poesía y su prosa, plagada de referencias al mundo grecolatino. Por lo tanto, en el futuro, tanto enseñantes como literatos amantes de la cultura clásica no deberían olvidarse de Meléndez, siguiendo los pasos Luis Gil, en el plano erudito, y Luis Alberto de Cuenca, en el de la creación, como veremos más adelante.

Además de estos estudiosos, notables por su dedicación a la obra de Meléndez, afortunadamente hay muchos otros, más de cuarenta, que ocasionalmente se han acercado a nuestro poeta, atraídos por tal o cual poema, que ahora ni siquiera podemos enumerar.

En resumen, dada la amplitud (repetimos, unos 500 poemas) y variedad poética de Meléndez, que cubre todas las corrientes habidas y por haber del siglo XVIII y se adelanta a varias del siglo XIX, el estudioso del recién comenzado siglo XXI que se atreva a leer la totalidad de la obra (sospechamos que serán muy pocos) seguro que encontrará lo que busca y no saldrá defraudado.




3.6. Estudios sobre la prosa de Meléndez en la segunda mitad del siglo XX

El hombre del siglo XXI podrá no gustar de los versos de Batilo, porque su poesía no deja de ser un arte y sabemos que los gustos artísticos fluctúan con el tiempo y las modas, pero el hombre del siglo XXI inevitablemente deberá estar de acuerdo con la constante y clara defensa que Meléndez hace, en sus escritos, del progreso, de la dignidad del hombre y de los ideales más permanentes de nuestra Ilustración, que pudiéramos resumir en la célebre consigna de los revolucionarios franceses: igualdad, solidaridad y libertad. Por eso, hemos dedicado la mayor parte de nuestros esfuerzos al examen de la prosa melendezvaldesiana.

Sin embargo, el Meléndez-prosista ha sido casi completamente ignorado hasta que hace seis años (1997) el benemérito Emilio Palacios reunió todos sus escritos prosísticos en el tercer tomo de las Obras Completas. Se ha hablado de la mala suerte que Meléndez siempre ha tenido a la hora de publicar sus obras. Lo cierto es que no contábamos con una decente edición anotada, no ya de la prosa completa, sino ni siquiera de los Discursos forenses, lo cual rayaba en la desvergüenza. Esta es la razón fundamental por la que nos decidimos a elaborar nuestra edición de las Obras Completas (Cátedra, 2004).

Desde hace casi un siglo se estaba sintiendo esa necesidad e incluso parece que prestigiosos abogados proyectaron su edición durante la Segunda República, como el eminente abogado y político republicano, don Ángel Ossorio y Gallardo, a la sazón presidente del Colegio de Abogados de Madrid, según se relata en el libro de Francisco de Munsuri, Un togado poeta (Meléndez Valdés), publicado en 1929. Tanto Ossorio como Munsuri estaban preocupados por la idea de investigar a qué causas se debía el divorcio entre las letras y la toga que observaban en muchos abogados y pensaban elevar el nivel cultural de la profesión poniéndoles el ejemplo de Meléndez. Lo cierto es que nunca jamás se supo de los buenos propósitos de Francisco Munsuri y de Ángel Ossorio.

Por otra parte, ya hemos comentado la anécdota de don José Miguel Caso González, quien poco antes de morir en 1995, nos contó que a principios de la década de 1980-90 y concluidos los dos tomos de la edición crítica de las Obras en verso de Meléndez, Demerson se comprometió a continuar la edición crítica de la obras completas de nuestro poeta togado, con un tercer tomo, dedicado a las obras en prosa. Propósito que no llegó a cumplir.

Por nuestra parte, y tocando madera por si el mal fario ronda la prosa de Meléndez y la mala suerte persigue a sus estudiosos, desde hace años estamos analizando monográficamente los Discursos forenses y otros documentos en prosa, con la finalidad de llegar a una edición crítica de los mismos, como síntesis de ese largo camino.

Sin duda, la prosa es la senda más segura y fácil para reivindicar la personalidad de Meléndez y dar pervivencia a su obra, quien pulía escrupulosamente los discursos forenses que pensaba publicar, para introducir con ellos otros modos y pautas de conducta en los tribunales. Para que no se crea que estoy valorando excesivamente los Discursos Forenses, llevado del ímpetu conmemorativo de este 250 aniversario, vuelvo a citar la autoridad de Ossorio y Gallardo y Francisco Munsuri:

«Las páginas de ese volumen [de los Discursos Forenses] son como hojas de un diario a las que el jurista ha ido trasladando las reflexiones que le sugería el trato diario con la ley. Los dolores y las alegrías profesionales; la sufrida existencia del Magistrado; sus afanes y sus estudios; todo resbala por esas páginas con la fluidez del arte y la sinceridad de la convicción.

Y, como quiera que el derecho actuante no es sino una síntesis de la vida, entre la prosa de esos trabajos forenses están las opiniones de Meléndez sobre la Milicia y el Clero, sobre el trabajo y la mendicidad; sobre el arte y las ciencias; sobre el castigo y la piedad; sobre la igualdad y el privilegio; es decir, sobre todo aquello que la ley va regulando con sus previsores preceptos y el curso de los días ofrece a la consideración de los Tribunales»82.



Meléndez no se cansará de decir que todas las ciencias y todas las facetas del hombre se tocan y forman un sistema cuyos elementos se interrelacionan en el marco del Universo, estudiado por Elena de Lorenzo83. Aplicado al derecho este principio, el sincero cristiano que era Meléndez, y por eso mismo alejado de la parafernalia del fastuoso catolicismo oficial, significa proclamar como ley eterna la sabiduría ordenadora de Dios, cuyo reflejo en la conciencia humana lo constituye el derecho natural, del cual brota, finalmente, el derecho positivo. Idea que Meléndez, sin duda, bebía en los admirados San Agustín y Cicerón. Recordemos la impresión, un tanto exagerada, que sacó Blanco White de Meléndez cuando lo visitó en el verano de 1806 en su destierro salmantino: el único intelectual de la época que continuaba siendo auténtico cristiano84.

Para Meléndez el ordenamiento jurídico era mucho más que una técnica social y corrección legal, como demostró cuando tuvo que interpretar las durísimas leyes de los primeros Borbones que castigaban con la pena de muerte cualquier robo, por pequeño que fuera, cometido en la Corte. Pues bien, el 14 de junio de 1798 nuestro fiscal teje un brillante razonamiento para que un ladrón de las joyas de la Virgen de la Almudena, a la que había dejado literalmente desnuda en la noche del 2 de junio de 1797, no fuese ajusticiado, a pesar de lo escandaloso y sacrílego del hecho, pues no dejaba de ser un hurto sin violencia como otro cualquiera.

A nuestro juicio, el jurista Meléndez antepone el espíritu a la materia y baja el derecho al plano de la realidad, anclada en la naturaleza del hombre, la cual, lógicamente, es muchísimo más compleja que una norma jurídica, por muy perfecta que sea, y las de finales del Antiguo Régimen no lo eran, como era patente en el caso de las leyes sobre los robos cometidos en la Corte85.






4. La vida y la obra de Meléndez en el futuro

Sería una insensatez por mi parte hacer de pitonisa para prever la valoración que en el futuro tendrán la persona y la obra de Meléndez. Sin embargo, si consideramos a los estudiosos de Meléndez como lectores privilegiados, incluso con sus manías y deformación profesional, y vemos los temas y las líneas en las que han investigado en los últimos cincuenta años, podríamos atrevernos a suponer qué aspectos melendezvaldesianos tienen, y probablemente tendrán, más interés para el hombre del siglo XXI.

Quizá nos sirva de orientación de las líneas de investigación que sobre la vida y obra de Meléndez interesarán en el futuro, los trabajos presentados en el reciente Simposio Internacional «Juan Meléndez Valdés y su tiempo» (1754-1817), celebrado en Cáceres, del 23 al 26 de Noviembre de 2004. Fueron los siguientes trabajos: Jesús Cañas Murillo, «La bodas de Camacho, de Meléndez Valdés, en la comedia neoclásica española»; Miguel Ángel Lama Hernández, «La ordenación de las Poesías de Meléndez Valdés»; José Roso Díaz, «La literatura y otras cuestiones, en los Discursos forenses de Meléndez Valdés»; Joaquín Álvarez Barrientos, «Poesía popular e imagen nacional, según Meléndez Valdés»; Antonio Astorgano Abajo, «Esteban Meléndez Valdés y la formación de su hermano Batilo (1767-1777)»; Marieta Cantos Casenave, «Doña Elvira y la dignificación del romance en el siglo XVIII»; José Checa Beltrán, «Meléndez Valdés en el debate literario de su época»; Philip Deacon, «Filosofía y sensualismo: la estética del placer en la poesía erótica de Meléndez Valdés»; Fernando Durán López: «Humanidad y justicia: el ensayismo en los discursos forenses»; Rosalía Fernández Cabezón, «Las poesías de Meléndez Valdés dedicadas a Jovellanos»; Rinaldo Froldi, «La unidad cultural y estética de la poesía de Meléndez Valdés»; Manuel Garrido Palazón, «La consagración temprana de Meléndez Valdés»; Wenceslao Olea Godoy, «Juan Meléndez Valdés: un jurista»; Emilio Palacios Fernández, «Meléndez Valdés, poeta social»; Miguel Rodríguez Cancho, «Interrogatorios, información y política económica al final del Antiguo Régimen»; Alberto Romero Ferrer, «Don Quijote y Sancho en el teatro: Las bodas de Camacho el Rico de Meléndez Valdés»; Antonio Salvador Plans, «Juan Meléndez Valdés ante la lengua castellana», e Irene Vallejo González, «Los prólogos de Meléndez Valdés a su obra poética».

Reconocemos que Meléndez es un poeta importante en el desarrollo de la poesía española, pero no es un gigante del nivel de Fray Luis de León o Garcilaso. Y, como además toda la poesía del XVIII viene siendo sistemáticamente postergada y con frecuencia omitida desde hace más de siglo y medio, nos preguntamos, ¿quién va a leer a Batilo en el futuro? Sin duda una minoría, pues, en cuanto al eco que podrá suscitar el nombre y la obra de Meléndez en un público más amplio, tenemos una gran desconfianza, a juzgar por el tratamiento que recibe en los actuales textos de Bachillerato. Creemos que el culto a la literatura, en España y fuera de España, se limitará, en todos los países, a una muy pequeña minoría.

Para la mayoría de la gente está la televisión, el fútbol, las revistas ilustradas, el cine, los «conciertos» de rock, etc., etc. Hemos dicho que Meléndez tuvo un gran éxito a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, pero, a pesar del culto que los neoclásicos rendían a Garcilaso, príncipe de los poetas castellanos, seguramente para la gran mayoría de la gente analfabeta del siglo XVIII, el suyo y el de Meléndez no eran ni siquiera dos nombres, y les importaba un bledo lo que hubieran hecho.

Y si esto ocurría en el mismo siglo XVIII, ¿qué no ocurrirá en el XXI, cuando los lectores cada vez menos habituados a la letra y más a la imagen, no le interesa mayormente indagar en las razones o la naturaleza de la excelencia de los gigantes de la literatura?

Don Antonio Rodríguez-Moñino, para justificar su criterio de publicar todo lo inédito, incluidos los textos mediocres desconocidos, solía decir que las cumbres de la literatura no se entienden bien si no tiene uno conocimiento de los valles que las separan. Meléndez ciertamente no es el Everest, pero es una cumbre considerable. El problema es saber cuántos estarían dispuestos a hollarla y cómo los estudiosos melendezvaldesianos podríamos ayudarles.

Ante este panorama, partimos de la idea de que casi todos los medios son válidos para atraer la atención del lector hacia la figura de Meléndez. Por ejemplo, el fino olfato de Philip Deacon tituló su trabajo sobre Meléndez en la Aragonesa: «Juan Meléndez Valdés en la Real Sociedad Económica Aragonesa, 1789 - 1791. (Con unos datos sobre Goya)». No hace falta decir que Goya es el gancho, para captar al lector americano de la revista Dieciocho86. Como suelen decir los pedagogos pedantes de hoy debemos acercarnos a la figura de Meléndez desde perspectivas multidisciplinares y transversales.

Debemos atraer, en primer lugar, el interés de los profesores de literatura y de historia que pasan a velocidades supersónicas sobre la poesía del siglo XVIII en un salto de doscientos años que va desde Quevedo y Lope de Vega hasta Espronceda y Bécquer. Por eso, no estaría mal relacionar la prosa, en especial las cartas y los Discursos forenses, con muchos de sus poemas (odas filosóficas, epístolas y discursos) para ilustrar a los estudiosos de los temas histórico-sociales.

Ciertamente, las referencias históricas que podemos encontrar en los Discursos forenses y en los muchos poemas de tinte ilustrado de Batilo constituyen una magnífica fuente que los historiadores de variados campos no deberían olvidar.

Los historiadores aficionados al subgénero de la biografía deberían acercarse a la de Meléndez, por sus muchas relaciones con otros personajes ilustres de su tiempo.




5. Meléndez entre los poetas de hoy

Además de por el número de investigadores que se ocupan de estudiar la obra de un escritor, otra de las maneras de ver la pervivencia de su obra es contabilizar el número de lectores y, sobre todo, el de escritores posteriores que lo han imitado de una u otra manera, proclamándose de algún modo como herederos suyos.

Respecto al número de lectores actuales de Batilo, poco podemos decir ya que las ediciones de sus obras son de tan corta tirada que aunque se agoten, como es el caso de nuestra biografía, pocas son las conclusiones que podemos extraer. Abandonado su estudio en los Institutos de Bachillerato, como casi todos los autores del siglo XVIII, excepto los prosistas Jovellanos y Cadalso y algo el teatro de Leandro Fernández de Moratín, ninguna editorial ha sentido la necesidad de editar antologías escolares anotadas, bastando y sobrando la que en 1981 hicieron para Castalia los beneméritos Polt y Demerson con el título de Poesía Selectas. La lira de marfil, la que en 1990 Joaquín Marco, catedrático de la Universidad de Barcelona, hizo para la colección Clásicos Universales de la Editorial Planeta, mejorando notablemente en calidad y en extensión la selección que muchos años antes había hecho para la denostada Biblioteca Clásica Ebro, pues en sus 760 páginas tuvo la feliz idea de incluir gran parte de los Discursos Forenses. La que en 1991 hizo para Espasa Calpe el profesor de la Universidad de Salamanca, César Real Ramos, participa de las luces y las sombras de las dos anteriores. No creemos que ninguna de ellas haya pasado de la primera edición (en «Clásicos Ebro» hemos visto una segunda edición, con la siguiente curiosidad, al justificar la exclusión de las deliciosas odas de los Besos de amor: «su erotismo subido las hace impublicables en una edición escolar») y, no habiéndose agotado, no es difícil encontrar ejemplares en la sección de saldo de las grandes librerías a mitad de precio87. Ciertamente el lector de cultura media actual no sintoniza con la poesía de Meléndez, pero estamos convencidos de que se pueden entresacar cuarenta o cincuenta poemas, que, debidamente anotados y contextualizados, harían las delicias de cualquiera de nuestros ciudadanos que medianamente hubiesen cursado nuestro devaluado Bachillerato.

Más importancia tiene el escrutinio del número de poetas actuales que, en mayor o menor grado, se consideran herederos del legado literario de nuestro Batilo. Sabido es que a finales del siglo XVIII y principios del XIX sus seguidores fueron legión, pero haciendo el recuento entre los poetas o juristas que en la segunda mitad del siglo XX hayan manifestado su admiración o se hayan confesado seguidores de nuestro Meléndez nos hemos visto en el aprieto de contarlos con los dedos de una mano. Es probable que se nos haya escapado alguno más o menos secundario entre los poetas de nuestro tiempo, pues es muy difícil controlar todo lo que se publica actualmente, por su cantidad y por la velocidad con que las obras desaparecen de las librerías.

En la primera mitad del siglo XX hemos visto que hubo un grupo de abogados que admiraban al magistrado Meléndez (Ossorio y Gallardo y Francisco de Munsuri). Por los mismos años (1925) el gran poeta Pedro Salinas (Madrid 1891-Boston 1951) se ocupó con cierta profundidad en dos ocasiones de nuestro poeta. En la primera, dio a conocer unos «primeros romances de Meléndez Valdés», y el mismo año publica una antología poética para Espasa-Calpe, que ha sido sin duda la referencia más fiable y visitada por el lector culto del siglo XX, influyendo no poco en la valoración, más bien negativa, a pesar de los aparentes elogios hacia sus anacreónticas y romances, que a lo largo de ese siglo se ha ido formando de nuestro poeta88. En efecto, Salinas comienza el citado prólogo con la siguiente frase, tan redonda como desafortunada: «La vida de Meléndez Valdés se proyecta con una lamentable falta de empuje y de unidad de carácter, a pesar de transcurrir por una época en que era fácil el realce de la personalidad», y lo concluye con la siguiente advertencia: «La lírica de Meléndez Valdés no sólo se presta, por los caracteres de repetición y monotonía que en ella hemos señalado, a una selección, sino que la exige inevitablemente ante el gusto moderno». En medio quedan afirmaciones como «no fue este poeta ni un innovador audaz ni un observador escrupuloso de los mandatos tradicionales de la preceptiva más rígida. Tal nos parece hoy, y, sin embargo, en su tiempo fue considerado como peligrosísimo ejemplo de libertades poéticas»89. Consecuencia lógica de este ambivalente juicio es que no hayamos encontrado especial influjo de Batilo en Pedro Salinas, cuyos conceptos del amor eran bastante distintos en ambos, aunque igualmente delicados y llenos de sutiles matices.

Cierto paralelismo con Pedro Salinas, presenta el también poeta y catedrático de literatura Guillermo Carnero Arbat (Valencia 1947), doctor en Filosofía y Letras (l977) con una tesis sobre el Romanticismo español (Los orígenes del Romanticismo reaccionario español: el matrimonio Böhl de Faber), quien ha dedicado dos estudios a Meléndez. Uno en 1988 sobre «El don de la ternura: sobre la obra poética de Meléndez Valdés» y otro en el año 2000 sobre «La oposición entre el campo y la ciudad en Meléndez Valdés», en el Homenaje a José María Martínez Cachero90. Tenemos reciente la lectura de este último trabajo erudito de Carnero sobre la manida contraposición entre la saludable actividad en el ambiente natural del campo y la ciudad como nido de ociosidad y corrupción, producido por la vanidad humana. Nos llamó poderosamente la atención la exuberante erudición, incluso excesiva, del mismo. Desde 1986 es catedrático numerario en el Departamento de Literatura Española de la Universidad de Alicante y desde 1977, año en que defendió su tesis doctoral en la Universidad de Valencia, ha desarrollado una importante carrera académica destacando como uno de los más notables especialistas del siglo XVIII español, período sobre el que ha publicado La cara oscura del Siglo de las Luces (1983) y Estudios sobre el teatro español del siglo XVIII (1997), además de ediciones eruditas de importantes autores del siglo ilustrado, como Vicente Martínez Colomer, Pedro Montengón, Luzán, Gaspar Zavala y Zamora, Ignacio García Malo, etc91.

Carnero siempre ha gustado de mezclar la creación con la erudición, como demuestran algunos de sus títulos (Variaciones y figuras sobre un tema de La Bruyère, 1974). En 1982 fundó, y desde entonces dirige, Anales de Literatura Española, revista dedicada a la investigación académica y a la crítica literaria. Como poeta ha ido pasando de un culturalismo duro en su primera época a un acercamiento de vida y poesía en su libro Verano inglés (1999), con el que volvió a la «circulación» tras largos años de silencio. El retorno no pudo ser más afortunado, ya que recibió el Premio de la Crítica y el Nacional de Literatura al año siguiente, y en 2002 el Premio Fastenrath de la Real Academia Española. Recientemente ha publicado Espejo de gran niebla (2002), poemario que es una meditación sobre los diversos sueños en los que se adquiere una ilusión de identidad personal: el sueño de la memoria, el sueño del amor, el sueño de la escritura...

Fijémonos en Verano inglés, para muchos críticos, su mejor obra, porque, como no podía ser de otra manera después de tanto estudiar la literatura del siglo XVIII, creemos que hay ecos claros de la poesía de Meléndez. Es un libro en que los motivos biográficos y amorosos están arropados con su antiguo ropaje erudito y cultural, puesto que en él se relata una historia de amor con un tono intimista y emocional que recuerda la mejor poesía anacreóntica y erótica de Meléndez como los Besos de Amor.

Por ejemplo, el olor anacreóntico del libro nos parece claro en el poema Las Oréades (1902), por Adolphe Bouguereau92. El pintor francés (La Rochelle 1825 - íd. 1905), es uno de los representantes más destacados de la pintura académica, autor de retratos convencionales y de cuadros mitológicos y religiosos, como La juventud y el amor, El nacimiento de Venus, ciertamente temas muy neoclásicos, por lo que no es de extrañar que encontremos ecos de la oda XVI, «A un pintor»93 (anterior a 1777) de Meléndez.

Dejando aparte algún arcaísmo que se le escapa a Carnero, de los que tanto gustaban a Batilo, como «aqueste mar»94, el protagonista del libro es un personaje de edad mediana que está a un paso de la vejez, cuyas ilusiones aparecen algo oscurecidas por la vislumbrada decadencia intelectual, física y amorosa. Quizá el sintagma «Funeral sabiduría» que encontramos en el poema «Inacabado»95, cuyo adjetivo «funeral» gustaba bastante a Meléndez, y el tono de otros poemas nos recuerda la oda LV, «A Anfriso96. Que ni la voz ni la lira son ya, por mis años, a propósito para la poesía», escrita entre 1798-1808, cuando el poeta extremeño andaba por la cincuentena, edad similar a la de Carnero.

Aunque el poeta valenciano «muerto del deseo», cual anciano bíblico que miraba a Susana, dice en la poesía titulada «El poema no escrito»: «tengo que consultar a un catedrático/ de Anatomía», conocía bastante bien la anatomía y nos parece que ciertamente había consultado más de una de las odas de los Besos de Amor de Meléndez, por ejemplo, la Oda X97, escrita entre 1776 y 1781. En el resbaladizo análisis de ver el influjo de un poeta sobre otro, más de un estudioso pudiera en algunos momentos recordar la letrilla X, «El ricito», o la oda XIX, «El espejo», etc., donde encontramos el adjetivo «blondas» (substantivado en Carnero). Las «Venus» que aparecen en el libro de Carnero, a nosotros se nos parecen a la que Meléndez le retrató a Jovellanos en la Epístola XIII, «Al Señor Don Gaspar de Jovellanos, Oidor en Sevilla, sobre mi amor: silva poética en verso blanco endecasílabo», compuesta en 177798.

No vamos a prolongar este ejercicio comparativo, un tanto inútil, desde el momento que nos consta por el profesor Carnero que el poeta Carnero conoce profundamente la poesía de Meléndez. Desde luego, si Guillermo Carnero no es más explícito en sus poemas o no se siente más influido por Batilo en su creación es porque no le da la real gana, no porque no conozca a la perfección el mundo poético e ideológico del extremeño, así como las fuentes de las que procede.

El poeta y también profesor de la Universidad de Granada y crítico literario, Luis García Montero, nacido en Granada en 1958, publica en 1994 un poemario, laureado con el Premio internacional de Poesía Fundación Loewe, titulado Habitaciones separadas, que comienza invocando el título de la Oda filosófica y sagrada n.º I de Meléndez99, con el siguiente lema:


«El invierno es el tiempo de la meditación,
iguala con la vida el pensamiento.
Juan Meléndez Valdés
Andrés Fernández de Andrada».


Sin duda, tanto el autor de la Epístola Moral a Fabio como el poeta extremeños son dos buenos modelos para inspirar ese estupendo poemario de tono estoico y nostálgico.

Casi cerrando el libro hay un espléndido poema titulado «El insomnio de Jovellanos. Castillo de Bellver, 1 de abril de 1808» que es también homenaje a Meléndez, pues, a manera de estribillo, se repite el título (que no verso) «el invierno es el tiempo de meditación» o «el verano es el tiempo de meditación». El protagonista del poema es un cautivo «prisionero y enfermo, derrotado» que llora la ausencia de su patria que lo mismo podría encubrir a Jovellanos, como a Meléndez o, mejor, se retrata a un personaje simbiosis de ambos.

El tono del poema puede verse en los siguientes versos:


«Prisionero y enfermo, derrotado,
lloro la ausencia de mi patria,
de mis pocos amigos,
de todo lo que amaba el corazón.
En el mismo horizonte
del que surgen los días y la luz
que acaricia los pinos y calienta mi celda,
surgen también la noche y los naufragios.
Mis días y mis noches son el tiempo
de la meditación»100.


No es difícil adivinar ecos del romance XXXIX, El Náufrago o del romance XL, Los suspiros de un proscrito de Meléndez101. Ciertamente la poesía de Meléndez, ligada a la realidad de todos los días, es un buen modelo para poetas como García Montero, empeñado en explorar las luces y las sombras de la existencia diaria en la que, a veces, no sabríamos decir si predomina la realidad o el deseo, y con no poca frecuencia todos somos un poco prisioneros, náufragos y proscritos. A pesar del indudable valor del poema de García Montero, en nuestra opinión, no alcanza a la airada imprecación con la que Meléndez se dirige al Creador en la citada oda filosófica I:


¿Qué es esto, santo Dios?, Tu protectora
diestra apartas del orbe, o su ruina
anticipar intentas?
¿La raza pecadora
agotar pudo tu bondad divina?


(vv. 111-115)                


Más claro nos paree el influjo de Meléndez en otro poeta, asimismo estudioso del extremeño. Nos referimos a José Luis Cano (1911-1999), admirador de Cadalso, Meléndez y Cienfuegos y autor de importantes estudios para la comprensión de la poesía neoclásica y romántica. Como ha ponderado Sebold, Cano, llamado por algunos «neorromántico», desde mediados del decenio de 1940 utiliza con mucha frecuencia el término «dulce» y sus derivados en acepciones que recuerdan terminológicamente a Batilo como «dulce tumba», «dulce tristeza», «dulce prisión», «terror dulce», «dulce lluvia», «dulce la tarde», «herida dulce», «dulce sombra», «dulces pestañas», «dulce catarata de escarcha», etc. Otras veces los pensamientos y estructuras estilísticas más complejas también nos recuerdan a Batilo, como, «Esa onda triste que cruza el pecho/ cual una dulce lluvia lenta/ al escribir el último verso/ del melancólico»102.

Para concluir este apartado, me referiré a Luis Alberto de Cuenca. Entre él y Meléndez confluyen circunstancias que lo han llevado a ser un profundo conocedor del poeta extremeño. En primer lugar, ambos son investigadores del mundo grecolatino y humanistas por definición, y, en segundo lugar, ambos poetas bien hermanados, pues Luis Alberto se nos ha declarado en alguna ocasión abiertamente admirador de Batilo. Me estoy refiriendo a la bella glosa que compuso de la oda III de Meléndez, la cual, a su vez, según María Rosa Lida de Malkiel, es una combinación que Meléndez hizo de los diez primeros versos del Basium V de Johannes Secundus (poeta neohumanista flamenco del siglo XVI) con los versos 88 y ss. del Epithalamium del mismo autor.

Polt fecha entre 1776-1781 esta oda que dice:


«Cuando mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos
y mil veces me besa,
cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta,
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta,
y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas,
y ella entre dulces ayes
se mueve más y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua,
ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela,
entonces, ¡ay!, si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega»103.


Por su parte, Luis Alberto de Cuenca recientemente ha hecho la siguiente reescritura de este poema, fechada el 16 de febrero de 1997:

«Para Alicia, a la manera de Catulo y Meléndez Valdés


Cuando mi rubia Alicia
lasciva me rodea
con sus morenos brazos
y mil veces me besa;
cuando sus rojos labios
en mi boca se encierran
como en dorada cárcel
que de penas libera;
y yo entonces recorro
con mano sabia y tierna
del bosque de su vientre
las partes más secretas;
y ella gime, entornando
sus ojos de gacela,
diciéndome "Te quiero"
con balbuciente lengua;
ya que siga me pide,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
ya al morderme me besa.
Entonces, que alguien cuente
del cielo las estrellas
y ésas serán las glorias
con que el amor me premia»104.


Encontrarse con poemas como éste es de suma gratificación para los que nos dedicamos al estudio del poeta extremeño, porque nos produce la sensación de que estamos volcando nuestros esfuerzos en el análisis de una poesía viva, capaz de entusiasmar a nuestros contemporáneos. Estos ejemplos del influjo de Batilo sobre algunos poetas de hoy, unido al perfil de su personalidad, uno de los más comprometidos con la dignificación del hombre de nuestra Ilustración, justifican los intentos de que permanezca viva su memoria.




6. Meléndez Valdés y el 11 de marzo de 2004

Por razones de espacio voy a pasar por alto los muchos y acertados gestos (un DVD y la escultura de un busto de Meléndez) y actos que a lo largo de 2004 organizó el Ayuntamiento de Ribera del Fresno en honor de su paisano Batilo. Sólo citaré a su alcalde, don Antonio Fernández, quien fue capaz de movilizar a su Corporación y al resto de los organismos oficiales (Junta de Extremadura, Diputación de Badajoz, Universidad de Extremadura, etc.) para conseguir los medios necesarios para dar relevancia al 250 del nacimiento de Meléndez. Sin su entusiasmo las efemérides habrían pasado sin pena ni gloria, por lo que los melendezvaldesianos le estaremos eternamente agradecidos.

Como es sabido, el citado día 11 de marzo de 2004 pasará a la memoria colectiva de los españoles como el día de la masacre de Madrid y en la de los estudiosos del poeta extremeño, además, como el día en que el recuerdo del 250 aniversario de su nacimiento se manchó de sangre. El homenaje a las 1500 víctimas del salvaje atentado estará siempre ligado, a partir de ahora, a toda conmemoración relacionada con Meléndez.

Si en 1954 don Antonio Rodríguez-Moñino notaba que «a la fortuna literaria de Meléndez no acompañó la política», por las persecuciones, destierros o cambio de régimen político, ya en 1798, en 1808 o en 1820, ¿qué podemos decir del fatídico día del 11 de marzo de 2004, fecha del 250 aniversario de Batilo? Lo que pasó en Madrid ese terrible día no voy a recordarlo, pero sí lo haré brevemente con las repercusiones negativas que tuvo en la remembranza del citado 250 aniversario.

Con la finalidad de que el día no pasase desapercibido enviamos muy temprano, a las seis y media de la mañana, un correo electrónico a las dos listas más importantes de historiadores modernistas y dieciochistas, recordándoles las efemérides del 250 aniversario del nacimiento de Batilo, que literalmente decía:

«Efemérides del nacimiento de Juan Meléndez Valdés. Amigos dieciochistas: Hoy, 11 de marzo de 2004, se cumplen 250 años del nacimiento del poeta Juan Meléndez Valdés, sin duda el mejor poeta entre Quevedo y Espronceda, espacio de dos siglos en nuestra Literatura, y personaje importante, como hombre público, poeta y jurista, para todos los que por devoción nos dedicamos al estudio del siglo XVIII. Que, al menos en el día de hoy, nuestro recuerdo lo saque del purgatorio del progresivo olvido que comenzó hace más de 150 años. Un cordial saludo. Antonio Astorgano Abajo».



Intencionadamente le dimos una redacción un tanto negativa y pesimista para provocar la respuesta de nuestros colegas. Contestaron unos veinte dieciochistas de todo el mundo (René Andioc, John Polt, Miguel Ángel Lama, Vicente Llombart, entre los más conocidos), al principio alegrándose del día y centrados en Meléndez, pero conforme avanzaba la triste jornada y se conocía la horrenda masacre, el nombre del pacífico Batilo se mezclaba con la sangre de los madrileños.

El primero que me sobresaltó, pues desconocíamos la noticia, fue el profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad de El Ferrol don Manuel-Reyes García Hurtado, quien apelaba a la razón contra la barbarie. Textualmente me decía a las 9,31 de la mañana: «Estimados amigos, ojalá este día fuera sólo de recuerdo para los que nos dedicamos al siglo XVIII y sólo esta fecha nos trajera a la memoria la figura de Meléndez Valdés. Lamentablemente, para quienes centramos nuestros pensamientos y esfuerzos en el Siglo de las Luces y de la Razón, hoy es también una jornada que quedará marcada para nuestro dolor ante la barbarie y la sinrazón».

El veterano hispanista francés René Andioc puso dos correos, uno, a media mañana, antes de conocer la horrenda noticia, centrado exclusivamente en puntualizar mi mensaje, demasiado pesimista en cuanto al olvido de la personalidad de Meléndez, en su opinión:

«Querido colega: Comprendo tu sentimiento, pero no te olvides de que se celebró el segundo centenario en 1954 (consulta la Bibliografía de Paco Aguilar), tal vez no con actos tan importantes como para otros, te lo concedo, y que en fecha aún temprana se publicaron valiosos trabajos de Polt, la traducción de la estupenda tesis de Jorge Demerson, por no citar más que a dos amigos (desgraciadamente desaparecido el segundo), sin hablar de varias historias de la literatura en que ocupa Meléndez el lugar que le corresponde, de manera que no creo que la falta de celebración, digamos oficial, suponga un olvido de la obra del gran escritor dieciochesco. Un abrazo R. Andioc».



A las cinco de la tarde puso el segundo correo, titulado «Centenario y tragedia», inmediatamente después de que se enteró de la noticia. Ahora se dirige a Miguel Ángel Lama, profesor de la Facultad de Cáceres, que había participado durante la mañana en nuestro electrónico coloquio. La tragedia de la masacre ocupa todo el mensaje y, lógicamente, ni se menciona a Meléndez:

«Querido Miguel Ángel: Cuando le escribía al colega Astorgano no estaba enterado aún de la abominable carnicería de Atocha y otras estaciones, ni pude entender, por lo tanto, la indignación de Manuel Reyes. Fue después de escribir el título que precede al mensaje que le iba a mandar a Pedro Álvarez de Miranda cuando apareció en la pantalla el aviso procedente del diario El País, y enseguida llamé a Madrid, en donde además tenemos familia. Y ya puedes suponer el horror que sentimos ante esos actos de bestialidad de unos hijos de perra que no saben más que asesinar indiscriminadamente, ¿y en nombre de qué?, a los que van confiados a ganarse la vida y ahora quedan destrozados, dejando huérfanos y viudas, y ni siquiera todas ilesas físicamente, y no hablemos de las secuelas morales. Lo único que desgraciadamente podemos hacer, viviendo a un tiempo tan cerca y tan lejos, es asegurarte y aseguraros de nuestra solidaridad; es muy poca cosa, pero lo hacemos con todo el corazón. Un fuerte abrazo. René».



Especialmente emotivo fue el mensaje de Vicent Llombart, catedrático de Historia Económica de la Universidad de Valencia, el cual, en cierto sentido, todavía esta traumatizado por el asesinato de su maestro y amigo Ernest Lluch en el otoño del año 2000. Lo titula «Razón y barbarie» y textualmente dice, a la una y media de la tarde:

«Estimados amigos y amigas: me sumo plenamente a las palabras de Antonio Astorgano en recuerdo de los 250 años del nacimiento de Meléndez Valdés, y también, con especial sentimiento desde la estrecha relación que mantuve con Ernest Lluch, a la condena de Manuel-Reyes García Hurtado a la indiscriminada barbarie y a la terrorífica sinrazón que han segado hoy tantas vidas en Madrid. No puedo evitar manifestar mi más indignada condena y mi más absoluto rechazo. Mucho camino queda aún por recorrer a las «luces» y a la «paz universal» en la sociedad actual. Vicent Llombart. Facultad de Economía. Universidad de Valencia».



Una hora más tarde, a las dos y media, interviene Miguel Ángel Lama desde Cáceres para comunicarnos que la masacre madrileña también había golpeado el recuerdo de Meléndez en Ribera del Fresno, el pueblo en que nació, como venimos diciendo, hace 250 años. Yo sabía, porque me había llamado el alcalde para invitarme, que se había programado un acto conmemorativo en honor de Meléndez con asistencia del consejero de Educación regional, consistente en una disertación académica del mismo Lama y colocación de una placa.

Es lógico que todo se suspendiese cuando se conoció la noticia del bárbaro atentado y que Lama descargase su mal humor arremetiendo contra mí por afirmar que Meléndez estaba siendo olvidado, cuando él lleva varios meses organizando este y otros actos con la mejor fe de mantener vivo el recuerdo de nuestro poeta. Digo esto para la mejor comprensión de su correo, titulado «Meléndez Valdés. Centenario y tragedia»:

«La fecha del 11 de marzo de 2004, 250 años del nacimiento de Meléndez Valdés, es ya una fecha negra en nuestra historia. Con mucha rabia por lo sucedido y con el convencimiento de aplicar el mejor de los sentidos cívicos, las autoridades que convocaron para hoy un acto conmemorativo en la patria chica del escritor, Ribera del Fresno, han decidido suspenderlo. Decir, como dice Antonio Astorgano, que el poeta está en el purgatorio del progresivo olvido desde hace tantos años es ignorar lo mucho que se ha trabajado sobre Meléndez Valdés, como bien señalaba el eminente René Andioc. Más adelante se difundirán los actos programados en los próximos meses. Un triste abrazo. Miguel Ángel Lama».



Conforme avanza la tarde, el dolor de la tragedia se apodera de los comunicantes, que se dirigen unos a otros condenando la barbarie, de manera que en los últimos no hay la menor alusión a Meléndez ni a mi provocador correo ni a mi entusiasta persona. Sirva de ejemplo, el correo que a las diez y cuarto de la noche nos envió desde París Pablo F. Luna, profesor de la Sorbona. Va dirigido a Vicent Llombart, quizá el más sensibilizado ante la tragedia, por las razones antes apuntadas:

«Estimado amigo Vicent, [estimados amigos de Siglo XVIII]: Me adhiero a tu condena, a tu rechazo [que son también los vuestros], contra la barbarie que niega y pisotea aquellas Luces humanas que compartimos y que tratamos de dar a conocer en nuestra labor cotidiana; me adhiero al rechazo y a la condena contra esta agresión salvaje e inhumana contra Madrid, contra los pueblos de España, contra la España diversa y plural que todos queremos, contra el pueblo vasco en su lucha por la libertad y su reconocimiento...

Pronto sabremos quién está detrás de este mortal ataque...

Con todo mi aprecio.

Pablo F. Luna Universidad Paris Sorbonne
Institut Hispanique

Paris, France».



No vamos a continuar insertando más correos, que lo único que harían es reiterar la condena de la barbarie. En resumidas cuentas, si yo pretendía avivar en la memoria de los dieciochistas el recuerdo de Meléndez, una vez más el poeta extremeño no estuvo acompañado por las circunstancias históricas y tuvo que dejar su protagonismo a la condena unánime de todo el dieciochismo contra la mayor barbarie conocida en Madrid, cosa que con toda certeza el buen Batilo habría aprobado de tener hoy 250 años.

Al final de la luctuosa jornada, que yo había pretendido hacer jovial y memorable en honor de Meléndez, reflexioné un instante y, a pesar de estar totalmente anonadado, me di cuenta que debía cerrar el recordatorio, el debate, o lo que fuese, que había iniciado dieciocho horas antes. Por eso agradecí tan variopintas intervenciones con el siguiente correo:

«Queridos amigos:

Cuando a las seis de la mañana escribía el recordatorio del 250 aniversario de Meléndez, lo que menos me podía imaginar era que unos desalmados estaban planificando a esa hora una masacre para ensangrentarnos a todos, incluido el recuerdo del bueno de Meléndez.

Lo único que pretendía era que el día no pasase desapercibido y, por supuesto, nunca olvidar a los que precisamente han procurado mantener viva la llama del poeta extremeño (Polt, Demerson, Emilio Palacios, Miguel Ángel Lama, Ayuntamiento de Ribera del Fresno, etc.), con quienes he mantenido o mantengo relaciones amistosas. Me refería al olvido en la Enseñanza Media, que es donde realmente la mayoría de la gente debería acercarse a la Literatura. Por otra parte, ¿cuántos poetas de la segunda mitad del siglo XX han leído a Meléndez o, en consecuencia, muestran algún tipo de admiración o influencia de Batilo? Sobran bastantes dedos de una mano para contarlos.

En fin, muchas gracias a todos los que habéis entrado al trapo del recordatorio. Seguro que el generoso Batilo os lo agradecería y en este día tan triste volvería a escribir:


«¡Ah, España infeliz!... En agua
mi faz se inunda en tan cruda
memoria, y la voz me falta.
¡Dios bueno!, los ojos torna
compasivo a mi plegaria
y echa de mi patria lejos
los desastres que la amagan».

(MELÉNDEZ, Discurso I, «La despedida del anciano», vv. 390-396)                


Un fuerte y agradecido abrazo para todos.

Antonio Astorgano Abajo.»



Se puede observar que hay disparidad de criterios entre los estudiosos sobre la pervivencia de la personalidad y obra del poeta extremeño. René Andioc y Miguel Ángel Lama son bastante optimistas, quizá conformándose con su visión desde la urna de cristal de sus cátedras universitarias. Por nuestra parte, quizá con una visión más realista desde una devaluada cátedra de Instituto de Bachillerato, somos más pesimistas, tono que he querido transmitir conscientemente, para mantener vivo el esfuerzo de la memoria en recuerdo de Meléndez, como el buen entrenador que mantiene la tensión dentro de su equipo, recordando más lo mucho que falta por hacer que no perderse en galácticos recuerdos y quimeras.

Con estos tan pésimos comienzos, el resto del año transcurrió lo mejor que se pudo. Durante el verano el benemérito alcalde de Ribera del Fresno festejó por todo lo alto a Meléndez en dicha localidad y en el otoño organizó, junto con el Departamento de Literatura Española de la Universidad de Extremadura, un curso de postgrado y un simposio internacional sobre la figura de nuestro poeta, además de patrocinar y encargar un vídeo y una página web al prestigioso profesor de la Universidad Complutense y distinguido estudioso melendeciano, Emilio Palacios. A nivel nacional e internacional, el 250 aniversario pasó totalmente desapercibido, de manera que don Emilio Pascual, director de Ediciones Cátedra y yo consideramos muy conveniente rodear el tomo de las Obras Completas con una banda amarilla con la siguiente inscripción: «hace 250 años nació Meléndez Valdés. La paz y los amores fue lema de su poesía. Sorprende la actualidad de su prosa». Fue lo único y lo máximo que se me ocurrió ante tan nublada perspectiva.




7. Conclusión

Para concluir, diremos que, personalmente, tuvimos la satisfacción de ver publicadas, antes de finalizar el año citado, las Obras Completas en la Editorial Cátedra, en un amplio tomo, que es lo más permanente y la mayor gratificación que han tenido los no pocos desvelos e ilusión que pusimos en este aniversario.

Pero el que pronto podamos contar con tres ediciones de la Obras Completas de Meléndez (a saber, las dos de Emilio Palacios, una en la Biblioteca Castro, y la electrónica de Cervantes Virtual.com, y la nuestra de Editorial Cátedra), que se añaden a la imprescindible edición crítica de las Obras en Verso, fruto del entusiasmo de un puñado de estudiosos, no debe hacernos olvidar que Meléndez continúa siendo muy desconocido en muchas parcelas de su personalidad, de sus obras y de su pensamiento. Es más, nos atrevemos a afirmar que los tiempos que corren no son propicios para prestigiar a nuestro poeta.

Demostremos esta afirmación con algunos ejemplos. Ciertamente la sensibilidad poética de 2004 no es la misma que la de los lectores de principios del siglo XIX, para quien Meléndez era una especie de Frank Sinatra o Julio Iglesias, si se nos permite el anacronismo, como se afirma en una carta de una anónima señora, insertada en el Diario de Madrid en 1802: «el príncipe de todos [los autores de poesía] es el gran Batilo, cuyos tres tomitos [de la edición de Valladolid de 1797] valen muchos millones; otros modernos hay sin duda de mucho mérito. Pero si yo puedo dar voto, ninguno tiene la expresión, la naturalidad, la gracia, dulzura, entusiasmo y estilo, de modo que éste hará época en los anales del Parnaso, así como D. Leandro de Moratín lo hará también por lo dramático»105.

Los contemporáneos de Meléndez y Moratín captaban perfectamente que eran respectivamente los supremos renovadores de los géneros poético y dramático. Por el contrario, algunos críticos de hoy, que por razones obvias de acumulación histórica de conocimientos, que en eso consiste fundamentalmente la idea de progreso, deberían calibrar mejor el mérito de cada escritor, parece que tienen las ideas menos claras que hace dos siglos. A modo de ejemplo, un prestigiosísimo estudioso de la prosa del siglo XVIII, cuyo nombre no puedo decir por lo privado de la conversación, me decía textualmente: «Muchas veces le he dicho a John Polt, cómo perdéis el tiempo en una poesía que sólo dice memeces y es sumamente reiterativa y aburrida». Pero lo grave de esta opinión de un erudito malhumorado es que se está trasmitiendo en los centros de Bachillerato, en donde, en teoría, deberían adquirirse el 95 por ciento, o más, de los conocimientos literarios del hombre culto de nuestra sociedad. Veámoslo en otro ejemplo. En un texto de segundo de Bachillerato de una gran editorial y firmado el año próximo pasado de 2003 por un prestigioso académico, recientemente fallecido, se afirma sin rubor, refiriéndose a Leandro Fernández de Moratín, que «para el gusto actual, se trata del lírico más destacado del siglo XVIII: su poesía es neoclásica, pero con latidos hondos y verdaderos; se siente de modo especial en el gran poema Elegía de las Musas, donde, ya viejo, se despide de la poesía y del teatro, que han constituido su razón de vivir»106. Con todos mis respetos a don Leandro y al ilustre académico, no estamos de acuerdo con dicha afirmación, por razones obvias que no podemos explicar ahora.

Meléndez es un gran poeta, pero no está a la altura de un Quevedo, un Garcilaso o un Bécquer y lleva más de ciento cincuenta años semi olvidado. Recordemos que ya en 1871, el marqués de Valmar en su edición de la BAE no se muestra especialmente atraído por la poesía de Meléndez. Sinceramente creemos que cuando hablábamos de «150 años de progresivo olvido» en la madrugada del aciago día 11 de marzo de 2004 estábamos exagerando, pero no tanto.

Si examinamos los repertorios bibliográficos de los centros de estudios especializados en el siglo XVIII (por ejemplo, las bibliografías anuales del Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII de Oviedo), vemos que hay años enteros en que no se recoge ni un solo estudio sobre Meléndez y que, por ejemplo, en el número del año 2000 se reseñan tres estudios sobre Meléndez, frente a los 44 de Jovellanos o los 18 sobre Cadalso. Al año siguiente (2001) aparecen dos frente a los cinco sobre Mayans, los cuatro sobre Cadalso o los 29 sobre Jovellanos. La diferencia numérica es elocuente, con el agravante de que varios de los estudios sobre el poeta extremeño corresponden a un mismo investigador. El balance de los últimos cincuenta años del siglo XX es de unos cien trabajos de investigación de la más variopinta extensión e importancia redactados por unos cincuenta estudiosos, de los cuales la inmensa mayoría sólo se ha acercado a la figura y la obra de Meléndez una o dos veces, pues media docena de investigadores (Polt, Demerson, Emilio Palacios, Joaquín Marco, Miguel Ángel Lama y Antonio Astorgano) suman más de cincuenta trabajos.

¿Son muchos o pocos cien estudios en cincuenta años? No parecen demasiados si consideramos que sólo en el año 2000 Jovellanos tuvo 44. Ciertamente se ha avanzado bastante, pero hemos visto que discrepamos con otros colegas como Miguel Ángel Lama y René Andioc respecto a si ese esfuerzo investigador ha logrado colocar a Meléndez en el puesto que le corresponde en la Historia de la Literatura española o lo ha sacado del «olvido», como decíamos un tanto provocativamente al alba del fatídico día 11 de marzo de 2004.

Podemos hacernos la pregunta de si la figura y la obra de Meléndez perviven y si son atractivas o no para el hombre del siglo XXI. Creemos que sí, porque pocas personas como el magistrado Meléndez estuvieron obsesionadas por la difusión de las luces, por el tratamiento anticipativo en relación con la igualdad de las mujeres, y por la educación del pueblo, en general, intentando convertir a España en un país moderno, mediante el desarrollo de su economía, en especial la Agricultura, pero sobre todo mediante la introducción de las doctrinas más avanzadas de la Europa de su tiempo, en especial las francesas que darán lugar a la Revolución. ¿Cómo Meléndez no iba a ser afrancesado si estaba embebido de las mismas ideas de igualdad, solidaridad y libertad? Como magistrado era un hombre de orden y sólo parece renegar de los revolucionarios franceses al enterarse de sus excesos y leer obras como Las prisiones de Francia hacia 1798. Pero diez años después fue un leal colaborador de José I y de las ideas que representaba, pasando por alto la coyuntura de los excesos de la encarnizada guerra civil, que eso era en realidad la Guerra de la Independencia.

Resignándonos a la fatalidad de la pérdida de los mejores trabajos en prosa del poeta de Ribera del Fresno, sin embargo, por los escritos conservados (en especial los Discursos Forenses) podemos conjeturar cuales eran sus ideas en materia político-social. Lo que de él sabemos es bastante para filiarlo entre los que Azorín llama «los precursores de Costa». Antes que el pensador de Graus, y antes que Larra, su espíritu delicado percibe la inmensa tristeza de nuestras llanuras yermas y desoladas107. Su visión no es sólo la del lírico que canta el dolor, sino también la del apóstol agrario que da misión social y sentido político a la Naturaleza. Meléndez creía que España era un país pobre que podía engrandecerse por medio de la agricultura. En su programa agrario, la educación del pueblo representa un papel importante. Pensaba que era preciso repartir el beneficio de la instrucción por los campos y por las aldeas. En esto, anticipándose también a Larra, a Costa y a Ganivet, coincidía con sus contemporáneos José Cadalso y el conde de Cabarrús. Pero, completando su programa, entendía que la instrucción sola no era suficiente. Ante el mal padecido por los parias de la gleba había que tomar otros remedios. Era preciso aligerar al labrador de la aplastante carga de los tributos que lo oprimían. Resultaba indispensable canalizar los ríos para llevar frescura a los campos sedientos. Y, sobre todo, realizar la idea de que la tierra sea propiedad del hombre que la trabaja, para lo cual había que terminar con la ominosa vinculación que la convertía en patrimonio de unos cuantos señores en detrimento de los colonos. Esta protesta contra la propiedad, que aun hoy colocaría a Meléndez en las avanzadas políticas, es acaso la nota culminante de sus doctrinas, que siempre darán pervivencia a su memoria108.

Claro es que en tales ideas, anticipación de reivindicaciones políticas que el tiempo no ha resuelto todavía, influye no poco aquella moda de la época que absorbió el espíritu de Meléndez Valdés. El siglo XVIII inicia el sentimentalismo humanitario que luego culminará en el Romanticismo, dando predilección a los temas político sociales. Pero, al mismo tiempo, no debe olvidarse otro rasgo distintivo de su carácter que nuestro poeta -y menos el jurista y el sociólogo- no era un improvisador, sino un temperamento reflexivo. Por propia confesión sabemos109 que Meléndez forjaba sus obras con la musa paciente del esfuerzo. Si hemos de creer en su palabra, pasaba días enteros puliendo y perfeccionando sus escritos. Así, pues, por debajo del escritor fácil, del hombre frívolo y alegremente sensual que a primera vista surge, se va formando el pensador, el sociólogo, el filósofo, no tanto por moda de la época como por inclinación de carácter, acaso, por hábito del jurista profesional.

Sus convicciones profundas en materia religiosa fueron confirmadas por Blanco Withe y por su comportamiento en la vida privada, pues, siendo una persona sumamente atractiva, por carácter y cultura, se casó con una mujer diez años mayor que él, sin la menor infidelidad conocida en treinta y cinco años de matrimonio.

Por consiguiente, no es Meléndez el ser, un poco vacuo y frívolo, que aparece en sus ligeras poesías anacreónticas más conocidas. En su espíritu había mayor hondura. Munsuri lamenta que ese mismo laborar paciente nos borrara al hombre íntimo bajo la capa pueril del artificio110.

Aunque para sus contemporáneos Meléndez fue casi exclusivamente el «restaurador de la poesía castellana», papel consciente y complacientemente aceptado por el interesado, sin embargo hace tiempo que los críticos más agudos han visto en el poeta una personalidad muchos más compleja. Citaremos a Salinas y a Demerson.

Salinas, después de analizar la cantidad y variedad de las obras melendecianas perdidas, concluye:

«Pero de todos modos, en el mero estado que hoy nos ofrece la cuestión, resulta considerablemente ampliado el campo de la curiosidad y actividades intelectuales del frívolo Batilo, y, por detrás del poeta grácil y sensual del siglo XVIII, se insinúa la sombra del meditador, del filósofo, del sociólogo, también muy del siglo XVIII; la sombra de un Meléndez grave y erudito, que muchas veces toma cuerpo en sus poesías morales y filosóficas»111.



Demerson nos resume los múltiples aspectos de Meléndez, después de muchos años dedicados al estudio de su personalidad:

«Profesor y magistrado, poeta y prosista, neoclásico y "prerromántico", anacreóntico y elegiaco, tejedor de ensueños y realizador practico, Meléndez Valdés nos aparece como una personalidad compleja. Esa complejidad de la mente polifacética de Batilo se trasluce, por cierto, en su poesía; pero se manifiesta mucho más claramente cuando se examina el conjunto de su obra. Si bien es Meléndez ante todo un poeta, que sus contemporáneos y la posteridad reconocieron y consagraron por el mejor de su época, no es esto solamente.

Es también un "filosofo", un economista y un jurisconsulto altamente apreciable, diáfano exponente en sus obras en prosa de las corrientes ilustradas de su época, que merece equipararse a un Jovellanos, un Cabarrús u otros escritores de la misma ideología»112.



Por último, en este repaso al estado actual de la figura y de la obra de Meléndez, sería de desear, para la pervivencia de un mejor recuerdo, que su tumba en el Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo fuese adecentada, lo mismo que la de otros célebres representantes de las letras y de la artes españolas, como sus amigos Goya o Leandro Fernández de Moratín. Hace unos años estuve por allí y me hice el propósito de no volver para no avalar con mi presencia el bochorno de tanta desidia que había convertido en indecente profanación el lugar que debía ser el santuario en que los historiadores, y hombres de letras en general, deberíamos ir a rendir el tributo de nuestra admiración y de nuestro recuerdo.

Han pasado doscientos cincuenta años desde que nació uno de los poetas, abogados y patriotas más ilustres que ha dado nuestra Literatura y nuestra entrañable España. Quede su vida y su obra en nuestra memoria colectiva porque así lo dictan la justicia y la razón, por mucho que se opongan las turbulencias de nuestra época.







 
Indice