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Juan Meléndez Valdés en la Real Sociedad Económica Aragonesa, 1789-1791

(Con unos datos sobre Goya)


Philip Deacon


Universidad de Sheffield

[Indicaciones de paginación en nota.1 ]



  -7-  

In memoriam Rafael Olaechea

Juan Meléndez Valdés, reconocido por sus contemporáneos y por la crítica posterior como el poeta más significativo de su época, pasó diecinueve meses de su vida en Zaragoza entre mediados de setiembre de 1789 y abril de 17912. El motivo de su traslado a Aragón fue su nombramiento como Alcalde del Crimen en la Real Audiencia, pero quizás más interés, por su aportación a la historia cultural de su época, tiene el hecho de que se hizo socio de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Quien debió haber detallado estas actividades de Meléndez fue su eximio estudioso y crítico Georges Demerson, pero al investigador francés le fue negada la consulta del archivo de la Sociedad cuando preparaba su magistral biografía del poeta extremeño3. Es apropiado, por tanto, que sea otro extranjero quien, después de tener acceso a dicho archivo, intente ampliar lo ya conocido de las actividades de este fervoroso amigo del país en la Sociedad Económica Aragonesa y aportar unos datos nuevos a la biografía de Meléndez durante los meses que pasó en Zaragoza4.






Meléndez Valdés en 1789

Meléndez tenía 35 años en 1789. La mayor parte de su vida adulta la había pasado en Salamanca, en cuya universidad había sido primero estudiante y después profesor de humanidades y de derecho5. En el decenio anterior a su nombramiento en Zaragoza se había consagrado como poeta, ganando el premio de poesía de la Real Academia Española en 1780 y recitando composiciones poéticas en años sucesivos en actos públicos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su obra más polémica, la comedia pastoril Las bodas de Camacho el rico, fue escrita a instancias y con los consejos de su amigo, el también magistrado y poeta Gaspar Melchor de Jovellanos. Esta obra teatral ganó el premio ofrecido en 1784 por la villa de Madrid para celebrar el nacimiento de los Infantes Carlos y Felipe. También bajo la influencia de Jovellanos, Meléndez había publicado en 1785 un tomo de composiciones poéticas que gozó de un éxito enorme, siendo pirateado varias veces a raíz de su primera impresión en Madrid por Joaquín Ibarra. Tal fue la acogida dispensada a las poesías de Meléndez por las clases cultas que,   -8-   en base a las pocas obras literarias que se acaban de nombrar, logró el honor de figurar en el repertorio de Juan Sempere y Guarinos dedicado a pasar revista a los mejores escritores del reinado de Carlos III6.

Las tranquilas escenas campestres bosquejadas en los poemas de Meléndez demuestran una predilección por temas supuestamente ligeros -escenas pastoriles y comportamiento hedonista relacionado con el estilo anacreóntico- y sugieren la imagen de un Meléndez dócil y apacible. Pero Meléndez tenía también una faceta crítica, que cuestionaba, para a la larga intentar cambiar, la sociedad en que vivía. Este lado de su carácter puede asociarse con Jovellanos y con otro mentor suyo, José de Cadalso, a quien había conocido en Salamanca, y a imitación de cuyas Cartas marruecas Meléndez había compuesto unas Cartas turcas -de las que sólo han sobrevivido unos fragmentos- con la intención de satirizar las costumbres sociales españolas7.

El lado satírico de Meléndez se expresó muchas veces en obras que no llevaban su nombre. En 1787 había publicado anónimamente como Discurso CLIV de El Censor una de sus composiciones poéticas más célebres, «La despedida del anciano», de fuerte carga social, que fue seguida en el siguiente número de la revista por la igualmente famosa segunda «Sátira a Arnesto» de Jovellanos. La asociación con El Censor nos permite situar a Meléndez entre el círculo de pensadores reformistas ligado a esta publicación periódica cuyas peripecias han sido trazadas por José Caso González, Elsa García Pandavenes, Antonio Elorza, y Alberto Gil Novales8. Cuando lo permitía la censura, El Censor intentó efectuar un cambio de mentalidad en la sociedad española. Su crítica de grupos privilegiados de la sociedad del antiguo régimen como la iglesia, la magistratura, la nobleza y las universidades se llevaba a cabo utilizando un método más directo y atrevido que el de otras publicaciones de este tipo, lo que provocó su cierre definitivo en 1787.

En los años ochenta Meléndez compaginaba su carrera literaria con sus tareas docentes y administrativas en el claustro salmantino. Pese a las restricciones impuestas por el cargo universitario y los esfuerzos dedicados a luchar contra el inmovilismo de sus colegas, Meléndez se empeñó en extender sus propios conocimientos en los terrenos de la literatura, la jurisprudencia y la filosofía a través de las novedades editoriales del momento, y sus exploraciones no estaban limitadas por las condenas inquisitoriales, ya que poseía una licencia para leer obras prohibidas.

Hacia 1786 ó 1787 el joven profesor empezó a sentir la necesidad de abandonar la universidad para dedicarse a actividades en que pudiera influir más directamente en los problemas de la vida nacional. Sin duda aconsejado por Jovellanos, que en paralelo con su profesión de magistrado en la corte participa en instituciones como la Sociedad Económica Matritense, Meléndez utiliza sus contactos en la capital para buscar una salida a su creciente frustración y deseo de actuar. Sus insistentes esfuerzos le valen el puesto de Alcalde del Crimen en la Audiencia de Zaragoza9. Como el mismo Meléndez relata en una exposición al Rey once años más tarde, cambió de dirección «dejando la Universidad por la toga, [para que] sirviese en ella al público y a   -9-   V. M. con mayor utilidad»10.

La vida anterior de Meléndez había estado ligada a un mundo que permitía e incluso hacía hincapié en la meditación sobre los problemas de la humanidad. Zaragoza en cambio significaba el contacto directo con los rigores del quehacer cotidiano, obligado por una profesión que le imponía una vida más regimentada y que no dejaba lugar para la reflexión. La novedad está resaltada por Demerson, a cuyo parecer el nombramiento fue coyuntural en la trayectoria vital del poeta extremeño. El período zaragozano y los años inmediatamente siguientes, en que Meléndez continuó su carrera de magistrado en Valladolid, marcan también un viraje en su carrera poética. La nueva situación le reduce la oportunidad de escapar de la realidad a través de la literatura y le impone la necesidad de tomar decisiones y actuar. Para Meléndez la marcha a Aragón era lanzarse a un mundo desconocido donde no consta que tuviera amistades que le suavizaran el choque del cambio. Sus primeros contactos habrían sido los colegas de la Audiencia, y es natural que, como éstos, se sintiera atraído por la Sociedad Económica establecida en Zaragoza desde hacía trece años11.




La Sociedad Económica Aragonesa

La Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País fue fundada en 1776, y al igual que las demás sociedades surgidas a raíz de las directrices de Campomanes expresadas en el Discurso sobre el fomento de la industria popular, su objetivo era desarrollar la economía de su entorno regional por medio de la discusión, propagación y enseñanza de ideas prácticas12. En el caso de la Sociedad Aragonesa, los temas más importantes eran la agricultura, la industria y el comercio. A través de los trabajos de José Francisco Forniés Casals sobre la Sociedad y su documentación en el primer período de su existencia -desde 1776 hasta 1808- podemos apreciar la contribución de esta institución a la reforma de las prácticas artesanales e industriales13. Un trabajo complementario del mismo estudioso sobre la economía aragonesa del período lleva al lector más allá de un mero conocimiento de documentos y nombres de autores y permite bosquejar un panorama de las actividades de la Real Sociedad14. Falta, sin embargo, un estudio de la Sociedad como institución que, utilizando la documentación de su archivo, lleve a cabo un análisis sistemático de su organización y gama de actividades. Tal estudio es una necesidad imprescindible para entender la envergadura del papel desempeñado por la Sociedad y sus miembros. Mi intento de situar la actividad de Meléndez dentro del contexto de las actividades de la Sociedad en conjunto adolecerá por tanto de la ausencia de una visión analítica de esta primera etapa de su existencia.

El suceso más notorio de la Sociedad en sus primeros años fue la polémica causada por la denuncia que hizo el fraile capuchino Diego José de Cádiz en 1786 de las enseñanzas de economía llevadas a cabo por Lorenzo Normante, encargado de la Cátedra de Economía Civil y Comercio en la escuela de la Sociedad15. Para los que vivieron los acontecimientos,   -10-   las pasiones creadas por los ataques, posterior defensa y exoneración de la Sociedad dejaron huellas que no suelen aparecer en las frías e impersonales Resoluciones de las Juntas Generales en los meses en que asistía Meléndez. Sin embargo, el recién llegado magistrado tuvo que ser consciente de que estaba entrando en una institución donde las heridas del pasado inmediato aún dolían y, como veremos, los ánimos estaban mejor preparados para actuar con cautela frente a posibles brotes de oposición de fuera.

La década de los ochenta, que en sus primeros años daba señales de una evolución positiva en muchos campos, presagiaba también un futuro en el que los esfuerzos opuestos a la reforma lograrían sofocar muchas de las iniciativas liberalizadoras, frustrando y dividiendo a sus protagonistas16. Por sus relaciones con la revista de Cañuelo y Pereyra, portaestandarte de ideas progresistas, Meléndez era consciente de la dificultad de avanzar. El Censor había sufrido dos suspensiones, en 1782 y 1784, antes de su cierre final a manos del Presidente del Consejo de Castilla, el Conde de Floridablanca, en agosto de 1787. Desde aquella fecha los grupos intelectuales más concienciados debieron de temer una mayor represión de la libertad de expresión, especialmente en las publicaciones periódicas. Efectivamente, los años entre 1787 y 1791 llevan a unas restricciones cada vez más severas, que terminan con la Orden gubernamental del 24 de febrero de 1791 que cierra todas las publicaciones periódicas menos las oficiales17.

De manera semejante, las acciones emprendidas por las Sociedades económicas produjeron reacciones negativas que se tradujeron en un menor apoyo a sus actividades18. El número de socios activos disminuye, y en algunos casos es difícil llevar a cabo las tareas pendientes. Sólo los miembros más constantes y convencidos permanecen fieles a sus principios y no se acobardan frente a las presiones. La cuestión que hay que plantear para cada individuo es si su falta de dedicación en promover la felicidad de sus compatriotas a través de la reformas provocó el abandono de los planes de regeneración y un menor compromiso con la tarea de erradicar los errores y lograr un futuro mejor. En el caso de Meléndez la contestación que hay que dar, en base a su actuación en la Sociedad Económica Aragonesa, es un no contundente.




Meléndez y la Real Sociedad Económica Aragonesa

Según Demerson Meléndez debió de llegar a Zaragoza hacia el 10 de setiembre de 1789, y tomó posesión de su cargo de Alcalde del Crimen en el acto oficial de instalación el día 1519. El Gobernador de la Real Sala del Crimen de la Audiencia, Antonio Arias Mon y Velarde, ostentaba también el cargo de Director de la Sociedad Económica, y tras establecer contacto con el nuevo magistrado y a propuesta suya, en la Junta General del día 18 de setiembre

fue nombrado en Socio el Sr. D. Juan Meléndez Valdés, del Consejo de S. M. y su Ministro del Crimen en esta Real Audiencia, a quien se acordó despachar el título Correspondiente, y que se lo dirija el Secretario con un exemplar de Estatutos.20


  -11-  

Meléndez no contestó por escrito, pero se presentó en las Juntas siguientes del 9, 23 y 30 de octubre, y en

ésta contestó en voz haver recivido un oficio de la Sociedad con exemplares del Papel de avertura de las Escuelas, y que procurará la concurrencia a la de Agricultura, a cuyo fin ha practicado lo necesario con varios Labradores de su Quartel.


(Actas 1789, p. 201)                


Durante los meses que vivió en Zaragoza, Meléndez asiste a un total de 44 de las 77 Juntas Generales Ordinarias celebradas, una asistencia media de un 57%. Las Juntas Generales Ordinarias -las únicas juntas formales a las que asistía- tenían lugar los viernes por la tarde. Lo que destaca de la actuación de Meléndez es la manera en que se dedica con toda la energía a su disposición a hacer funcionar la Sociedad. Es una fuente inagotable de energía, siempre preparado para cumplir una tarea que precise de una mano dispuesta a ayudar, aunque parezca rutinaria e insignificante.

Así, el 13 de noviembre de 1789 actúa en el recuento de votos para la elección del Director Primero, en la que sale reelegido Antonio Mon y Velarde. El 16 de junio de 1790 acepta con el canónigo de la Seo Jorge del Río el encargo de revisar el texto de un discurso de Vicente Requeno que era difícil de leer en su versión manuscrita. El 9 de julio se elige a Meléndez y al profesor de matemáticas Luis Rancaño de Cancio para felicitar a Jorge del Río por su nombramiento de Predicador del Rey. El 30 de julio le toca visitar a la Baronesa de Sánchez y Torresillas cuando estaba recuperándose de un parto. A principios de la nueva sesión académica, en la Junta del 21 de octubre de 1790, consiente en distribuir los carteles anunciando la apertura de la escuela de agricultura a varios labradores de su cuartel «para facilitar la concurrencia». Todos estos trabajos que parecen pequeños ocupaban el tiempo de una persona cuya profesión imponía unas «arduas obligaciones», lo que hacía que los magistrados fueran «deudores al público de nuestros talentos y afecciones, de todo nuestro tiempo, de nuestro descanso, y hasta de nuestra vida», para citar las palabras que empleó en un discurso escrito en Zaragoza sobre el trabajo de una Real Audiencia21.

El 25 de junio de 1790 Meléndez tuvo una oportunidad para recordar al gobierno de Madrid su presencia en Zaragoza y su participación en la Sociedad Económica:

El Sr. Meléndez, haciendo presente a la Junta el restablecimiento que la Gazeta de Madrid del Martes próximo anunciaba de la salud importantíssima del Exmo. Sr. Conde Floridablanca, propuso que se le escribiera la enhorabuena a Su Ex.ª en atención a lo muchíssimo que se había distinguido en la protección de esta Sociedad y al interés que toda la nación tiene en la conservación y prosperidad de este grande ministro; y al proprio tiempo propuso que se escribiera la enhorabuena al Exmo. Sr. D. Antonio Porlier por la confianza que a S. M. ha devido tan dignamente de la Secretaría del gracia y justicias [sic]; y al Exmo. Sr. Conde del campo de Alange, Marqués de Torremanzana, por su ascenso a la Secretaría y ministerio de Guerra, cuyos oficios [...] el   -12-   mismo Sr. Meléndez se ofreció extender en los términos que apuntó [...].


(Actas 1790, pp. 93-4)                


A través de su acción se divisa la ambición del joven magistrado que intenta atraer la atención del poderoso Presidente del Consejo de Castilla para que se percate de su empeño en ser útil a su país, dedicando su tiempo a una institución protegida por el gobierno pero que en ese momento demostraba señales de languidecer y necesitaba de jóvenes talentos para recuperar respeto e influencia. Sin duda esperaba Meléndez destacar por su talento y entusiasmo y que así se fijaran en él para un ascenso en su carrera jurídica.

En la Junta del 19 de noviembre de 1790 presenciamos su ambición por ocupar una posición de influencia en la Sociedad. Las elecciones a los cargos directivos produjeron una asistencia más numerosa, contrastando con el reducido número de asiduos, que a veces no llegaba a una docena. Entre los asistentes figuraban varios destacados nombres como Lorenzo Normante, el Conde de Fuentes, Pedro Francisco de Goyeneche, Martín Zapater e Ignacio de Asso22. Se eligió por aclamación como nuevo Director Primero al Capitán General de Aragón, Félix O'Neille, Martín Zapater fue nombrado Tesorero, y para el puesto de Secretario segundo hubo seis candidatos, entre los que figuraba Meléndez. En la votación que siguió fue elegido Sancho de Llamas, que tuvo 28 votos, seguido por Tadeo Lasarte con 11 y Meléndez con 8. Aunque no fuera elegido, las dotes de elocuencia de Meléndez sirvieron después para las felicitaciones a los nombrados. En la junta siguiente aparece O'Neille y pronuncia «una Arenga o razonamiento», a la que contestó Meléndez: «tomando la voz de la Sociedad, respondió en los términos más propios y adequados al razonamiento de S. E.» (Actas 1790, pp. 189, 194.)




Temas delicados

Como subrayó François Lopez en su estudio de 1985, algunos miembros del estamento eclesiástico de Zaragoza veían con sospecha las actividades de la Real Sociedad23. Desde un principio Campomanes había querido atraer el apoyo del clero a la creación y sostenimiento de las sociedades económicas, desafío que no todos aceptaron. Guillermo García Pérez calcula que un 22% de los socios iniciales de la Aragonesa pertenecían al estamento del clero, pero el choque entre Normante y Diego de Cádiz en 1786 podría haber suscitado dudas en algunos ánimos24. Pese a ello el debate sobre la actuación de los miembros del clero como guías más que espirituales de las masas continuaba, y la erudita socia de mérito Josefa Amar y Borbón se encargó de traducir una obra del italiano Francesco Griselini que se publicó en Zaragoza en 1789 con el título de Discurso sobre el problema de si corresponde a los párrocos y curas de las aldeas el instruir a los labradores en los buenos elementos de la economía campestre.

En la Junta General del 10 de diciembre de 1790, de la que estaba ausente Meléndez, se trató de la idea defendida en la Universidad de Zaragoza por el subdiácono y doctor en teología Sinforiano Blanco, quien estimaba «una ocupación la más digna de las personas Eclesiásticas versarse en los negocios   -13-   del Instituto de las Sociedades Económicas» apoyándose en «los repetidos encargos que se hacen en las Escrituras Santas a los Eclesiásticos para que procuren la felicidad de los pueblos» (Actas 1790, p. 207). En la Junta General de la Sociedad del 24 de diciembre, estando presentes Normante y Zapater entre otros, se admite al autor, quien presenta el texto de su «Discurso» a la Sociedad y seguidamente se determina «pase a la Censura de los Señores Chantre [Jorge del Río] y Meléndez para que se sirvan informar Si convendrá se dé al público a expensas de la Sociedad» (Actas 1790, p. 221). En la junta de nochevieja el Secretario informa haber cumplido lo determinado «y estos Señores lo han debuelto con el Dictamen de este día, entendiendo Ser conveniente Su impresión» (Actas 1790, p. 222). La obrita, de 33 páginas en latín, salió el año siguiente de la imprenta zaragozana de la viuda de Blas Miedes, añadiendo su grano de arena a un debate incapaz de ser resuelto definitivamente25. La actualidad del tema hace que vuelva a tratarse una multitud de veces en otros contextos en los años siguientes, como ha demostrado Sarrailh26.




La clase de agricultura

Durante la residencia de Meléndez en Zaragoza sólo pudieron celebrarse doce reuniones de la clase de agricultura. A pesar de las buenas intenciones del magistrado, las Resoluciones de la Sociedad no registran la presencia de Meléndez ni una sola vez. Parece que no fue el único con dificultades de asistencia porque varias veces las Resoluciones de la Sociedad consignan el hecho de que no tuviera lugar la clase por falta de concurrencia. Sin embargo, a pesar de no acudir a las sesiones formales, hay indicaciones de que Meléndez ayudaba en sus actividades.

En paralelo con las sesiones que podríamos calificar de académicas existía la escuela de agricultura. Como resultado de las actividades de la clase de agricultura, el 12 de marzo de 1790 Meléndez «quedó encargado de dar las gracias al Cura del Arrabal por los muchachos que mediante su diligencia y celo acuden a la Escuela de Agricultura» (Actas 1790, p. 37). Tres meses más tarde la labor de Meléndez aumenta:

Habiéndose tratado del estado de la Escuela de Agricultura y de la necessidad e importancia de promoverla, se determinó que a este fin se celebre Junta de Escuelas, para la qual, a más de los Yndividuos acostumbrados, se nombra en esta comisión a los Señores Del Río y Meléndez, quienes prometieron concurrir contribuyendo en quanto puedan de su parte al logro de los fines de la Sociedad. [...] Y últimamente se resolvió que el Señor Meléndez quede subrogado en lugar del Señor Director en la comisión de Escuelas del Arrabal, del Burgo, y Peñaflor, y su Señoría admitió desde luego este encargo.


(Actas 1790, Junta de 18 de junio, p. 90)                


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La junta de escuelas era la comisión encargada de la supervisión de las distintas escuelas de la Sociedad en las que se daban enseñanzas prácticas como hilar al torno, dibujar, confeccionar flores de adorno y matemáticas27. Así que el hecho de no asistir a las juntas de la clase de agricultura no impidió que Meléndez ayudara en la parte más práctica tocante a la agricultura, es decir, el fomento de las clases prácticas para los agricultores.




Ecos de la Revolución francesa

En su célebre libro sobre la España ilustrada Sarrailh cuenta una anécdota ocurrida en octubre de 1790 que echa luz sobre la influencia de los hechos políticos de Francia en la vida española contemporánea, y en particular en la Sociedad Económica Aragonesa28. La modista zaragozana Joaquina Valle tenía a su cargo «la enseñanza de cosas de moda por la Sociedad», por lo que su tienda en la calle del Coso, número 54, llevaba una inscripción proclamando el hecho a sus clientes. Según José Francisco Forniés, Joaquina Valle había empezado a enseñar la técnica de crear objetos decorativos para vestidos femeninos en 178429. Se creía que la producción nacional de tales objetos de lujo evitaría su importación y así mejoraría las finanzas nacionales. Para la tienda la profesora de la Real Sociedad había importado de la ciudad francesa de Lyon algunas cadenas de reloj, una de las cuales tenía inscrito el lema Vive la liberté. Sabemos, por el estudio sobre el impacto de la Revolución francesa en España de Gonzalo Anes, de las medidas tomadas por las autoridades españolas para impedir la entrada de noticias sobre lo que ocurría al otro lado de los Pirineos. Incluso se llegó a prohibir la introducción en España y la exportación a América de unos chalecos con la palabra liberté y todos aquellos efectos que tuviesen «pinturas alusivas a las turbaciones de Francia»30. Las cadenas con el lema subversivo exigieron una pronta actuación:

considerando la Sociedad que su tolerancia o disimulo podía ser perjudicial, y que acaso con inocencia había admitido la Maestra Semejante género que de ningún modo debía consentirlo el cuerpo mientras la Modista tubiese la inscripción referida sobre su puerta, se acordó dar comisión al Secretario para que pase a la tienda de la expresada Modista y, hallando ser cierto, le diese a entender que de ninguna manera tubiese venales las cadenillas con aquella cifra, avisando luego las resultas al Sr. Socio D. Juan Meléndez, y dando cuenta en la primera Junta General.


(Junta de 8 de octubre: Actas 1790, pp. 148-9)                


Torres, el Secretario, se presentó en la tienda acompañado del abogado Ramón Satué31. Después de ver la cadenilla:

que con letras claras decía «Vive la liverté», expresando la modista y su marido que aquella cadenilla había venido entre el Surtido que últimamente trageron de León de Francia, sin que hubiesen tenido noticia de semejante cosa; con cuyo motivo el Secretario les previno no la vendiesen y, condescendiendo a ello, quitaron las expresadas letras con una lima, habiéndoles advertido quanto llebava entendido Sobre   -15-   este particular, y luego lo participó el Secretario al Sr. Socio D. Juan Meléndez, Alcalde del Quartel.


(Junta de 15 de octubre: Actas 1790, pp. 150-1)                


Parece que el asunto no pasó de allí.

Desde una perspectiva histórica interesa ver cómo se relacionó Meléndez con algunos célebres aragoneses de la época durante su corta estancia en Zaragoza. Uno de éstos ha empezado recientemente a cobrar dimensiones cada vez más importantes. Se trata de la erudita traductora y pensadora Josefa Amar y Borbón. Socia de la Aragonesa desde 1782, doña Josefa había publicado ya varias traducciones, y a través de su propia conducta y en sus escritos demostró que una mujer era capaz de llevar a cabo cualquier trabajo intelectual al igual que el hombre más inteligente. Se había hecho socia también de la Sociedad Económica Matritense el 3 de noviembre de 1787, pronunciando un discurso de ingreso en que vindicaba los derechos de la mujer, que fue impreso por Antonio de Sancha además de ser reproducido en las páginas del Memorial literario32. Dado el hecho de que el marido de doña Josefa, Joaquín de Fuertes Piquer, era Oidor de la Real Audiencia de Aragón, y por tanto colega de Meléndez, es probable que éste conociera pronto a doña Josefa.

Esta insigne mujer publicó en Madrid en 1790 un extenso Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres en cuya portada proclama su calidad de socia de las Sociedades económicas de Zaragoza y Madrid. En su obra Amar y Borbón cita autores ingleses, franceses e italianos además de autoridades más venerables para apoyar sus ideas y consejos prácticos33. En todo revela estar al corriente del pensamiento contemporáneo. Por ser obra de una socia, el libro fue tema de discusión en la Junta General de la Sociedad aragonesa del 10 de setiembre de 1790, reunión a la que asistió Meléndez. Desafortunadamente, las opiniones expresadas no constan.




Goya en Zaragoza

En el mismo año de 1790 estuvo brevemente en Zaragoza el personaje juzgado por la historia como el aragonés más destacado de su época: Francisco Goya. El pintor pasó casi un mes en la ciudad (desde el 9 de octubre hasta el 4 de noviembre), durante el cual fue nombrado Socio de mérito de la Sociedad Económica34. Las cartas cruzadas entre Goya y el secretario de la Sociedad a propósito del nombramiento son conocidas gracias a la edición de cartas y documentos relacionados con Goya que preparó Ángel Canellas35. Fue precisamente en la Junta General del 22 de octubre de 1790, estando presente Meléndez, en la que se decidió nombrar a Goya Socio de mérito:

Deseosa la Sociedad de manifestar al Sr. D. Francisco Goya el mucho aprecio y estimación que hace de su persona y circunstancias y de su sobresaliente habilidad en la Noble Arte de la Pintura, acordó nombrarle en Socio de Mérito de conformidad de todos los señores Vocales concurrentes, y que así se lo participe el Secretario, manifestándole las   -16-   satisfacciones que han cabido a este Real Cuerpo por las obras y mercedes que ha debido a la Piedad del Rey por su talento y habilidad en el exercicio de Pintor de Cámara.


(Actas 1790, p. 157).                


En la Junta General siguiente del 29 de octubre el Secretario Torres menciona haber comunicado el nombramiento a Goya y estar esperando su respuesta:

Dijo asimismo el Secretario haber escrito la correspondiente carta de aviso al Sr. D. Francisco de Goya, Pintor de Cámara de S. M. con exercicio, participándole el nombramiento de Socio de Mérito, y que este Señor había ofrecido contestar por escrito.


(Actas 1790, p. 160)                


La contestación se había recibido para la Junta General Ordinaria siguiente, del 5 de noviembre:

Se leyó la Contestación del Sr. D. Francisco de Goya, en la qual manifiesta su gratitud con las más finas expresiones por la distinción de haberlo hecho Socio de Mérito.


(Actas 1790, p. 173)                


Otra mención al pintor aragonés en los documentos de la Sociedad ocurre poco después de la marcha de Meléndez. En la Junta del 21 de octubre de 1791:

Hizo asimismo presente el Secretario en nombre de la Junta que nuestro Consocio el Sr. Goya había estado de priesa en esta Ciudad muy pocos días, y que había manifestado a algunos señores de la Junta que sus ocupaciones y corto tiempo no le habían permitido en la General, ni a Su Ex.ª el Sr. Director, lo que le había causado sentimiento, pero que deseaba corresponder con la mayor gratitud a los favores que le había dispensado la Sociedad, y en prueba de ello insinuó que haría los retratos de Sus Magestades y los remitiría para colocarlos en la Academia, de que quedó enterada la Junta General.


(Actas 1791,pp. 164-5)                


En su libro sobre Goya, testigo de su tiempo, Pierre Gassier menciona que el pintor había coincidido ya con Meléndez en la distribución de premios de la Real Academia de San Fernando de Madrid en julio de 1781, en la que Meléndez leyó el poema «La gloria de las bellas artes»36. Dados los estrechos lazos que unieron a Jovellanos y Goya es difícil no creer que existiera simpatía, mutuo interés e incluso amistad entre Meléndez y Goya desde entonces. Si no, resulta difícil explicar la profundidad psicológica del retrato que éste le haría a Meléndez siete años más tarde37.




De la Escuela de dibujo a la Academia de San Luis

El establecimiento de la Academia de San Luis, una academia de bellas artes, fue uno de los proyectos más importantes que coincidieron con la presencia de Meléndez en Zaragoza. El estudio de Forniés traza con detalle las distintas etapas por las que atravesó la Real Sociedad antes de ver   -17-   coronadas en 1793 las esperanzas de Juan Martín de Goicoechea, amigo de Goya38. El primer impulso importante fue la Carta orden del Consejo de Castilla de junio de 1781 en la que mandaba que las sociedades económicas cuidaran de las tres nobles artes. Después de encontrar y habilitar los edificios apropiados, los cursos empezaron en octubre de 1784 con seis profesores -dos arquitectos y cuatro pintores y dibujantes-. Según el veredicto de José Francisco Forniés, la escuela fue un éxito a juzgar por el número de estudiantes. La enseñanza era gratuita y el dibujo se concebía a un tiempo como una de las bellas artes y como una técnica artesanal. El gran problema para la Sociedad fue la financiación, que desde temprano no venía de los limitados fondos de la Sociedad sino del bolsillo del adinerado comerciante y miembro de la Sociedad Juan Martín de Goicoechea, hasta que en 1791 se consiguió que el Estado sufragara los gastos.

En la primera Junta General de 1791, celebrada el día 7 de enero, llega por fin la noticia de que el gobierno asumirá la responsabilidad de la financiación de la escuela, y se da a Meléndez y al Secretario el encargo de visitar a Goicoechea para demostrar el reconocimiento y satisfacción de la Sociedad:

Asimismo se deliveró [...] la formación de Estatutos prevenida en la propia Real Orden y demás asuntos que fuesen precisos para su mejor arreglo y plantificación de este establecimiento. Se nombró una Junta a la qual pasasen todos los papeles y antecedentes del asunto. Y así acordado propuso S. E. para individuos de la Junta a los Señores Goicoechea, Rancaño, Meléndez, García y Torres, con cuyo nombramiento se conformó la Junta General.


(Actas 1791, pp. 1-2)                


Así, Meléndez pasa a formar parte del grupo de trabajo que planificó la nueva escuela. Antes de la Junta General del 14 de enero de 1791 el grupo se había reunido dos veces para estudiar los estatutos de otras academias. En la Junta General del 28 de enero se revela que una reunión de la junta preparatoria había tenido lugar en casa de Meléndez, quien, desde este momento, parece ser el principal propulsor del trabajo. En febrero participa también en el grupo encargado de decidir sobre los premios. En marzo la actividad se hace más intensa, precisando varias reuniones en casas particulares, «cuyo asunto no lo dejarían de la mano hasta formalizarlo» (Actas 1791, p. 63). La última Junta a la que asiste Meléndez tiene lugar el 8 de abril de 1791. A la misma asiste el magistrado que le reemplaza en la Audiencia, Domingo Bayer y Segarra, sobrino del preceptor real Francisco Pérez Bayer.

La marcha de Meléndez a Valladolid se efectuó con tanta rapidez que el poeta no tuvo tiempo para despedirse formalmente de la Sociedad. El asunto no consta en los documentos hasta la Junta del 29 de abril:

El Exmo. Sr. Director hizo presente que el Sr. Meléndez Valdés se había despedido de S. E. para su destino en Valladolid, Suplicándole que por no poder venir esta tarde a la Junta General lo hiciese presente en ella, asegurándola de sus vivos deseos de emplearse en quantos   -18-   asuntos y comisiones le encargase.


(Actas 1791, p. 89)                


La urgencia del traslado de Meléndez hizo que se llevara documentos sobre los estatutos de la Academia, y en la Junta del 6 de mayo se resolvió escribirle:

Con motivo de la ausencia del Señor Meléndez se expuso por algunos señores que componen la Junta de plantificación y arreglo de Estatutos de Dibujo que no podían pasar adelante en esta comisión mientras el Sr. Meléndez no la evacuase por su parte por haber qued[ad]o en minutarlos después de muchas Juntas instructivas que se tubieron y en las quales Se arregló un papel de apuntaciones, y se resolvió escribir al Sr. Meléndez que mientras arregla los estatutos puede servirse remitir copia del papel de apuntaciones a fin de que la Junta continúe algún trabajo sobre la materia.


(Actas 1791, pp. 91-2)                


Meléndez contestó antes de la Junta del 1 de julio diciendo que pronto remitiría los estatutos. Pasan tres meses más y el Secretario da cuenta de que los cinco miembros restantes habían celebrado más reuniones y que «acaso estaría en disposición el expediente» para la siguiente Junta General (Actas 1791, p. 158). Dos semanas más tarde los Estatutos están terminados y sólo falta aprobarlos en la Junta General que se celebra el 4 de noviembre.

A pesar de todos los esfuerzos realizados por la Junta a la que contribuía Meléndez, una Carta orden del gobierno fechada en agosto de 1792 impuso unos estatutos según un modelo fijado en Madrid, copiado también por la Academia de San Carlos de Valencia. Estos fueron publicados en 1793 unos meses después de la apertura oficial de la Academia en octubre de 1792, cuando un aragonés, el Conde de Aranda, era Decano del Supremo Consejo de Estado y primer Secretario de Estado39. Para entonces Meléndez estaba instalado como Oidor en la Chancillería de Valladolid40.

Las opiniones del poeta extremeño sobre Zaragoza no están registradas aunque lo que sí se puede afirmar es que su fe en los ideales de las Luces no da señales de disminuir como resultado de su vida a orillas del Ebro. Un discurso suyo, escrito durante su estancia en Zaragoza para ser leído por su compañero de la Audiencia de Zaragoza y Director de la Sociedad Económica, Arias Mon y Velarde, en la inauguración de la Audiencia de Extremadura, es una entusiasta proclamación de fe en las ideas de las Luces41. A pesar del estilo impersonal es imposible no percibir en sus palabras su aplicación al mismo Meléndez:

La moral y la filosofía, las luces económicas, las ciencias del hombre público hallan protección en el trono, y empiezan a contar ilustres aficionados en la toga, hirviendo todos en el noble deseo de instruirse, y adelantar en ellas dignamente hasta igualar a las naciones que nos compadecían.42






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