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Juan Meléndez Valdés, opositor a la cátedra de Prima de Letras Humanas


Antonio Astorgano Abajo


Zaragoza

Para Miguel Ángel Lama, extremeño y amigo




Introducción

Juan Meléndez Valdés era bachiller en Leyes desde el 23 de agosto de 1775 y en el curso 1778-79 terminó sus estudios, pendientes del examen de licenciatura, que hará el 22 de septiembre de 1782. Entre tanto procuró conseguir la estabilidad profesional opositando a varias cátedras. Alarcos García estudió, a grandes rasgos, el desarrollo de estas oposiciones, basándose exclusivamente en los Libros de Procesos a Cátedras y en los Libros de Claustros, custodiados en el Archivo de la Universidad de Salamanca (Alarcos, «Meléndez Valdés»).

Por nuestra parte, fundándonos en algunos documentos del Archivo General de Simancas, completaremos el trabajo de Alarcos, añadiendo los datos de los informes que los tribunales de las oposiciones elevaban al Consejo de Castilla, las reflexiones que el fiscal Campomanes hacía sobre la actuación de dichos tribunales, las votaciones del Consejo de Castilla y la decisión del Rey, es decir del ministro de Gracia y Justicia. Dada la extensión del estudio, lo dividiremos en dos trabajos y dejaremos lo relativo a las cátedras de Leyes para otro artículo que aparecerá en el Anuario de Historia del Derecho Español.

No vamos a resumir lo mucho que se ha escrito sobre el Plan de Estudios de 1771, y en general sobre todas las medidas adoptadas en el reinado de Carlos III para reformar los diferentes niveles de la enseñanza1. Fue un largo proceso el cual, en la opinión de los historiadores más solventes, se venía concibiendo y deseando desde principios del siglo. «Lo que es nuevo con Carlos III es que el poder real y sus más celosos servidores se deciden, por fin, a actuar y a aplicar tenazmente una política de largo plazo. Pero las ideas rectoras del programa de octubre de 1771 se encuentran ya, en sus aspectos esenciales, en dos autos del Consejo de Castilla de 1713» (Lopez 209).

Santos Coronas ve en la expulsión de los jesuitas la causa inmediata del proceso reformador: «Tras la expulsión de los jesuitas del Reino el 2 de abril de 1767, se abrió un activo periodo de intervención del Consejo en la vida universitaria del Reino, que se manifestó tanto en el control de las enseñanzas como en el régimen gubernativo de la institución» (Coronas 189-193).

Estudiar la provisión de las cátedras en la Universidad de Salamanca no deja de ser una magnífica atalaya para observar las reformas universitarias de nuestra   -76-   Ilustración, pues dicha Universidad fue el eje de las mismas y la oposición de la mayoría conservadora de su profesorado fue uno de los factores determinantes del fracaso en este ramo (Álvarez de Morales 80-84). Los diversos informes emitidos después de cada oposición son una fuente importante para comprobar las tres acusaciones más relevantes lanzadas contra los catedráticos del siglo XVIII: el poco celo en la enseñanza, las repetidas ausencias y la ineptitud personal (Simón Rey 108).

Fracaso de Meléndez en cuatro oposiciones a cátedras de Leyes

Profesionalmente, Meléndez se sentía jurista por encima de todo, por lo que antes de decidirse a opositar a una «cátedra rara», como era la de Prima de Letras Humanas, lo intentó por cuatro veces a una de la Facultad de Leyes.

La primera oposición en la que participó Meléndez fue la cátedra de Instituciones Civiles de la Universidad de Salamanca, ganada por Gabriel de la Peña Morales, previo informe del fiscal Campomanes al Consejo de Castilla y votaciones celebradas en el Consejo Pleno del 28 de septiembre de 1779 (AGS, Leg. 945).

La segunda oposición fue a la cátedra de Volumen, votada en el Consejo Pleno del ll de octubre de 1780 y otorgada al doctor don Manuel Blengua.

El tercer intento fue la oposición doble a las cátedras de Digesto más y menos antiguas de la Universidad de Salamanca, ganadas por los doctores Forcada y Carpintero, votadas en el Consejo Pleno, el ll de diciembre de 1780. Lo más destacado del informe de Campomanes sobre esta oposición es su enorme enfado porque los jueces del concurso continuaban sin obedecer sus instrucciones, en concreto la de emitir sus informes bajo juramento (AGS, Leg. 945).

La cuarta oposición de Leyes a la que concursó Meléndez fue la de la cátedra de Leyes de Toro, ganada por don Pedro Navarro, y consultada por el Consejo Pleno el 14 de septiembre de 1781, es decir, cuando nuestro poeta ya había tomado posesión de su cátedra de Prima de Letras Humanas, el 22 de agosto.

Resumiendo los cuatro intentos de Meléndez para hacerse catedrático de la Facultad de Leyes, se puede afirmar que no fue «consultado» ni una sola vez, ni por un solo voto. Que, dado el apego de la Facultad de Leyes a las viejas costumbres de seguir el criterio de la graduación, Meléndez estaba siendo perjudicado por el hecho de ser sólo bachiller. Que el doctor Fernández de Ocampo, futuro censor regio desde 1784 y cabecilla del sector reaccionario del claustro salmantino, a principio de la década de 1780-1790 estimaba bastante a Meléndez, como demuestra el hecho de colocarlo el primero entre los bachilleres. A partir de 1784 surgen violentos enfrentamientos entre Fernández de Ocampo y el grupo progresista, encabezado por Meléndez y Ramón de Salas y Cortés, sobre todo en lo relacionado con la defensa de ciertas conclusiones en «actos pro Universitate» y en el plan y constituciones de la Academia de Derecho Real y Práctica Forense (Sandalio Rodríguez 112-128).

No estando mal mirado por el todopoderoso catedrático de Prima de Leyes, el doctor don Vicente Fernández de Ocampo, juez en todos los tribunales de oposiciones a cátedras de Leyes, y guardando la sumisión habitual del opositor a   -77-   los jueces, presumiblemente le quedaban a Meléndez unos diez años de meritaje antes de acceder a la propiedad de una cátedra de entrada en la Facultad de Leyes. Ante esta perspectiva bastante oscura, el poeta extremeño opta por la salida profesional, menos brillante pero más clara, de opositar a una «cátedra rara», la de Letras Humanas, aprovechándose de las órdenes del Consejo que mandaban que salieran a oposición todas las cátedras que se encontraban vacantes y que se permitiera, para que hubiera más opositores, que a las cátedras de Humanidades y Filosofía Moral pudieran opositar, indistintamente, artistas, médicos, teólogos y legistas2.






La cátedra de Prima de Humanidades era una cátedra «rara»

En la Universidad de Salamanca había cuatro Facultades Mayores y una Facultad Menor (la de Artes), que se encargaba de suministrar a los alumnos menores la enseñanzas propedéuticas (humanidades, lenguas y filosofía),

precisas para emprender el estudio en las Facultades Mayores. En los claustros se relaciona a los asistentes por el orden de Facultades, que en Salamanca era: Cánones, Leyes, Teología, Medicina y Artes. El orden de las Facultades implicaba el orden según el cual se intervenía y se votaba. Sólo dentro de cada Facultad primaba la antigüedad de grado. De hecho había dos universidades enfrentadas por sus diferentes privilegios: la de los teólogos y juristas contra la de los médicos y filósofos. Meléndez pudo contemplar durante su estancia en la Universidad de Salamanca (1772-1789) esa pugna y el deseo de los filósofos y médicos por una mayor dignificación profesional, que culmina en el claustro del 17 de junio de 1788, en el cual, bajo la presidencia de Muñoz Torrero, se decide proponer al Consejo de Castilla la implantación de un Colegio de Filosofía, que será creado, cuatro años más tarde, por la Real Provisión comunicada al claustro el 23 de noviembre de 1792 (Cuesta Dutari, 1250-267).

Las «cátedras raras» eran una agrupación de catedráticos bastante inconexa, encuadrados dentro de la Facultad Menor, sin formar colegio, según argumenta el propio Meléndez en su réplica contra los deseos del catedrático de Retórica, doctor Francisco Sampere, de permutar los sueldos, contencioso que estudiaremos más adelante:

Ni tampoco hay Colegio de Lenguas sobre que deba recaer la opción [de la cátedra de Retórica de Sampere sobre la de Letras Humanas de Meléndez]; sus cátedras son ya de otros colegios, según la Facultad en que reciben los grados mayores, y el de lenguas nada más es que una agregación o junta de cátedras raras para mayor formalidad y aprovechamiento de los ejercicios de la escuela. Porque, ¿puede haber Colegio donde ni hay grados ni ejercicios, ni exámenes de cooptación?, ¿se dan licenciaturas en las lenguas?, ¿tienen grados característicos y separados?, ¿qué tiene que ver la Retórica con la Lengua Hebrea, ni con la Griega la Poética? ¿Podrán estas cátedras, tan inconexas, proveerse bajo una lección como en las otras Facultades? La opción en éstas es efecto de causas particulares que no se hallan en la Junta de Lenguas, que ni hace en sus cátedras escala de salarios para despertar la aplicación de sus profesores, ni exigen en éstos unos mismos conocimientos, ni son entre sí de unas mismas asignaturas, ni tienen nada común con las que forman los verdaderos colegios. O si la razón de estar unidas basta, háyala también entre   -78-   las de Cánones y Leyes de una a otra facultad, pues hacen sus ejercicios todos en común3.


Eran cátedras en propiedad, mal retribuidas y de escaso prestigio, a pesar de haber mejorado bastante con la reforma universitaria de 1771. Su dotación era la misma para todas: cien florines, equivalentes a unos 5500 reales, que se liquidaban a comienzos del curso siguiente, el día después de San Lucas, 19 de octubre.

Del escaso prestigio de estas «cátedras raras» dan fe estas palabras de un informe del obispo de Salamanca e inquisidor general, Felipe Bertrán4, dado a Floridablanca sobre la situación del Colegio de Lenguas en agosto de 1783:

Aunque tengo formado este dictamen en la competencia de estos dos sujetos [los opositores a la cátedra de Sagrada Escritura, doctores Toledano y Gaspar González de Candamo] para la cátedra de Escritura, no por esto tengo por mal fundada la representación del Colegio de Lenguas en lo demás que expone a Su Majestad.

Convengo en que sería de mucha importancia el mejorar la condición de semejantes catedráticos y enseñanzas [cátedras raras], borrando para siempre en aquella y en todas las universidades el nombre odioso que las dan de cátedras raras, efecto del poco aprecio con que se miran y causa al mismo tiempo de que se continúe el mismo en el público. Se ve, por los Estatutos de la Universidad de Coimbra, que ha sido éste uno de los medios que ha tomado sabiamente aquel soberano para hacer reflorecer las letras en sus reinos, igualando a estos profesores con los de otras ciencias y facultades. Igualmente venero la providencia y promesa hecha por el Consejo de promover a estos catedráticos a otras cátedras de sus respectivos grados5.


Al inicio de la reforma universitaria postjesuítica la situación de estas «cátedras raras» era, según unas «listas de las cátedras y catedráticos la Universidad de Salamanca con las circunstancias de cada uno», la siguiente en 1769:

Cátedras de raras que da Su Majestad, a consulta del Consejo, y son todas de propiedad:

La cátedra primera de Humanidad, vacante.

La cátedra segunda de Humanidad, el doctor don Mateo Lozano, de 54 años. Es hábil, no tiene discípulos. Es vicerrector del Colegio Trilingüe.

La cátedra de Retórica, doctor don Francisco Sampere, de treinta años, graduado de doctor en filosofía y de licenciado en leyes por la universidad de Cervera; y de licenciado en cánones por la capilla de Santa Bárbara, muy hábil y aplicado. Tiene bastantes discípulos [...].

Las cátedras raras que da la Universidad son igualmente todas de propiedad:

La cátedra de Sagradas Lenguas [Hebreo], el doctor don José Cartagena, prebendado de aquella catedral, de 44 años, hábil con algunos discípulos.

La cátedra de Matemáticas, vacante.

La cátedra de Griego, el padre Zamora, carmelita de 39 años, es hábil y tiene discípulos, pero es de genio raro.

La cátedra de Música, el doctor don Juan Aragüés, de 46 años, hábil y tiene algunos discípulos.

  -79-  

La cátedra de Cirugía Latina, don Antonio Ulloa, ignora enteramente la lengua latina, es mediano en su facultad, tiene algunos discípulos6.


(AGS, Leg. 944)                


De estos catedráticos fijémonos en tres que tendrán alguna relación más tarde con Meléndez: don Mateo Lozano, cuya cátedra obtendrá el poeta extremeño, libre de la carga de la jubilación porque Lozano ya había muerto en 1780; el catedrático de Retórica, don Francisco Sampere, quien intentará permutarle a Meléndez su salario, disminuido por tener la carga de jubilado, lo cual dará lugar a un prolongado enfrentamiento entre ambos y entre los dos grupos de profesores del Colegio de Lenguas, el de los que tenían salario con carga de jubilado y el de los que disfrutaban del salario íntegro de los cien florines, como veremos más adelante. El catedrático de Griego, padre Zamora, a cuyas clases habrá asistido de oyente Meléndez durante los dos primeros años de su carrera de Leyes (cursos 1772-1774).

Los dos últimos, los doctores Sampere y Zamora, serán jueces en la oposición que ganará Batilo (nombre poético de Meléndez).

Aunque la reforma de la universidad tuvo sus vacilaciones e incumplimientos, las ocho cátedras raras de 1769 se habían reducido a cinco (las relacionadas con el aprendizaje lingüístico: dos de Letras Humanas, Hebreo, Griego y Retórica) , desgajándose las de Matemáticas, Música y Cirugía Latina, fruto del deseo independentista de los promotores del Colegio de Filosofía, aludido anteriormente, aunque sin constituir formalmente un Colegio de Lenguas, según se deduce del informe debatido por el Consejo de Castilla el 19 de septiembre de 1783, presentado por los mismos catedráticos «raros»:

Que tampoco hay Colegio formal de Lenguas, sobre que deba recaer la orden de Vuestra Majestad, porque las cátedras que lo componen están y han estado agregadas siempre a los colegios de otras Facultades: la de Hebreo al de Teología, y las restantes al Colegio de Artistas antes que el nuevo plan, y después de él a aquel [colegio] en que sus individuos reciben los grados mayores. [...]. Que hoy son cinco las cátedras de lenguas y hay tres jubilados.


(AGS, Leg. 945)                


Esto explica que Meléndez aparezca siempre en las actas de los claustros entre los «legistas», es decir, pertenecía a la Facultad de Leyes, que era en la que había recibido los grados mayores. El catedrático extremeño siempre estuvo encuadrado académicamente en la Facultad de Derecho, lo que le permitía estar en la primera línea de la luchas entre los juristas tradicionalistas y los reformistas, surgidas en torno a temas como la tortura o el célebre libro de Beccaria. Esta constante vinculación con la Facultad de Leyes le facilitará el cambio profesional en 1789, cuando, a sus 35 años, Meléndez se pase a la magistratura, como alcalde del crimen en la Real Audiencia de Aragón7.




Oposición a la cátedra de Prima de Letras Humanas

En otro lugar hemos resumido el cúmulo de acontecimientos que vivió Meléndez a lo largo del curso 1780-1781, segundo año del rectorado del   -80-   licenciado Carlos López Altamirano (Astorgano, Biografía, 76-79). Los principales fueron: entre el 15 y el 28 de enero de 1781 participa con éxito en la oposición para proveer en propiedad una de las dos cátedras de Humanidades vacantes. Terminadas las clases en junio, se traslada a Madrid. Este viaje fue muy fructífero, pues con él asegura su nombramiento como catedrático y el correspondiente sueldo de unos 5500 reales anuales; conoce a Jovellanos que lo introduce en el círculo de sus amistades8 y obtiene un gran éxito poético en la solemne distribución de premios en la Academia de San Fernando, el 14 de julio de 1781, con la lectura pública de su oda A la Gloria de las Artes9.

Ahora remitimos al conocido artículo de Alarcos García, que narra los grandes rasgos del proceso de esta oposición a la propiedad de la cátedra de Prima de Letras Humanas. (Alarcos 150-155). El mismo Meléndez la desempeñaba en sustitución desde principios del curso 1778-1779, cuando   -81-   solicitó ser sustituto de la cátedra de Humanidades que regentara el maestro Antonio Alba y que había quedado vacante por entonces. Asimismo la pedía el bachiller en Leyes, don José Ruiz de la Bárcena, colegial del Trilingüe y eterno colega y contrincante del poeta extremeño, puesto que también lo vamos a ver, en 1781, opositar y conseguir la otra cátedra de Letras Humanas10; pero el Claustro prefirió la candidatura de Meléndez, que todavía era consiliario, y en el pleno de 26 de octubre de 1778 se le nombró, por mayoría de votos, sustituto de la cátedra de Humanidad, en la misma condición que tenía el maestro Alba. Este nombramiento llenó de júbilo al poeta jurista, que lo consideraba «un escalón casi cierto de la propiedad» y así se lo manifiesta a su amigo Jovellanos al comunicarle la noticia: «He venido a buen tiempo, pues vine al de la vacante de una cátedra de Humanidades, que regentaba en sustitución el maestro Alba, de los agustinos, y que la Universidad ha proveído en mí de la misma manera. Su asignatura es de explicar a Horacio, y yo estoy contentísimo por repasar ahora, que no tengo ya cátedras, todo este lírico, y porque también es la sustitución , contando, como cuento, con el favor de Vuestra Señoría [Jovellanos], un escalón casi cierto de la propiedad»11.

Meléndez firma esta oposición consciente de la superioridad objetiva de sus méritos sobre el resto de los candidatos en los contenidos de la programación de la cátedra de Letras Humanas: comentario de textos de autores grecolatinos, en especial Homero y Horacio. Estos méritos, contraídos entre 1772 y 1780, se los recordará al Consejo en septiembre de 1783 cuando el catedrático de Retórica intentaba la opción sobre la renta de su cátedra: Las asistencias «a la cátedra de lengua griega con puntualidad y aprovechamiento el curso de 1773» y «a la de Prima de Letras Humanas el de 1774». Las sustituciones temporales de «las cátedras de Lengua Griega y la de Prima de Letras Humanas en los cursos de 76 y 77, en las ausencias y enfermedades de sus propietarios», y la sustitución permanente «en su vacante, por nombramiento de la Universidad, de la cátedra de Prima de Letras Humanas los cursos de [17]79, [17]80 y [17)81», en cuyo desempeño «presidió el acto pro universitate respectivo a ella, en que defendió el Arte Poética de Horacio, sabatinas, exámenes, etcétera».

Además, Meléndez también era poeta y podía aducir unos méritos específicos que le conferían alguna ventaja respecto a los otros opositores: «Que mereció el año de 1780 a la Real Academia Española el premio de Poesía. Que es académico honorario de la de San Fernando, donde recitó una composición poética en la distribución de premios generales del año de 1781»12.

Transcribimos el edicto de convocatoria, redactado a primeros de diciembre de 1780, porque expresa claramente las características de la cátedra y, sobre todo, por el párrafo que fija su renta, fruto de una reclamación previa del catedrático de Retórica, Francisco Sampere, en el claustro del 29 de noviembre de 1780, en el que se decidió sacar la oposición, el cual dará lugar al largo contencioso, antes aludido, entre Meléndez y Sampere, entre 1781 y 1784, por el disfrute de los cien florines de la dotación íntegra:

Nos, el Licenciado Don Carlos López Altamirano, Rector de la Universidad de Salamanca, &, hacemos saber: Que en dicha Universidad se halla vacante una de las Cátedras de Humanidad, por muerte de su último poseedor, a la que se hará oposición pasado que sea el término de 30 días, que se contarán desde el   -82-   día de la fijación de este nuestro edicto13, por el cual prevenimos que todos los que quisieren se les tenga por opositores deberán comparecer en el señalado término por sí o sus procuradores ante nos o nuestro infrascripto secretario, presentando el grado de bachiller, con pasantía cumplida de tres años desde que lo recibieron o pudieron recibirle conforme a Estatutos, recibido o incorporado en está Universidad en cualquier Facultad; y advertimos que los ejercicios de la oposición se reducen a hora y media de lección, con puntos de veinte y cuatro, sobre el pique que eligiere el que haya de leer de los tres que le salieren, la primera media hora explicando los versos de Homero que por suerte le tocaren, y la hora restante una oda de Horacio; sufriendo otra hora de argumentos de dos coopositores sobre griego o latín a su arbitrio; y que la renta de dicha cátedra, al presente, sólo es de cuarenta florines fijos, aunque su asignado es de ciento. Dado en Salamanca a nueve de diciembre de mil setecientos ochenta. Licenciado Don Carlos López Altamirano, Rector. Por acuerdo de la Universidad, Diego García de Paredes, secretario14.


De este edicto de convocatoria volvemos a destacar la frase, «y que la renta de dicha Cátedra, al presente, sólo es de cuarenta florines fijos, aunque su asignado es de ciento». El motivo de que la cátedra de Humanidad se anunciase con 40 florines, en lugar de los 100 que le correspondían, no fue otro que un acuerdo del citado claustro pleno de 29 de noviembre de 1780, accediendo a la petición el doctor don Francisco Sampere, catedrático de Retórica. Este señor sólo cobraba 40 florines anuales, por vivir el jubilado de su cátedra, y fundándose en la superioridad de su cátedra sobre la de Humanidad, en su mayor trabajo, etc., solicitó del claustro que fuese el nuevo catedrático de Humanidad quien cobrase 40 florines, percibiendo el de Retórica 100. Todo, claro es, hasta que se muriese el jubilado, el anterior catedrático de Retórica, don Josef Hernández (AUS., Libro 242, fols. 329-330). Era una de las muchas «cátedras pensionadas» de la época, en las que el nuevo catedrático sufría el descuento de la pensión de la jubilación del anterior. Como Meléndez se las arregló para cobrar el 100% de la asignación, a pesar de este acuerdo del Claustro, provocó una serie de instancias entre 1781 y 1784, como veremos más adelante, y apetencias de otros catedráticos más antiguos, que también sufrían más que gozaban de una «plaza pensionada», los cuales, por el sistema de «opción por antigüedad» entre las cátedras del mismo colegio o facultad, pretendían intercambiar los sueldos.

Meléndez, fracasado en dos oposiciones a cátedras de Leyes y que traía entre manos la oposición a la cátedra de Volumen y la de la cátedra de Leyes de Toro, con previsibles resultados, igualmente negativos, se decidió a concurrir también a la que ahora se convocaba, y el 3 de enero de 1781 hizo su presentación como aspirante a la cátedra de Prima de Letras Humanas, ciertamente mucho más confiado en sus posibilidades de éxito, como ya adivinaba en 1778. Con él concurrieron otros ocho aspirantes: José Fernández del Campo, doctor en Cánones; Manuel Joaquín Condado, licenciado en Leyes; Francisco de Soto, bachiller en Filosofía y Teología; Pedro Campo, bachiller en Leyes y en Cánones; José Ruiz de la Bárcena, bachiller en Filosofía y en Leyes; Dámaso Herrero, bachiller en Artes y en Teología; Manuel Chimeno, bachiller en Filosofía, y Guillermo Hualde Falcón, bachiller en Filosofía y en Teología (AUS., Libro 1015).

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El rector y los jueces del concurso -doctores don Francisco Sampere, catedrático de Retórica, y don Gaspar González de Candamo, catedrático de Lengua Santa (Hebreo), y el maestro fray Bernardo de Zamora, catedrático de Lengua Griega- se reunieron el día 13 de enero para tratar de la organización de los ejercicios, y acordaron que los puntos se diesen a las ocho de la mañana para comenzar a las nueve el ejercicio, y que los opositores actuarían entre los días 15 y 28 de enero, constituyendo las trincas, según estaba legislado.

No procede seguir paso a paso el curso de estos ejercicios. Para nuestro objeto basta que detengamos nuestra atención en la actuación de la trinca formada por Meléndez, Soto y Ruiz de la Bárcena: Día 16: José Ruiz de la Bárcena, actuante; Soto y Meléndez, objetantes. Día 19: Juan Meléndez Valdés, actuante; Soto y Bárcena, objetantes. Día 22: Francisco Soto, actuante; Meléndez y Bárcena, objetantes (AUS., Libro 1015).

Ruiz de la Bárcena actuó el día 16, y eligió para su lección los versos 502-08 del libro XIII de la Iliada y la oda VI del libro II de Horacio.

Meléndez actuó el día 19 de enero de 1781, explicando los versos 1-4 del libro III de la Iliada y la oda X del libro II de Horacio, cuya primera estrofa dice así:


Rectius vives, Licini, neque altum
semper urgendo, neque, dum procellas
cantus horrescis, nimium premendo
litus iniquum; ...,


(AUS., Libro 1015).                


El tercer miembro de la trinca, Francisco de Soto, intervino el 22, con los versos 77-78 del libro XXII de la Iliada y la oda XIV del libro II de Horacio (AUS., Libro 1015).

Alarcos García se lamenta de que no conozcamos las explicaciones dadas por los actuantes y los argumentos que los contrincantes les opusieron, y de que «la sequedad del Proceso no dejó pasar nada que excediese los límites de la mera notación de los temas, privándonos así de los datos más valiosos para conocer la actuación de los opositores» (Alarcos 153). Pero hoy podemos complacer al ilustre estudioso, porque hemos hallado un resumen de los informes enviados por el rector y los «jueces del concurso» de esta oposición, donde se valora la actuación de cada opositor y las recomendaciones del rector y del fiscal del Consejo de Castilla, Campomanes. Veremos que la opinión de éste resaltando el premio obtenido por Batilo el año anterior con su homónima égloga fue decisiva para la adjudicación de la cátedra de Prima de Letras Humanas.




Informe de los tres jueces del concurso

Terminados los ejercicios presenciales de la oposición continúa el procedimiento de la manera más normal. El Rector, cumpliendo con lo prevenido por la Real Provisión de 16 de octubre de 1770, elevó a Su Majestad un detallado informe sobre los títulos y méritos de los individuos que habían tomado parte en la oposición, incluyendo la opinión de los tres jueces sobre los méritos absolutos y comparativos de todos los opositores para que el Rey   -84-   nombrase a quien le pareciere más conveniente y digno de ocupar las cátedras vacantes. Decimos «cátedras» porque el rector Carlos López Altamirano, en su informe personal sobre el desarrollo de la oposición, sugirió al Consejo que, puesto que había bastantes opositores y de suficiente mérito, se podrían adjudicar al mismo tiempo las dos cátedras de Letras Humanas, atendidas desde hacía tiempo por profesores sustitutos. Veremos que Campomanes y el Consejo aceptaron la sugerencia del rector López Altamirano. Este informe se envió el 17 de febrero de 1781 (AUS., Libro 1015). El primero de mayo informa el fiscal Campomanes y el 28 de junio se producen las votaciones en el seno del Consejo de Castilla.

El acta de la sesión del Consejo de Castilla, después de constatar la «debida formalidad» en el desarrollo del concurso «general y abierto» a «una de las cátedras de Humanidad, vacante en ella [en la Universidad de Salamanca] por muerte del maestro don Mateo Lozano», y de que los nueve opositores «ejercitaron en primera lista», es decir a su debido tiempo y que no lo hicieron fuera del momento señalado, como ocurría con cierta frecuencia en otras oposiciones, resume el informe de cada uno de los tres jueces.

Procede que nos detengamos un momento en ver someramente la personalidad del doctor don Francisco Sampere, catedrático de Retórica, primer juez del concurso. En los informes emitidos en 1769, al principio de la reforma carolina, nos es presentado de forma contradictoria o al menos distinta. Unas veces positivamente como retórico: «La cátedra de Retórica, doctor don Francisco Sampere, de treinta años, graduado de doctor en filosofía y de licenciado en leyes por la universidad de Cervera; y de licenciado en cánones por la capilla de Santa Bárbara, muy hábil y aplicado. Tiene bastantes discípulos [...]»15.

Otras veces es retratado de manera más negativa en su papel de opositor a una cátedra de Leyes en el mismo año: «Don Francisco Sampere, catedrático de Retórica, licenciado en Cánones por las universidades de Cervera y Salamanca, [...] está reputado por buen latino y humanista; pero no está acreditado de impuesto a fondo en la Facultad, ni lo ha manifestado, aunque es bastante expedito, porque, en el acto que presidió a don José Noet, no se le oyó una palabra, y de su desempeño en el examen que sostuvo en la capilla de Santa Bárbara para obtener el grado de licenciado en Cánones se habla no con el mayor honor» (AGS, Leg. 944).

Respecto a la oposición de 1781, después de referir muy extensamente la cualidad de los respectivos ejercicios, hechos por cada uno de los opositores, Sampere dice en su informe que «contempla muy acreedores y dignos de esta cátedra a cualquiera de los cinco opositores, que nombra por el orden siguiente: Licenciado don Manuel Joaquín de Condado. Doctor don Josep Fernández del Campo. Bachiller don José Ruiz de la Bárcena. Bachiller don Pedro Campo. Bachiller don Juan Meléndez» (AGS, Leg. 945). Como presagiando el futuro conflicto que lo enfrentará a Meléndez, vemos que Sampere coloca al extremeño en quinto lugar, el peor de todos los informes.

Por el contrario, González de Candamo apenas puede disimular su amistad con el dulce Batilo («juzga que Meléndez excede a todos en talento y delicadeza de gusto»):

  -85-  

El doctor don Gaspar González de Candamo, catedrático de Hebreo y segundo juez del concurso, refiere también muy por menor en su censura la calidad de los ejercicios de cada uno de los opositores, en virtud de los cuales los propone después divididos en tres clases, refiriendo sus nombres en cada clase respectiva según su antigüedad.

En la primera letra, propone a los bachilleres don Juan Meléndez Valdés, don Pedro Campo y don José Ruiz de la Bárcena, bien que juzga que Meléndez excede a todos en talento y delicadeza de gusto.

En la segunda, al bachiller don Manuel Chimeno.

Y en la tercera, al doctor don José Fernández del Campo, licenciado don Manuel Condado y a los bachilleres don Francisco Soto y don Dámaso Herrero, dejando de poner [subrayado en el manuscrito] en alguna de estas letras al bachiller don Guillermo Hualde, porque, dice, no sabe a cuál de ellas pertenece, pues, si se atiende a la instrucción que actualmente tiene en el latín, no merece distinción particular, pero, si se mira a su talento y a las esperanzas que pueden prometerse, es acreedor a que se le dé un lugar bastante bueno; y que en el concurso pasado fue su discípulo de lengua hebrea en la que se impuso con bastante facilidad y en la griega está más instruido que ninguno de los opositores, y aunque se cree (el censor) sin facultades para poder juzgar solamente por esperanzas, le parece deber hacer esta prevención.


(AGS, Leg. 945)                


En breves líneas recordemos la amistad de González de Candamo y Meléndez (Astorgano, Biografía 166-167). Don Gaspar González de Candamo fue profesor de Hebreo desde 1778 hasta fines de 1786, en que partió para Méjico con el título de canónigo de la catedral de Guadalajara. Poco tiempo antes, quizá intentando retener en España al auténtico amigo, Meléndez le escribe, el 7 de octubre de 1786, una carta a Eugenio de Llaguno y Amírola, alto funcionario de la Secretaría de Estado y futuro ministro de Gracia y Justicia entre 1793 y 1797, pidiéndole que hiciese todo lo posible para que se le conceda una cátedra de Teología al amigo don Gaspar González de Candamo. No surtió efecto la recomendación y el dulce Candamo optó por la escapada mejicana. Meléndez se encargó de sus asuntos españoles, por lo menos hasta 1789, en que se trasladó a Zaragoza. Compartían el mismo origen asturiano, el entusiasmo por la verdad, un mismo corazón generoso y la defensa de la dignidad del hombre. Una de las poesías más significativas, compuestas por el Meléndez profesor, es la Epístola V. Al Doctor Don Gaspar González de Candamo, Catedrático de Lengua Hebrea de la Universidad de Salamanca, en su partida a América de canónigo de Guadalajara de México, escrita entre noviembre 1786 y junio de 1787 según Georges Demerson (Don Juan Meléndez Valdés I, 244). Está dedicada al «dulce Candamo, su tierno amigo», con el que había compartido la desilusión de la cátedra, las zancadillas de los profesores inmovilistas y la calumnia. Nos muestra el dolor de la separación del amigo que va a hacer las Américas. Al despedirse de su amigo González de Candamo, Meléndez nos transmite una sensación de angustia, desamparo y acoso por los más terribles enemigos. Es una desgarradora llamada al querido amigo para que no deje solo a Batilo:



67 [...] Tantas, tantas
Celestiales delicias, ¿;en mis brazos
-86-
Detenerte no pueden? ¿O es que esperas

70 hallar acaso en los remotos climas
otro amigo, otro pecho como el mío?

¡Ay, en qué amarga soledad me dejas!
¡Ay, qué tierra, qué hombres! La calumnia,
la vil calumnia, el odio, la execrable
envidia, el celo falso, la ignorancia
han hecho aquí, lo sabes, su manida; y contra mí, infeliz, se han conjurado.

190 ¿Podré, oh dolor, entre enemigos tales
morar seguro sin tu amiga sombra?
[...]

257 Adiós, Candamo, adiós; la amistad santa
distancias no conoce; y de los mares
y del tiempo a pesar, tuya es mi vida...
Adiós, adiós.... ¡amarga despedida!


(Meléndez, Obras en verso II, 776-781)                


Las posibilidades de promoción académica de González de Candamo eran nulas, y nada podían la recomendación del Colegio de Lenguas ni la intercesión de Meléndez ante Eugenio de Llaguno, después del informe del obispo Felipe Bertrán, suprema autoridad de la «real y pontificia» Universidad de Salamanca, dado a Floridablanca sobre el catedrático Gaspar González de Candamo, fechado el 20 de agosto de 1783, en cumplimiento de la Real Orden de 30 de junio de ese mismo año. González de Candamo era catedrático de Hebreo y deseaba acceder a la cátedra de Sagrada Escritura, Bertrán consideraba a González de Candamo mal hebraísta y peor escriturista, según este informe:

El doctor Candamo es verdad que se graduó en Teología, pero no tiene concepto ninguno de haber mirado esta facultad como necesaria para su carrera; sea por el diferente genio de sus estudios o por el que ellos inspiran muchas veces en sus profesores. Las pocas funciones, en que ha ejercitado como teólogo, no le han adquirido ni una mediana reputación.

Por otra parte, según los informes que he procurado tomar de sujetos imparciales e inteligentes, su pericia en el hebreo es bien corta. Del griego me dicen que nada sabe. [...] En cuya inteligencia yo no me atrevería a confiarle [a Candamo] la cátedra de la Santa Escritura, porque en lo principalísimo para su desempeño es notablemente inferior al doctor Toledano, aunque le exceda en el conocimiento tal cual sea del hebreo.


(AGS, Leg. 945)                


Fallecido el obispo Bertrán en 1783, González de Candamo continuaba con «mil enemigos», según la citada carta de Meléndez: «El mérito de mi amigo es el más distinguido entre todos los teólogos de esta Universidad, bien a pesar de la envidia, que no perdona medio de denigrarle. Su talento, su gusto, su aversión a los malos estudios y sus declamaciones contra ellos le han adquirido aquí mil enemigos, y hacen que vaya en las censuras y consulta pospuesto a malos teologones»16.

El maestro fray Bernardo Zamora, catedrático de lengua griega y tercer juez   -87-   de cada uno de dichos opositores, en virtud de los cuales y de otras noticias, así judiciales como extrajudiciales, que dice tiene, manifiesta que juzga deber proponerlos con el orden de lugares siguientes:

En primer lugar al bachiller don Guillermo Hualde. En segundo, al doctor don José Fernández del Campo. En tercero, al bachiller don Dámaso Herrero. En cuarto, al licenciado don Manuel Condado. En quinto, al bachiller don José Ruiz de Bárcena. En sexto, al bachiller don Pedro Campo. En séptimo al bachiller don Juan Meléndez Valdés, si la cátedra es para prosa, y si fuese para poética en primer lugar. Y en octavo al bachiller don Manuel Chimeno.

Y no hizo [el juez Zamora] mención del bachiller don Francisco Soto porque, en su dictamen, se le debía dar el primer o el último lugar: aquel si sólo se estima la gramática, y ésa sin gusto; y éste si se hace caso de los otros ramos de las letras humanas.


Llama la atención el juicio sobre Meléndez del padre Zamora17 a cuyas clases de griego había asistido el de Ribera del Fresno en los cursos 1772-1774 y quien, en consecuencia, lo debía conocer bastante bien. Si el obispo Bertrán en 1769 lo calificaba de «genio raro»18, su opinión de clasificar a Batilo en séptimo lugar «si la cátedra es para prosa, y si fuese para poética en primer lugar» también es bastante rara, porque no alcanzamos a ver cómo influye la sensibilidad poética en la mejor explicación si son textos grecolatinos en verso o peor si son en prosa.

Por otro lado, los conocimientos de griego del padre Zamora también debían ser bastante «raros», a juzgar por el comentario del inquisidor Nicolás Rodríguez Laso, alumno suyo y profesor sustituto hacia 176519. Al parecer el P. Zamora defendía la pronunciación antigua del griego.

El inquisidor y gran helenista escribe en Roma el 6 de enero de 1789:

Después, fui a la iglesia de San Atanasio, del colegio particular que hay para griegos20, donde asistí al oficio que con gran solemnidad hizo el obispo destinado por la Santa Sede para hacer los pontificales y órdenes en esta iglesia, fray Juan Crisóstomo, menor conventual, natural de Sagura en Tesalia, arzobispo de Durazzo in partibus. Todos los colegiales cantaban muy bien, y observé que el sistema de su pronunciación era distinto del que enseñaba el maestro Zamora en la Universidad de Salamanca y muy conforme al que seguía su antecesor en la cátedra, Gavilán21, especialmente en cuanto a los diptongos y la upsilón.


(Rodríguez Laso, Diario)                


Resumiendo, los tres jueces del concurso no están de acuerdo en destacar a un mismo opositor. Sampere propone a Condado, González de Candamo a Meléndez y el padre Zamora a Hualde. Esta disparidad es resaltada por el fiscal Campomanes ante el pleno del Consejo de Castilla para imponer su candidato, Meléndez.




Informe del rector Carlos López Altamirano

El Consejo y Campomanes hicieron bastante caso al rector López Altamirano, pues adjudicó las dos plazas vacantes de Letras Humanas, aunque   -88-   en el edicto de convocatoria sólo figuraba una, y las adjudicaron a los dos primeros candidatos, Ruiz de la Bárcena y Meléndez, propuestos por dicho rector:

Don Carlos López Altamirano, rector de la Universidad, a imitación de los tres jueces del concurso, refiere muy por menor en su censura los respectivos ejercicios de cada uno de los opositores; en cuya atención, y lo que dice sabe privadamente de ellos, propone, en primer lugar, al bachiller don José Ruiz de la Bárcena; en segundo, a los bachilleres don Pedro Campo y don Juan Meléndez Valdés; y, en tercero, al bachiller don Manuel Chimeno y licenciado don Manuel Joaquín Condado, sin que le parezca tener los demás comparación con estos.

Y en representación separada, que [Altamirano] hizo al Consejo, expuso que habiéndose leído a una de las dos cátedras de Humanidad, estando vacantes ambas, sería utilísimo para promover el estudio de esta Facultad que el Consejo consultase a Vuestra Majestad las dos bajo esta oposición, a ejemplo de las de Digesto, pues igualmente que éstas tienen la misma asignatura y renta, a que se añade estar regentadas por sobstitutos, la una ocho años y la otra cinco, y haber en el día bastante número de opositores beneméritos, que pueden desempeñarlas y ser útiles a la Universidad.


(AGS, Leg. 945)                


Tampoco vamos a extendernos en describir al rector de la Universidad, Carlos López Altamirano, amigo de Jovellanos y de Goya. El pintor aragonés lo retrató hacia 1796-97 cuando era oidor (magistrado de lo civil) de Sevilla, con la siguiente dedicatoria: «Goya a su amigo Altamirano oidor de Sevilla»22.




Informe del fiscal Campomanes: el premio poético de 1780 como mérito determinante en la concesión de la cátedra

Al estudiar las relaciones de Campomanes con Meléndez afirmábamos en otro lugar que «no hay la menor duda de que el rápido ascenso de Meléndez en la magistratura, entre 1789 y 1791, se debió en gran parte al apoyo de Campomanes» (Astorgano, Biografía 201-205). Lo que no sospechábamos es que, ya en 1780, el todopoderoso fiscal del Consejo de Castilla conocía la trayectoria poética de un desconocido poeta salmantino llamado Meléndez y que, cuando llega la ocasión de asignar una cátedra de Letras Humanas, hace valer su mérito literario y lo destaca para influir en favor de Batilo en las votaciones del Consejo de Castilla.

El informe de Campomanes, fechado el 1 de mayo, no es muy extenso, pero sí decisivo para adjudicar a Meléndez la cátedra de Prima de Letras Humanas:

El fiscal de Vuestra Majestad, conde de Campomanes, en vista de todo expuso en l.º de mayo próximo que, siendo como son nueve los opositores a esta cátedra, no se ofrece reparo alguno en consultar las dos de Humanidad en la forma que lo insinúa el rector, ya porque entrambas tienen una misma asignatura, ya porque es de presumir más exacto y mejor desempeño del propietario que del sustituto o interino en ellas. Que los opositores que ha habido a la referida cátedra han hecho sus ejercicios en primera vista y con el rigor prevenido; y, aunque no están conformes en su censura los jueces del concurso, no puede dejar de hacer presente el fiscal que el bachiller don Juan   -89-   Meléndez Valdés, además de la propuesta favorable que trae [la de González de Candamo], tiene el particular mérito de haber obtenido por la Academia Española el premio en poesía que la [sic] recomienda sobremanera y le hace digno de alguna preferencia respecto de sus co-opositores.


(AGS, Leg. 945)                


Enviado el informe del rector a Madrid el 17 de febrero, como hemos visto, Meléndez no se descuida y se desplaza a la Corte, como era habitual y estaba admitido en otras oposiciones, para hacer personalmente una exposición más detallada de sus méritos a los consejeros de Castilla. Pensamos que éste fue el motivo fundamental del célebre viaje de Meléndez a Madrid en el verano de 1781, donde residía Jovellanos desde el otoño de 1778, sin que se le hubiese ocurrido a Meléndez acercarse a la Corte. Por el contrario, Alarcos García y Manuel José Quintana opinan que Meléndez fue a Madrid para conocer personalmente a su gran amigo, el magistrado de Gijón: «Jovellanos -escribe Quintana- le recibió con la mayor ternura, le hospedó en su casa, le hizo conocer de todos sus amigos y le proporcionó al instante la ocasión de coger otros nuevos laureles», como poeta (Quintana 112). La Real Academia de San Fernando se disponía a celebrar sesión pública el 14 de aquel mes de julio para la distribución de los premios generales de Pintura, Escultura y Arquitectura a sus alumnos; en esa sesión iba a hablar Jovellanos23, y Meléndez fue invitado a leer en ella alguna composición poética sobre las Bellas Artes. Meléndez se arrancó con su magnífica oda La gloria de las artes24, que llenó de admiración y entusiasmo a la concurrencia y a cuantos luego tuvieron ocasión de leerla.

Aunque Bédat (79) señala que ese mismo día 14 Meléndez aparece asistiendo a la junta «ordinaria» de la Academia de San Fernando en calidad de socio de honor, sin embargo, debe referirse a la junta «pública», que no «ordinaria», pues casi todas las ediciones de las poesías de Meléndez ponen notas aclaratorias sobre la fecha y circunstancias de la composición de dicha oda: «Esta oda fue recitada en la junta pública que celebró la Real Academia de San Fernando el día 14 de julio de 1781 para la distribución de premios generales de pintura, escultura y arquitectura». Meléndez quedó realmente impresionado por el auditorio de esta junta, pues, en carta de marzo de 1782, se lo describe a su amigo Ramón Cáseda como «un concurso que hacía temblar al pobre Batilillo» (Meléndez, Obras Completas III395).

Alarcos García opina que «es muy posible que este triunfo [la lectura de la égloga A la gloria de las Artes en la sesión del 14 de julio en la Real Academia de San Fernando], unido al valiosísimo apoyo de Jovellanos y a los méritos de la oposición, contribuyera a favorecer el nombramiento que Meléndez deseaba».

Pensamos que tuvo más peso el premio concedido el año anterior a la égloga Batilo por la Real Academia de la Lengua, porque las votaciones del Consejo de Castilla para asignar las cátedras de Letras Humanas tuvieron lugar el 28 de junio, fecha en la que es muy posible que Meléndez ya estuviese en Madrid (recordemos que tradicionalmente el curso terminaba el día de San Juan, 24 de junio), exponiendo personalmente sus méritos a los consejeros de Castilla, incluido su fiscal Campomanes, a quien le fue presentado Meléndez, presumiblemente por Jovellanos.

El éxito obtenido en la sesión del 14 de julio llegaba tarde para la votación del Consejo, pero pudo influir en la decisión última de Floridablanca y de su   -90-   ministro de Gracia y Justicia, Manuel de Roda, la cual no siempre coincidía con la recomendación de las votaciones del Consejo ni con la opinión de su fiscal Campomanes. La resolución gubernamental de la concesión de las dos cátedras es del 7 de agosto, comunicada a la Universidad de Salamanca dos días después25.

La protección de Campomanes sobre Meléndez continuó mientras fue fiscal del Consejo, cuando el claustro de la Universidad, el Colegio de Lenguas y el catedrático de Retórica, Francisco Sampere, intentaron, durante los años 1781-1784, aplicarle la «opción» sobre la dotación económica de su cátedra, consistente en privarle de 60 de los 100 florines anuales asignados. A pesar de que los argumentos de Meléndez eran de poco peso, los informes favorables del fiscal Campomanes le mantuvieron el sueldo íntegro. Al estudiar este conflicto, más adelante, veremos que, ascendido Campomanes a Gobernador interino del Consejo, Meléndez estuvo a punto de perder la mitad de sus retribuciones con el nuevo fiscal, don Antonio Cano Manuel, un partidario de Floridablanca.




Las votaciones del Consejo

El Consejo de Castilla, siguiendo las recomendaciones de su fiscal Campomanes «consultó» las dos cátedras de Letras Humanas y coloca a Meléndez en la más ventajosa, la que había ocupado el fallecido maestro Lozano y, por lo tanto, sin la carga de mantener a un jubilado, aunque con la amenaza de la opción sobre su renta, introducida en el claustro del 29 de noviembre de 1780, a petición del catedrático de Retórica, Sampere. Ruiz de la Bárcena tuvo que contentarse con la otra cátedra, la que tenía los ingresos muy disminuidos por la pensión del anterior propietario, según manifestaron Meléndez y Ruiz de la Bárcena ante el Consejo, cuando ya daban por perdido su contencioso con Sampere:

Acudieron al Consejo el doctor don Juan Meléndez Valdés y el bachiller don José Ruiz de la Bárcena, catedráticos de Letras Humanas en Salamanca, exponiendo el perjuicio irreparable que se les seguiría de no ponerse a salvo en la ejecución de la orden de Vuestra Majestad el derecho que ya tenían adquirido; pues al doctor Meléndez se le privaba de la mitad de su renta, en cuya posesión se hallaba, y a Bárcena se le exponía a no entrar en muchos años al goce de ella, después de estar sirviendo y haber servido su cátedra casi sin dotación y con sola esta esperanza26.


A pesar del apoyo de Campomanes, Meléndez y Ruiz de la Bárcena sólo obtuvieron 11 votos de los 21 consejeros presentes, dispersándose el resto:

Y el Consejo, atendiendo a ser muy importante que las cátedras se sirvan por propietarios y no por sobstitutos; a que las dos de Humanidad vacantes son de una misma asignatura; y a que hay número suficiente y proporcionado para ambas, conformándose con el parecer del rector y del fiscal, conde de Campomanes, consulta dichas cátedras bajo de una misma oposición en la forma siguiente:

Para la cátedra de Humanidad, vacante por muerte del maestro Mateo Lozano:

  -91-  

En primer lugar, al bachiller don Juan Meléndez Valdés, número 5 del impreso, por once votos. Al bachiller don José Ruiz de la Bárcena, número 6 por siete. Al bachiller don José Fernández del Campo, número uno, por uno. Al licenciado don Manuel Joaquín Condado, número 2, por uno. Al bachiller don Guillermo Hualde y Falcón, número 9, por uno.

En segundo [lugar], al bachiller don Pedro Campo, número 4, por seis votos. Al dicho Condado, por cuatro. Al bachiller don Francisco de Soto, número 3, por dos. Al citado Meléndez Valdés, por dos. Al referido don José Fernández del C ampo, por dos. Y al mencionado Hualde, por uno.

En tercero [lugar], al dicho José Fernández del Campo, por cinco votos. Al citado Hualde, por cinco. A don Pedro del Campo, por dos. A don Manuel Chimeno, por cuatro. Y al referido Condado, por cinco.


Para la segunda cátedra de Humanidad, también vacante, pero no anunciada en el edicto de convocatoria y que fue adjudicada por sugerencia del rector López Altamirano, los 21 consejeros de Castilla repartieron sus votos de la siguiente manera:

En primer lugar, al bachiller don José Ruiz de la Bárcena, por once votos. A don Pedro del Campo, por cinco. A don Juan Meléndez Valdés, por dos. A don José Fernández del Campo, por uno. A don Joaquín Manuel Condado, por uno. A don Guillermo Hualde y Falcón, por uno.

En segundo lugar, a dicho Condado, por ocho votos. A don Pedro del Campo, por cinco. Al citado Hualde, por cuatro. Al bachiller don Dámaso de Herrero, número 7, por dos. A dicho Bárcena, por uno. A Fernández del Campo, por uno.

En tercero [lugar], a don Manuel Chimeno, por ocho. Al citado Hualde, por seis. A Fernández del Campo, por tres. A don Pedro Campo, por uno. Al citado Herrero, por uno. Al bachiller don Francisco de Soto, número 3, por uno. Al referido Condado, por uno.


(AGS, Leg. 945)                


A continuación aparece la ya conocida resolución gubernamental, respetuosa con la votación del Consejo: «El rey nombra para la primera, a don Juan Meléndez Valdés; y, para la segunda, a don José Ruiz de la Bárcena» (AGS, Leg. 945 ).

En el mismo expediente hay el borrador anónimo de dos anotaciones, fruto de las deliberaciones en el seno del Consejo. La primera es el recuento de los votos obtenidos por Meléndez Valdés y Ruiz de la Bárcena, que ya conocemos. En la segunda anotación se nos da noticia de los expedientes académicos de los opositores Campo y Ruiz de la Bárcena.

Meléndez no quiso ausentarse tan pronto de Madrid, y el 15 de agosto de 1781, ante el escribano Ramón Farelo, otorgó poder, para que en su nombre se posesionasen de la cátedra que le había sido adjudicada, a tres amigos suyos, don Francisco Ibáñez de Cervera, rector del Colegio de Calatrava; don Gaspar González de Candamo, catedrático de lengua hebrea y segundo juez de la oposición que acababa de ganar, y don Salvador María de Mena27.

El flamante catedrático de Prima de Letras Humanas no tuvo ningún problema para posesionarse de la misma por poderes. El día 22 de agosto, el comisionado Ibáñez se presentó al claustro de Rector y Consiliarios, quienes, vistos los documentos que acreditaban la legalidad de su representación y   -92-   hechos los juramentos acostumbrados, le hicieron colación y canónica institución de la cátedra de Prima de Letras Humanas, y a continuación el bedel multador le puso en su posesión28.

Nadie le discutirá a Meléndez la legalidad de la posesión de su cátedra ni la competencia en el desempeño de sus funciones docentes, lo cual cae fuera del presente estudio, pero sí el importe de la dotación económica.






Conclusión

El bachiller Meléndez consiguió ganar la cátedra de Prima de Letras Humanas de la Universidad de Salamanca gracias al apoyo del juez y amigo Gaspar González de Candamo, que lo destacó sobre el resto de los opositores, y sobre todo a la protección del fiscal Campomanes, quien se encargó de resaltar en su informe la idoneidad de Meléndez para el desempeño de una cátedra, cuyo objeto principal era el comentario de textos de autores grecolatinos, y nada mejor que un poeta que el año anterior (1780) había demostrado su sensibilidad consiguiendo el primer premio de la Real Academia Española con su égloga Batilo. En nuestra opinión fue esta égloga la que influyó sobre manera en la concesión de la cátedra de Prima de Letras Humanas a Meléndez y no la oda A la Gloria de las Artes, recitada en la función pública del 14 de julio de 1781, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, como opina Alarcos García.

Esta protección de Campomanes, sin duda inducida por Jovellanos, se demuestra por la conducta del poderoso fiscal en el conflicto que enfrentó a Meléndez con el catedrático de Retórica, Francisco Sampere, desde el claustro salmantino del 29 de noviembre de 1780 en el que se incluyó la disminución de la renta de la cátedra de Prima de Letras Humanas en favor de la de Retórica, aplicando el sistema de «opción de antigüedad entre cátedras», cuando una de ellas tenía la carga de sostener al anterior catedrático jubilado.

No es el momento de estudiar este largo conflicto (desde noviembre de 1780 hasta octubre de 1784) que dividió en dos grupos enfrentados a los cinco profesores del Colegio de Lenguas, por tener la pesada carga de tres jubilados en el seno de dicho Colegio. Por un lado, los catedráticos que deseaban que se aplicase la opción de rentas (Sampere y González de Candamo), y por otro los perjudicados por ese sistema de rentas y, en consecuencia, se oponían a su implantación en el Colegio de Lenguas (los catedráticos de Letras Humanas, Meléndez y Ruiz de la Bárcena). El catedrático de griego, el carmelita calzado padre Bernardo Zamora, parece que se mantuvo al margen.

Mientras Campomanes fue fiscal no corrió peligro la dotación económica de la cátedra de Meléndez y el fiscal asturiano, por dos veces, informó negativamente la opción de rentas deseada por Sampere. Conocemos la argumentación de Campomanes por la respuesta que dio el 6 de marzo de 1781, reiterada en términos muy similares el 15 de enero de 1783, cuyo resumen está incluido en la consulta del Consejo del 11 de septiembre de 1783.

En la primera respuesta, la del 6 de marzo, el fiscal Campomanes se opone a la opción de rentas que pretendía introducir, como novedad, el Colegio de Lenguas, porque «los maestros de Lenguas eran todos iguales en sueldo y trabajo» y no se puede perjudicar al maestro nuevo (Meléndez) por el hecho accidental de haber un jubilado. La reforma habría que hacerla en la supresión   -93-   de las jubilaciones a medio sueldo, que tantos quebraderos de cabeza le estaban causando a Campomanes en otros ambientes de la administración, por ejemplo en las Audiencias, Tribunales de la Inquisición, etc.29.

En la segunda respuesta, 15 de enero de 1783, el fiscal Campomanes se reafirma en su dictamen del 6 de marzo de 1781, favorable al catedrático nuevo («Que no es justo, por conveniencia de éste [Sampere], perjudicar al catedrático nuevo [Meléndez]») y adversa, y hasta irónica en el tono, hacia el demandante Sampere, al decirle que si no está contento con una cátedra dotada con medio sueldo ha tenido quince años para cambiarse a otra que tenga sueldo entero (AGS, Leg. 945).

Los problemas serios empiezan para Meléndez cuando Campomanes abandona la fiscalía en abril de 1783 y el nuevo fiscal del Consejo, don Antonio Cano Manuel, adopta una argumentación totalmente contraria a Meléndez, resumida en la Consulta del Consejo del 11 de septiembre de 1784. El nuevo fiscal, mucho más afín a Flodidablanca que a Campomanes, desmonta con cinco razones la postura bastante falaz del poeta extremeño, quien se estaba oponiendo a la norma general de la opción de sueldos entre los funcionarios sin base jurídica, y bastante egoísta al pretender «que se aplicase para lo sucesivo». El fiscal Cano Manuel acusa a Meléndez de ser poco ético en la defensa de sus intereses, de querer liar el pleito en exceso y de ser «quien tiene menos razón para reclamar la determinación de Vuestra Majestad, pues, noticioso del acuerdo de la Universidad y de lo que prevenían los edictos, firmó a la oposición, ejercitó y obtuvo la cátedra; con que toda su acción se reduce legal y justamente al goce de los 40 florines, que prometían los edictos como dotación por entonces de la cátedra; y, si la Universidad le ha dado mayor cantidad, a consecuencia de lo resuelto por Vuestra Majestad quedará obligado a restituir o reintegrar al catedrático Sampere lo que haya percibido con exceso de los 40 florines, sueldo fijo de la cátedra, expresado en los edictos»30.

Conocida la postura del nuevo fiscal del Consejo, adversa a sus honorarios, Meléndez presenta tres representaciones en defensa de sus intereses entre agosto y septiembre de 1783, de cuyas argumentaciones sólo vamos a reproducir una31.

Tan mal debió ver su posición en el litigio que, el 6 de septiembre de 1783, el catedrático extremeño manda imprimir su currículum para adjuntarlo a la representación que piensa dirigir al rey (la que está fechada el 17 de septiembre de 1783 en San Ildefonso), como parte importante para justificar «que es digno de alguna atención por su aplicación y por sus obras», inédito hasta el momento, que reproducimos íntegramente, porque complementa los «títulos» que había presentado en los «procesos» de las oposiciones para la obtención de las cátedras de Leyes de Toro, de Volumen y de Digesto (los tres en 1780)32.

Ejercicios literarios del doctor Juan Meléndez Valdés, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca, y su catedrático de Prima de Letras Humanas

Yo, Diego García de Paredes, notario público, apostólico y secretario del muy insigne Claustro y Estudio General de la Universidad de Salamanca, doy fe y verdadero testimonio que el doctor don Juan Meléndez Valdés tiene los ejercicios literarios siguientes:

l. Primeramente, consta que tiene quince años de estudios mayores.

  -94-  

2. Que estudió tres de filosofía en el Colegio de Santo Tomás de Madrid, arguyendo y defendiendo frecuentemente en los actos y conclusiones públicas.

3. Que tuvo tres actos, los dos mayores, en que defendió los más principales tratados de la filosofía.

4. Que en el año de 1775 recibió por esta Universidad el grado de bachiller en Leyes a claustro pleno, y en el de 1782 el de licenciado por su capilla de Santa Bárbara nemine discrepante.

5. Que en el de 1783 tomó el grado de doctor en la misma Facultad.

6. Que asistió a la cátedra de lengua griega con puntualidad y aprovechamiento el curso de 1773.

7. Que asistió del mismo modo a la de Prima de Letras Humanas el de 1774.

8. Que asistió a la de Prima de Derecho Real y ganó los cursos de [17]77, [17]78 y [17]79, explicando de Extraordinario varios tratados de jurisprudencia.

9. Que ha tenido seis actos mayores en Leyes, los tres pro universitate.

10. Que ha sustituido las cátedras de Lengua Griega y la de Prima de Letras Humanas en los cursos de [17]76 y [17]77, en las ausencias y enfermedades de sus propietarios.

11. Que sustituyó del mismo modo la de Prima de Leyes en el curso de [17]76 y la de Instituciones Civiles en el de [17]77.

12. Que ha asistido cinco años al estudio y pasantía del doctor don Manuel Blengua, catedrático de Vísperas de esta Universidad.

13. Que ha hecho oposición a las cátedras de Instituciones Civiles, de Digesto, y Código, leyendo por espacio de una hora, defendiendo y arguyendo respectivamente.

14. Que ha hecho igual oposición a la cátedra de Prima de Leyes de Toro, leyendo hora y media y defendiendo y arguyendo por el mismo tiempo.

15. Que sustituyó en su vacante, por nombramiento de la Universidad, la cátedra de Prima de Letras Humanas los cursos de [17]79, [17]80y [17]81.

16. Que presidió el acto pro universitate respectivo a ella, en que defendió el Arte Poética de Horacio, sabatinas, exámenes, etcétera.

17. Que hizo oposición a ella, leyendo media hora de griego sobre un lugar de Homero, y una consecutiva sobre una oda de Horacio, defendiendo y arguyendo promiscuamente al latín y griego.

18. Que Su Majestad, a consulta del Consejo, se sirvió conferirle dicha cátedra en 7 de agosto de 1781.

19. Que la ha servido estos dos cursos teniendo las sabatinas, actos pro universitate y exámenes que le han correspondido.

20. Que es examinador de los grados de bachiller y licenciado de la Facultad de Leyes.

21. Que fue dos años consiliario de esta Universidad.

22. Que mereció el año de 1780 a la Real Academia Española el premio de Poesía.

23. Que es académico honorario de la de San Fernando, donde recitó una composición poética en la distribución de premios generales del año de 1781.

Todo lo cual, consta de los registros de esta Universidad, que por ahora quedan en mi poder, a que me remito; y de certificaciones e instrumentos que vi, reconocí y volví a dicho doctor don Juan Meléndez Valdés, a cuyo pedimento y para que conste doy éste. En Salamanca, a 6 de septiembre de 1783.

Diego García de Paredes, secretario [firma y rúbrica no autógrafa].


(AGS, Leg. 945)                


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El último documento que conocemos de este litigio es una breve representación de Meléndez, fechada en octubre de 1784, en la que recuerda los argumentos de sus representaciones anteriores. Aunque el rey todavía no ha resuelto definitivamente la opción de cátedras, Meléndez la da por hecha y, poniendo de relieve su buena fe a lo largo de todo el procedimiento, suplica que la nueva normativa no sea retroactiva, pues en este caso se declara insolvente: «El suplicante carece absolutamente de facultades para aprontar hoy un salario que, creyendo suyo por su buena fe, ha invertido en proveerse de libros para hacerse con ellos útil»33.

Sabemos cómo termina la historia de la opción de rentas entre la cátedras de lenguas. Meléndez continuó disfrutando del sueldo íntegro de los cien florines, gracias al apoyo decidido de Campomanes. La suerte se alió con Batilo, pues se fueron retirando los contrarios más antiguos. Desde septiembre de 1783, Sampere ya cobró el salario íntegro de su cátedra de Retórica, por muerte del anterior catedrático jubilado de Retórica, don Josef Hernández, y poco más tarde veremos que mejora su fortuna al integrarse en la Facultad de Cánones como catedrático de Historia Eclesiástica y lograr acercarse adulatoriamente a la reina María Luisa, a quien dedica unas conclusiones «con una oración que dijo en su elogio», en octubre de 1790 (AHN, Consejos, Leg.13.173).

Lo mismo ocurre con los otros dos catedráticos más antiguos que tenían la carga de un jubilado. El padre Zamora muere en julio de 1785. Las divergencias económicas nunca separaron a Meléndez de González de Candamo, el tercer catedrático implicado con jubilado a su cargo y más antiguo que el poeta extremeño, pues parece que estrecharon cada vez más su amistad hasta que, a finales de 1786, el canónigo abandona la universidad camino de América.

Zanjada la contienda de la opción de rentas, los cinco años que todavía Meléndez permanecerá en la Universidad de Salamanca fueron un progresivo desencanto que desembocará en el abandono de la misma, pasándose a la magistratura en septiembre de 178934. Pero esos sinsabores le venían de la Facultad de Leyes, de mentalidad claramente antiilustrada, donde estaba encuadrado por haber recibido en ella los grados mayores (doctor en Leyes) y por sentirse ante todo jurista, y menos del Colegio de Lenguas, en cuyo seno nuestro catedrático de Prima de Letras Humanas desarrolló pacíficamente su rutinaria actividad académica.




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