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Judíos, inquisidores y política en torno al tiempo de la Reina Católica

(breves notas comparativas)

C. Lisón Tolosana


Real Academia de Ciencias Morales y Políticas



Los centenarios son puntos en el tiempo que nos invitan a celebraciones y conmemoraciones, positivas las más de las veces, negativas algunas, de gestas, efemérides y personajes que nos recuerdan algo que preferimos no se sumerja en el oscuro olvido. Pero, además, estos calendarios isócronos nos incitan también a lanzar miradas penetrantes al pasado pero desde y para el presente. Estas cronologías que huyen y se renuevan equivalen a gestos perentorios que reclaman una atención particular del intérprete, a la vez configurador, que no ceja en su empeño, impulsado por la vis veri, de conocer el pasado. No todo vale científicamente, ni mucho menos, y unas interpretaciones son mejores que otras1, pero también hay que tener en cuenta que no hay un único e indiscutible centro, ni una sola capital imperial, ni un exclusivo santuario. Accedemos al pasado desde el discurso del presente, acreditamos a las cosas, vidas y fenómenos idos con la acumulación posterior de conocimientos de que disponemos ahora y hoy. Lo que nos obliga también a ser flexibles con las temporalidades y ensancharlas con el objeto de clarificar importantes temas.

La ambigüedad de todo lo humano nos impulsa una y otra vez a fijar nuestro retículo en lo que juzgamos importante de otros tiempos para aprobar o rechazar y siempre para aprender; la distancia a lo Celan nos proporciona una plataforma para escuchar nuevas voces y descubrir otras magnitudes espirituales. En el fascinante viaje personal de descubrimiento del pasado reconstruimos aquellos momentos, imperativos políticos, decisiones, hechos y acontecimientos porque sabemos que no hay significación eternamente estable ni anclaje referencial único ni signo permanentemente estable ni símbolo fijo. Nuestra imparable energía creativa nos lleva a formular nuevos procesos de configuración y conformación e imaginar rationes probabiles, a pensar antropológicamente y ver históricamente.

No ofrezco ni un solo dato nuevo ni propio al reflexionar sobre este tiempo que huye, se renueva y repite2; pretendo algo más simple e inicial: describir desde una perspectiva mereológica, diacrónica y occidental la tragedia de la expulsión de los judíos de España por los Reyes Católicos realzando siempre una perspectiva de conjunto y comparativa que tiene en cuenta, siempre en contexto, similares hechos, modos, tiempos y discriminaciones, jerarquías y poderes pero con diferentes personajes, naciones, espacios y tiempos, instituciones y grupos perseguidos. Así el hecho particular cobra un relieve y peralte en generalidad: un hecho solo y aislado es un minihecho. Las cifras que copio, siempre redondeadas, tienen un carácter aproximado pues las muestras temporales y regionales, aunque fiables sin duda, no son del todo suficientes para calibrar tan complejo problema moral. Pero son las que tenemos. He aquí una ideas introductorias, en staccato contrastante y en muy simple taquigrafía.


I

Primera reflexión de conjunto: la historia como maestra del chiaroscuro. Durante siglos parece que se ha dado poca o nula importancia a la expulsión regia de los judíos españoles; es más, la Santa Sede aplaudió y celebró la noticia y la Universidad de París felicitó por el hecho a les Reyes Católicos. Los umanisti Maquiavelo, Guicciardini, Pico della Mirándola y otros célebres renacentistas vieron la expulsión como un acto de buen gobierno. Con anterioridad los habían expulsado en Inglaterra en 1290 y en Francia en 1394; tomaron la misma decisión en el siglo XV Viena, Colonia, Baviera, Milán etcétera. El célebre Erasmo no quiso aceptar la invitación de residir en España porque pensaba, y escribió, que España era un país de judíos. Los italianos creyeron que los marranos y judíos españoles fueron la causa del conocido saco de Roma de 1527 cuando en realidad se debió en gran parte a los lansquenetes alemanes protestantes. El Papa Paulo IV llamaba a los españoles bárbaros, herejes, cismáticos y judíos; Richelieu piensa lo mismo en 1635. A nadie le importó realmente en Europa la expulsión.

Segunda: en cuanto a tan complejo y reprobable acontecimiento hay que tener también en cuenta dos caveats. Posteriormente la expulsión ha tenido mala prensa y en su estudio ha predominado la ideología sobre la investigación crítica. Hay que unir las dos y recordar que la España medieval con su población de judíos y árabes era la única nación multirracial y multirreligiosa de Europa occidental, hecho importante desde una mirada antropológica y que no ha sido convenientemente subrayado. Por lo menos hasta finales del siglo XVIII no hubo tolerancia religiosa real en ningún país de Europa, católico o protestante. Nunca existió libertad de conciencia aunque ya la había proclamado la Escuela de Salamanca en relación a los indios americanos. El imperativo era el conocido cujus regio ejus religio. La flor y nata de los exponentes de la cultura francesa -la marquesa de Sevigné, La Fontaine, La Bruyère y en pleno Siglo de Luces Voltaire y Diderot- fue encarcelada por sus opiniones, lo que no fue todo pues otros fueron ejecutados. Los protestantes fueron declarados ciudadanos franceses en 1789 y los judíos en 1799; los católicos son ciudadanos ingleses desde 1829.




II

Primer período inquisitorial: la jurisdicción de los obispos. La Inquisición es una hidra con varias cabezas; cuando a finales del siglo XII y principios del XIV proliferan los cátaros en el sur de Francia los papas creen que los obispos son poco eficaces en su deber de combatir la herejía; Domingo de Guzmán, más eficaz, funda la Orden de predicadores para combatirla y Gregorio IX les confía la represión de la herejía. Así aparece la Inquisición en 1230 con los primeros tribunales inquisitoriales. Éstos se apartan del derecho romano y se regulan por dos prácticas, una de 1325 y otra de 1376. Estos tribunales funcionaron en Aragón desde 1238, pero no en Castilla.

A partir de 1391 comienza la era de los asaltos a las juderías y de las grandes conversiones en masa de judíos, lo que se convierte en un problema grave en España con una corriente dura de antisemitismo -Espina- y otra menos agresiva -Alonso de Oropesa-. Los Reyes Católicos aprovechan para pedir a Sixto IV la concesión de una inquisición pontificia, no episcopal, para Castilla lo que concede el pontífice en 1478. Dos años más tarde, en 1480, comienza su andadura el Santo Oficio, tribunal controlado por los dominicos: el Papa otorga además a los reyes el nombramiento de inquisidores. La reacción de los conversos no se hace esperar y entre 1480 y 1487 entablan una dura batalla ante el Papa para que la Inquisición sea, como antes, episcopal. La presión en contra pos parte del rey es intensa y con el ascenso al papado de Inocencio VIII se inaugura una nueva etapa de la Inquisición marcada por el celo del converso Tomás de Torquemada, confesor de los reyes.

Torquemada creó, por su dureza, muchos enemigos hasta el extremo de que vivía aterrorizado, protegido por una escolta de cincuenta individuos y tenía siempre en su mesa un cuerno de unicornio, antídoto contra el veneno. Estructuró los tribunales haciéndolos eficaces y promulgó una serie de instrucciones sobre procedimientos, confiscación de bienes y archivos. Fernando separó los tribunales de Castilla y Aragón; en este reino y debido al auge del período foralista la ofensiva contra los judíos fue más débil. Las Cortes de Monzón (1510-1512) ponen coto a los abusos jurisdiccionales, dan garantías de participación a los obispos que Fernando jura, pero apoyado por el Papa, no cumple. De 1478 a 1516 la Inquisición es una institución inmadura y desigual que sigue parcialmente la tradición medieval y busca señas de identidad.

Con el inicio del reinado del emperador la represión fue dura, se amplían los delitos y el proceso inquisitorial se inicia en España y muere en España; no hay posibilidad de recurso a Roma, ni al Papa ni al Rey. Sigue presente el problema converso hasta 1530; en 1524 es quemado el padre de Luis Vives y su madre en efigie. Surge el problema de los moriscos, de los alumbrados, erasmista y luterano que Felipe II controla con mano férrea, lo mismo que sus privilegios regalistas frente a la Santa Sede; no quiere ser señor de herejes. En 1547 llega a inquisidor general Fernando de Valdés y comienzan los «tiempos recios» al decir de Santa Teresa: el proceso contra Bartolomé de Carranza, el primer Índice de libros prohibidos, la prohibición de estudiar fuera de España excepto en Bolonia, etcétera. Se impone además la rigidez ideológica confesional que viene de Trento.

Pero debido a los alborotos populares en Aragón -1591- en torno a Antonio Pérez y a que Felipe II manda un ejército a Zaragoza que corta la cabeza al Justicia, la Inquisición comienza a perder fuerza en ese reino a finales del siglo XVI. Por otra parte el alto tribunal procesó, bajo Felipe II, a unas 25.000 personas, luteranos y moriscos principalmente; unos 1.500 fueron conversos, debido en parte a la anexión de Portugal. Bajo Felipe III indultó a los judíos portugueses y desde entonces declinó la instrumentación política del tribunal y se puso más énfasis en la recristianización de la sociedad especialmente en el campo de la moral y de las costumbres. Jesuitas y dominicos consideraban a España un país de misión. La gente practicaba pero ignoraba la doctrina.

El cuadro siguiente, siempre en cifras redondeadas y aproximadas, pone en contexto comparativo el porcentaje de judeoconversos condenados por la Inquisición:

Procesados Porcentaje
protestantes un 22 por cien
supersticiosos un 17 por cien
clérigos solicitantes un 4 por cien
judeoconversos un 18 por cien
bígamos un 6 por cien
moriscos un 10 por cien

Más concretamente, y siguiendo siempre a la bibliografía citada de Pérez y Bennassar, podemos distinguir cuatro tiempos inquisitoriales en relación a los judíos y judeoconversos procesados. El primero va de 1483 a 1525. En el tramo del siglo XV la preocupación y persecución de los judíos es total ya que los acusados alcanzan el 99 por cien. Hacia 1525 los judaizantes prácticamente desaparecen del cómputo y se acusa a los cristianos viejos de manera absoluta (por sodomía, blasfemias, palabras escandalosas, bigamia y solicitación principalmente).

El segundo período se extiende de, aproximadamente, 1540 a 1559, tiempo en el que el esquema siguiente no deja de ser elocuente del cambio de énfasis y preocupación de los inquisidores:

Acusados Porcentaje
Españoles 82 por cien
Judíos 1,8 por cien
Moriscos 13 por cien
Protestantes 4 por cien

El tercer tiempo -1560-1614 tiene características algo similares pues sigue siendo el conjunto hispano el más perseguido, lo que no es de extrañar:

Acusados Porcentaje
Hispanos el 53 por cien
Judíos el 5 por cien
Moros el 31 por cien

Por último la temporalidad que va de 1615 a 1700 en la que aumenta el porcentaje de conversos procesados por lo dicho anteriormente: la anexión de Portugal; en esquema:

Procesados Porcentaje
Judeoconversos 20 por cien
Moros 9 por cien
Protestantes 7 por cien
Españoles 60 por cien

Lo que indica que hay un ritmo cambiante entre crueldad y tolerancia.

La crueldad inicial se patentiza en la quema de herejes, pertinaces, relapsos, en la de los sospechosos que huyen y de los difuntos. Como cifra aproximada y probable podemos pensar que bajo el mandato de Torquemada fueron quemados en la hoguera en torno a unos dos mil judíos. Después de ese período la actividad del tribunal decae y afecta a una minoría de personas, concretamente a alumbrados y luteranos, pero el objetivo principal, especialmente a partir de 1530, son los cristianos viejos a los que se les procesa por hechicería, bigamia, blasfemias, solicitación en confesión etcétera como ya he indicado y a los que se condena con frecuencia a la cárcel, a azotes, a galeras etcétera. Si tenemos en cuenta las relaciones de causas parece ser que entre 1540 y 1700 fueron procesadas por la Inquisición española unas 49.000 personas. Si extrapolamos estas cifras, con el correspondiente riesgo, para todo el período de actuación, la estimación global sería de unas 125.000 personas procesadas por el Santo Oficio. El porcentaje vendría representados por estas cifras:

Acusados Porcentaje
Acusados de blasfemia y palabras deshonestas el 27 por cien
Mahometanos el 24 por cien
Judaizantes el 10 por cien
Luteranos el 8 por cien
Supersticiosos 8 por cien.

En conjunto casi el 60 por cien de los encausados son españoles.

La pena de muerte alcanza un 3´5 del total, pero no siempre se ejecuta; solo un 1´8 por cien fueron relajados en persona y un 1´7 en efigie, lo que quiere decir que de 1540 a 1700 solo 810 personas murieron en la hoguera. Y si ensanchamos el espectro para todo el período inquisicional -recordemos que el primero fue el más duro- no debieron de pasar de diez mil las personas realmente ejecutadas por los tribunales inquisitoriales desde el principio hasta el final.

Para mayor perspectiva comparativa podemos recordar que si contamos todos los moros, judíos y herejes castigados y quemados en España durante trescientos años la cifra no llega a la de brujas quemadas en Inglaterra, a parte de que en siglo XVI murieron más herejes en Inglaterra que en España. Lo que quiere decir que el fenómeno inquisitorial se asemeja a las formas de intolerancia habituales en la Europa de aquellos años. Tampoco conviene olvidar que lo terrible de la Inquisición -como lo de la Stassi del siglo XX- fue su organización, burocratización y centralización. La Inquisición fue suprimida en 1834.

No hay duda de la intolerancia, torturas, crueldad y despotismo del Santo Tribunal pero no fue la única institución en concepto, forma y eficacia en la Europa renacentista; recordemos la actuación calvinista. Hubo dureza y violencia y sufrimiento pero también hubo moderación y tolerancia paternalista por parte de los Pulgar, Lucena y Talavera. Hay que recordar también el esfuerzo de aragonización procesal con las reivindicaciones forales que cuestionaban el proceso inquisitorial y propugnaban el pragmatismo político. Además el integrismo ideológico y la intolerancia que viene de Trento fueron elásticos pues batallaron teólogos y juristas contra los políticos; por otra parte los jesuitas preferían el modo romano pero perdió la tolerancia frente a la intransigencia del inquisidor Valdés. Los grandes inquisidores protagonizaron un modelo de sensatez, prudencia, racionalidad y ecuanimidad frente a toda Europa que desde Lisboa a Moscú y desde Islandia a Chipre mandó a la hoguera a decenas de miles de mujeres tenidas fantasiosamente por brujas3.

El contexto y la comparación proporcionan un telón de fondo imprescindible para la objetivación del documento histórico y para la reflexión sobre la tragedia moral de todo tiempo. El reinado de los Reyes Católicos nos cautiva con momentos y aciertos luminosos no discutibles y nos desconcierta con intensas sombras de cruel intolerancia que nos alertan de la fragilidad de nuestra humana condición. Plus ça change... Sin olvidar que en todo importante acontecimiento humano el conjunto -más que lo singular- es lo significante.







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