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Julia Malvezzi

Texto procedente del «Diario» de Manuel Luengo, recopilado y comentado por el padre Isidro María Sans



Carlos III, por su Pragmática Sanción de 2 de abril de 1767, expulsó a la Compañía de Jesús de todos sus Dominios. Los jesuitas de la Provincia de Castilla hubieron de reunirse en el puerto de El Ferrol desde donde zarparon el 24 de mayo en ocho naves rumbo a los Estados Pontificios. Tras 21 días de navegación llegaron a Civitavecchia. Pero Clemente XIII se opuso a su desembarco y hubieron de volverse. El 19 de julio fueron abandonados en Calvi (Córcega). Un año más tarde el Papa se apiadó de sus dificultades y les abrió las puertas. El 19 de setiembre de 1768 embarcaron de nuevo hacia el Golfo de Génova. El 25 de octubre emprendieron la marcha ya por tierra desde Sestri Levante. Debieron cruzar los Apeninos, con lluvia y nieve: «Desde Sestri hasta Fornovo todo ha sido montes, peñascos, subidas y bajadas, precipicios y peñascos. Y ahora estamos ya en una hermosa llanura que se extiende más que la vista por donde hemos de caminar en adelante». De Fornovo a Parma y a Módena. El 5 de noviembre «pasamos sobre barcas el río Panaro y pusimos los pies en los Estados del Sumo Pontífice». Poco a poco fueron distribuyéndose por diversos lugares en torno a Bolonia. Todo ello nos lo cuenta clara y menudamente el P. Manuel Luengo en su extenso «Diario de la expulsión de los jesuitas de los Dominios del Rey de España».






ArribaAbajoEl cardenal arzobispo Malvezzi

Bolonia era considerada la ciudad principal de los Estados Pontificios, por supuesto después de Roma. Era por entonces Arzobispo de Bolonia el Eminentísimo Cardenal Vicente Malvezzi, natural de esta misma ciudad y de una de las familias principales y más dilatadas de ella. Nació este Sr. Malvezzi en esta ciudad de Bolonia a 22 de febrero del año de 1715. De joven tuvo su educación en el Seminario de Nobles de San Xavier de esta ciudad, dirigido por los jesuitas. Un Caballero de esta ciudad, que estuvo con él en el Seminario, me ha asegurado que todos le tenían por un muchacho de cortísimos alcances y propiamente rudo. Por aquel tiempo pretendió entrar en la Compañía y, no obstante su sangre ilustre, por la cortedad de sus talentos no tuvieron los Padres por conveniente el recibirle. Después que salió del Seminario, estudió algún tiempo Teología con el Doctor Pegi, Canónigo de la Colegiata de San Petronio, y, hablando un día delante de muchas personas de la literatura y doctrina de su discípulo Malvezzi, dijo en suma que era un hombre que sabía muy poco.

Tomó, pues, una carrera para la cual se necesitan bien pocos talentos. Se hizo Monseñor y logró fácilmente el entrar a servir de Camarero al Pontífice Benedicto XIV, su paisano, y en este facilísimo empleo hizo en pocos años su fortuna, pues, hallándose en la edad de 38 años, fue creado Cardenal por el Papa el año de 1763 y poco después Su Santidad le puso al frente del Arzobispado de Bolonia. La gente del campo, que es con quien nosotros tratamos principalmente en este desierto y que aquí llaman contadinos, tiene bajísimo concepto y nos dice con franqueza que tiene una cabeza muy ligera y sólo se le dio el capelo por haber abierto y cerrado la cortina al Papa Benedicto XIV.

Aunque el Emmo. Malvezzi es en realidad de cortísimos talentos y tuvo pocos estudios, y por consiguiente es un hombre ignorante, ha tenido siempre bastante malicia, advertencia y política para conocer el humor de los Papas y seguirlo en su conducta para con los jesuitas. Clemente XIII fue un verdadero Padre de los jesuitas y les amó tiernísimamente; y este Eminentísimo les hizo en aquel tiempo mil cariños y finezas. Clemente XIV, desde el primer día de su Pontificado, ha mostrado odio y aversión a los jesuitas; y este Cardenal le ha seguido tan perfectamente que luego se declaró su enemigo. Regresó del Cónclave muy triunfante y glorioso, como quien ha tenido parte en la elección al Pontificado del Cardenal Ganganelli, y demasiado se sabe que se ha hecho del partido de los Borbones. Y ahora ya está mudado del todo y se le puede contar por enemigo declarado nuestro. E incluso dice con toda aseveración y franqueza que la Compañía será sin remedio extinguida por Roma, lo que, si bien parece una locura, no deja de afligirnos por asegurarlo tanto un Eminentísimo Cardenal. Y hasta se ha negado rotundamente a ordenar a nuestros jóvenes o permitir que otro les ordene en Bolonia.

Era ambicioso casi sin límites, altivo, orgulloso, dominante, colérico, resentido y requemado. Por lo demás no tenía ni grandes vicios ni tampoco virtudes verdaderas. No era interesado, especialmente en lo que pasaba por su mano. Era en lo personal un hombrecillo pequeño, de pocas carnes, agraciado de joven, como lo muestran algunas pinturas suyas de aquel tiempo. Tenía un aire devoto, recogido y modesto, y efectivamente edificaba al pueblo con su modestia y compostura.

La gente del campo, aunque reconoce que su Arzobispo ha entrado en el empeño de mortificar a los jesuitas y de imitar al Papa haciendo desaires a los jesuitas y dándoles que sentir, no lo atribuye a mal corazón que tenga para con ellos. Toda la culpa la echan a una sobrina suya que tiene en su palacio, apartada de su marido y muy cortejada de un Oficial, que ha servido en Francia, a la cual, se dice, que le han regalado muy bien, para que incite a su tío contra los jesuitas. Pero no obstante que todo esto sea así, y que acaso empezase el Cardenal a mudarse en punto de jesuitas por influjo del Oficial cortejante y de su sobrina, también lo es que el Cardenal, por lo mismo que tiene poco juicio y cabeza y menos sabiduría, es muy capaz de abandonar a los jesuitas y mortificarlos, viéndoles perseguidos de tantas Cortes poderosas y aun del mismo Papa, y bien se sabe que en este particular aprendió mucho en Roma, y que de allá ha venido muy caliente y alarmado contra los jesuitas.




ArribaAbajo Julia Malvezzi: juventud

Pero ¿quién era la tal sobrina del Cardenal Arzobispo Malvezzi? Esta Srta. Julia Malvezzi, desde muy niña hasta estos últimos años, se había confesado siempre con el P. Hipólito Borsetti, jesuita muy conocido en todo este país, operario laboriosísimo y celosísimo y Misionero famoso en este Arzobispado y en otros muchos de Italia. Este hábil y celoso confesor de la señorita Malvezzi, aprovechándose de los singulares talentos de que el cielo le ha dotado, a lo que me aseguran muchos, formó de ella una Dama joven de piedad adornada de todas las virtudes de su edad, de su estado y de su sexo, y tuvo el gusto de verla el ejemplar y dechado de toda la ciudad y más en particular de las otras Señoritas sus iguales en la calidad y en los años. Un Caballero, joven y piadoso como ella, el Marqués Scapi, de apellido Sampieri, pidió su mano. Se casaron. Es de suponer que el tío Vicente celebraría la boda por todo lo grande. La pena fue que aquel matrimonio duró bastante poco, habiendo tenido un hijo el tiempo en que vivieron juntos. Todo esto sucedió antes que nosotros llegásemos a esta tierra en 1768.


ArribaAbajoDivorcio y vida disoluta

La Sra. Julia Malvezzi, sobrina carnal de nuestro Eminentísimo Arzobispo, llamada Marquesa Scapi por ser éste el título de su marido, empezó a ser cortejada por un Teniente General al servicio de Francia, llamado Monti, de familia ilustre de esta misma ciudad de Bolonia. No podía agradar al piadosísimo Marqués Scapi, siendo, como es en la realidad, un santo y venerado como tal en toda Bolonia, tanta familiaridad de su mujer con un soldado, y más habiendo vivido mucho tiempo en Francia. Éste fue todo el motivo, aunque se pretextasen otros, de intentar divorcio, de que la Srta. Malvezzi, con la protección del Cardenal, su tío, lograse sentencia favorable al divorcio. Debía la señorita, apartándose de su marido, encerrarse en un convento según se acostumbra en estos casos, frecuentísimo en este país entre la gente de distinción, y según expresamente se mandaba en la misma sentencia. Pero en tal caso no podían gozar francamente de su cortejo la Señorita y el Oficial, que era todo el fin del divorcio o separación. A todo se había pensado y para todo sirvió el tío Cardenal. Éste salió fiador de la persona de su sobrina obligándose a tenerla siempre consigo en su Palacio y con esta condición consiguió del Papa que no fuese obligada a encerrarse en un Convento, y se ha ejecutado por muchos años, o por mejor decir, arrastrándole ella a vivir en donde tiene más gusto. Y por esta causa, casi todo el año viven en la casa de campo de la montaña llamada del Sasso o en el Palacio de Cento, y poquísimo tiempo en esta ciudad en un Palacio que a posta han tomado en un extremo de ella llamado de La Viola.

Hecho el divorcio, no habiendo en casa marido para con quien tener algún miramiento, subió el cortejo de la sobrina y del Oficial Monti a una intimidad y exceso casi increíble. Así se ha conservado muchos años y se conserva en el día más que nunca. No creería lo que pasa en este particular y lo mismo en este Palacio que en los del Sasso y Cento, si no estuviera informado plenamente y de un modo y por tales conductos que no pueden dejar lugar ni a la duda. Casi no salen de casa y en ella se dejan ver poco tiempo en visitas, en conversación y tertulia, y la mayor parte del día y casi toda la noche se están los dos amantes en un cuarto o gabinete solos y cerrados, y con tanto rigor que ni el mismo Arzobispo se atreve a turbarles su reposo y sus delicias. Qué se ha de pensar a vista de esto, siendo ella joven y él no viejo, uno y otro sin piedad y acaso ya sin Religión: él porque lo aprendió en Francia y ella porque, aunque en otro tiempo fue piadosa, ha sido pervertida por él, sin que se les haya visto jamás entrar por ningún caso en una iglesia ni hacer un ejercicio de cristiano, sino una breve Misa el día de fiesta, al irse a acostar o desde la cama. Siendo tal su carácter, tal su vida, es preciso creer todos los horrores y brutalidades que se cuentan, aunque no conviene decir nada en particular.

Al aire y talle de los Señores y Señoras son también sus familias, sus criados y criadas. Me ha asegurado persona bien informada de Bolonia que no hay en ella familia alguna de Caballero secular y lego, por desgobernado y profano que sea, tan liviana, tan viciosa y escandalosa como la del Palacio del Eminentísimo Arzobispo. Basta que una criada o doncella se resista a vestirse de hombre para no ser admitida o echada de la casa, porque gusta mucho la sobrina del Arzobispo salir vestida de hombre a caballo y a pie por el campo y por la ciudad de Cento, y acompañada de dos o más doncellas vestidas del mismo modo. Qué mucho es después de esto y viviendo en tal casa, antes sería un prodigio lo contrario, que muchas de estas infelices hayan tenido sus miserias, y en efecto se cuenta y se asegura de varias de ellas que han parido en el mismo Palacio del Arzobispo. Y no hace mucho que un Eclesiástico de distinción, que vive cerca del Palacio de La Viola y está bien informado de todo, horrorizado de tantas infamias como allí pasan, dijo en bastante publicidad que propiamente el Palacio del Arzobispo es un burdel, una casa de escándalo y prostitución.

En algún sentido son más reprensibles los excesos y locuras que vamos a referir en otros asuntos, y por lo menos es en ella más culpable el Arzobispo, pues no sólo las ve y las tolera como las otras, teniendo una obligación gravísima de corregirlas y castigarlas, sino que las aprueba y es autor y causa de ellas. Entre otras muchísimas extravagancias de la sobrina, una es no acostarse regularmente hasta el amanecer y por consiguiente no levantarse de la cama hasta el mediodía o algunas horas después. Y como el Palacio de Cento está muy cerca de la Colegiata, ha dado orden estrechísima el Cardenal, y se guarda con todo rigor, de que, mientras está la sobrina en la cama, por no turbarla el reposo, no se toque campana ninguna de la torre ni a Misa ni a fiestas aun el día más solemne de todo el año. Por la misma causa, debiendo de venir algunas veces, y especialmente a las 40 horas en la Semana Santa, a la dicha Colegiata las otras Parroquias, varias Cofradías y Congregaciones y todas ellas en procesión y cantando las letanías u otras cosas devotas, se les ha dado orden que, en llegando a tal distancia de Palacio que puedan ser oídas, dejen el canto y pasen en silencio.

En la casa de campo del Sasso solamente pueden inquietar el reposo del idolito de la sobrina los arrieros por estar la dicha casa cerca del camino, y a éstos se les dio orden rigurosa por el Cardenal de que, cuando pasasen por la mañana por allí, desde tanta distancia cuidasen de que no hiciesen ruido las esquilas o campanillas de las bestias, y así venían prevenidos de paja o de heno para llenar las campanillas e impedir de este modo que hiciese ruido el badajo

Más célebres son en este mismo asunto estos dos sucesos certísimos. En una casa de un labrador o contadino, como dicen aquí, que está cerca del Palacio del Cardenal, rebuznó un pollino y turbó el sueño y reposo de la idolatrada sobrina. Monta furiosamente en cólera el Oficial Monti, sale de casa y va en busca del delincuente borrico y, como soldado intrépido y valiente, arranca el sable y corta la cabeza del desdichado animal. La cosa es tan cierta y tan pública en Bolonia que con razón han sacado sus coplitas para hacer ridículo, como lo merece, a este Marte italiano y francés.

El otro aún es más necio y más violento y más furioso. En la misma casa del sacrificado pollino o en otra vecina hacían algún ruido que incomodaba a la Señorita partiendo o rajando leña. Mandó el Arzobispo en aquella casa que no volviesen a partir leña a aquellas horas. Pero el contadino o labrador, o porque le obligó a ello la necesidad o porque le animó a hacerlo así su amo, siendo una cosa durísima la que mandaba el Arzobispo y sin derecho ni autoridad para mandarla, volvió a caer en aquella falta. Entonces el Arzobispo, a vista de una desobediencia a su parecer tan enorme, entra no en cólera, no en rabia, no en furor, sino en una verdaderísima locura y frenesí. Junta una tropilla de gente y poniéndose él mismo y el gran General de Francia a su frente, asaltan de noche la casa, echan de ella a sus habitadores y la arruinan y la demuelen e igualan con el suelo. Parecen a la verdad aventuras de Don Quijote. Pero con esta gran diferencia: que aquéllas fueron graciosas invenciones de una amena fantasía y éstas son hechos reales y verdaderos de un Cardenal de la Santa Iglesia y Arzobispo de Bolonia.




ArribaAbajoConversión

Ayer, 16 de mayo de 1773, sucedió en esta misma ciudad un lance muy precioso que en el día es el asunto de las conversaciones de todo género de gentes y lo será por algunos días. La sobrina querida del Eminentísimo Arzobispo, la Marquesita Scapi, se halla de algunos días acá en el Palacio de esta ciudad, llamado La Viola. Aquí ha caído enferma esta Señorita, se ha ido agravando su mal, se halla en peligro de muerte y ha sido forzoso pensar en confesarse y recibir los Sacramentos. Recuérdese cómo la había dirigido antaño P. Hipólito Borsetti, convirtiéndola en el ejemplar y dechado de todas las jóvenes de Bolonia. Todo este preciosísimo tesoro de santidad y virtudes ha ido por tierra con el escandalosísimo cortejo del Oficial de Francia Monti. Y en todo este tiempo de sus locos amores ni se ha confesado con el P. Borsetti ni con ningún otro jesuita ni por ventura ha hablado a ninguno de ellos sino de pura ceremonia y cumplimiento.

Dichosa ella porque tantos descaminos no han arrancado del todo de su corazón las primeras semillas de la virtud y del santo temor de Dios que plantó en él desde sus más tiernos años el diestro y piadoso Director. El peligro, en que se halla, le ha traído sin duda a la memoria lo que fue en otro tiempo y la piadosa mano, que por tantos años y los más peligrosos, la hizo feliz y virtuosa. Y así resueltamente dijo que le llamasen a su P. Borsetti, porque quería confesarse con él. Por sí mismo se entiende, sin que nadie lo diga, el disgusto y la turbación de su tío, el Arzobispo, con este empeño de su sobrina en estos tiempos, en estas circunstancias y después de las violencias que acaba de hacer contra los jesuitas y más en particular contra el mismo P. Borsetti, que tenía sobre sí las cárceles y otros muchos ministerios de Ejercicios y Congregaciones en la ciudad todo el tiempo que no estaba en Misiones fuera de ella. Ni es necesario tampoco decir en particular que se tomaron todos los medios y arbitrios imaginables de súplicas, de dificultades e imposibles que se ponían a sus deseos, de consejeros de todas clases, estados y condiciones, de ofrecerla a escoger entre todos los confesores de la diócesis y otros a este modo en orden a apartar a la Señorita de su pensamiento de confesarse con el jesuita Borsetti.

Pero todo fue en vano y la Marquesita enferma insistía en su empeño de que le llamasen al P. Borsetti. Fue forzoso rendirse a sus lágrimas y ruegos, y se envió recado al Padre para que viniese a Palacio, pero sin decirlo a persona alguna ni ser visto de nadie. Respondió a este recado el P. Borsetti que, así como no pretendía ir a Palacio afectando aparato, pompa y publicidad, así tampoco tenía por conveniente aquel sumo y misterioso secreto, especialmente que a él, a su Religión y a la Marquesa misma le sería provechoso que la cosa se supiese en la ciudad, pues el hecho mismo de confesarse en estas circunstancias con un jesuita sería de mucha edificación y ejemplo para todos.

El tiempo se iba pasando en recados y respuestas, la enferma se iba acercando a la muerte, clamaba con increíbles ansias por su P. Borsetti, el tío se consumía y abrasaba. Pero ¿qué remedio? Fue forzoso rendirse y dio orden de que fuese un coche al Colegio de Santa Lucía a traer al P. Borsetti y, en medio de estar el Palacio distante del Colegio casi tanto como es grande la ciudad, fue el coche por el Padre y le llevó a Palacio en tal tiempo y de tal modo que pocos lo pudieron saber, y aunque en la realidad esto era bastante para que de mano a mano lo llegásemos a saber todos, una casualidad bien extraña e impensada, que insinuaremos al instante, fue causa de que en un momento se supiese la cosa aun en los rincones más apartados de la ciudad. Estuvo el P. Borsetti algunas horas en cumplimiento de su ministerio con la afligida enferma, y aunque ha pasado poco tiempo, no se ignora que la buena Marquesita ha quedado sumamente satisfecha y consolada, y se han visto hacia fuera algunas cosas que comúnmente se creen efectos de la confesión con el jesuita, como por ejemplo haberse retirado el Oficial Monti, o poco antes que fuese el P. Borsetti o después, no sólo de Palacio sino también, a lo que me aseguran, de una casa vecina a él, que o es suya propia o por lo menos la tiene arrendada.

Entró el Padre en el coche del Eminentísimo, servido, como se supone, de sus cocheros y lacayos y con su propia librea para volver a su Colegio de Santa Lucía. Y en este viaje se encontró en una de las calles más públicas de Bolonia con una procesión que se hacía con la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de San Lucas. En estos tres días de rogativas, en que estamos, se hacen con esta milagrosa imagen las procesiones de todo el clero secular y regular, con todas las Cofradías y Cuerpos y del Senado mismo con los dos Cardenales, Legado y Arzobispo. Ayer anduvo esta Santa Imagen, y así se hace todos los años en procesión desde dos o tres horas antes de amanecer hasta otras tantas después de mediodía, corriendo toda la ciudad de Iglesia en Iglesia, y especialmente en las de los Conventos de Monjas. En esta procesión, aunque no es como la de estos días, van algunos Religiosos y muchas personas distinguidas y de la misma Nobleza, y después, como de acompañamiento, va un número tan grande de personas de la ciudad y de fuerza, de todas clases, estados, condiciones y sexos, que se puede decir sin ponderación que no hay un momento, en los varios días que la Santa Imagen pasea la ciudad, que no llegue a 4.000 ó 6.000, y algunas veces a 20.000, 30.000, 40.000 y más. Porque debo decir, ya que he tocado este punto, aunque en otras partes acaso habré dicho lo mismo a gloria de esta ciudad y de todos los boloñeses, que no he visto en parte alguna para con alguna imagen de la Santísima Virgen, o de algún otro santo, devoción tan general, tan tierna y tan fervorosa como la suya para con esta imagen de Nuestra Señora del Monte de la Guardia, y llamada también de San Lucas porque creen que fue pintada por el Santo Evangelista.

Aunque es bien común y ordinario en los Señores de esta ciudad el atravesar y cortar con sus coches las procesiones públicas, aun las más solemnes, como con desedificación de los españoles he visto millares de veces, mandó, como era justo, el P. Borsetti al cochero que parase y diese lugar a que pasase la procesión. Se detuvo, pues, un gran rato de tiempo, siendo el Padre conocido en toda la ciudad, en un coche del Arzobispo, con sus mismos criados, vestidos de su librea. Y así en un momento se extendió por toda la ciudad que el P. Borsetti había ido al Palacio del señor Arzobispo y en coche de su Eminencia a confesar a su sobrina, la Marquesa Scapi; y en el instante mismo, como se deja entender, se empezó en todas partes a hablar sobre este suceso, a hacer reflexiones y exclamaciones, a pasmarse y asombrarse de una cosa tan extraña e increíble, aunque la estaban viendo, y a explicarse en otros mil afectos y expresiones, de suerte que, si quisiera escribir las cosas que he oído sobre el caso en estas 24 horas, unas festivas, graciosas y de mucha sal, otras satíricas, agrias y vehementes, otras serias, ponderosas y graves, y de otros mil géneros y especies, no me bastaría un tomo en folio bien grande. Pero, dejando todas las que he oído y las que a mí en gran número me han pasado y me pasan por la cabeza, en dos solas palabras haré una brevísima reflexión: y es que se palpa con las mismas manos, y aun la gente más sencilla lo publica a voces por las calles que ha querido el Señor con su brazo omnipotente forzar, mal que le pese, a este Eminentísimo Cardenal Arzobispo a dar a Bolonia y a todo el mundo un testimonio auténtico, público y notorio, de que los jesuitas, a quienes aparta del ejercicio de todos los sagrados ministerios, tratándolos como los hombres más impíos y malvados de todo el mundo, son dignos Ministros suyos, que ejercitan las divinas funciones del Santuario con la conveniente sabiduría, prudencia, integridad, celo y utilidad de las almas. Sea al Señor toda la gloria y démosle humildes y afectuosas gracias por la singularísima providencia con que mira por el honor y fama de su mínima y aborrecida Compañía.

La Marquesa sobrina del Cardenal ha salido felizmente del peligro de morir en que se halló. Va convaleciendo y acaso se halla ya restablecida del todo. Y en el día son públicas y notorias dos cosas. Primera, que el piadoso Marqués Scapi, su marido, entra a todas horas en su Palacio, se han reconciliado perfectamente y tienen todo el trato y comunicación a que pueden estar obligados en conciencia después del divorcio jurídico y según el estado presente de la Srta. Julia, cuando antes de la confesión con el jesuita Borsetti nunca o rarísima vez se veían. La segunda, que el Oficial Monti muy rara vez se deja ver en aquel Palacio y entonces en público como cualquiera otro Caballero que va a una visita de ceremonia, cuando antes de la dicha confesión 12 horas de las 24 por lo menos las pasaban no sólo juntos sino a solas, sin testigos y encerrados. He aquí echado perfectamente por tierra este enormísimo escándalo, a lo cual se habrá seguido necesariamente la reforma de la gente de servicio, echando de casa a las criadas y criados que hayan sido viciosos y no traten de corregirse.

La Marquesita se debe hallar tan gustosa y contenta, y en medio de los furores de su tío contra los jesuitas ha enviado estos días muchos criados al P. Borsetti para que vaya a confesarla otra vez antes que el Arzobispo acabe de quitarles todas las licencias, como sabe que ejecutará dentro de pocos días. Pero se empeñó la Marquesita, por las circunstancias del tiempo y por no irritar a su tío, en que fuese de oculto y por eso no se enviaba su coche. No juzgó el P. Borsetti conveniente darla gusto en ello, y así le respondió resueltamente que no iría con tales misterios y como furtivamente, siendo muy fácil que de aquí tomase ocasión el Cardenal de hacerles una nueva vejación. Prevaleció en el corazón de la Marquesita el deseo del bien de su alma a todos los respetos humanos y al miedo de disgustar a su tío, y hoy mismo, día del Corpus, 10 de junio de 1773, ha ido el P. Borsetti en coche de su Eminencia a su Palacio, ha tratado con mucho sosiego, y se puede esperar que con mucho fruto, con su sobrina los negocios de su alma y se ha vuelto en el mismo coche públicamente, con pasmo y asombro de toda la ciudad que hace ahora, y acaso con más fuerza, las mismas reflexiones que la otra vez. La Marquesita bien sabe que nada tiene que temer de su tío, aunque este su hecho le haya disgustado mucho. Y así es muy creíble que, sin atreverse a decirle a ella una palabra, ponga todo su cuidado y diligencia en discurrir cuatro pueriles excusillas y prevenir con ellas a los amigos de Roma y por éstos a los de España, para que la noticia de este suceso no cause en ellos alguna impresión poco favorable a su persona, asegurándoles juntamente que no se entibiará un punto su celo en oprimirlos y ultrajarlos y en echarlos por tierra. Pero no podrá impedir el hacerse cada día más risible y despreciable y que todos palpen con las manos que el Señor ha tomado, por decirlo así, el empeño de confundirle y de hacerle confesar, más que le pese, que los jesuitas, a quienes trata como la peste y abominación de todo el mundo, son fieles, buenos y celosos Ministros del Señor, de quienes se vale con gusto Su Majestad para quitar escándalos y santificar las almas.

Pero, al parecer, a la conversión sucedió una recaída en los mismos amores, puesto que vamos a volver encontrar juntos a la sobrina Julia y al militar Monti con ocasión de la muerte del Cardenal Arzobispo Malvezzi.




ArribaAbajoMuerte del tío Vicente

El 3 de diciembre de 1775 fallecía el Cardenal Arzobispo Malvezzi en la Ciudad de Cento. El P. Luengo vuelve a recordarnos una serie de datos de su vida, recalcando en particular su desreglado cariño por su sobrina Julia. En la última etapa de su vida, entrada la noche, más o menos según el tiempo, volvía a su Palacio de La Viola, en donde cenaba y dormía, y muy de mañana salía otra vez de allí con la extravagancia y aun indecencia de caminar a pie aunque lloviese o nevase porque el ruido del coche no despertase al idolito de su sobrina. Y aun aseguran también que, debiendo pasar por el cuarto en que ésta dormía, salía descalzo por no hacer ruido y despertarla. Esta ceremonia de ir a pasar la noche en aquella casa era en algún modo obligación del Eminentísimo por haberse constituido guarda y custodio de su sobrina, que debía haberse encerrado en un Convento cuando se apartó de su marido. De este divorcio, a que se han seguido muchos y muy horribles escándalos, podemos decir que la voz pública entre los Boloñeses es que de parte de la Srta. D.ª Julia Malvezzi fue un capricho y antojo para gozar más libremente de la conversación y trato del Oficial Monti, de parte de su tío un cariño desreglado y una prepotencia, y en el fondo una injusticia.

Estaba el Arzobispo tan embelesado y tan encantado con el idolito de su sobrina que por complacerla y no disgustarla se hacían por su orden muchas ridiculeces y extravagancias, y algunas de ellas escandalosas, como acaso dijimos ya en otra parte. Cuando estaban en una casa de campo cerca de un camino, tenían orden los arrieros, que pasan por allí a ciertas horas de la mañana, de impedir que sonasen los cencerros y campanillas porque no se inquietase el sueño de la sobrinita. Y en Cento se llegó a prohibir que se tocasen las campanas de la Colegiata mientras dormía la Señorita y que cantasen en algunas procesiones de la Semana Santa.

Y en cuanto a su modo de proceder con los jesuitas, no quiero pasar en silencio en este lugar, un pasaje muy gracioso sucedido este pasado abril con el jesuita italiano Hipólito Borsetti, porque es muy a propósito para que se entienda el poco juicio y la falta de prudencia y otras miserias de nuestro Arzobispo y de los que le rodeaban. Enfermó gravemente por el dicho mes de abril el que en esta ciudad hacía de Ministro de la Corte de Francia, llamado comúnmente el Caballero de las Armas. Y habiéndole visitado el Sr. Arzobispo, o enviado el enfermo a llamarle, le pidió encarecidamente que diese sus facultades y su licencia al ex-jesuita Borsetti para que le asistiese en aquella enfermedad. Se resistió mucho el Arzobispo, pero al fin, siendo cosa tan dura negar en aquella hora este consuelo, y más a una persona de distinción, le concedió el Arzobispo lo que pedía. Al punto fue avisado el P. Borsetti, que acudió con toda diligencia, habiéndose primero asegurado bien de la licencia del Arzobispo, y le asistió al Caballero hasta que expiró en sus manos. Bien presto después de la muerte del Ministro se le metió al P. Borsetti en su cuarto un Capellán del Arzobispo y a nombre de Su Eminencia le intimó que saliese desterrado de toda la Diócesis. «¿Por qué?», preguntó el Padre. «Por haber asistido y confesado -se le respondió- al Caballero de las Armas». «Pues, ¿no me concedió Su Eminencia facultad para asistirle?», replicó el Padre. «Es verdad -se le volvió a responder-, pero Su Eminencia lo hizo así por evitar la odiosidad pública, y a Vmd. le tocaba el negarse a asistirle». «Pues si Su Eminencia -repuso todavía el Padre- quiere que salga desterrado de su Diócesis, que me dé la orden por escrito, y mientras tanto yo me estoy quieto y no me muevo». No se atrevió a tanto el Arzobispo, pues temería la odiosidad pública si Borsetti, saliendo de la Diócesis, publicaba todo el suceso. Se contentó, pues, con ordenarle que no refiriese a nadie lo que había pasado y el Padre lo cumplió así mientras vivió el Arzobispo, y ahora, después de su muerte, lo han contado de la manera dicha.

El día 4 fue traído en coche desde la ciudad de Cento a este Palacio Arzobispal, y el 5 estuvo de cuerpo presente en una sala colgada de luto, guardándole y rezando responsos y otras oraciones algunos Religiosos Capuchinos, y dos horas después de anochecer privadamente fue introducido en la Iglesia Catedral. En ella amaneció la mañana siguiente del día 6, colocado en un alto y majestuoso túmulo rodeado de gran número de hachas y aquella misma mañana se le hizo el oficio con toda pompa y magnificencia, asistiendo el Emmo. Legado y el Senado en cuerpo y un pueblo innumerable, especialmente que aseguran que ha casi ya un siglo que no se entierra en Bolonia un Arzobispo de esta ciudad. Todo se ha hecho con aparato, esplendor y grandeza, pero no se ignora que en todo lo que no salía hacia fuera y era necesario, ha habido todo el ahorro y economía posible, y era razón que se hiciera así pues el difunto ha dejado unas deudas tan grandes que se hacen subir a 30.000 ó 40.000 pesos duros. Y lo cierto es que por causa de sus deudas no quiso entrar en su herencia ni encargarse de sus cosas su hermano el Conde José Malvezzi y que ha sido preciso que se encargue de todo su sobrina D.ª Julia Malvezzi, que, vendiendo las alhajas de su tío y con los frutos de una hacienda que poseía o del modo que le sea posible, irá pagando sus deudas. Por la tarde o noche del mismo día 6, metido dentro de tres cajas, fue sepultado en la Capilla de San Carlos Borromeo de la misma Catedral como 2 ó 3 varas delante del pie o tarima del altar, lo que supongo que se habrá hecho así por voluntad y disposición del mismo Emmo. Arzobispo.

Después de tantas cosas como quedan dichas de este Emmo. Malvezzi, estoy por decir que todas ellas son nada, faltas y pecadillos ligeros y perdonables, si se comparan con la conducta del Arzobispo para con su sobrina Malvezzi. Protegió su divorcio de su marido, aunque todos los indicios son de que no había justas causas para él. No es esto lo peor, pues el apartarse de su marido no fue para meterse en un Convento, como era razón, sino para vivir en casa de su tío con una entera libertad, con regalo y magnificencia. En el Palacio del Arzobispo ha tenido esta Señorita un trato tan frecuente, tan continuo, tan familiar y tan íntimo con el Teniente General Monti, que, cuando no se quiera llamar, como lo llaman muchos, un público amancebamiento, no se puede menos de llamar un cortejo y amistad escandalosísima. ¡Y qué horrores y abominaciones no se han contado de las gentes de Palacio, criados y criadas, que en mucha parte no se pueden menos de creer, siendo tal la vida de los Señores! ¿Y el Arzobispo no conocía estas maldades que pasaban en su Palacio? Tan cortos alcances tenía y tan poca reflexión que acaso por sí mismo no llegó a conocerlas. Pero, murmurándose en toda la ciudad y en todo el Obispado de los escándalos del Palacio del Arzobispo, ¿no hubo alguno que se le los hiciese advertir a Su Eminencia? No faltaron algunos hombres de celo, a lo que oigo decir, que de algún modo le diesen a entender lo que pasaba y lo que se hablaba en el Obispado del trato de la sobrina con el Sr. Monti, y de otros escándalos de la gente de casa. Pero todo sin fruto alguno y hasta el día mismo de su muerte estuvieron en el mismo Palacio de Cento el soldado y la sobrina, y juntos se han venido a esta ciudad.




ArribaAbajoViuda por duplicado

Desde fines de 1775 nada volvemos a saber de ellos. Durante 12 años han sucedido en Francia graves acontecimientos, incluida la ejecución de Luis XVI, y los primeros pasos de la fulgurante ascensión de Napoleón Bonaparte. Pero, con fecha de 14 de abril de 1797, vuelve el P. Luengo a enhebrar de nuevo su narración sobre el Caballero Monti, de esta Ciudad de Bolonia y Teniente General al servicio de los Reyes de Francia, y la Sra. Julia Malvezzi, Marquesa Scarpi por estar casada con un Caballero de este Título y sobrina del Cardenal Arzobispo Malvezzi. A presencia de éste y en su mismo palacio estuvieron por muchos años unidos en una muy íntima amistad y escandaloso cortejo. Muerto el Arzobispo Malvezzi el año de 1775, continuaron algunos años los dos amantes en el mismo género de vida, aunque ya sin tanto ruido porque la falta del Cardenal hizo que no concurriese tanta gente a su palacio, que ellos no fuesen personas de tanta importancia, y por consiguiente que se observasen menos sus cosas y se hablase menos de ellos.

El año de 1783 ó 1784 murió el Marqués Scapi, marido de la Sra. Malvezzi, y con esta ocasión ella hizo semblante de retirarse a vivir en una Casa o Convictorio de Beatas. Y ésta su inclinación tuvo el buen efecto de que Julia Malvezzi y el Caballero Monti se casasen, como siempre se ha creído, aunque todo se hizo con mucho secreto. Y desde este paso han metido menos bulla en la Ciudad y han vivido retirados en el Palacio de La Viola, que está casi fuera de la Ciudad, y en su Casa de Campo a pocas millas de ella. Desde nuestra llegada a Bolonia siempre oímos hablar de este Oficial Monti, que había andado muchos años entre los franceses, como de un filósofo a la francesa y discípulo de los Patriarcas Voltaire y Rousseau. Y, lejos de disminuirse esta voz, siempre fue tomando más cuerpo y fuerza.

Antes de su muerte se vieron dos indicios no muy oscuros de que se le miraba en Bolonia y de que efectivamente era de la Secta de estos impíos filósofos dominantes en Francia. Uno de éstos fue la satisfacción de varios Senadores en los primeros sustos de que viniesen los Republicanos a Bolonia, en orden a que su Ciudad sería bien tratada por ellos en atención, por la mediación y buenos oficios del Teniente General Monti. Y les parecía a algunos tan íntima y tan poderosa su amistad con los impíos filósofos de Francia, que la expusieron en público Senado para estar tranquilos y sin pensar en armarse. Y el otro fue una muy particular distinción que tardó poco en usar con él la Convención Filosófica de París, dándole, del modo que podía, y aun en sus mayores angustias y miserias, la pensión o sueldo que tenía por el Rey, aunque lo ha negado todo a todos los Mariscales, Tenientes Generales y demás Oficiales franceses y extranjeros que no se han declarado filósofos y parciales de su Secta. Le faltó poco al filósofo Monti para ver los triunfos de los filósofos franceses, sus hermanos, en esta su patria Bolonia, pues efectivamente murió poco tiempo antes de que los franceses entrasen en esta Ciudad y se hiciesen Señores de ella.

Su muerte fue en la Casa de Campo, como a dos millas de Bolonia, saliendo por la puerta de San Vidal. Y fue verdaderamente terrible en un hombre de su carácter y de su vida. Un día, poco antes de la hora de comer, se retiró a un aposento o gabinete como quien iba a escribir alguna carta o a otra diligencia. Pero pasó tanto tiempo sin salir de su cuarto, aunque era la hora de comer, que cansados de esperar entraron a llamarle. ¡Horrible espectáculo! Le hallaron sentado en su silla, el codo sobre el brazo de ella, y la cabeza sobre su mano, y ya absolutamente sin respiración y muerto, sin que nadie hubiese visto ni oído la menor cosa. Fácil es de entender que sería extraordinaria la sorpresa y turbación, por un caso tan repentino y tan funesto, de toda la gente que estaba en su compañía, y especialmente de su mujer, la Sra. Malvezzi. En la Ciudad causó la muerte de este filósofo del modo dicho un pasmo y horror que se les veía a muchos en sus semblantes.




ArribaMuerte de Julia Malvezzi

Para la Sra. Malvezzi debía haber tenido naturalmente la muerte desgraciada de su marido el saludable efecto de haberse acordado, como en otros apuros, de su P. Borsetti para ordenar las cosas de su conciencia y entablar una vida ordenada. Y no lo tuvo, aunque el P. Borsetti sobrevivió algunos meses al Oficial Monti. Parece que fue tan grande su aflicción y congoja por un caso tan lamentable que se le trastornó la cabeza y perdió en mucha parte el juicio y la razón. Y en este aire de turbada y medio loca ha vivido desde aquel tiempo. Dejó no sólo la Casa de Campo, sino también la de la Ciudad. Y aunque tiene dos hermanos con palacios bastante buenos, se retiró y escondió en una casa de un Ciudadano de clase inferior. Allí murió arrebatadamente el día 11 de este mes de abril, y en la Parroquia de San Miguel de Leproseti se le hizo el Oficio con muy moderada pompa. Y ha metido tan poco ruido su muerte en Bolonia que casi no se sabía que había muerto y ya está enterrada. Éste ha sido el fin de estos famosos amantes que a nuestra llegada a este país, al lado del Cardenal Arzobispo Malvezzi metían en él mucha bulla, y no dejarían de tener alguna parte, especialmente el Oficial Monti, en los furores del dicho Prelado contra los jesuitas de esta Diócesis y aun contra los españoles.







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