A Pedro C. Cerrillo,
amigo y colega, por haberme guiado al reencuentro de estos
maravillosos espacios líricos.
«L'art est fait pour
troubler»
Braque
La adivinanza,
añeja en sus orígenes, por su estructura y
función se va adaptando a las distintas circunstancias
culturales, sociales, históricas, generando nuevas versiones
de una tradición tan arraigada en el sentir popular como lo
es esta forma lírica de comunicación del arte de
saber y entretener. Ingenio y poesía unidos en un juego
mental y verbal que ha perdurado por siglos haciendo las delicias
de niños y adultos.
Esta forma
poética suele basarse para su construcción en
elementos de la poesía tradicional popular como son los
versos de arte menor, las cuartetas octosilábicas, de rima
asonante o consonante cruzada, el uso de la forma
paralelística, del símil, la metáfora, la
metonímia, la alegoría, la dilogía, la
analogía, y el desglose lingüístico, entre
otros.
Géneros
colindantes y antecedentes
El afán de
develar lo oculto ha estado presente en la historia de la humanidad
desde siempre y de ello existen valiosos y variados ejemplos
literarios en obras como la Biblia, La epopeya de
Giglamesh, el Libro de Apolonio, Las mil y una
noches, además de los recogidos en la tradición
griega, latina, celta, germana, asiria, egipcia, india, china,
náhuatl, maya, quiché, entre otras muchas. Para
tratar de entender lo oculto, descifrarlo, conjurarlo o resolverlo
el hombre se ha valido de toda suerte de artilugios adivinatorios.
Se trata de entender lo «divino», del divinare,
addivinarelatino, como lo velado, lo ignorado, y
adivinar, como un don divino que permite trascender lo
humano, lo terreno. De ahí que su búsqueda de una
explicación a través de mitos, ritos y artes
adivinatorias sea tan ancestral como él mismo. En lo
relativo a la palabra, las formas de dicha búsqueda
más difundidas han sido sin duda el oráculo, las
profecías, el enigma, el acertijo, la adivinanza.
De esta
última nos ocuparemos aquí en un intento de entender
qué es, en qué consiste, cuál es su
función y cómo han sido su permanencia y
trascendencia a través del tiempo y el espacio, en
particular de las adivinanzas que conocemos actualmente en
México. Sabemos que existen adivinanzas en todas las
culturas y las ha habido en todos los tiempos, sin embargo, para
nuestro propósito nos centraremos en las que se dan en
nuestro país, mezcla de la tradición española
y la indígena, y en especial en las de tradición
popular1.
Definición
Según
José Luis Garfer y Concha Fernández, reconocidos
especialistas en este género2:
«Primero fue el acertijo y, cuando
éste se arropó con el verso, nació la
adivinanza, una pequeña y valiosa joya poética de
nuestra literatura popular.» (Garfér y
Fernández 1994, VII) Ambos coinciden en plantear una
pregunta ingeniosa, sin embargo el acertijo lo hace en prosa y la
adivinanza en verso, y ésta, además, dentro de una
estructura más compleja y elaborada, y con parámetros
más definidos en su construcción. Entre ellos destaca
el uso de un lenguaje simbólico y rimado con el que logra
conformar «un rodeo de palabras, una
descripción metafórica» (Gárfer y
Fernández 1993, 11), en los que se esconde la clave a
resolver.
La adivinanza es
entonces una composición lírica breve de tipo popular
y tradicional que ha sido definida de múltiples maneras.
Para algunos, su esencia está en el hecho de ser un
ejercicio intelectual, un juego en el que se reta a un contrario de
forma ingeniosa para que resuelva un breve enigma o problema, en el
cual puede o no presentarse una clave, a veces verdadera, otras
falsa o encubierta.
Al respecto,
María Gabriela González considera que la adivinanza:
«Es uno de los primeros y más
difundidos tipos de pensamiento formulado; es el resultado del
proceso primario de asociación mental, de la
comparación y la percepción de parecidos y
diferencias aunados al humor y al ingenio. La sorpresa al descubrir
similitud entre objetos, en los que de ordinario no se
esperaría encontrarla, es un elemento básico para su
elaboración: sin sorpresa no hay adivinanza».
(González Gutiérrez 1999, 21)
Características
1. Capacidad
dialógica
La adivinanza es
ante todo una comunicación entre dos sujetos, el que emite
el reto y al que éste va destinado. Entre ambos se establece
un juego dialógico, que se convierte en un reto de saber. El
primero es el que lo domina, lo dirige y el segundo el que lo
juega, lo adivina. El que plantea la adivinanza conoce la respuesta
y pide del receptor un ejercicio de imaginación, de
concentración y de desentrañamiento, con lo que queda
establecido el juego intelectual, mismo que suele ser cerrado entre
el emisor y el receptor, aunque en algunos casos este último
puede ser plural. El hecho de que sea cerrado, entre un yo y un
tú, hace que se tienda a un uso frecuente de pronombres
(personales, posesivos), desinencias verbales de primera y segunda
persona del singular y del plural, apelativos, y cualquier otro
elemento que connote individualización del emisario y/o del
destinatario. Este último puede ser único o
colectivo. Así, tenemos al que plantea el reto, como
dueño del saber y la respuesta, ante un
«tú», a quien se le inquiere directamente, como
si el primero lo tuviese ante sí y pudiese observarlo, al
que le dice «mírame»: «Soy
chiquito...», «Tengo brazos y no tengo...», o
ante un sujeto universal: «adivina, adivinador», a
quien se dirige como cómplice y conocedor del ritual
propuesto, capaz de dilucidar la respuesta por pertenecer a la
misma comunidad o estrato del primero. Esto porque sería
inútil que se planteara el juego ante quién no
participa por falta de conocimiento, de capacidad, de voluntad, o
de deseo de ser retado, con lo cual la cadena dialógica
quedaría trunca.
2.
Estructura
En la adivinanza
es importante la estructura, pues en un breve espacio se debe
incluir una serie de elementos que son los que la conforman como
una fórmula concebida para ser contada, mismos que
además cumplen una función primordial en la
transmisión del mensaje. Así, gracias a su
organización es posible identificar al género y
conocer de manera precisa las reglas a seguir en el juego. Lo
anterior debido a que por una parte estos tienen que ver con las
características propias del género lírico, y
por otra con su función lúdica.
En este sentido
Gárfer y Fernández afirman que,
Si se estudia en
profundidad la estructura de las adivinanzas populares, es
fácil llegar a fórmulas fiables para su
elaboración, partiendo básicamente de la
metáfora, alegoría, greguería, abundante
adjetivación, perífrasis léxicas, otros
sofisticados ingredientes y muy fácilmente a través
del reiterado carácter formulístico de la adivinanza
popular.
(Gárfer y Fernández
1993, 12)
Básicamente
estos elementos son los siguientes: formulas de
introducción, elementos orientadores, elementos
desorientadores, formulas de conclusión. El primero y el
último suelen estar presentes en la adivinanza, pero si son
omitidos por el emisor, el receptor los da por sentados, pues son
parte implícita del texto. En el caso de los segundos y
terceros, el orden puede ser alterado como parte del juego, sin que
la modificación afecte el sentido del mismo.
a) Formulas de
introducción
Suelen aparecer
únicamente en el caso de versos pareados y tienen los
siguientes propósitos:
provocar con un reto: «adivina, adivinanza»;
«adivina, buen adivinador»; «adivina adivinador,
adivina»,
provocar con una pregunta: «¿qué cosa y
cosa...?»3;
«qué cosa será la cosa...?»;
«maravilla, maravilla, ¿qué
será?», ¿cuál es aquel ....?,
ubicar espacialmente: «En el monte fui nacido
....», «En casa de Chi ...»,
describir una característica como clave inicial:
«Blanco fue mi nacimiento....», «Oro no es
....», «Te la digo y no me entiendes ...».
b) Formulas de
conclusión
Con ellas al
cierre de la adivinanza se sugiere lo fácil o difícil
del reto, se anima o desanima para que continúe el juego, e
incluso se hace burla o se ofrece recompensa por el éxito en
el resultado.
fácil: «por ser la letra tan clara»;
«quiero que me la adivines», «ya ves, cuán
claro es», «adivíname lo qué
es»,
difícil: «no me lo adivinas hoy»; «ni
me lo adivinarás mañana»,
ánimo: «adivina, adivinador, ¿quién
es ese gran señor?», «Si quieres que te la diga,
espera....»,
burla: «el que no lo adivine es un gran
borricón»,
reto: «adivíname, si eres hombre», «si
eres listo adivinarás», «adivínalo si
puedes»,
recompensa: «el que me lo adivine, comerá pan y
tortilla».
c) Elementos
orientadores:
Estos suelen estar
dentro del mismo texto, generalmente mediante la
descomposición de la palabra al fragmentarla o desglosarla,
construyendo así una especie de etimologías
populares, y creando con ello un cambio semántico pertinente
para el juego.
Agua pasa por mi casa,
cate de mi corazón.
(el aguacate)
En casa de Chi
mataron a Ri,
vino Mo
y dijo Ya.
(la chirimoya)
O incluyendo en el
texto el elemento a buscar, que puede ser una letra o una
palabra:
En medio de cielo estoy,
sin ser lucero ni estrella.
(la letra e)
Te la digo y no me entiendes,
te la vuelvo a repetir.
(la tela)
Gracias a ello se
orienta al receptor en su proceso de recreación de un
universo imaginario en el que se encuentra la respuesta
anhelada.
d) Elementos
desorientadores:
A través de
ingeniosas trampas y argucias léxicas, retóricas o de
sentido se suele desorientar al receptor para que se pierda en el
camino y no encuentre la respuesta adecuada, ya sea porque a veces
ésta es una broma o porque no implica una respuesta
lógica pertinente.
Por ejemplo en el
caso de la siguiente adivinanza: «Lana sube, lana baja,
¿qué es?» La respuesta adecuada tiene que ser
«la navaja», en la que el sentido está
desglosado dentro del texto, una de las formas de
construcción más comunes. Sin embargo, otra respuesta
puede ser «un borrego en un elevador», la cual
también sería válida como símil. El
emisor juega con ambas para burlar al receptor y por supuesto elige
como correcta la contraria de la que le da para ridiculizarlo.
Quizá el
más común de los juegos como elemento desorientador
es el de la dilogía o el doble sentido, especialmente si
éste puede adquirir un tinte escatológico o sexual,
lo cual resulta muy atractivo para los niños y más
aún para los adolescentes que se divierten engañando
con el reto cuya respuesta resulta ser la más inocente y
simple. En ello el uso de la personificación, la
animalización, la prosopopeya, el símil fungen como
recursos frecuentes.
Entra lo duro en lo blando,
quedan las bolas colgando.
(los aretes)
Lo que importa
finalmente es el juego, y éste consiste en descubrir la
respuesta oculta ya sea por engaño, por ingenio, por
disfraz, por descomposición, por fragmentación, o por
desorientación.
3.
Métrica
La adivinanza es
pródiga en el uso de imágenes poéticas porque
es, como hemos señalado, ante todo poesía. Gracias a
ella la realidad cotidiana se transforma en algo distinto y a la
vez oculto, que se construye mediante tropos, figuras
retóricas, juegos de palabras y rimas que encubren el objeto
a dilucidar, haciendo invisible lo que debiera ser visible.
Nada contribuye
más a la conformación y a la pervivencia de la
adivinanza que su esencia poética, ya que por ser verso es
ante todo bella, además de fácil memorización
por ser rítmica, melódica, y, sobre todo abierta y
flexible, lo que la hace capaz de aceptar infinitas variaciones
léxicas o temáticas.
En la adivinanza
hay una gran riqueza métrica reflejada en
características tales como: la presencia de estructuras
simétricas, el predominio de la versificación
irregular, la acentuación variable, la sucesión
regular de períodos rítmicos, la ausencia de
encabalgamientos, la diversidad de formas isosilábicas o
heterosilábicas.
Los versos suelen
ser octosilábicos, aunque hay hexasílabos y
pentasílabos, y suelen encontrarse en estrofas de dos a
cuatro versos, pero pueden llegar a veces a tener seis u ocho
versos. Esto último sucede más frecuentemente en el
caso de las adivinanzas cultas que de las populares.
Se puede afirmar
que las cuartetas octosilábicas, de rima asonante o
consonante cruzada, y el uso de la forma paralelística,
constituyen la forma más frecuente de nuestras
adivinanzas.
4. Aspectos
lingüísticos
a) Aspecto
léxico
Por el
carácter eminentemente oral de las adivinanzas desde sus
orígenes, su léxico tiende a ser de dos tipos: el
poético o el cotidiano.
El primero lo
encontramos en los textos en que los elementos orientadores o
desorientadores se construyen a través de un lenguaje pleno
de tropos o figuras retóricas tales como la anáfora,
el símil, la metáfora, la metonimia, la
alegoría, la onomatopeya, el calambur, o de recursos
estilísticos como las repeticiones (reduplicación,
anadiplosis, paronomasia, sinonimia, etc.) o la creación de nuevos
lexemas.
En lo alto vive,
en lo alto mora,
en lo alto teje
la tejedora.
(la araña)
Arca cerrada
de buen parecer
no hay carpintero
que la sepa hacer
(la nuez)
Quiero que me traigas
un mundo
y dentro del mundo
el mar.
(el coco)
Traca que traca,
tras la petaca.
(el ratón)
Nico, Nico y su mujer
tiene cola, pies y pico,
y los hijos de Nico, Nico,
ni cola, ni pies, ni pico.
(la gallina y los huevos)
El segundo, en el
que el referente alude a aquello que forma parte de la realidad
cotidiana del receptor, a lo que le es tan cercano y familiar que
se le debe de ocultar mediante otro tipo de recursos:
desglosándolo semánticamente,
personificándolo, describiéndolo, o incluso
deconstruyéndolo, con lo que se va llevando de la mano al
receptor, ofreciéndole a través de elementos que le
son familiares, el camino hacia la respuesta anhelada.
Canta pero no en la misa
tiene corona y no es rey
tiene espuelas, no es jinete,
puedes decirme ¿quién
es?
(el gallo)
Fui al mercado,
los compré negritos.
Llegué a mi casa
y se pusieron coloraditos.
(los carbones)
El léxico
utilizado en la adivinanza es en ambos casos el mismo pero requiere
de dos niveles distintos de decodificación, una que remite a
una reflexión e interpretación sobre lo construido
con la imagen o el tropo y otro, que implica un conocimiento de la
realidad circundante y cotidiana. Con las palabras se juega, ellas
son en sí la materia prima del juego, de ahí que los
sustantivos comunes o propios, los adjetivos, los verbos, e incluso
los grupos léxicos puedan fungir como sustitutivos o
innovadores, creando con ello nuevos significados y
connotaciones.
b) Aspecto
sintáctico
En las
adivinanzas, al igual que se trastoca el sentido, con frecuencia se
altera el orden sintáctico, más aún cuando en
este juego del lenguaje la secuencia puede contribuir a develar el
objeto. De ahí la presencia de asociaciones comparativas o
adversativas, con las que se contraponen verbos, pronombres,
sustantivos, adverbios, o adjetivos tanto en su sentido
semántico como en su posición sintáctica en el
texto.
Tranco barranco
mechones blancos.
(el avestruz)
Canta sin voz
vuela sin alas,
sin dientes muerde,
sin boca habla.
(el viento)
c) Aspecto
semántico
En la
composición de la adivinanza observamos un gusto por el uso
de estructuras acumulativas que van ayudando en la
construcción del objeto referido y a la marcación del
ritmo. Esto puede lograrse, según Cerrillo4,
de tres maneras: por encadenamiento, por enumeración o por
adición.
En el primer caso,
por encadenamiento, se une el último elemento de una
proposición con el primero de la siguiente mediante el uso
de conjunciones, preposiciones, comas o, incluso por elipsis.
Casquete, sobre casquete,
casquete de paño fino,
no lo aciertas en un
año,
ni en dos, si yo no lo digo.
(la cebolla)
por
enumeración, cuando se suman una serie de elementos que
pueden ser orientadores o no:
Soy una señora muy
aseñorada,
con muchas enaguas sin una
puntada,
aunque muchas tengo a cual
más mejor,
siempre llevo encima la más
sucia y peor.
(la cebolla)
y por
adición, cuando se suman elementos de un mismo
paradigma:
Es chata y cabezona,
calva, boluda, lustrosa,
chillona y apestosa;
y más apesta la cosa
si le muerden la pelona.
(la cebolla)
En estas
adivinanzas la cebolla pasa de asociarse a un «paño
fino» para parecer una «señora muy
aseñorada, con muchas enaguas sin una puntada» y a
ser, «chata y cabezona, calva, boluda, lustrosa, chillona y
apestosa», sin dejar de ser cebolla, para que la
identifiquemos como tal. Vemos así como lo anterior
contribuye a la creación de nuevas connotaciones sobre un
referente, ampliando con ello sus campos significativos a
través del uso de metáforas, analogías, juegos
de palabras, y con ello además conformando un ritmo y
entonación, propios de la poesía. Según Celaya
es, a través de la palabra «jugada», que la
adivinanza «Puede devolvernos ese sentido
del lenguaje en trance de desaparecer bajo la petrificación
lógica y la significación
convencional»5.
5.
Temática
Pocos
géneros literarios pueden vanagloriarse de ser tan variados
y abarcadores en cuanto a temática se refiere como la
adivinanza, quizá ninguno logre acercarse a sus
posibilidades pues en ella se puede referir todo, tanto lo real
como lo imaginario, lo cotidiano y lo ocasional, lo visible y lo
invisible.
En un reciente
libro sobre adivinanzas, el autor maneja los temas con
títulos tan sugerentes como: «El arca de
Noé» (para los animales); «El ejercito del
bosque» (para las plantas); «De carne y hueso»
(para las partes del cuerpo); «El guardarropa» (para la
ropa); «Hogar dulce hogar» (para los objetos
domésticos); «A mesa puesta» (para la comida y
los utensilios); «Un paseo por las nubes» (para los
planetas, estrellas y elementos); «La vuelta al mundo en 28
adivinanzas» (para el ecosistema); «Sopa de
letras» (para las letras); «El tiempo es oro»
(para lo cronológico); «Damas y caballeros»
(para las personas); «Conceptos intocables» (para los
conceptos); «El desván» (para los objetos);
«Algunos problemas sin resolver» (para los problemas
matemáticos o lógicos). De esta ingeniosa manera
Regino Etxabe nos introduce al mundo de las adivinanzas abriendo
múltiples puertas y cajones que prometen ser divertidos por
su forma de enunciarlos. (Etxabe 2004, 169)
Todo lo cual puede
resumirse en grandes apartados genéricos que abarcan: lo
abstracto, el hombre (las personas, el cuerpo, las relaciones con
otros, los oficios); la naturaleza (los animales, las plantas, el
espacio); los objetos (los domésticos, la vestimenta, los
alimentos, el transporte, los utensilios, los instrumentos
musicales); los juegos, la escritura (los números, las
letras), la historia, la religión, en fin todo lo nombrable
y lo innombrable, lo que nos rodea física y mentalmente.
Al respecto,
Antonio Salgado comenta: «Como vemos, las
adivinanzas tienen la gran cualidad de la sencillez para tratar los
temas más disímbolos, sin que ello signifique ni
deterioro de conciencia ni ostentación de
suficiencia.» (Salgado 1990, 7) Simplemente reflejan el
universo en su totalidad, el real y el imaginario, y lo convierten
en poesía.
6.
Clasificación
Como podemos
apreciar dado su amplio universo temático es una tarea
difícil la de tratar de clasificar las adivinanzas pues
todas las soluciones que se den a este problema resultan ser
siempre arbitrarias y, por lo mismo, poco precisas. Las más
comunes son la presentación de los textos en orden
alfabético, lo que facilita su localización pero
oculta el sentido y relación entre ellos; por materia, lo
que los asocia semánticamente pero separa de aquellos con
los que comparte elementos de construcción o de estructura;
temática, lo que los conjunta por el asunto de que se ocupan
pero los hace perder su vínculo léxico; por
estructura, lo que los disocia de su sentido connotativo; por
analogía, lo que las reúne por campo semántico
pero aleja del conjunto genérico. Otra posibilidad es la de
clasificar las adivinanzas de acuerdo a sus componentes
lingüísticos (fonéticos, sintácticos,
semánticos) esto podría ser muy útil en un
estudio especializado pero dificultar el acceso de los lectores al
material.
Así vemos
que cualquier camino por el que se opte tiene su posibilidad de
acercamiento a la vez que deja un aspecto por atender, sin embargo
tan válido puede ser uno que otro y lo que importa es dar un
orden al corpus con que se cuenta.
7.
Función
Según
Gabriela González Gutiérrez: «La adivinanza nos enseña, por ensayo y
error, a probar nuestro propio proceso de asociaciones. Nos
enseña a ver, a conocer de una manera distinta, apelando a,
por lo menos, cuatro niveles de comprensión: el intelectivo
o lógico, el estético o sensorial, el
didáctico y el lúdico o emotivo.»
(González Gutiérrez 1999, 37) Veamos como funcionan
estos niveles desde tres de sus aspectos relevantes: el
lúdico, el estético, y el didáctico, en tanto
el intelectivo o lógico queda implícito como proceso
mental para llegar a la solución o respuesta.
a) Función
lúdica
Nadie puede negar
el carácter lúdico de la adivinanza pues ésta
es ante todo un juego, un pasatiempo que consiste en armar
rompecabezas verbales para poder apreciar la imagen buscada. Para
lograrlo es necesario concentrarse en varios de sus elementos,
escuchar cuidadosamente las palabras y analizar cada verso, pues la
respuesta puede estar escondida en algunas de las sílabas
iniciales o finales, o también en palabras clave que
describen el objeto ya sea en forma real o velada a través
de una metáfora, por ejemplo.
Gracias a su
carácter lúdico y mnemotécnico la adivinanza
ha podido crecer y enriquecerse en ámbitos tan diversos como
el urbano o el rural, el familiar o doméstico, el
comunitario, el escolar, el de la plaza o la calle, e incluso el
impreso y el de los medios. Su sola limitante es la
imaginación, en tanto uno puede crear y recrear adivinanzas
sobre cualquier asunto, tema, objeto, actividad, elemento, ente o
idea con que desee retar o provocar a su oponente. Las reglas del
juego son claras y precisas, siguen una lógica y una
estructura, se adornan con la poesía y, simplemente, surgen
ante un receptor individual o universal para despertar en él
el gozo de la fantasía, de la intriga por el saber, el
encuentro con el misterio y el afán de descubrir.
b) Función
estética-poética
La adivinanza
sensibiliza a los niños y jóvenes con la
poesía y fomenta en ellos el gusto por la palabra, el ritmo
y la versificación, además de que los familiariza con
imágenes abstractas, creadas a partir de tropos y figuras
retóricas que adquieren forma en su imaginación y les
despiertan nuevas y maravillosas maneras de ver el mundo. No es lo
mismo pensar en el cielo y las estrellas como conceptos concretos
que descubrirlas a través de un texto como éste:
Siempre quietas,
siempre inquietas,
de día dormidas,
de noche despiertas.
(las estrellas)
O en la
también bella versión de tradición
náhuatl recogida por Fray Bernardino de Sahún en su
Historia general de las cosas de la Nueva
España:
¿Qué
cosa y cosa una jícara azul sembrada de maíces
tostados que se llaman momóchitl? Éste es el
cielo, que está sembrado de estrellas.
Antonio Alatorre
en su estudio «De folklore infantil» afirma que los
niños se sienten seducidos por la rima, «Lo que pasa es que algunos la olvidan al hacerse
adultos. El amor a la rima indica que los niños tienen muy
fresca, muy reciente, la experiencia del lenguaje.»
(Alatorre 1973, 45) Es precisamente en este gusto por el lenguaje
en donde la adivinanza encuentra su espacio de solaz, como bien lo
dice el autor refiriéndose al libro de José Moreno
Villa, Lo que sabía mi loro, «En él metió su infancia. O por lo
menos esa parte de la infancia que va asociada con la risa y la
sonrisa, con el ritmo, con el juego - y con el juego más
emocionante de todos: el lenguaje.» (Alatorre, p. 35)
c) Función
didáctica
Como afirma
Antonio Salgado: «La adivinanza es la caja de sorpresas que
enseña al niño a desentrañar problemas
mayores» (Salgado 1998, 9), pues gracias a su capacidad
dialógica, analógica, semántica,
mnemotécnica, estructural y métrica los niños
captan y comprenden un código lingüístico que
les comunica un mensaje en forma precisa pero, y sobre todo, de
juego. Y así jugando, memorizando, pensando y sobre todo,
observando con atención los sonidos y su sentido los
niños y jóvenes aprenden a asociar unos con otros y
con ello a descubrir la respuesta deseada. En este sentido
ésta cumple una importante función en la
formación intelectual de los niños y jóvenes
pues fomenta en ellos la capacidad de razonar en forma
lógica, descubriendo al desentrañar el mensaje oculto
en el texto, dentro de una «expresión
criptomórfica» (Gárfer y Fernández 1983,
22), y con ello «aprende a afrontar lo
capcioso, esa caja de sorpresas que tiene como premio el poder
desarrollar en la vida adulta los trabajos elaborados, las ciencias
exactas, los cálculos científicos y todo aquello que
tenga que ser desentrañado mediante la imaginación,
agotando todos los recursos mentales posibles» (Salgado,
1988, 7), y con ello encontrando la respuesta buscada. Similar es
lo que afirma Belén Bermejo Meléndez cuando dice,
«El placer que vemos en la sonrisa de un
niño cuando adivina en qué mano guardamos un caramelo
es la misma satisfacción del científico que descubre
una vacuna o del arqueólogo que encuentra una vasija del
siglo III. La permanencia y vigencia de la adivinanza se debe
precisamente a esto: a su especialísima construcción
y a la necesidad del hombre de descubrir lo que se halla
oculto.» (Bermejo Meléndez 2000, 7)
Por ello no
debemos circunscribir la adivinanza únicamente al mundo
infantil y juvenil, pues aunque este género suele aprenderse
en estas etapas de la vida generalmente se conserva a lo largo de
ella. Afirma Pedro C. Cerrillo que las adivinanzas «no son exclusivas del mundo infantil, sino que
pertenecen al patrimonio folklórico
general»7,
Todos sabemos y recordamos adivinanzas y estas nos suelen
acompañar y deleitar al igual que otras formas
poéticas de tradición popular, de ahí que
cuando alguien menciona una de inmediato pensamos en otra que se le
asocia retomando con ello el juego eterno del reto y la
búsqueda.
Conclusión
La adivinanza por
todo lo que hemos visto ha sido, es y seguirá siendo parte
de nuestro acervo tradicional. En ella se da un código
lúdico-poético, que ha sido gratamente asimilado y
trasmitido a través de las generaciones y culturas, sin
menoscabo de su pervivencia, enriquecimiento y valor, y que ha
propiciado su capacidad de crearse y recrearse para gozo de quienes
disfrutamos del juego ingenioso que en ella se oculta. Juego
ingenioso que contribuye a desarrollar la imaginación y la
capacidad de comunicación de quien lo practica,
además de incrementar su acerbo léxico y su
sensibilidad en el manejo del lenguaje y el ritmo, lo que le
permite un mejor acercamiento a la poesía.
Después del
recorrido que hemos hecho aquí creo que será
más sencillo encontrar la respuesta de cualquier adivinanza,
pues entendemos el qué, el cómo y el para qué
de ellas. Hemos visto cómo todas mantienen una estructura y
cómo contienen elementos suficientes para que podamos
dilucidar, deducir, reconstruir o encontrar la solución
correcta, incluso cuando ésta sea aparentemente tan
difícil que haga más interesante el reto. Gracias a
la adivinanza disfrutamos de éste reto, de su poesía,
su humor y picardía, su sentido críptico, su
capacidad creadora y, sobre todo, lúdica e imaginativa.
Bibliografía
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