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La adolescente. Consejos a una joven

Concepción Gimeno de Flaquer





Ha terminado tu infancia: pasaron aquellas horas tranquilas y aquellos días que se enlazaban los unos a los otros cual los anillos de una cadena florida. Aun permaneces adormida por el arrullo maternal, por el canto del ruiseñor y por el ambiente matutino que te saluda enviándote su hálito perfumado. Todavía no has oído otros rumores que los del céfiro al juguetear entre los árboles del frondoso bosque; no has percibido otro murmurio que el del bullente arroyo, o el aleteo de la mariposa junto al cáliz de un jazmín. Si tu angelical sueño pudiera ser eterno te dejaría gozar de él; mas como tu sueño ha de durar tan poco, no quiero fiar al hombre y al mundo el cuidado de despertarle... El inarmónico ruido del mundo es muy estridente y te asustaría; el hombre es brusco y te haría despertar llorando.

Hoy verteré la primera gota de hiel en el apacible lago de tu vida; mas esa gota quizás te preserve de absorber un cáliz hasta las heces.

Te hallas en el crepúsculo de la vida, en el paréntesis que existe entre la infancia y la juventud, en el umbral del mundo social, y quiero prepararte para entrar en él.

Tus quince años son hoy la plataforma que te eleva a una altura desde la cual no ves más que bellos paisajes y risueños panoramas.

¡Oh! el alma tengo transida de dolor al tener que hacerte descender de aquellas regiones ignotas y encantadas: mi corazón se hace trizas al quitar a tu cabeza la muelle almohada de las ilusiones para ofrecerle la dura y fría piedra de la realidad. Pero es forzoso hacerlo; debo rasgar el rosado cendal que te oculta las negras tintas del cuadro de la vida.

Antes de que penetres en la sociedad, cuyas puertas ya tienes abiertas, quiero hacerle conocer lo que encierra, guiando de este modo tu inexperiencia y vacilantes pasos. Allí oirás que te hallas en la edad más bella de la vida; pero ten presente que también son bellas las rosas, y a pesar de belleza tanta, ocultan agudas espinas.

Muy en breve los que te cerquen crearán en torno tuyo una densa atmósfera de adulación; no la aspires nunca, es una pobreza de espíritu embriagarse en su humo. No le acostumbres a este veneno, que es el peor de todos, aunque se presente en engalanada copa de oro.

La hermosura es una flor que marchita el más leve soplo del huracán, y nada puede volverle su lozanía. La hermosura, llamada por Sócrates «tiranía de corta duración», es, sin la virtud, cual una flor sin aroma; la mano del tiempo la pulveriza y quedan de ella frías e inodoras cenizas.

Observa que la mujer bella solamente es una página que consta de una línea, y por lo tanto pronto se examina: la mujer buena es un precioso libro cuyas interminables páginas se hacen más interesantes a medida que se avanza en la lectura de ellas.

Napoleón I, el coloso de su siglo, dijo: «una mujer hermosa agrada a la vista; una mujer buena deleita el corazón; la una es una alhaja, la otra un tesoro inapreciable».

En la sociedad se anida la calumnia, la envidia y la ingratitud. La envidia es hija de todo lo más ruin, es la lepra del alma; sé benévola y generosa, y todas las saetas que la envidia te dispare se estrellarán en el arnés de tu superioridad sin que te hieran sus afiladas puntas. La calumnia revela infamia del corazón, y generalmente son seres pigmeos los cobardes que se atreven a blandir esa arma. Si conservas y ostentas una conciencia blanca como el armiño y pura cual la hoja de una azucena, disfrutarás una paz consoladora y serás invulnerable.

La ingratitud la encontrarás esparcida por doquier: nadie ha querido acusarse de ella por ser bajeza tan vergonzosa, y sin embargo, tiene su albergue en muchos corazones que se parecen a la arena del desierto, en que esta absorbe al agua del cielo y no produce fruto.

Además, tú no necesitas gratitud alguna para practicar el bien, quedas premiada con el placer que te produce la realización de una buena obra. No quiero ocultarte que en este triste valle nos afligen muchos males. Si aquí existe la felicidad, solo se encuentra como preludio del dolor, y eslabonada con la desdicha.

¿Cómo quieres te diga que el infortunio no cernerá sus invisibles alas sobre tu cabeza? Imposible.

¿Quién puede afirmar que en este erial ningún pesar ha llagado su alma, ni recuerdo alguno ha apagado su sonrisa? Nadie.

¿Qué mortal que cuente por horas de ventura las de su existencia, no habrá tenido una nota discordante en la armonía de su vida? Todos han prestado su óbolo en la hora de los infortunios y de las lágrimas. La vida es un océano combatido siempre de contrarios vientos, un piélago inmenso de grandes sueños y mezquinas realidades. Soy impotente para enseñarle el arte de ser dichosa; pero intentaré hacerte aprender el arte de ser menos infeliz.

Para el dolor, planta que se desarrolla en el corazón humano, hay un lenitivo la grata frescura y benéfica sombra del árbol llamado resignación: acógete bajo su amparo.

En las tempestades de la vida podrá auxiliarte el pararrayos llamado consuelo del justo, bálsamo de la adversidad o religión.

En el cielo reside una estrella que jamás oculta a la vista del mortal sus fúlgidos e inextinguibles resplandores. Este brillante astro se llama esperanza.

Voy a hablarte de un sentimiento que te sorprenderá tan pronto como tu corazón sacuda la somnolencia y el letargo en que yace. No tardará en llegar para ti un momento, en el cual sentirás una inquietud inexplicable, un vago e indescriptible deseo, una soledad que te aterrará, y es que necesitarás apagar en el raudal del amor la ardiente sed en que se abrasa el alma en los primeros albores de la adolescencia casta y pura. Tu corazón impresionable se abrirá a todas las ilusiones, aspirarás el amor con todas tus fuerzas, soñaras un ideal que tu fantasía revestirá de todas las perfecciones: pero ¡ay! ese ser, objeto de tu predilección, podrá parecerse al que tú has soñado, y sin embargo no será tu ideal.

En el camino de tu vida tropezarás con seres que entenderán el amor de mil diversos modos, y te lo presentarán bajo formas distintas.

Los hombres que materializan y profanan ese sentimiento, hacen de él un Proteo. El alcázar del amor tiene dos puertas: una llamada sentimiento y la otra sensación. Cierra con premura todos los caminos que conducen a esta puerta, pues es la falsa.

El amor verdadero es la fusión de dos seres en una unidad angélica y sagrada, y la armonía de dos corazones unísonos. Nada hay más sublime que esta estrecha asociación de dos corazones, la cual permite que los pesares se reduzcan a la mitad y los goces se centupliquen.

Según el ilustre Víctor Hugo, «el amor es una parte del alma misma y de la misma naturaleza que ella. Como ella, es una chispa divina; como ella, es incorruptible, indivisible, imperecedera. Es una partícula de fuego que está en nosotros, que es inmortal, a la cual nada puede limitar ni amortiguar».

El amor es un himno, es la más grata y conmovedora de las armonías.

El amor embellece la vida; cuando se ama, el cielo parece más bello, el sol más brillante, las aves más canoras.

Hombres hay de corazón pútrido, aunque cubierto con sudario de tisú, que mienten amores. Hombres hay crueles que desgarran el corazón de una tierna niña con la más punible impavidez, cual puñal que no cuenta las palpitaciones del corazón que atraviesa. Poco te diré acerca de estos hombres, pues los conocerás en la frialdad y hediondez moral de sus palabras.

Contra el hombre libertino tienes una defensa en tus ojos: la pureza de tu mirada. Ante tu mirada caerán los pensamientos impuros, cual murallas de hielo deshechas por fuego purificador.

No creas a quien te pinte el sentimiento con exuberancia de palabras. En cosas tan sagradas es preferible el silencio a la exageración.

Nada debe ser más respetuoso que el amor.

El amor puro, el único que tú debes ambicionar, se llama infatigable inspirador de lo bueno.

El amor puro es un bautismo que purifica el alma, borra todas las manchas que la oscurecían, y la inunda de luz.

El amor que tú debes inspirar es el que describe Platón: «aquel amor que emprende grandes cosas: conduce al camino de la virtud y no permite ninguna debilidad».

No aspires al matrimonio por lucir galas, o por adquirir independencia. No te cases si no tienes el alma llena del ser a quien has de unir tu existencia.

Casarse por amor es una ley divina: casarse sin amar es cometer infracción en la santa ley.

Nunca hagas alarde de insensibilidad: el más fuerte no es el que no ama, sino el que ama mejor.

El amor es la poesía de la vida. El amor es la página escrita en toda la creación.

Un alma enamorada, es una arpa eólica, una lira pulsada por ángeles y serafines.





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