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La América reinventada: notas sobre la utopía de la «civilización» en «Argirópolis» de Domingo Faustino Sarmiento

Lorena Amaro Castro





Mientras duró su exilio en Chile, el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) escribió importantes textos vinculados con la situación sociopolítica rioplatense, entre ellos Facundo o civilización y barbarie (1845), hasta hoy profusamente estudiado. Esta obra despierta interés por su gran influjo en la discusión sobre la identidad americana, como también en el desarrollo de formas literarias posteriores1. Desde una óptica distinta, a muchos seduce la especial situación de esta escritura -difícilmente encasillable- mientras otros prefieren atacar su «europeísmo» o defender en el texto la perceptible y fascinante tensión entre lo que denosta, programáticamente, como lo «bárbaro americano» y, por otra parte, la romántica admiración que por el gaucho y su entorno deja entrever.

Pero a Facundo se suman otros trabajos menos conocidos, que, sin embargo, en su momento tuvieron una importante recepción, y que nos abren a horizontes de lectura aún no suficientemente explorados. Es el caso de Argirópolis o la Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata (1850), cuyo mayor interés radica en plantear el tema de la utopía en Hispanoamérica, desde una perspectiva cercana a la del Facundo.

Varios son los autores que se han interrogado sobre la ausencia de textos «utópicos» en nuestro continente. Curiosamente, ha sido esta tierra el espacio escogido, la materia prima de las proyecciones y sueños europeos. Una revisión del concepto de «utopía» permite abrir esta perspectiva y descubrir que, aun cuando en América no ha tenido lugar lo que se llama «género utópico», propiamente tal, sí existen pulsiones, intenciones o tensiones utópicas: permanentemente imaginada, la identidad de América ha llegado a constituirse entre su ser y lo que se ha pensado que debiera haber sido2. En el continente tiene cabida, si no la utopía literaria, el pensamiento y los rasgos utópicos. La Argirópolis anhelada por Sarmiento constituye un ejemplo de ello, un fragmento de la posible historia utópica continental que pide ser reconstruida.




El pulso utópico hispanoamericano

El primer problema que se plantea a quien estudia la utopía, radica en su definición. Como género, presenta un rasgo bastante singular: se constituye a partir de una obra, el texto de Tomás Moro. Parecería conveniente, entonces, caracterizar el género mediante la obra madre, pero, como sugiere Raymond Trousson, es necesario tener en consideración que:

[...] el concepto de género es en primer lugar un modelo heurístico dotado de relativa permeabilidad y que a lo largo de la evolución histórica puede tomar temas y procedimientos de géneros vecinos [...] De modo que todo depende de la intención, de la perspectiva elegida3.



A esto habría que añadir lo siguiente: de la palabra «utopía» se desprendió el adjetivo «utópico», con lo cual la utopía, como indica Fernando Aínsa:

[...] pasó a ser «un estado de espíritu», sinónimo de actitud mental «rebelde», de oposición o de resistencia al orden existente por la proposición de un orden radicalmente diferente. Esta visión «alternativa» de la realidad no necesita darse en una obra coherente y sistemática fácilmente catalogable en el género utópico4.



Aínsa cita la concepción de Raymond Ruyer, para quien el «modo utópico», por oposición al «género utópico», es: «[...] la facultad de imaginar, de modificar lo real por la hipótesis, de crear un orden diferente al real, lo que no supone renegar de lo real, sino una profundización de lo que "podría ser" [...]»5. En cuanto al género, este supondría «la representación de un mundo organizado, específico, previsto en todos sus detalles»6, como ocurre en La República de Platón, o en la propia Utopía de Tomás Moro, donde todos y cada uno de los aspectos de la vida ciudadana han sido considerados y estrictamente planificados. Sin embargo, pese a que no se cuenta en América con utopías «clásicas», sí se dispone de un rico y variado material utópico. Como en Europa, aquí se repite una constante: el anhelo utópico tiene su origen en una insatisfacción del utopista frente a su momento histórico.

[...] la utopía nace de un sentimiento de rebelión frente a un estado de cosas histórico que se considera insatisfactorio, rebeldía que se acompaña a veces de una observación lúcida de la sociedad en que se vive y que se contrapone a una «realidad imaginaria», pueden integrarse a lo utópico muchas páginas y textos que sin pertenecer al género utópico propiamente dicho, tienen una «intención» o «modo» utópico7...



De este modo, la crisis de una Europa que abandona la organización medieval e ingresa en lo que se ha llamado su primera modernidad, habría llevado a la inspiración utópica de Tomás Moro, y, posteriormente, de Campanella y Bacon. Se constata no sólo en la producción de estos autores, sino en el quehacer de la sociedad europea, un ansia utópica que tuvo como blanco el continente encontrado por Colón8. Por primera vez se produce la tensión entre el ser de América y las proyecciones que sobre ella se hacen. Surge así un primer momento de «pulsión» utópica (expresión que Aínsa recoge de Ernst Bloch): realidad e idealidad pugnan en el imaginario del pueblo americano. A este primer momento seguirán, según Aínsa, al menos otros cuatro: la práctica misionera durante la conquista, inspirada en el milenarismo y el pensamiento de los humanistas Moro y Erasmo; los años de la lucha por la Independencia; la organización de los Estados americanos en el siglo XIX y, por último, las revoluciones vividas por América durante el siglo recién pasado9. En cuanto al siglo XIX10, que es el que nos interesa, Horacio Cerutti hace una descripción más detallada y distingue en el período al menos tres momentos utópicos:

Todavía en el siglo XVIII, pero con una problemática que ya anuncia nuestro siglo XIX, se utopiza desde la ilustración. En el siglo XIX el liberalismo culmina uno de sus ciclos intelectuales más fecundos en utopía. El siglo se cierra con los primeros pasos de la organización del movimiento obrero y ahí reaparece con toda fuerza el género utópico11.



El trabajo de Sarmiento se sitúa en aquel período «fecundo» del liberalismo, al cual nos referiremos a continuación.




América nonata

La llamada invención de América12 trasciende al período del encuentro y la conquista: durante los años que siguen a la independencia de los Estados americanos, una vez más el continente aparece como un lugar por construir, una tierra «joven», poblada por «jóvenes pueblos» que comienzan a discutir los asuntos vinculados con sus identidades e historias nacionales.

América es, nuevamente, un lugar sin pasado, donde sobran futuro y espacio para concretar toda clase de experimentos políticos sociales. Esta visión se relaciona con la ideología liberal propia de este siglo, particularmente reforzada por la noción hegeliana de la historia que da lugar, en cierto modo, a la dicotomía civilización/barbarie que postula Sarmiento. A este respecto, la investigadora Beatriz González afirma que:

[...] podemos trazar ciertas correspondencias entre la apología que las teorías liberales hicieron de la libertad económica y política con la concepción hegeliana de la historia universal como realización en etapas progresivas y perfectibles de la libertad del Espíritu; la apelación que las burguesías hicieron por un gobierno parlamentario y republicano, que protegiera la industria y el comercio, conservando al mismo tiempo su carácter fuertemente centralizado, con la concepción de Hegel del estado; la simetría entre el desarrollo de las condiciones materiales de producción que históricamente entraban en la fase de la Revolución Industrial, focalizada en algunos países europeos, la nueva división internacional del trabajo, se desprende como corolario la necesidad de involucrar a las «colonias» dentro de la órbita económica y política europea, con la tesis que con anterioridad había esbozado Buffon y de Pauw acerca de la inferioridad e incapacidad del Nuevo Mundo y que ahora con Hegel hallaban su más ingeniosa consumación, por cuanto además de reforzar el carácter inorgánico e informe de América, dado que ninguna forma del Espíritu universal se había podido concretar allí, permanecía fuera de la civilización, y, esto era, que carecía de la historia13.


Según esta autora, el filósofo terminó por ratificar una cierta concepción de lo americano necesaria para Europa, la que impulsaría las condiciones ideológicas que llevarían a intelectuales y sectores sociales dominantes de nuestro continente «a internalizar esta visión y asumirse dentro de los marcos de este eurocentrismo»14, cual sería el caso (aunque, como veremos, con curiosos matices) de Sarmiento. En la visión de Hegel, América es sólo naturaleza; se trata de un continente «inmaduro», donde el hombre, en contacto con lo natural, se ha visto alejado de la libertad15. La única forma de colocarlo en la historia es bajo la tutela de los «pueblos históricos». La filosofía de la historia hegeliana conduce a la «universalización de la representación europea de la historia del Espíritu» (ibid., 88), con claras consecuencias:

No es de extrañar que el pensamiento liberal en la América Latina haya forjado la conocida tesis de «civilización» y «barbarie» dentro de los marcos de esta filosofía europea. También se pensó el continente americano como el cuerpo y a Europa como el espíritu. Todos estos esquemas están articulados sobre una base hegeliana...


(ibid., 90)                


Este modelo se ve reforzado por el deseo de las nacientes repúblicas de romper con su pasado colonial, lo que la mayor parte de las veces llevó a excluir de las historias «nacionales» tanto la vinculación con la metrópoli como también cualquier nexo con el desarrollo histórico precolombino. El origen de la historia patria se fechaba en el momento de la Independencia. Tal era el escenario que se presentaba al pensamiento utópico en América, continente que, una vez más, se convertía en la tierra por nacer.




La capital de los Estados Unidos de América del Sur

Hemos creído necesario hacer este preámbulo, a fin de que se pueda comprender mejor el sentido utópico de la obra de Sarmiento, aspecto estudiado hasta hoy por escasos autores, como Horacio Cerutti y Fernando Aínsa. Ambos recuperan un texto no muy conocido, Argirópolis o la Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata, publicado en 1850, poco antes de la caída del régimen autoritario implantado por Rosas.

Para entender las motivaciones de Sarmiento, es imprescindible hacer, además, una revisión del contexto histórico en que desarrolla su reflexión. El autor de Facundo se exilió en Chile en 1840, producto de las luchas que en su país se libraban desde 1826. Ese año, el recién constituido Congreso declaró en Argentina la vigencia del sistema unitario de gobierno, presidido por Bernardino Rivadavia y con capital en Buenos Aires. A ello se opusieron los caudillos de las provincias, que deseaban un modelo federal de organización, como el instaurado en Estados Unidos. La guerra civil argentina se extendió entre 1829 y 1842. En 1827, los federalistas delegaron provisoriamente la dirección de las relaciones exteriores de las provincias al gobernador de Buenos Aires; en un primer momento, éste fue el Coronel Dorrego y, más tarde, Juan Manuel de Rosas. En 1831, las provincias firmaron un tratado en que se declaraba el modelo federal de gobierno y se acordaba la próxima convocatoria a un Congreso, donde se decidiría el futuro del mandato provisorio ordenado cuatro años antes. Ese Congreso no llegó a realizarse. Rosas, quien gobernó prácticamente solo, ejerció un poder absoluto y brutal. Es contra estas atribuciones y sus consecuencias sociales, políticas y económicas que se rebela Sarmiento.

En su ensayo Argirópolis hace constante alusión a estos hechos, que han desencadenado el empobrecimiento de las provincias argentinas y un conflicto con Uruguay, en que han tomado parte, a su vez, Francia e Inglaterra. Se trata del sitio a Montevideo, iniciado en 1842. El carácter contingente del discurso sarmientino se revela ya en el primer párrafo que, a modo de subtítulo, figura en la primera página de su ensayo:

Solución de las dificultades que embarazan la pacificación permanente del Rio de la Plata, por medio de la convocacion de un Congreso, y la creacion de una capital en la isla de Martin Garcia, de cuya posesion (hoy en poder de Francia) dependen la libre navegación de los rios, y la independencia, desarrollo y libertad del Paraguay, el Uruguay y las provincias argentinas del litoral16.



Integran la obra siete capítulos y una introducción, a los que se suma un «Apéndice» de documentos vinculados con los problemas expuestos en el libro. El siguiente análisis remitirá principalmente al cuerpo central de la obra. Nos detendremos en algunos puntos de interés desde la perspectiva utópica, entre ellos, los aspectos intertextuales que la obra ofrece, el tratamiento del espacio americano como lugar para la instalación de utopos, los modelos organizativos que Sarmiento pretende imitar, su relación con las migraciones europeas y, finalmente, ciertos vínculos que el texto establece con otros ensayos utópicos americanos.




Intertextualidad problemática

Lo que primero llama la atención en la obra es su título: éste nos pone de pleno en el mundo de la utopía. Como en el texto de Moro, se ha escogido un nombre griego y un espacio insular -este rasgo incluso es subrayado por el argentino cuando enumera las razones que respaldan su propuesta- para desarrollar la república ideal. Por otra parte, el nombre, Argirópolis, remite a los espacios arcádicos: no se trata ya de la Edad de Oro, sino de una Ciudad del Plata que es, en verdad, ciudad de la Plata, como el mismo Sarmiento imagina17. Con ello refrenda la visión utópica de los descubridores del Río de la Plata, el Mar del Plata y Argentina. Sarmiento invita a refundar el territorio utópico, rico y pleno de promesas, descubierto por los españoles.

En la opción de Sarmiento por ese nombre, se puede cifrar, en gran medida, la hipótesis de que su elección estuvo condicionada por la recepción de obras utópicas, aunque él mismo no llega a mencionar sus referentes literarios. Este punto es importante pues, en la tradición utópica, es prácticamente una constante la alusión a utopías anteriores, lo que se puede ver ya en Tomás Moro, quien en algunos momentos menciona explícitamente a Platón.

Pero, aunque Sarmiento no se hace cargo de ello, los lectores inmediatos de su obra, quienes la comentaron a poco tiempo de su aparición, sí perciben la relación de la isla sarmientina con la imaginada por Moro. Una presentación del texto, correspondiente a la edición de 1896 y aparecida por primera vez en la revista francesa Liberté de Penser, nos sitúa en el terreno de una intertextualidad problemática:

¡Argirópolis! Cuantos lectores á la vista de este titulo van á imaginarse que se trata de alguna República de Utopía, como la Atlántida de Platon, ó la ciudad del sol de Campanella, ó alguna ruina antigua descubierta á orillas del Páctolo. ¡Error! Argirópolis es el título de una obra muy práctica; es el nombre significativo de la capital de los Estados Unidos del Rio de la Plata: es una ciudad que puede salir en algunas semanas de la urna de escrutinio de nuestros representantes, sin que ella cueste á la Francia ni un óbolo ni un soldado; es la gloria de la Asamblea que promueva su fundacion; es la tierra prometida para todos los obreros laboriosos que mueren de hambre en la vieja Europa. Argirópolis es una palabra, es el más bello de todos los sueños, pero un sueño realizado, porque es Martin Garcia, en donde flota hoy inútilmente nuestro pabellón á precio de hartos millones, y que mañana daría por el contrario muchos millones al comercio, si nuestro gobierno comprende el magnifico proyecto que le propone el autor de Argirópolis18.



En un solo párrafo se está remitiendo el trabajo de Sarmiento a los textos de Moro, Platón y Campanella, si bien distinguiéndolo de ellos -«Argirópolis es el título de una obra muy práctica»-, hermanándolos por su título y, más tarde, a través de una serie de enunciados que contradicen al primer aserto: la capital propuesta por Sarmiento deja de ser la «ciudad que puede salir en algunas semanas de la urna» y se convierte en «la tierra prometida» para el proletariado europeo, como también en «el más bello de todos los sueños», incomprensible aporía del «sueño realizado» que está por realizarse. El propio Sarmiento define su propuesta como un sueño que, sin embargo, tiene el poder de ennoblecer al pueblo, al tiempo que necesita subrayar, para validar su texto, el carácter práctico que entraña: su factibilidad.




El espacio como excedente

Vinculado con el tema anterior, aparece el problema del espacio. La isla de Sarmiento recuerda, sin duda, las islas de Tomás Moro y Francis Bacon; sin embargo, como se verá, la cartografía utópica esconde aquí otros sentidos.

Raymond Trousson se refiere al insularismo como una de las características del género utópico, ya se trate de islas como de lugares aislados19 (al modo de la Ciudad del Sol de Campanella o bien, del reducto holandés imaginado por James Burgh en la Patagonia20). Sin embargo, tradicionalmente este insularismo representa

[...] una actitud mental, de la que la isla clásica no es sino la representación ingenua. Corresponde a la convicción de que sólo una comunidad al abrigo de las influencias disolventes del exterior puede alcanzar la perfección de su desarrollo; entraña, evidentemente, una autarquía y una autonomía casi absolutas21...



Indudablemente, el sentido que le da Sarmiento a la construcción de una capital (y aduana) insular es muy distinto. El argentino, a diferencia del utopista «clásico», desea fomentar el comercio y las comunicaciones, por una parte, y, como se verá en el próximo apartado, reunir distintas naciones en una gran confederación, para lo cual, por su ubicación geográfica, la isla parece un garante de neutralidad y respeto. Sin embargo, la propuesta entraña aún otro significado, al cual se debe el título del presente trabajo.

El escritor argentino busca fundar la capital de modo que las provincias ya no se disputen entre sí la primacía y que Buenos Aires, ciudad acromegálica, no se transforme en un monstruo, permitiendo relaciones e intercambios más equitativos22. El lugar escogido para lograr estos fines, a diferencia de Buenos Aires y el resto de las cabezas de provincia, se ubica fuera de la gran unidad de la llanura: se trata de una isla. En la obra sarmientina, ello esconde un propósito bastante claro: marcar la diferencia entre la ciudad capital, culta y europeizada, y la pampa bárbara que dibuja ya en el Facundo. Si hay algo que Sarmiento desea aislar y proteger no es tanto un modelo de gobierno (sea este democrático o aristocrático; federal o unitario; parlamentario o presidencial), sino su idea de civilización.

En el Facundo, su autor se refiere a la Argentina como un territorio dispuesto para el gobierno unitario. Ello se debe a su constitución geográfica: la llanura convoca a esta forma de organización, que el federalista Rosas ha impedido para instaurar, paradojalmente, un gobierno centralizado y autoritario en Buenos Aires:

He señalado esta circunstancia de la posición monopolizadora de Buenos Aires, para mostrar que hay una organización del suelo tan central y unitaria en aquel país, que aunque Rosas hubiera gritado de buena fe «¡Federación o muerte!», habría concluido por el sistema unitario que hoy ha establecido. Nosotros, empero, queríamos la unidad en la civilización y en la libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud23.



Es la misma extensión «unitaria», desierta, la que se muestra amenazante y bárbara24:

La inmensa extensión del país que está en sus extremos, es enteramente despoblada, y ríos navegables posee que no ha surcado aún el frágil barquichuelo. El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado, sin una habitación humana son, por lo general, los límites incuestionables entre una y otras provincias25...



Las ciudades argentinas, cuyos hombres fueron gestores del movimiento independentista, no fueron capaces de resistir el posterior embate de la barbarie:

[...] Esta es la historia de las ciudades argentinas. Todas ellas tienen que reivindicar glorias, civilización y notabilidades pasadas. Ahora el nivel barbarizador pesa sobre todas ellas. La barbarie del interior ha llegado a penetrar hasta las calles de Buenos Aires. Desde 1810 hasta 1840, las provincias que encerraban en sus ciudades tanta civilización, fueron demasiado bárbaras, empero, para destruir con su impulso la obra colosal de la revolución de la independencia26...



Esta idea es recurrente en el Facundo: «El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en las campañas»27, «la ciudad es el centro de la civilización argentina, española europea»28. La llanura como obstáculo para el desarrollo de las ciudades figura nuevamente, aunque en forma menos directa, en Argirópolis:

La República Argentina [...] es un país despoblado desde el estrecho de Magallanes hasta más allá del Chaco. En el interior hay una población reducida en número, y nula en cuanto á capacidad industrial; porque no ha heredado de sus padres ni las artes mecánicas, ni las máquinas que las auxilian, ni el conocimiento de las ciencias que las dirigen y varían29.



La América española se distingue por la superficie desmesurada que ocupan sus ciudades apenas pobladas; y el hábito de ver diseminarse los edificios de un solo piso en las llanuras, nos predispone á hallar estrecho el espacio en que en Europa están reunidos doscientos mil habitantes. De este despilfarro de terreno viene que ninguna ciudad española en América pueda ser iluminada por el gas ni servida de agua, porque el costo excesivo de los caños que deben distribuir una ú otra no encuentran cincuenta habitantes en una cuadra30...



El espacio como excedente y naturaleza indomable es un motivo que no se puede dejar de lado al momento de analizar el texto. Cerutti expresa esta idea como sigue:

Sarmiento postula toda una reorganización del espacio nacional, redefiniendo las fronteras y reconociendo el territorio. Pareciera que la geografía se agranda después de la ruptura del espacio colonial. Lo que era sólo una parte del virreinato, aparece ahora con un tamaño descomunal31...



La solución al problema es la isla, pequeña y fácilmente fortificable32, hasta donde no podrá llegar «el cuchillo del gaucho» al que el autor desprecia y, a la vez, admira. Se constituirá una cultura marítima, que Sarmiento asocia con la prosperidad de distintas civilizaciones. De esta forma, la cuenca del Plata podrá entrar de lleno en la modernidad (siglo XIX europeo) y dejar atrás el feudalismo, la Edad Media (siglo XII), transición que Sarmiento tan bien intuye centrada en el desarrollo urbano33. Por último, se instala la civilización en una isla cuya «situación extranjera» (así se refiere a ella el propio autor) parece conferirle un aura especial. La intervención francesa le garantiza al intelectual argentino la protección necesaria para el desarrollo de la promesa civilizatoria.




La imitación del progreso

En la isla, el intelectual argentino proyecta un ideal deseable para el conjunto de la república. A juicio de Horacio Cerutti, la Argirópolis se presenta como imagen de un «argiropaís»: «El topos de la capital es la isla, pero la isla no resume toda la utopía»34. Argirópolis, «por no ser de nadie [sic], representaría al todo. Por carecer de significado en sí, sería el significado que podría remitir el conjunto. La isla es la polis de la plata, pero representa supletoria y paradigmáticamente a todo el país confederado»35 (ibid.). Tal vez se puede ir más allá y aseverar que en la isla se condensa la imagen de la América «nonata» a la que nos referíamos anteriormente. En ella se proyecta una nueva civilización, salida de la nada, totalmente planeada, organizada por los hombres, que habrá de superar la barbarie americana e instaurar los modelos europeo y norteamericano. Ahora bien, más que instalar formas de gobierno u organización específicas, basados en modelos filosóficos o éticos, se busca imitar el progreso de estas naciones, progreso que Sarmiento parece idealizar. Es por ello que, al revisar Argirópolis, no es posible encontrar un programa de gobierno, una propuesta pedagógica, una definición del sistema de propiedad. Su desiderata es el progreso, principalmente económico. Ya lo advierte Horacio Cerutti:

«Lo jurídico y lo pedagógico aparecen en Argirópolis restringidos a un cierto mínimo indispensable. Sarmiento piensa que con tratados de navegación y un congreso legislativo constituyente el problema quedaría resuelto sin entrar en los detalles. Está pintando el fresco a grandes brochazos [...] Es la misma organización de Argirópolis la que educará, la que formará a sus ciudadanos»36.



Argirópolis se situará a orillas del mar, como Venecia y otras ciudades florecientes en el pasado. Será una capital creada por la nación, como Washington en Estados Unidos. El empleo que se le dará a los ríos deberá ser semejante al trato que dan los norteamericanos a sus recursos hídricos, principalmente al Mississippi. La constitución elaborada por el Congreso será federal; en lo demás, debe ceñirse a lo que indican otras constituciones, a las fórmulas básicas que siempre están presentes. Se puede decir, entonces, que la utopía de Sarmiento es de tipo tecnológico y comercial, básicamente. Si se considera el total de la obra de Sarmiento y su particular determinismo geográfico, se puede lograr una aproximación más global y apreciar claramente la impronta ética de esta propuesta, que hace deseable el modelo civilizado europeo y denigrante la barbarie americana.

La persecución de modelos es, por lo demás, una manifestación clásica del pensamiento utópico. Hay que destacar, por cierto, que en la utopía los rasgos reales del modelo suelen ser estereotipados. Le sucede a Sarmiento, cuando se refiere a las bondades de California o a la situación europea, por ese tiempo desmedrada y convulsa.




«Hacer las Américas»: una segunda oportunidad para Europa

Durante el período que abordamos, el continente europeo atravesaba por graves crisis sociales. Recordemos que Argirópolis fue escrita en 1850, dos años después del debut del movimiento obrero. Sarmiento veía en esta situación un aliciente para la inmigración de una raza que le parecía laboriosa y que, de seguro, ayudaría a instaurar aquí los modelos que admiraba. Esta idea no está presente sólo en este texto, sino además en Facundo, aun cuando no todavía con el carácter contingente que le conferiría más tarde:

¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la inmigración europea, que llama con golpes repetidos para poblar nuestros desiertos, y hacernos, a la sombra de nuestro pabellón, pueblo innumerable como las arenas del mar? [...] Después de la Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América?37



[...] el día que por toda Europa se sepa que el horrible monstruo que hoy desola la República y está gritando diariamente «¡muerte a los extranjeros!» ha desaparecido, ese día la emigración industriosa de la Europa se dirigirá en masa al Río de la Plata; el «Nuevo Gobierno» se encargará de distribuirla por las provincias; los ingenieros de la República irán a trazar en todos los puntos convenientes los planos de las ciudades y villas que deberán construir para su residencia [...] y en diez años quedarán todas las márgenes de los ríos cubiertas de ciudades, y la República doblará su población con vecinos activos, morales e industriosos. Éstas no son quimeras, pues basta quererlo y que haya un gobierno menos brutal que el presente para conseguirlo38...



En Argirópolis, el tema abarca un capítulo completo (C. VI, «De las relaciones naturales de la Europa con el Río de las Plata»). Su deseo es tal que incluso excusa la intervención francesa en los conflictos rioplatenses, so pretexto de que esta nación defiende los intereses de sus nacionales en estas tierras. El escritor no teme ser tratado de «europeísta»; ya en el Facundo muestra su desprecio hacia el americanismo profesado por Rosas, que consiste en cerrar o impedir el intercambio con esas naciones.

De este modo, Sarmiento anticipa uno de los movimientos migratorios más importantes desde el hallazgo colombino: el desembarco de miles de europeos que vinieron a América, una vez más buscando fortuna. Pocos años después de la caída de Rosas, Sarmiento verá cómo este aspecto de sus propuestas será uno de los pocos que se concreten. En tanto, convence, seduce, sueña:

La habilidad política de un gobierno americano estaría, pues, en mostrarse no solo dispuesto á recibir esos millones de huéspedes sino en solicitarlos, seducirlos, ofrecerles ventajas, abrirles medios y caminos de establecerse y fijarse en el país. Los franceses, italianos, españoles y todos los pueblos del Mediodía de Europa son irresistiblemente atraidos á emigrar á la América del Sud, por la analogía de idioma, de clima, de religión y de costumbres39...

Según Fernando Aínsa, después de 1850 hay un período de receso utópico. Cree que, a partir de 1865 y hasta 1914, «el continente americano vuelve a ser la Tierra Prometida, la Jauja y la Cucaña de las viejas tradiciones medievales. Combinada con estos mitos la utopía reaparece en la motivación y el espíritu "fundacional" de los vastos movimientos inmigratorios de fines del siglo XIX y principios del siglo XX»40. A partir de entonces se verifica la creación de puertos que recibirán a esos inmigrantes y evocarán la idea de paraíso: Puerto Alegre, Ciudad Paraíso, Puerto Edén, Valparaíso. No es demasiado arriesgado afirmar que Argirópolis se anticipa a este fenómeno, y que la propia isla Martín García, transfigurada en Ciudad del Plata, constituye una oferta de riquezas para Europa, una segunda oportunidad para desplegar el deseo o la fantasía de una vida nueva... Una vez más en territorio americano.




De Colombo a Argirópolis

Como se ha visto, en este texto ocurre a la inversa que en las obras europeas que tienen a América como foco utópico: Sarmiento cifra su esperanza y su deseo allende el Atlántico (necesita incluso la intervención del grupo humano europeo), pero ocupando una vez más aquello que a nuestro continente «le sobra». En palabras de Aínsa, no sólo el espacio, sino además el tiempo.

Al criticar el orden existente y proponer un mundo alternativo (contra-imagen) de lo que «es», nada mejor que disponer de la «tabula rasa» del futuro. Este es el «tiempo del anhelo» del que han hablado otros filósofos y poetas. El futuro ha podido simbolizarse con el Progreso en el que confían esperanzados muchos escritores del siglo XIX41...

El efecto del tiempo se debe, entre otros elementos, a la ya estudiada incidencia de la filosofía hegeliana en la percepción de América como un continente nuevo. Sin embargo, hay otra dimensión en la propuesta de Sarmiento, que dice relación con el pasado americano y que vale la pena revisar: su plan de reunir a las antiguas gobernaciones del Virreinato del Río de la Plata, esto es, las actuales Argentina, Paraguay y Uruguay. De este modo se restaura un aspecto del pasado colonial, con el fin de impulsar a las naciones a un futuro más promisorio, pero sin abandonar la mentalidad colonial que define el intercambio comercial dispar, defendido por Sarmiento: América exportará las materias primas y Europa, la manufactura. Sin duda, en esta propuesta se enquista la tradición del colonizado que intenta ser progresista.

La unión tendrá varios objetivos. El primero y más urgente, acabar con el mandato de las relaciones exteriores, en poder de Rosas. Pero más allá de las razones contingentes, vinculadas con la situación política argentina, Sarmiento tiene otros motivos, que señala en el capítulo V y que ya hemos citado parcialmente: la fusión de los tres Estados debe ser favorecida pues, de acuerdo con su visión de las naciones modernas, los grupos humanos marchan a reunirse en grupos «por razas, por lenguas, por civilizaciones idénticas y análogas»42. Pareciera haber aquí un cierto resabio del americanismo bolivariano:

Las repúblicas sud-americanas han pasado todas más ó menos por la propension á descomponerse en pequeñas fracciones, solicitadas por una anárquica é irreflexiva aspiracion á una independencia ruinosa, oscura, sin representacion en la escala de las naciones. Centro América ha hecho un estado soberano de cada aldea: la antigua Colombia, diósela para tres repúblicas43; las Provincias Unidas del Rio de la Plata se descompusieron en Bolivia, Paraguay, Uruguay y Confederacion Argentina; y aún esta última llevó su afán de descomposicion hasta constituirse en un caos sin constitucion y sin regla conocida, de donde ha salido la actual Confederacion, encabezada en el exterior por un Encargado provisorio de las Relaciones Exteriores.



Los Estados del Plata están llamados, por los vínculos con que la naturaleza los ha estrechado entre sí, á formar una sola nacion. Su vecindad al Brasil, fuerte de cuatro millones de habitantes, los ponen en una inferioridad de fuerza que solo el valor y los grandes sacrificios pueden suplir44.



En la alusión a Brasil se advierte, por otra parte, el cuño práctico, estratégico de la propuesta, el cual queda aún más claro cuando Sarmiento alude a los Estados Unidos de Norteamérica:

La dignidad y posicion futura de la raza española en el Atlántico, exije que se presente ante las naciones en un cuerpo de nacion que un dia rivalice en poder y en progreso con la raza sajona del Norte, ya que el espacio del país que ocupa en el estuario del Plata es tan extenso, rico y favorecido como el que ocupan los Estados Unidos del Norte45.



Parece interesante revisar este aspecto del texto desde la perspectiva del panamericanismo surgido a fines del siglo XVIII, con fecha cercana a la Independencia, al que incluso Sarmiento alude, cuando se refiere a la «antigua Colombia». Francisco de Miranda y Simón Bolívar fueron sus principales impulsores. Ambos, como señala Arturo Ardao, esbozaron «ciudades utópicas» que serían el centro de una gran federación continental. La ciudad de Miranda tuvo por nombre «Colombo», en tanto la de Bolívar, «Las Casas», en homenaje al histórico Obispo de Chiapas. Por supuesto, entre estas ciudades y la imaginada por Sarmiento media un importante cambio social y político. Colombo y Las Casas tienen como nexo «todas las alternativas propias del torbellino revolucionario»46. La relación que se puede establecer con la Argirópolis de Sarmiento radica en que esta ciudad, como las otras, era, según Ardao, «accesoria en su espíritu a un programa político a fondo»47, en este caso, la reconstrucción de una gran nación rioplatense.

Sin embargo, ya el nombre que se espera dar a la confederación parece entrañar un proyecto totalmente distinto al imaginado por Bolívar o Miranda. La Gran Colombia, que reuniría a todos los estados americanos, es aquí reemplazada por «los Estados Unidos» de América del Sur. Mientras la primera denominación supone la nostalgia por un pasado precolombino, de unión de todos los pueblos continentales, la segunda mira en otra dirección, a una nueva promesa que implica civilización, progreso, inserción en el mundo cultural del hemisferio norte.

El proyecto de Sarmiento, como el bolivariano, también sería olvidado, precisamente a partir del momento en que se solucionan los conflictos que le dieron origen:

Otros adeptos de la misma idea hablarían de «Estados Unidos del Plata». En el correr de los años, varias de las ciudades reales de la región iban a ser propuestas para capital de dichos Estados Unidos. Obviamente, Buenos Aires y Montevideo; pero también ciudades menores de una y otra banda, como San Nicolás, Rosario, Belgrano, Las Piedras, Nueva Palmira. El problema interno argentino recibió solución en 1880, con la federalización de la ciudad de Buenos Aires en el carácter de capital nacional. El problema regional supranacional se desvaneció a continuación, con el abandono de las ideas reunificadoras, a lo que no fue ajeno el directo influjo de aquel hecho, después de haber tenido el debate la expresión intelectualmente más brillante -si bien epigonal- en el libro Nirvana del uruguayo Ángel Floro Costa, publicado en el mismo año 188048.



Será a través de otros procedimientos e inquietudes que perdurará el sueño de la unidad continental -o de parte de ella-; el americanismo, en el futuro, tendrá sus exponentes en otros ensayistas, como José Martí. Él y otros más -Rodó, Mariátegui, Reyes- volverán a tensar las cuerdas de la utopía americana. La mayor parte de las veces, invirtiendo o contestando el orden que Sarmiento propuso. Sólo un deseo permanecerá invariable: el quizás demasiado amplio anhelo de convertir a América en un lugar mejor.




¿Una utopía?

Argirópolis, si bien un texto menos conocido que el Facundo, ha logrado generar un debate en torno a su naturaleza utópica. En una lectura de 1968, su prologuista, Gustavo Ferrari, alude a él como una «utopía realista», expresión que después recogen Horacio Cerutti y Fernando Aínsa. Éste último desea expresar con ello un texto que combina los tópicos del género inaugurado por Moro con un proyecto político concreto, que aspira a dar una salida al régimen de Rosas.

Cerutti se inclina por el aspecto utópico de Argirópolis, antes que por sus rasgos contingentes. En efecto, trastorna la oposición vislumbrada por Ferrari, para quien el texto era un panfleto político oculto bajo la fachada de la utopía. Muy por el contrario, afirma, tras la apariencia de un panfleto político realista parecería encontrarse la estructura típicamente utópica, esquematizada por este ensayista como sigue:

El género utópico, al menos en la estructura que se cristaliza a partir del renacimiento europeo y a propósito de la presencia de América en el imaginario social europeo, se caracteriza por ser obra de un autor individual, integrante de la intelligentsia de la sociedad. La propuesta de claro tono político o de regeneración política tiene siempre una fuerte impronta moral. Se trata de moralizar una sociedad corrompida, exhibiendo sus lacras y mostrándola contrastivamente en el espejo de una sociedad alternativa deseable, que es descrita con más o menos detalles. Dos grandes momentos integran esta estructura, momentos que han sido señalados por varios autores [...] el momento de la crítica y el momento de la propuesta. El momento de la crítica constituye el diagnóstico de una situación social dada. El momento de la propuesta constituye la mostración de la sociedad alternativa49.



No cabe duda: Argirópolis es obra de un autor culto y motivado por el deseo de un cambio político. Intenta moralizar a una sociedad corrompida, exhibe sus lacras y la pone frente a un espejo, en este caso, el de Europa y los nacientes Estados Unidos de Norteamérica, modelos de la república que Sarmiento desea en Argentina. Hay, por supuesto, dos momentos incluso claramente discernibles: entre la introducción y el capítulo IV, los motivos que abundan son los de la crítica a la que hemos venido aludiendo como un momento del texto utópico. A partir del quinto capítulo se puede apreciar más claramente la propuesta, si bien ambos elementos atraviesan todo el texto. Sin embargo, esta definición no parece suficiente: bajo los mismos argumentos, también el Facundo de Sarmiento podría ser considerada una obra del género utópico, como asimismo muchos otros textos hasta ahora no estudiados desde esta perspectiva. Pero Cerutti añade otro elemento importantísimo: la relación de la estructura utópica con los aspectos relativos al espacio y al tiempo: «El espacio es descrito y organizado, urbanizado, socializado, ocupado por la cultura utópica. El tiempo es tratado según una determinada conceptualización que, generalmente para esta época50, implica de una u otra manera la creencia en la idea de progreso»51. Valga nuestra objeción anterior: ¿dónde, si no, se trata con mayor profundidad el problema del espacio americano y su proyección temporal, que en una obra como Facundo? ¿Se trata de una característica privativa del género utópico propiamente tal? Concordamos, más bien, con que éstos son rasgos utópicos y que gran parte de la producción de Sarmiento puede ser leída desde semejante óptica.

Arturo Andrés Roig se refiere a la producción de Juan Bautista Alberdi y de Sarmiento en los siguientes términos, que parecen los más adecuados para tratar la cuestión:

Estos dos grandes teóricos liberales pusieron como eje de su pensamiento, frente a la tradición «aislacionista» que venía de las antiguas misiones y que caracterizó, en general, a la cultura colonial, un decidido aperturismo que implicaba una inevitable negación de lo americano, rechazado en bloque como barbarie. De esta manera Sarmiento dejó en el olvido una primera etapa intelectual en la que se había sentido «socialista» [...] La utopía que hacía ahora de base, era la de pensar en un país inexistente, al que había que llegar desde la negación plena y total de lo existente. La estructura de ese país imaginario quedaría expresada, curiosamente, en el libro Argirópolis (1850) de Sarmiento, en el que se propuso que la capital de ese país [...] se fundara en una isla. No era de todas maneras la isla de Utopía, aun cuando lo utópico estuviera presente52.



En términos de este autor, lo utópico se encuentra presente en la obra. En otras palabras, se manifiesta como una pulsión, una intención, un modo de pensar, condicionado por una situación histórica inédita en el desarrollo utópico americano: la necesidad de pensar y construir las naciones americanas, sus identidades e historias. Al deseo utópico europeo, manifiesto tanto en el momento del encuentro como en la segunda etapa señalada por Aínsa, el de la puesta en marcha de los hospitales-pueblo y otras experiencias misioneras, siguió un deseo criollo, que consistió básicamente en la liberación continental, proyecto que algunos pensaron podía extenderse a la creación de una sola gran nación. Durante el período siguiente, el de Sarmiento, Alberdi y algunos otros, esta cuestión ya parece no tener eco. Se trata de afianzar los nuevos países y sus individualidades. La nueva fase se caracteriza, además, por llevar en sí el germen de una nueva filosofía, el pensamiento hegeliano, que justifica el anhelo americano de llegar a ser, porque no se es todavía.

Es imposible sustraer el análisis de Argirópolis de estas consideraciones. Por supuesto, hay aquí un proyecto político, pero también hay un anhelo, un «sueño», en el decir del propio Sarmiento, que se fundamenta en gran medida en el pensamiento liberal, «progresista» de la época. Si bien ello no desmiente los elementos utópicos que indudablemente hay en el texto, nos recuerda que ellos surgen de una determinada realidad política, social y filosófica que los condicionan. Aunque la obra no parece calzar con la visión de la utopía clásica, hay que considerar que la definición del género y el género mismo nacen en Europa y, como han venido señalando los llamados «nuevos críticos» americanos, que no es justo medir nuestra literatura desde una visión eurocentrista. Quizás producciones como Argirópolis son hitos importantes en la génesis de una forma literaria específicamente continental. No pretendemos abordar aquí esa discusión: basta con tenerla presente cuando se piensa en la permanente desiderata de la americanidad.





 
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