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La amistad en comedias de autoría femenina: homoerotismo en «La traición en la amistad» de María de Zayas1

Alba Urban Baños





El amor es el sentimiento que domina la escena áurea. Son innumerables las comedias que tratan de las relaciones amorosas entre hombres y mujeres, como también, aunque en menor medida, son muchas las obras que centran su argumento en la amistad. De estas últimas, encontramos que las de autoría masculina tratan de la amistad en contextos sociales dominados por hombres2; mientras que, significativamente, la dramaturgia y novelista María de Zayas habla de las relaciones femeninas en su comedia La traición en la amistad, para la que crea un microcosmos donde únicamente se dan dos tipos de conexiones entre los personajes: por un lado, entre hombres y mujeres -para los trances amorosos- y por otro, entre las propias damas -para la amistad-; curiosamente, los galanes no interactúan entre ellos. En esta ocasión nos centraremos en las relaciones que mantienen las damas para demostrar cómo la autora madrileña introduce cierta ambigüedad homoerótica entre ellas3.

En la comedia se crea una alianza formada por las clamas Marcia, Belisa y Laura, quienes se unirán para, en primer lugar, vengarse de Fenisa, mujer libertina que coquetea y enamora a todos los hombres y, en segundo lugar, para reparar el honor de Laura, dama que ha sido burlada por Liseo, galán que, tras abandonarla, pretende casarse con Marcia al tiempo que goza de Fenisa. La obra concluye con la unión de los diferentes personajes bajo promesa de matrimonio, salvo Fenisa, que se verá despreciada por todos a causa de sus traiciones e infidelidades, y Liseo que, aunque quedará unido a Laura, lo hará por obligación. De este modo, se crea un desenlace moral.

El primer encuentro entre las tres mujeres se da a inicios del segundo acto. La escena sucede en casi de Marcia, donde esta se encontraba junto a su prima Belisa. Laura llegará a la casa para explicarle a Marcia que Liseo, el caballero del que se ha enamorado, es el mismo que la gozó con la promesa de casarse con ella y que ahora la desprecia. Nada más verse, las damas se saludarán amistosamente y se dedicarán diferentes halagos. En principio, el hecho de que las mujeres -al igual que los hombres- se adulen no resulta extraño, pues era un signo distintivo tic buena educación, particularmente habitual de la nobleza. Sin embargo, los piropos que doña María de Zayas pone en boca de estos personajes resultan, como dice Delgado, «tan intensos y apasionados como los presentidos entre relaciones heterosexuales»4, pues Belisa llega a decir que, si fuera hombre, intentaría enamorar a Laura.

A pesar de la extensa cita que hace referencia al primer encuentro de las clamas, resulta conveniente observar el fragmento en su totalidad:

MARCIA
No sale, prima, el aurora
con tan grande presunción.
¡Buen talle! Seáis bienvenida.
LAURA
Y vos, señora.  (Aparte.)  ¡Ay, amor!
ya el ánimo y la color
tengo de verla, perdida.
MARCIA
Parece que se ha turbado,
Belisa, en sólo mirarme.
LAURA
Marcia, hermosa, perdonadme,
que es vuestro talle extremado;
me ha turbado, y casi estoy
muerta de amores en veros.
No hay más bien que conoceros;
dichosa en miraros soy.
MARCIA
Para serviros será,
que lo haré, así Dios me guarde.
LAURA
¿Qué tiemblo? ¿Qué estoy cobarde?
MARCIA
Confusa, Belisa, está.
Descubríos, que los ojos
me tienen enamorada.
LAURA
Sólo en ser desgraciada
soy hermosa, y si en despojos
el alma, señora, os doy,
tomad el rostro también.
MARCIA
Hermosa sois.
BELISA
No hay más bien
que ver cuantío viendo estoy
tal belleza; el cielo os dé
la ventura cual la cara:
si hombre fuera, yo empleara
en vuestra afición mi fe5.

Susan Paun afirma que: «El amor en el sentido de amistad también penetra por los ojos. Laura, al conocer a Marcia y Belisa, queda subyugada por la belleza de su rival. Su intercambio de lisonjas deja ver que la belleza hace en ellas el mismo efecto que en los hombres»6.

Pero, como ya se ha mencionado, también podríamos pensar que estas expresiones son meras fórmulas de cortesía y que, a través de las anteriores intervenciones, simplemente se pone de manifiesto la teoría platónica que trata la belleza como signo distintivo de la virtud. No obstante, no es por medio de las palabras, sino de los sentimientos y la turbación que sienten estas mujeres que se nos insinúa la existencia de una atracción entre ellas.

Un caso similar lo encontramos en una de las comedias del director de la academia madrileña a la que asistía María de Zayas, Sebastián Francisco Medrano7, titulada Lealtad, amor y amistad, donde se produce una situación parecida, pero entre hombres -aunque estos ni tiemblan ni se turban al verse-. En dicha comedia, Julio y Alejandro se encontrarán con Lisardo, que le dirán lo siguiente:

JULIO
Á señor Lisardo.
LISARDO
Ya,
como os conocí, llegaba
para besaros las manos.
ALEJANDRO
Entre tantos cortesanos,
Escocia toda os alaba.
pues os ha dado el renombre
de cortés.
LISARDO
Mucho me honráis.
ALEJANDRO
Aunque también le ganáis
de galán y gentilhombre.

(p. 208)8                


En comparación con las intervenciones que se producen en la comedia de Zayas, estas no resultan tan extremadas. Pero, aun así, el gracioso Ginés no dudará en burlarse de ellos por medio de un aparte:

Las lisonjas y ademanes
destas figuras me matan;
mas ya los hombres se tratan
como damas y galanes,
y aún pienso que, antojadizos,
han de llegar lisonjeros
a levantar los sombreros
para mirarse los rizos:
que nos les falta otra cosa
para parecer mujeres.

(p. 208)                


Por tanto, si los cumplidos que se dirigen estos galanes son considerados inapropiados por darse entre personas de un mismo sexo, los que se producen en La traición en la amistad, con más motivo, no debieron pasar inadvertidos para el público de la época. Y, como ya he señalado, más importante que las palabras expresadas por las damas es la turbación que sienten al verse por primera vez; reacción que también se observa entre las parejas de enamorados que protagonizan las dos colecciones de novelas de Zayas, Novelas amorosas y ejemplares y Desengaños amorosos. Por citar un ejemplo, en la segunda de sus Novelas, encontramos el personaje de Flora, amante de Jacinto y tercera entre los amores de este y Aminta. Lo curioso de Flora es su bisexualidad, pues no solo mantiene relaciones con Jacinto, sino que, refiriéndose a Aminta, también dirá lo siguiente: «[...] tengo el gusto y deseos más de galán que de dama, y dónele las veo y más tan bellas, como esta hermosa señora, se me van los ojos tras ellas y se me enternece el corazón»9. Pero aún hay más, pues Aminta, una vez se vea engañada por la pareja de amantes, se vestirá de hombre y se hará pasar por criado para entrar en su casa y, así, poder vengarse de ellos. Su disfraz no es del todo convincente, la misma Aminta afirma que Flora la cree «capón o mujer»10, motivo suficiente para que el supuesto criado fuera rechazado por cualquier dama, pero no es el caso de Flora. Zayas nos describe su reacción ante la figura del fingido sirviente: «Mirábale Flora, y tornábale a mirar, sintiendo cada vez una alteración y desmayo que parecía acabársele la vida; mas no se atrevía a decir lo que sentía»11.

Volviendo a la comedia de Zayas, la atracción que sienten las damas se nos insinuará en más de una ocasión. En la misma escena que ya hemos presentado, unas líneas más adelante, volveremos a percibirla entre Laura y Belisa:

LAURA
Ya mi amor sella
con mis brazos su amistad.
BELISA
Soy vuestra servidora
y a fe que desde esta hora
cautiváis mi voluntad.
LAURA
Yo la acepto.

(vv. 936-941)                


A continuación, Belisa reconquistará a don Juan, su antiguo pretendiente, al que Fenisa le había arrebatado, vengándose así de ella. Una vez lo consiga, le dirá a don Juan:

BELISA
Vamos, que ya estoy vengada.
D. JUAN
¿Contenta estás?
BELISA
Así vivas
los años que yo deseo,
como temo las mentiras.
Mas porque Fenisa pierda
la gloria que en ti tenía.
vuelvo de nuevo a engolfarme.

(vv. 1267-1273)                


Por su parte, Marcia decidirá aceptar el amor de Gerardo, galán que durante siete años siempre se ha mostrado constante en sus sentimientos, a pesar de sufrir los continuos desdenes de la dama. Solo por esta fidelidad, Marcia terminará por ceder. Así se lo dice a su prima:

Porque viendo, Belisa, los engaños
de los hombres de ahora, y conociendo
que ha siete años que este mozo noble
me quiera sin que fuerza de desdenes
hayan quitado su afición tan firme.
ya como amor su lance había hecho
en mi alma en Liseo transformada,
conociendo su engaño, en lugar suyo
aposento a Gerardo, y así tiene
el lugar que merece acá en mi idea.

(vv. 1637-1646)                


Tras estos acontecimientos, el tercer acto comenzará con un monólogo de Laura, donde volvemos a apreciar cierta ambigüedad en sus palabras12:

¿Qué pecado he cometido
para tan gran penitencia?
¿Por qué acabas mi paciencia,
celos, verdugo atrevido?
Dime qué es esto, Cupido,
¿qué gente moliste en casa
que en fiera llama me abrasa?

(vv. 1798-1804)                


¿A qué «gente» se refiere Laura? Podríamos pensar que se trata de un simple recurso retórico: la personificación de los celos, ya que anteriormente se ha referido a ellos y los dos términos, «gente» y «celos», mantienen la concordancia en plural. O que con «gente» se refiera a las penalidades que trae consigo el amor, de las que hablará más tarde: «toda la casa ocupaste / con sus penas y tormentos» (v. 1822 y v. 1823). Pero, también, se podría realizar otra interpretación y pensar que la dama se está refiriendo a Marcia y Belisa; pues el monólogo es posterior al momento en que Laura descubre que Belisa ha conseguido reconquistar a donjuán y que Marcia pretende desposarse con Gerardo, por lo que podría estar celosa de ellos. Además, Laura, al dirigirse al amor, dirá: «[...] ha dos días que aquí entraste». Tal y como se pregunta Delgado: «¿No llevaba amando a Liseo más tiempo?»13.

Si bien esta nueva interpretación puede parecer, en un primer momento, un tanto arriesgada, durante las dos escenas siguientes, totalmente innecesarias para el desarrollo de la acción, se observan nuevas claves que sustentan esta lectura.

Al finalizar el soliloquio, aparecerá el criado Félix, que nada más entrar le preguntará a su señora: «¿No sabes lo que pasa?» (v. 1836). Laura, conmovida tras el monólogo, intentará disimular su pena con esta excusa: «el corazón y el alma me has turbado, / que en tu cara te veo que las nuevas / que me vienes a dar no son de gusto» (vv. 1838-1840). Esta turbación de la que habla, por tanto, es anterior al momento en que recibe la noticia que Félix viene a contarle, que no es otra que el casamiento de Liseo y Fenisa; por lo que no es la noticia en sí lo que provocará que Laura se desmaye, sino la turbación con la que ha quedado tras pronunciar el monólogo.

A continuación, Belisa saldrá en ayuda de Laura. Nada más entrar en escena dirá: «¿Qué es esto, Félix? ¡Laura, Laura mía!» (v. 1848); de nuevo, observamos que la exclamación pronunciada por Belisa es más propia de un enamorado que no de una amiga. Y, tras preguntarle el motivo de su estado, Laura le responderá:

Muerte, rabia.
cuidados, ansias y tormentos, celos.
cuyo dolor por sólo que se acabe
será pasarme el pecho el más piadoso
remedio. ¡Ay, mi Belisa! ¡ay, que se acaba
la mal lograda vicia que poseo!

(vv. 1849-1854)                


Estos son los mismos males que ya mencionó en el monólogo y que, como entonces, los expresará sin aludir en ningún momento a Liseo.

Además, resulta muy significativo que sea Félix quien le comunique a Belisa la causa de las penas de su amiga. Belisa le pregunta: «¿Qué tiene, Laura, Félix?» (v. 1855). Este le contesta: «¿Ya no dice / que tiene celos, cuyo mal rabioso / causa esas vascas como al fin veneno?» (vv. 1855-1857). Entonces, Belisa, extrañada, responde: «¿Cielos? Acaba, dímelo» (v. 1858). A lo que el criado le contesta:

Ha sabido
que Fenisa y Liseo anoche fueron
a tomarse las manos a la audiencia
del vicario.

(vv. 1858-1861)                


De estas intervenciones, lo primero que llama nuestra atención es que Belisa se sorprenda ante el hecho de que Laura sienta celos, ya que conoce perfectamente cuál es su situación con Liseo. Y, segundo, resulta significativo que sea Félix quien le comunique el supuesto motivo del malestar de Laura, pues la única función dramática del criado a lo largo tic la comedia se limita a dar información, que, precisamente, siempre es errónea. Por tinto, también podría estar equivocado al afirmar que el motivo de su pena proviene de lasco.

Seguidamente, Belisa desmentirá la falsa noticia proporcionada por Félix: «¡Jesús, y qué mentira! [...] / No lo creas; calla, amiga» (v. 1861 y v. 1864); pero Laura continuará lamentándose y empleará una exclamación similar a la de Belisa: «¡Ay Belisa del alma! ¡ay que me acabo!» (v. 1865).

Asimismo, en la escena de balcón que protagonizarán Marcia, Laura y Liseo, Laura le hará saber al galán que no lo quiere por sus traiciones y, hacia el final de su intervención, le dirá claramente: «Tirano, no son celos, / aunque pudiera dármelos Fenisa. / No quiero más desvelos» (vv. 2038-2040). Así que, si Laura manifiesta abiertamente que no ama a Liseo, ¿de quién sentía celos? ¿de Belisa?

Según todo lo anterior, doña María de Zayas bien podría estar insinuando una atracción homosexual entre las damas de su comedia. Un aspecto del todo subversivo en cuanto a las convenciones del género -ya que no hay un disfraz de hombre de por medio- y, lo que es más importante, subversivo respecto a la moral de la época. Pero esta no será la única ocasión en que nuestra autora trate dicho tema, pues, además del referido personaje de Flora de una de sus Novelas amorosas y ejemplares, en los Desengaños amorosos nos encontramos con dos ejemplos de homosexualidad, relatados de una forma mucho más explícita: uno sobre la homosexualidad femenina, en el desengaño sexto, y otro que trata de la homosexualidad masculina, en el séptimo.

En el primero se narra cómo un hombre, Esteban, se disfraza de mujer para poder entrar a servir a la dama de quien se ha enamorado, Laurela. Bajo apariencia femenina, Estefanía-Esteban realizará un alegato en pro de las relaciones homosexuales:

«Pues para amar, supuesto que el alma es toda una en varón y en hembra, no se me da más ser hombre que mujer: que las almas no son hombres ni mujeres, y que el verdadero amor en el alma está, que no en el cuerpo: y el que amare el cuerpo con el cuerpo, no puede decir que es amor, sino apetito, y de eso nace arrepentirse en poseyendo; porque como no estaba amor en el alma, el cuerpo, como mortal, se cansa siempre de un manjar, y el alma, como espíritu, no se puede enfastiar de nada»14.


Y, en el séptimo de sus desengaños se relata cómo doña Blanca, dama española, encontró a su marido, un príncipe de Flandes, en la cama con otro hombre por supuesto, el autor de estos actos no podía ser español, sino extranjero-:

«Quisiera, hermosas damas y discretos caballeros, ser tan entendida que, sin darme a entender, me entendiérades, por ser cosa tan enorme y lea lo que halló. Vio acostados en la cama a su esposo y a Arnesto, en deleites tan torpes y abominables, que es bajeza, no solo decirlo, mas pensarlo. Que doña Blanca, a la vista de tan horrendo y sucio espectáculo, más difunta que cuando vio el cadáver de la señora Marieta, mas con más valor, pues apenas lo vio, cuando más apriesa que había ido, se volvió a salir, quedando ellos, no vergonzosos ni pesarosos de lo que hubiese visto, sino más descompuestos de alegría»15.


Parece que doña María de Zayas distingue claramente entre el amor físico y el espiritual entre personas de un mismo género; ya que tacha de «abominable» al sexo entre hombres, mientras defiende la homosexualidad entre dos almas. Debido a la moral de la época, es impensable que Zayas muestre públicamente su aprobación por estas relaciones.

Pero, en realidad, estos dos fragmentos obedecen a un plan trazado muy inteligentemente por la autora. Primero, expone la defensa de una homosexualidad de índole espiritual, pronunciada por un hombre disfrazado, por lo que, en esencia, no hay una relación lésbica entre los personajes de su sexto desengaño. De esta forma, la historia pasaría la censura. Y, para asegurarse aún más de no ser reprobada, Zayas, en el siguiente relato, critica la relación física que se da entre dos personajes masculinos infames, mostrando, por medio de ellos, lo que era «abominable» para la moral de la época.

Sin duda, la verdadera opinión de Zayas al respecto es la que expresa Estefanía-Esteban, pues encontramos la misma argumentación en el prólogo «Al que leyere» de sus Novelas amorosas y ejemplares:

«Porque si la materia de que nos componemos los hombres y las mujeres, ya sea una trabazón de luego y barro, o ya una masa de espíritus y terrones, no tiene más nobleza en ellos que en nosotras; si es una misma la sangre; los sentidos, las potencias y los órganos por donde se obran sus efectos, son unos mismos; la misma alma que ellos, porque las almas ni son hombres ni mujeres: ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo?»16.


Por otra parte, autores contemporáneos a Zayas se referían a ella en sus escritos mediante el apelativo de «Nueva Safo»17, con el que se denota la posible orientación homosexual de la autora. Además, Fontanella, en el vejamen que leyó en el convento de santa Catalina de Barcelona, el domingo 15 de marzo de 1643, se burla de María de Zayas por su aspecto masculino, pues nos presenta a una mujer varonil, con bigote y espada bajo sus faldas:


Doña María de Zayas
viu ab cara varonil.
que a bé que «sayas» tenia
bigotes filava altius.
Semblava a algun cavalier.
mes jas'vindrà a descubrir
que una espasa mal se amaga
baix las «sayas» femenils.


(vv. 725-732)18                


Hay quien puede pensar que estos últimos datos son baladíes. No obstante, no cabe duda que el conocer detalles tic la vida de un autor siempre nos proporciona claves que nos permiten entender mejor su obra. En este caso, la posible homosexualidad de Zayas es una pieza más que refuerza nuestra interpretación.

El tipo de relación que se da entre las damas de La traición de la amistad no solo resulta ser un ejemplo de cooperación, sino que, además, es un reflejo de amor entre mujeres. Significativamente, Marcia, Laura y Belisa, como ya ha quedado demostrado, no se casarán por amor con sus respectivos galanes, pues las motivaciones que las empujarán a desposarse son puramente racionales: Belisa lo hará por venganza, Marcia por merecimiento y Laura para recuperar su honor. Mientras que, entre ellas -especialmente entre Laura y Belisa- se vislumbra un verdadero sentimiento amoroso, aunque puramente espiritual, ya que, como años más tarde escribirá Zayas: «el verdadero amor en el alma está, que no en el cuerpo».

Para concluir, debemos tener presente que la literatura es a veces una sutil ventana abierta a lo que no puede figurar en los libros de historia; es decir, que lo que podría ser, lo verosímil, a veces refleja lo que era y no podía contarse.





 
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