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LA ANTIGUA FERIA DE LAS CRIADAS EN EL LUGAR DE VILLALBURA (BURGOS).

VALDIVIELSO ARCE, Jaime L.

Villalbura es un despoblado en el término de Zalduendo, a 2.800 metros al sur con fuerte derivación oeste, a la derecha y lindando con la carretera Burgos-Arlanzón, frente al punto kilométrico 3.100; hoy es más conocido como San Bernabé. Citado ya el 3-II-921 como Villa-Alvura, esto es Villa de Albura, nombre propio de persona atestiguado en la diplomática astur (I).

Lugar de paso de los peregrinos que hacia Santiago se encaminaban, contaba con una iglesia románica de una sola nave y un buen ábside.

El periodista burgalés Felipe Fuente “Fuyma” dice que “a finales del siglo pasado ese templo fue derrumbado y sus piedras sirvieron para la construcción del actual depósito de aguas de la capital, Burgos, en el Cerro de San Miguel. Como triste recuerdo de aquel esplendor queda una edificación ruin y un viejísimo árbol al pie de la carretera”.

En ese lugar hoy despoblado se celebraba en otros tiempos la curiosa “Feria de las criadas”.

Aprovechando la festividad de San Bernabé, que se celebra el 11 de junio, casi al comienzo del verano, tenía lugar ese mercado de muchachas de servir, ocasión para que familias que necesitaban servicio doméstico, niñera, criada, doncella, etc., pudieran escoger la que más le convenía.

Cuando comenzó a celebrarse esta “feria de las mozas o de las criadas” en Villalbura existían unas condiciones y circunstancias socioeconómicas que se prolongaron en el tiempo hasta casi la primera mitad del siglo XX. Aldeas y lugares, pueblos habitados por familias numerosas, por una parte, y por otra labradores y ganaderos acomodados necesitados de mano de obra y servidumbre para atender las labores domésticas como criadas o sirvientas. Nula mecanización del campo, excesivo minifundismo reclamaban segadores, agosteros y criados para realizar las labores de la recolección de los cereales y para la vendimia. Los numerosos rebaños y hatos de ovejas de propiedad familiar, así como las vacadas y dulas de yeguas requerían pastores. Y también el pastoreo más intenso y especializado como era el de la transhumancia, muy localizado en la comarca de la Sierra, en el partido de Salas de los Infantes necesitaba contratar durante el verano pastores y personal auxiliar para tener listo todo para finales de septiembre.

Quienes querían ofrecerse para dedicarse a estos menesteres y oficios o quienes necesitaban ajustar o contratar a alguna de estas personas acudían a esta romería de San Bernabé a la “feria de las criadas de Villalbura”, donde siempre había una criada apropiada para una ama y entre ellas llegaban a sellar el ajuste o cerrar el trato, normalmente por un año, al cabo del cual, si les convenía a las partes renovaban el ajuste por el tiempo que quisieran.

El citado periodista Felipe Fuente hace alusión a un testimonio gráfico que figura reproducido en la “Ilustración Española e Iberoamericana” correspondiente al año 1875. Se trata de un dibujo a toda página, firmado por el artista burgalés Isidro Gil, que se titula: “Feria de las criadas de Villalbura” que hoy, a más de un siglo de distancia confirma la existencia de una costumbre muy curiosa en la provincia de Burgos.

Villalbura -como hemos dicho- se cita en los documentos de Cardeña en el año 921, pues fue donación al monasterio de San Pedro de Cardeña.

Quien fue cronista de la provincia de Burgos, Don Luciano Huidobro, nos dice: “Entre la villa próxima al río y el camino se fundó en 1178 una casa de canónigos regulares bajo la dirección del abad D. Domingo, a quienes ese mismo año, el 23 de junio, estando la Corte en Belorado con el obispo de Burgos, D. Pedro, recibió el Rey bajo su protección y les eximió a ellos y a sus vasallos de las contribuciones que, en fechas determinadas, imponía el Monarca; dióles derecho de pasto en todo el reino e inmunidad al territorio que rodeaba el monasterio, el cual quedó fielmente acotado por el Rey“.

Sin que conozcamos por qué motivo, en este lugar y al amparo de este antiguo monasterio e iglesia se celebró la feria anual de las criadas, práctica que quisieron desterrar los prelados burgenses sin conseguirlo porque tal costumbre permaneció hasta que el convento fue derrumbado.

Además del dibujo de Isidro Gil contamos con una interesante aportación de Ramón Inclán Leiva, que ocultándose tras el seudónimo de “IGNOTUS” escribió algunos interesantes comentarios en el libro “Danzas Típicas Burgalesas” de JUSTO DEL RIO, del cual tomamos el siguiente texto:

“En el partido judicial de Burgos también existen y existieron añejas costumbres muy dignas de recordarse. El que esto escribe, aficionado a la bibliografía y a las antigüedades en general, conserva viejos libros y manuscritos referentes a monumentos y a costumbres de nuestra provincia y en uno de los últimos, sin firma, escrito al parecer a mediados del siglo XIX, se describe una de las fiestas más originales y pintorescas de la región. Se trata de la famosa “feria de las mozas” en Villalbura, granja cercana a Arlanzón, que perteneció en los pasados siglos al Monasterio de San Juan de Ortega y, en el citado manuscrito, se hace una descripción de la célebre feria con detalles tan curiosos que no nos resistimos a la tentación de copiar aquí por considerar dicha fiesta interesantísima dentro del folklore burgalés, y ser la danza uno de los actos más importantes y destacados de la misma. Dice así, respetando la redacción, aunque corrigiendo la ortografía del original:

LA FERIA DE LAS MOZAS.-Lo que había más notable en Villalbura al principio del siglo XIX, era la feria de las mozas, que se celebraba todos los años el 11 de junio (San Bernabé) pues aunque hoy sigue la misma feria, es sombra de lo que fue. Se llama la feria de las mozas, pero no es sólo de éstas sino también de mozos, pastores y pastoras. Consiste ésta en que el día dicho, desde por la mañana, muy temprano y de tres o cuatro leguas o más, a toda la circunferencia, todo el mozo, moza, pastor o pastora que quiere buscar amo para el año próximo, que principia a uno o dos días después de San Pedro, se presenta en la feria; a la misma hora concurren también al sitio todo el que para el mismo año necesita algún sirviente. Allí entra el mirarse los unos a los otros, pasando una revista para hacer la elección; los amos buscando un mozo o moza que pueda desempeñar la ocupación o trabajo para que le destine, y los sirvientes, ver entre los amos cual le puede cuadrar mejor, caso de que llegue alguno a tratar de ajuste y además reparar en los pocos o muchos amos o muchos o pocos sirvientes, para con arreglo a la abundancia o escasez hacer los ajustes más o menos caros. Posterior a esto, iban llegando los abastecedores de vinos, que como no cobrasen impuesto alguno por vender, acudían en abundancia, y a cual podía llevarlo mejor porque en esto consistía el que los consumidores se dirigiesen a ellos y despachaban más pronto su género. De esto todos los años había abundancia y era necesario para que la función fuese completa. Después llegaban las confituras con abundante prevención de dulces, la mayor parte ya rancios o añejos, sin que con ellos faltase una buena prevención de higos, pasas, castañas pilongas y piñones mondados. Estas tendían sus comercios en el santo suelo porque allí no había más mesas que las que se empleaban en el juego del bote y otros parecidos, de éstos había bastantes porque los sencillos labradores y gente joven se alucinaban al ver que daban cinco o seis cuartos por cada uno que ellos ponían, sin reparar que para uno que pagasen se cobraban de diez o doce. También se dejaba ver algún barril de escabeche y cerezas, siendo éstas las primeras que se vendían en el país. Interin los vendedores ponían sus géneros al despacho, se daba principio a los ajustes. Estos en lo general consistían en los alimentos, calzado que rasgasen y tales o cuales prendas de vestir, algún que otro ducado, pero muy pocos. Después de convenidos en el ajuste, éste para ser firme y valedero se tenía que sellar con la indispensable “robla”, sin ella el trato no tenía ningún valor por más que de palabra y ante testigos se celebrase, era necesario que para que el testigo fuese tal, participase de la robla; ésta consistía en una o dos azumbres de vino o más, según la concurrencia al trato que se bebían amigablemente, como quien dice firmando la obligación entre las partes. Concluido esto, el amo decía al futuro sirviente cómo se llamaba y de qué pueblo era para que en su día fuese aquél a buscarle, y al mismo tiempo pedía las ferias a su amo, que también era indispensable el que éste las diese, consistiendo en media peseta, ni más ni menos. Se pagaba la robla por ambas partes iguales y se daba por terminada la operación; y con poca diferencia eran todos los ajustes.

Concluidos los ajustes y tratos que solía ser al medio día, marchaba la mayor parte de los amos y sirvientes que habían desempeñado el motivo que les había llevado allí; alguno que otro se quedaba para disfrutar de la función de la tarde, escena muy diferente a la de la mañana.

Después de la comida, los pueblos de Arlanzón, Zalduendo, Ibeas, San Millán, Mozoncillo y Salgüero se preparaban, puede decirse en masa, para ir a pasar la tarde en Villalbura; sólo quedaban en dichos pueblos los ancianos o impedidos. De los pueblos de Atapuerca, Agés, Santovenia, San Juan de Ortega, Villamórico, Brieva, San Adrián y otros, acudía también por la tarde toda la juventud de modo que se reunía mucha y buena gente. Allí se encontraba toda la flor de la sierra: apuestos y robustos mozos y lindas y frescas mozas, con airosos trajes, según usanza del país.

La entrada por la tarde en Villalbura era por pueblos. Procuraban reunirse los de cada uno antes de llegar. Allí puede decirse era su tocador, por poner unas a otras la cruz de plata al cuello, con abundancia de corales, se mudaban de pendientes y reemplazaban a los pañuelos de algodón por otros magníficos de seda que se colocaban en la cabeza con mucha gracia, sin que en aquel anchuroso tocador tendrían otro espejo que el de los mozos del mismo pueblo que las contemplaban y ayudaban a engalanarse. Concluía esta operación por mudarse el calzado de camino, consistiendo éste en abarcas en lo general, muy bien fruncidas, las que ataban a la pierna con diez o doce varas de cuerda bien rodeada sobre la garganta del pie y sobre un escarpín bien estirado y moreno, las hacían bastante gracia, pero siendo este calzado diario tenían que reemplazarlo con otro para entrar en Villalbura, compuesto de media muy blanca y un zapato que llamaban de tacón estaquillado, éste bastante alto así como el talón, no así por la punta, por ser muy bajitos, cubriendo la tapa una sola oreja ancha cono piquitos a la punta y se daba a un solo botón de metal de dos cabezas bien acicaladas, se ponían en marcha para hacer su entrada triunfal en Villalbura, después las mujeres con las meriendas al brazo y cerraba la comitiva un carro cargado de vino y otras provisiones destinado sólo para los del pueblo.

Toda la concurrencia esperaba con ansia esta solemne entrada, que lo hacían con la gravedad que lo hace uno que manda o domina sobre todos los demás. Mozos y mozas se posesionaban del centro del campo, las dos mozas cantadoras se colocaban a la cabeza y daba principio el baile, sin que en aquel primero se permitiera bailar a ninguno que no fuese de Arlanzón, so pena de medirle las costillas en el acto. Este primer baile duraba tanto como podía resistir el pecho de las cantadoras, éstas solían cantar coplas alusivas a la fiesta y a la Virgen. Entre las que repetían todos los años, recuerdo una que servirá de muestra para conocer cómo serían las demás:

De Relanzón a Ibeas
cuerre la luna
y en medio está la Virgen
de Villargura.

Relanzón. cuerre y Villargura son igual que Arlanzón, corre y Villalbura, y dan a conocer lo antiguo del canto y los muchos años que se habrá repetido en aquel sitio.

Concluido el primer baile, todo el mundo quedaba en libertad de poder tocar y bailar a su satisfacción.

Las dos mozas cantadoras cedían la pandereta a otras dos, bien fuesen de Arlazón o de cualquier otro pueblo, si es que las había con voz y gracia para poderse presentar ante un público tan respetable, y que superasen, si era posible, a las dos que habían concluido. A las cinco de la tarde cesaba el baile por una hora, que se empleaba en donde había multitud de gente esperando para observar entre ellas quién era la más guapa o más salada y venía compuesta con más gracia. En esta forma, poco más o menos, iban llegando las caravanas de jóvenes de los pueblos dichos; más tarde iban entrando los padres con sus cestas y en ellas buenas prevenciones, que a su tiempo y con las provisiones de debajo del nogal (el vino) era el alma de la función. Aunque entrasen muchos pueblos no se tocaba ni había baile hasta que entraba el pueblo de Arlanzón, porque éste lo tenía expresamente prohibido, y si alguno se atrevía a quebrantar este precepto no le faltaría una buena tunda de palos sobre la marcha.

La entrada del pueblo de Arlanzón se distinguía entre los demás, ya que tenían sobre aquellos una especie de autoridad o mando que ejercía algo despóticamente. Cualquier incidente o disputa que hubiera, los de Arlanzón la habían de arreglar a la fuerza, acudiendo al garrote, si era necesario. No sé por qué o por dónde les venía esa autoridad, no encuentro más razón que la de la fuerza, por ser el pueblo mayor que todos los demás que se reunían por tener la fama de, en casos dados, acudir siempre a la justicia catalana; así y sólo así y con más gala, se hacía respetar en la feria de las mozas.

Cuando los de Arlanzón se disponían a su entrada en Villalbura, reuníase todo el pueblo en las cercanías para hacer la operación, o sea engalanarse como tengo dicho de los otros, distinguiéndose Arlanzón en algunas cosas: de fijo el sábado antes de la feria una comisión de las mozas tenía que bajar a Burgos a comprar una pandereta. Era indispensable el estrenar pandereta todos los años en ese día por más que tuvieran otras. El panderetero de Burgos todos los años esperaba a tan seguras parroquianas y siempre las tenía preparada una buena y bien pintarrajeada y, algún que otro año, escrito en el parche: “Vivan las mozas de Arlanzón”. También tenían que comprar aquel día cintas de seda de todos los colores y cascabeles para adornarla. De antemano, elegían entre todas, dos mozas, aquellas que tenían mejor ver, pecho y gracia para cantar, una de éstas tomaba la pandereta y la otra siempre a su lado, para en llegando el caso, cantar a la vez. Para entrar en Villalbura rompían la marcha estas dos mozas tañendo la pandereta, a éstas seguían todas las demás, tras éstas todos los mozos; a una distancia dada iban todos los hombres o casados, con el Ayuntamiento; despachar las meriendas y echar sendos tragos de lo tinto. Cada pueblo procuraba hacer su campamento separado. Concluidas las meriendas, se repetía el baile que duraba hasta la puesta del sol, hora en que cada pueblo marchaba en la forma en que había venido, de modo que al anochecer no parecía un alma por aquel sitio, si no era alguno que necesitase descansar la mona por serle imposible traladarse a su pueblo.

Con el tiempo, al baile de pandereta sustituyó el de tamboril y era necesario que en la feria de las mozas se bailase al son del tamboril, y los mozos de Arlanzón llevaban y costeaban al tamboritero, pero jamás las mozas cedieron a la costumbre de comprar y llevar pandereta nueva y tocar con ella el primer baile, siendo los restantes con tamboril, de lo que resultaba que, aunque todos los años había baile de pandereta, éste sólo era para los de Arlanzón, y ninguno podía ya bailar al son de la pandereta”.

Termina aquí el interesante manuscrito hablando de las disputas a que dieron lugar algún año las rivalidades entre los pueblos de Zalduendo y Arlanzón con incidentes que no son del caso, pero que fueron, sin duda, el origen de la decadencia de la famosa fiesta; siendo de lamentar que no se consigne en sus páginas ningún detalle sobre la clase de danzas que se bailaban ni los nombres que pudieran tener, ya que, seguramente, serían danzas típicas del país, de modo especial la primera, bailada tradicionalmente con pandereta por las mozas y los mozos de Arlanzón (3).

Antonio José en su libro Colección de Cantos Populares Burgaleses recoge la canción de Villalbura y hace este pequeño comentario:

“A mi madre oí cantar esta canción infinidad de veces, siendo niño, y aún lo recuerdo. Villalbura (y no Villalgura como dicen y cantan en los pueblos de alrededor) es hoy un gran caserón y unos restos de ermita a un par de kilómetros de Ibeas de Juarros. Todos los años se celebra allí el 11 de junio, día de San Bernabé, la típica feria de las criadas, donde se ofrecen para servir de criadas y de pastorcillos los muchachos y las mozas. Se ajustan de ambas partes amo y criado, y, sin más documento que la palabra, se cierra el trato; y dicen que jamás se ha faltado a esta palabra empeñada. Aún existe un magnífico nogal”.

La letra que recoge Antonio José es la siguiente:

Virgen de Villalgura,
qué bien pareces
con el nogal delante
lleno de nueces.

Virgen de Villalgura,
¿quién te da cera?
Arlanzón y Zalduendo
y San Juan de Ortega.

Virgen de Villalgura,
¿quién te viene a ver?
Arlanzón y Zalduendo,
Ibeas también (4).

Posteriormente al dejar de celebrarse esta “feria de las criadas” donde se había celebrado o sea en Villalbura, y ante la necesidad de seguirse ajustando criados y pastores, esta feria, mercado de trabajo o lugar de contratación, se trasladó a Burgos y lo que era una costumbre regional circunscrita a pueblos cercanos a Burgos se convirtió en provincial. A la capital acudían con motivo de las Ferias y Fiestas de San Pedro y San Pablo, todos los que querían “ajustarse como pastores, criados, criadas, agosteros, que poco a poco fue decayendo hasta extinguirse esta práctica con la casi total mecanización del campo.

Este lugar de contratación estaba situado en el puente de San Pablo en el lado de la calle de Valladolid, ala sombra de los corpulentos castaños del paseo a la orilla del Arlanzón. Allí acudían los amos, labradores de la provincia que necesitaban mano de obra para realizar las labores de la recolección durante el verano o un criado para todo el año o pastor para guardar el rebaño de ovejas, o la dula de yeguas, etc.

Se hacían los tratos y si llegaban a entenderse sellaban el acuerdo con un apretón de manos que era como la firma de un contrato no escrito.

Por varias razones es imposible que vuelvan estas antiguas costumbres ya que las condiciones y circunstancias socio-culturales han evolucionado de manera irreversible afortunadamente. Lo triste es que nos quedan pocos testimonios sobres estas costumbres y usos que estuvieron en vigor en nuestra tierra durante siglos.

Valgan estas páginas como testimonio de este recuerdo y añoranza de tiempos ya para siempre idos.

De las costumbres y tradiciones que hemos ido recogiendo y publicando en estas páginas, ésta de la “feria de las criadas” es la que no esperamos que se vuelva a resucitar porque respondía a una situación social que no quisiéramos que volviera a nuestra tierra, aunque la parte festiva sí que podría intentarse, reuniéndose en el mismo lugar de Villalbura los mismos pueblos que entonces lo hacían, pero de forma fraternal y democrática, sin prepotencia por parte de ninguno de ellos y sin afán de dominio. Pero esto ya sucede en la actualidad, pues en los primeros días de junio se celebra muy cerca de Villalbura la romería al Santuario jacobeo de San Juan de Ortega, en la que participan los mismos pueblos y alguno más de los que acudían a la fiesta de San Bernabé en la que tenía lugar “la feria de las criadas”.

Afortunadamente en estas romerías actuales también se oyen animando la fiesta las notas de la dulzaina y el tamboril. pero en un contexto moderno de participación más aceptable que la situación reinante en otros tiempos.

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NOTAS

(1) MARTINEZ DIEZ, Gonzalo: Pueblos y alfoces burgaleses de la repoblación, Valladolid, 1987, p. 140.

(2) FUENTE, Felipe: FUYMA, Artículo publicado en “Hoja de lunes”, 12-V-75.

(3) INCLAN LEIVA, Ramón: “Ignotus”, Danzas típicas burgalesas, en colaboración con JUSTO DEL RIO VELASCO, Burgos, 1959, pp.52-57.

(4) MARTINEZ PALACIOS, ANTONIO JOSE: Colección de cantos populares burgaleses, (Nuevo Cancionero Burgalés), Madrid 1980, p. 60.