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ArribaAbajo Canto Séptimo

106-3-5:


Y los demás con ánimo atendieron [...]


«Atender, por esperar, ya no se dice así: decíase bien en tiempo pasado, como parece por este refrán: "Quien tiempo tiene y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente"; en metro se usa bien atiende y atender y no parece mal; en prosa, yo no lo usaría». Valdés, en Mayans, Diálogo, 84.

En la propia acepción arcaica empleó ese verbo poco más adelante en este mismo canto (114-5-1):


La ciudad yerma en gran silencio atiende [...]



106-4-3:


Algunos casi rostros no traían [...]


Esto es, se presentaban desfigurados.



106-5-3:


Dejando el pueblo atónito ya cuanto [...]


Dice Cuervo: «La combinación ya cuanto, tan frecuente en el período anteclásico en el sentido de alguno, algo, algún tanto, alcanzó a usarse en el siglo XVII», y para probarlo cita el presente caso a Ercilla, pero ningún otro.

Del período anteclásico basten los siguientes: «Entonces respondió Pero Niño, que a él era ya quanta vergüenza de ge lo decir por sí». Crónica P. Niño, p. 184. «Calmó la mar e asosegó ya cuanto el viento». Id., 81. «E por esta razón se ovo a detener ya cuanto más la reina en Medina». Crón. Fernan. IV, II.



107-1-6:


Y los protestos de acidentes vanos [...]


Y poco más abajo (109-2-1):


Si alguno hace protestos, requiriendo [...]


Cuatro veces aparece en el poema esta voz protestos, siempre como masculina, sinónimo de protesta, pero que hoy está relegada al estilo del comercio.

Nótese la trasposición de vanos, que modifica a protestos y no a acidentes, anticuado.



107-3-2:


Al son de dolorosos instrumentos [...]


Propiamente no existen dolorosos instrumentos, por más que algunos sean más a propósito que otros para expresar la tristeza o el dolor; de tal modo, que, al emplear el poeta ese adjetivo, lo hizo en virtud de una metonimia.



108-2-1:


La gente principal claro pretende [...]


Claro, adverbio, por claramente, cuyo uso en tal forma era muy corriente antaño y de que sería inoficioso citar ejemplos.



108-3-3, 5:


Quien aguija la silla, procurando
cincharla en el caballo más ligero [...]


En todas las primeras ediciones, incluso la de 1589-90, y la de Varez de Castro, pero exceptuada sólo la príncipe, se puso aguija a la silla, supliendo esa preposición, que debe ponerse.

En Chile acostumbramos decir «cinchar el caballo o la cabalgadura»; siendo que lo que en realidad se cincha es la silla, tal como lo expresó aquí el poeta y se halla en Cervantes (Don Quijote, VI, 229): «Mi escudero, que Dios maldiga, mejor desata la lengua para decir malicias, que ata y cincha una silla para que esté firme».



108-3-6:


Por las calles sin manto ni escudero [...]


Alude a la práctica usada en aquel entonces de que las señoras saliesen a la calle acompañadas de un criado, a quien se daba el nombre de escudero. Este debía ser hombre de edad, a diferencia del paje, que era siempre un muchacho. Así Cervantes en La Tía fingida, por boca del oficial que informó a los estudiantes del modo como aquella vivía dice: «[...] sale con un escudero y dos dueñas [...]». Pág. 245, ed. Rivadeneyra.

Pero, sin salir de la familia de nuestro poeta, puede verse (documento CXV, p. 159 del tomo II de esta obra) que doña María de Bazán tenía por escudero a Pedro Vélez de Guevara, de edad de sesenta años, y de paje a Luis Ortiz, que no pasaba de quince.

El salir con sólo el manto las señoras, podía considerarse como causado por un gravísimo acontecimiento. Léase este caso que hallamos en la Miscelánea de Zapata, p. 104. Habla de la marquesa de Priego, doña Catalina Hernández de Córdoba: «Estando, pues, ella en Montilla, llegó la nueva de que el conde, su hijo, estaba muy malo en Zafra: levantose oyéndolo: bájase de su aposento con su solo manto sobre la cabeza: manda tal y tal dueña venga conmigo: venga mi litera tras mí [...]». ¡Qué sería cuando iban sin él!



108-5-2:


El llanto, la aflición y el alarido [...]


Aflición. Anticuado, por aflicción. Véase en las páginas 328-1-4 y 517-4-8, el sentido en que está empleado el verbo afligir. Aflición la usó todavía Cervantes   —260→   (Don Quijote, V, 16) en el prólogo de la Segunda parte de su grande obra, firmado en 1615: «Paréceme que me dices que ando muy limitado, y que me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha de añadir aflición al afligido [...]».



109-1-2; 117-3-7; 127-3-5:


Los sospiros, clamores y lamento [...]



Antes sospiran, gimen y se ofenden [...]



Con profundo sospiro íntimo y fiero [...]


Sospiro, anticuado, que usó todavía Cervantes en muchas ocasiones, si bien en otras escribió suspiro. Ejemplos de Galatea, lib. VI, pp. 144 y 179: «Con un profundo sospiro dio fin a su canto el lastimado Marsillo». «Acuérdome que llegaba a estos últimos versos que he dicho, cuando sin poder pasar adelante, interrompido de infinitos suspiros y sollozos que de mi lastimado pecho despedía [...]». «Pues en verdad que en sólo manifestar mis pensamientos, mis sospiros, mis lágrimas, mis buenos deseos y mis acometimientos pudiera hacer un volumen mayor, o tan grande, que el que pueden hacer todas las obras del Tostado». Don Quijote, V, 78.



109-5-4:


Oyendo de gallinas mil graznidos [...]


Nos es familiar el canto del gallo y el cacareo de las gallinas; también se dice del pollo que pía. Juan Rufo en La Austriada escribió (canto II, hoja 28).


Ya el gallo con su canto y alarido [...]


El cuervo, el grajo y el ganso graznan; pero, ¿puede decirse otro tanto de las gallinas? La verdad es que el poeta usó aquí de ese verbo en sentido figurado, cuando vale como «canto desigual y como gritando, que disuena mucho al oído [...]»; significando así de manera bien expresiva cuál era la turbación que dominaba en todos aquellos hogares, al convertir los cacareos de las gallinas en gritos de real agüero, como se interpretaban antaño los graznidos de ciertas aves. Un autor de aquellos tiempos nos informa, por ejemplo, que «cuanto a lo primero, digo que agorero se llama a garritus avium, que quiere decir graznidos de aves, y los hombres vanos piensan que con aquellos graznidos de las aves señalan lo que ha de sucederá los hombres; y todo esto es superstición, porque aquellos graznidos, o es por comer o por mudamiento de tiempo, o por algunas enfermedades que ellas tienen, o porque se quieren recoger a dormir, o por otras causas naturales». Navarro, Tribunal de superstición ladina, Huesca, 1631. fol. 74.

Y esta digresión de tan poco alcance nos va a permitir por lo menos llamar la atención al hecho de que no se encuentra registrada en el léxico la voz claquiar de que se vale D. Luis Zapata para designar el grito del águila:


Y aunque revolcaba y claquía en vano [...]


Carlo famoso, Canto XII, hoja 57 v.                




109-5-7, 8:


Progne con la turbada Filomena
mostraban en sus cantos grave pena.


Las alusiones a Progne y Filomena no son raras en los poetas. Vayan estos ejemplos:


Sólo la miserable Filomena
participa dolorosa de su pena.



Dio con aquesto fin al dulce canto,
y Cortés la cabeza revolviendo,
vio a Filomena y Progne, que su llanto
suspendieron, la dulce voz oyendo [...]


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hojas 19 y 170 v.                


Hallámosla también en nuestro Pedro de Oña (Arauco domado, Canto III):


Está callada y mustia Filomena,
Itis se encoge, Progne se marchita,
erízase el jilguero en la ramita
y, de aterido, en dulce voz no suena [...]



Aquí la gran maldad, la Filomena
lamenta de Tereo, su cuñado,
con su lengua harpada bien resuena
y con canto suave y agraciado
publica a todo el mundo su gran pena [...]


Barco Centenera, La Argentina, hoja 102.                


Lope de Vega (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 139):


Dejando a mi alma sola,
como Progne una pluma de su cola.


Ni debemos olvidar que Rojas Zorrilla es autor de la comedia que intituló Progne y Filomena; ni mucho menos que Virgilio hermoseó con una bellísima comparación el dolor de Orfeo, cuando después de haber perdido por segunda vez a Eurídice, exhala sus quejas en lo alto de una roca:


Qualis populea moerens Philomela sub umbra [...]


Dejando al curioso la lectura de la leyenda mitológica de Progne y Filomena, de que algún trasunto se trasluce en este primer cuarteto de un soneto de Suárez de Figueroa en La Constante Amarilis, p. 247; bástenos con recordar que por aquella se simboliza a la golondrina y por esta al ruiseñor.


Por Progne dexas las paternas salas
Philomena, y sulcando el mar Egeo,
al fin te dexa el robador Tereo,
despojada de honor, siervos y galas [...]


Así, en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, en una larga paráfrasis del «Beatus ille» de Horacio, que menciona Menéndez y Pelayo (Horacio en España, t. I, p. 36), se lee:


En tanto Filomena, la vecina
Selva llena, en voz alta lamentando [...]




110-2-2:


Que contra los que así teméis mostrastes [...]


Nota de Ducamin (p. 268) a este verso: «La segunda persona de plural del pretérito es todavía la más frecuente y quizás siempre en es, que es, como se sabe, la desinencia rigurosamente etimológica. Se explica, por lo demás, que la desinencia analógica en eis no reine aún, puesto que las formas que le han dado origen (eis-edes, en el presente de indicativo,   —261→   en el presente y en el copretérito de subjuntivo) no se han impuesto todavía definitivamente. Cfr. Rom., p. 208-9. Encontramos, por ejemplo, mostrastes, aspirastes, preciastes, fuistes, distes, vendistes, pudistes, vistes, etc. Tal forma se encuentra aún en Don Quijote, por ejemplo, P. I, cap. II: acogistes, regalastes».



110-3-4:


Sin atender a medios necesarios [...]


Ducamin dice con cierta sorna que hasta ahora podría hacerse a los españoles el mismo reproche: «sin atender a medios necesarios».

Por cierto que doña Mencía de los Nidos no expresa ese concepto con tal propósito; muy lejos de eso: lo pone a cuenta de los méritos y excelencias que abonaban la conducta anterior de sus compatriotas, pues en verdad que, si hubieran esperado a contar con los medios necesarios para sus empresas, ni Cortés conquistara a México, ni Pizarro al Perú, ni Pedro de Valdivia fundara a Santiago, ni sujetara al dominio español desde los términos de Copiapó hasta los del pueblo que lleva su nombre.



110-4-2:


Por vos de sus cimientos levantado [...]


Recuérdese, a propósito de este vos, lo que dijimos en la nota 25-5-6.



110-4-3; 131-5-4:


Mirad los campos fértiles viciosos [...]



Y por el vicio grande de la tierra [...]


Y en no menos de tres ocasiones más, en las que vicio y vicioso se aplican en la acepción, ya ordinaria o figurada, de «lozanía y frondosidad excesivas, perjudiciales a la planta».

Alonso el Sabio, al fin de la Segunda Parte de su Crónica general de España, dijo ya: «E otrosí España es bien abondada de mieses e deleitosa de frutas, viciosa de pescado».

«Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban». Cervantes, Don Quijote, II, 295.

«[...] ni he visto en parte ninguna más grandes ni más sabrosos melones, ni más crecido y vicioso el maíz, que en este valle». Ovalle, I, 37.

Un soldado que escribió de las cosas de Chile refería que las hojas del pangue eran «tan viciosas, tiesas y grandes, que llevadas por su mástil o troncho, sirve en verano una de ellas de suficiente guarda-sol, etc.». Y por venir a cuento, advertiremos al que no conozca tan curiosa planta que es la que hemos puesto, tomada de fotografía del natural, al frente del canto XXXII.



110-4-8:


Buscando a su pastor desconocido [...]


Desconocido en su acepción de «ingrato, falto de reconocimiento o gratitud».



110-5-3:


Usando de razón se condolecen [...]


El Diccionario de Autoridades citó el presente verso para decirnos que condolecerse es verbo reflejo «lo mismo que condolerse. Es voz de poco uso y viene del latino condolescere».



111-1-4:


A do tendremos mísera acogida [...]


Acaba la autora de esta arenga, tres líneas antes y en la misma frase, de decir, dirigiéndose a sus oyentes, dejáis, y pasa, a renglón seguido, a usar del verbo en primera persona de plural, sin que se falte por eso a la gramática, pues con aquel alude a los españoles que pensaban abandonar el pueblo, y con el segundo se incluye ella también entre los que iban a hallarse en el caso de solicitar extraño albergue.



111-1-8:


Les conviene, o la muerte acelerada [...]


Conforme a su sistema de no incluir los participios, no se halla en el léxico de la Academia ni en el Diccionario de Autoridades este adjetivo acelerado. Ercilla lo empleó, sin embargo, no menos de siete veces (especialmente en las dos últimas partes del poema), que, por lo mismo, conviene recordar (403-2-6, 442-4-5, 459-2-5, 480-2-2, 528-4-2, 603-4-2):


Con nueva rabia y priesa acelerada [...]



Donde la acelerada y presurosa [...]



Huyó por allí la alma acelerada [...]



Con gran rigor y furia acelerada [...]



Su irreparable furia acelerada [...]



Del mozo capitán acelerado [...]


El cronista de Indias Fernández de Oviedo, cuando habla de la muerte que Pedrarias Dávila mandó dar a un criado suyo, dice: «mas, lo que muchos sospecharon y murmuraron desta acelerada justicia fue [...]». Historia general, t. III, p. 25. Y pocos renglones más adelante, volviendo sobre el mismo hecho, repite: «Esta justicia cruel e acelerada dio a muchos temor [...]».

Y no es sólo Oviedo quien lo ha usado, pues también lo hallamos en Cervantes: «Mauricio, mal contento de aquella compañía, siempre iba temiendo algún revés de su acelerada costumbre y mal modo de vivir [...]». Persiles y Sigismunda, p. 587, t. I, Colección Rivadeneyra.

«[...] y diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma [...]». Don Quijote, VI, 166.


De allí escapé del brazo acelerado
que ya vio en mi garganta sus aceros [...]


Valbuena, El Bernardo, p. 191.                


Juan Rufo, en La Austriada, Canto XXI, p. 373:


La ciudad, aunque bien fortificada
(como quien desde el año precedente
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esperaba la furia acelerada
de los turcos [...]


Y el P. Hojeda (La Cristiada, p. 114):


Deshonra infame y muerte acelerada
tema por la amenaza que le anuncio [...]


Ejemplos todos en los que se ve que tiene un significado muy diverso al de simple celeridad, pues que vale tanto como arrebatado, repentino, inesperado y violento.



111-2-1:


«¡Volved, no vais así desa manera [...]


Salvá, Bello y Cuervo sostienen que vais es síncopa de vayáis, como vamos de vayamos. Por lo que valga, diremos que Ducamin sostiene que «vamos es más bien contracción de la forma regular vaamos < vadamus, que se encuentra en el Libro de Alexandre. En cuanto a vais, viene igualmente de vades < vaades < vadalis, o, todavía, es analógico de vamos».



111-2-4:


Me arrojaré en los hierros enemigos.


El régimen corriente de arrojar es a (Salvá, 273): autor que advierte que en tiempos de Cervantes se decía todavía en. Cuervo cita varios ejemplos en que ocurre ese verbo con tal preposición en Don Quijote, y alguno de Santa Teresa. Antes había dicho también Ercilla en el canto III:


Como con gran calor en agua fría
se arroja el ciervo en el caliente estío.




113-1-4:


En tanto que del sueño convencido [...]


¿Convencido está tomado aquí en su acepción de «reducir a uno a que mude de parecer»? ¿O ha querido reforzarse la expresión vencido del sueño?



114-4-1:


A vista de las casas, ya la gente [...]


Observa Ducamin que hoy se diría a la vista de, puesto que a vista de, vale lo que «en comparación de», como por ejemplo: a vista de la nieve, el cisne es negro.



111-3-6:


Le importunan y cansan los sermones [...]


Sermón, que «por extensión significa cualquiera reprensión particularmente dada para la enmienda de alguna culpa u defecto»; de donde proviene sermonear, por reprender con frecuencia.



111-2-5:


¡Haré yo esta palabra verdadera [...]


Hacer buena una cosa, o verdadera, como en este caso, es frase figurada, que vale probarla.



111-4-1 a 4:


Ni a Pablo le pasó con tal presteza
por las sienes la Jáculo serpiente,
sin perder de su vuelo ligereza,
llevándole la vida juntamente,
como [...]


Alude el poeta en estos versos al hecho que refieren los Actos de los Apóstoles, C. XXVIII, 3-6:

«Y habiendo allegado Paulo una porción de sarmientos, y metiéndolos en el fuego, saltó por el calor una víbora y le trabó de la mano.

»Y cuando los bárbaros vieron la bestia colgando de su mano, se decían los unos a los otros: Este hombre ciertamente es un homicida, pues habiendo escapado de la mar, la venganza no le deja vivir.

»Mas él sacudió la víbora en el fuego, y no sintió mal ninguno.

»Pero ellos creían que se iría hinchando, y que caería muerto de repente. Mas, después de haber esperado largo rato, cuando vieron que no le sobrevenía mal ninguno, mudando de parecer, decían que él era Dios».

Paulo y no Pablo en la generalidad de las ediciones, inclusa la de Madrid, 1589-90.

Jáculo aparece también en todas, escrito con mayúscula y con J, siguiendo en esto último la forma latina jaculus que el Diccionario de Valbuena escribe yáculo. No hay motivo para la mayúscula, pues el yáculo es una serpiente que se arroja de los árboles para acometer.

«El Iáculo, dice el licenciado Jerónimo de Huerta, en su traducción de Plinio, t. I, p. 408, llamado de Galeno acontias y de los italianos saetón, es una serpiente tan ligera y veloz, que subiendo en los árboles salta contra el animal que ve, con tan grande ímpetu, que se queda clavado en él, hasta quitarle la vida: y por esta causa le llamaron Iáculo, como si dixeran dardo o flecha. Edoardo afirma que suele saltar veinte codos en alto o largo: y así Lucano le llama volador».


[...] A las sienes el jáculo se arroja
de Mario, y mata sin que el diente labe:
comparada a su impulso, es tarda, es floxa
la lanza, el rapto de la flecha es grave [...]


Jáuregui, La Farsalia, P. II, hoja 48.                


No registra la voz jáculo el Diccionario, que vemos usada en Chile por un poeta de la colonia en la acepción de dardo arrojadizo:


Cada gota de agua que les moja,
cual jáculos la carne penetrando [...]


Mendoza Monteagudo, Guerras de Chile, C. X, p. 221.                


A esta alimaña aludía también nuestro poeta cuando la citó entre las que constituían el arsenal de Fitón (378-1-4):


Las dos alas del jáculo temido [...]


En el valor de arma arrojadiza la encontramos empleada en estos versos de Juan de Castellanos (Elegías, p. 33):


A vueltas de los gritos y las voces
empúñanse los arcos encogidos;
todos iban lozanos y feroces
de jáculos agudos prevenidos [...]


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Jáculo es dardo y nombre de esta sierpe por sus efectos, dice al margen.

De seguro que cuando en el Trato de Argel (jornada IV, esc. I), la tan conocida comedia de Cervantes, se lee:


También de ellas cabezas arrancadas
del gávilo, serpiente en el verano [...]


debe haber ocurrido una errata, gávilo por jáculo, tanto más, cuanto que en el léxico no se registra aquella voz.



111-5-3:


Mujeres sin chapines por el lodo [...]


«Chapín, calzado de las mujeres con tres o cuatro corchos, y algunas hay que llevan trece por docena, y más la ventaja que lleva el carcañal [...] Cuentan una patraña, que por evitar que las mujeres no anduviesen mucho, les persuadieron usasen los chapines, con que parecerían grandes y dispuestas tanto como los hombres y hiciéronseles de palo y muy pesados. Ellas aprovecháronse de la invención, pero hiciéronlos huecos: y al cabo dieron en hacerlos de corcho, con que alivianaron la pesadumbre, y no perdieron por eso el andar lo mesmo que antes con gallardía y señorío: y añadiendo a esto copetes, sobrepujaron la estatura del hombre.

»En muchas partes no ponen chapines a una mujer hasta el día que se casa, y todas las doncellas andan en zapatillas». Covarrubias.

Parece que los llevaban sujetos en las piernas con algunas cintas que se desataban fácilmente, como que aun dentro de la casa no se podía andar de prisa con ellos. Así se infiere del siguiente pasaje de La Gitanilla, de Cervantes, Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 117: «Oyendo esto la turbada señora, soltó los chapines, y desolada y corriendo salió a la sala, donde había dejado a Preciosa [...]».

Los que gastaba la heroína de la Tía Fingida, eran «de terciopelo negro, con sus clavetes y rapacejos de plata bruñida». Página 246, t. I, Colec. Rivadeneyra.

«[...] como dicen que dijo un recién casado con una de éstas, a la mañana, al levantarse, que no se casó con nadie, que pensó que su mujer era de mediana estatura, y le vio los chapines de una tercia largos [...]». Zapata, Miscelánea, p. 256.

Donosa y aceradamente se burlaba Pedro Espinosa de los chapines de las mujeres cuando decía: «Solo un bien hallo en este mundo: que mujer con chapines, la media es de corcho: del mal el menos. Sobre un corcho anda la honra de los hombres». El Perro y la Calentura, Novela peregrina, Cádiz, 1625, 4.º, pág. 184 de la reimpresión de Rodríguez Marín.

Los chapines, por lo que queda dicho de la definición de Covarrubias, era calzado que gastaban sólo las mujeres de familias ricas, y así le decía a Sancho Panza su mujer (V, 113): «[...] casadla con un igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines [...]».

Por más que parezca extraño, Ercilla era perfectamente exacto al decir que las mujeres en Chile usaban en su tiempo chapines. ¿A dónde no llegan las modas de las mujeres?

En las Actas del Cabildo de Santiago se encuentran varias referencias a los chapines.

Según era de esperarlo, los chapines se hallaban en el comercio. Consta que en 1565 los había en Santiago, desde el valor de dos pesos dos tomines el par, hasta ocho pesos, que valían los de terciopelo. Archivo de escribanos, vol. 2, folios 143 y 403 vlto.

Como objeto de lujo se incorporaba a los chapines en los inventarios. Así, en el de los bienes de Bárbola Flores, mestiza, peruana, hija del célebre conquistador de Chile, Bartolomé Blumen, y que por más señas fue casada tres veces, fallecida en 1557 o 1558, se puso:

Un par de chapines viejos de terciopelo carmesí.

Un par de chapines de cuero.

Unos chapines tapetados.


Archivo de la Real Audiencia, vol. 2283, folio 69.                




114-2-2; 182-1-2:


Le pregunta si el campo era partido [...]



Abrevio con decir que se partieron [...]


«Y así se partió del Cuzco para aquella ciudad». Calvete, Vida de Gasca, I, 40.


Angélica invisible se ha partido,
va por el bosque con turbada frente [...]


Urrea, Orlando furioso, C. XI, p. 107.                


«[...] pero don Quijote, que, como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar aventuras [...]». Cervantes, Don Quijote, II, 60.

El uso del verbo partir como reflejo era muy común antes, y aun hoy mismo se emplea algunas veces en esa forma, principalmente en verso. El Diccionario de la Academia registra este uso, pues dice «Usáb. t. c. r.».



114-4-3:


Porque el saco del pueblo sea igualmente [...]


En el sumario del canto VII, que es en el que se halla este verso, había dicho ya el poeta que se contenía el saco de Concepción, y más adelante vuelve en dos ocasiones a usar de esta voz, única corriente entonces y que equivale a nuestro robo o saqueo. El P. Ovalle (I, 359): «[...] embelesados en el saco que dieron al ganado y a las cargas que iban en el bagaje [...]».

De entre todos los sacos de ciudades el que ha pasado como famoso a la historia es el que hizo de Roma el Condestable de Borbón en 1557.



111-5-6:


La casa más copiosa y bastecida [...]


Bastecida, anticuado, por abastecida.



114-5-8:


Todas de par en par francas y abiertas [...]


De par en par, frase corriente hoy y cuyo abolengo acredita el P. Mir (Hispanismo y Barbarismo,   —264→   t. I, p. 668) con este ejemplo de Ercilla, al cual habría podido añadir otro que se encuentra también en La Araucana (377-1-6):


La cual de par en par estaba abierta [...]


Se deriva, según el Diccionario de Autoridades, de que «el par de hojas, de que regularmente se componen las puertas, está abierto igualmente». A los ejemplos allí citados, añadiremos estos dos de Cervantes (Viaje al Parnaso, cap. VI):


De par en par del alma abrí las puertas [...]



Nunca a disparidad abre las puertas
mi corto ingenio, y hállalas contino
de par en par la consonancia abiertas.




115-1-1:


Corren en toda la casa en el momento [...]


Correr, que vale en este caso lo que «recorrer en son de guerra territorio enemigo».

«El gobernador mandó a los españoles que corriesen el campo, y que subiesen por un río arriba que corre por entre aquellos pueblos [...]». Francisco de Jerez, Conquista del Perú, p. 313, ed. Rivad.

Es frecuentísimo encontrar en los cronistas españoles de América, correr la tierra, y aun nuestro Ovalle habla de correr un río, v. gr., «[...] envió sesenta hombres a correr el río Cachapoal [...]».

Otro escritor chileno había dicho antes que el jesuita:


Para subir entonces diligente
a correros el campo, sin recelo [...]


Álvarez de Toledo, Purén Indómito, Canto XV, p. 295.                


Y Pedro de Oña en el sumario del Canto X de su Arauco domado escribió: «Pasa la gente y envía Don Hurtado a correr la tierra tres leguas adelante [...]».

Véase también la nota puesta a la página 39.



115-1-5:


Baten tapices, rimas y ornamento [...]


Ornamento equivale aquí a adornos, del verbo latino ornare. La explicación de rimas la hallamos en Covarrubias, verbo arrimar: «[...] y cuando arrimamos unas cosas a otras las componemos, y de aquí se dixo rima de colchones y de otras cosas, porque allí están todas compuestas y apañadas, y rima, que vale verso, como otava rima, de (voz griega) consonancia». De ahí nuestro bárbaro ruma, si es que no procede de la voz marítima arrumazón.

«La casera, haciéndola las mayores caricias que pudo, les dio la casa franca, metiéndolos en una sala baja, donde en una cama que estaba armada tenía puestos en rima unos colchones [...]». Alemán, Guzmán de Alfarache, p. 14.

Queda ya dicho que batir vale lo que golpear, en muchos pasajes del poema, pero aquí está empleado por «abatir, tumbar, echar al suelo».



115-2-8:


Y aun no puede cumplir con su malicia [...]


Así salió este verso en la edición príncipe y en la de Madrid, 1578, 8.º; se cambió en la en 4.º del mismo año:


Y así aun no satisface a su malicia;


y volvió a ponerse en su forma primitiva en la de 1589-90.



115-3-1:


Quién sube la escalera y quien abaja [...]


Rosell enmendó la abaja, sin razón, puesto que más expresiva resulta la forma original, en la cual no se hace a escalera complemento de «descender».



115-3-4:


Quién no deja fardel ni baratija [...]


Fardel, de que nos ofrece el poeta otra muestra (569-4-1).

En Chile sólo empleamos fardo; el fardel, según el léxico, es el «saco o talega que llevan regularmente los pobres, pastores y caminantes de a pie, para las cosas comestibles u otras de su uso»: en una palabra, lo que llamamos saco.

Luis Zapata, Carlo famoso, hoja 54:


Que vinieron allí luego aquel día,
con plata, perlas y oro en sus fardeles [...]




115-5-1:


Alguno de robar no se contenta [...]


Nota Ducamin que la aserción contenida en este verso es simple repetición de lo que el poeta acababa de decir (115-2-6):


El bárbaro, del robo no contento [...]




115-5-2:


La casa que le da cierta ventura [...]


Otra observación de Ducamin que nos parece acertada es la de que cierta debió posponerse a ventura para traducir con verdad lo que el poeta quiso expresar, pues, antepuesta, no responde a segura, que es lo que quiso decir, como bien se da a entender cuando cuatro versos más abajo escribió:


Busca la incierta y deja la segura [...]




116-1-2:


Que poca cuenta y amistad había [...]


Cuenta, en la acepción de «cuidado, obligación, deber».



116-1-3:


Si no se pone en salvo a buen recado [...]


No deja de ser curioso ver empleado aquí recado en este modo adverbial a buen recado (que vale «en seguridad») en la forma en que comenzó a usarse mucho tiempo después, cuanto que se decía recaudo. «Recaudo, advertía el Diccionario de Autoridades, se toma también por recado, que es como ahora se dice». Sería cosa de nunca acabar si nos empeñáramos en citar los ejemplos que nos ofrecen los documentos de la época de Ercilla en   —265→   los que los gobernadores o capitanes mandaban que los presos fuesen puestos a buen recaudo.

Vaya éste del alcalde de la Serena, fechado el 14 de mayo de 1555 -dos años antes que Ercilla llegó a ese pueblo-: «Alguacil mayor desta cibdad [...] Yo vos mando que prendáis el cuerpo de Juan Bautista Garibaldo, ginovés, e, preso e a buen recaudo, le poned en la cárcel [...]». Bib. Nac. M. S.

En la real cédula, fechada en 28 de julio de 1513, firmada por el Rey Católico y dirigida a Pedrarias Dávila se lee: «[...] y ansimismo al dicho Vasco Núñez, prendedles los cuerpos e presos e a buen recabdo proceded contra ellos [...]». Medina, El Descubrimiento del Océano Pacífico, II, 46.



116-2-3, 4:


Que a la abundante troje van y vienen
y andan en acarretos ocupadas [...]


Acarreto viene de acarrear, llevar cargas de una parte a otra en carro. Tratándose de las hormigas, bien se ve que acarreto está tomado en la generalidad de su significado.

Ejemplo: «Púsose en barcos lo que pertenecía a esta fábrica, legua y media de las casas del Bosque, de donde se llevó con muchas carretas, bueyes y caballos, la mayor parte del camino a nado, por las continuas aguas (con que fue muy costoso y difícil el acarreto) [...]». Pedro Espinosa, Bosque de Doña Ana, Sevilla, 1624. 4.º, p. 201 de las Obras de..., reimpresión de Rodríguez Marín.

«De este ganado sacan comida y vestido, como en Europa del ganado ovejuno. y sacan más el trajín y acarreto de cuanto han menester, pues les sirve de traer y llevar sus cargas [la vicuña]». Acosta, I, 283.

En Chile se usó mucho de esta voz acarreto y del hilo de acarreto: «sacan también el hilo que llaman de acarreto y otros géneros de cordeles [...]». Ovalle, I, 19.

«Si el sentido pide dos complementos de preposiciones diferentes, observa Suárez a propósito de la a del primero de estos versos, con un mismo término, es necesario expresarlas ambas, reproduciendo el término»: de modo, pues, que semejante construcción peca contra la sintaxis.

Adviértase que al escribir troje, el poeta no ha usado de licencia alguna, pues, si bien la forma corriente es troj, también el léxico registra aquella, y en ambas es femenina.



116-4-5, 6:


Treme la tierra en torno, el fuego brama,
de subir a su esfera presumiendo [...]


Quedan ya notas sobre el valor de tremer, y de bramar cuando se dice por el viento, el mar, y aquí ahora del fuego, por el ruido que forman agitados por un impulso violento. Ercilla, reforzando aun tal idea, usó en más de una ocasión de rebramar (de cuyo uso hay nota en 256-1-3). Para explicarse la frase en la que, con relación a este último, se dice que «pretendía subir a su esfera», léase lo que aun se enseñaba en Chile a fines del siglo XVIII. El tratado III de la Noticia de las cosas del mundo, escrita por el dominico fray Sebastián Díaz para el uso de la familia de los Marqueses de la Pica (impresa en Lima, 1783, 4.º) se intitula «Del cielo aéreo» y comienza así: «El argumento de este tratado es dar noticia de todo lo que hay desde el firmamento hasta la superficie de la tierra, y de lo que solemos ver por el intermedio de uno a otro lugar. Aquí colocan comúnmente los escolásticos: primero, la región del fuego en figura y conformidad de encerrar a la del aire [...]»; y poco más adelante (p. 318): «se advirtió que los más, especialmente los antiguos, le consideraban colocado sobre la región del aire».



116-4-7:


Caen de rica labor maderamientos [...]


Maderamientos, anticuado, por enmaderamientos, artesonados, según la descripción del poeta y pura hipérbole de su parte, pues apenas necesitamos decir que en aquella época no pudo haberlos en Concepción.



117-1-2:


Mil ducados por años les rentara [...]


Es curioso lo que, en Chile al menos, se observa a este respecto, cuando decimos siempre por meses y por año. La forma correcta debe ser la de plural; tal como se ve aquí empleada, revistiendo entonces la preposición por todo el valor distributivo que le corresponde y que el léxico no ha considerado.



117-1-5:


La parte de Valdivia era sin cuenta [...]


Era, que diríamos mejor fuera.



117-5-6:


Con los herreros fuelles acudía [...]


Herrero, sustantivo, haciendo de adjetivo, que Ducamin considera reprochable libertad de sintaxis, y que no sabría explicarse, dice, ni gramatical ni lógicamente, en español ni en ninguna lengua desprovista de casos. Todo lo que hay en este uso, nos parece, es que herrero, adjetivo en su origen; hombre herrero, como hombre guerrero y tantos otros, pasaron a ser sustantivos y vuelven, en circunstancias como la presente, al oficio gramatical que les correspondía primitivamente. Ni son raros los ejemplos de este uso en nuestra lengua, ni disonaría oír, por ejemplo, los flecheros escuadrones.



117-4-3:


Y también al Tracio proceloso [...]


Tracio, define el léxico, es el natural de Tracia, o lo que pertenece a esa región de la Europa antigua; advierte que se usa también como sustantivo, pero se olvida de decir que hay un viento de ese nombre.

Acerca de los nombres poéticos de los vientos usados por Ercilla, véase la nota 251-4-7.



  —266→  

118-1-1:


Nunca fue de Nerón el gozo tanto [...]


Que vuelve a repetir cuatro versos más adelante:


Ni aquello tan gran gusto le dio, cuanto [...]




118-2-2:


Los estallidos y fornace estruendo [...]


Observa Martínez de la Rosa en sus Anotaciones a la Poética que alguna vez permite nuestra lengua añadir una letra al final de las palabras, comprobándolo con ejemplos de autores que usaron infelice, veloce, pece, tenace; pues aquí en este verso de Ercilla nos hallamos con el caso precisamente opuesto, suprimiendo a fornáceo la o final, que dulcifica un tanto lo áspero del vocablo y le permitió emplearlo sin faltar a la medida del verso.

Ducamin cree ver en fornace un sustantivo de procedencia italiana, equiparando esa voz a hornaza u hoguera; y en otra parte (p. 260) critica como falta grave de sintaxis el empleo de dos sustantivos yuxtapuestos, como en el escribir herreros fuelles, de que ya hemos hablado. Ya se ve que la observación del crítico francés peca por su base en el presente caso.



118-2-8:


En antiguos corrales derribados [...]


La voz corral, de uso tan frecuente entre nosotros, puesto que no hay casa de hacienda de campo que no los tenga, es conocida sólo en la acepción del recinto cerrado y descubierto en que se encierra el ganado; pero en España se le daba también la de patio de una casa (que es la que aquí le atribuye el poeta), en los cuales, como es sabido, solían celebrarse las representaciones teatrales. Por famoso entre ellos ha pasado a la historia el «corral de la Pacheca».



118-3-4:


Ni planta en pie, ni cosa dejan viva [...]


Es de dudar si en este caso por la voz planta quiso el poeta designar a los árboles (pongamos los de los huertos de las casas), o si en forma figurada alude a la planta de los edificios, por los edificios mismos: Nos inclinamos a esto último, en vista de que el complemento en pie, que vale, también figuradamente, «con permanencia y duración; sin destruirse ni acabarse»; se aviene mucho mejor con el contexto de la frase y con su valor lexicográfico.






ArribaAbajo Canto Octavo

119-primera línea del sumario:

Júntanse los caciques [...] a consejo general [...]


Juntarse a consejo no debía de ser frase de uso corriente, o que no mereciera algún reparo, si hemos de atenernos a lo que dice Cervantes en una ocasión en que la empleó en Persiles y Sigismunda: «[...] y luego los desposados y yo, con algunos de los principales pescadores, nos juntamos, como suele decirse, a consejo, sobre qué haríamos para enmendar nuestro yerro y cobrar nuestras prendas [...]». Colec. Rivad., t. I, p. 608.



120-1-6:


Ni al terrero del vulgo se pusieran [...]


Terrero, que en esta acepción vale «objeto o blanco que se pone para tirar a él», debió de ser voz muy poco usada entonces, porque motivó frecuentemente una errata, escribiéndose en veces tercero (1577) y terreno (1597). Está, con todo, en Don Quijote (V, 194): «En efecto; yo nací para ejemplo de desdichados, y para ser blanco y terrero donde tomen la mira y asienten las flechas de la mala fortuna».

«Estar hecho terrero de necios. (Dícele el que le causan mucho)». Correas, Vocabulario, p. 535.

«Ármanse luego los pajes y caballeros, mozos de la ducal casa de frutas y naranjas y comienzan a tirar al terrero en lo alto; que el hombre, no ya de placer, sino de pesar, de estas cosas era el blanco [...]». Zapata, Miscelánea, p. 135. Repite este autor el empleo de tal voz en sentido figurado, cuando dice (Carlo famoso, hoja 59 v.):


Cortés se adelantó y por su tercero
Aguilar les habló, paz les pidiendo,
que no había allí venido a su terrero [...]


Lupercio Leonardo de Argensola (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 196):


Ni oponer este pecho por terrero
de flechas a la inmensa muchedumbre [...]


Agustín de Zárate (Conquista del Perú, p. 504): «[...] y porque para acometerle no podía bajar la gente sin rescebir mucho daño en la bajada, poniéndose como en terrero, el sargento mayor y Alonso de Alvarado buscaron por la parte izquierda una segura entrada [...]». Y en este otro pasaje: «[...] diciendo que rompiesen antes que pereciese toda la infantería que estaba puesta al terrero [...]».


Mandáronlo poner en un madero,
do todos le tiraron a terrero.


Castellanos, Elegías, p. 131.                


  —267→  

Usada también en América por Pedro de Oña en su Arauco domado, Canto XII, p. 312:


Levanta el rostro y mira que te miro:
Mírame, pues, que ya por verte muero,
verás también el blanco y el terrero
a donde fue tirado mi suspiro [...]


«[...] van [los indios] sin ninguna defensiva a ponerse a terrero de tantos arcabuzazos y mosquetazos». González de Nájera, Desengaño, p. 183.



120-5-8:


Grandes fieros, bravezas y desgarros [...]


Fieros, bravatas, baladronadas, en cuya acepción carece de singular, según creemos, al menos siempre encontramos esa voz en plural. Oña (Canto XV, pp. 384 y 390):


Para sacar el preso a puros fieros [...]



Estragos, muertes, fieros ni amenazas.


Alcázar, Obras, p. 37:


Y aléganme, con lágrimas y fieros [...]


Las Casas (t. III. pp. 110 y 229) : «Fue siempre sobre aviso, y porque no menos lo estaba el Chiapes, por las nuevas que de los nuestros tenía, salioles al camino con mucha gente de guerra a resistilles, haciendo fieros [...]». «Allí cercan los navíos gran número de canoas, llenas de gente armada, y otra mucha gente que apareció en la costa con sus trompetillas o cornetas haciendo grandes, fieros y amenazas [...]».

Se usó también por escritores del siglo XIX, como ser, Quintana (Españoles célebres, t. II, p. 39): «Los españoles avanzaron sin curarse de sus fieros», frase en la cual nos imaginarnos que ese literato no hizo sino seguir a Las Casas, cuya obra tenía delante al escribir la biografía de Núñez de Balboa, donde se encuentra.

«Desgarro, la bravata de un soldado fanfarrón y glorioso», o como lo define el léxico: «Fig. Afectación de valentía, fanfarronada»: «Apártase dél la turbación en los tribunales, supeditando con el natural despejo y desgarro cualquier pusilanimidad y ahogamiento». Suárez de Figueroa, El Pasagero, hoja 131 v.

El Diccionario autoriza el empleo de esta voz, en tal significado, con un ejemplo de Mariana y éste de nuestro poeta.

En Chile la vemos usada en dicha acepción por Álvarez de Toledo.


Ya se oyen las bravezas y desgarros [...]


Purén Indómito, Canto XVII, p. 330.                




121-1-5:


Las gracias les rindió de la vitoria [...]


Vitoria y vitoriosos son voces que abundan en el poema, como no podía menos de ser, tanto, que pasan de cincuenta las veces en que figuran: anticuadas hoy, pero corrientes antaño, y de lo cual sería redundante citar ejemplos.



121-4-7:


Los unos y otros sin firmarse [...]


Recuérdese que hemos expresado antes cuál es el significado de este verbo (47-5-7).

Un poeta de la colonia usó entre nosotros refirmarse:


Pensando de improviso refirmarse,
por ganalle el arzón tendió la mano [...]


Monteagudo, Guerras de Chile, Canto IX, p. 192.                




122-4-8:


Así soltó la voz Caupolicano [...]


Soltar en su acepción de echar de sí. Este soltar la voz ocurre no menos de siete veces en La Araucana y era, con efecto, de muy frecuente uso en los buenos escritores de aquel tiempo. Así como lo es hoy, entre nosotros, soltar el llanto o soltar la risa. ¡Al fin, aquí lloramos más que no hablamos! Así Cervantes (Galatea, lib. V, p. 197) dijo: «Con un profundo suspiro acabó el enamorado canto el lastimado pastor, y creyendo que ninguno le vía, soltó la voz a semejantes razones [...]». En Don Quijote (III, 38): «[...] y cuando me vi en el campo solo, y que la escuridad de la noche me encubría y su silencio convidaba a quejarme, sin respeto o miedo de ser escuchado o conocido, solté la voz y desaté la lengua [...]». Y en Persiles y Sigismunda, p. 577, ed. Rivad.: «[...] y el silencio les selló los labios, y la curiosidad les abrió los oídos, viendo lo cual Mauricio soltó la voz en tales razones [...]».



122-5-3; 178-4-4:


Que no es menester fuerza de razones [...]



Y la fuerza que tiene de parientes [...]


Y en otra parte (376-1-3) dijo:


Y sin fuerza de vientos llueve y truena [...]


Fuerza, que vale tanto como abundancia, cantidad, tal como en estos ejemplos:


Pues su fuerza de ramas encubría
la multitud de gente belicosa [...]


Castellanos, Elegías, p. 218.                



[...] y cuanto más adentro caminaban,
pueblos irás poderosos descubrían:
porque llegaron al de Guatabita,
de gran fuerza de gente pertrechado.


Castellanos, Historia del N. R. de Granada, t. I, p. 143.                



Así, con mucha fuerza de razones,
dulces palabras y sentencias vivas,
los fueron gobernando y sosegando [...]


Villagra, Conquista de la Nueva México, hoja 48.                


Este mismo autor dijo también fuerza de gritos (hoja 234).

El P. Ovalle (I, 92, 235): «De aquí es que en aquellas partes de Cuyo haya de estas piedras muchas más sin comparación que en lo que llamamos propriamente Chile [...]; pero la mayor fuerza viene de Cuyo [...]». «[...] quedando en Panamá don Diego de Almagro para seguir después a su compañero con más fuerza de gente [...]».



123-1-2:


El peso de las mazas barreadas [...]


En el léxico figura el verbo barrear como significando   —268→   «cerrar, fortificar con maderos o fajinas cualquier sitio abierto»; y como anticuado, fortificarse. Según por esto se deja ver, su procedencia sería de barrera; pero en el caso a que Ercilla se refiere, no hay tal, pues bien se trasluce que quiso decir que aquellas mazas estaban reforzadas con barras, como se deduce también con toda claridad de los otros cinco pasajes en que usó de ese adjetivo (154-5-5; 437-1-7; 474-4-5; 503-3-2; 527-5-2):


Era una gruesa haya mal labrada
de la grandeza y peso de una viga,
de metal la cabeza barreada [...]



En las puertas de cedro barreadas [...]



Mazas cortas de acero barreadas [...]



De una fuerte coraza barreada [...]



Los cofres de la arena barreados [...]


Falta, pues, en el léxico tan propio y expresivo significado de barrear.



123-2-8:


Y conquistar del mundo la campaña.


«La campaña del mundo, observa Ducamin, no es una expresión bien clara. Vemos en ella una perífrasis de mundo».

Se nos figura que campaña está tomado aquí en su acepción militar, como cuando se dice que Napoleón emprendió la campaña de Rusia, equivalente, por lo tanto, a jornada: pues campaña, en la propia que tiene de «campo llano sin montes ni asperezas»; no podía decirse con propiedad del orbe de la tierra, y, en cambio, con la que indicamos corresponde en un todo a los proyectos de conquista que enunciaba el caudillo de los araucanos.



123-3-2:


Y si del alto cielo cristalino [...]


Alto, en su acepción de altura moral, como dijo el poeta antes, alto hecho (29), y repite en aquella frase hasta cuatro veces más. Así también Cervantes (Don Quijote, II, 35): «[...] y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto a sus leyes [...]».



123-5-6; 523-1-7:


Y cerimonia usada en cortesía [...]



Con pompa funeral cerimoniosa [...]


Cerimonia y, por ende, cerimoniosa, se decía antaño. Pedro Cieza de León en la dedicatoria de su Crónica del Perú: «[...] las diferencias de pueblos y gentes con diversas costumbres, ritos y cerimonias extrañas [...]».

«[...] y sin cerimonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo comieron [...]». Cervantes, Don Quijote, II, 8.

El Diccionario de Autoridades no establece diferencia entre ceremonioso y cerimonioso, y justifica el uso de esta última forma con un ejemplo de los Anales de Zurita y con el segundo de los versos de Ercilla que apuntamos.



124-3-5:


Viejo, enjuto, dispuesto, bien trazado [...]


En todas las ediciones, inclusas las hechas en vida de Ercilla, salió así: bien trazado, que equivale, al parecer, a lo que hoy llamamos de buena traza, refiriéndonos figuradamente a la buena apariencia de una persona dada, más que a las cosas. Podría sospecharse que el poeta quiso decir bien trabado, como ya lo hizo en otra ocasión; pero, en realidad, aquel adjetivo usado con los adverbios bien o mal antepuestos, según el léxico, se aplica a «la persona de buena o mal disposición o compostura de cuerpo». Tal lo expresó el Diccionario de Autoridades, aunque sin presentar ejemplo alguno.



124-5-4:


Que están en lo más dello apoderados [...]


Observa Cuervo (Dic., p. 548, g) que hasta la época de Cervantes se construía también este verbo apoderar con en. «Este régimen, continúa, olvidado hoy, es reliquia de la acepción antigua "hacerse fuerte o poderoso"». De tal régimen nos ofrece Ercilla otro caso semejante (60-2-8).


Y en los ánimos más se apoderase [...]


En Cervantes el uso del régimen de tal verbo fue vario; en una de sus novelas empleó en: «Con esto que el asturiano dijo, se acabó de apoderar la admiración en todos los presentes [...]». En Don Quijote, de: «[...] la hipocresía y vana gloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado [...]».



125-1-8:


Ahora sean divinos, ahora humanos [...]


Ya vimos en un pasaje anterior, que el poeta había usado ora, por ahora: en este caso ocurre lo contrario, diciendo ahora por ora.



125-2-3:


Que pienso, si me esperan, confundirlos [...]


Confundir, en su acepción metafórica, «avergonzar, humillar, abatir», especialmente usada por los místicos, como observa Cuervo, pero que también se encuentra en escritores de otro orden, según puede verse por este ejemplo de Don Quijote: «Fiscal, has de decir, dijo don Quijote, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios confunda».



125-3-2:


Si la maza dos años me sustenta [...]


Me, expletivo, dice Ducamin. No lo tenemos por tal: me, es dativo de sustenta, cuyo sujeto está expresado en diestro brazo: «si me sustenta la maza».



125-4-8:


Falte un mínimo punto en su promesa [...]


El poeta había usado antes (99-2-8) el verbo faltar con el régimen de a:


Que a su deuda una mínima faltase,


  —269→  

y ahora vemos que se vale de en, régimen que Ducamin considera arcaico, pero que se explica, sin tal circunstancia; si se consideran las diversas acepciones que reviste ese verbo. Ejemplos de esos usos se encuentran a cada paso en el lenguaje corriente: «yo no falto a mi palabra»; «yo no falto en nada»; y de ahí que en ocasiones admita también a de; «cuando supieron que Luscinda había faltado de casa de su padre y de la ciudad», escribe Cervantes; y con aquellas otras preposiciones: «poco le falta a nuestro huésped para hacer la Segunda Parte de Don Quijote»; «que por todo eso, por no faltar en obedecelle, le contaría»; y a este tenor muchos otros ejemplos que pueden comprobarse en Cejador, Diccionario, pp. 564-5.

Por lo que toca al lenguaje usado en Chile; podríamos agregar aún el régimen de con. Cuéntase de una señora que en ausencia de su marido debía contribuir con un peón para la limpia de cierto canal, y que, por no haberlo hecho, el marido recibió a su regreso una citación para que se presentase, ante el juez, por haber faltado su mujer con un peón...

Esto viene a probar, pues, que según sea la acepción en que se emplee ese verbo, así será también la preposición que rija.



126-2-4:


Más de para decir consejos vanos [...]:


frase del mismo giro que la que encontramos más adelante (208-5-8):


Mas no puede sentir más del ruido;


y en las que la preposición de, puesta después de un comparativo, vale como el conjuntivo que, según lo notaron ya Suárez (p. 154), Ducamin (p. 285, h) y Cuervo, y se acredita por frases de uso corriente, tales como «tiene más de cien años», «no hay menos de cuatro leguas», que el primero de aquellos gramáticos recuerda junto con los siguientes ejemplos: «El Espínola las dio a entender [...] que no se hacía más de mudar el nombre, llamando contribución a lo que primero se pudo llamar cortesía». Melo, Guerra de Cataluña. «Andaban sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere». Cervantes, Don Quijote.

Ducamin, a su vez, nota que «esta construcción aun se usa hoy, pero menos que antes, y que hasta es de rigor en una frase afirmativa después de un comparativo seguido de un nombre de número». Cfr. Cuervo, 1016-7.



126-2-5:


Que no nos ciegan humos vaporosos [...]


Conviene notar el valor que concede aquí el poeta a este adjetivo vaporoso, que suena, al parecer, como ligero, tenue, pero que, según entendemos, debe tomarse precisamente en la acepción opuesta, esto es, como que oscurece y perturba.

En otro pasaje (328-2-1) lo hallamos empleado también en ese mismo significado:


Ni manjar de sustancia vaporoso [...],


refiriéndose a aquellos pesados, que perturban los sentidos y embotan el entendimiento, de cuyo valor nos ofrece buena muestra el siguiente terceto del Viaje al Parnaso, cap. VII:


Dos horas dormí, y más a lo discreto,
sin que imaginaciones, ni vapores
el celebro tuviesen inquieto.




126-4-5:


En el licúreo campo ya lo vistes [...]


Ercilla había mencionado ya antes (61-4-8) el licúreo valle, que en ninguna parte definió, pero con cuyo adjetivo alude a la región en que se libró la batalla de los Catorce de la Fama. De su etimología indígena (Elicura) se habla en otro lugar de esta obra.



126-4-7:


No será poco hecho y buen partido [...]


Al notar Ducamin lo frecuente que resulta en el lenguaje de Ercilla la elipsis del verbo, y especialmente en las diversas formas de ser, llega al presente verso para preguntarse si debe entenderse: «no será poco hecho y será buen partido», o «no será poco hecho y poco buen partido». «Esta última construcción, añade, es muy atrevida, pero no lo es menos la primera, puesto que debemos subentender como afirmativo en la segunda proposición un verbo que es negativo en la primera».

La duda respecto del valor del segundo término de la proposición de que se trata no puede caber para nosotros los del habla española, puesto que no poco, modificando a los dos términos, vale en el segundo no poco bueno, esto es, al revés de lo que suena para un oído extranjero, igual a bastante bueno.

Hecho, tiene en este verso el valor de hecho de armas: hazaña; y partido, el de «ventaja o conveniencia».



126-1-8:


Sacó la voz diciendo deste modo [...]


Por regla general, según acabamos de verlo, Ercilla empleó en casos análogos, soltar la voz, giro de uso mucho más frecuente en los clásicos. Entre sacar y soltar hallamos alguna diferencia en nuestro común modo de expresarnos, pues sacar, envuelve la idea de «hablar apenas, con dificultad y en tono poco perceptible»; al paso que soltar supone que sale la voz recia y repentina.



127-1-8:


Pues no alcanza arcabuz ni artillería [...]


Apenas necesitamos decir que no se trata en este caso del alcance de los arcabuces y de la artillería, sino de tener o estar armado de alguna de esas armas.



127-2-4:


Fácilmente después la allanaremos [...]


  —270→  

Allanar. «Met. Sujetar, pacificar, reducir (trans.. Cuervo, Dicc. Ejemplos de este verbo en tal acepción, que nos presenta el mismo autor citado: «El rey don Felipe estaba ocupado en allanar la rebelión de Granada». Mendoza, Guerra de Granada, I. «Con aquella mala nueva tornó a Toledo y allanó la revuelta». Mariana, Hist. de España, 10, 3.



128-1-3:


Que de su espada el Orïón armado [...]


Muy larga de contar sería la historia mitológica del gigante Orión, de que tantas versiones se han dado por autores griegos y romanos. Para comprender la alusión de Ercilla, que se encuentra también en otros poetas, bástenos con recordar que la constelación llamada de ese nombre, se la representa en forma de un hombre armado de espada.



128-2-7:


La corva garra tiende, el cerro yerto [...]


En el texto, por yerro, salió cetro por cerro. Esta es voz que Ercilla empleó en singular y plural. En singular, además de esta vez, en 207-2-6.

Y en plural (175-5-7, 237-5-3):


Yertos los cerros y ojos encendidos [...]



[...] con los cerros erizados [...]


«El espinazo llamamos cerro, dice Covarrubias, por estar levantado [...]».

Este lexicógrafo habla siempre de cerro en singular, pero si espinazo vale tanto como lomo; no disonará el plural cerros.

El P. Ovalle decía andar en cerro por el que cabalga en pelo, según hoy acostumbramos: «[...] los mataron a todos, menos el capitán Gonzalo de los Ríos y un negro, que a uña de caballo, en cerro escaparon [...]». I, 300.



129-2-4:


Haciendo plaza el bárbaro gallardo [...]


Hacer plaza es frase que trae el léxico y que vale «hacer lugar, despejando un sitio por violencia o mandato», y que hállase repetida dos veces más en el poema (326-5-4, 422-4-7, 8):


Quien, haciéndole plaza, dél se aleja [...]



Haciendo con la usada y fuerte maza,
por donde quiera que iba, larga plaza.


Cristóbal de Virués en El Monserrate, C. VIII:


Hácese larga plaza el joven fuerte,
no hay quien resista [...]


Siempre plaza por sitio o lugar ocupado, como en este otro ejemplo de Zapata (Miscelánea, p. 53): «Y otra vez en Bruselas, puesto para justar un caballero a la tela, por yerro, que no era aquélla su vez, llegó otro valentón muy fiero, diciendo en alta voz: "Cuerpo de Dios, señor, por qué me quitáis mi plaza.



129-3-2:


El liviano montante un buen maestro [...]


El montante era una espada de dos manos, que excedía la estatura de un hombre, de modo que el calificativo de liviano no le cuadra bien, salvo que pudiera pensarse que lo que para los demás era muy pesado, resultaba liviano en manos de un maestro; pero en todo caso, habría parecido mucho más expresivo y verdadero el pesado montante.



129-4-6:


Desgobierna, destroza, estropia y gasta [...]


Desgobernar está usado aquí en la acepción especialísima, acatada por el Diccionario de Autoridades y consignada también en el léxico, sin otra autoridad que la de Ercilla, de «desencajar, descoyuntar y sacar de su sitio, coyuntura y juego, los huesos».

Estropea han enmendado Sancha y Rosell.

Amunátegui (Apuntaciones, II, 238) atribuye esa forma estropia «a la propensión de los pueblos españoles a cambiar la e en i, o la i en e».

Según la Academia, el verbo estropear viene del latín exturbare, pero es más probable que provenga del italiano stroppiare, como apunta Cejador (La lengua de Cervantes, II, 496); de ser la forma estropia se explicaría como italianismo. Adviértase que en castellano existe el sustantivo estropicio, que no puede sino derivarse del italiano stroppiccio.

Recordamos en este momento que uno de los sonetos de Petrarca empieza así:


S'amore o morte non da qualche stroppio.




129-5-2; 199-2-6:


Por las espesas armas discurría [...]



Del Escorpio al Acuario ha discurrido [...]


«Hizo evidencia de lo mesmo don Ricardo Aquinas, caballero inglés, habiendo pasado este mesmo Estrecho y discurrido cuarenta y cinco días hacia el sur [...]». Ovalle, I, 112.

El significado de discurrido no puede ser otro que el de «correr o moverse progresivamente de una parte a otra». Es el mismo que Cervantes le dio en esta frase: «En esto se cerró más la noche, y comenzaron a discurrir muchas luces por el bosque, bien así como discurren por el cielo las exhalaciones secas de la tierra, etc.».


Y dando la galera a la siniestra
discurría de Grecia las riberas [...]


Viaje al Parnaso, cap. III.                


«[...] fue grande aparejo para los malos que anduviesen discurriendo y robando por la tierra [...]». Calvete, Vida de Gasca, II, 253.

En el sumario del Canto V de La Dragontea de Lope de Vega: «[...] hallando la ciudad desierta, roban las chozas y buhíos, discurriendo el monte».



130-1-3:


Que en montón trabajaba de ofenderle [...]


Probablemente, tendríamos hoy por poco culta, aplicada a personas, esta voz montón, que nuestro pueblo conserva diciendo con frecuencia que había montón de gente en un sitio dado. En el verso de   —271→   nuestra referencia resulta, con todo, bastante expresiva de la manera en que los indios verificaban su ataque, como en estos otros (418-1-8; 431-5-1):


Cayendo cuerpos muertos a montones [...]



Tendidos por el campo amontonados [...]


Era, por lo detrás, de uso corriente antaño.

«y vieron venir hacia donde ellos estaban escuadrones no arreados de infantería, sino montones de doncellas sobre el mismo sol hermosas [...]». Cervantes, Persiles y Sigismunda, lib. III, cap. VIII.

Ercilla la empleó en no menos de ocho pasajes de su poema (155-2-2; 423-1-3; 464-5-3; 567-5-8; 575-1-1):


Del seguro montón y amigo bando [...]



En medio del montón que sin recelo [...]



Unos van en montón, allá corriendo [...]



Desnudos en montón, trotando apriesa [...]



Como el montón de las gallinas, cuando [...]




130-2-4:


Aunque la gravedad se lo defiende [...]


Recuérdese lo dicho acerca de este verbo defender en 55-4-3.



130-2-7:


Un hombre contra tanto barbarismo [...]


Observa el léxico, a propósito de este barbarismo, que en lenguaje figurado y familiar equivale a barbarie, y en el poético a «multitud de bárbaros».



131-3-1:


Con graciosa aparencia le ha tratado [...]


Es voz aparencia, que Ercilla empleó no menos de trece veces en su poema, y que en esa forma anticuada, por apariencia, no es muy difícil encontrar en los escritores de ese tiempo; la define Covarrubias, diciendo que es «lo que a la vista tiene buen parecer y puede engañar en lo intrínseco y sustancial». Aparencias, añade, «son ciertas representaciones mudas, que, corrida una cortina, se muestran al pueblo, y luego se vuelven a cubrir, del verbo appareo».

A ellas alude Agustín de Rojas en su Viaje entretenido , dando cuenta de los progresos del arte dramático:


Llegó el tiempo que se usaban
las comedias de apariencias [...]


En otro lugar de su obra dice el citado autor (Covarrubias) hablando de encantamientos: «Las aparencias que nos representan los encantadores».

Es singular que Covarrubias ponga en su vocabulario sólo apariencia y no mencione para nada la forma de aparencia, por más que él mismo la haya empleado en su obra. Así dice: «El medio cuerpo de la luna está siempre alumbrado del sol, pero en razón de apartarse o alexarse dél, causa en la tierra diferentes formas y aparencias». (Hoja 529 frente).

En esta segunda forma -cosa de extrañar- la escribió Cervantes en el Viaje al Parnaso, esto es, algunos años después de haber estampado apariencia en su obra maestra, como haciendo una reversión a la de antaño:


Palabras ministrándole al oído
que tienen de prudentes aparencias.


Y en su Galatea no menos de tres veces (pp. 95, 231 y 249):


Los bienes con su aparencia
crecieron su sanidad.



Otro veréis en quien veréis cifrada
del sacro Apolo la más rara ciencia,
que en otros mil sujetos derramaba,
hace en todos de sí grave aparencia [...]


GALATEA
Tanto cuanto el amor convida y llama
al alma con sus gustos de aparencia [...]

A esta acepción, en sentido más o menos alegórico, parece referirse Ercilla cuando dijo (370-2-1):


Y es un color, es aparencia vana [...]


En otra parte (347-5-6):


Que son más aparentes que esforzados [...],


(refiriéndose a los indios talcamávidas) donde aparentes responde a la misma idea de apariencia y no de a propósito, adecuado, sentido en que se emplea generalmente en Chile.

En la forma de aparencia usó dos veces esta voz Pedro Espinosa:


Con regio sceptro y cota que vestía
de las armas reales, que aparencia
vistosa y grave sobre el luto hacia [...]


Y en la misma composición:


Hizo el regio guión grave aparencia [...]


Obras poéticas, ed. citada, pp. 86 y 89.                


Pedro de Oña, Canto II, p. 51, lo mismo:


Ha dicho esta mentira y aparencia [...]


Cervantes escribió aparencia y apariencia. De esta última forma tomo un solo ejemplo, de Don Quijote, VI, 244, porque es el que viene a comprobar la definición de Covarrubias. Habla de los autores de comedias: «Y aun en las humanas se atreven a hacer milagros, sin más respeto ni consideración que parecerles que allí estará bien el tal milagro y apariencia, como ellos llaman, para que gente ignorante se admire y venga a la comedia».

En la Novela de El casamiento engañoso y coloquio de Cipión y Berganza (p. 354, edición de Amezúa, Madrid, 1912, 4.º mayor) , vuelve a recordar el origen de esa voz, pero siempre en su forma de apariencia:

«Pues ¿de dónde queréis vos, replicó el otro, que tenga mi autor vestidos morados para doce cardenales?

»Pues, si me quita uno tan sólo, respondió el poeta, así le daré yo mi comedia como volar. ¡Cuerpo de tal! ¿esta apariencia tan grandiosa se ha de perder?».

Juan del Valle (Calderón, Flores de poetas ilustres, p. 203):


Con aparencia de paz
la guerra tienes en pie [...]


  —272→  

En la Primera Parte de las Flores de poetas ilustres de España, ordenada por Pedro Espinosa, hallamos empleada aparencia no menos de tres veces, por el Conde de Salinas (pág. 16 de la segunda edición, que será la que citemos):


Falso esfuerzo de paciencia,
pecado de fantasía,
placer con hipocresía
bien cubierto de aparencia.


Lupercio Leonardo de Argensola (pág. 69):


Respondo por entrambos que no crea
en aquellos efetos y aparencia
que a los ojos se ofrecen solamente.


El doctor Agustín de Tejada (pág. 100):


Y en aparencia humana
cobre el intento cruel de tigre hircana.



Hoja de salce es el aparencia [...]


Castellanos, Elegías, p. 145.                


En La Cristiada del P. Ojeda hallámosla empleada tres veces en dicha forma (hojas 134, 94 y 100):


¿Quién su preciosa fama no asegura,
aunque la funde en aparencia vana?



Gran pintor de fantástica aparencia [...]



Con faz sañuda y aparencia vana [...]




132-4-1; 540-1-1:


Aquí se cerró el bárbaro orgulloso [...]



Cerrose aquí la reina y fue forzado [...]


Significado de cerrar -muy diverso al de que hemos hablado en otro lugar, cuando dijimos que valía tanto como embestir-, y que el poeta aclara en este verso (250-4-5):


Aquí cerró la voz y no dudando [...]:


esto es, calló, enmudeció, y que encuentra su equivalente en cerrar la boca; que decimos al presente.