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Hemos consagrado este capítulo a la interpretación de las voces indígenas que se encuentran en La Araucana, y decimos indígenas y no simplemente araucanas, porque, según ha de verse, las hay, junto con las muchas de procedencia del idioma que hablaban los indios de Arauco, algunas que reconocen su origen de otras regiones de América, del Perú, especialmente, y aun de tierras más lejanas. Traducir la equivalencia de esas voces en castellano, en cuanto fuera posible, ha sido nuestro propósito, porque, como es sabido, en los pueblos que no han alcanzado cierto grado de civilización, fue y es corriente designar con los nombres propios de personas las cualidades distintivas que han llegado a caracterizarlas, empresa que en este caso ni es fácil ni de resultados seguros.
Para llevar esta interpretación hasta el punto en que lo que hoy se sabe lo permitiera, nos ha parecido que no era bastante atenernos a nuestros propios conocimientos del idioma araucano, que estudiamos en época ya remota y que hubimos de practicar en un viaje por la Araucania cuando sus habitantes no estaban aún incorporados a la vida nacional, y así, hemos creído que lo mejor y acertado sería ocurrir a otras personas harto más preparadas —426→ que nosotros para esta labor. En las páginas que siguen encontrará, pues, el lector los dictados del señor König, que fue el primero en iniciar este linaje de estudios en el prólogo de su edición de La Araucana, valiéndose de los auxiliares que en él indica y que se verán expresados en los preliminares de su trabajo que insertaremos luego; de lo que sobre esta materia pudo adelantar, concretándose especialmente a lo dicho sobre el particular en el libro del señor König, el ilustrado humanista don Carlos Boizard, cuyas son las apuntaciones que van marcadas con una B; de las que, previa revisión del indio Raimán, hijo de Neculmán, de Boroa, quiso transmitirnos nuestro buen amigo don V. M. Chiappa, que están signadas con las iniciales de su apellido; las notas de que nos reconocemos deudores a la bondad del doctor don Rodolfo Lenz (marcadas con una L), sin disputa una de las personas hoy mejor preparadas para una investigación como la presente; y, por fin, las observaciones que, distrayendo algunas horas a sus tareas de misionero, se sirvió participarnos fray Félix José de Augusta, valiosísimas ciertamente, pues a sus conocimientos científicos añade el de una cabal práctica de la lengua de los araucanos. Reciban estos cuatro últimos -ya que no podemos decir otro tanto al señor Boizard, muerto en hora prematura- la expresión de nuestro agradecimiento.
Fácil cosa sería encontrar comprobados algunos de los nombres de los héroes araucanos datados por Ercilla en autores que después de él escribieron del periodo de la conquista española en
Chile; pero, como no puede menos de reconocerse que en su casi totalidad -por no decir sin exclusión alguna-, se limitaron a seguir sus asertos, pecan, así, por su basé y nada se adelantaría con citarlos; excepción hecha, sin embargo, de Góngora Marmolejo, que escribió inmediatamente después de Ercilla y sólo tuvo a la vista la Primera Parte del poema; de Pedro de Oña, nacido en Angol, donde pasó sus primeros años, y que, por tal causa,
conoció como él dice, la «frasis, lengua y modo»
de los indios; y, finalmente, de algún dato aprovechable en esa parte de los documentos de aquella época.
Adviértase, por último, que pretender encontrar en cuantos nombres de indígenas figuran en el poema un abolengo araucano, sería vano empeño, puesto que algunos de ellos son de la exclusiva invención de Ercilla, a tal punto evidente, que de ello no puede caber duda alguna.
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A continuación van las observaciones puestas por el señor König como preliminar a las etimologías que da de algunos nombres indígenas.
Si, en general, la fijación de etimologías es materia de suyo intrincada y oscura, tratándose de voces araucanas que han tomado carta de naturaleza en nuestro idioma, la dificultad sube de punto. El araucano es un idioma aglutinado, en que partículas afijas, prefijas o intercaladas hacen variar el significado, la acción, el modo, el tiempo, el caso y el número de las palabras. Siendo una lengua no escrita, y, por lo tanto, no fija, las alteraciones son frecuentes, sea por las costumbres, diferencia de lugares, de hábitos y hasta por la variedad de la pronunciación. Tiene el idioma sonidos ásperos y complicados, que, al pasar a oídos castellanos, por la fuerza y por el instinto de nuestra lengua, tienden a ser modificados o desvirtuados. Es sabido que los españoles pronuncian los nombres propios de un idioma extraño de una manera que hoy nos choca abiertamente. Así, por ejemplo, los escritores peninsulares llamaron Bolseo al cardenal Wolsey, célebre ministro de Enrique VIII, y al corsario Ricardo Hawkins, que visitó nuestras playas a fines del siglo XVI, lo designan con el nombre de Richarte Aquinés. Estos dos ejemplos harán comprender cuánto habrán variado la mayor parte de los nombres propios araucanos al pasar a nuestro idioma, debiendo ser pronunciados por el pueblo. Rastrear su primitivo origen es tarea a menudo no sólo difícil sino imposible. El señor Salamanca, en carta escrita desde Cañete, me dice al respecto: «No es tarea fácil descifrar los nombres araucanos, que han sido adulterados radicalmente por doble motivo: primero, por la propensión que existe entre los indígenas a suprimir letras o sílabas finales a las palabras; y segundo, lo que es más serio, por la adulteración de que han sido objeto los nombres por parte de los no araucanos. Voy a tomar como ejemplo dos nombres: el de un río y un lago que hay en este departamento. »El primero ha sonado a mis oídos de estos diversos modos: Chanleu, Chanleo, Tranlebu, Chanlebu, Tranleu, Trauleo, Thravlen. La th de este último representa un sonido consonante que no existe en castellano. Después de no pocas averiguaciones, he sacado en limpio que el nombre verdadero es el último, que se compone de thrav, junto a, y leuvu, río. Extrañará Ud. que un río pueda tener ese nombre, por no ser congruente que un río esté junto a sí mismo; pero hay que considerar que los ríos entre los araucanos toman el nombre del fundo por donde pasan. Así, por ejemplo, este mismo río, un par de leguas antes, se llama Peleco, y con anterioridad, Huichacura, Tucapel, Quelén-Quelén, etc.; y en este caso, aquel nombre tiene una explicación. »El nombre del lago varía entre Lanalhue, Lagalhue, Nagalhue, Lagarhue, Lanahuel [...]». Hechas estas advertencias, que ponen de relieve la dificultad de conseguir una buena etimología en cada caso, vamos a decir unas cuantas palabras sobre los nombres propios que figuran en La Araucana. Aunque todos suenan con acento y pronunciación indígenas, la mayor parte no son araucanos, y han sido inventados por Ercilla, conformándose así cierta analogía de voces indígenas. No son araucanos: Brancol, Crepino, Crino, Cariolano, Colca, Crón, Curgo, Changle, Galvo, Gracolano, Guacón, Guambo, Lambecho, Mauropande, Millo, Narpo, Nico, —428→ Norpa, Orompello, Palio140, Palta, Pinol, Polo, Tarbo, Torbo, Trulo, Zinga. Sería enteramente inútil buscar la etimología de estos nombres, que son creación de la fantasía del poeta. No son araucanos: Fenistón, Fitón, Fresia, Fresolano, Friso, porque la f no suena en ese idioma; y Surco no es palabra indígena, porque la s no existe en el alfabeto araucano. Los indios reemplazan la f por el sonido fuerte de la v, que pronuncian casi de la misma manera que los alemanes. Las mujeres que figuran en el poema, o que aparecen citadas por los cronistas, llevan los siguientes nombres: Fresia, Guacolda, Gualda, Tegualda y Lauca. ¿Son indígenas? En la carta que he citado, el señor Salamanca me dice lo siguiente: «Los nombres propios de mujer que Ud. me envía, no los tengo yo por araucanos. Probablemente fueron inventados por Ercilla, lo mismo que los caracteres personificados por esos nombres, para amoldarlos al poema que escribió. Los indios a quienes he solido pronunciarles esos nombres, los oyen con extrañeza. Ya Ud. me insinúa que Fresia no es voz araucana, y es la verdad, por la sencilla razón de que en el idioma araucano no existe, sino por moderna adaptación, la letra s. Tampoco es propio de esta lengua el sonido fr ni el de gl. Entiendo que Ercilla no sabía araucano, que, a haberlo conocido, algo siquiera, habría elegido para sus heroínas nombres de mujer propios de esta lengua, y de una poesía admirable, cuales son, por ejemplo, Casiray, que significa corta flores, de cathún (cortar) y ray, contracción de rayùn (flor). La ù, con el acento convencional que le pongo, representa un sonido vocal que no hay en castellano, y que se parece algo al de la ö de su apellido, con tendencia a la u o i. Otros nombres de mujer son Llanquiray (flor perdida), Quintùray (buscadora de flores), y así muchos otros terminados en ray». La observación sería concluyente si La Araucana fuera una obra de fantasía; el historiador poeta no ha alterado ciertos nombres por no apartarse de la verdad. Hay que observar, respecto de los demás, que no basta tener un significado poético para que una palabra encuentre colocación conveniente en una composición en verso. Glaura, Fresia y Glauca son más eufónicos y más fáciles de manejar que las voces propias de Quintùray y Llanquiray. Es indudable que Fresia es un nombre enteramente europeo, por su significado, derivación, y por hallarse en él la f y la s que el alfabeto araucano no conoce. A primera vista también, los demás nombres están en igual condición; pero como es posible que entendiéndolos de una manera un tanto caprichosa, o libre por lo menos, resulte una explicación satisfactoria, los he colocado en una lista que más abajo se da. La dificultad de explicarlos nombres indígenas llega también en algunos casos a saberlos escribir correctamente. Y como es fácil y sobre todo útil que exista uniformidad en la ortografía, hemos pensado que no era inoportuno ni indiferente llamar la atención a este punto. ¿Cómo deberán escribirse las palabras en que existe la combinación ua, sea al principio, al medio o al fin de dicción? Contestamos afirmativamente que en estas palabras debe emplearse la g y no la h. Así escribiremos: Guacolda, Tegualda, Rancagua. La Academia nos da el ejemplo, pues escribe guano, guanaco, guayaba, etc. En esta edición se ha observado la regla anterior, con excepción de la palabra Talcaguano, que algunas veces se ha escrito con h, ya por error, ya por conformarse a la práctica establecida, y que, por lo mismo que consideramos viciosa, hemos creído útil recomendar otra más ajustada a un buen método y a la índole de nuestra lengua. Poniendo la g en las voces a que nos hemos referido, se obtiene la ventaja de que todas las palabras indígenas en que existe la combinación ue, se escriban con h, aunque —429→ dicha combinación esté al principio, al medio o al fin de la dicción. Así escribiremos con h, huemul, huequén, chillihueque, colihue, copihue. |
He aquí las advertencias puestas por el señor Chiappa a su trabajo:
El señor Lenz, por su parte, hace preceder sus interpretaciones araucanas de las observaciones que siguen:
He aquí, finalmente, lo que a cerca de etimologías de nombres indígenas expresa el P. Augusta:
¿Cómo se llaman los araucanos?, Valdivia, 1907, pp. 3-4. |
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Después de oír a los lingüistas, veamos lo que respecto de los apellidos de los araucanos se encuentra en los documentos. Sea lo primero en cuanto atañe a su derivación geográfica, práctica que estuvo entre ellos bastante generalizada y que Ercilla expresamente consignó al decir «los caciques toman el nombre de los valles de donde son señores, y de la misma manera los hijos o sucesores que suceden en ellos»
141, y de la que Pedro de Valdivia, antes que
el poeta, hablaba en carta a Carlos V: «repartí todos los çaciques [desde Concepción a la Imperial] por sus levos, cada uno de su nombre, que son como apellidos, y por donde los indios reconocen subjeción a los superiores»
142.
Años después que Ercilla (1561) el gobernador Francisco de Villagra daba testimonio del mismo hecho cuando en un título de encomienda concedía a uno de los conquistadores los indios de «el lebo e cavíes de Andalicán, e de su apellido»
143.
Ni es menos interesante e instructivo, por lo que toca a otro elemento de derivación de los apellidos indígenas, lo que se halla en una de las preguntas de cierto interrogatorio presentado en un pleito que se tramitó en Chile, mediado el siglo XVII: «Si saben que el nombre de Mallaca es general en todo dicho valle, donde se comprehenden otros que los indios acostumbran poner, tomando el apellido de algunas piedras, animales y árboles y pangales, pero no porque sean diferentes de la suerte y sitio principal de todo el dicho valle»
144.
Los testigos presentados en el juicio, dos de ellos indios de más de sesenta años, abundaron en tal afirmación, diciendo uno, que «tomaban el apellido de algunos caciques, animales, etc.»
; y el otro, en términos aun más comprensivos, que «adonde esté poblada alguna casa [toman] en cada parte el nombre que quieren, como son, de los propios caciques e indios, de árboles, animales y pangales [...]»
.
Los dos testigos españoles cuyo testimonio se invocó, uno de ellos compañero que había sido de Pedro de Valdivia: repitieron, asimismo, que los indios adoptaban el nombre del cacique cuya era la tierra en que moraban.145
Por nuestra parte, añadiremos que no estará de más recordar lo que respecto de los nombres que llevaban los indios pasaba en el Perú, según lo refiere Cieza de León en el capítulo LXV de su Crónica: «Una cosa noté en
el tiempo que estuve en estos
reinos del Perú, y es, que en la mayor parte de sus provincias se usó poner nombres a los niños cuando tenían quince o veinte días, y les duran hasta ser de diez o doce años, y deste tiempo, y algunos de menos, tornan a recibir otros nombres, habiendo primero en cierto día que está establecido para semejantes casos, juntándose la mayor parte de los parientes y amigos del padre; adonde bailan a su usanza y beben, que es su mayor fiesta, y después de
ser pasado el regocijo, uno de ellos, el más anciano y estimado, tresquila al mozo o moza que ha de recibir nombre y le corta las uñas, las cuales con los cabellos guardan con gran cuidado. Los nombres que les ponen y ellos usan son nombres de
pueblos y de aves, o yerbas o pescado. Y esto entendí, que pasa así, porque yo he tenido indio que había por nombre Urco, que quiere decir
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carnero, y otro que se llamaba Llama, que es nombre de oveja, y otros he visto llamarse Piscos, que es nombre de pájaros; y algunos tienen gran cuenta con llamarse los nombres de sus padres o abuelos. Los señores principales buscan nombres a su gusto, y los mayores que para entre ellos hallan; aunque Atabaliba (que fue el inga que prendieron los españoles en la provincia de Caxamalca) quiere decir su nombre tanto como gallina, y su padre se llamaba Guaynacapa, que significa mancebo rico»
: párrafos que conviene tener presentes, pues, como se sabe, los incas tenían sujeta a su dominio no poca extensión de Chile, y en La Araucana figura también más de un nombre de aquel origen.
Y aunque más no sea a título de curiosidad, por lo que reviste de parecido con la costumbre de los aborígenes americanos -que forzosamente tenía que imponerse a todos los pueblos que no habían pasado del grado de civilización
en que estaban al tiempo de su conquista por los españoles-, notemos, todavía, lo que cuenta Cervantes que a tal respecto ocurría en su tiempo entre los turcos: «[...] y es costumbre [...] ponerse nombres de alguna falta que tengan, o de alguna
virtud que en ellos haya; y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que descienden de la Casa Otomana y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido, ya de las tachas del cuerpo y ya de las virtudes del ánimo»
146.
Por lo demás, bien sabido es que muchos de los apellidos españoles y, en general, europeos, en los que tanto figuran los nombres de oficios, reconocen también, a veces, el de una derivación de ciudad o pueblo, o algún defecto o cualidad característicos que se concedió al que lo llevó primeramente en la familia.