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Chiloé. Región, isla.

De Chili y hue, contracción de rehue, distrito, región: distrito de Chile.

No es dable aceptar la etimología del padre Rosales que traduce «Chile nuevo»; porque, aunque hue significa «nuevo», como el adjetivo precede al sustantivo, deberá decirse Huechili y no Chiloé. -K.

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A mi juicio, proviene de Chilihueque, el nombre del llama en Chile antes de la conquista española y antes de la introducción de la oveja, que vino a reemplazarlo con ventaja. Fue desapareciendo rápidamente cuando se vio suplantado por un competidor más feliz, pero en su tiempo fue animal muy apreciado para la carga y para el beneficio de su lana. En las provincias australes era común, como en las meridionales; y se daría este nombre a la isla grande del archipiélago, sea por su aspecto, sea porque hubiera en ella numerosos rebaños de chilihueques. -B.

La interpretación del P. Rosales está tan lejos de ser correcta como las que aquí se dan. No hay tampoco contracción de Chili y rehue; tal construcción no existe en el idioma.

Creo que se debe escribir Chilhue, pero si en tal forma lo decían los indígenas no lo sé. Tal vez es nombre de pájaro, planta, marisco, que nosotros no conocemos. -A.

Ambas dudas creemos que se resuelven con lo que nos dice el señor Cavada, obra citada, p. 260: «La voz Chiloé parece provenir de la voz chille (unas gaviotas, según Febrés) y de la forma hue, que, agregada al primitivo significa lugar, región, etc. Chiloé, sería, pues, "lugar de gaviotas"..

»Despréndese de aquí que la verdadera escritura y pronunciación de la palabra Chiloé, sería Chilhué, como aún pronuncian los indios civilizados del archipiélago».

Y así debía de ser, indudablemente, también antaño, pues en no pocos documentos se la halla escrita en la forma que va a verse: «[...] con propósito, según dicen unos, de ir a Ancud o Chilué, que es todo uno». Carta de Julián de Bastida, p. 484. Ligera alteración debida al oído de quien la percibía en boca ajena. La alteración, en la forma hoy predominante, ha sido causada por exigencias de la eufonía, cuando no de la medida del verso.



Elicura. Indio, región.

Es Ilicura, de ilu o ili, leche, y de cura, piedra: mármol blanco o de color de leche. -K.

Ilicura, piedra lisa. Febrés. -Ch.

Los cronistas dicen también Ricura. -Febrés: «Ricura, piedra lisa, y una reducción cerca de Tucapén». -L.

No lo conozco. -A.

Voz que aparece con frecuencia en los antiguos documentos y cronistas chilenos, y de que nos bastará citar el siguiente ejemplo del Purén indómito (canto II, p. 39):


Vino la de Purén y de Pedoco,
de Paicaví, Guadava, Boquilemo,
de Elicura [...]


Elicura, reputado por uno de los más fuertes entre los suyos y que tenía seis mil súbditos a su mandado, asiste a la junta para la elección de caudillo general; sostiene allí durante nueve horas el leño de la prueba; combate en Concepción contra Alvarado; da su parecer respecto a la manera cómo debía hacerse la guerra al enemigo, y, finalmente, figura en una reseña del ejército de su patria.



Eponamón. Deidad infernal.

De epu, dos, y de namun, pie o pierna: significa el espíritu que preside la guerra, junta de guerra; y también por extensión un ejército. -K.

Nombre propio. Epu, dos; namun, pies. Valdivia. -Eponamón, junta de guerra. -Febrés. -(Cita de Ercilla). -Ch.

Según Ercilla y algunos cronistas, nombre de una especie de dios de la guerra. El significado literal es (Febrés) epu-namun «dos piernas». -L.

Febrés tiene epunamun, no eponamon. Guevara trata también de él en su Historia de la Araucania.

La palabra tiene analogía, con Epulonco y Epuangue, que son denominaciones de Dios, lo mismo que del principio malo. Véanse mis Lecturas araucanas, pp. 33-35. Allí figura con la versión de epuñamuñ.

No sé cómo Febrés llega a interpretarlo «junta de guerra». Tal vez que cuando amenazaban las guerras, los indios hacían rogativas en que funcionaban los epuñamuñes en la forma descrita en mis Lecturas araucanas. -A.

Es una de las voces americanas definidas por Oviedo, en estos términos: «Nombre que daban los indios al espíritu maligno; diablo, por el cual juraban cuando querían obligarse infaliblemente a cumplir sus promesas. (Lengua de Chile)».

En la propia forma que Ercilla y atribuyéndole los mismos caracteres lo escribió Pedro de Oña:


Al gran Eponamón, a quien servimos
(los magos le responden) presentamos
y su verdad auténtica citamos
en prueba de la mucha que decimos:
sabed que de su boca lo supimos
y llenos de su espíritu hablamos:
llamalle será bien, para que desto
os muestre el desengaño manifiesto.


C. II, p. 42.                


  —456→  

Mas viendo ya propincua la mañana
y que el gran Epomanón se detenía [...]


Arauco domado, C. IV, p. 47.                


El P. Ovalle, en dos pasajes de su Histórica relación usó de una forma más correcta: «[...] si por haberlos visto a caballo, cosa tan nueva en aquella tierra, y matando a los hombres de lejos con sus arcabuces, no se hubieran persuadido que eran Epunamones (que así llamaban ellos las deidades que adoraban) [...]». «[...] y entre un diluvio de agua, granizo y piedra que despedían de si [las nubes] apareció su Epunamon en forma de un fiero y espantoso dragón [...]». I, páginas 329 y 347.

También se le ha sacado al teatro en alguna de las antiguas comedias españolas, basadas en hechos de la historia de Chile, v. g., en La Belligera española.



Escaupil. Parte de la armadura.

Voz de origen mexicano, que aparece usada una sola vez en La Araucana (359-4-3):


Pasando el escaupil doble estofado [...]


Hállase empleada por Solís, Historia de Nueva España, lib. I, cap. XVII: «Que se armase toda la gente con aquellos escaupiles o capotes de algodón, que resistían a las flechas».

De Nueva España llevaron esa voz los españoles al resto del continente americano, cual sucedió con varias que oyeron en las Antillas, y en Chile la acogieron Ercilla y Pedro de Oña (Arauco domado, canto XI, p. 267):


Con la sangrienta lanza no perdona
la malla, el escaupil, ni doble cuero [...]


En el drama Hernán Cortés en Tabasco, de Fermín del Rey, se la define así:

TEUTILE
Permitid que a vuestras plantas
dedique este corto examen
de mi afán. Es un colchado
de algodón, que en las marciales
lides usan los guerreros,
nombrado en nuestro lenguaje
escaupil; su resistencia
es suficiente, aunque frágil,
contra la flecha fugaz
y contra el dardo volante,
sin que de aquel metal duro
tolere el pecho el gravamen.

Acto II, escena III.                


«Escaupil, sust. m. Sayo de armas grande con sus faldas, hecho de tela de algodón, estofado del mismo algodón en rama y colchado, que sirve de defensa contra las flechas, porque en topando con el algodón de la estofa, hila la punta de la flecha y atora. Es voz indiana». Diccionario de Autoridades.



Fenistón. Indio.

Pen, ver, mirar; Febrés. -ishtho, todos. -L.

Pen isthon: estar viendo a todos. -Pen, ver, mirar; itoun, tener o estar los ojos llorosos por el polvo. -Febrés. Penitrocom: Estar viendo a todos. -Raimán. -Ch.

No es palabra de origen indio. -L.

Pen itrocom: «he visto, encontrado todo» es etimología rebuscada. No es conocible como palabra araucana. -A.

Oña le hace figurar en su Arauco domado (C. VI, p. 151) con el mismo nombre:


Este era Fenistón, mozo valiente [...]


Y en la acción en que nos le presenta Ercilla combatiendo cuerpo a cuerpo con Julián de Valenzuela en el asalto al fuerte de Penco, aunque sin los detalles que de esa lucha se hallan en La Araucana; pero ambos poetas concuerdan en que en ella pereció.


El suelto Fenistón, mozo atrevido,
que de los otros quiso adelantarse,
con gana y presunción de señalarse [...]




Fitón. Nombre propio.

Don Enrique Wood A. me ha escrito sobre esta palabra y la siguiente (Fresia) un artículo interesante, que sin duda será leído con agrado. Dice así:

Forma anticuada de la palabra Pitón, el IIuqwn de la mitología griega.

Como es generalmente sabido, este era el nombre de una serpiente muerta por Apolo cerca de Delfos y cuya piel servía de tapiz al trípode en que la sacerdotisa del templo se sentaba al pronunciar los oráculos. Por este motivo la llamaban pitonisa. Y así como esta palabra ha solido y suele usarse aún en el sentido de maga o hechicera, en los tiempos pasados solía hacerse igual cosa con su correspondiente masculino. Es lo que ha hecho Ercilla en su poema; pero tal vez sólo para conformarse con el uso incorrecto de su tiempo, empleó la forma Fitón, escribiendo con f o con ph lo que en el original griego se escribía y se pronunciaba con p y no con f.

Por otra parte, parece que a Ercilla no se le ocurrió o no quiso emplear para nombrar a su famoso hechicero alguna palabra araucana de análogo significado, como dugulve, lligua o machi.

Confirma lo expuesto sobre la correspondencia y etimología de Fitón el siguiente pasaje del escritor chileno don Francisco Núñez de Pineda Bascuñán (1607-1682): «De la mesma suerte, dice, juzgué a este hechicero machi (que así se llaman a estos curanderos) que aquellos antiguos adivinos phitones y phitonisas». Cautiverio feliz, p. 158. -K.

Vitun, humo, humear. Febrés. -Ch.

Los quichuas introdujeron al país el «pitón», un palo grueso para sembrar, con el cual abrían   —457→   hoyos en la tierra para depositar las semillas. Éste era el sistema del «pitón», tan en boga entre los peruanos en sus cultivos de andenes en las laderas de los cerros. -B.

Puede ser que sea vitun, humo. -A.

Por nuestra parte, desechada la idea de la procedencia araucana del nombre, nos parece muy aceptable la opinión emitida por Wood.

Ya se comprenderá que es muy difícil, si no imposible, atinar con los extremos de la fantasía de un poeta; pero todos sabemos que en la historia griega las pitonisas eran las que daban los augurios o pronósticos del futuro. Tratándose de un hombre, ¿no pudiera ser que Ercilla dijera phiton (como está escrito en las ediciones antiguas) por hacer desempeñar a este hechicero las mismas funciones que aquellas tenían en la antigua sociedad de la Grecia?

Ercilla había leído, sin duda alguna, la Biblia, de la cual se encuentran citados dos pasajes, el de la serpiente o víbora que no mordió a Paulo, y uno de los Salmos: no es extraño, pues, que para el nombre de Fitón tuviera presente el versículo 8 del capítulo 28 del libro de los Reyes: Divina mihi in pythone, como le aconteció a Fernández de Oviedo al presenciar un caso muy notable sucedido en la plaza de Nicaragua, cuyo relato comienza así en su Historia de las Indias, t. I, p. 251: «[...] en el instante me acordé de aquello que en la Sagrada Escriptura se lee, cuando dixo Saúl a los suyos que una mujer había spíritu phitonico, e disfrazado, fue a ella e le pidió que suscitasse a Samuel, e lo hizo, e Samuel le dixo (o aquella sombra) lo que le había de intervenir [...]».

Otra hipótesis. Hablando de Faetón, cuenta Covarrubias en su Tesoro, pág. 395: «Otros le reducen a historia, diciendo que Faetón fue un gran astrólogo y el primero que observó el curso del sol, y por haber muerto antes de acabar esta obra, fingieron haberle Júpiter derrocado con un rayo». Si Ercilla tuvo presente este dictado, no sería, pues, muy extraño, mutatis mutandis, que, acordándose del gran astrólogo Faetón, llamase Fitón al que supone vivía entre los araucanos.

Cuarta hipótesis:

Jerónimo Fernández, al concluir su Historia de Belianis de Grecia, dijo que la dejaba pendiente, porque el sabio Fristón (autor del original, según se supone) pasando de Grecia a Nubia, juró había perdido la historia.

Y a él aludía don Quijote (I, 178) en la conversación con el Ama. «Frestón diría, dijo don Quijote. No sé, respondió el Ama, si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que acabó en tón su nombre».

Fitón, hermano de Guarcolo y tío de Guaticolo, había sido primeramente famoso soldado y ya muy anciano ejercía el oficio de hechicero.

Fitón es personaje que figura en el teatro antiguo español; así, Gaspar de Ávila en El Gobernador prudente le presenta pronosticando el breve fin de Lautaro y le hace morir a manos de Caupolicán, con el propósito de sacar la moraleja de que sus agüeros, como de los que pasan por hechiceros, deben ser reprobados. Véase en la reimpresión de esa pieza hecha por nosotros la escena de la página 24.

Es voz que usó también Lope de Vega, y en dos ocasiones: en la Dragontea, donde llama a la India (canto I):


Hidra de Alcides y Phitón de Febo;


y en el Laurel de Apolo, silva V:


[...] y el mancebo
como si fuera en el Fitón de Febo
quiso quitarla a quien le dio la vida.




Fresia. Nombre propio.

Es evidente que este nombre es enteramente extraño a la índole del idioma araucano. Podemos suponer que su forma le fuera sugerida por el recuerdo de los diminutivos alemanes de Federica: Fritze, Fritzina, que nuestro poeta pudo escuchar con frecuencia en sus repetidas excursiones por países de esa nacionalidad. Tal vez suponiendo esto mismo, fue que Gay escribió Frisia.

Frisia era la denominación que los españoles, y particularmente los soldados de Flandes, daban a la Friselandia, una de las siete provincias de los Países Bajos.

Suárez de Figueroa dice que la mujer de Caupolicán se llamaba Gueden, nombre que Carvallo y Goyeneche escribe Guden. A esta palabra sí que podrá encontrársele una etimología indígena, y por esta sola circunstancia se la debe considerar como menos imaginaria que el nombre Fresia. Acaso se ha escrito Gueden por Hueden, o Huedev: de hue, cosa nueva, y deo, linaje o apellido de familia. -K.

Suena como «Preciada»; pero úden es «aborrecida» o «aborrecido». Gueden, Guden.

Febrés tiene ghùden.

Los indígenas pronuncian, por ejemplo, brujo, fruko; así, de Preciada, sale Fresia. ¿Quién sabe? Tal vez preguntarían a Caupolicán: ¿cómo se llama tu esposa, tu apreciada?, y él repetiría: ñi fresia, pronunciando mal la palabra; tales malentendidos suceden.

Un escritor llama a la mujer de Caupolicán «su apreciada», y el otro su «aborrecida». ¡Es gracioso! -A.

  —458→  

Fresia es aprehendida por un negro en los momentos en que corría por entre los breñales de un cerro, llevando en brazos un niño de quince meses, cuando los españoles acababan de sorprender y apresar a Caupolicán; al divisar a éste atado entre la chusma, prorrumpe en imprecaciones contra él, le arroja el niño a sus pies y se aleja, sin que ruegos ni amenazas fuesen bastantes a hacerla que volviese.

Oña habla de la mujer de Caupolicán, dándole el mismo nombre de Fresia (Cantos IV y V de Arauco domado) pero sin señalarle otra intervención que el de haber sido la amada de Caupolicán, despojándola de aquel orgullo y fiereza que le atribuye Ercilla, realmente legendarios.

A esta heroína del poema ercillano se la ve también aparecer en el antiguo teatro español, como aconteció con Guacolda y, en general, con las principales figuras indígenas de La Araucana -observación que nos ahorrará de repetir este hecho en adelante-, siendo digno de notarse a su respecto que Gaspar de Ávila en El Gobernador prudente, cambiase el nombre, de Fresia en Fresa, adaptándolo a una voz corriente en nuestra lengua, y que puede ser indicio, nos parece, de que Ercilla designó en realidad con él a la india, para traducir así su color sonrosado, añadiéndole la i a fin de hacer más eufónico y poético su nombre: hipótesis que vendría a resolver las dudas que se han suscitado en cuanto a su valor etimológico y aun más las deducciones que se ha querido sacar de verlo empleado en una araucana, como lo vamos a ver al tratar de Fresolano.



Fresolano. Nombre propio.

Vuren, amargo; co, agua; lan, muerta. Febrés. -Ch.

Fresolano, Friso, Fenistón, Fitón, no son palabras de origen indio. -L.

No es término araucano. -A.

Fresolano, mozo de valor y fuerzas, primo hermano del cacique Quilacura, quien le acoge y hospeda en su casa; enamórase de su sobrina Glaura y en los momentos en que da arranque a su pasión, es sorprendido por una patrulla española y muere allí de un balazo que le atraviesa el pecho.

Este nombre de Fresolano y el de Friso que se registran en La Araucana (pp. 455 y 457), han sido alegados, en efecto, por algunos autores antiguos para sostener que Chile fue descubierto por los frisios en el siglo XI de nuestra era.

Corresponde la primacía en haber sostenido esta tesis en España al dominico fray Gregorio García, que gastó largos años de su vida en la composición de su erudita obra del Origen de los indios, cuya primera edición salió a luz en Madrid en 1607; si bien las fuentes y fundamentos en que se basa la teoría de que se trata aparecen en la reimpresión que de aquel libro hizo el sabio don Andrés González de Barcia más de un siglo después.

He aquí lo que al respecto de los frisios se lee en esta obra. Comienza el autor por manifestarnos lo que escritores antiguos han referido respecto a lo diestros que eran aquellos en la navegación y de cómo en el año mil algunos nobles para averiguar si era cierto lo que se contaba de que no existían más tierras que las descubiertas hasta entonces en el Océano del Norte, salieron de su país, llegaron a las islas Oreadas y desde allí a Finlandia, y después de navegar muchos días penetraron hasta el polo del norte (sic), donde, rodeados de espesa neblina, fueron de repente arrastrados a un gran remolino de agua que arrebató muchas de sus naves y el reflujo impelió a otras a tierras muy distantes, hasta aportar a una isla rodeada de escollos, en la que abordaron y hallaron gentes que vivían escondidas en cuevas, que usaban vasos de oro y plata, y que, yendo a embarcarse con cuantos de estos habían podido coger, fueron atacados de muchos gigantes que se apoderaron de uno de los frisios y se lo comieron a su vista, con lo cual dieron la vuelta rumbo a su patria y llegaron por fin a Brema, donde tributaron gracias a su Dios y a San Willehardo, su patrón, merced a cuya protección, según creían, habían escapado de tantos peligros.

«Supuesta la destreza en la navegación -aserto que acredita con testimonio de escritores de aquel país, continúa nuestro autor- y el deseo de ver cosas nuevas, procura Sufrido Pedro probar que los indios de Chile, y aun del Perú, desciendan de los frisios (en cuyo nombre quiere Boxhornio se comprehendan los holandeses) y lo prueba, porque Glaura, chilena, presa por don Alonso de Ercilla, refiriendo sus tragedias, dice ser de la antigua sangre de Frisia. Y de Friso, añade, parece derivaban el nombre de Fresolano, que usaba la familia, de que hace mención el mismo Ercilla.

»Demás de esto, el nombre de Chile o Chili, que de un valle de este nombre tomó todo el reino, (según Garcilaso) significa frío; y lo mismo en Frisia, y kildinghe llaman al frío los flamencos.

»En la ciudad de Santiago de Chile, prosigue nuestro autor, se hallaron águilas con dos cabezas, y en Frisia eran vulgares estas figuras».

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Tales son los fundamentos en que se apoyaría la creencia de que Chile habría sido descubierto y poblado por los frisios, algo después, naturalmente, de la fecha que se indica como del viaje inicial de exploración de aquellos sus primeros navegantes; si bien, para ser justos, cúmplenos decir que el mismo fray Gregorio García, o González de Barcia, refiriéndose aún a otros argumentos de menos valor alegados en pro de la misma tesis, los consideraban «no más eficaces» que los referidos.

Nuestras diligencias para encontrar el libro de Sufrido Pedro han resultado ineficaces, pero, afortunadamente, hemos logrado ver los otros dos en que se sostiene la teoría a que aludimos. Uno de esos es el de Martín Hamconio, dado a luz en el Monasterio de Westfalia (Münster) en 1619, que se intitula Frisia seu de viris rebusque illustribus, del cual traducimos el siguiente pasaje que se encuentra en la dedicatoria al príncipe Alberto, Archiduque de Austria.

«Que los frisos arribaron antes que los españoles y habitaron la América peruana, aparece, no sólo de las águilas pintadas y esculpidas halladas en Chile en diversas partes, sino también de Alonso de Ercilla, caballero de Santiago y paje del César Carlos V, quien afirma que Glaura, hija de un príncipe de la misma provincia, dijese ser originaria (nacida) de la antigua sangre de Frisón. Ni lejos de allí, lo que Diego Torres y los padres del Colegio Pacense escriben, que cerca de veinte años antes fue hallada una cruz de madera, sepultada en otro tiempo bajo tierra; la cual brilla con muchos milagros y declara certísimamente que allí hubo cristianos antes. Y aún más, entre ellos se oye hablar del rigor y frío de Chile, como acontece también con Cile o Kile aun en la misma Frisia».

Y más adelante en el comienzo del libro II:

«Y así volviendo más rico con el oro mexicano, primeramente la nación frisica con las riquezas espléndidas de América acumuló en Europa sus ganancias, y parece que ella fue la primera que trasportó colonos a Chile y plantó la cruz, que, hallada ahora, brillando, confirma con diversos milagros los misterios de la fe. Pues allí, interrogada no ha mucho la doncella prisionera por el ibero sobre su linaje patrio, responde ella era de los reyes de Frisia y nacida de antiguo linaje. Y aún más, se han hallado aquí, águilas como insignias en las casas, pintadas a usanza de los frisios, y nada digo sobre el nombre de Chile, que suena en Frisia frío muy riguroso, como aquí».

El otro autor a que nos referimos es Cassel, que en su Dissertatio filologico-historica de navigationibus fortuitis in America, publicada en Magdeburgo en 1742, se expresa como sigue:

«Entre los que en el curso de los tiempos llegaron a la América antes de Colón, se cuentan ciertos nobles frisones que tendieron sus velas (naves) a la bórea, para escudriñar el origen del mar, según la relación de Adam Bremense, De la situación de Dania, cap. 247, a mediados del siglo XI; y después de varios accidentes, después de tantas alternativas de sucesos, por casualidad arribaron a cierta isla, abundantísima de toda clase de cosas, y la cual ninguna otra pudo ser que la América, según las razones dadas por Adam, como creo haber probado claramente en la observación editada en el semestre anterior, relatadas acerca de la navegación casual de los frisones a la América realizada en el siglo XI».

Dejando aparte lo relativo a la cruz de piedra y a los milagros que se le atribuían, según la leyenda del jesuita Diego de Torres, que no atañen al campo que hoy exploramos, tenemos que, en resumen, Sufrido Pedro, Hamconio y Cassel fundan la creencia de que Chile hubiera sido descubierto por los frisios a mediados del siglo XI:

Primero: en la coincidencia que se advierte entre el nombre de Chile y su significado en la antigua Frisia, antecedente que no vale, por supuesto, la pena de detenerse a examinar ni por un momento. Con el propio motivo, y, acaso, con más numerosas pruebas en este orden, podríamos contar la opinión expresada por Martínez de Zúñiga, quien, después de haber encontrado algunas palabras casi de idéntico significado en araucano y en tagalo, llegaba a sostener que ambos idiomas reconocían una sola y misma fuente.

Segundo: las águilas de dos cabezas que los españoles hallaron entre los araucanos, figuras que eran vulgares en Frisia; y

Tercero: la respuesta que la india Glaura dio a don Alonso de Ercilla, y el nombre de Fresolano que llevaba uno de los indios celebrados por el poeta.

Antes de examinar estos dos últimos puntos de la controversia conviene que digamos quiénes eran los frisios a los que se atribuye el origen, o por lo menos el descubrimiento, de los indios de Chile en una época tan remota como aquella.

«Los Frisones o Frisios forman un grupo de tribus que comprendía a los Frisios propiamente tales, que se mencionan en el siglo I de nuestra era como establecidos en la región situada al Norte de la desembocadura del Rhin; a los   —460→   Chancos y otros más. Algunos de ellos figuran ya en la lista de tribus que da Tácito como existentes en la Germania.

»En la Edad Media los Frisios habitaban la faja ribereña del Mar del Norte (Oceanus Frisicus) desde el delta del Rhin hasta cerca de la boca del Elba. Su territorio fue incorporado en la monarquía de Carlomagno y pasó después, por el tratado de división de 870, al reino franco-oriental, formando parle de la Lotaringia.

»Desde 911 quedó separada la Frisia de la Lotaringia, comprendiendo siempre el litoral meridional del Mar del Norte y las islas antepuestas en la extensión arriba indicada. Carecía de una organización política como los demás ducados del Imperio, pero quedaba comprendida dentro del recinto de éste»160.

Volvamos ahora a las águilas de dos cabezas, comenzando por rectificar el aserto de que fuesen encontradas en la parte del territorio en que más tarde se fundó Santiago, siendo que, en realidad se hallaron mucho más al Sur, y especialmente donde el conquistador Pedro de Valdivia levantó la ciudad que llamó la Imperial. «Púsole este nombre, dice, en efecto, un documento contemporáneo porque en aquella provincia y ésta [Valdivia] en la mayor parte de las casas de los naturales se hallaron de madera hechas águilas de dos cabezas».

Y este era cabalmente el punto de partida que había tomado Justo Lipsio para sostener que los indios de Chile descendían de los antiguos romanos, «cosa que se tuvo por cierta», como lo expresa uno de los jesuitas más ilustrados que vinieron al país a mediados del siglo XVII, el P. Diego de Rosales, «por decir que en el valle Cagtén, que es la Imperial en Chile, se hallaron en las casas y portadas de los indios imágenes de águilas de dos cabezas, que eran insignias propias de los emperadores romanos, y que por eso se llamó Imperial la ciudad que en aquella tierra fundaron los españoles. De donde se colige que los romanos fueron los primeros pobladores de Chile, pues, no habiendo en todas sus provincias águilas de dos cabezas a quien poder retratar, que en Chile no las hay, es cierto que de los romanos heredaran estas imágenes e insignias».

El famoso jurisconsulto español Solórzano Pereira, haciéndose cargo de esta deducción, había dicho ya, que «aun cuando esto se le conceda por verdadero a Justo Lipsio, también hay águilas en aquellas partes y pudieron los indios dar en pintarlas o esculpirlas con dos cabezas»161.

Pero mejor informado el jesuita madrileño, que tenía también por su parte preparada una teoría que expresase el origen de los araucanos, no aceptó tampoco las deducciones de Justo Lipsio, y declaró, no sin ciertos asomos de burla, que era cierto que en sus casas usaban aquéllos palos labrados a la puerta, en forma de águilas de dos cabezas; «aunque con las circunstancias, añadía, descaece mucho de la verdad, por no ser forma de águila, ni pretender los indios copiarla, por no tenerla en su tierra, ni haberla visto de dos cabezas, sino que para la fortaleza de sus portadas ponen dos palos cruzados, cuyos extremos salen a un lado y al otro al modo de cabezas de águila; pero no porque ellos intenten poner semejantes armas en sus portadas, que ni usan ni las conocen, ni saben que haya águilas de dos cabezas»162.

Para apreciar en todo su valor las citas de Ercilla en que estriba el tercer argumento, debemos presentarlas íntegras.

El poeta en los pasajes de su poema (canto XXVIII) que tocan al asunto hace hablar así a la india:


Mi nombre es Glaura, en fuerte hora nacida,
hija del buen cacique Quilacura,
de la sangre de Friso esclarecida.


Y dos estrofas más adelante continúa aquella:


Trajo a mi tierra y casa a Fresolano,
mozo de fuerzas y ánimo valiente,
de mi infelice padre primo hermano
y mucho más amigo que pariente [...]



Saliendo Fresolano en mi presencia,


vuelve a repetir luego.

Y aun podríamos añadir nosotros que el poeta, entre sus heroínas, hace figurar también a Fresia:


Viendo que en todo el mundo era llamada
Fresia mujer del gran Caupolicano.


Queda por saber de dónde tomó Ercilla los nombres de Glaura, Fresia y Fresolano. ¿Son realmente araucanos, o demora invención del poeta?

Ya vimos lo que sobre ello dicen los lingüistas y cual es también la hipótesis sustentada por nosotros por lo que a Fresia se refiere.

Es punto menos que imposible atinar, después de esto, cuáles fueran los motivos que impulsaron a Ercilla a emplear esos nombres y, como esos, varios de los que se encuentran en su obra. Tenía que designar a sus héroes con algunos, cuando no supo los que llevaban en su lengua, que llegaran a sus oídos. No sólo la necesidad le puso en el caso de inventarlos, sino que, tal vez, quiso seguir a ese respecto la costumbre tan en boga entonces entre los escritores   —461→   peninsulares, de inventar nombres arcádicos, y de la cual no escapó el mismo Ercilla, que en la Galatea Cervantes fue designado con el de Lauso.

Sobre fundamentos tan débiles y en el fondo sin otra base que la del poema ercillano, estriba el supuesto descubrimiento de Chile por los frisios en el siglo XI.



Galbarino. Indio.

No es fácil determinar con precisión el origen de esta palabra, por las adulteraciones que ha sufrido en sus formas. La etimología que juzgamos más acertada es la siguiente: de hualle, especie de roble, y valin, valer, que vale o que es comparable a un roble, fuerte como un roble. -K.

Calhuarimo. Lana amarilla de la espiga del maíz. Guevara. -Ch.

Es poco probable que sea indio. -L.

No será nombre indígena. -A.

«No encuentro lo que es bari (no tenían la b) o, más exactamente, vari [...] Bari es componente de un guerrero (sic) araucano Garbarino (sic) que nos presenta Ercilla». Lin-calél, por Eduardo Ladislao Holmberg, Buenos Aires, 1910, página 314.

A determinar la procedencia indígena de tal nombre, acaso pueda servir la forma en que lo escribió el P. Ovalle en dos pasajes de su Histórica relación, como para alejar así la duda de que mediara una errata (pp. 356, t. I, y II, p. 9): «[...] y a uno [indio] que quedó entre los españoles, llamado Gualbarino, le cogieron [...]». «[...] al cual cortadas las manos, como a otro Gualbarino, enviaron a su tierra para poner espanto y miedo [...]»

Con este mismo nombre de Galbarino figura en el Arauco domado de Oña (Canto X, pp. 252 y 256):


Partieron Galbarino y Alcaguendo [...]


Y en esta última página con una de las formas empleada también por Ercilla (por la exigencia de la rima):


Era este Galbarin de mal respeto [...]


Galbarino, apresado después de la batalla de Biobio, es condenado a que se le corten las manos, que presenta una en pos de otra y sin inmutarse, al hacha del verdugo; arremete, en ese estado, contra un indio amigo que llegaba al campamento «cargado con un bárbaro despojo»; trábase en lucha con él hasta lograr echarlo al suelo y dejarle a bocados mal herido; así mutilado, se presenta ante una junta de los caciques y les perora exhortándoles a la venganza; sano ya, se adelanta en la batalla de Millarapue al frente de uno de los escuadrones indígenas, y después de la derrota es uno de los caciques elegidos por los españoles para ser ahorcados a fin de que sirviesen de escarmiento a sus compatriotas; pretende Ercilla salvarle la vida, sin lograrlo; en los momentos que preceden al suplicio, insulta a uno de ellos que pedía misericordia, y él como los demás, se cuelga por sus propios brazos de las ramas de los árboles.

La pintura que de él hace el poeta chileno como empedernido en la maldad, y


De quien jamás se tuvo buen conceto,


dista mucho de la hermosísima figura que desempeña en La Araucana. ¡Desgraciado anduvo siempre Oña al mencionar a los héroes de La Araucana!



Galbo. Indio.

Gualbo. Nombre propio.

Huall, en contorno, alrededor; co, agua. -Febrés.

Hua, maíz; lebo, parcialidad. -Valdivia y Febrés. -Ch.

Es poco probable que sea nombre indio, a no ser que haya alteración anormal, como si se toma por base la palabra gavùln, registrar mirando (Febrés). -L.

Es algo parecido a callvu (Febrés), calvu (Havestadt): azul. -A.

Galbo perece en el combate de Mataquito al rigor de la espada de Juan Gómez, que le abre el vientre.



Glaura. Nombre propio.

No hay motivo para fijarle una etimología araucana: la articulación gla es extraña a este idioma. Es una palabra griega, de la cual formaron los latinos Glicerium y los franceses Glicère.

Glaura es nombre que se encuentra en muchos libros, novelas y hasta en óperas: pero es verosímil que el poeta no lo haya tenido presente, y que en su lugar haya recordado a Laura, la amada del Petrarca, escritor que estaba entonces en todo su auge y que Ercilla estudió con detención. Entre Glaura y Laura no hay casi diferencia de sonidos. -K.

Gaun, lavar cualquier cosa; ragh, greda común. -Febrés. -Greda lavada.

Glamn, el consejo, aviso, instrucción, advertencia; ula, después, después que. -Febrés.

Quichanrag: greda lavada. -Ch.

Es poco probable que sea indio. Si lo fuera se podría pensar en (Febrés) gùlan, maíz mascado, quizás gùlanhua. -L.

  —462→  

La india se llamaría Calvùray (yo escribo Kallfùray) = callvù rayen, flor azul; mas al poeta le gustó trasformarlo en Glaura o le hizo recordar ese nombre.

Kallfùray era nombre muy común entre las mujeres indígenas. -A.

Pedro de Oña en su Arauco domado nos presenta una Glaroa, sin duda para no seguir de cerca el nombre de Glaura, de sabor tan europeo, o porque, acaso, así se dijera entre los indígenas:


Pero lo que se tiene por más cierto
es que Peteguelén, el viejo claro,
le tuvo en la bellísima Glaroa,
de que ella misma dicen que se loa.


Canto XVII, p. 450.                


La hipótesis sostenida por König creemos que algo se acerca a la verdad del propósito que el poeta tuviera presente al dárselo a la india, pero más que otra cosa, se nos figura que es simplemente arcádico, tan en uso en las novelas pastoriles. Como se sabe, Góngora designó a su amada con el de Glauca. Luis Tribaldos de Toledo, muy conocido entre nosotros por su Razón de las dilatadas guerras de Chile, publicó en Lisboa, en 1625, haciéndolas preceder de un Breve discurso, las Obras de Francisco de Figueroa, todas anteriores a 1573, en las que figura en varios pasajes un pastor que designa con el nombre de Glauco.

En la égloga VII de las Obras del Bachiller Francisco de la Torre, canta Glauco. Hoja 121 v.

Más aún: con el propio nombre de Glauro y Glaura, figuran dos personajes en El Bernardo de Valbuena (pp. 202 y 274 de la edición Rivadeneyra):


Salió a reconocer Glauro la tierra,
gran piloto y cosmógrafo persiano [...]



Tuvo el rey de Ayamonte, Cardiloro,
padre del que me trajo a mí a la guerra,
por hija a Glaura del cabello de oro [...]


A pesar de todo, existe un antecedente que da mucha fuerza a la existencia de la voz glauco empleada por Ercilla, cual es, el que la hallemos repelida por Monteagudo en sus Guerras de Chile, cuando dice en el Canto X, p. 239, que


Vimos [...]
a los glaucos, de rostro humano y feo [...]


Es sabido que glauco vale en griego, rubio.

Glaura, hija del cacique Quilacura, en los momentos en que se ve cortejada por Fresolano, es asaltada su choza por los españoles, que allí matan a ambos; escápase de aquel aprieto para caer luego en manos de dos negros, que la despojan de cuanto llevaba, a tiempo que la salva de ser ultrajada por ellos, Cariolán, que acude a sus voces y mata a los asaltantes, recibiendo en pago la voluntad y mano de la india; sorprendidos a su turno por otra partida de españoles, es apresado el indio, después de combatir con singular valor, para quedar al servicio de Ercilla, a quien se le presenta Glaura, cuando en la quebrada de Purén, Cariolán trata de salvarle la vida; reconócense los esposos y el poeta les concede allí la libertad.



Gracolano. Indio.

Ragh, greda; co, agua; lan, muerta. Febrés.

Así Chiappa, pero Raimán no aceptó esta etimología.

Si es nombre indio se puede relacionar con (Febrés) gùrclen, ser o estar de represa, o hinchado; «nürkülean significaría "estaré hinchado"». -L.

No sé explicarlo. Hay un boqui krako; lan, sería llanz (llang) con terminación española. Llanz es llanzka o llanca. -A.

Oña en su Arauco domado (C. IV, p. 128) dio cabida al nombre de este indio, sin variar en nada el que le señala Ercilla. ¿Considerábalo, pues, araucano? Si así fuese -pues su forma nos hace recordar, como salta a la vista, el nombre de los célebres romanos, los Gracos, que el poeta quisiera recordar en las hazañas de aquel indio- por nuestra parte nos atrevemos a indicar otra etimología, suponiendo que en su forma original fuese Gùñcun-lam, de «hacer fríos» y de lobo marino, o fiero como ese animal.

Según el poeta, Gracolano era «mozo esforzado, de gran disposición y atrevimiento», o al decir de Oña,


Mozo gallardo, fuerte y atrevido:


epítetos que se compadecerían bien con la etimología que proponemos, pero que, en realidad de verdad, podrían convenir igualmente bien a muchos otros de los indios celebrados en La Araucana. Según lo que en esta se lee, aparece en la junta que los indios tuvieron en Talcaguano para preparar el ataque a las fuerzas españolas acaudilladas por Hurtado de Mendoza; celébrase en ella especialmente su arremetida a la muralla del fuerte, dentro del cual quita a Martín de Elvira su lanza, para caer al fin en el foso de una pedrada que le hundió las sienes, y con su cuerpo atravesado de treinta y seis heridas.



Guacol. Guacolo. Indio.

Hua, maíz; colo, castaño. -Febrés. -Ch.

Tal vez por hue-colo, «gato montes nuevo». -L.

Colú, es pardo, castaño, según Febrés. No trae coló, como se dice.

  —463→  

Este colù; figura en apellidos, v. g., en Huentecùlu (Wenteholo): arriba, pardo.

No sé si Gua de Guacol o Guacolo es hua (wa), el maíz. -A.

Guacol, autor de la hazaña de haber dado muerte al monstruo marino que había arrebatado a su madre de la playa cuando se bañaba, fue padre de Gualemo y señor del valle de Quilacura.



Guacolda. India.

De gua, maíz, y collma, perdicita, avecilla: lo que querría decir: perdicita del maíz. -K.

No es imposible que el nombre sea indio, hua: maíz (Febrés) + cuùldu, bobo. Febrés-Hernández, Dicc. chileno-hispano, Santiago, 1846, página 15. Errata ùldu, después de la palabra cuù. Compárese Dicc. hisp.-chileno, p. 14. Bobo-cuùldu chucao. Cuùldu parece otra forma por (Febrés) cùylu, cosa fea, desagradable; así el significado podría ser «maíz feo o bobo». No creo que esta etimología sea muy probable, pero prueba al menos que el nombre parece componerse de elementos indígenas. -L.

No sé: la combinación ld es la l particular de Luis de Valdivia, que el oído castellano percibe así, como se nota en nombres geográficos, cual en Puqueldon y otros, que en araucano se escribe Paclon (yo escribo Pu kelon): los maquis.

Creo que el nombre es araucano, pero no sé qué hacerme con él. -A.

Guacolda, la amiga de Lautaro, celebrada por el amor que le profesaba y que le acompañaba en Mataquito en los momentos del asalto del fuerte por los españoles. Es la figura de mujer del poema que los dramáticos llevaron con más frecuencia al teatro, revistiéndola de un afecto y ternura sin iguales.



Guacón. Indio.

Conviene tener presente, aunque más como coincidencia curiosa, que entre los mexicanos existía la voz guacón, de que da testimonio el P. Acosta en dos pasajes de su Historia natural y moral de las Indias (II, pp. 79 y 440, ed. cit.): «esta fiesta del Itu la hacen disimuladamente hoy día en las danzas del Corpus Christi, haciendo las danzas del Llamallama y de Guacón [...]». «[...] Otras danzas había de enmascarados, que llaman guacones [...]».

Guacón perece en la batalla de los Catorce de la Fama a manos de Juan Gómez.



Gualebo. Río.

De gua, maíz, y de lebo, lugar poblado o asiento de la tribu. Así, pues, Gualebo deberá de ser el lugar donde los indios tenían maizales. -K.

Su traducción de «río que suena», es correcta. -B.

Hua, maíz; lebo, parcialidad. -Valdivia y Febrés. -Ch.

«Río del maíz», (Febrés) hua, maíz + leuvu o levu, río. -L.

Puede que sea Hualeufù.

No creo que lebo significa parcialidad; es lefo o l'fo, la romaza. Febrés lo escribe lùvù, lùvo. -A.

Observemos que Pedro de Oña menciona a una india con el nombre de Gualeva, lo que no tendría nada de particular, sino fuese que añade:


Llamando no Gualeva, sino Guale,
que en la chileña frasis tanto vale.


Canto VII, p. 169.                


Si aceptamos como exacta esta aserción -y no hay en verdad por qué ponerla en duda, sabiendo de quién viene-, insinuaríamos la etimología más apropiada para un nombre de río, como Huala-levu, de huala, ave acuática muy conocida en Chile, y levu, río: esto es, río abundante de hualas.



Gualemo. Indio.

De gua y de lemu, bosque: un maizal en el bosque o montaña.

Puede ser también de guall, en contorno, y de lemu, bosque. -K.

Y esta última, que es más expresiva: de gualu, murmullo, y de lemu, bosque. -K.

Gualemu. Su traducción del bosque que murmura es exacta. -B.

Nombre propio. Hua, maíz; lemu, bosque. Febrés. -Ch.

«Bosque del maíz» (Febrés): hua, maíz + lemu, bosque. -L.

Tal vez es lo que se dice. -A.

La existencia de tal nombre se justifica plenamente por lo que resulta de la pregunta 20 del interrogatorio de Juan Gómez en su pleito sobre los indios de Topocalma y de las respuestas que a ella dieron los testigos presentados:

«[...] pleiteó los indios de Gualemo, que son en esta ciudad de Santiago [...]». «[...] e después ha sabido que sacó por pleito los indios de Gualemo [...]». Medina, Documentos inéditos, t. XI, pp. 51 y 65.

Gualemo, «joven dispuesto», señor de unos mil vasallos, asiste a la junta para la elección de caudillo general y en ella se limita a probar el mantener el troncón; en otra reunión de los caciques, se adhiere a la idea de que todos destruyan   —464→   sus haciendas. Era hijo de Guacol, por cuya muerte sucedió en el señorío del valle de Quilacura.



Guamán. Indio.

No sería raro que viniera de gùman, llorar, llanto: querría decir llorón. -K.

Nombre, al parecer, inventado por el poeta. En el Perú es el halcón. -B.

Del quichua. Significa halcón. -Astaburuaga.

Hua, maíz; man, lado y mano derecha; tómase por buena suerte y suceso. Febrés. -Ch.

Tal vez por hueman. (Febrés) huema, primero; también puede ser abreviado de hue manque, «cóndor nuevo». -L.

Man no es sino mañque, el cóndor, y Gua, el mismo elemento misterioso que en los anteriores. -A.

Para nosotros, sin embargo, es casi seguro que tal nombre sea quechua, como que en el Perú en tiempos de la conquista se conocía un río así llamado.

«A dos leguas deste valle [Santa] está el río de Guamán, que en nuestra lengua castellana quiere decir río del Halcón [...]». Cieza de León, La Crónica del Perú, p. 420, ed. citada.

Debe tenerse presente que aquí en Santiago hay familia, de origen evidentemente peruano, que lleva ese apellido.

Guamán queda maltrecho por Olmos de Aguilera en la batalla de Marigueñu.



Guambo. Indio.

Huampu, canoa o embarcación. Valdivia y Febrés. -Ch.

Febrés: «huampu, cualquiera embarcación». La palabra viene del quecha huampu. (Middendorf, 428). -L.

Sea Huampo; pero tal vez es Hua y mepù (el ala).

Hoy día no se llama wampo a cualquiera embarcación, sino solamente a las canoas. -A.

Guambo sólo figura como uno de los que tomaron parte en los juegos celebrados después de las victorias que alcanzaron las armas indígenas.



Guampicol. Guampicolo. Indio.

De guampu, canoa, y de colù, colorado. -K.

Invención poética de Ercilla. -B.

Huampu, barco o navío; colù, castaño. -Valdivia. Huancù, algarrobo; colù, castaño. -Valdivia. Algarrobo. Prosopis siliquastrum. -Philippi. -Ch.

Quizás (Febrés) huampen, estar desvelado, en vela como centinela + colo = colocolo, «el gato montés en vela», huampecolo. -L.

Yo diría: Huam pi Colù: Huan dijo Colù. Se encontrarán formaciones análogas en mi citada obrita sobre los apellidos araucanos.

Parece que Colù es el cunza o cunpem de la familia. -A.

Guampicol perece en el asalto al fuerte de Penco por una bala de cañón.



Guancho. Indio.

Pu, pluralidad; am, ánima del hombre; chod, amarillo. -Valdivia.

Puancho es inmutación de pu antú, los soles o días. -Astaburuaga.

Puantù, los días. Raimán. -Ch.

Según Gay, Botánica, IV, 96, hay una planta (Baccharis concava) que se llama guanchu; pero el mismo autor da como sinónimo gaultro, y otros dicen vautro. Rosales, I, 246, dice guauchu. Quizás el nombre guanchu de Gay sólo se debe a errata. En los diccionarios no está el nombre. Tal vez puede pensarse en una alteración fonética de huenchu = huenthu: varón, hombre. (Febrés). -L.

No hay pu en eso, ni am, que así lo puedo jurar. Tal vez es alteración de huenchu, como se dice. Tal nombre lo hay todavía. Pero bien podría ser la raíz de wanchon o wantron: caérsele algo al sujeto, como a las flores los pétalos, a los bueyes los cuernos. No lo encuentro en Febrés, aunque es término muy común. -A.

Guancho muere en Marigueñu a manos de Olmos de Aguilera.



Guarcolo. Indio.

Huall, alrededor, en contorno; colù, bermejo, castaño. -Febrés.

De contornos bermejos. -Ch.

Quizás de (Febrés) huercùn, enviar; huercùlu, el que manda envía. -L.

No es = huall. Colo será colù; pero lo que significa Guar no lo sé. En Chiloé hay una isla Guar.

Huadcùlu, el que hierve. -A.

Guarcolo era hermano de Fitón y padre de Guaticolo.



Guarcón. Guarcondo. Indios.

Guarcondo. Nombre propio. Guarcontu, entrar alrededor; término militar principalmente. Raimán. -Ch.

Tal vez de huercùn, enviar. (Febrés). Un derivado: huercúntun, volver a mandar. -L.

Huarcon: es Huar y coñ hue (yo escribo koñwe): el cordero. -A.

  —465→  

Guarcondo es muerto en Mataquito por Juan de Villagrán.



Guaticol. Guaticolo. Indios.

Guaticolo. Probablemente de guachi, lazo, cordel, y de colú, colorado. -K.

Guaticol: Hua, maíz; tùculu, sembrar. -Febrés.

Huachiñ, un cordoncillo que ponen alrededor de las mantas; colù, colorado, bermejo. -Febrés.

Hua, maíz; thicùl, frangollo. -Id.

Hua, maíz; thùco, ovillo: lov, ranchería. -Febrés. -Ch.

«Frangollo de maíz» (Febrés), de hua, maíz + thicùl, frangollo. -L.

Huaticol (o): ¿por qué no poner huachi (de Febrés) trampita para coger aves?

Por metátesis sería el coliguato o colihuacho: tábano. -A.

Guaticol, hermano de Purén, combate con Juan de Gudiel en Tucapel, y es muerto por Andrea en Mataquito.

Guaticolo, de la tierra de Arauco, «vencedor de siete campos de solo a solo» y antecesor de Caupolicán en el cargo de caudillo de los indígenas, el cual pierde en desafío con Ainavillo, yendo a ocultar su vergüenza y su derrota en lo áspero de una sierra, donde le halla el poeta y logra que le conduzca a la morada de Fitón, tío suyo. Era hijo de Guarcolo.



Inga. Título de que usaban los reyes del Perú.

Así está escrita esta voz las tres veces que se la halla en La Araucana (pp. 12 y 13) y así también en los documentos de la época de la conquista y en muchos de los cronistas españoles, por ejemplo, Agustín de Zárate (cap. IX): «[...] tenía mandado el Rey, que en lengua de los indios se llama inga [...]».

Cieza de León: «Este Mangocapa fundó la ciudad del Cuzco, y estableció leyes a su usanza, y él y sus descendientes se llamaron ingas, cuyo nombre quiere decir o significar reyes o grandes señores».

«Llámannos a nosotros Ingas, escribía Pedro de Valdivia a Carlos V, y a nuestros caballos hueques Ingas, lo que quiere decir "ovejas de Ingas. Carta de 15 de octubre de 1550.

No mucho tiempo después; sin embargo, comenzó a predominar la forma inca, como así se llamó uno de los descendientes de aquellos reyes, vulgarizándola en las obras que escribió sobre el Perú y la Florida.



Itata. Río. Itatas. Indios.

El señor Asta-Buruaga, en las indicaciones y apuntes que ha tenido la bondad de proporcionarme, dice: «Etimología perdida; tal vez pudiera provenir del verbo ùthan, pronunciado aproximadamente itran, pastar el ganado».

Por su parte, el señor Wood A. sospecha que se derive de huiv, cosa larga y derecha, y toutou, canal. «Pero es posible, agrega, que no sea nombre araucano sino de origen peruano. Al menos, es circunstancia digna de notarse que en el Perú, en el departamento de Puno, existe un río llamado Ituata, nombre que se dice corrupción del verbo aimará ituchatha, apartarse».

Conversando con un indígena, y preguntándole qué era lo que entendía él al oír la palabra Itata, me explicó que provendría sin duda de tata, padre. No juzgo muy acertada la explicación, pero la doy aquí para manifestar hasta qué punto es preciso huir de la semejanza de sonidos, si se desea no incurrir en repetidas equivocaciones. -K.

Es muy difícil dar con la procedencia de este nombre. Deduzco que pueda ser el de una avecilla de sílabas duplicadas, como Biobío, esto es, ita-ita, y me fundo para ello en que existe una planta de flores rojas que se cría principalmente sobre los manzanos, llamada «medallita» o Ita-lalmen.

Los indios tenían costumbre de dar a sus yerbas medicinales denominaciones características, aludiendo a la virtud que les atribuían de curar a ciertas aves o pájaros determinados y de ser buscadas por estos para medicinarse. Incluían en su nombre, por consiguiente, el del ave a que especialmente estaban dedicadas. Así, a la albahaquilla le decían cachán-lahuen o canchalagua, la yerba o el remedio de la cachaña; a una planta vulneraria, llamada también clinclin, le decían Quetu-lahuen, el remedio del jote; al alfilerillo Llolqui-lahuen, el remedio de la loica; a la retamilla, Ñancu-lahuen, el remedio del aguilucho; y otros más.

De aquí saco la consecuencia que Ita-lahuen es la yerba de un ave llamada Ita, hoy desconocida o clasificada bajo otro nombre por los naturalistas; y como Ita-ita no es más que una plurificación araucana de animales o plantas pequeñas, pudo darse este calificativo al río o a la comarca en que abundaba aquel pajarillo. El uso más tarde sincopó la i central y se comenzó a decir entonces Itata. -B.

No encuentro etimología aceptable. -L.

Utan, pacer el ganado; ta, partícula equivalente al posesivo mi. -Raimán. -Ch.

Lo más probable es el origen aimará. Cachan lahuen: cachan no es la cachaña, como se dice;   —466→   Febrés trae bajo el término cachan, dolor de costado.

La «cachaña» se llama en araucano silqeñ.

Quetu no es jote, sino el pato quetru o quetro (Tachyeres cinereus). El jote se llama kanin = canin.

Lloiqui no será loica, tampoco; tal vez es lolkiñ.

Utan no es «pacer el ganado», sino ùtan; sería errata, pues; pero ta en ningún caso es partícula equivalente al posesivo mi, sino partícula exornativa, que no significa nada, absolutamente nada. Raimán no entiende su gramática; si no me cree, pregúntelo al Dr. Lenz, que se reirá a carcajadas. Este gramático trae en su Diccionario etimológico, Loiquilahuen. -A.



Jota. Cierta especie de calzado parecido a las alpargatas, conocido generalmente con el nombre de ojotas, que no es del caso describir aquí.

«Ojota llaman al calzado que allá usan, que es como alpargate o zapato de frailes franciscos abierto». Acosta, II, p. 124.

Así, Pedro de Oña, canto XVII:


Y de sudor brotando gruesas gotas,
que corren de la frente a las ojotas.


El P. Ovalle, hablando de los araucanos, Histórica Rel., I, p. 160, escribe: «Traen el brazo y pierna desnudo, y el pie calzado con la que llaman ojota, y es a manera de alpargate [...]».

En los dos pasajes de La Araucana en que se la nombra (pp. 269 y 284) siempre en aquella primera forma apocopada por las exigencias de la medida de los versos en que se halla. Es voz procedente del idioma quechua, definida ya por Oviedo y por muchos lexicógrafos modernos. Véase a Lenz, Diccionario etimológico. Bástenos pues de leer lo que este autor dice, con transcribir aquí la definición que da Garcilaso: «[...] el calzado que ellos traen, que llaman usuta, que es de una suela de cuero, o de esparto o cáñamo, como las suelas de los alpargates que en España hacen; no les supieron dar capellada, empero atan las suelas al pie con unos cordeles del mismo cáñamo, o lana, que por abreviar diremos que son a semejanza de los zapatos abiertos que los religiosos de San Francisco traen». Comentarios Reales, p. 202, segunda edición.

Y la noticia que respecto del origen de tal calzado da Cieza de León, p. 390, ed. Rivadeneyra: «Pusieron [los incas] en buenas costumbres a todos sus súbditos, y diéronles orden para que vistiesen, y trajesen ojotas, en lugar de zapatos, que son como albarcas».



Lambecho. Indio.

Lan, muerto; pichuñ, plumitas pequeñas de las aves. -Febrés. -Lan, muerto; huychon, apartar. -Valdivia. -Huechod, agujero o resquicio, como el de una cerca. -Febrés. -Ch.

Si es indio, es muy desfigurado, ¿quizás lanpe; viuda + che, gente? -L.

Lambecho: no sé. -A.

Lambecho no tiene otra figuración que su presencia en una revista de las huestes araucanas.



Lauca. India. Lauco. Indio.

Puede asegurarse que no es voz araucana. Aceptando la afirmativa, las etimologías serían las siguientes:

De ladcùn, estar triste, tener pena o sentimiento. -Corrupción de laucha, ratoncillo. -De lau, mitad, y de ca, otro. -De llagh, pedazo, y de ca, otro.

Las dos últimas parecen las más aceptables; pero es preciso notar que ca en composición va antepuesto, circunstancia que desvirtúa mucho su veracidad. -K.

Laun, pelarse como en curtiduría; co, agua. Febrés. -Ch.

Lauco. Tal vez «agua extendida», de (Febrés) lav, extendido + co, agua.

Lauca en chileno vulgar es la calva, peladura; derivado de (Febrés) laun, «pelarse como en la curtiduría», pelar a otro. -L.

No sé. -A.

Por lo que dice König y porque, aun suponiendo a esa voz de origen araucano, las etimologías propuestas vienen a carecer de sentido aceptable, nos inclinamos a pensar, o que Ercilla oyó mal el nombre cambiando a Lanco en Lauco, o que si lo escuchó en la primera forma, salió la impresión con una errata muy fácil de ocurrir, cual es la de poner u por n. Con la forma de Lanco, todo se facilita y se aviene al sistema araucano de designar a los individuos por nombres de plantas o animales, pues lanco es una hierba, de la que dice Oña (Arauco domado, C. VIII, p. 201), hablando de un herido:


Curole con su mano delicada
catorce y más heridas que tenía,
y por la más pequeña parecía
poder salir el ánima holgada,
con lanco, yerba de ellos usitada,
que en Chile por cualquier lugar se cría,
pero de tal virtud para este efecto
que el bálsamo con ella no es perfecto.


y que volvemos a verla celebrada en poesía por Álvarez de Toledo:


Los caballos sin freno sueltos pacen
la verde grama y granujento lauco,
yerbas que dondequiera en Chile nacen.


Purén indómito, canto XXIII.                


Siendo esta planta tan abundante y de tan prodigiosos efectos, no tiene nada de extraño   —467→   que su nombre lo llevase algún indígena, tal como sucedió con el quinchamali, por ejemplo.

El lanco es el Bromus stamineus y de sus cualidades medicinales hablaron también los cronistas Mariño de Lobera (Crónica, p. 52), Rosales (Historia general, I, 232) y otros. Confirma nuestra suposición lo que advierte Lenz (Diccionario, p. 423), tratando de la etimología de lanco: «Es, seguramente, antiguo nombre mapuche, que no está en los diccionarios [...]».

Lauca, hija y heredera de Millalauco, moza de quince años, a quien el poeta encontró herida en la cabeza en una de sus incursiones en el territorio araucano, la hace curar con yerbas, y confía en seguida a un indio ladino para que la encamine a su tierra.

Lauco muere en Mataquito a manos de Andrea.



Lauquén. Río.

Lavquén, el mar. -Febrés. -Ch. y L.

Lauquen será lavquen. -A.



Lautaro. Indio.

De lav, extendido, y tharu, el traro o guarro. (Polyborus o caracara vulgaris).

Esta etimología es del señor Asta-Buruaga, y a nuestro juicio, es la verdadera.

El señor Salamanca me da las derivaciones siguientes:

«Vendría este nombre de Lavtharu, cuya v se cambia a menudo en u, y significaría traro del mar, de lavquen, mar. Otra etimología sería la que lo derivara de Levtharu o Leutharu, traro corredor, por ser lev inflexión del verbo levn, correr. Ambas explicaciones me parecen bien; y aun cuando la de Lavtharu se aproxima más al nombre que la historia da al toqui araucano, aceptaría la que lo deriva de Leutharu, porque es forzada la idea que un traro venga del mar, y muy natural verlo correr o saltar.

»Don Diego Barros Arana en una nota de su Historia dice que Lautaro viene de Leutaru o Leuteru, derivada del verbo leutun (levtun), que significa acometer, o del adjetivo leuten, audaz, arrojado. Esta etimología guarda conformidad con el papel que desempeñó Lautaro, pero creo muy forzada la derivación de leutun o levten.

»Es digno de notar que en las listas que tengo de apellidos, o más bien dicho, de nombres propios de indios, no hay uno que provenga solamente de un verbo o adjetivo: son palabras compuestas, o bien de dos sustantivos o de un verbo o adjetivo, que agrega una cualidad al nombre sustantivo con que se junta, etc. Entre esos nombres hay muchos parecidos a Leutharu, como por ejemplo, Leviman, Levihueque, derivándose el primero de levn, correr, y mañque, cóndor, y el segundo del mismo verbo y de hueque, llama o guanaco».

Por su parte el señor Wood A. cree que Lautaro viene de Luan, guanaco, y tharu, el traro, o bien cualquier penacho que imite al de este pájaro. -K.

Me parece exacta la derivación de Lev-traru, que debe traducirse «traro volador», «ligero para volar». -B.

Laun, pelarse como en curtiduría; tharu, ave bien conocida. -Febrés.

Traro pelado. -Guevara. Traro: Polyborus vulgaris. -Philippi.

Diversas otras etimologías se han propuesto; pero ellas están más en armonía con la figura legendaria del héroe, que con la índole del idioma. -Ch.

Probablemente por Levtaro, «el traro ligero»; lev, ligero + tharu, el traro, ave de rapiña bien conocida (Febrés); caracara vulgaris. -L.

Traro pelado. -A.

«Lau de Lav, contracción de Lavken, laguna, y tharo, carancho: Carancho de la laguna. -J. F. S. lo descompone así: Lau Tharo, "traro con las alas extendidas, es decir, en actitud de volar"». Holmberg, Lin-calél, p. 333.

Lautaro es, sin disputa, la figura del poema ercillano que cuenta con hartas más pruebas de su verdad histórica que la de cualquiera otro de los indígenas que en él aparecen, sin excluir la del mismo Caupolicán. Su nombre y su actuación están tan de cerca ligados con sucesos importantísimos de los anales de nuestra nación, que el examen de la participación que en ellos le cupo demanda algunas páginas de nuestra Ilustración histórica. Bástenos, pues, aquí con que resumamos en unas cuantas líneas -cual lo hemos hecho respecto de los demás indígenas celebrados en La Araucana- sus principales rasgos biográficos, siguiendo siempre los dictados del poema, dejados aparte en este caso, por no ser necesarios, los comprobantes documentales de su nombre y existencia; que si hubiéramos de relatar con alguna prolijidad sus hazañosos hechos


[...] fuera necesario larga historia
para ponerlo extenso por memoria.


Cuando Ercilla previene en la Declaración que precede al texto de su poema que Lautaro era hijo de Pillán, se vale de una simple figura de retórica, pues eso equivale a decir que era hijo del diablo. Del verdadero padre del indio hace mención en el canto III (47-1-1) al expresar   —468→   que era «un cacique conocido». Fundado Thayer Ojeda en lo que depusieron dos de los testigos del proceso de Francisco de Villagra cuando afirman que después de la muerte de Pedro de Valdivia, los españoles, en represalia, quemaron al cacique Talcaguano, porque «decían que había dado mandado para que matasen al gobernador de Arauco, e que un hijo suyo fue capitán de los indios que lo mataron», llega a la conclusión de que, pues con esto último se alude a Lautaro, el padre del vencedor de Tucapel habría sido Talcaguano.

Córdoba y Figueroa (Historia de Chile, página 76) asevera que el nombre cristiano de Lautaro fue el de Felipe, sin que atinemos de dónde tal sacó, si bien su afirmación se aviene con lo que acostumbraban los españoles al designar con los nombres de sus reyes don Carlos y don Felipe a los indios de importancia por su nacimiento que tomaban a su servicio, habiéndose hecho famosos en este orden, aunque por causas muy diversas, aquel don Carlos descendiente de los soberanos de México, a quien el obispo don fray de Zumárraga condenó a la hoguera por delitos contra la fe que le achacaban, y Felipillo en el Perú, que calumnió a su soberano Atahualpa para apoderarse de una de sus concubinas. Y sin ir más lejos, a Chile trajo Diego de Almagro, aquel traidor de Felipillo, que se le huyó en Aconcagua con los indios de servicio y a quien, habido, mandó hacer cuartos.

Sea como fuere, el hecho es que Lautaro, siendo todavía «mochacho», había llegado a contar con la confianza y el cariño de su amo el gobernador Valdivia, a quien servía de caballerizo, según afirmaron algunos españoles sus contemporáneos (Docs. inéds., XXII, 249, 281, 565), o de paje, al decir de Ercilla (47-1-2). En ese carácter lo acompañaba, cuando en la batalla de Tucapel, al ver que los indios se pronunciaban en derrota,


Del amor de su patria conmovido,


abandonando el partido de su amo, comenzó a animar a los suyos a grandes voces: punto que toma el poeta para poner en su boca aquella arenga insuperable, joya de la literatura castellana. Y añadiendo luego la acción a las palabras, empuña una gruesa lanza y comienza con ella a pelear entre el grupo de los españoles, con tal denuedo, empuje y valentía, que en ese mismo punto


En él se resumió toda la guerra.


A la vista de semejante ejemplo, Caupolicán y sus amedrentadas huestes, arremeten nuevamente contra los españoles y logran por fin el más completo triunfo. Todo el éxito se debía a Lautaro,


Por quien fue la victoria, ya perdida,
con milagrosa prueba conseguida.


Desde ese momento, como no podía menos de ser, la figura del joven indio se impuso a los suyos, de tal modo, que cuando en la junta de los caciques y del pueblo reunido se festejaba el triunfo y se recibió la noticia de que una columna española aparecía en Elicura, Caupolicán, en el mismo punto, le nombra capitán y su teniente. ¡Eran los soldados que con Juan Gómez habían salido de Purén para acudir a la cita que les dio Pedro de Valdivia para Tucapel! Lautaro aceptó inmediatamente el cargo; escoge una «escuadra suficiente» y marcha a atacar a los españoles, para pelear con ellos en la batalla que llamaron de los Catorce de la Fama, a la cual, ya muy trabada, se presentó a la cabeza de cuatro mil indígenas; mata allí a Manrique, y se logra el triunfo con su ayuda. Al presentarse de nuevo ante Caupolicán, este pone a sus órdenes un escuadrón de gente escogida.

Lautaro es también quien señala la cuesta de Marigueñu para librar combate a los españoles, que al mando de Francisco de Villagra habían salido de Concepción para vengar la derrota de Tucapel: sitio estratégico de primera importancia, y en el cual distribuye y aposta el ejército araucano en posiciones las mejor elegidas, con órdenes precisas y acertadísimas respecto al momento en que debiera empezarse la lucha. Mandaba en esa ocasión diez mil hombres.

Es él, asimismo, quien dispone allí la arremetida a la artillería enemiga, manteniendo aún después del triunfo alcanzado, tal disciplina y con tan férrea mano, que


Si alguno de su puesto se movía,
sin esperar descargo le empalaba,
y aquel que de cansado se dormía
en medio de dos picas le colgaba.


Siempre al mando efectivo del ejército, se dirige luego a Concepción, ya desamparada de sus moradores, que es saqueada e incendiada. Allí recibe orden de Caupolicán para que con sus huestes se translade al valle de Arauco, como en efecto lo hizo, no sin que con nueva muestra de lo que era capaz su talento estratégico, llevase la marcha a gran prisa y por camino que en un momento pudo hacer creer a los mismos araucanos que eran los enemigos los que allí se presentaban. Abrázale a su llegada Caupolicán, dándole «prendas y honor de hermano caro». En la junta de los caciques que se celebra en aquel sitio, Lautaro se excusa de hablar después de aquel caudillo, renunciando a tal honor; modesto, a la vez que reportado, logra por su   —469→   intervención que no pasen adelante las violentas discusiones suscitadas entre algunos de los caciques allí presentes; se adhiere a las prudentes indicaciones de Colocolo respecto a futuros proyectos militares, y concluye por pedir que se le concedan solos quinientos hombres para marchar sobre Santiago, como en efecto se acordó.

Mientras tanto, al llegar los españoles al sitio de la destruida Concepción con propósito de reedificarla, se encuentran con que Lautaro, a la cabeza de dos mil indios, caminando de noche para presentarse allí, según sus planes, al amanecer, iba en orden bajando ya por las lomas que circundan aquel paraje. Salió a encontrarlos Juan de Alvarado con los suyos; trábase luego el combate; ceden los indígenas en la primera arremetida, pero retrocediendo en orden, se detienen en el paso de un puente, de donde los españoles se retiran al sitio fuerte; llegada la hora del medio día, que esperaba Lautaro como la más favorable para que se fatigasen los caballos, marcha, a su turno, en busca de los españoles, a quienes ataca dentro del recinto del pueblo, combatiendo allí, brazo a brazo, indios y españoles; Lautaro, que había sido el primero en penetrar, logra en el primer momento matar a dos de los soldados enemigos, y obtiene al fin la victoria.

Después de las fiestas que los indios tuvieron para celebrarla, y en las cuales no le da el poeta figuración alguna, resuelven en junta los caciques que se lleve a ejecución la jornada ideada por Lautaro contra la capital; elige hasta seiscientos soldados de los peores antecedentes morales que pudieron hallarse, marcha con ellos de paz hasta el Maule, y de allí en adelante lo lleva todo a sangre y fuego; con cuya noticia, a la que muchos no podían dar crédito, se despachó desde Santiago una partida exploradora, que al cuarto día de marcha, al amanecer, se encontró con los indios, quienes al primer choque la desbarataron, con muerte de un soldado, que, desmandado, pereció a manos de Lautaro.

Díjose en la ciudad que este se había fortificado, que allí le acudían multitud de indios que le llevaban comida y pertrechos en abundancia, y se añadía aún que bien pronto llegaría sobre ella.

Francisco de Villagra, a cuyo cargo estaba el gobierno, hallándose a la sazón enfermo, moviendo con ruegos y dádivas la gente más granada, la despacha a cargo de su primo Pedro de Villagra para que salga en demanda del caudillo indígena, a quien, marchando a toda prisa, fue a descubrir acampado a orillas del río Claro, para alojarse a media legua de aquel sitio: Lautaro sale entonces de su albergue, reconoce por sí mismo el campo español, hasta contar uno a uno el número de los que lo componían, y a su regreso hace soltar uno de los diez caballos de que en refriegas anteriores se había apoderado, que fue a llevar la alarma al alojamiento de los españoles; treta ideada por el indio para manifestarles que allí estaba y que no los temía. Los españoles, que hubieron de pasar la noche en vela, en cuanto amaneció siguieron en busca de los indios, que allí les esperaban, con orden expresa de su jefe de que en cuanto se trabase la pelea, fingiendo huir, se metiesen en el fuerte, para igualar allí las armas y librarse de la acometida de los caballos; si bien, por suerte para los asaltantes, las disposiciones de Lautaro no se cumplieron sino en parte, pues no pudiéndose contener los indios, hicieron rostro antes de tiempo, no sin que los españoles se viesen obligados ante la furia de aquellos a salir más que de prisa del recinto a que en parte habían penetrado, seguidos en su retirada por algunos a más de una legua de allí, hasta que Lautaro los llamó a recogerse,


Lleno de enojo y de rabiosa pena


por el poco «sustén de su mal regido campo».

Había ya dispuesto la retirada, considerando inútil continuar con tan poca gente la empresa comenzada, cuando de nuevo los españoles se encaminaban a probar la mano; tres veces acometieron y otras tantas tuvieron que retroceder, hasta que, por extremo fatigados y todos heridos y desangrados, tuvieron que desistir de su vano empeño, yendo a alojarse, camino de Santiago, al pie de un cerro, seguros de la campiña, por la que ni un indio se divisaba.

Pero, tal conducta de Lautaro era una simple estratagema de su parte. Los españoles, sin ser tampoco molestados, se retiraron al día siguiente otras tres leguas, hasta hacer alto en cierta ranchería, y al cabo de permanecer allí dos días más, sin que pareciese todavía indio alguno por aquellos contornos, Marcos Vesa y otro de los soldados españoles se atrevieron a acercarse al fuerte, y allí, desde lo alto, dándoles seguro, le habló Lautaro al primero para decirle las condiciones que ofrecía, si no quería que prosiguiese su campaña. Mostrole, a la vez, cómo contaba ya con caballos, haciendo que seis indios montados se paseasen delante del español para mostrárselos. Desafiole entonces este a combate singular, sin llegar a concertarse. Trató aún Lautaro de engañarle, haciéndole creer que se hallaba falto de provisiones, en espera de que se pasase todavía algún tiempo para que pudiera realizarse la estratagema que tenía ideada, que era nada   —470→   menos que desbordar las acequias que cruzaban aquellos contornos para inundar el terreno naturalmente gredoso y lograr así que los caballos se atascasen en el lodo y acometer entonces a los españoles.

Receloso Villagra de aquella singular declaración del indio, luego comprendió que estaba a pique de un gran peligro, y sin esperar más, en las sombras de la noche puso espuelas y tomó camino de Santiago. Viendo, así, Lautaro que su ardid había fallado, ese mismo día emprendió su retirada al sur, y al cabo de tres jornadas fue a detenerse a orillas del Itata. De allí, con alguna más gente, volvió a emprender nuevamente su marcha al norte, y caminando con su presteza acostumbrada, al llegar a Mataquito tuvo nueva por un indígena que en Santiago se sabía de su marcha y que todo estaba en la ciudad preparado para su defensa. Mudó con esto de intento, juzgando que era inútil proseguir adelante con tan pocos elementos y resolvió desde luego atrincherarse en un sitio bien defendido por la naturaleza, que inmediatamente reforzó cuanto le fue posible.

Allí se hallaba cuando Francisco de Villagra, que volvía con alguna gente de la Imperial, fue a alojarse en aquellas inmediaciones, del todo ignorante del sitio que ocupaban los indios. Comenzaba su marcha al despuntar de la aurora del día siguiente y él acaso hizo que encontrara a un indígena que le informó del sitio en que estaba fortificado Lautaro, y sabedor también de que de Santiago había salido un escuadrón de treinta soldados animosos, les despachó un emisario para decirles que apresuraran su marcha y se reunieran allí con él, como en efecto lo hicieron al día siguiente; y caminando en seguida toda la noche, guiados por el indio, fue a detenerse, antes que aclarara, sin ser de nadie sentido, junto al fuerte en que estaba atrincherado Lautaro. Con el aparecer de la aurora acercose algo más, hasta penetrar, por fin, súbitamente, en el reducto araucano, donde todos, bien descuidados, dormían aún. Lautaro, que al decir del poeta, estaba en brazos de su amante Guacolda, desnudo como se hallaba y sin más armas que el manto revuelto al brazo, fue el primero que al sentir el ruido de la acometida enemiga saltó de su lecho, y salía ya a la puerta de su toldo, a tiempo que una flecha de alguno de los indios que acompañaban a los españoles iba a traspasarle el corazón. Según Errázuriz, ocurrió este hecho el 1.° de abril de 1557.

Por lo dicho se verá que Lautaro fue el gran táctico y el brazo derecho del ejército araucano; para ello se aunaron sus dotes naturales a lo que pudo aprender en el trato que cultivó con hombres de una raza más adelantada de la que él procedía, y si no tiene su nombre la resonancia que el de Caupolicán, no olvidemos lo que observaba un glorioso milite español, contemporáneo suyo: «porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda, que el mesmo capitán que se lo ordena». Don Quijote, P. I, cap. XIII. Sus hechos desde que abandonó el servicio de Valdivia y se convirtió al de su patria, lugar tendremos de estudiarlos a la luz de los documentos, no sin que ahora terminemos su relación con el retrato que de él nos ha dejado el poeta:


Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,
de gran consejo, término y cordura,
manso de condición y hermoso gesto,
ni grande ni pequeño de estatura;
el ánimo en las cosas grandes puesto,
de fuerte trabazón y compostura,
duros los miembros, recios y nervosos,
anchas espaldas, pechos espaciosos.




Lebopia. Indio.

Corrupción de leuvu, río, y pillu, el pillo, ave acuática. (Ciconia maguaria). -K.

Lebo, parcialidad; pillu, un ave mayor que cigüeña, come sapos, culebras, etc. -Valdivia y Febrés.

Pillo. Voz incorporada al lenguaje chileno. -El ave Ciconia maguaria. -Philippi.

Parcialidad del Pillo. -Ch.

«El río está blanco, luciente»; Febrés: leuvu, río + piaun, estar muy albo, luciente, blanco. -L.

Si levo significa parcialidad, no puedo decirlo, porque hoy día no se conoce. Lebu es, sin duda, lefo, la romaza. Pia no puede ser el pillu, porque este término nunca entra en combinación con otro para formar nombres apellidos, como tampoco levo o lefo.

Tengo en mi colección los nombres Wechipian y Manchipian de dos hermanos. An es antù, pi, dijo; luego: Wechi, dijo sol, y Manchi, dijo sol. Antù es el apellido de la familia. Creo que wecki y manchi eran unos sonidos de estornudo que dieron de sí estos araucanos al nacer. Y así nuestro Lebopia habría dicho lefo, o le oyeron semejante sonido, por eso le llamarían Lefo pi antù y al poeta le convenía mejor Lefopia. Leufù, río, no lo he encontrado como primer elemento de apellidos compuestos. -A.

Lebopia, cacique que en unión de Mareguano y Gualemo, que gobernaban tres mil guerreros, deseando en todo señalarse, llega de los primeros a la junta para la elección de caudillo de las huestes araucanas; sostiene allí durante cuatro horas y media el grueso leño; toma parte y se distingue en el ataque a las fuerzas de Alvarado   —471→   cuando fue a repoblar a Concepción, y una bala de cañón le lleva, entre otros, durante el asalto al fuerte de Penco; y, por último, vésele aspirar al mando después de la muerte de Caupolicán; si bien, para no afirmar que el poeta ha incurrido en contradicción al presentarle todavía entonces vivo, y conformándonos a lo advertido por él, tendríamos que referir esto último a un indio de ese mismo nombre, sucesor o hijo del de que se trata.

Oña nos presenta también a Lebopia en su Arauco domado, canto VI, p. 148.



Lemolemo. Indio.

Duplicación de lemu, bosque o selva. -K.

Lemu, monte de arboleda, bosque. Valdivia y Febrés. -Bosque tupido. Raimán. -Ch.

«Bosque». Febrés: lemu, bosque. -L.

Conforme. -A.

Lemolemo, cacique que contaba con seis mil hombres de pelea, arriba a la junta destinada a la elección de caudillo supremo de los indios; muéstrase en ella pendenciero y arrogante y compite en la prueba del troncón durante siete horas; en el combate de los Catorce de la Fama mata de un porrazo a Gabriel Maldonado; conduce la retaguardia del ejército araucano al asalto de la Imperial y se distingue en el combate contra Alvarado en Concepción; se allega al parecer de Colocolo en la junta en que se acuerda despachar a Millalauco al campo español de la Quiriquina, y, por último, después de las derrotas araucanas, se aviene a que todo se destruya para hacer con más eficacia la guerra al enemigo.



Leocán. Leocano. Indio.

De leu o lev, inflexión de levu, correr, y canin, que se apocopa en can, gallinazo: gallinazo corredor.

Correr es, propiamente neculn, y levu, envuelve la idea de correr con velocidad. -K.

Palabra de la invención de Ercilla. -B.

Otro tanto creo que puede decirse de Leocato, Lepomande, Leucoton y Livantureo. -B.

Leocan: Leu, apócope de leuvu, río; cañ, cántaro. -Valdivia y Febrés.

Leo canin, gallinazo corredor. -K.

Gallinazo o jote, cathartes aura. -Philippi.

Leocano: Leu, de leuvu, río; caniu, plumaje. Valdivia. -Ch.

Leocan. Leocano: «el jote ligero»; (Febrés) de lev, ligero, kaniu el jote (cfr. Estudios araucanos, VI, 1). -L.

Can es kaniu la cresta (de gallo), no el plumaje. Kanin, el jote, no se emplea en apellidos. ¿Qué será Leo? Tal vez lef, pero no se diría Lefkan, sino Lefikan; Kaniulef, este nombre hay sí, pero no Lefkan. El poeta hizo con el nombre lo que quería. -A.

Todo lo que el poeta dice de Leocán (a quien en ocasiones para la medida del verso llama Leocano) es que fue padre de Caupolicán.



Leocato. Indio.

Lo mismo que el anterior. -K.

Tal vez «el que corta ligero»; lev + (Febrés) cathùn, cortar. -L.

Hay el apellido Katrù-leufù; pero no Lenfù-katrùi, porque no puede ser. El poeta dio vuelta a los elementos por arbitrariedad, como sucede en realidad en los apellidos araucanos, v. g.: Lefi-pan, Pani-lef, o Pani-lefi; Keupùan-tù; Antùken-pù; Filumilla, Millafil; sólo que por casualidad, no con Leufù. Katrù-l'eu (fu) es apellido muy común, pero no puede haber L'eukatrù, porque el primer elemento de la combinación no se apocopa nunca.

El poeta trocó el nombre Katrù-l'eu en L'eukatrù, como si yo dijera Filmilla, en lugar de Millafil.

Leocato fue el viejo aquel, pariente de Caupolicán, que mató de un porrazo a Valdivia cuando acababa de ofrecer al caudillo indígena abandonar el país si le concedía la vida. Nombrole así, quizás, el poeta, por el parentesco que le atribuye con Caupolicán, hijo de Leocán.



Lepomande. Indio.

Tal vez de lepùn, barrer, limpiar, y antù, sol, que se ha convertido en ande: sol limpio, claro.

La etimología es algo forzada y es probable que la palabra sea inventada por Ercilla. -K.

«El que espanta, hace volar o el que limpia el sol»; de (Febrés) «lepùmn, espantar aves, animales, hacerlos huir; barrer, limpiar o desembarazar» + antù, sol, día. -L.

Lepùmn no es «barrer», ni lo era nunca; lepùn (v. a.) es barrer, lepemn echar a uno a correr. Admito la etimología «sol echado a correr», que es muy clara. No hay duda. Oyendo usted a los indígenas pronunciar lepemn, luego me daría razón. -A.

Por nuestra parte nos atrevemos a pensar, desde luego, que la voz es de origen araucano, alterando naturalmente sus componentes para adaptarla al castellano. Esos componentes serían: levn, correr, o, quizás mejor, leuvu, río; y mañque, buitre; resultando así Leuvumañque, buitre del agua o buitre corredor.

  —472→  

Lepomande, primo de Mareande, aparece en el poema como uno de los caciques que fueron a combatir a Juan de Alvarado en Concepción; gana allí gran crédito; señálase también en uno de los torneos y en cierta revista de las huestes araucanas, y, finalmente, como pretensor al mando supremo después de muerto Caupolicán.



Leucotón. Indio.

Ercilla ha empleado una vez la voz Leocotón (página 70) y otra la de Leucatón (página 50) y no menos de doce Leucotón; por donde es de suponer que esta sea la de que realmente quiso usar y que las otras dos apareciesen por errata, tanto más cuanto que del contexto del poema se deduce que todas se refieren a una misma persona. Debe, pues, quedar Leucotón.

Tal vez de lev, ligero, y de coten, tostar: el que tuesta con ligereza. -K.

Leu o leuvu, río; co, agua; tun, coger, tomar. -Valdivia y Febrés. -Río que recibe las aguas. -Ch.

Tal vez, «tostar ligero», de (Febrés) lev, ligero + (Febrés) coturn o coten, tostar; o de (Valdivia) cothu, bueno, «estoy ligero bueno». -L.

Coten no es tostar, sino kotùn; pero no forma apellidos, ni tun, tomar, tampoco.

Yo creo que debe escribirse Leucaton, y que es otra vez la inversión de Katrù-l'eu con terminación castellana, meramente arbitraria; luego: «Cortose el río».

Se dice: cothu, bueno (Valdivia). Parece que esta ortografía es errónea. Kochi es dulce (o también kochù); pero kotrù (= cotrù) es agrio, salado.

Ni Valdivia ni Febrés tienen kotrù, y a mí me costó mucho aprender su pronunciación distinta. Ni el uno ni el otro adjetivo forma apellidos. -A.

El P. Ovalle escribió Leucatón: «[...] y para remediarlo mandó Lautaro al capitán Leucatón que embistiese con sus cuadrillas [...]». I, p. 342.

Leucotón, mozo animoso, membrudo y valiente, que en la batalla de Tucapel combate solo contra dos españoles, mata a Pero Niño en la de Purén; en la de Marigueñu, al mando de un escuadrón confiado a su valor, arremete a la artillería española, de la que logra apoderarse; se hace notar por su empuje entre los que combatieron a Juan de Alvarado cuando fue a la repoblación de Concepción; en las fiestas que para celebrar después de eso sus victorias tuvieron, sale vencedor de Orompello en el arrojar la lanza; se mide luego con Rengo, y segunda vez con Orompello, obteniendo al fin que se le premie con una «cuera» de malla guarnecida de oro; figura, por último, en uno de los alardes del ejército araucano, y luchando cuerpo a cuerpo con Bernal de Mercado en la de Millarapue.



Licúreo. Valle, campo.

Adjetivo que el poeta usó en dos pasajes (61-4-8; 126-4-5):


Y las sombras del sol se retraían,
cuando el Licúreo valle descubrían.



En el licúreo campo ya lo vistes [...]


y que inventó formándolo de Elicura, voz de que ya se trató.

Entiendo liq, blanco, kereu, tordo: tordo blanco. -A.



Ligua. Región.

De ligh, blanco o plateado, y gua, maíz; o quizás de lligua, el adivino o el que adivina. -K.

Estoy conforme: Liq y wa, maíz blanco. Pero no lligua, el adivino, porque los indígenas no dan tal nombre a un lugar. ¿Quién sabe si lligua es el adivino?, lliwan, hoy día significa «notar algo»; adivino es pelon o wilel. -A.

«Caña de azúcar se comienza a dar muy buena en lo que llaman la Ligua, veinte leguas de Santiago, costa de aquel mar del Sur, a la parte del norte». González de Nájera, p. 26.



Lincoya. Indio, valle.

De ligh, y coyan, roble: roble blanco. -K.

Linco, ejército de gente, multitud; yana, criado, paje. -Valdivia y Febrés. -Esclavo, servidor de todos. -Ch.

Tal vez: (Febrés) llùm, cosa escondida, secreta, oculta > coyam, el roble «el roble escondido». También puede ser (Febrés) linco, ejército, multitud + yag, un árbol. -L.

Es lighen la plata (de Febrés) con koyam, el roble. Hay apellidos Lincura y Linghencura (hoy se escribe Liencura), pero lin es otra vez lighen, mal escrito u oído. Lighen (yo escribo liqen) es muy usado en apellidos. -A.

Lincoya, cacique «de propoción y altura de gigante», a quien seis mil indios le obedecían, llega de los primeros a la junta para la elección de caudillo del ejército de su patria; es, después de Caupolicán, el que durante más tiempo sostiene sobre sus hombros el troncón de la prueba; tiene a su mando dos escuadrones en la batalla de Purén, donde es gravemente herido por Cortés; promete fidelidad a Caupolicán; acude a Concepción para oponerse a Juan de Alvarado, señalándose allí por su esfuerzo; pelea en Biobio al mando del primero de los escuadrones araucanos y en esa ocasión hiere gravemente a Hernán Pérez, y después en Millarapue, donde delantero, resiste todavía en la retirada de los suyos; se ofrece a destruir su hacienda para   —473→   oponerse mejor al enemigo, y figura, por fin, entre los que pretendían suceder a Caupolicán.



Longobal. Indio.

El primer elemento es, sin duda, mapuche: lonco, la cabeza; el segundo será huala (wala), que en nombres se abrevia en wal, el pato chileno, Fulica chilensis, la huala; de consiguiente, Longobal será castellanizado por Loncohual', «cabeza de huala». -L.

Sin duda lonko y wala, cabeza de wala. Este último término se apocopa formando wal. Es muy común. -A.

Este nombre aparece una sola vez en La Araucana, de tal modo que no es posible decir si el poeta lo apocopó por causa de resultarle una sílaba de más escribiendo Longonabal, que es como se le ve escrito en otras fuentes, v. g., en la carta de Bastida ya otra vez citada, que da tal nombre a cierta región -que en estos casos tanto vale como si se tratara de un apellido, por lo que en otro lugar ya se expresó-: «[...] a prima noche se salieron a uña de caballo, por Longonabal, a la ciudad de los Infantes [...]». Pág. 496. Y en la Histórica relación del P. Ovalle, que lo aplica a un cacique: «[...] comenzó Longonabal, que era cabo del primer tercio, a marchar [...]». II, p. 13. «[...] y del estado de Arauco envió a Longonabal tres escuadrones [...]». Pág. 22.

Longobal pereció en Mataquito a manos de Pacheco.



Longomilla. Indio.

Loncomilla: de lonco, cabeza, y milla, oro: cabeza de oro. -K.

Lonco, cabeza, cabello; milla, oro de este color. -Valdivia y Febrés. -Ch.

«Cabeza de oro»; Febrés: lonco, cabeza + milla, oro. También se puede traducir «el oro de la cabeza o del pelo». -L.

Conforme. -A.

No pocos nombres indígenas de los primeros tiempos de la conquista se encuentran terminados en milla. Pedro de Valdivia mencionaba a Gualtimilla y a Quilimilla en un documento fechado en 1545 (Docs. inéds., t. XI, p. 405 y 406). El cambio de Lonco por Longo fue también frecuente: el mismo Valdivia habla de Longopilla (Id., id., 401). Respecto de Longomilla, ningún chileno ignora que ha sobrevivido hasta hoy en el nombre de un río de la provincia de Talca, célebre por la batalla que allí se dio en una de nuestras contiendas civiles.

Loncomilla pereció en el asalto al fuerte de Penco, destrozado por una bala de cañón.



Llaucos. Indios.

Tal vez, Febrés: llagh, parte, pedazo, mitad + co, agua: «mitad o parte de agua». -L.

¿Será una tribu de indios?



Llauto. Ercilla cuidó de definir esta voz en la Declaración que puso a su obra, para que se entendiesen los versos en que la empleó (269-5-6; 284-4-4; 505-3-6):


Dánles jotas, llautos y vestidos [...]



Jotas, llautos, chaquiras y listones [...]



Le dio un lucido llauto de oro puro [...]


diciendo que «es un trocho o rodete redondo, ancho de dos dedos que ponen en la frente y les ciñe la cabeza; son labrados de oro y chaquira, con muchas piedras y dijes en ellos, en los cuales asientan las plumas o penachos, de que ellos son muy amigos; no los traen en la guerra, porque entonces usan celadas».

También está su definición en el apéndice de voces indígenas que lleva la obra de Oviedo, que parece copiada de La Araucana; sólo que en lugar de chaquiras que dice el poeta, ¡se puso perlas!

Oña se creyó, asimismo, en el caso de decirlo que debía entenderse por esa voz, expresándolo de manera por extremo concisa: «tocado como diadema». Hállase dos veces en el Arauco domado (canto II, p. 34, y XIII, p. 340):


Adórnanse de huinchas y de llautos,
con piedras que deslumbra quien las mira [...]



El tiene el rico llauto de chaquira [...]


Y otras tantas en el Purén indómito de Álvarez de Toledo, canto II, p. 52, y X, p. 196:


Un llauto de chaquira le pusieron
de varia pedrería por corona [...]



Sentados a su modo en la floresta,
los capitanes todos con el llauto,
insignia del oficio preheminente,
Anganamón propuso lo siguiente.


En nuestro concepto, es voz que procede del aimará, en cuya lengua llautha vale «arrollar las piezas del paño, esteras y otras cosas así», según la definición del P. Bertonio; y de ahí el llauto, que se envolvía en la cabeza; Middendorf, sin embargo, afirma ser procedente del quechua.

Eran de uso corriente en el Perú, pues Cieza de León en su Crónica habla de ellos como de cosa corriente: «[...] y para ser conocidos [los indios de Loja] tienen sus llautos o ligaduras en las cabezas»; debiendo advertir que el cajista o corrector de pruebas para quien no sonaba tal voz, escribió llanto, en este pasaje y en el otro a que aludíamos: «Andan [los chachapoyas] vestidas ellas y sus maridos con ropa de lana, y por las cabezas usan ponerse sus llautos, que son la señal que traen para ser conoscidos en toda parte». Páginas 410 y 427.

En el mismo yerro de que hablamos incurrió   —474→   el editor de la relación del viaje de Cortés Ojea, que se publicó en el Anuario hidrográfico de Chile, t. V, p. 505.

De los cuatro párrafos en que el Inca Garcilaso habla del llauto en sus Comentarios Reales, copiaremos este: «Lo que el Inca traía en la cabeza era una trenza llamada llautu, ancha como el dedo merguerite, y muy gruesa, que venía a ser casi cuadrada, que daba cuatro o cinco vueltas a la cabeza [...]». Página 108, segunda edición.

Según el doctor Lenz, la faja parecida que usan los mapuches la llaman trari-lonko, «la amarra del pelo».

No sé. Llauto. Hoy día se dice trarù lonko o trari-lonko. Puede ser que antiguamente lo llamaban llautu. -A.



Mailongo. Indio.

Tal vez (Febrés) mayen, negar + lonco, cabeza, maye-lonco «cabeza que niega»; o bien = marilonco «diez cabezas». -L.

Admito: Mari-lonko. Mayen no se conoce ya; main es consentir, asentir, dar la afirmativa. -A.

Mailongo pereció en la batalla de Marigueñu de un altibajo de Bernal de Mercado, que le abrió desde 1a cabeza hasta el pecho.



Mallén. Indio.

Mallun es coger papas. Probablemente, también es construcción de madi y lleghu, brotar o nacer las plantas o árboles. -K.

Malle, llaman el sobrino y sobrina a su tío paterno; n, hace activos a los nombres. -Febrés. -Cierta tierra también. Raimán. -Tener tíos. Ser emparentado.

Malen, abreviación de malghen, mujer. -Febrés.

Ma, esto es; len, ciprés. Febrés. -Ch.

(Febrés =): malle, una tierra blanquizca; o malle, tío paterno (Febrés). -L.

Entiendo malghen, mujer, que habría sido un sobrenombre de este indio. Apellido no es. -A.

Sospechamos que Mallén sea simple mutación de Mallehue, nombre que llevaban ciertos indios de que habla Álvarez de Toledo en su Purén indómito (canto XIX, p. 380):


Los mallehues también menospreciaban
a sus señoras, y con gritos fieros
les llamaban de perras y mitayas [...]


La figura de Mallén es, ciertamente, una de las más interesantes del poema ercillano, no celebrada hasta ahora como se merece. Es necesario que la veamos. Herido en Mataquito malamente en el brazo izquierdo, se oculta detrás de un paredón del fuerte, y cuando siente que ha cesado el rumor de la batalla, abandona su escondite por ver si hallaba alguno de sus compañeros que le vendase su herida, y al notar que todos yacían allí muertos, él mismo se degüella por no sobrevivir a la derrota de las patrias huestes. ¡Qué acción más heroica y más admirablemente preparada por el poeta con el discurso que pone en boca del indio antes de suicidarse!



Mangle. Árbol.

«Con este nombre se conocen seis o siete especies de árboles muy diferentes: Avicennia nitida, mangle blanco; avicennia tomentosa, mangle prieto, etc.». «Voces americanas empleadas por Oviedo», Historia general de las Indias, t. IV, p. 602. Véase también la interesante descripción que trae Alcedo, Diccionario, t. V, páginas 114-115. Hoy está incorporada esta voz en el léxico de la Real Academia.

Recuérdese lo dicho en la Ilustración XIV a propósito de su empleo en La Araucana, página 254.



Mapocho. Región.

De mapu, tierra, país, y che, gente, multitud; gentes de la tierra.

Es error muy común traducir esta palabra por tierra de gentes, tierra muy habitada, y hasta el mismo señor Barros Arana ha aceptado en su Historia esta opinión general, deduciendo de esta manera que el valle del Mapocho estaba muy poblado en la época de la conquista.

Mapuche es una voz equivalente a las de pehuenche, picunche, huilliche, que se traducen por gentes de los pinares, gentes del norte y gentes del sur. ¿Por qué en mapuche habríamos de seguir una regla distinta?

La traducción que damos es la lógica, atendida la regla ordinaria de construcción. Es digno de notarse, además, que los indios se llaman así mismos mapuche, sin aplicar esta denominación a ninguna comarca o valle del país. -K.

Nunca he podido convenir en que Mapocho sea sinónimo de mapuche, «gente del país», como lo sostienen todos los que hasta aquí han señalado el origen de esta palabra, porque, siendo mapuche un término genérico que corresponde a todos los indígenas de Chile y que todos se lo han atribuido como distintivo de su raza, no se comprende por qué había de haber sido en una época un calificativo peculiar a una localidad determinada, la ocupada por los habitantes del llano que dominaba el cerro Huelenguala, a cuyo alrededor se habían agrupado. Hay que buscar el origen de este vocablo en otra parte.

Durante la dominación incásica, en una fecha   —475→   más o menos remota, Santiago había sido propiamente un cuartel general o un puesto de concentración de las fuerzas peruanas, desde el cual se vigilaba la marcha de la conquista o se tenía en observación el movimiento de las inquietas tribus del país, en continua rebelión contra los invasores.

En Santiago y en sus alrededores tenían indudablemente su residencia un Apo o gobernador militar, un curaca principal encargado del régimen civil, un comandante de los mitimaes traídos del Perú, un superintendente de los tamenes o indios de carga, a quienes correspondía la movilización de los bagajes del ejército, y otros empleados más.

En Apoquindo estaba la fortaleza del gobernador, que tal es la significación de su nombre, o el cuartel de su escolta militar, lugar estratégico por excelencia; en Talagante se encontraba la colonia de los mitimaes, cuyo jefe llamado Michimalongo, esto es, cabeza o capitán de mitimáes, fue tomado por los cronistas como un cacique cualquiera y no como un funcionario público, sin fijarse que su propio nombre indicaba su categoría; en los cerrillos del Apochame, a la orilla derecha del río, se aglomeraban «los tamenes del Apò», que tal es la significación de Apochame; ahí mismo estaba el administrador Incagorongo, que también los cronistas tomaron por un cacique, siendo en realidad el jefe encargado de la distribución de las aguas del inca, Inca-co-lon-co, y en Vitacura tenía su residencia el curaca principal de la tribu, no siendo Vitacura un sitio o localidad sino un título honorífico: huitran-curaca, «curaca principal, curaca elevado, primer curaca».

Estas afirmaciones, que más que históricas son deducciones geográficas y filológicas, se conforman en todo con las ligeras apuntaciones de los historiadores de la invasión de Valdivia, y más que todo, con el sistema y procedimientos de colonización que eran habituales entre los peruanos en sus conquistas.

Así como el ejército en movilización llevaba consigo un cuerpo de tamenes para la conducción de sus bagajes, es natural suponer también que en Santiago se organizara otro de indios del país, de entre los vencidos y propios para la carga. Se les designaría con el nombre Apotamenes o Apochames, esto es: «tamenes del gobernador», como lo indica el nombre de los cerrillos, o mapu-tamenes, mapu-chames, «tamenes del país». Esto es, si en realidad no se usaban los dos términos indistintamente, o se adoptó el segundo como más conforme a la índole del idioma del país.

De mapuchames a mapochos hay corta distancia, de manera que puede adoptarse esta etimología como probable para explicar el origen de Mapocho. Los mapochos primitivos habrían sido, así, con propiedad, los indios cargueros de las tropas del Inca.

Sin embargo, hay otra derivación posible. Si Maipu era el nombre del llano en que tenían sus posesiones los indios de la comarca, estaba en la índole del idioma llamar maipuches a sus habitantes. En este caso, mapocho no sería indio carguero, sino «gente del llano». Esta etimología es, por lo menos, más respetuosa que la otra y, tal vez, también más exacta. -B.

Se ha propuesto por algunos autores y es aceptada la forma mapu che: gente de la tierra.

El señor Astaburuaga nos habla de lo poblados que eran estos campos a la llegada de los españoles, y que muy especialmente componía ese núcleo el elemento antiguo peruano. Se hace subir a ochenta mil la población coetánea al descubrimiento. «De lo que tomaba la comarca el nombre de "tierra de gente" (mapu y che); después siguió aplicándose al río».

König adopta la misma forma y traduce: gente de la tierra.

Observa que mapuche es una voz equivalente a las de pehuenche, picunche, huilliche, que se traducen por gente de los pinares, gente del norte, gente del sur.

«Es digno de notarse, agrega, que los indios se llaman a sí mismos mapuche, sin aplicar la denominación a ninguna comarca o valle del país».

Me permito disentir de la opinión sostenida por tan doctos autores, y de la acepción geográfica que enuncia el señor König.

Pedro de Valdivia, en sus célebres cartas, escribe Mapocho, tal como lo hacemos hoy.

Ercilla, Oña y Álvarez de Toledo acentúan y escriben Mapochó.

En todo caso es muy señalada la conservación de la vocal o, que es llena, que, si se tratara de una vocal débil, no cabría duda que su cambio por otra semejante habría sido seguro, según la índole del idioma.

Estimando como auténtica la forma que hasta ahora se conserva, insinúo la siguiente etimología:

Mapo o mapu, patria, habitación (en cuanto a región de residencia) o tierra; chod con d suave, que pudiera haberse perdido: cosa amarilla. -Valdivia y Febrés.

La pérdida de una consonante final es frecuente en el lenguaje hablado.

De ser admisible esta suposición, se traduciría: «tierra o comarca amarilla».

No cuadra está acepción ante la idea tan aceptada,   —476→   y que es posible sea la verdadera, que deriva esta palabra de mapu y che.

Respecto a la concepción geográfica de este nombre es, como lo hace presente el señor König, que «no aplican la denominación Mapuche a ninguna comarca o valle del país».

Y debe notarse que a ninguna tribu; pues las designaciones pehuenches, huilliches, etc., no se las asignan a sí mismas las tribus así nombradas, que ellos son mapuches únicamente, sino que sus vecinos se las dan en relación a la región que habitan.

En consecuencia, no hay parcialidad o tribu alguna que sea designada mapuche, en el sentido en que a otras se las designa huilliches, picunches, etc.

Y así como todas las grandes familias geográficas de esta raza se denominaron unas en relación a las otras moluches, pehuenches, huilliches, etc., todas hablan una misma lengua «mapuche (o mapunche) dùmu, el habla de los hombres del país; y ellos son mapuches gente de la tierra»163.

Sería interesante saber la época en que aparece en la historia la denominación mapuche, tanto para la raza como para el idioma, ya que ellos nunca han sido araucanos nada más que entre los extranjeros.

Siglo y medio más tarde, el Padre Febrés en su Arte de la Lengua de Chile dice: «Chillidugu, mapudugu, la lengua o idioma chileno». Más tarde en las postrimerías del siglo XVIII, el Padre Havestadt imprimía su célebre obra y la titulaba: Chilidugu.

Lo que es hoy, nuestros aborígenes se llaman a sí mismos mapuches, y a su habla: mapuche dunu. -Ch.

El nombre de la región de Santiago es, según Mariño de Lobera, Col. de Hist., VI, 45, Rosales, I, 384 y otros, mapuche, lo que se debe traducir «gente de la tierra»: así se llaman hasta hoy los indios de Chile en oposición al español.

No me parece probable que realmente haya sido una denominación usada entre los pobladores primitivos como nombre propio, sino que los primeros conquistadores hayan tomado la denominación de la gente para esta región muy poblada. El nombre se fijó muy temprano en la forma de Mapocho. La traducción «tierra de gente» no me parece aceptable. -L.

No acepto ninguna de sus etimologías.

Havestadt, tomo II, pág. 949, da los nombres de los ríos de Chile, y respecto del Mapocho escribe:

«Mapuchu, ad cuius marginem sita est Jacobopolis», etc.

No puede haberse equivocado en la composición de la palabra, ni pondría chu, si se tratara de che.

En esta combinación significa Mapu el continente y chu el contenido (comparar la Gramática mía, pág. 23), v. g.: kiñe mapukachilla, un trigal, supuesto que chu también sea sustantivo; pero podría ser también algún verbo, lo que es menos probable.

En cuanto sé yo, los araucanos daban a los ríos los nombres de las regiones que atraviesan y por eso tienen varios nombres.

Choca que un río tenga el nombre de Mapu; por eso debo admitir que aquella tierra tenía anteriormente este nombre.

Hay que averiguar lo que es chu. -A.



Mareande. Indio.

Advertimos que en la edición príncipe de la Primera Parte del poema salió escrito Marcande, por yerro de imprenta.

Parece corrupción de mari, diez, y antù o anti, el sol: diez soles. -K.

Mari, diez; antù, el sol y el día. Valdivia y Febrés. -Ch.

Diez soles o diez días. Febrés: mari, diez = antù, día o sol. -L.

Conforme. -A.

Es voz que se ha conservado en los documentos. Como acontecía de ordinario, del nombre de este indio provino el del lugar en que vivió, que estaba junto a Concepción, y su repartimiento fue encomendado primeramente por Pedro de Valdivia a Juan Gómez, y después, Hurtado de Mendoza se lo quitó a Juan Díaz, a cuyo poder había pasado, y se lo encomendó nuevamente, «[...] e visto por el dicho señor Gobernador [Pedro de Valdivia] le dio y encomendó en la dicha ciudad de la Concepción, al dicho Juan Gómez, los indios de Mareande [...]». Declaración de Lope de Ayala, apud Medina, Docs. inéditos, t. XIV, p. 143. «[...] e por lo que ha servido a Su Majestad, el dicho señor gobernador don García Hurtado de Mendoza le encomendó [a Gómez] el repartimiento que dicen Mareande, que solian ser de Diego Diaz, en término de la dicha ciudad de la Concepción [...]». Declaración de Pedro de Aguayo, Id., id., p. 164.

Mareande, mozo, alto de cuerpo, membrudo y de presunción grande, tuvo a su cargo en la batalla de Tucapel un escuadrón de piqueros, que se abre para dar paso a Bobadilla y algunos otros españoles y dejarles así envueltos y matarles; adelantándose en seguida a los suyos,   —477→   resiste otra acometida de diez españoles a quienes Valdivia envía al ataque y les da muerte también; aparece más tarde distinguiéndose entre los que combatieron a Juan de Alvarado cuando intentó repoblar a Concepción y en los juegos que se verificaron para celebrar las victorias de las armas patrias como diestro en el arrojar de la lanza, cual lo hizo en la revista del ejército araucano antes de la batalla de Biobio, y, finalmente, entre los pretensores al mando supremo después de la muerte de Caupolicán. Era primo de Leponande.