Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

1361

Se cita tantas veces ese juicio crítico de Voltaire, aunque es, en realidad bien poco conocido, -al menos para los lectores del habla castellana-, y reviste tal importancia por su procedencia (si bien nada más que por ella) que hemos querido traducirlo para insertarlo aquí, pues seguros estamos de que será leído. Es como sigue:

«Hacia el fin del siglo XVI, la España produjo un poema épico célebre por algunas bellezas particulares que en él brillan, tanto por la singularidad del tema, y cuanto más notable aún por el carácter de su autor.

«Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, gentil-hombre de la Cámara del Emperador Maximiliano II, se educó en la Casa de Felipe II y combatió en la batalla de San Quintín, en la que los franceses fueron derrotados. Felipe, que no se halló en esa batalla, menos celoso de adquirir gloria en el extranjero, que de arreglar sus negocios internos, regresó a España. El joven Alonso, arrastrado por insaciable deseo del verdadero saber, es decir, de conocer a los hombres y de ver mundo, viajó por toda la Francia, recorrió la Italia y la Alemania, y residió largo tiempo en Inglaterra. Durante su permanencia en Londres, oyó decir que algunas provincias del Perú y Chile habían tomado las armas contra los españoles, sus conquistadores. Diré, de paso, que esta tentativa de los americanos para recobrar su libertad, es considerada como rebelión por los autores españoles. La pasión de gloria que abrigaba y el deseo de ver y acometer cosas extraordinarias, le arrastraron a esos países del Nuevo Mundo. Partió a Chile a la cabeza de algunas tropas, y allí permaneció durante todo el tiempo de la guerra.

«En las fronteras de Chile, del lado del sur, existe un pequeño país montañoso, habitado por una raza de hombres más robustos y más feroces que todos los restantes pueblos de América: combatieron por la defensa de su libertad con más valor y durante más largo tiempo que los otros americanos, y fueron los últimos que los españoles sometieron. Alonso sostuvo contra ellos una guerra larga y penosa, corrió peligros extremos, vio y ejecutó las acciones más extraordinarias, cuya sola recompensa consistió en la honra de conquistar rocas y en reducir a la obediencia del monarca de España algunas regiones incultas.

«Durante el curso de esta guerra, Alonso concibió el proyecto de inmortalizar a sus enemigos, inmortalizándose a sí mismo. Fue a un mismo tiempo, el conquistador y el poeta; gastó sus intervalos de descanso que la guerra le permitía en cantar los acontecimientos; y, a falta de papel, escribió la Primera Parte de su poema en pequeños trozos de cuero, que tuvo en seguida harto trabajo en arreglar. El poema se intitula La Araucana, del nombre del país.

«Comienza por una descripción geográfica de Chile, y por la pintura de los usos y costumbres de los habitantes. Este principio, que sería intolerable en cualquier otro poema, es aquí necesario, y no nos choca tratándose de un asunto en que la escena se desarrolla más allá del otro trópico, y en la cual los héroes son los salvajes, que nos habrían sido en absoluto desconocidos, si él no los hubiese conquistado y celebrado. El tema, que era nuevo, ha hecho germinar ideas también nuevas. Como muestra presentaré una al lector, cual chispa del hermoso fuego que anima, a veces, al autor.

«Los araucanos, dice, se manifestaron muy admirados al ver a criaturas que parecían hombres, llevando el fuego en sus manos, y montados sobre monstruos que combatían a su mando, les tomaron en un principio por dioses bajados del cielo, armados del trueno y seguidos de la destrucción; y entonces se sometieron, aunque con pena; pero en seguida, familiarizados con sus dominadores, conocieron sus pasiones y sus vicios y se persuadieron que eran hombres; entonces, avergonzados de haber sucumbido ante mortales como ellos, juraron de lavar su error en la sangre de los que lo habían ocasionado y de ejercitar sobre ellos una venganza ejemplar, terrible y memorable.

«Es oportuno dar a conocer aquí un pasaje del canto II, cuyo tema se asemeja bastante al principio de La Ilíada, y que, habiendo sido tratado de diferente manera, merece ser presentado al lector imparcial. La primera acción de La Araucana es una querella que nace entre los caudillos de los bárbaros, como en Homero entre Aquiles y Agamenón. No sobreviene la disputa por causa de una cautiva; se trata del mando del ejército. Cada uno de estos caudillos salvajes pondera su mérito y sus hazañas; al cabo la disputa se enciende de tal modo, que se hallan próximos a irse a las manos; entonces, uno de los caciques, nombrado Colocolo, tan viejo como Néstor, pero menos favorablemente prevenido en su favor que el Héroe griego, hace la siguiente arenga:

Caciques, del estado defensores...

«El viejo propone entonces un ejercicio digno de una nación bárbara, de cargar un pesado madero y otorgar el honor del mando a quien lo sostenga durante más largo tiempo.

«Como la mejor manera de perfeccionar nuestro gusto es comparar reunidas cosas de la misma naturaleza, opóngase el discurso de Néstor al de Colocolo; y, renunciando a esta adoración que nuestro espíritu, justamente impresionado, rinde al gran nombre de Homero, pésense las dos arengas en la balanza de la equidad y de la razón.

«Después que Aquiles, aleccionado e inspirado por Minerva, la diosa de la sabiduría, ha dado a Agamenón los epítetos de borracho y de perro, el sabio Néstor se levanta para suavizar los ánimos irritados de estos dos héroes y habla así:...

«Su arenga resultó infructuosa: Agamenón aplaudió su elocuencia y rechazó su consejo.

«Considérese, por una parte, la destreza con que el bárbaro Colocolo se insinúa en el ánimo de los caciques, la respetuosa dulzura con la cual calma su animosidad, la majestuosa ternura de sus palabras, cómo le anima el amor de su país, cuánto penetran su corazón los sentimientos de la verdadera gloria; con cuánta prudencia alaba su valentía, reprimiendo su furor; con cuánto arte no discierne a ninguno la superioridad; es un censor y un panegirista ilustre: así, todos se someten a sus razones, confesando la fuerza de su elocuencia, no por vanas alabanzas, sino por una pronta obediencia. Que se juzgue, por otra parte, si Néstor se manifiesta bastante cuerdo al hablar tanto de su sabiduría; si es medio seguro de atraer la atención de los príncipes griegos, rebajarlos y ponerlos por debajo de sus abuelos; si la asamblea toda puede oir con agrado a Néstor que Aquiles es el más valiente de los caudillos allí presentes. Después de comparar la presuntuosa y descortés palabrería de Néstor con la arenga modesta y mesurada de Colocolo, la odiosa diferencia que establece entre el rango de Agamenón y el mérito de Aquiles, con la porción equivalente de grandeza y de valor atribuida con arte a todos los caciques, que el lector decida: y si hay en el mundo un jefe que consienta de buen grado en que, por el valor, le prefiera un subordinado: si hay alguna asamblea que pueda soportar sin protesta a un hablador, que hablándole con desprecio, elogie, a sus expensas, a sus predecesores: en tal caso, podrá Homero ser antepuesto a Alonso en este caso concreto.

«Es cierto que, si Alonso es, en un solo pasaje superior a Homero, se halla en todos los restantes muy por abajo del más insignificante de los poetas, se admira uno de verle caer tan abajo después de haber tomado un tan alto vuelo. Hay, sin duda, mucho fuego en sus batallas; pero ninguna invención, ningún plan, completa falta de variedad en las descripciones, ninguna unidad en el plan. Tal poema resulta más bárbaro que los pueblos que informan el argumento. Hacia el final de la obra, el autor, que es uno de los primeros héroes del poema, ejecuta durante la noche una larga y pesada marcha, seguido de algunos soldados; y para entretener el tiempo, hace nacer entre ellos una disputa tocante a Virgilio y principalmente sobre el episodio de Dido. Alonso aprovecha esta ocasión para contar a los soldados la muerte de Dido, según la refieren los antiguos historiadores y, a intento de desmentir mejor a Virgilio y de restituir su reputación a la reina de Cartago, se entretiene en discurrir durante dos cantos enteros.

«Por lo demás, no es pequeño defecto del poema que conste de treinta y seis cantos muy largos. Puede, con razón, suponerse, que un autor que no sabe o que no puede detenerse, no es apto para abrazar carrera semejante.

«Tan gran número de defectos no ha impedido al célebre Miguel de Cervantes el decir que La Araucana puede ser comparada con los mejores poemas de Italia. El amor ciego de la patria ha dictado, sin duda, semejante juicio al autor español. El sólido y verdadero amor de la patria estriba en hacerle bien, y a contribuir a su libertad en cuanto nos sea posible; pero disputar únicamente sobre nuestros autores nacionales, preciarse de contar entre nosotros mejores poetas que nuestros vecinos, es más bien necio amor de nosotros mismos, que no amor de nuestro país». Voltaire, Essai sur la Poésie épique, capítulo VIII, «Don Alonso de Ercilla».

 

1362

Ecole de Littérature, tirée de nos meilleurs Ecrivains, par M. l'Abbé de la Porte, 2 tomos en 8.º, publicados por primera vez en 1763 y reimpresos en 1768, en París. En esta última edición, que es la de que nos valemos, se trata de Ercilla en las pp. 388-395.

 

1363

Véase, si no. El poema «comienza por una descripción geográfica de Chile y por la pintura de los trajes y costumbres de los habitantes. Este principio, que sería insoportable en cualquier otro poema, se hace aquí necesario y no desagrada tratándose de un asunto que se desarrolla más allá del otro trópico, y en el que los héroes son salvajes que habrían permanecido siempre ignorados si no los hubiese conquistado y celebrado. El tema, que era nuevo, ha hecho nacer pensamientos nuevos».

Presenta la traducción de la arenga de Caupolicán y la compara con la de Néstor en La Ilíada.

El viejo Colocolo propone entonces una prueba digna de una nación bárbara, cual era, la de cargar un grueso tronco para que el que lo sostuviese por más largo tiempo fuese investido del mando. Trascribe la arenga de Néstor, y sin pronunciarse, desde luego, sobre cual de ellas sea mejor, advierte sí, que «se renuncie a esa adoración que nuestras almas justamente influenciadas tributan al gran nombre de Homero; pesad, concluye, las dos arengas en la balanza de la equidad y de la razón».

Y después de dar la primacía al trozo de Ercilla, añade: «Il est vrai qui si Alonzo est, dans un endroit supérieur a Homère, il est dans tout le reste au dessous du moindre des poetes. On est étonné de le voir tombé si bas, après avoir pris un vol si haut. Il y a sans doute beaucoup de feu dans ses batailles, mais nulle invention, nul plan, point de varieté dans les descriptions, point d'unité dans le dessein. Ce poème est plus sauvage que les nations qui en font le sujet».

 

1364

Hállase en las pp. 190-199 del tomo VII de Quate Saisons du Parnasse. J. M. Quérard, La France littéraire, t. III, París, 1829, 8.º, p. 443, añade que Grainville había traducido también del español el poema de La Música, de Iriarte, seguido de otro sobre el mismo asunto, que vertió del latín al francés.

Además de no pocas obras manuscritas; se conocen de él Le Carnaval de Paphos, París, 1784, 12.º; Ismène et Tarsis, novela en verso; Les Etrennes du Parnasse, (1778-1789), 2 vols.; Le Pantheon ou les Dieux de la Fable represénté par des figures, París, 1790; La Fatalité, 1791. Tradujo, además, del italiano tres opúsculos, y del latín Los remedios de amor, de Ovidio. Colaboró igualmente en algunos periódicos literarios.

 

1365

La principal de las obras de Langles fueron sus Monuments anciens et modernes de l'Indoustan, 2 vols. en folio, cuya publicación empezó en París en 1821 y que no logró ver terminada.

La noticia de haber emprendido la traducción de La Araucana la tomamos de un artículo de M. Raynouard, de que luego tendremos ocasión de hablar, inserto en el Journal des Savants, Septiembre de 1824, pp. 526-538.

 

1366

El bibliógrafo norte-americano Mr. Joseph Sabin, en la página 220 del tomo VI de su Bibliography, es quien tal apuntamiento trae. El hecho de no citar la de Mr. Gilibert de Merlhiac, el que ésta se publicase en ese año de 1824, y, todavía, el antecedente, que nos parece decisivo, de que Raynoaurd no la mencione, siendo que escribía precisamente en dicho año, recordando las anteriores de Grainville y de Langles, nos inducen a afirmar lo que expresamos. Posiblemente, Sabin confundió al que llama Lavallée con este último, tomando como fecha de la traducción que le atribuye, la de su muerte, que coincidió, además, con la aparición de la versión de Merlhiac. ¡Esos bibliógrafos!

 

1367

Fuentes: Arnault, Jouy, Jay et Norvins, en la Biographie nouvelle des contemporains; J. M. Quérard, La France littéraire: Hoeffer, Nouvelle biographie générale.

 

1368

Por ejemplo, la especie de que hubiera peleado en San Quintín, de que el poema lo publicase por primera vez en 1577, y, por último, que Ercilla falleciese hacia el año de 1603.

 

1369

He aquí la descripción del libro:

-L'Araucana, / pöeme héroïque / de / Dom Ercilla, / traduit, pour la première fois, et abrégé du texte espagnol / par /Gilibert de Merlhiac, / Chevalier de St.-Louis, / Membre et Associé de plusieurs Sociétés Savantes. / (Monograma dentro de una viñeta.) Paris, / Chez Igonette, Quai des Augustins, Nº 27. / - / 1824.

8.º, de 83 por 137 milímetros. -Anteportada: Araucana. -v.: De l'imprimerie de Jean Crauffon -Port. -v. en bl. -2 hojas s. f. con la dedicatoria al contra-almirante Halgan, y Notice biographique sur Don Ercilla. -Pp. 963, con el Discours préliminaire. -Pág. bl. -Texto de La Araucana, pp. 265-264. -Notes du traducteur, pp. 265-274. -No hay división alguna de cantos, ni siquiera de partes.

 

1370

Por ejemplo, cuando cabalmente al comenzar el poema, sustituye a la hermosísima invocación de Ercilla, una que abarca más de dos páginas, y que principia así: «Dieu des Ampurs, ma Muse s'eloigne, a regret, de tes autels et des bocages fleuris d'Amathonte...» (...) son, ni en bibliografía alguna se halla siquiera mencionado su libro: vacío este último tanto más de lamentar, cuanto que el apuntamiento del literato que lo describe resulta bien extraño: ¡los ocho primeros cantos impresos en Burdeos y luego el I y el XXXVII en la India! Pase lo del lugar, puesto que el traductor pudo y debió cambiar su vecindad de un continente a otro, por causas que desconocemos, alguna comisión oficial, quizás; pero ¿a qué reimprimir ese canto I con uno que se dice XXXVII? De tal modo resulta esto anómalo, que creemos que debe de mediar alguna errata, cual sería la de haber suprimido una X en el número del canto que se intitula I, que sería el IX, por consiguiente, que era el que seguía al VIII, impreso ya en Burdeos.