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91

Ercilla se limita a decir que el desembarco se efectuó (286-1-5) «con la presteza que convino»; pero el número de días que indicamos consta de la pregunta 34 del interrogatorio de Juan Gómez, ya mencionada: «a cabo de cuatro días salió a tierra».

 

92

Así lo dice Ercilla (286-1-7, 8:)


Pasaron a la tierra sin ayuda
más que el amparo de la noche muda;



y lo repite todavía en el poema en dos pasajes más: 286-1-6 y 287-1-6.

 

93

«... y para ello envió a don Felipe de Mendoza, su hermano, con alguna de la gente que con él iba, de la más principal y escogida por el dicho don García...» Pregunta 4 del interrogatorio de Tristán de Silva Campofrío, Documentos, p. 10.

 

94

La Araucana, (285-3-7, 8). También lo dijo en su respuesta a la pregunta 5 del interrogatorio de Irarrázabal (Documentos, página 31), que fue otro de los «jóvenes lozanos» que desembarcaron, y volvió a consignarlo más tarde en Madrid, contestando a la pregunta 4 del interrogatorio de Silva Campofrío (Id., p. 103.)

Por lo tocante al número de esos soldados, Irarrázabal (Documentos, p. 29) lo fijaba en 110; Juan de Ahumada (Colec. de Docs. inédts., XXIII, p. 310) lo limita a sólo 100. «Los tres testigos, observa con este motivo el señor Errázuriz, tomaron parte en la construcción del fuerte. Preferimos el aserto de Ercilla, no sólo por el cuidado que ponía en recoger datos y la exactitud de sus afirmaciones, sino también porque en esto rectifica lo aseverado por Irarrázabal». Don García, nota, en la página 33.

 

95

La Araucana, (286-2-7, 8): hecho que Oña expresó así (canto IV, p. 96:)


Antes que defendiera el sol su lumbre,
al fresco despuntar de la mañana
amaneció subido nuestro bando
con árboles la cima coronando.


 

96

Ercilla señala ese tiempo (La Araucana, 287-1-6:)


Los ciento y treinta en poco más de un día...



Oña dice lo mismo, y aún con más claridad, si cabe (canto IV, p. 97):


Se daba tanta priesa el fuerte bando,
que no gozó otra vez de la alborada
sin acabar la cerca y albarrada.



Góngora Marmolejo (Historiadores de Chile, II, p. 69), que no se halló presente allí, afirma que el trabajo duró mucho más: «...y tanta priesa se dieron, que en seis días lo tenían acabado». Pedro Cortés que recordaba el hecho, siendo ya muy anciano, 48 años más tarde, reducía ese tiempo a cinco días (Colec. de Docs. inédts., XXIV, p. 275). El señor Errázuriz prefiere el testimonio de Juan de Ahumada (Id., XXIII, p. 310) que en su información de servicios habla de tres días.

 

97

Ercilla se quien cuenta todo esto (286-5-5, 6) diciendo que fue


...á vista de Arauco levantada
Bandera por Felipe rey de España:



dato que ha pasado hasta ahora ignorado y que tiene importancia en sí y en especial para la historia de un incidente de la vida de Ercilla que a su tiempo hemos de referir, y que, en verdad, exige alguna aclaración. Consta, en efecto, que Hurtado de Mendoza había recibido en Valdivia, a su regreso del viaje de exploración al sur, la noticia oficial de la renuncia que Carlos V hacía de sus estados en favor de Felipe II -verificada, como es bien sabido, en Bruselas el 16 de enero de 1556,- y en el acto la transmitió a Santiago, a donde llegó el 27 de marzo de 1558, según lo ha dejado perfectamente establecido el señor Errázuriz. Pues bien: ¿cómo conciliar semejante antecedente con lo aseverado por Ercilla, de que la noticia fue recibida en la Quiriquina? Sin duda, el hecho debió de ocurrir en vísperas de su salida de allí, puesto que el acto del alzamiento de la bandera por Felipe rey de España sólo vino a verificarse en el fuerte de Penco, hacia el 17 de agosto del año anterior. La explicación que esto tiene nos parece que no puede ser otra que aquel dato procediera de fuente particular, digna, en todo caso, de crédito; que fuera allí llevada por la nave de Rengifo, que fondeó en la isla, en las vísperas puede decirse de pasarse don García al continente, para cuyo sitio se dejara como más oportuno el acto de lo que podríamos llamar la jura y proclamación del nuevo soberano. El anuncio oficial de la renuncia de Carlos V sería, por tanto, la que meses después tuvo don García en Valdivia en la primera quincena de marzo de 1558.

 

98

Al referir este asalto del fuerte de Penco no ha sido otro nuestro intento que él de poner de relieve, aunque en mala prosa, lo que el poeta ha contado con tanto brillo. Quien desee conocerlo en todos sus pormenores y conforme a los dictados de la crítica moderna, basada en documentos, ahí tiene el libro del señor Errázuriz, a que ya hemos llamado la atención. Otra relación, también interesante y animada, asimismo en verso, se hallará en el Arauco domado de Pedro de Oña, que añade a ella el episodio de la pólvora que al fuerte logró llevar en dos botijas el clérigo Luis Bonifacio. Nuestra tarea ha de reducirse, pues, conforme al programa que nos hemos trazado, a examinar hasta qué punto Ercilla en sus versos se ha ajustado a la verdad histórica para lo cual cotejaremos, valiéndonos de documentos y cronistas, los principales sucesos y accidentes de esa batalla, comenzando por fijar el día en que se verificó, cuya determinación nos ha de servir, como dijimos antes, para la del tiempo que duró la permanencia de don García y los suyos en la Quiriquina.

Conviene recordar también que el relato de La Araucana debe completarse con la declaración dada por Ercilla respecto a una circunstancia importante que apenas insinuó en el poema, cuando al final del canto XIX habla de que Tucapel «tropelló» a Bustamante y a Mexía y «derribó» a Pérez y a Saldaña, olvidándose, por tanto, de apuntar los muertos y heridos que hubo de parte de los españoles. Tal es lo que suplió en su respuesta a la pregunta 4 del interrogatorio de Silva Campofrío (Documentos, página 103:) «hobo una gran guazábara [la del fuerte]... en que fueron heridos veinte y ocho españoles e uno dellos fue el dicho Tristán de Silva, e murieron dos». Oña, deseoso siempre de ensalzar a su héroe don García expresa (p. 204), que a los españoles:


Dejóles bien cansados el asalto.
Y a muchos con muchisimas heridas
mas no porque en alguno de sus vidas
la muerte ¡grán ventura! diera salto...



Con la llegada a Lima de los que iban en la nave, despachada por don García para dar noticia de su triunfo en Penco, se supo allí la verdad de lo ocurrido sobre este particular según lo refiere Pero Rodríguez Portocarrero en carta fechada allí el 8 de diciembre de 1557: «...metido en un fuerte, donde los indios les habían muerto dos españoles y herido hasta treinta...» (Docts. inéds., t. XXVIII, p. 109). Compruébase así una vez más, la exactitud de los asertos del poeta. Por lo tocante al número de los indios, Ercilla expresa que «eran grandísima cantidad». En el texto contamos que en esta parte se limitó decir que llegaron formados en tres escuadrones. Respecto de cuántos fueran, véanse los testimonios que trae a colación el señor Errázuriz (obra citada, nota a la página 42) para manifestar que los que señalan el número de los indígenas le hacen fluctuar entre mil y veinte mil. Añadiremos que de esta última opinión era Oña (canto V, p. 124;) en que le siguen los restantes apologistas de don García.

La apreciación más verosímil parece ser la que expresaba el licenciado Fernando de Santillán: «que después se decía y entendía serían de ocho a nueve mil indios». Docts. inéds., t. XXVII, p. 228.

Por lo tocante a los españoles muertos y heridos, es punto que el señor Errázuriz se ha olvidado de indicar, y para cuya determinación resulta precioso el dato de Ercilla; y en cuanto al nombre de aquellos dos que perecieron, ellos se deducen del expediente del boticario Hernán Pérez a que ya hemos hecho referencia, y fueron, Nicolás, marinero, y Cristóbal, artillero, que en realidad fallecieron de las heridas recibidas en el combate. Archivo de la Real Audiencia, vol. 2283, hoja 235. La omisión de sus apellidos en ese documento está indicando que, muy probablemente, eran griegos o italianos y que devieron, por lo que sabemos, haber sido heridos a orillas de la marina.

De los heridos, 28, según dijimos que indicaba Ercilla, sólo sabemos los nombres de los cuatro que apunta en La Araucana: Bustamante (Diego de), Mexía (posiblemente Sebastián Ruiz Mexía), Pérez, (tal vez Diego Pérez Payán) y Saldaña (Bartolomé de), y, por último, a Silva Campofrío, indicado entre ellos en la declaración del mismo Ercilla en su respuesta al interrogatorio de servicios de éste.

En cuanto a la fecha del combate, Ercilla no la da; pero, al suponer que Belona se le aparece en el fuerte para mostrarle lo que a ese tiempo acontecía en Europa, da a entender que se hallaba allí a 10 de agosto de 1557, día en que se verificó el asalto a San Quintín; y este es el primer antecedente que debemos hacer notar en comprobante de que los dos meses que asignaba a su permanencia en la Quiriquina eran, en realidad, menos, puesto que la llegada a ésta la fijaba, o se desprende de su relación mejor dicho, en el 28 de junio. En su respuesta a la pregunta 4 del interrogatorio de servicios de Tristán de Silva Campofrío (página 103 de los Documentos) da ya alguna indicación sobre ese particular, al decir que «a ocho días de acabado el dicho fuerte, vinieron los indios de la tierra sobre ellos...»; repitiendo así lo que ya había expresado en Lima en su respuesta a la pregunta 6 que hacía Irarrázabal; que «acabado de hacer el dicho fuerte, se pasó a él el dicho Gobernador con la dicha gente, e, dentro de ocho días, vinieron los naturales de aquella comarca a dar en dicho fuerte...» (Página 31 de los Documentos).

Pero, como estos datos envuelven referencia a la fecha de otro suceso, que él no da también sino indirectamente, y que aun nos resta por probar, veamos si de fuente diversa podemos señalar alguna de las dos, que, en tal caso, tendremos resuelta la fijación de ambas.

Pedro de Oña, que sigue de cerca en sus versos el relato de Ercilla, hasta en los más extraordinarios episodios del combate, adornándolo sólo con hazañas de su héroe don García y de otros españoles, entre los cuales, salvando la modestia del poeta su antecesor, que le obligó a callar allí su nombre, es justo recordar que le pone (p. 141):


...haciendo por la espada
aún más de lo que dijo con la pluma.



Marido de Lobera (p. 203) la señala en el 7 de septiembre, y hasta añade que ese día fue miércoles; Suárez de Figueroa la omite, pero se encuentra en Góngora Marmolejo con la del 15 de agosto.

En los documentos hallamos que uno de los testigos de la información de servicios de Hurtado de Mendoza, dice, sin precisar fecha, que el combate ocurrió «un miércoles de mañana». Documentos inéditos, t. XXVII, p. 169, declaración de Bernardino Ramírez. Otro de esos testigos, Esteban de Rojas (Id., p. 182) «que desde a cinco o seis días de cómo estaban en dicho fuerte...» y en iguales términos se expresa también en ese expediente (p., 219) el piloto Diego Gallego.

Debemos, sin embargo, desestimar todos estos antecedentes, pues no resisten a un examen somero, bastando para ello considerar, por lo respectivo a los que la fijan en un miércoles como el día en que se verificara la batalla, que ni el 15 de agosto ni el 7 de septiembre cayeron en tal día de la semana, como lo nota ya el señor Errázuriz. Por fortuna, tenemos un documento, producido pocos meses después del suceso y emanado de una corporación, lo que le da más prestigio, que la apunta con toda precisión en el 25 de agosto, según lo escribía a Carlos V el Cabildo de Concepción en 12 de mayo de 1558: «día de San Luis, no siendo aún de día, vinieron en sus escuadrones todos los naturales comarcanos, cercando el fuerte y con gran ímpetu acometieron hasta dar en el foso e asir de las picas que dentro teníamos...» Incidente este último que de paso conviene no olvidar porque hace del todo verosímil el de Martín de Elvira que ya hemos contado. Morla Vicuña, Estudio histórico, p. 140 de sus Documentos.

Corroboran, además, el aserto del Cabildo dos circunstancias: primero, el que ese día fue, en efecto, un miércoles, y luego, que en tal fecha se conmemora a San Luis, -cuyo nombre se dio, sin duda, por ello al fuerte,- como se le designó entonces: «pasó [Don García] a tierra firme, y hizo el fuerte de San Luis...» Diego Ronquillo, Relación, existente en la Biblioteca Nacional de Madrid y publicada en el tomo II de la Colección de Historiadores de Chile, p. 255.

Después de saber esto, se nos ocurre que es posible que en el relato de Góngora Marmolejo estuviese también escrita la misma fecha en números y que; publicada, (primeramente en Madrid en el tomo IV del Memorial histórico español) se deslizase la errata de cambiar el primer número del día, escribiendo 15 en lugar de 25.

Salvada ya esta dificultad, base de la investigación, cuya prioridad en su resolución se debe, -nos complacemos en reconocerlo- al señor Errázuriz, es fácil atinar con la determinación del tiempo de permanencia de los expedicionarios en la isla, y luego con el del desembarco en el continente. Según el historiador a que acabamos de referirnos, este último suceso se habría verificado una semana antes del combate, o sea el 18 de agosto. Invoca en apoyo de este aserto los hechos siguientes: «Cinco días tardaron en caer los indios sobre el fuerte, según Pedro Ordóñez Delgadillo (XXVI; 28); seis días dice en dos documentos don García de Mendoza, probanza de sus servicios (XXVII, 11) y carta al Rey, fecha 10 de enero de 1558 (XXVIII, 141); siete, dice en su relación el licenciado Diego Ronquillo (Historiadores de Chile, II, 255); ocho días afirman en su información de servicios don Francisco de Irarrázabal y en dos declaraciones don Alonso de Ercilla (XXIII, 41, 45 y 277); quince días, -de seguro por error de copia o de imprenta,- se lee en la carta del Cabildo de Concepción al Rey, de 12 de mayo de 1558 (Morla Vicuña, Estudio histórico, Documentos, 140).

Conviene que veamos en su texto las afirmaciones de Irarrázabal y de Ercilla, porque, en realidad, como en la nota las transcribe el señor Errázuriz, no dicen ellas que el ataque de los indios se verificara «una semana después del desembarco». Pregunta aquel: «6. Item, Acabado de hacer el dicho fuerte, dentro de ocho días vinieron a pelear toda la junta de los naturales de las comarcas con los que en el dicho fuerte estábamos...» Página 29 de los Documentos.

Responde Ercilla: «que vio este testigo que, acabado de hacer el dicho fuerte se pasó a él el Gobernador con la dicha gente, e dentro de ocho días vinieron los naturales de aquella comarca a dar en dicha fuerte». Id., p. 31.

Tenemos, pues, así, sendos testimonios contestes de dos hombres que habían sido actores en el suceso y que lo refieren sólo meses después de verificado (septiembre de 1559). ¿Por qué, entonces, preferilos a otros singulares, -o, mejor dicho; elegir un tercero promediado entre todos ellos? Por nuestra parte, los anteponemos a los otros, y afirmamos, y, en su conformidad, decimos, que el desembarco tuvo lugar diez días antes del 25 de agosto, puesto que ya sabemos que en la construcción del fuerte se gastaron el de la llegada al puerto y el inmediato siguiente, esto es, el 15 de ese mes; y, por ende, que la partida de la Quiriquina tuvo lugar ese mismo día: y puesto que también sabemos que la nao capitana arribó a él el 28 de junio, tendremos que la permanencia en la isla fue de los tres días que faltaban para enterar aquel mes, de los 31 que tiene julio y de los 14 primeros de agosto: los que hacen un total de 48.

Horas en que se inició y terminó el combate. -Ninguno que las haya fijado con más precisión que Ercilla. Los indios, según él (288-2-7, 8) se quedaron el día antes al pie de la montaña,


Aguardando en silencio aquella hora
que suele aparecer la clara aurora;



añadiendo que, por su parte, al oír las voces de alarma, se armó en el acto y ocupó el puesto que le estaba señalado:


Cuando con ferocisimo alarido
por la áspera ladera del recuesto
apareció gran número de gente
y la rosada Aurora en el oriente:



esto es, en los momentos en que el sol estaba para salir, hecho que en aquella latitud y en tal tiempo del año se verifica a las 6.30 y, por fin, (327-3-1 a 4):


Duró, pues, el reñido asalto tanto
que el sol en lo más alto levantado
distaba del poniente en punto cuanto
estaba del oriente desviado:



digamos, por consiguiente, a las doce del día exactamente.

Góngora Marmolejo (página 69) afirma que «una mañana a las diez del día, parescieron en una loma rasa gran número de indios juntos». Mariño de Lobera (p. 200): «Estando, pues, una mañana los españoles bien descuidados de cosas de guerra, se hallaron al cuarto del alba cercados por todas partes de un ejército de veinte mil indios»: pasaje de todo punto absurdo, que basta leer para penetrarse de que el original fue retocado por el P. Escobar: ¡descuidados los españoles! ¡en esos días! Vamos: ¡es demasiado!

Suárez de Figueroa, más discreto en esto que el jesuita, se limita a decir, al llegar a ese punto (página 32) que los indios dispusieron que «al alborada se diese el asalto con repentina furia»; y más adelante (p. 37): «Duró el combate largas seis horas, en que perecieron con varias muertes más de dos mil bárbaros».

En los documentos hallamos que dos de los testigos presentados por Hurtado de Mendoza se limitan a expresar que «duró la batalla gran rato». (Docs. inedts. XXVII, 137 y 169). Declaraciones de Quirós de Ávila y Bernardino Ramírez. Juan Gómez, mucho más preciso en esta parte, expresa que la duración del combate fue de «cerca de cuatro o cinco horas». (Docs. inedts.. XIV, 71); y, por fin, el Cabildo de Concepción en su carta a Carlos V, ya citada, «a cabo de cuatro horas que duró la guazábara...»

Ya se notará, por lo que queda dicho, que sumando cronistas y testigos, ninguno es más preciso que Ercilla en el punto de que se trata.

Entre Ercilla y Oña hay, al parecer, discrepancia en el número de las piezas de artillería que se utilizaron en el fuerte durante el combate. Había dicho antes nuestro poeta (286-5-4) que en el muro, cuando se construyó, se colocaron «ocho piezas gruesas de campaña»; y después, relatando el asalto, se limita a hablar de «los tiros». Ciña, que hace desempeñar a la artillería un papel mucho más importante, habla (canto IV, p. 159) de


Las tronadoras seis hinchadas piezas,
apriesa disparadas de mampuesto
hacen destrozo y daño manifiesto,
llevando piernas, brazos y cabezas.



Es posible que ambos poetas estén en la verdad; se habrían colocado ocho piezas, pero por la manera como estaban distribuidas sólo se utilizarían seis.

Pero, ya resueltos estos puntos y pesado en cuanto deben estimarse los asertos de Ercilla, nos queda aún por examinar otros de importancia menor en su carácter general, pero que consideramos de más valía para apreciar la verdad histórica del poema y el espíritu que la informó por lo que respecta a don García; hecho este último capitalísimo para que sigamos viendo si fueron o no fundadas las acusaciones de parcialidad en su contra que se le achacan y que afectan, tanto a la parte literaria de la obra, dejándola sin cabeza, como a los sentimientos que dominaron al poeta al escribirla, pintándole los que tal hacen como un ingrato y rencoroso. Con esos incidentes ya se comprenderá que aludimos a la participación que en el combate atribuye Ercilla a Gracolano, a Martín de Elvira y a Tucapel. Y, pues, a todo señor, todo honor, comencemos por don García.

¿No le nombra, acaso, como presente en el combate? Por cierto que sí, y aún con elogio y en primer lugar, antes que a ninguno de los otros españoles. Léanse sus palabras:


Don García de Mendoza entre su gente
su cuartel con esfuerzo defendía,
al gran furor y bárbara violencia
haciendo suficiente resistencia.



A fuer de imparciales, cúmplenos advertir que en las ediciones del poema hechas en Madrid en 1578, es decir, en las primeras, en vez de las palabras «entre su gente», el poeta había puesto «osadamente», enmienda que ejecutó cuando salieron las tres Partes reunidas (1589-90), y con la cual, bien se ve, no quiso disminuir en un ápice la conducta de don García en aquella ocasión, pues bien pocas muestras de osadía podía dar hallándose a la defensiva detrás del muro, y resultaba esa enmienda, por tanto, feliz por lo natural del hecho y prestándole la verdadera actuación que en tales momentos correspondíale como jefe. Encabezaba, así, a los suyos y se defendía con esfuerzo, según la expresión del poeta. Pues bien: ¿qué más hizo, según sus encomiadores? Oña, el más fervoroso de todos ellos, pondera la previsión que tuvo al colocar las seis piezas de artillería, y ya hemos visto que Ercilla las eleva a ocho; que, a la vista de los bárbaros quisiera saltar la palizada,


Si ser temeridad no conociera
y cosa en generales reprobada;



y acabamos de decir que Ercilla lo deja «entre su gente»; y, finalmente, que, estando asomado a mirar el espectáculo de los escuadrones indios que se acercaban, una piedra despedida por una mano enemiga, «por especial milagro»


Dejó de dar al blanco de la vida
pues con la frente el joven aturdida
miró de abajo el muro y albarrada;
mas, no tocó la tierra, cuando luego
se enderezó brotando vivo fuego:



pedrada cuya historia repiten malamente, pues la colocan fuera de tiempo, el P. Escobar y luego Suárez de Figueroa. He ahí todo. ¿Valía la pena de hacer mención de tal accidente? Góngora Marmolejo, que pudo bien saberlo y aún mejor que Oña y los que lo siguen, no lo menciona. Más todavía: el mismo don García en su información de servicios, en la que bien pudo hacer mérito de semejante golpe, lo calló también.

Oígase ahora la impresión que deja el hecho al moderno historiador de don García, cuyos conceptos hacemos nuestros en todo y por todo:

«No hemos creído deber insertar en el texto tal episodio. Raro, en efecto, sería que Ercilla, -por deseoso que se le suponga de callar cuanto a don García toca,- no dijese palabra de tal suceso, que tal vez hubiera estado a punto de cambiar la suerte del combate; raro que Góngora Marmolejo no lo mencionase; más raro que el mismo don García, al hablar de sus méritos y contar entre ellos sus padecimientos, nada dijese de un hecho que habría puesto en peligro su vida y manifestado con claridad su energía y sus dotes de mando; más raro todavía que ninguno de los veinte testigos presentados por él, -casi todos los cuales le encomian sobremanera por su conducta en el ataque al fuerte de San Luis,- no hicieran la más remota alusión a este episodio. Ni en esa información, -en donde debiera encontrarse,- ni en otras de las que se refieren al mencionado ataque leemos una palabra de este acontecimiento, que habría sido lo más notable de la jornada.

«Nos parece que ello es imitación de lo que refiere don Alonso de Ercilla como acaecido al principio del ataque (canto XIX, estrofas de 5 a 15) en que el indio Gracolano, lleno de heroico ardor, consigue escalar el muro y penetra en el fuerte. Sostiene allí largo combate; hasta que una piedra, de "algún gallardo brazo despedida" le dio con tal fuerza en la sien, que lo arrojó huerto a lo hondo del foso.

«Si alguien se pregunta por qué, habiendo don García aceptado esta especie de sus biógrafos y panegiristas, no la menciona en sus informaciones y escritos, bastará observar que entre éstos y el poema de Pedro de Oña y la crónica de Mariño de lobera, reformada por el jesuita Escobar, mediaron más de treinta años. Durante ellos se había publicado La Araucana de Ercilla, que dio margen a la invención».



Vamos al episodio de Gracolano, y henos ya con él en los lindes de la pura ficción poética Ercilla le había presentado antes en la junta que los indios celebraron para resolver el ataque al fuerte; ofreciéndose a Cauplicán que sería el primero en subir a sus muros; y, de acuerdo con esta promesa preséntale después el poeta adelántandose a sus compañeros para penetrar solo entre los españoles y arrebatar su lanza a Martín de Elvira. Esto fue lo que hubo en ello de cierto, hecho extraordinario realizado por un indio, que merecía celebrarse; la hazaña estaba a la vista y era necesario dispensar a su autor la alabanza de que se había hecho digno; el poeta le dio un nombre e hizo arrancar su audacia, para darle aún más sabor legendario, desde una promesa anterior, que quiso allí cumplir. Con ello, a la vez, quitaba el carácter de anónimo al vencedor de Elvira y ponía también más de relieve el hecho heroico que, a su turno, realizaría.

Reducido así el suceso contado por Ercilla a sus verdaderas proporciones, creemos que no puede caber duda de su verdad. Góngora Marmolejo, el primero, y cuyo testimonio no puede considerarse en este caso influenciado por la lectura de La Araucana, puesto que lo escribía cuando todavía no había salido a luz la Segunda Parte, lo cuenta así: «los indios llegaron a la trinchea sin temor alguno, jugando de sus flechas: los soldados disparaban a ellos gran tempestad de arcabuzazos, de que mataron muchos. No por este desmayaron, antes, saltando la trinchen, llegaron a pelear pie a pie con los que dentro estaban. Allí se vido un indio, valiente hombre, dejar su pica en las manos y asir a un soldado, llamado Martín de Elvira, de la pica que en sus manos tenía, y tirando della con brava fuerza se la sacó y llevó». Historia de Chile, p. 69.

Cuando tal leemos, parece que bien pudiéramos creer que era Ercilla quien había tomado la noticia del historiador soldado. De Oña, ya es otra cosa. A la violenta irrupción de Gracolano y al repentino arrebatar de la lanza de Elvira, que cuenta Ercilla como obra de un momento, haciéndose así perfectamente verosímil el hecho y refiriéndolo, seguramente, como pasó, los reemplaza (canto VI, p. 147) por largas hazañas previas del indio, hasta que


De un salto con Martín de Elvira cierra,
a cuya lanza tanto el puño afierra,
que se la arranca y lleva de la mano,
y haciendo a fuerza della el paso llano,
Saltó para poner en medio tierra;



y sigue refiriendo los incidentes a que tan singular proeza dio lugar, llegando a suponer que la resolución del español de ir a recobrar su lanza se debió a una mirada que le dirigió don García... Por lo demás, el resto de su relato corresponde en todo al de Ercilla.

Quiera el lector seguirnos aún por un momento para que conozca la relación que del caso hace Suárez de Figueroa: «Pudiera extender mucho más esta historia con infinitos casos dignos de memoria eterna; mas, por no hacer el presente volumen demasiado grande, quedarán remitidos a los que otros escribieren; sólo uno pide aquí forzosa narración. Este fue la hazaña de Martín de Elvira, que peleando cuerpo a cuerpo con Gracolano, perdió la pica. El bárbaro, gozoso con tal despojo, mientras se retiraba con él, al saltar la cava, fue muerto de un arcabuzazo, como se dijo. Cayó y quedó junto a él derecha y arrimada la pica; como por trompeta de sus hechos. Acudieron muchos indios por ganarla y tocole a Guaticol como más suelto y de mayor osadía. Entregado de ella, la comenzó a terciar con gallardo modo, haciendo al punto no poco daño con la misma. Mirábala con ansia el español, y siendo a un tiempo mirado gravemente de su general, juzgó por importante a su honra atropellar cualquier dilación. Despeñose, pues, de las trincheras, al parecer, sin armas, y cerrando con Guaticol, hizo esfuerzo por recuperar lo perdido. Era el araucano casi gigante en estatura y pujanza y sabíala defender con extremo; mas su destreza se rindió a su desdicha. Cerró Martín estrechamente con él, y aferrando el asta, o por valor o por ventura, le tendió en el suelo sin que le valiese el exceso de sus fuerzas; y sacando con presteza una oculta daga, privó al contrario de la vida con tres puñaladas, volviéndose salvo y con su honor a defender su puesto». Hechos de don García, p. 37, ed. citada.

Confesemos que lo extraño, hasta llegar a lo increíble, fue, en lo que estamos oyendo contar, no tanto el arrojo de Gracolano, cuanto el de Elvira, y, sin embargo, «no se debe a la imaginación del poeta», que tal es la conclusión a que llega también el señor Errázuriz. Don García, p. 47, nota -2.

¿Y qué decir de Tucapel? ¿Qué de


El singular esfuerzo y valentía
que el bravo Tucapel mostró aquel día



Oña no duda ni por un instante de las hazañas que allí hiciera. Píntale


De pies sobre la cerca y palizada.
En medio de la gente amontonada
soberbio, despreciando tierra y cielo;



luego, cuando llega el caso de especificar los golpes que diera a los españoles, que Ercilla señalaba, cambia sus nombres, con tan poca discreción, por apartarse de su modelo, que tres de los cinco que apunta, ni siquiera se sabe que existieran.

Ya en esto es necesario irse con más tiento. El jesuita chileno Alonso de Ovalle no pone en duda las proezas del indio: «saltaron algunos sobre los muros, escribe, y entre ellos Tucapel, que hizo grandes hazañas...» Histórica relación, t. I, p. 355 de nuestra edición. Un siglo después que él, Córdoba y Figueroa, otro cronista colonial, las pone también como ciertas, y aun añade, respecto a la manera que tuvo el indio para escapar del fuerte, pues que conocía muy bien aquellos parajes, «y gravemente herido se precipitó de alto en bajo, cuyo despeño es de veinte brazas, como dice Alonso de Ercilla, -y que en realidad las hay aún con exceso,- quien se halló en esta acción». Historia de Chile, p. 97.

Pero, algo más tarde, otro cronista comenzó a parar mientes en que no era posible aceptar así no más los asertos del poeta. «Aquí presenta, observa, en efecto, el jesuita Miguel de Olivares, don Alonso de Ercilla que Tucapel, saltando foso y muro, entró en la fortaleza y que habiendo hecho tantas muertes [así en el texto publicarlo, que es de sospechar esté equivocado, por suertes, pues el poeta no habla de muertes-] en los españoles como hace un león en un rebaño de ovejas, salió al fin vivo y libre a los suyos, y lo siguen en la narración el padre Alonso Ovalle y don Pedro Figueroa; pero yo confieso de mí que no tengo credulidad para tanto y que juzgo el hecho, no sólo falso, sino ajeno de toda verosimilitud, porque si concurren en él tantas circunstancias que cada una es sobre toda fuerza humana, ¿cuánto más lo serán todas juntas? El sólo saltar foso y muro de competente proporción, aunque estuviera desnudo de defensores, es un hecho que repugna a la buena razón creerlo de algún particular, aunque se eligiesen entre miles algunos jóvenes por extremo ligeros en este ejercicio; pues, ¡cómo! ¿lo creemos de Tucapel porque lo dice solo Ercilla? Sólo digo, pues, bien se conoce que Figueroa y Ovalle lo siguieron ciegamente y sin traer a suceso el juicio de la crítica». Historia de Chile, p. 186.

«Aunque las hazañas que cuenta Ercilla de Tucapel, continúa luego, son del todo falsas, no se puede negar que los indios se portaron en este lance con arrojo y desesperación, pisando sobre montes de cadáveres para ponerse en paraje de poder ofender a los españoles con sus largas picas que usan de treinta palmos». Y, a renglón seguido, tomándolo, a su vez, de Ercilla, que se portaron con noble [¿notable?] ardimiento los españoles que nombra el poeta, y entre ellos, don Alonso de Ercilla, que tuvo opinión de valeroso, igual a su mucha nobleza.

Descontemos de las afirmaciones que el jesuita atribuye a Ercilla lo de las tantas muertes de españoles, que no enunció siquiera, atribuyendo buenamente tal yerro a la imprenta, y asintamos juntamente con él, en que, por más que lo considera inverosímil, los indios penetraron al recinto del fuerte, y que entre ellos pudo hallarse Tucapel nada lo repugna, y aun es evidente que lo único que puede parecer en tal caso ficción poética es que en el hecho realizara tantas hazañas como las que pondera Ercilla; de las cuales quedan fuera de toda duda, sin embargo, las que determinadamente cuenta que ejecutó, cuando dijo:


Tropella a Bustamente y a Mexia,
derriba a Diego Pérez y Saldaña.



Una última observación se nos permitirá todavía antes de terminar este prolijo cotejo de los dictados del poeta con la verdad histórica hasta donde nos ha sido dado llevarlo, porque toca especialmente a don García, y es, cómo Mariño de Lobera aceptó paladinamente lo que el poeta refería de su encuentro con Tegualda la noche que siguió al asalto, pero para aplicarlo a su héroe, alterando ligeramente el nombre de la india, aunque con un final muy diverso, -en lo cual había de imitarle después algún dramaturgo, según hemos de verlo,- que le despoja de todo el encanto de que aparece revestido en La Araucana, reemplazando la noble simpatía del poeta y su conducta caballeresca, propia de su alma compasiva, con la religiosidad a su modo entendida; que considera el carácter distintivo de don García y que debe predominar en él sobre todo otro sentimiento humano. «No dejaré de decir, refiere, pues, cómo habiendo muerto en esta batalla un valeroso indio llamado Pilgueno, vino aquella noche secretamente una india llamada Gualda, que le amaba tiernamente, y lo anduvo buscando por todo el campo, llamándole con voz baja por no ser sentida; y no hallándole, aguardó hasta la mañana, no desistiendo de buscarlo, aunque se puso a riesgo de ser hallada. Y reconociéndole al romper de la mañana, cual otra Tisbe de su amado Píramo, habiendo hecho extremos de sentimiento, se fue al gobernador don García a pedirle el cuerpo de su amado, poniéndole ante los ojos por bastante título para concedérselo el haberse puesto a tan manifiesto peligro, siendo mujer y de veinte años. La cual causa tuvo don García por vigente para otorgarle lo que pedía, con tal que añadiese otra de nuevo, que era hacerse cristiana; al cual partido salió ella, recibiendo luego el santo baptismo, que no la tuvo luego don García por menor ganancia que la vitoria de los enemigos...» Historiadores de Chile, VI, p. 202.

¡Cuánta diferencia con el relato del poeta en aquel cuadro que nos presenta llevando en un tablón en hombros dos yanaconas el «yerto cuerpo frío» del indio, seguido de su viuda y en compañía de Ercilla y de su gente hasta pasar la vecina sierra, desde donde podía considerarse ya segura! Escena era aquella digna del pincel de un maestro.

 

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Ercilla es quien refiere el temor que los españoles abrigaban de que se les tendiese una emboscada. Respecto a esas faenas dice (327-2-2, 3) y (344-1-1, 2:)



De nuestro fuerte en gran tropel salimos
en la campaña un escuadrón formando
y a paso moderado los seguimos...

Vuelto al asiento, digo que estuvimos
toda aquella semana trabajando...
en la cual lo deshecho rehicimos
el foso y roto muro reparando...



Como el ataque al fuerte se verificó el 25, día miércoles, según queda advertido, el trabajo de las reparaciones abrazó los siguientes, hasta el sábado inclusive, es decir, hasta el 28.

 

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Los españoles contaron desde el primer momento de su llegada al continente con la ayuda de algunos indios que se pusieron de su bando, cosa que hoy puede parecer insólita, pero que ocurrió dondequiera que pusieron pie en América. Esos indios auxiliares, llamados amigos o yanaconas, fueron los más eficaces cooperadores que los conquistadores tuvieron en sus empresas, y sin los cuales no hubieran llegado jamás a dominar los extensos países de esta parte del mundo. Espías, labradores, mineros, soldados bestias de carga aún, sirvieron de ordinario, por no decir casi siempre, con extraordinaria lealtad a sus nuevos amos, y todavía puede asegurarse que en las batallas fueron los más encarnizados enemigos que tuvieron sus compatriotas. Mucho habría que decir sobre estos particulares, pero bástenos por ahora con dejar testimonio de que ellos fueron los emisarios de que se valió don García para apresurar el envío de los caballos.