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291

Don Luis Zapata, el precursor y émulo de Ercilla, es precisamente quien recuerda el hecho con esas palabras en su Miscelánea, p. 140.

 

292

En su Historia natural y moral de las Indias habla el P. José de Acosta de los plátanos, y trastrocado en los recuerdos de sus lecturas, asegura, equivocadamente, que «todavía las hojas secas sirvieron a don Alonso de Ercilla [como él dice] para escribir en Chile algunos pedazos de La Araucana». Tomo I, p. 240, ed. de Madrid, 1792, 4.º.

 

293

Del «Inventario de los libros de diversas facultades» de la testamentaría de Felipe II, (que ha sido publicado en las páginas 483 y siguientes del tomo LXVIII de la Colección de documentos inéditos para la historia de España), y que fueron tasados por Pedro del Bosque, «librero de S. M.», quien tuvo relaciones mercantiles con Ercilla, según apuntamos, resulta que, entre ellos, figuraban La Ulixea de Homero, traducida en castellano por Gonzalo Pérez, 1556, El caballero determinado, en francés, en un ejemplar de mano, en pergamino, iluminado (obra, como es sabido, traducida por su padre Carlos V): el Dante, en italiano, las Poesías de Petrarca en italiano, Virgilio y La Arcadia de Sannazzaro; pero ningún ejemplar de La Araucana ni de otro poema español.

Buen argumento para demostrar que tenía razón Ximénez Patón al afirmar en el prólogo al lector de sus Proverbios morales (Baeza, 1615, 4.º), que el sombrío monarca español era «enemigo de la poesía».

 

294

Miscelánea, p. 230.

 

295

A propósito del título dado por Ercilla a su poema, es tan curiosa colmo estrafalaria la opinión del eruditísimo don Diego de Covarrubias acerca de la etimología de esa voz, que vale la pena de recordarla al lector: «Araucana, provincia de la India Occidental, vale tanto como ardiente, seca, calurosa, del verbo hebreo... arau vel harau, arescere, siccari, confici».

«Don Alonso de Arcila, caballero del hábito de Santiago, compuso en octavas rimas la conquista desta provincia...» Tesoro de la Lengua Castellana, fol. 82 vlto.

 

296

«Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornamento de prólogo ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse...»



«...También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebrísimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España...»



Cualquiera pudiera pensar al leer esto, que tal crítica estaba especialmente dirigida a La Araucana, en cuyas Partes Segunda y Tercera aparecen, en verdad, versos de un duque, de un marqués, de una clama y de un poeta más o menos célebre: pero no hay tal, y la censura era aplicable a todos los autores en general; que así lo acostumbraban en sus obras, sin exceptuar al mismísimo Cervantes, cuyas son aquellas palabras. Don Quijote, I, pp. 9 y 12 ed. de La Lectura. Años después, el doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, que es a quien aludimos en el texto, se expresaba al respecto así: «A mi ver, con los requisitos apuntados y con la cantidad de varias poesías que escribirán los amigos, honrándose y abonando el libro, participará, sin duda, de toda perfeción». El Pasagero, hoja 65 vlta.

 

297

Garibay, en nuestros Documentos, p. 525.

 

298

Lampillas, Ensayo, t. V, p. 95, refiriéndose a la autoridad de Trisino.

 

299

«... vernaculæ poeticæ; principem, cujus poema Araucana, de bellis hispanorum in Occidentali India gestis, ab omnibus cum stupore legitur». Albertus Miraeus, Bibliotheca ecclesiástica, t. II, p. 92, Antuerpiæ, 1639, fol.

Recordaremos a propósito de tal elogio una curiosa controversia literaria.

Comentando Rodríguez Marín el siguiente pasaje de Don Quijote (P. II, capítulo III:) «El Bachiller respondió que puesto que él no era de los famosos poetas que había en España, que decían que no eran sino tres y medio, que no dejaría de componer los tales metros», observa que «Mayáns en su Vida de Cervantes, opinó que los tres poetas eran D. Alonso de Ercilla, autor de La Araucana, Juan Rufo, autor de La Autriada, y Cristóbal de Virués, autor de El Monserrate, y que con lo del medio poeta quiso Cervantes indicarse a sí mismo».

 

300

Ribera Flores, Honras de Felipe II, México, 1600, 4.º, en la dedicatoria.