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Dejamos ya anotadas varias partidas de dinero de las que por ese título percibió, que completaremos ahora con las siguientes: en 22 de febrero de 1583 se le pagaron 234,240 maravedís, a cuenta de los 350,7.40 que le correspondían por sus gajes desde 1.º de septiembre de 1578 hasta fin de agosto de aquel año Documentos, p. 275), que tres días más tarde doña María de Bazán percibió en su nombre (p. 276); por cédula de 23 de febrero del mismo, el Rey mandó a su tesorero que de los maravedís procedidos de ciertos oficios vendidos, diese 29,520 a Alonso de Salinas «para que los pague a D. Alonso de Ercilla, gentil-hombre de la Casa de Su Majestad, que los ha de haber de los gajes del tercio segundo del año de quinientos y setenta y ocho» (p. 278); y, finalmente, él en persona daba poder en 20 de mayo de 1591 (p. 375) para que percibiesen a su nombre 120 mil maravedís «que yo he de haber y me deben de mis gajes», expresaba.

De escrituras del Archivo Notarial de Madrid consta, todavía, que en 5 de febrero de ese año Ercilla dio poder a Francisco Guillamas Velázquez, «maestro de cámara de Su Majestad», para que cobrase de Bartolomé Román, tesorero de Su Majestad de los encabezamientos de alcabalas y otras rentas de la villa de Uceda y su partido, 120 mil maravedís; en virtud de libranza del Rey. Protocolo de Pedro ele Salazar. 1591, sin foliar.

Otro poder del mismo día, para que cobrase del licenciado Alonso de Valdés, tesorero de S. M. de las alcabalas de Torrejón de Velasco, «ques en el condado de Puñoenrostro», 26,400 maravedís. Id. id.

Otro de igual fecha para cobrar de Gonzalo Muñoz, tesorero del partido de Segura de la Sierra, 28,800 maravedís. Id. id.

 

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«A la enemiga de la poderosa familia del Marqués y a la modestia y cortedad de genio del soldado-poeta debe achacarse sin duda la poca recompensa que tuvieron sus heroicos hechos». Así se expresaba, entre otros, el autor de la corta biografía de Ercilla que se halla en las páginas 188-189 del Catálogo de los Documentos de la Duquesa de Alba y de Berwich. Ya se verá que en esto último nos inclinamos a pensar como él.

Don Aureliano Fernández Guerra, con mejor acierto, ha puesto de manifiesto, como es la verdad, que las quejas de la familia de don García Hurtado de Mendoza sólo se produjeron más tarde, cuando su hijo don Juan Andrés Hurtado de Mendoza «no pudo nunca apartar de sí de que en un poema tan famoso como La Araucana, destinado a cantar aquella lucha de titanes, se hubiera casi olvidado del adalid que llevó nuestras huestes a la victoria, haciendo de la relación un cuerpo sin alma». Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, p. 357.

A su tiempo probaremos que no hubo tal olvido de parte del poeta, como decimos.

 

443

Véase nuestra Ilustración sobre la verdad histórica de La Araucana.

 

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Cuenta esta anécdota Luis Abreu de Mello en los siguientes términos: «No implica la obligación de la dignidad mostrar semblante afable a sus vasallos, cuando le hablaren, así para que le amen, como para que no los perturbe la severidad Real. Tan austero fue en ella el prudente Phelipe Segundo, que hablándole algunas veces don Alonso de Arcilla y Zúñiga, siendo muy discreto hidalgo (que compuso el poema de La Araucana) se perdió siempre, sin acertar con lo que le quería decir, hasta que conociendo el Rey, por la noticia que tenía de él, que su turbación nacía del respeto con que ponía los ojos en la Majestad, le dijo un día: "Don Alonso, habladme por escrito"; así lo executó y el rey le despachó e hizo merced». Carta de guía de casados y avisos de Palacio. Versión castellana del idioma Portugués. Madrid, por Blas de Villanueva, 1724, 8.º, página 194 de los Avisos, que es la parte de esa obra que escribió Abreu. Ahora bien: ¿cómo supo eso que cuenta de Ercilla? Sin duda por la tradición, que debió perpetuarse entre los cortesanos, pues su libro se imprimió por primera vez en Lisboa en 1659, y él falleció allí el 21 de noviembre de 1663, Barbosa Machado, Bibliotheca Lusitana, t. III, p. 50.

 

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Véase lo que sobre tal interpretación decimos en la Ilustración que intitulamos «Ercilla y sus héroes en la literatura».

 

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Una prueba de esas distracciones la hallamos en su correspondencia con el secretario Zayas cuando desempeñaba el cargo de representante de Felipe II cerca de los Duques de Brunswick, En la comunicación que le dirigió en 21 de diciembre de 1578 (Documentos, p. 190) le decía así: «...en el principio de la carta de vuestra merced veo el yerro de la fecha o de la postrera mía, pues por poner a seis, puse a veinte y seis»: distracción grave en verdad tratándose de un asunto en que debían contarse hasta las horas, y que procuraba atenuar con muchísima gracia, cuando añadía, después de reconocer la equivocación que había padecido: «y no sé mejor disculpa que poder dar del descuido, que tener un portugués a mis oídos cuando la escribí renegando de Castilla y Aragón porque le hacían aguardar por ella, jurando no pasar por Madrid aunque rodease treinta leguas, y a esto añadía cosas que me maravillo más no puse a ochenta y seis del mes».

En realidad, Ercilla no se cuidaba de las fechas. En La Araucana sólo señala cuatro, una en forma expresa y las tres restantes por circunloquios: el día del asalto de San Quintín, ligándolo a los sucesos de Chile, el de la partida de la armada de don García del puerto de Coquimbo, el del ataque de los indios a la Imperial, que nos permite, a la vez, indicar aquel en que escribía, y el de su paso a la isla grande de Chiloé: cosa que bien se explica y justifica del todo la índole poética de su obra. Pero, en cambio, se olvidó de mencionar en la carta que dirigió a Felipe II desde Lima, la que llevaba la primera que le había escrito, cuyo conocimiento habría resultado interesantísimo para nosotros; no habla en ningún momento de las de su partida a Chile, de Lima, de Panamá, ni de Cartagena, ni siquiera de la de su arribo a España; en sus aprobaciones de libros las omite casi en absoluto; acabamos de ver que en su romance del combate naval de las Terceras se le quedó en el tintero, y muy luego tendremos oportunidad de hacer notar que otro tanto le ocurrió en su informe al monarca sobre la perpetuidad de las encomiendas de indios. ¡Si hubiera sabido cuán útiles han sido para el historiador aquellas que señaló, y cuán largas investigaciones y, de ordinario, sin resultados seguros, como no puede menos de ser, se ahorraran respecto a las que se calló!

Entre los olvidos y distracciones del poeta, no debemos omitir, por fin, uno muy curioso, que, a no tratarse de cosa tan insignificante, tentados estaríamos de considerar intencional, cual es, las muchas veces en que no se acordaba de pagar los derechos de las escrituras que mandaba extender...

Si algo parecido, le ocurrió con Felipe II, que mucho lo tememos, cuando todavía sabemos cuánto se turbaba en su presencia, ya se comprenderá que no era éste hombre de perdonarle alguna inadvertencia de la etiqueta palaciega; pero con más probabilidad, según decimos en el texto, el enojo del monarca debió de proceder de no haber quedado satisfecho de su comportamiento en la misión diplomática que le confió, por los informes que respecto de ella le trasmitiera el secretario Real, cuya correspondencia o papeles tocantes a los sucesos posteriores a la llegada de los Duques a Alcalá de Henares no conocemos, y que posiblemente encerrarían el secreto del disfavor en que el poeta cayó con su soberano.

Si Ercilla cultivó con el secretario Zayas relaciones de amistad, como las tuvo con Juan de Vivanco, o se limitara a las estrictamente oficiales durante el tiempo que se comunicó con él con motivo de su misión a Zaragoza, no sabríamos decirlo; como tampoco si era vizcaíno, cual se había hecho de regla para los que servían el puesto que tuvo cerca del monarca, dando ocasión a las burlas de los cortesanos por el arrevesado lenguaje en que escribían, de que nos ha conservado Mateo Alemán curiosa muestra en su Ortografía castellana (hoja 21): «...y agora de pocos años a esta parte dicen los papelistas cortesanos Castilla vieja...; lo que se puede colegir de este absurdo es haberlo introducido algún ministro vizcaíno...»

 

447

Léase en el Discurso de don Juan Menéndez Pidal acerca de don Luis Zapata, que ya mencionamos, la historia de lo que le ocurrió hasta llegar a caer en desgracia del mismo Felipe II.

 

448

Miscelánea, p. 466-468.

 

449

El Bernardo, p. 170, ed. Rivadeneyra.

 

450

La Araucana, canto XXVIII, p. 454-1.