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Véase la página 523 de los Documentos. Muy respetable es sin duda, el testimonio de aquel cronista de la familia de Ercilla, y en su apoyo concurre en este caso la circunstancia de que igual cosa cuenta Suárez de Figueroa respecto de don García Hurtado de Mendoza y de sus hermanos, (Hechos, etc., p. 12, t. V, Hist. de Chile); pero median otros antecedentes que parecen contradecir ese aserto. Desde luego, Ercilla, al hablar de su estancia en Inglaterra, no dice palabra sobre tan importante suceso de su vida, y hasta resulta oponerse a su efectividad de circunstancia de que, como él mimos lo recuerda, «aun entonces la espada no le era permitida».

 

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«Ceñir espada, haber llegado ya a la edad viril», define Covarrubias esta frase figurada. «Cuando me vi mancebo (que pudiera bien ceñir espada)», decía en caso análogo Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache, p. 189.

Conforme a lo acostumbrado hasta aquel tiempo, el acto de ceñir espada revestía extraordinaria importancia y se verificaba con las formalidades consiguientes, como que desde ese momento comenzaba propiamente la vida del caballero. Comentando Clemencín aquel pasaje de don Quijote «que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y el espaldarazo», según le decía el Ventero al de la Triste Figura, cita en comprobante varios casos históricos. Rodríguez Marín, por su parte (I, p. 149) recuerda lo prevenido a tal respecto por la ley XIV, título XXI de la partida II y copia el siguiente párrafo del libro de Hermosilla, a que ya nos hemos referido:...«y en la mañana en oyendo misa; ha de ir delante del Rey o de otro señor que no reconozca señor en lo temporal, todo armado, salvo la cabeza, y pedir la orden de caballería. El Rey le calza las espuelas, o manda a otro caballero que se las calce, y el mismo Rey le ciñe la espada y le da un bofetón. Tómale también juramento que morirá por su ley, por su Rey y por su patria cada y cuando que fuere menester, y después, él y los demás caballeros que allí se, hallan le besan en la boca en señal de paz, y luego llega un caballero muy principal, cual el noble señala, y le ciñe la espada, y este es su padrino...»

Carecemos de antecedentes para afirmar o negar si Ercilla se ajustó o no a semejantes formalidades en aquel acto de «ceñir la espada».

 

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Todo esto lo recuerda él en La Araucana (219-3-3 a 8:)


Que estando en Inglaterra en el oficio
Que aun la espada no me era permitida,
Llegó allí la maldad en deservicio
Vuestro, por los de Arauco cometida,
Y la gran desvergüenza de la gente
A la Real Corona inobediente.



Como se ve, no nombra en este pasaje a Valdivia ni a Hernández Girón, si bien a este último había hecho ya alusión en la dedicatoria de la Primera Parte: «...siendo paje de V. M. en Inglaterra,... llegando a la sazón la nueva de la rebellión de Francisco Hernández en el Perú...»

En cuanto a que la maldad cometida por los de Arauco en deservicio del monarca se refería a la muerte de Pedro de Valdivia, lo dijo el poeta en su respuesta a la pregunta 2 del interrogatorio de Irarrázabal: «...que estando en Inglaterra, en corte de Su Majestad y en su servicio, sabe... pidió licencia a Su Majestad para venir a las provincias de Chile, donde se decía que habían muerto al gobernador Valdivia e a otros con él los naturales...» Documentos, p. 31.

 

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Véase un resumen de estos hechos en la biografía de Alderete.

 

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Hacemos esta suposición porque Alderete había estado allí luego de su arribo de Chile, como lo prueban las varias peticiones que presentó al Consejo y las comunicaciones de éste a Carlos V, que están datadas en abril de 1554, (Morla Vicuña, Estudio histórico, p. 83 de los Documentos), y, como queda dicho, Felipe II y su comitiva partieron de aquella ciudad a mediados de mayo de aquel año.

 

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Ercilla decía (214-2-3, 4) de Alderete, que era


Hombre en estas provincias señalado
Y en gran figura y crédito tenido...



 

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Conste que no decimos esto de pura fantasía. Ercilla expresa claramente que su propósito primero fue sólo ir a servir contra Hernández Girón, cuyas palabras conviene repetir aquí: «...llegando a la sazón la nueva de la rebellión de Francisco Hernández en el Perú, con la voluntad que siempre tuve de servir a V. M., y con su licencia y gracia me dispuse a tan largo camino, y así pasé en aquel reino... Y estimando en poco el trabajo de aquella jornada, con la cobdicia que de servir a V. M. tenía, sabiendo que los naturales de Chile estaban rebelados contra la Corona Real, determiné de pasar en aquellas provincias...» Página XIV de nuestro texto del poema. Todavía es posible afirmar que si el hijo del Virrey no hubiera sido nombrado para suceder a Alderete en Chile, casi de seguro Ercilla no hubiera pisado el territorio araucano... ni escrito su epopeya.

 

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Nos referimos a don Francisco de Andia e Irarrázabal y a don Simón Pereira, en cuyas biografías podrá verse comprobado nuestro aserto.

 

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Hablando Oviedo de los que pasaban a Indias, decía: «...puedo yo certificar, como testigo de vista, que desde el año de 1513, quel Católico rey Don Fernando V despachó al capitán general Pedrarias Dávila por gobernador de Castilla del Oro... hasta el presente tiempo en que estamos, en el año de 1555 años, de más de tres mill hombres que tuvo en la cibdad de Santa María La Antigua en el Darién, no ha habido diez hombres ricos de todos aquellos, ni son vivos hoy, ni hay en las Indias ni fuera dellas otros diez que sean vivos. ¿Parescéos que ha leído bien medrar aquésto?» Quinquagenas, p. 435.

Harto conocido es la estimación que poco más de medio siglo después merecían las Indias a Cervantes, al decir en su novela El celoso extremeño, entre otras cosas, que «eran engaño de muchos y remedio particular de pocos».

 

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No parecerá fuera de propósito recordar aquí cuál era entonces la vida de los guerreros. Léase cómo la pinta don Pedro Niño, conde de Buelna, en su Crónica: «Los caballeros de la guerra comen el pan con dolor; los vicios della son dolores e sudores; un buen día entre muchos malos. Pónense a todos los trabajos, tragan muchos miedos, pasan por muchos peligros; aventuran sus vidas a morir o vivir. Pan mohoso, o bizcocho; viandas mal adobadas; a horas tienen, a horas, non nada; poco vino o ninguno; agua de charcos o de odres; malas posadas, la casa de trapos o de hojarascas; malas camas, mal sueño. Las cotas vestidas, cargados de fierro. Los enemigos al ojo. ¡Guarda allá! ¿Quién anda ahí? ¡Armas, armas! Al primer sueño, rebato; al alba, trompetas... Tal es su oficio: vida de gran trabajo; alongados de todos vicios. ¿Pues los de la mar? Non hay igual de su mal; non acabaría en un día su laceria e gran trabajo».

Hartas ocasiones iba a tener Ercilla en el curso de su larga carrera de guerrero y, sobre todo, en Chile, de experimentar cuánta verdad encerraban estas palabras del buen Conde y las del ingenioso Hidalgo, pues recordemos que también don Quijote contrapone a los cortesanos con los caballeros andantes, y dice, hablando de éstos: «pero nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche, de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies; y no solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los acometemos...» Tomo V, p. 115, ed. de La Lectura.