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Al día siguiente 25 de noviembre, deseando hacer algunas modificaciones a sus mandas y añadir otras y nombrar albacea, otorgó un codicilo, que presenciaron esta vez el propio notario y dos nuevos auxiliares suyos, el médico Díaz, el doctor Félix del Castillo, abogado, y fray Melchor Botello, procurador general de la Orden de San Bernardo; codicilo que tampoco pudo firmar. Cuatro días después, jueves 29 de aquel mes, descansaba de sus afanes terrenales, cuando había enterado 61 años, tres meses y doce días de su edad555.

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Ese mismo día, su cadáver, vestido con un manto blanco del hábito de Santiago, fue puesto en un ataúd de madera y por disposición de doña María de Bazán, llevado en depósito al monasterio de las monjas carmelitas descalzas de la corte; allí se le colocó en el coro, cubierto el ataúd con un paño negro, que tenía puesta una cruz colorada de aquella misma Orden556, y conducido luego al capítulo de las monjas, donde debía quedar hasta que la viuda resolviese trasladarlo a otra iglesia o monasterio, para lo cual se comprometieron por escritura pública, otorgada también en ese día. Con estas diligencias corrió don Sancho de la Cerda, íntimo amigo del poeta557.

Vista panorámica de Ocaña

Vista panorámica de Ocaña

Los restos de Ercilla permanecieron allí muy poco tiempo, pues cuando su viuda fundó el monasterio de monjas carmelitas de Ocaña en agosto de 1595, dispuso que luego fuesen trasladados a él, donde estuvieron hasta que en junio de 1869 se les llevó, con los de otros próceres, al llamado Panteón Nacional, a que se destinó el templo de San Francisco el Grande de Madrid, para volver de nuevo de allí el 5 de julio de 1877 a Ocaña, donde reposan hoy, después de tantos viajes, como si la   —205→   irresistible inclinación a peregrinar que caracterizó su carrera de la vida, le siguiera aún más allá del sepulcro558.

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