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La Argentina «visible» en los libros de viaje

Benito Varela Jácome



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La dilatada superficie de la República Argentina, de unos 3.700.000 kilómetros cuadrados, se extiende en el hemisferio sur, entre los grandes ríos, el interminable litoral atlántico, hasta la Australia helada, y la elevada columna vertebral de los Andes. En esta desmesurada extensión se multiplican los contrastes: la diversidad de territorios; los bosques y selvas tropicales; los yerbales, la puna, las zonas desérticas; los accidentes orográficos, perpendiculares o paralelos al espinazo andino; las pampas; los extensos pastizales; el laberinto de canales fueguinos; las tierras heladas, los ventisqueros...

Todo este complejo mundo geográfico condiciona los movimientos de población; la eclosión migratoria; las estructuras socioeconómicas; las reservas agropecuarias, las tierras del trigo; el extraordinario desarrollo de la guardería, vacuna y ovina.

Este macrocosmos se abre a todas las interpretaciones culturales, sociológicas. Inspira a poetas, narradores y ensayistas. Atrae a numerosos viajeros que interpretan, en sus libros, las plurales estructuras de sus territorios.

Ya desde la Independencia, se van configurando dos métodos distintos de interpretar la argentinidad, la problemática testimonial del país. Domingo Faustino Sarmiento diseña una nueva estrategia de reorganización, defiende la idea del país como «patria de todos los hombres». Descubre y critica los males que agitan a la Argentina. Propugna la extensión civilizadora a las provincias. Resalta la bipolarización civilización-barbarie. Y testimonia los peligros de la frontera indígena, como un precedente de las embajadas pacíficas de Mansilla.

El novelista Eduardo Mallea diseña una teorización de su país, en Historia de una pasión argentina (1935). En este nuevo Discurso del método cartesiano, indaga sobre el sentido de la argentinidad. Inspirándose en la fórmula de Miguel de Unamuno de la oposición entre la historia y la intrahistoria, crea la dualidad de la Argentina visible y la Argentina invisible.

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En este ensayo, nos limitaremos a glosar algunos libros de viajes que descubren los contrastes territoriales, la diversidad de paisajes, las estructuras socioeconómicas, la eclosión migratoria, las estructuras sociológicas, los contrapuestos comportamientos humanos. Dejamos al margen los relatores clásicos, descubridores del litoral y zonas del interior; y partimos del sorprendente libro de Lucio Victorio Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles1.






ArribaAbajoI. La visión comprometida de Lucio Mansilla

Después de la misión encomendada por el presidente Sarmiento, a la frontera india de Río Cuarto, Lucio Victorio Mansilla, en 1870, se interna en la Pampa y firma un tratado con el cacique Mariano Rosas. Seguidamente publica en La Tribuna bonaerense 62 cartas que relatan los obstáculos e incidentes de su misión. A fines del mismo año, se recopilan en el libro Una excursión a los indios ranqueles. A pesar de su estructura epistolar, es una obra relevante, ponderada por su estilo, su efectividad narrativa, su verismo, su testimonio histórico.

Mansilla adopta una postura testimonial y crítica, relacionada con la Vida de Juan Facundo Quiroga, con La cuestión de los indios. Las fronteras y los indios, de Santiago Arcos. Adopta una postura contra la pretendida «civilización sin clemencia», en las relaciones con los indígenas. Asume el relato documental, como testigo voluntariamente objetivo. Manifiesta su admiración por los gauchos, critica a los poetas que los caricaturizan; desautoriza las afirmaciones de algunos políticos.

El escritor bonaerense diseña la radiografía de la política tradicional, el intento de mitificación de una supuesta era de paz. Intenta la búsqueda de una identidad nacional. Afirma que no es más que un «simple cronista», pero engarza, con frecuencia, secuencias reflexivas, alegatos apasionados; simula posturas conciliadoras, para desactivar las sospechas indígenas.

A pesar de la reiteración de disgresiones, Una excursión a los indios ranqueles puede inscribirse en el género de libros de viajes. Después de los preparativos de la embajada y glosar las misiones anteriores, la expedición emprende el viaje, se interna en el camino de la Pampa, va marcando etapas, anotando puntualmente. Con una visión personal, el autor reseña los obstáculos de la marcha, describe la extensión pampeana; transcribe historias contadas al pie del fogón.

Después de pasar la laguna Verde, emprenden el camino de Leubucó; se cruzan con caravanas de indios, reproduce los dificultosos diálogos. Reseña la recepción de mensajeros; enmarca algunas historias. Describe el terreno arenoso que reverbera al sol; la percepción lejana de grandes lagunas de «superficie   —109→   plateada y quieta», de los grandes árboles quemados. Al mismo tiempo registra los accidentes geográficos, las estructuras sociales, las costumbres; glosa las formas de conversación de los «araucanos». El movimiento de la expedición se representa con un ritmo precipitado de vueltas, de giros:

«...íbamos a llegar y no llegábamos, porque el terreno se doblaba en médanos abruptos, subíamos, bajábamos, galopábamos, trotábamos con la imaginación sobreexcitada, creyendo llegar en breve a una distancia que despejara la incógnita de nuestra curiosidad; pero nada, la nube se apartaba del camino como huyendo de nosotros, sin cesar sus variadas y caprichosas evoluciones...»2



Después de un largo trayecto, la expedición llega a Leubucó, «a los umbrales de la morada de Mariano Rosas». El narrador se detiene en los pormenores de la recepción, en el ceremonial de saludos. La recepción continúa en la siguiente unidad narrativa, con el parlamento, la comida y la embriaguez de los indios con aguardiente; los actos gestuales de toda la ceremonia. Las orgías diurnas y nocturnas se representan en otras cartas, con sus efectos posteriores.

Mansilla, además de intercalar discursos relatados, describe con la objetividad de la perspectiva externa distintos cuadros de costumbres. El comportamiento de las indias, sus costumbres, su moral relajada, la esclavitud de las casadas, constituyen un efectivo documento antropológico los indios suscita las reflexiones del autor, en relación con los sistemas administrativos del mundo civilizado.

Las últimas cartas de la obra, analizan, sucesivamente, las creencias antropomórficas de los indios3, el ambiente de los toldos. Se enmarcan historias; los artículos del tratado de paz; las lagunas Verde y Bagual; las incidencias de la marcha nocturna.




ArribaAbajoII. La descripción globalizadora de Estanislao Zeballos

Después de los viajes parciales, centrados especialmente en el litoral austral, en la década de 1880, se publica una densa obra globalizadora, descriptiva y testimonial de las principales regiones del país. Nos referimos a la Descripción amena de la República Argentina4. Su autor, el abogado y fundador de la Sociedad Científica, Estanislao S. Zeballos escribe los tres extensos volúmenes ilustrados: Viaje al país de los araucanos, La región del trigo y A través de las cabañas. Este corpus constituye un documento plural que abre una docena de itinerarios a través de amplios espacios geográficos. Describe los   —110→   contrastes paisajísticos, las vías de comunicación, los pueblos, las condiciones de existencia de la población, los peligros de los ataques indios, la historia del pasado. Estudia las estructuras económicas, la riqueza agropecuaria y su evolución. Aplica sus conocimientos científicos a la geografía física, a la orografía e hidrografía, a los sistemas geológicos.

Las primeras etapas de Zeballos abren la ruta del sur, a través de la provincia de Buenos Aires. En el viaje en ferrocarril, contempla pueblos pintorescos, en vías de crecimiento: Lomas de Zomora, Temperley, Burzaco, Glew. Con la llegada a Altamirano, resalta la influencia del ferrocarril en el progreso y en el movimiento comercial con los grandes puertos. En el itinerario de 318 kilómetros hasta Azul, atraviesa tres cuencas de aguas fluviales: Riachuelo, San Borombón y Salado5.

Dentro de cada escenario, el autor enmarca referencias históricas. Recuerda los ataques de los indios a los pobladores. Desde la independencia, los «caudillos», en sus acciones contra el orden establecido, reclutaban sus filas entre los gauchos y los indios. Los fuertes militares del trayecto, son testimonios de la lucha.

La escala en la villa de Azul es un pretexto para resaltar su urbanización, sus calles pavimentadas de mármol. Su condición de cabecera del ferrocarril genera multiplicidad de actividades y atrae emigrantes italianos, españoles y franceses. Destaca, sobre todo, el papel de los españoles, dueños de las «pulperías», en la campaña de Buenos Aires.

En la etapa siguiente, la expedición, desde el arroyo Tapalquén, recorre a caballo un camino que atraviesa la Pampa abierta, «bajo el fuego solar, los labios agrietados por la sed». Al pasar ante la Sierra Chica y contemplar los rebaños de ovejas, el autor recuerda sus viajes de 1874 y 1877, y registra datos históricos sobre los ataques de las «feroces tribus» de los indios del cacique Catriel sublevado; y relata la campaña de Bartolomé Mitre, en 1855-1856.

Al margen de las luchas de frontera, testimonia el progreso presente, representado por las quintas cercadas, los campos de trigo y los «fecundos ganados». La villa de Olavarría, rodeada de sierras, es un ejemplo de producción agrícola, un testimonio del asentamiento de los emigrantes extranjeros6.

En el viaje de Olavarría al fuerte General Lavalle, Zeballos nos ofrece la primera visión de la Pampa. A través del «panorama monótono, uniforme, interminable», piensa en la pavorosa soledad del pasado, turbada por los ataques de los indios. Pero pronto vuelve a las impresiones presentes:

«Hoy la soledad va cediendo su imperio a la población; el miedo a la barbarie ha desaparecido, para siempre, después de tres siglos de sangrientas luchas, la extensión está dominada por el alambre eléctrico y silba a su puerta la locomotora, mientras que la ciencia la invade y escudriña iluminando sus arcanos. ¡He aquí la Pampa regenerada! Estamos ya fuera de las últimas verrugas terráqueas, producidas   —111→   por el levantamiento de las montañas; las capas de greda no aparecen en la superficie; la oculta la tierra vegetal con manto escaso aun, pero suficiente para nutrir los pastos que apetecen los ganados»7



Al acercarse al fuerte General Lavalle, rememora el heroísmo de sus defensores, dominados por indios vengativos. Otros fortines recuerdan situaciones de enfrentamiento, de violencia. La transparencia interior surge a través del discurso. A veces, recurre a citas de Humboldt y de Burmaeister, sobre la naturaleza y las fuerzas que agitan el universo. Las amplía con la transcripción de algunos textos.

En el trayecto hacia el fortín de «Las Víboras», atraviesan cañadas y contemplan «hermosas lagunas», espacios de gramíneas y matorrales, amplias zonas de paja brava y colorada. En contrapunto con la visión de la naturaleza, se engarzan referencias históricas, notas científicas, registros de la fauna. Pero tienen un interés singular los datos etnográficos, el estudio de los indios de la tribu. Resalta la obesidad, la deformación y la enfermedad de algunas mujeres de la tribu. Sin embargo, en esta secuencia alternan los signos positivos y los negativos:

«Aquellas mujeres llamaban la atención, no precisamente del punto de vista estético, porque aun las fisonomías más simpáticas, de ojos negros y tinte melancólico, carecen de rasgos completos y bellos. El cráneo, con frente fugaz, aplastada, con grandes órbitas oculares y pómulos demasiado salientes, priva a sus rostros de la armonía de los contornos y la simetría...»8



Y como contraposición, este diseño positivo:

«Brazos llenos, bien contorneados, piernas derechas, talla mediana y cierta elegancia en el cuerpo, con naturalidad y gracia en los contornos primitivos, que el corsé no ha deformado: he aquí algunos rasgos del bosquejo de estas mujeres, cuyo cutis, si bien tostado, es terso y fino. El aseo es una virtud entre ellas y jamás viven donde el agua falta»9.






ArribaAbajoIII. Panorama de la Pampa

Zeballos, al describir el aspecto general de la Pampa, amplía su visión con precisiones rigurosas sobre la formación geológica, la formación andina, las aguas superficiales y subterráneas. Resalta la naturaleza de su suelo, con el elemento primordial de la arcilla que favorece la fecundación vegetal, por sus especiales propiedades absorbentes del agua. Compara el presente con el pasado. Los numerosos senderos abiertos por los hombres y las rastrilladas de los ganados, han hecho desaparecer parte de la vegetación. Los viejos pajonales»,   —112→   que retenían las aguas, han sido sustituidos por «la dulce gramilla y el oloroso trébol, en que pacen los corderos y anidan las viudas». Para el autor, el desequilibrio climático influye negativamente en la producción agropecuaria:

«El fatal desequilibrio climatérico sería menos doloroso, disminuirían los cataclismos que asolan nuestros campos, y podríamos entonces llamar riqueza á lo que, dependiendo de la acción de los hombres, triunfara de las influencias meteóricas que hoy nos arruinan. Vacas y cueros, ovejas y lanas, campos y pastos, valdrían cinco veces más para prosperidad del País y mayor caudal de las industrias rurales»10.



Diseña, además, con precisión científica, el sistema geológico. Distingue la formación pampeana y la formación transitoria. De su detenido estudio, transcribimos estas secuencias:

«No he visto en la pampa, en la región transitoria, en los rios Colorado y Negro y costas marítimas de Bahia Blanca mas que una formación geológica: en este inmenso país palpita por todas partes la formación cuaternaria, que se presenta bajo dos aspectos diversos correspondientes a las zonas que he llamado de la Pampa y de Transicion.

. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Cuando el viagero llega al rio Negro desde el rio Colorado, a traves de las mesetas detríticas y se encuentra de improviso con los agrestes zanjones de aquellas barrancas, apercibe la formacion cuaternaria en todo su esplendor, caracterizada por el tipo calcareo ó tobaceo, y la halla al descender al valle, como en las bajadas del Litoral de Buenos Aires y de Rosario»11.



Zeballos describe con detalle, con el procedimiento de perspectiva externa, objetivizada, los accidentes del espacio geográfico. Diseña el cuadro dinámico de la caza de los avestruces, cercados por puntos de fuego en el campo y el movimiento de los hombres a caballo, diestros en el empleo de las boleadoras. Demuestra una sensibilidad especial frente al paisaje del llano y teoriza sobre la radiografía del territorio pampeano:

«Todos los que han cruzado la Pampa han esperimentado idénticas impresiones, porque el espíritu humano se siente dominado por la idea del infinito; y no es posible sustraerse á las especulaciones metafísicas en las llanuras argentinas, pobladas de las fosforecentes fantasmagorías del espejismo.

El rayo visual invade la sabana y como en la mar, apenas halla un punto de apoyo en el círculo del horizonte; y allí, donde parece que se rozan el Cielo y la Tierra, el Éter y el Polvo, el Espacio y la Materia ponderable, la vista invade, á la manera del viajero que deja el llano y trepa á la montaña, las mas altas regiones»12.



La expedición voltea el extremo norte de la Sierra de la Ventana, hasta la «hermosa villa» de Santa María de Guaminí, partido de la provincia de Buenos Aires. En la zona las familias indias están va incorporadas a la civilización. Pero la visión de los fortines que «se alzan de diez en diez cuadras, en tres líneas sucesivas».   —113→   Estas fortificaciones recuerdan la lucha armada contra las tribus alzadas y el heroísmo de la conquista de la población y la laguna del mismo nombre.

El viaje a Leubocó, por la ruta de las salinas, ofrece distintos a través de la provincia de la Pampa: el apoyo Rancul-có, la laguna abierta en un terreno cuaternario, los caminos trillados por los indios. Salinas Grandes, en el salitral de la provincia de la Pampa, es una escala para el difícil transporte comercial. Desde Atreucó, Zeballos y su escolta cubren el trayecto hasta la laguna de Salinas Grandes, por un «terreno que ondula violentamente», sombreado por algarrobos blancos, espinillos y acacias. Al coronar las altas cuchillas que sirven de murallas a las salinas, el autor diseña el paisaje:

«Las cuchillas, algunas de las cuales miden hasta treinta metros de elevacion, se inclinan hácia la olla, formando taludes agrestes, escarpados, inaccesibles, rocallosos y salpicados de árboles y arbustos espinosos, unidos entre si por parásitos y zarzas. Entre el pié de las colinas y la salina misma hay isletas tobaceas, coronadas de verdura, de ramas y de cactus. Por todas partes se palpa las huellas de la erosion, de un torrente vertiginoso y de inmenso caudal, que en otro tiempo se precipitaba por estas quebradas, por entre las pintorescas islas y sobre la misma olla; mientras que todo acusa una disminucion extraordinaria por no decir asombrosa del líquido elemento, y de los consiguientes aluviones»13.



De esta zona pampeana, Estanislao Zeballos traza un nuevo itinerario hacia el litoral. Su recorrido desde el interior, por el cenegal de las Salinitas, a través de la llanura, regada por arroyos que bajan de las sierras, hace escala en Bahía Blanca. Esta ciudad, en 1878, está aún amenazada constantemente por «la chuza india»; por eso sus habitantes no están seguros. Sus tierras feraces, regadas por una red de arroyos, ofrece «campos accidentados y pintorescos». Describe el autor su zona urbana, sus calles y sus plazas. Pondera las perspectivas del golfo. Estudia el clima: ilustra su estudio con un mapa del fondeadero. Resalta el movimiento portuario por su importancia en la exportación de cereales.

La Descripción amena de la República Argentina es un libro testimonial, un modelo de documentación geográfica, geológica, histórica. Documenta las estructuras socioeconómicas, la riqueza agropecuaria, la transformación de las poblaciones. Diseña costumbres, episodios de caza. Contrasta los núcleos civilizados con las tolderías de los indios. Reconoce la aportación de los emigrantes europeos, su labor colonizadora y su integración en los proyectos de progreso.

La obra de Estanislao Zeballos se publica diez años después de Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio Victorio Mansilla, centrada en su embajada de paz. Por eso la belicosidad ha cambiado y las fronteras se han distanciado. Pero las líneas de fortines defensivos testimonian las luchas, la violencia, las cruentas expediciones del pasado.



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ArribaAbajoIV. Visión de la patagonia en la obra de Payró

Roberto J. Payró nos ofrece una visión compleja, sugerente y dinámica en La Australia argentina, publicada en 189814. Su documentado texto es la descripción y narración de la «Excursión periodística de las costas patagónicas, Tierra del Fuego y la isla de los Estados». Su discurso es más que un simple libro de viajes. Rebasa las visiones de la naturaleza. Encadena referencias al pasado histórico, a los viajeros descubridores, a la dura lucha del hombre contra un mundo de aventura. Bartolomé Mitre, en la carta preliminar al autor, resalta otras aportaciones:

«Las consideraciones económicas sobre la situación del territorio en cuestión, en sus relaciones con la colonización y la explotación agrícola y rural, están ilustradas con abundantes datos estadísticos, que contienen los elementos necesarios para resolver los problemas que él encierra como factor de la riqueza y de la grandeza nacional en el futuro.»



El pequeño buque Villarino, que transporta la expedición, bordea el litoral patagónico y hace escala en sus principales puertos. La primera arribada, en la provincia de Chubut, es Puerto Madryn, cabeza del ferrocarril. El autor nos ofrece datos climáticos y datos de movimiento comercial que sirven para conocer los transportes a finales del XIX. Su evaluación se orienta hacia el futuro, cuando afirma que la población poco prosperará, «por lo estéril de su suelo, la escasez de agua y la apropiación que de la tierra hace la empresa del Ferrocarril Central del Chubut». El autor y sus acompañantes recorren las calles del puerto, azotadas por un viento furioso, «cargado de arena y hasta de piedrecitas, que nos cegaban y nos golpeaban el rostro»15.

Payró se refiere a la superficie de Chubut, a sus famosos trigos, a la «incomoda» acción del Gobierno. Aporta testimonios sobre los recursos económicos. Registra el movimiento de importaciones y exportaciones por el puerto, mediante un cuadro sinóptico. Pondera los cultivos de trigo, cebada, maíz, alfalfa. Y destaca como riqueza básica la ganadería, cifrada en 170.000 ovejas y 60.000 reses de vacuno. Entre sus abundantes digresiones documentales, reseña la labor de los colonos, con una referencia especial a las dilatadas estancias de los emigrantes galeses.

No faltan las referencias al movimiento demográfico, y destaca las principales poblaciones del territorio:

«Tres son los pueblos ya formados en el Chubut: Rawson, capital del territorio, con 400 habitantes; Trelew y Gayman, con 200 cada uno. En el valle de la colonia se cuentan unos 1500 habitantes, y el total en el territorio alcanzará aproximadamente á 3800. Estos son en su mayoría procedentes de Gales, hombres de costumbres sencillas, trabajadores, honrados y pacíficos: buen pueblo, y excelente plantel para el futuro.

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Rawson, fundado el 28 de Julio de 1865, es más una población comercial y política, que un centro de sociabilidad. Abundan allí las casas de comercio, y como es el asiento de las autoridades del territorio, no faltan las oficinas públicas tampoco»16.



En el capítulo IV, «Proa al Sur», Payró reseña la fundación de colonias, con la proliferación de los estancieros ingleses, poseedores de grandes rebaños de ovejas. En la ruta austral, el Villarino, del cabo Dos Bahías, se adentra en el amplio golfo de San Jorge hasta el cabo Tres Puntas, ya en el territorio de Santa Cruz y rumbea hacia el puerto Deseado.

La costa de Santa Cruz, además de las precisiones geográficas, suscita, de nuevo, los testimonios de tipo económico, la incidencia del movimiento migratorio en la última década del XIX. La riqueza ganadera del territorio es sorprendente, para aquella época, con estas cifras: 250.000 ovejas, 1.000 vacunos, 2.000 caballos y, además, las 100.000 ovejas del departamento de San Julián. Completan los testimonios geosociales del territorio, la erudición sobre los viajeros del pasado, sobre los exploradores de los ríos Santa Cruz y Chico, del bajo de San Julián y de la isla de Pavón.

En la descripción del pueblo de Santa Cruz, el autor nos demuestra su rigor testimonial, su posición crítica y la operatividad de su prosa:

«La entrada á Santa Cruz es menos monótona que la de Madryn, porque sus costas descarnadas, y tristes también, son más abruptas, y la vista descansa en los altos acantilados, en los montes y las colinas, en la rápida corriente del río, que, cuando baja la marca, llega á ser torrentosa.

A la derecha, á lo lejos, en un vallecito escondido, está Misioneros, el que fué presidio militar y hoy no se sabe cómo continúa siendo asiento de la subprefectura y del correo, aunque se halle á más de una legua de los verdaderos centros poblados.

En frente se ven unas cuantas casas de comercio, destacándose sobre la inmensa y alta playa de cantos rodados y de arena fina; á la izquierda los grandes galpones para depósito de carbón que el Gobierno tiene abandonados y sin un pedazo de hulla, aunque tanto necesite de esa facilidad de navegación del sur, y aunque Chile nos haya dado el ejemplo en toda la costa oeste y en Punta Arenas mismo»17.



En las unidades siguientes de la obra se encadena una sucesión de cuadros de costumbres, en la dinámica descripción de las fiestas de Carnaval. Diseña, también, escenas de la caza del avestruz con perros, del guanaco y de las liebres, y, en las estribaciones de los Andes, del ciervo chileno. Traza un bosquejo de las mujeres y de su comportamiento. La ruta al puerto de Río Gallegos es el pretexto para documentar los peligros de la navegación y la deficiencia de las comunicaciones; denuncia los desbordamientos fluviales y su repercusión de la economía, porque arriba un barco cada ocho o diez meses. Un ejemplo de las deficiencias lo representa «la multitud de fardos de lana»,   —116→   apilados desde hace meses en las playas. No falta la actitud crítica de Payró, que nos recuerda la de Domingo Faustino Sarmiento, en el Facundo, al reconocer la escasa acción del Gobierno de Buenos Aires, para resolver los conflictivos problemas del territorio, contrastada con la mayor actividad de Chile, «en toda la costa oeste»18.




ArribaAbajoV. Los canales y ventisqueros fueguinos

El discurso de La Australia argentina brinda a los lectores un testimonio múltiple, dinámico, del laberinto alucinante de los canales, islas y ventisqueros de Tierra del Fuego. Payró, después de bordear el accidentado litoral de la Patagonia, se siente sugestionado por el misterio de los estrechos, por las terribles leyendas, por los naufragios, por la aventurada lucha de los pescadores. El estrecho de Magallanes, el paso de Breecknock, «semillero de piedras y de escollos»; los canales de la Beagle, con su inédita belleza; las últimas poblaciones perdidas, alejadas del país: Lapataia, Ushuaia, San Juan del Salvamento...

Después de doblar el cabo de las Vírgenes, el estrecho de Magallanes es la gran entrada al incomparable espectáculo de la naturaleza. Ante la dimensión del escenario, el escritor evoca en su prosa los arriesgados viajes del descubrimiento, desde Magallanes, en 1520, y los hermanos García Nadal, hasta los exploradores del siglo XIX19.

Roberto Payró ejerce, en el discurso de La Australia argentina, la función de relator homodiegético; pero en los capítulos localizados en Tierra del Fuego, emplea el procedimiento de instancia delegada; cede la voz a otros componentes de la excursión que recrean aventuras audaces y episodios trágicos de aquel laberinto, islas y canales. Y al evocar hechos históricos, transcribe fragmentos ilustrativos de Darwin y de otros exploradores del hemisferio austral. Por su parte, en las descripciones de la naturaleza, de los estuarios y de las perspectivas de las islas circundadas, enriquece su prosa con funciones connotativas:

«...Una abertura, en el paso del Breacknock nos dejó vislumbrar por un momento el mar Pacífico, cuya línea horizontal estaba cortada aquí y allá por peladas y cenicientas rocas.

Y los paisajes iban desarrollándose cada vez más interesantes á nuestra vista, con un lujo de color que nadie esperaría encontrar en aquellas regiones. Por momentos aparecía el sol, dorando las alturas crecientes, y dando caprichosos matices á los gruesos montones de nubes, que al propio tiempo señalaban y ocultaban los montes elevados, casi eternamente envueltos en una capa de densos vapores. Comenzaba la vegetación, desarrollándose paulatinamente, formando una línea que se extendía hasta perderse de vista, sobre la que se destacaba con tonos más   —117→   obscuros y enérgicos, la roca pelada, salpicada aquí y allá por alguna mancha de nieve»20.



El paisaje helado se dinamiza con entrecruzados vuelos de pájaros y aves, con el navegar de centenares de témpanos, témpanos que se desprenden de los grandes ventisqueros y, al caer al agua, producen «grandes olas que van a estrellarse contra las rocas de la costa», con serio peligro para las embarcaciones. A pesar de estos movimientos continuos, el canal del Beagle transmite una «profunda impresión de soledad»; tiene todo el aspecto de un desierto:

«El hecho es que aquellas peñas, aquella nieve, parecen no holladas nunca por el pie humano, y los árboles corpulentos en la costa, más pequeños a medida que trepan a las alturas, hasta hacerse achaparrados y muy diseminados cerca del límite de la nieve, muestran sus hojas siempre verdes con la languidez triste de lo que no alberga a ser viviente alguno»21.



Roberto Payró no olvida en su obra los temas antropológicos. Los capítulos XVIII-XX constituyen un detenido ensayo antropográfico. Se centra en las tres razas de indios fueguinos. Parte de los estudios de Darwin, Bougainville y Thomas Bridges. Analiza, en primer lugar, los rasgos físicos y el carácter de los onas. Les contrapone la textura de los yaganes, que navegan constantemente en canoas para la pesca; antiguamente ocupaban aquellas costas, pero en la época del viaje, perviven muy pocos. El alacaluf habita en Tierra del Fuego y sus islas y en el sur de Magallanes, hasta el Cabo de Hornos; por su audacia de guerreros, provocaron graves incidentes con los pescadores de la zona. Estudia, además, su organización, sus creencias, sus temores supersticiosos. Y reproduce textos explicativos de los grandes exploradores de esta laberíntica zona geográfica, en torno a sus costumbres, su organización familiar y sus complejos utensilios y adornos. Reseña su participación en la guerra, la caza y la pesca. Ilustra su documentado texto, con muestras de la vestimenta, de los tipos de arpones para pescar y de las canoas.

En el denso capítulo XX, el autor estudia la compleja situación de los pueblos fueguinos, a finales del siglo XIX. Nos brinda dibujos de sus efigies; reproduce algunos dibujos de los yaganes; se aventura en el estudio de su difícil lengua; destaca, igualmente, su beligerancia frente a las imposiciones de la Administración22.

La arribada a la capital fueguina, Ushuaia, determina la descripción geográfica. La ciudad, rodeada de altas montañas, se abre a la bahía semicircular, sobre la que avanzan los dos muelles. A pesar de las inclemencias del clima, bajo las gruesas y pesadas nubes negras, se contempla una pródiga naturaleza,   —118→   la tierra cruzada de arroyos, de verdor, por caminos que serpentean hasta algunas trondosas especies arbóreas. La visión del panorama, de la frondosidad de la selva, están descritos con percepciones sensoriales que enriquece la prosa de Payró. La función connotativa se encadena en la descripción detenida de la bahía23.

Las perspectivas del canal de Beagle, las ondulaciones de escarpadas montañas, la estancia en Lapataia, la visita a la gran cascada de Río Grande, configuran en la prosa del autor un panorama plural, deslumbrante. Durante la estancia en la capital de Tierra del Fuego, la prosa adquiere un ritmo narrativo, y en las tertulias se aportan datos económicos y sociales y se registran hechos históricos y exploraciones del pasado. Y no falta la crítica de la falta de aptitudes colonizadoras de la Argentina, demostrada por el abandono de estas lejanas tierras australes. Resalta la pasividad de las autoridades nombradas en Buenos Aires y la deficiente explotación de los recursos económicos que ofrecen las tierras fueguinas24.

Dentro de este espacio geográfico, tienen un interés especial las actividades económicas: los establecimientos ganaderos, la explotación de los bosques, las minas, los viveros de peces, crustáceos y mariscos; la caza de nutrias; la arriesgada pesca de las ballenas que pueblan los canales. Describe la fauna y la flora, y se extiende en las posibilidades de la explotación minera, de las reservas auríferas y de los bancos submarinos, con acumulación de minerales y piedras preciosas.

El detallismo, las precisiones geográficas, los comentarios económicos, continúan dinamizando la prosa del escritor; al bordear la isla Navarino hasta la isla Picton y, por el estrecho de Lemaire, a la isla de los Estados. La llegada a la bahía del Buen Suceso abre nuevas perspectivas inéditas. Frente a la fantástica decoración, el autor no se olvida de engarzar datos económicos, precisiones geográficas y hechos históricos del pasado, en relación con las luchas por la isla de los Estados y las islas Malvinas.

La estancia en San Juan del Sacramento le proporciona a Payró historias de presidiarios, de naufragios y salvamentos, de emigrantes angustiados por aquel destierro austral. El ritmo narrativo predomina en estos capítulos, a pesar de las disquisiciones y de las evocaciones históricas. A este caudal de situaciones dramáticas se unen las aventuras de los mineros, de los buscadores de oro, de la caza clandestina de focas y lobos marinos.




ArribaAbajoVI. El mar austral de Fray Mocho

En la misma fecha de La Australia argentina (1898) publica Fray Mocho el libro En el mar austral Croquis fueguinos25, introducido por una carta   —119→   ponderativa del propio Roberto Payró. José Sixto Álvarez mezcla en su discurso el relato homodiegético, protagonizado por cazadores de lobos marinos, el recorrido de varios itinerarios por Tierra del Fuego y la plasmación de los «croquis fueguinos», diseñados con la fusión de procedimientos impresionistas y realistas.

El complejo periplo, iniciado en la playa de Punta Arenas, capital del estado chileno de Magallanes, recorre el laberinto de canales, abiertos entre escarpadas montañas y bloques de hielo, con perspectivas fantásticas. Fray Mocho testimonia las posibilidades económicas de la amplia zona austral, representadas, principalmente por la pesca. Y valora la protección de Chile frente a cierta pasividad de la administración argentina.

A través de los dinámicos diálogos con los pescadores del cutter, el autor nos transmite las aventuras de la caza y pesca, situaciones de violencia, peligros de los bloques de hielo, de los ventisqueros. El cutter sigue la ruta del Villarino, de la obra de Payró, a través del canal de Beagle, la bahía de Ushuaia, hasta la isla de Picton.

Los viajeros del cutter desembarcan en algunos puertos y recorren zonas de tierra firme; suben por ribazos y cerros verdes, y descubren ensayos agrícolas y pequeños hatos de ganado ovino y vacuno.

Fray Mocho coincide con Payró en la tipología de las tres razas de indios fueguinos: onas, yaganes y alacaluf, y relata sus enfrentamientos con los pescadores de la zona. Todos los indígenas que encuentran son «altos, vigorosos, de musculatura hercúlea y de líneas fisonómicas muy acentuadas»26.




ArribaAbajoVII. Los escenarios del Paraná de Estanislao Zeballos

La compleja red hidrográfica argentina atrajo poderosamente los movimientos migratorios. Potenció el desarrollo de las ciudades, los transportes de mercancías, el establecimiento de colonias y la fundación de nuevos pueblos. Sugestionó a grandes narradores, poetas y ensayistas del país. La función más transformadora está representada por el eje fluvial Paraná-Uruguay. Para este ensayo, nos interesa, en primer lugar, las interpretaciones de la cuenca del Paraná. En 1881, el abogado y científico Estanislao S. Zeballos inicia la publicación de la Descripción de la República Argentina. En el segundo volumen, titulado La región del trigo27, impreso en 1883, describe, en extensos capítulos, la efectiva influencia del Paraná en el territorio de su estuario; estudia las zonas urbanas de Santa Fe y Rosario y los pueblos de su influencia y, como contraste, registra el establecimiento de nuevas colonias,   —120→   favorecidas por la construcción del tramo del Ferrocarril Central Argentino, en 1864, desde Rosario hasta Córdoba.

Zeballos delimita las zonas del interior y el litoral, representativas de la bipolarización barbarie-civilización, formulada por Sarmiento, en el Facundo. El litoral, «fertilizado por tres de los más espléndidos ríos del planeta», se enfrentaba a las tolderías de los indios: «El desierto intermedio era la Barbarie, que rompía pavorosamente todos los lazos sociales, oponiéndose a la realización de nuestro sistema nacional»28.

Registra el autor episodios sangrientos. Los indios burlan la vigilancia. Los peones a caballo recogen los ganados, se reúnen los hombres de armas la violencia se generaliza:

«Los campos talados, arrebatados los ganados, cautivan las familias, horrendamente inmolados los jóvenes más apuestos y vigorosos del lugar. ¡La comarca estaba envuelta en el silencio de los cementerios y en los hogares y en la Pampa se sentía el espanto de la muerte!»29.

En 1865 son fáciles estos ataques, porque el ejército regular estaba luchando en la guerra con Paraguay, y las líneas de la frontera indígena estaban desguarnecidas. Zeballos confiesa que en 1878 vuelve a la localidad de Candelaria y observa una transformación completa. «Las hordas de salvaje han abandonado la zona», y los colonos de todas las nacionalidades prosperan en sus establecimientos30. El autor resalta su desarrollo, registra el movimiento demográfico en aquellos años. En las faenas de la cosecha participan los emigrantes europeos, recientemente llegados en transatlánticos.

En los siguientes capítulos, el autor se detiene en Rosario, ciudad cosmopolita, puerto fluvial, en «una de las más halagadoras etapas del río Paraná, agente vigoroso de la reacción social». El movimiento de barcos de todas las banderas, las mercaderías en la aduana y el desarrollo mercantil convierten al puerto rosarino en una «inmensa factoría». El aire colonial se va transformando, por el movimiento migratorio y el crecimiento de la población. Como en otros capítulos del volumen, se engarzan en las descripciones, estadísticas, cuadros sinópticos, precisas informaciones económicas y humanas, datos históricos. Visita algunos pueblos de la zona y describe una «pampa» levemente ondulada, apartada de las barracas del río Paraná31.

La descripción se adensa, se convierte en un testimonio plural, distinto de un simple libro de viajes. Sin olvidarse del pasado, se preocupa del proceso económico dinamizador; del progreso que aporta la línea de ferrocarril que impulsa la fundación de nuevas colonias, con la participación de los emigrantes.

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Zeballos navega entre una planicie de islas, cubiertas de seibos, sobrevoladas por bandadas de pájaros. Al noroeste resaltan «las torres salientes y las zonas blanquísimas que revelan la ciudad de Santa Fe». Después de atracar, recorre sus dos zonas urbanas: la colonial, primitiva, antigua, con abundantes tiendas, y la moderna, reciente y con una colonia extranjera. Describe el ambiente, la estructura de las casas, los monumentos históricos. Destaca la significación del histórico Cabildo, «donde fue sancionada la Constitución argentina» y transcribe textos documentales.

En la unidad siguiente nos muestra «la risueña comarca situada al este del río Salado», desde sus barrancas hasta la llanura. Documenta las numerosas colonias, con precisiones geográficas y factores económicos que testimonian el desarrollo de la zona. Al registrar el movimiento migratorio europeo, sobre todo de raza latina, confirma su contribución efectiva a la colonización y el progreso.

A la acción de poblar el desierto del oeste del Salado, contrapone la idea de que es una aventura peligrosa, el postulado de la necesidad de población y trabajo, a la busca de «riqueza y libertad»32.

Zeballos atribuye el progreso dinamizador de la economía a la construcción del ferrocarril, desde Rosario hasta Córdoba, entre 1864 y 1882. Desde Tortugas hasta Rosario, el tren circulaba entre inmensos sembrados de trigo, frente a nuevas colonias integradas principalmente por emigrantes. Con una perspectiva de un análisis de geografía humana, elabora un testimonio del desarrollo económico de este territorio argentino en las últimas décadas del siglo XIX.

En los capítulos VIII y IX, el autor diseña un estudio del movimiento migratorio europeo hacia la República Argentina. Resalta esa eclosión, con cuadros sinópticos, y en la etapa 1857-1883, ofrece esta sorprendente cifra de emigrantes de 809.364, con un predominio de italianos y españoles. Los gobiernos argentinos se imponen el deber constitucional de atraer a extranjeros. Y el autor reproduce disposiciones legislativas en relación con otros países33.

Estanislao Zeballos completa su densa obra con un tercer volumen titulado A través de las cabañas34. En su recorrido adopta un informe documental. Registra el proceso histórico: la introducción de ovejas europeas, los rebaños de ovejas pampeanas. La prosperidad se impone entre los años 1852 y 1856. Y este desarrollo potencia las exportaciones de lana, carne y sebo. La exportación cuenta con la protección oficial. Y las innumerables casas contribuyen al desarrollo de la economía argentina.



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ArribaAbajoVIII. El país de los matreros

El delta del Paraná es una extensa y laberíntica franja que comienza a treinta kilómetros de Buenos Aires y se prolonga hasta el lugar en donde se cierra la ondulación de lomas y se abre la «barranca negra», frente a la ciudad entrerriana de Diamante. Los ríos y las islas del delta forman un dédalo delimitado por los grandes brazos del Paraná. La costa de las islas está festoneada por el bosque, y en el interior crecen cañas, juncos, totoras, las pajas bravas muy altas y cortantes que forman el pajonal. Los pajonales, refugio de tigres y culebras, están merodeados por matreros, por perseguidos de la justicia.

Fray Mocho, seudónimo de José Sixto Álvarez, reconstruye este escenario geográfico y el protagonismo humano, en su dinámico libro Un viaje al país de los matreros35, publicado en 1897. Buen conocedor de esta zona, desde su época estudiantil en Paraná, Fray Mocho describe esta «región maravillosa que, como un cinematógrafo, había desplegado ante mi vista los cuadros más hermosos de su vida apacible y misteriosa»36. El protagonismo colectivo, la población heterogénea, perdida «entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafecinas, allá en la región en que el Paraná se expande triunfante».

En una prosa ágil, engarzada de percepciones sensoriales, visuales y auditivas, el autor exalta la perspectiva del río, con sus embalsados que parecen islas flotantes. Nos introduce en un rancho de matreros, «reunidos por casualidad y ligados por el peligro común». Los gauchos que viven en la zona son pescadores y cazadores. Los moradores tienen libertad de movimientos, sin pedir permiso a nadie:

«En las islas se puede vivir sin rancho, sin ropas, sin armas y sin familia, pero no sin la canoa, que es la casa, y el caballo»37.



Fray Mocho tiene un interlocutor, ño Ciriaco, testigo de excepción de las condiciones de existencias y de los episodios de aquel mundo alucinante. Con un procedimiento de instancia delegada, el escritor le transmite su voz narrativa. En sus constantes intervenciones, ño Ciriaco testimonia el aislamiento y la fiereza de los moradores, bosqueja la figura de gauchos nobles y generosos; diseña su comportamiento y su textura física; relata situaciones de violencia, historias de asesinatos.

Los espacios campesinos están descritos con un encadenamiento de funtivos referenciales. El ritmo del discurso se dinamiza con los movimientos de los peones, las corridas de los perros, el rodeo del ganado vacuno. Resalta el   —123→   visor objetivo de la cacería de garzas. Describe sus distintos tipos y adopta una actitud crítica cuando dice que sus plumas manchadas de sangre «hacen las delicias de nuestras damas».

En el capítulo VII de su obra, Fray Mocho plantea la bipolarización sarmientina civilización-barbarie. «Entre estos pajonales, los hombres pierden en absoluto la noción de la vida civilizada.» Y desde esta propensión resalta los siguientes factores asumidos:

«la patria la forman el rifle y la canoa»,

«la religión es la de los patos que pululan las lagunas»,

«los derechos del hombre concluyen allí donde a cada uno se le concluyen las garras»38.



Los moradores del delta ignoran las noticias exteriores, no se «enrolan», protagonizan los variados peligros:

«Uno se duerme con la seguridad de que al día siguiente se despertará teniendo de compañera alguna culebra»39.

Las situaciones límite se intercalan con el valor de relatos enmarcados. Resalta como modelo la trágica acción de Juan Yacaré, narrada en el capítulo VIII. Las tensas funciones desencadenantes crean un clímax trágico. Yacaré degüella al matrimonio que le había recogido, después pretende abusar de la hija adolescente. No puede vencer su resistencia y «le sepulta su cuchillo en el corazón, y luego se ensaña con su cuerpo inerme, cortándole la cabeza». Completa las escenas de horror, incendiando la casa que había sido su hogar. En su choza cuelga la cabeza decapitada. Y la voz popular cree que es el mandinga, el espíritu del mal40.

En las tertulias de las espléndidas noches se habla de la acción maléfica de otros entes supersticiosos. El aguará representa a un hombre con fama de brujo, con su alma en pena, que se acercaba a los ranchos para volar los techos y desatar las canoas. En otras unidades narrativas el aguará protagoniza historias de crímenes.




ArribaAbajoIX. La cambiante naturaleza del noroeste

El mosaico cambiante de paisajes geográficos y las estructuras socioeconómicas en subdesarrollo se proyectan sobre la narrativa, el ensayo, los libros de viajes y las descripciones geográficas. La plataforma estructural de Misiones, con sus perspectivas de serranías, enlazadas con la llanura del nordeste correntino y la gran falla fluvial de los ríos Paraná-Paraguay, inspira a   —124→   varios autores. El confín oriental de la selva de Misiones, con lluvias abundantes, con su variada vegetación, sugestionó a Horacio Quiroga e inspiró los campos referenciales de su corpus narrativo.

El parque correntino, extendido en la parte septentrional de la provincia predomina la pradera, los islotes arbóreos sobre las lomas arenosas. En las tierras altas crece el quebracho colorado y en la zona arcillosa del este se entrelazan extensas malezas. Este territorio, aislado por las difíciles comunicaciones y salpicado de esteros y lagunas, resalta en la elaborada prosa ensayística de Arturo Capdevila41. Este poeta y prosista cordobés describe emocionado, su navegación por aguas abajo del Paraná, «entre islas de perpetuo verdor»:

«Corre el Paraná de Posadas a corrientes en anchos y claros espejos. Las nubes se copian por manera perfecta bajo su cristal, sin una arruga. Reina una bonanza arcádica...»42.



Al aproximarse a la ciudad de Corrientes rememora el episodio histórico de 1865 cuando «los buques del Paraguay bajaron a lo facineroso, y mientras unos se echaban al abordaje sobre las navecillas argentinas allí ancladas, otros bombardeaban la indefensa ciudad con sus cañones traicioneros».

En la orilla del Paraná Capdevilla contempla las balsas, que subirán hasta el Chaco y llegarán hasta la ciudad de Resistencia, en procura de una contrata para recoger algodón43. En el centro urbano de Corrientes se fija en las galerías, los corredores enladrillados, los grandes y sorprendentes aleros. Y tiene la impresión de percibir «los ecos de una historia inverosímil y los espejismos de una geografía fantástica»44. Esta sugestión revive en el espejismo del «agua mítica» de las lagunas. El cauce de la laguna Iberá, «cubierta de camalotes y acuática flora, navegada por troncos transformados en canoas». Más allá se abría la laguna Yupacaray, con su fama de maleficios, de lastimeros quejidos, con resonancias de episodios violentos de la época de la conquista.




ArribaAbajoX. Visión plural de la región del noroeste

La dilatada región del noroeste argentino abre perspectivas geográficas distintas que condicionan peculiares factores sociológicos y complejas situaciones económicas. Las estribaciones de la cordillera andina y los montes subandinos configuran la puna, la planicie de Tucumán, Salta y Jujuy, el extremo oeste de Formosa y el Chaco, y la llanura santiagueña. Las ciudades y   —125→   poblaciones fundadas por los españoles en los siglos XVI y XVII, potenciarán en la época contemporánea el proceso histórico y las manifestaciones culturales.

Aparte de las interpretaciones literarias de los importantes novelistas del noroeste y en las monografías eruditas, este complejo territorio septentrional descrito y exaltado a través de libros que pueden inscribirse en el género de viajes. Me refiero a Tierra mía, del cordobés Arturo Capdevilla; Norte pencoso, de Jorge Ábalos; Memorias de un viejo, de Víctor Gálvez, y las crónicas de viajes, de Mújica Lainez.

Víctor Gálvez, seudónimo de Vicente Gregorio Quesada, escribe en 1884 reseñas de sus viajes por las ciudades del interior. Bajo el título de «Mi tierra»45 reconstruye las condiciones de viajar entre las ciudades del norte, a mediados del XIX. Había que realizar los distintos trayectos a caballo acompañado por peones y «llevar nuestro equipaje, incluso la cama, en cargueros y a lomo de mula». Los cuartos de postas tenían las postas más primitivas, «formadas por palos toscos para asegurar un cuero bien estirado y duro».

Los itinerarios del autor cruzan las campañas de Santiago del Estero. Viaja de Córdoba a Tucumán durante una sequía espantosa en los meses de verano. Su interpretación del mundo rural de Santiago del Estero refleja un subdesarrollo por la precaria alimentación en sus ranchos, por la escasez de carne, por sus villorrios de «lúgubre apariencia», con ranchos de paredes de barro sin blanquear. Atamisqui es un ejemplo. Los abundantes «mendigos rodeaban al grupo de los viajeros y estudiantes: estaban flacos y muy sucios; hablaban una lengua que yo no comprendía, eran quichuas por el idioma y por el aspecto»46.

El autor llega a Santiago del Estero. Se detiene allí algunos días. Comprueba la hospitalidad antigua, pero su descripción es negativa:

«...era una población empobrecida, se veían multitud de casas arruinadas; entre otras, una que debió pertenecer a las grandes familias de la colonia, en la que las pilastras de los corredores eran de madera torneada y esculpida, como las puertas; pero todo estaba sin pintar; las hierbas crecían en los patios y bajo los corredores; los techos estaban caídos, y aquello daba miedo, porque amenazaba un derrumbe»47.



En las secuencias siguientes reconoce el escaso comercio de muy modestas necesidades. El río Salado, «en sus crecientes periódicas, hacía peligrar una parte de la ciudad antigua».

Pero al pasado estancado, Víctor Gálvez contrapone el desarrollo de 1884: los grandes sembrados de caña de azúcar, el desarrollo industrial, la construcción del ferrocarril para enlazar con la línea del norte. Incluso dos   —126→   provincias apartadas como La Rioja y Catamarca «tienen ya decretados y estudiados los trazos de los ramales que van a unirlas con la gran ferrovía del norte, que ligará a Salta y llegará a Jujuy».

La siguiente crónica está dedicada a la detallada evocación de Tucumán y Salta. El paisaje cambia, la vegetación es más lozana y más vigorosa, los panoramas más variados:

«Empezaban a distinguirse en el horizonte las sierras de Tucumán, elevándose sobre todas, majestuosa e imponente, la cumbre nevada de Aconquija. Parecían varias montañas desiguales que sobre planos distintos se elevaban sobre el suelo y alcanzaban alturas diversas, formando reunidas y a lo lejos el basamento del alto cerro, a la vez que encuadraban el delicioso valle de Tafí»48.



La ciudad tucumana destaca en una zona llana, rodeada de un boscaje verde oscuro. Resalta los monumentos, las iglesias, la doble arquería exterior del edificio del Cabildo colonial, las plazas, las calles de naranjos. Pondera la belleza de las mujeres y la sociedad «aporteñada». Tucumán, a pesar de su reducida extensión, es una provincia rica, por su ganadería, su producción agrícola, su industria.

Los recuerdos de Víctor Gálvez de Salta no son tan positivos. Los salteños tenían más relaciones con Bolivia que con el litoral argentino y salían a exterior por el Pacífico. En la población se mezcla el cholo y el indio. En la raza indígena destacan sus rasgos fisonómicos, sus vestidos peculiares, tejidos por las indias. La capital está a buena altura sobre el nivel del mar, en un paisaje pintoresco, oreado por un «aire fresco y penetrante». La sociedad salteña practica costumbres diferentes, y la capital está calificada con signos negativos:

«La ciudad de Salta era entonces triste; no había una sola calle empedrada a pesar de que podían utilizar la piedra rodada de su río. Si bien es pintoresca la situación por las vistas de las montañas, el valle de Lerma es estrecho, le falta amplitud. El horizonte lo forma la silueta desigual de las serranías próximas»49.






ArribaAbajoXI. El viaje de Arturo Capdevila por el noroeste

Frente a la evocación nostálgica de las provincias del noroeste, en el siglo XIX, destaca la visión de las ciudades norteñas, en la prosa elaborada de poeta y ensayista cordobés Arturo Capdevila, en Tierra mía, publicado en 1945. El propio Capdevila se autodefine: «Un narrador de ciudades; un narrador de las ciudades de su patria.» Los últimos capítulos interpretan las ciudades del límite norteño, en la frontera con Bolivia, Jujuy y Salta.

Capdevila viaja de noche por los campos de Jujuy y llega a la ciudad entre   —127→   la penumbra de las dos. Por eso, las primeras estampas son impresiones borrosas. Las percepciones de la mañana tampoco son muy precisas. Sin embargo, el autor tiene una sensación de lo exótico. Jujuy se «le retrae», porque «el hombre y las cosas, el campo y la lejanía, la naturaleza entera de la comarca nos parece tan diferente de los moldes argentinos...»50.

También los primeros enfoques de la ciudad de Salta se diluyen en la prosa impresionista. En las secuencias siguientes evoca la ciudad recogida en la intimidad de las casas, de los portales, de las rejas, de los balcones. Salta es, por otro lado, «puerta de libertad» propulsada por los personajes históricos. Y en este sentido encierra «señales solidarias» con otras ciudades históricas de América51.

El viaje del autor a Tucumán está también dominado por las impresiones momentáneas. Sólo quedan estas sensaciones: las tardes abanicadas de naranjos en la plaza; las tardes fragantes por el blanco azahar; la belleza de las mujeres; la evocación del poeta Jaimes Freyre; los «valles y quebradas de una luz vibrante, magnífica»; los horizontes inmensos de la selva tucumana...52.

Entre las sugerencias se pierde también la estructura urbana de Santiago del Estero. La ciudad está envuelta entre leyendas y misterio. Surgen, en algunas secuencias, los monumentos religiosos y el río que forma esteros y bañados al tiempo de las crecidas. Catamarca es, para Capdevila, una «tierra de égloga», entre las sierras de Ancasti y Ambato. Sus calles tranquilas, con movimiento comercial, contrastan con las quintas de las afueras, los caseríos de los arrabales y las casas entre los sembradíos, con el campo que «verdeguea, a todos los rumbos, vestido de parras, naranjos y terebintos»53.




ArribaAbajoXII.«El Norte pencoso», de Jorge Ábalos

El olvido, el aislamiento del noroeste argentino, está interpretado en la prosa sugestiva de Jorge W. Ábalos, en Norte pencoso54, publicado en 1964. El autor de la novela Shunko analiza el marco geográfico, la historia, las manifestaciones del campo antropológico cultural, la mezcla del pasado indígena y la colonización española.

La región descubierta está formada por las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y la Rioja. Para el autor tiene en común la historia, las tradiciones y costumbres, la actitud espiritual. Los noroestinos, olvidados del resto del país. Soportan «con asfixia mediterránea   —128→   provocada por una cordillera que nos oprime y adormece nuestro metabolismo». La cordillera de los Andes, «Columna vertebral de Sud América», es:

«...barrera infranqueable, dolorosa realidad geográfica, suplicio de Tántalo para Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca y la Rioja, casi ventanas al Pacífico, océano negado por altura, frío, soroche y distancia de montaña que hay que trastornar»55.



Lamenta Ábalos la falta de un río navegable como el Paraná, ya que el Pilcomayo, el Bermejo y el Salado son tres esperanzas que no se cumplieron. La región del noroeste está enclavada «allá arriba y a trasmano». Su frontera oriental es el río Salado y una llanura marcada en los mapas del XIX como «Bosque impenetrable».

La cordillera andina impide los vientos húmedos del oeste y la sequía influye en la flora, en los cardones, en los cactus, en las distintas variedades reseñadas por el autor. La abundancia de pencas determina la calificación del territorio de «pencoso»56. Al lado de la flora degradadora resaltan las tierras sembradas, la variación de microclimas impuestos por la orografía. Ábalos engarza coplas populares referentes a los distintos componentes del espacio geográfico o alusivas a cada costumbre.

Como contraste con el «paisaje pencoso» se abren los verdes y feroces valles en las montañas, los bosques tropicales de las laderas de los cerros, el «mar de caña azucarera» en la campiña tucumana. Casi todo Tucumán es un oasis:

«Sus montañas, que se levantan bordeando la llanura chaqueña, detienen las nubes del sur y del oeste, forman una visera que provoca precipitaciones abundantes en la ladera oriental y dan así vida extraordinaria a una lonja que se extiende en media luna a lo largo de las montañas y hasta el límite de donde se las alcanza a ver. En esta franja verde se agrupa una población que hace de esta provincia la más densamente habitada del país»57.



Ábalos engarza constantemente coplas populares y textos poéticos del etnógrafo Juan Carlos Dávalos. Glosa la función de los personajes míticos de las deidades indígenas que perviven en las creencias populares. Describe los bosques del noroeste con enormes quebrachos «y fachinal cerrado», impenetrable. Analiza los modelos del canto y de las danzas practicadas desde Jujuy a La Rioja, en Salta y en el norte de Tucumán y Santiago del Estero. Testimonia los rasgos indígenas y las formas lingüísticas conservadas.



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ArribaXIII. Viajes de Mújica Lainez por el noroeste

El novelista bonaerense Manuel Mújica Lainez58 recorre varios itinerarios noroestinos y los describe en sucesivas estampas. Su interpretación se inicia en la misma frontera boliviana, a pocos kilómetros de La Quiaca. En la soledad remota norteña el encanto de Yavi, departamento y población de la provincia de Jujuy, famosa por sus encomenderos que dominan gran parte de la punta. Después de sus precisiones históricas y artísticas, el autor nos ofrece esta impresión del pueblo:

«Yavi no se apiña, sino se desparrama. Sus callejas suben y bajan en torno a su campanario. Tapias terrosas enmarcan el paso de las majadas de cabras de los burros cargados de leña. De día -en la época en que la visité- la tumba el calor, pero refresca la noche y, entonces, se encienden sobre su paz las estrellas más deslumbrantes del mundo»59.



En el texto siguiente Mújica recorre dos veces la ruta de la «quebrada mágica». Exalta la belleza de las poblaciones que se van escalonando, desde Jujuy a Tilcara. Registra el encanto de Tumbaya y la perfección de Purmamarca, con sus callejas, sus templos, el aire diáfano y las rocas multicolores que la circundan. Atraen su atención los meandros secretos de la Puna, las ondulaciones del río Grande, el Pucará de las excavaciones arqueológicas, los promontorios que se elevan en lugares estratégicos.

El itinerario se prolonga hasta la frontera boliviana. En la capilla de Huclatera, recuerda allí «descarnaron el cadáver del general Lavalle y se imagina el paso fantasmal de los fieles que protegían sus despojos»60. En la ascensión, sin árboles, se suceden los poblados, las «soledades incoloras, adobes melancólicos, cabras retintas, llamas que nos observan con ojos de mujer».

Frente a las montañas que se estrían, la Quebrada de Humahuaca «es la patria del color, en el norte». Al final de la zarandeada andanza están La Quiaca y la Boliviana Villazón, «paradores del contrabando, 'hormiga' que llevan y traen las cholas bajo las faldas de ampuloso ruedo»61.

Después de ponderar los tesoros artísticos de los museos de Salta y Jujuy, Mújica Lainez hace un recorrido por las casas y caserones de las dos ciudades. Describe su ambiente y engarza noticias históricas sobre nobles y capitanes que lucharon en las campañas contra los indios del Chaco.





 
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