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Los adioses de Santa Cruz


A la mañana siguiente era el viento tan violento, que no se pudo acabar con el inacabable desembarco de las mulas.

Apenas si se botó al agua la hoy famosa lancha Thornycrofft que ha remontado el Santa Cruz, pero con su caldera incompleta y sus adornos desdeñados, porque no hay paciencia humana capaz de resolver el rompecabezas de las piececillas accesorias e inútiles que hay que ordenar, como el forro de la regala, las bancadas de proa y popa y los lujosos enjaretados. Remolcada, la lanchita dio ya idea de sus buenas condiciones, quedó más libre la cubierta del Villarino y nosotros exonerados de una de nuestras preocupaciones.

De vuelta, un bote nos trajo tentadora invitación a no sé qué asado al asador de carne caponil, fresca y gorda; y relamiéndonos, tratamos el vaso de conciencia de desembarcar o no desembarcar, de ir o de no ir, de comer o no comer, porque esta última era la disyuntiva entre el famoso plato nacional y los platos anti-internacionales de a bordo.

-¿Vamos?

-¿Y si no podemos volver?

-Sí, pero... ¿y el asado?

-Bueno... ¿pero y el viento y la corriente?... Acordémonos de ayer...

-¡Vamos!

-Yo no voy...

Y en ese instante Eolo hinchó los carrillos y se puso a soplar con tanta fuerza, que imagino que tras de la arena volaron los cantos rodados de la playa, y tras éstos las ostras patagónicas, y después todo cuanto se levantaba sobre la superficie de la tierra.

Corría arremolinado y verde de rabia el Santa Cruz; en la costa nubes de polvo ocultaban el árido paisaje; algún remolino de arena erguía su línea opaca y móvil, más visible que el resto del cuadro, y súbitamente desaparecieron de la escena cuantas personas animaban la costa melancólica del río...

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Supe después que los pocos pasajeros que permanecían aún en tierra, se habían visto obligados a quedarse en el sitio en donde estaban, pues salvo caso de fuerza mayor, no se hubieran atrevido a poner las narices afuera.

Pero, como todo tiene que acabarse, nuestro cautiverio santacrucense tuvo fin al fin, y una buena tarde nos hallamos todos a bordo, sin grandes desperfectos, dispuestos a zarpar y deseosos de hacerlo.

Sin grandes desperfectos, excepción hecha del Dr. Luque, quien, almorzando en el depósito de carbón con el Dr. Moreno y comitiva, quedó con la mano agujereada de una puñalada, en cierto encarnizado combate con una patria galleta... Nos llenó de sangre el barco, palideció mucho, detuvo la hemorragia después de revolver todo el botiquín, y los aires salobres y saludables del extremo austral de América no tardaron en reponerlo después de la sangría.

Las que no pudieron reponerse fueron algunas docenas de fotografías que había yo tomado y cuya pérdida lamento aún. Los negativos procedentes de un foto-gemelo con objetivo Seiz de Lepage, estaban cuidadosamente guardados a la luz de una lámpara roja en un estuche especial, negro y sin rendijas, donde la luz tenía rigurosamente prohibida la entrada. Pero no faltó mano de compañero curioso, o de mozo entrometido que destapara la caja y diera paso al enemigo de las placas sensibles. Total: perdí muchas vistas interesantes, de cuya catástrofe sólo he venido a darme amarga cuenta acá. Lo siento, porque la falta es irreparable...

...Todos los pasajeros estábamos en la borda agitando en el aire nuestros pañuelos; subía y bajaba lenta en la popa, la bandera azul y blanca; hervía el agua atrás, y en la superficie del río iba quedando un surco, como de tierra arada. Sobre el fondo negro del depósito de carbón movíanse coloreadas figuras liliputienses, y en el ambiente brumoso había olor y electricidad de sensaciones nuevas. Marchaba el Villarino. Quedábanse Moreno y sus segundos. Y a aquel trapo que ondulaba a popa, al estridente silbido que una, dos y tres veces rasgó el aire, envuelto en tenue nube de vapor, contestó de pronto, mudo y solemne, flameando sobre el techo del depósito, otro paño blanco y azul, que más adivinamos que distinguimos y que hemos seguido con la vista hasta que se perdió en la bruma.

¡A Gallegos! Íbamos a ver el último centro de población que la Argentina tiene en Patagonia, la capital de Santa Cruz,   —87→   el pueblo que tarde viene a disputar la hegemonía a Punta Arenas.

¿Qué, sorpresa agradable o desagradable podría guardarnos Río Gallegos? Pocas horas nos faltaban para saberlo y también para dar principio al fin de nuestro viaje por esa tierra austral argentina, ya que el remoto sur del continente está en otras manos, merced a la geométrica y curiosa raya del paralelo 52.

Despreocupado de la charla amena de los compañeros y de la música de Rinaldi, el maestro de piano del Villarino, que tocaba no sé qué barcarola sentimental, allá en cubierta me puse a revisar mi cuaderno de notas, para añadir las muchas que faltaban y no fiar demasiado a la memoria.

En la vida de repórter se observa a la larga cuán malos colaboradores son el lápiz y la cartera de apuntes. Un periodista habla con un individuo sobre cualquiera cuestión interesante, le pregunta, está obteniendo de él datos preciosos, tiene toda la confianza y toda la locuacidad del interlocutor en favor suyo. Pero de pronto saca el carnet, esgrime el lapicero, y la fuente se ciega como por ensalmo. La confianza se trueca en temor, la locuacidad en reticencia, y los datos positivos, a veces, en rotundas negativas...

No aconsejo a los colegas el uso de las notas, sino ex post facto.

Yo agregué algunas a mi cuaderno, entre otras una denuncia de vecinos caracterizados del Quemado contra un funcionario de la localidad, cuya denuncia, cubierta de firmas, tengo en mi poder, y dice:

«El comisario de este departamento comete los abusos y arbitrariedades que a continuación se expresan:

»Han ocurrido tres muertes violentas de hombres sin que la policía haya averiguado nada al respecto, aun teniendo conocimiento de ellas.

»El señor comisario ha establecido un despacho de bebidas a nombre de otra persona, donde todo individuo puede embriagarse impunemente y a su vista, sin sufrir castigo alguno, mientras que, si esto hacen en otra casa de negocio, se le cobra una fuerte multa, o en su defecto, es castigado con prisión en un sucio calabozo.

»Las jugadas en todas las casas son prohibidas, y castigadas con multas, mientras que en la casa del señor comisario no sólo son admitidas, sino que también se ha establecido un sistema de coimas a favor de la casa, en la taba, el monte criollo y el choclón.

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»Los gendarmes, que son solamente dos, los emplea el señor comisario en su servicio particular, y en apalear personas indefensas por el solo hecho de no haberse embriagado en su casa de negocio.

»Han sido enviadas muchas quejas al gobernador del territorio, sin que hayan sido atendidas.»

Este grito no ha de extrañar a nadie y ha de ser absolutamente ineficaz. Es el caso, o nunca, de la voz que clama en el desierto, y convencido de ello, no lo traería a estas páginas si no fuera prueba viva de lo que está consignado en el capítulo anterior.

Las autoridades que manda el país, pueden hacerlo, por lo menos, antipático a la Patagonia. Los gobernadores no observan bastante las necesidades y las pasiones del pueblo que nace bajo su mano. Son indiferentes a sus quejas, fundadas o infundadas, y suelen sufrir que los desacredite un subalterno por no haberse hecho bastante accesibles a la masa, considerando alcurnia lo que por hoy sólo podría compararse a una transitoria jefatura de tribu, o si se quiere que modernicemos, a la dirección de una empresa agrícola, de una factoría, en que cada trabajador es moralmente un socio.

Iban esos vecinos de Santa Cruz a presentarse al Ministro del Interior, desesperando de hallar en el Gobernador del territorio ecos a su queja. No era el camino. Además, quién sabe si habrán hablado de una manera tan categórica al Gobernador, en quien -lo creo- vivirá, pronto a exteriorizarse, el espíritu de la justicia que no se ha manifestado, sólo por no presentársele la ocasión.

Y, al par de esa prueba de la tirantez existente entre los colonos y sus gobernantes, nos da el documento indicios de lo que es el comercio en aquellas regiones: el alcohol prima sobre las otras mercaderías, o por lo menos ocupa uno de los primeros lugares entre ellas. Es natural: esparcidos en una gran extensión de territorio, los pobladores de Patagonia van al pueblo con dinero en el bolsillo, o crédito que lo valga, no sólo en procura de vitualla y ropas, sino también a divertirse en la posible manera, allí donde no abundan los sitios de recreo. La esquina del gaucho pampeano, la pulpería famosa, teatro de dramas y sainetes, se ha trasladado allá con otro carácter, ha diezmado al tehuelche, y cobra diezmo crecido al trabajador patagónico, que deja en ella gran parte de su salario, sino todo.

El comercio de artículos de tienda está también muy comprometido,   —89→   pues lo practican, al par de las casas especiales, los mismos establecimientos ganaderos, que mandan sus lanas a Inglaterra y piden que, en cambio de una parte de su valor, les envíen un surtido o pacotilla de prendas de vestir, que luego venden con poca ganancia a los peones que en ellos trabajan, tanto más fácilmente, cuanto que no se les cobra derechos de importación.

Este es uno de los grandes argumentos que tienen a su servicio los que se oponen a los puertos libres en Patagonia, como si el enriquecimiento de unos pocos negociantes equivaliera al bienestar de la generalidad de los que pueblan aquel suelo.

Claro que el importador que introduce grandes partidas de mercadería, puede hacer menos pesadas las tarifas aduaneras; pero tan claro como eso es que, no habiendo derechos, mejor para cada uno es tener los menos intermediarios que sea posible.

Luego después, Patagonia no será ni en muchos años comercial sino por accidente; tiene funciones determinadas de productora, sobre todo en el ramo de ganadería, pues exceptuando el Chubut, la agricultura no prospera en ella aún. Los temores que por su comercio se abriguen, son extemporáneos, y pensar en proteger a los almaceneros y tenderos, es curarse en salud. Ya se protegen ellos solos...

-Verá usted -me decía un hacendado de Santa Cruz-, verá usted cómo las provincias colonizadoras como Santa Fe, se oponen a que nos den los puertos libres, poniendo de relieve razones que no son las verdaderas.

-¿Por qué?

-Porque no les conviene decir la verdad, y hacen, lo que dice el cantar criollo: hacen como el teru-teru


que chilla lejos del nido
pa que no encuentren los huevos.

-¿Y cuáles son las razones verdaderas?

-Una, sobre todas: que si se declararan estos puertos libres, todos los colonos que hoy sufren al norte por la pérdida de sus cosechas, etc., se vendrían inmediatamente aquí...

-Puede que acierte usted.

-Estoy en lo verdadero, y como decía La Honradez «los hechos me justificarán...»

He sabido después que, en efecto, las provincias agricultoras se opusieron en el seno de la convención, por medio de sus representantes, a las franquicias de los puertos patagónicos,   —90→   logrando que no se les dieran. Pero aunque esa oposición no triunfara, la exigencia injustificada de las ya formadas y constituidas provincias del norte, hubiera hecho muy difícil, si no imposible, dar ese decisivo impulso a los territorios del extremo sur. Pretendemos servirnos de la experiencia de Estados Unidos, y no acertamos a imitarlos en aquello que ha cooperado con más eficacia a su engrandecimiento, como las extraordinarias facilidades que dieron para poblar sus comarcas desiertas, y la absoluta libertad de que gozaron sus primeros habitantes. Aquí todas son trabas, y cuando el pioneer se lanza por fin a aquellos incultos y pobres campos, después de vencer dificultades sin cuento, encuentra en las autoridades el mismo afán de gobierno a todo trance que viviendo en un centro de civilización.

Y repito que no son aquellos hombres del mismo corte que los que trabajan en nuestras provincias: la necesidad les hace aguzar el ingenio, y la lucha tenaz por la vida, los prepara para todas las tareas.

Uno de Santa Cruz, llamado Charles Ross, realiza la síntesis del colono patagónico.

Este individuo, que habita el territorio desde hace muchos años, comenzó a abrirse camino en las condiciones más precarias que imaginarse pueda. Para adquirir un caballo, no teniendo dinero disponible ni de dónde sacarlo, dio al que se lo vendía, por ochocientos pesos de trabajo4. Ross es al mismo tiempo herrero, carpintero, mecánico, maquinista... y hoy alquila su caballo Tucu-Tucu, a tanta costa obtenido, por botellas de coñac o de ginebra, nunca por dinero... Como él hay otros, y los antiguos colonos que vinieron del viejo mundo sin saber palabra de la nueva vida en que iban a iniciarse, se han convertido en camperos, jinetes y cazadores que corren el avestruz y el guanaco5 cual si hubiesen nacido en plena pampa,   —91→   y se han avezado de tal modo a las necesidades de aquella existencia solitaria, que hoy se bastan a sí mismos, y pocas veces tienen que recurrir a extraño auxilio. Sólo reclamarían la acción de un gobierno, para libertarse de enemigos tales como los cuatreros, y eso simplemente porque no se les permite tomarse justicia por su mano, porque poco les costaría, como a los primeros habitantes del Far West, formar liga para perseguirlos y ahuyentarlos.

Uno de estos cuatreros, Asencio, no deja de ser original.

Hace sus incursiones dos veces al año, sin que la policía se preocupe mayormente, y roba caballos, ovejas, cuanto encuentra a mano, para volver después con toda tranquilidad a su escondite y prepararse para el malón siguiente.

Esto viene de tiempo inmemorial, y parece que continuará por largos años todavía, con gran detrimento de las ovejas, en balde tan prolíficas6.

Otro de los apuntes de mi cartera, hechos a bordo, después de la excursión por Santa Cruz, dice:

«He visto pocos indios tehuelches, y los pocos que he visto están tan asimilados a las costumbres comunes a nuestra campaña, que no pueden considerarse ya como genuinos.»

Sus costumbres, su físico, hasta sus mismas creencias religiosas estén bien diseñadas por los muchos exploradores de   —92→   Patagonia, una vez desvanecida la leyenda de los gigantes que inventó Pigafeta, y que repitieron tantos.

El fantástico historiador de viaje de Magallanes, los decía de cuatro varas de estatura, invención que corre parejas con la de que los tehuelches hablaron con el diablo, casi en presencia suya, con la de que los pájaros del Pacífico se meten dentro de las ballenas, y con la de que un rey americano tenía dos perlas como huevos de gallina...

Son efectivamente altos, bien formados, fuertes, y el quillango que constituye su único traje y que llevan como manto, no sin cierta gracia, los hace parecer de mayor estatura, como sucede con cuantos usan ropa talar. Son dolicocéfalos, es decir, tienen el cráneo oval en la parte superior, y más largo que ancho. Viven de la caza, en que demuestran gran habilidad; su inteligencia es clara, sus costumbres sencillas, y sólo la civilización que les ha llevado el alcohol asesino, ha podido hacerlos degenerar. Pacíficos y bondadosos, han sido los amigos de los primeros europeos que visitaron la Patagonia, con quienes comerciaron, y a quienes sirvieron en muchas ocasiones. Los primeros navegantes -después de Magallanes-, los encontraron ya con caballos.

Respecto de ellos dice Darwin: «En tiempos de Sarmiento (1580) esos indios estaban armados de arcos y flechas que luego han desaparecido. Ya también entonces poseían algunos caballos. Hecho curioso es éste, que demuestra con cuánta rapidez se multiplicaron los caballos en la América del Sur. Los primeros fueron desembarcados en Buenos Aires en 15371; la colonia fue abandonada durante algún tiempo, y los caballos volvieron al estado salvaje; y en 1590, sólo cuarenta y tres años más tarde, ya se les encuentra en las costas del Estrecho de Magallanes.»

En otra parte dice el sabio naturalista: «Sus grandes capas de guanaco (de los tehuelches), sus largos y flotantes cabellos, su aspecto general, les hacen parecer más grandes de lo que realmente son. Tienen por término medio seis pies de alto; algunos son más grandes; otros, pero en número muy escaso, más pequeños. Las mujeres son también muy altas. Esta es, en suma, la raza más grande que se haya visto. Sus rasgos se parecen mucho a los de los indios que vi con Rosas en el norte; tienen, sin embargo, un aspecto más salvaje y formidable: se pintan el rostro de rojo y negro, y uno de ellos estaba cubierto de líneas y puntos blancos, como fueguino.

El malogrado Ramón Lista, en uno de sus últimos trabajos,   —93→   ha hablado bastante extensamente de la curiosa leyenda que los tehuelches relatan como historia de su raza. Lista, que fue gobernador del territorio de Santa Cruz, estuvo muy en contacto con esos indios, tanto que llegó hasta vivir entre ellos, valiéndose de medios que no son para contados ahora.

Dice que tienen en su mitología un ser fuerte, sabio, benéfico, creador del universo, a quien llaman El-lal, autor de los tehuelches o Tzóneka, que animó a las fieras que infestan el mundo, reveló al hombre el secreto del fuego, le dio armas, abrigo e ideas morales. El-lal llega a la tierra desierta, vence al puma, al zorro y al cóndor. No ha nacido; vivo le arrancó Nosjthej del vientre de la madre sacrificada y quiso devorarlo, cuando un roedor auxilia y esconde al niño en su madriguera. El-lal, nómade, vence luego al gigante Goshg-e, pide la mano del hijo del sol y es burlado. Se metamorfosea en pájaro entonces, y en alas de un cisne se aleja para siempre de aquella tierra ingrata.

Añade Lista que, según la tradición, El-lal procedía de Oriente, pero que también se lo hacía aparecer por primera vez en la montaña.

«Nosjthej, padre de El-lal -escribe-, mata a su mujer, ábrele el vientre con tajante pedernal, y arranca al niño que ansía devorar; pero en tan supremo instante siente un ruido extraño bajo el suelo que se estremece, quédase suspenso y olvida al niño.

»Aparece entonces Terguer, el roedor, que coge a El-lal y va a esconderle en el sitio más recóndito de su morada. En vano Nosjthej, repuesto de su sorpresa, intenta realizar su abominable propósito: sus manos chorrean sangre, la cueva es profunda y estrecha. Arde en su mirada la cólera salvaje; grita con voz que repercute en los Andes; pero todo es inútil: el dios seguirá creciendo al amparo protector de la tierra.

»Nosjthej vuelve los ojos extraviados hacia el cadáver sangriento de su víctima. ¡Oh, portento! Una fuente cristalina fluye del vientre herido... Y pasan los años, y los siglos se suceden a los siglos, y ahí está -frente a Teckel, camino de Ay-aike al Senguerr- el manantial maravilloso, Jentre, en cuyas aguas se han bañado muchas generaciones de niños Tzónekas.

»Los primeros años de El-lal pasaron ignorados en la soledad del desierto. El roedor fue su sostén, le enseñó a comer yerbas, le abrigó en su nido de lana de guanaco, le hizo conocer los senderos de la montaña. El-lal siguió creciendo, inventó   —94→   el arco y la flecha, y muy pronto dio principio a sus correrías vagabundas. Al volver cada noche a la cueva, llevaba algún pajarillo cazado con sus armas divinas.

-»Ten cuidado -le decía el roedor-; las fieras son hijas de la obscuridad.

»Y El-lal se sonreía.

»Una mañana iba siguiendo el borde sinuoso de un torrente; de repente le acomete un puma enorme. Arma su arco, silba la flecha certera y va a herir en el ijar al cruel felino, que lanza un rugido pavoroso. Otro rugido le responde, El-lal se halla entre dos fieras, la una herida pero en pie, la otra, más temible aún, oculta en la maleza. El cazador está sonriente; ni siquiera ha vuelto a armar el arco. Luego sigue su rumbo, trepa una colina, se acerca al borde de un río caudaloso, coge algunas piedras de su lecho, se aparta un tanto de la orilla, reúne aquí y allá pequeños trozos de leña, desmenuza unos, rompe otros... y el fuego brilla por primera vez en la soledad de los campos.

»Otro día más que pasa. El-lal ve un cóndor parado en la cumbre de un cerro.

-»Dame una pluma de tus alas para poner en mi flecha.

»¡Imposible! -le grita el pájaro- Las necesito, son mi abrigo, con ellas hiendo el aire.

»Insiste El-lal, ruega, amenaza.

-¡Imposible! ¡Imposible!

»Y el cóndor despliega sus alas, remonta el vuelo y ya casi desaparece en el espacio, cuando El-lal arma su arco son cuidado, suelta la cuerda, vibra el aire... y el ave desciende en revueltos giros.

-¿Qué pluma queréis? ¿Qué pluma queréis?

»Y llega a tierra con la garra entreabierta. El-lal le coge del cuello, le arranca las plumas de la cabeza y le dice:

-¡Vuélvete a la cúspide del cerro!

-El dios-hombre tiene ya la fuerza y la musculatura de la juventud; ningún animal le resiste: el puma se le humilla, el cóndor le acompaña en sus correrías, el cóndor no le niega ya sus plumas. Todo está sujeto a su imperio.

»Pero un día reaparece Nosjthej.

-»Yo soy tu padre -le dice.

»El-lal lo conduce a su antro, le enseña sus armas, sus arcos, sus flechas, sus tallados pedernales y sus hondas; le muestra sus trofeos, las pieles de los pumas, las caparazones de los armadillos gigantescos, las alas enormes de los cóndores.

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» Después coge un hueso, extráele la médula y se la ofrece complacido...

»Transcurre algún tiempo. Nosjthej es el amo; el héroe le obedece, pero un día se subleva contra sus mandatos y huye a esconderse en la montaña. Su padre le persigue... Ya le alcanza... El-lal se detiene un instante, hiere la tierra con el pie, lanza un grito estridente, y el bosque, la selva enmarañada, se alza como una barrera insalvable delante del colérico padre.

»La tierra ya se ha poblado de hombres, y un gigante, Goshg-e, siembra en ella el terror y la desesperación. Cada noche desaparece algún niño. El monstruo devora, también, al cazador extraviado. El-lal sale en su busca, le encuentra en la linde de la selva... Pero el gigante es invulnerable... las flechas del héroe se astillan o rebotan... Las víctimas se suceden a las víctimas. El espanto no tiene límites.

»El-lal toma entonces la apariencia de un tábano, busca otra vez a Goshg-e, se introduce arteramente en sus fauces, penetra en su estómago, híncale el aguijón. El gigante se retuerce y lanza gritos nunca oídos, gritos que el viento arrastra por los campos como la última amenaza del monstruo..

»Luego hay un lapso de tiempo en que todo es vago y misterioso, en que todo se confunde y contradice. El-lal pierde casi por completo su carácter divino, toma un nuevo nombre. Su cabellera va sujeta a la frente, con la vincha indiana; el hacha de piedra y el dardo aparecen en sus manos; su albergue es de ramas entrelazadas. Otros seres como él le acompañan por todas partes. Da caza a los guanacos, vigila en la noche. Tan pronto se le ve a la vera del bosque como al borde del mar. Es ictiófago, es carnicero...

»Nosjthej se llama entonces Tkaur.- El roedor dormita en la cueva...

»Aparece Sintalk'n, guerrero poderoso y sagaz. Lucha con El-lal. La sangre de los hombres empaña la tierra. Las bestias feroces vuelven a sus correrías destructoras.- Renace Goshg-e, más espantoso; su frente sobrepasa a los cerros más altos.- Hasta la misma Naturaleza parece conturbada. El sol se obscurece, la tierra palpita en su corteza, el viento brama incesante. El-lal ya no es dios. Su boca blasfema, en su corazón arden todas las pasiones de los hombres.

-»¡Sintalk'n! ¡Sintalk'n!

»Este nombre resuena al borde del océano y al pie de la montaña... Pero el guerrero es vencido y aprisionado... y devorado.   —96→   El-lal vuelve a ser omnipotente. Solicita en matrimonio a la hija del Sol y de la Luna, pero éstos, no atreviéndose a rechazar abiertamente la alianza, se valen de un subterfugio para no acceder al pedido; una sierva joven toma el vestido y el nombre de la niña; los emisarios de El-lal la reciben y conducen al lado del héroe, quien descubre inmediatamente el engaño. Su voz suena entonces contra el Sol, y su arco le amenaza con sus flechas más agudas.

»Pero no termina aquí el mito tehuelche.

»Disgustado El-lal, va a alejarse para siempre del teatro en que se desarrolla su obra de dios y de héroe. Su misión ha terminado: ha hecho al hombre primitivo, ha purgado la tierra de los monstruos que la asolaban; ha echado la primer semilla de moral en el corazón de la criatura humana, y le ha enseñado el secreto de la combustión y los rudimentos de la industria; le ha dado armas, le ha dado abrigo de pieles, le ha proporcionado albergue. Ha removido para él todos los obstáculos de la ingrata naturaleza, y le ha dicho:

-»¡Anda! ¡El horizonte es tuyo!

»Metamorfoséase luego en avecilla, reúne a los cisnes sus hermanos, pósase en alas del más arrogante de ellos, y en bandada rumorosa va a través de los mares, hacia el este, descansando en las islas misteriosas que surgen de las ondas heridas por flechas invisibles.

-»Allá, por donde andan los vapores, allá desapareció El-lal con los cisnes sus hermanos -me decía el anciano Papón».

Esta confusa mitología, llena de saltos y lagunas, y que quizá necesite mayor comprobación, ofrece gran margen para el hombre estudioso. porque inconexa y todo como es, tiene vagas reminiscencias de otras mitologías y otras teodiceas. Cuando lleguemos a hablar de los indios de la Tierra del Fuego -de una de sus razas, sobre todo- nos servirá la página de Lista para establecer puntos de comparación, no exentos de interés positivo, e indicios fehacientes de afinidades no comprobadas hasta ahora.

Repito nuevamente que, entre los múltiples trabajos de Lista, los que versan sobre los tehuelches son los que tienen más valor, y los que pueden tomarse con mayor confianza, por los medios de que se valió para entrar en las costumbres y en la intimidad de esos indios. Conviene, pues -ya que no he logrado acercarme a ellos-, utilizar ese folleto, muy escasamente conocido, según mis informes. Habla Lista:

«Ambos sexos llevan en sí el sello peculiar a todos los pueblos   —97→   indígenas sudamericanos y éste es el de la tristeza, detalle que se advierte al primer golpe de vista. Es un aire doliente, pesado, lánguido o indiferente a la vez, y sin que ello importe el querer hacer una frase, diríase que el tehuelche retrata en su semblante la desolación, la árida monotonía del país en que ha nacido. Es poco dado a la risa, y cuando lo hace es a manera de estallido, anormal, como que su temperamento no se presta a tal manifestación.

»De otra parte, he observado que conversan poco y con cierta indecisión, une en las horas aflictivas se convierte en balbuceo.

»Dado este modo de ser, nada tiene de extraño que las manifestaciones de sus más íntimas alegrías, siempre breves, revistan un carácter de brusquedad turbulenta y salvaje.

»Estos indios no se sorprenden de nada; todo lo miran con la mayor indiferencia, al menos aparente, y ni siquiera las obras arquitectónicas o mecánicas más notables despiertan en ellos signos externos de asombro. El cacique Papón visitó conmigo, no ha mucho, el Río de la Plata; mas nada llegó a alterar la fría serenidad de su rostro. Figurábame que todo le era conocido: ferrocarriles, monumentos públicos, instalaciones de industria, alumbrado eléctrico. Lo único que llegó a interesar su curiosidad, fue la pareja de elefantes del jardín de aclimatación en Buenos Aires.

-»¡Oh! ¿Cómo llamar ese animal grande?... Keteshk (lindo) -agregó en su lengua; y se quedó callado, girando su mirada a otra parte.

»La expresión facial parece como que se comunicara al cuerpo todo; y esto que tal vez parezca absurdo a muchos, es para mí evidente. Observad a un indio que anda: su andar es vacilante, se inclina hacia el suelo, diríase que le abruman hondos pensamientos.»

Falta ahora, para que el lector forme concepto acerca del tehuelche, copiar modelos de literatura que el mismo Lista ofrece, quizá exagerando su nitidez, pero ciertos en el fondo, sin embargo. Son dos fábulas. Una de ellas -la primera- la conozco pasada por la pluma de Fernández Bremón y con un personaje sustituto del zorro; la otra, tan ingenua, no tiene, según mis impresiones, una analogía entre los apólogos conocidos. -Véanse, que será útil:

«El zorro y la piedra. -Un zorro desafió a correr a una piedra; ésta se excusó:

-Soy muy pesada.

  —98→  

-Correremos cuesta abajo de este cerro- insistió el zorro.

-Soy muy pesada, pero... guardaos de mí.

-¿Alcanzarme? ¡Qué locura! Yo corro como el viento.

-En fin, corramos -dijo la piedra.

Y el zorro partió como una flecha... se echó a rodar la piedra entonces, y de tumbo en tumbo fue a herir de muerte a su rival, que ya llegaba al pie del cerro.»

La segunda fábula a que me refería, es la siguiente:

«El zorro y el puma. -Un puma se encontró al linde de un pajal con un zorro muy donoso.

(Es de advertir que éste tenía un vistoso copete en la cabeza).

-¡Qué lindo adorno llevas, amigo mío! ¿Cómo lo has confeccionado? -habló la fiera.

-Muy sencillamente: raspeme la cabeza con un pedernal, y luego introduje en ella las lindas plumas de avestruz.

-¡Qué admirable! Yo deseo someterme a la misma prueba. ¿Quieres tomarte la molestia de hacerlo por mí?

-De mil amores.

Y el zorro comenzó a raspar el cráneo del puma hasta que lo hubo adelgazado lo suficiente para quebrarlo de un sólo golpe de pedernal.

Y murió el puma.»




ArribaAbajo- XI -

Rumbo a Gallegos


Acompaña a este capítulo un plano de una parte del territorio de Santa Cruz -la comprendida entre el río del mismo nombre y el límite argentino-chileno, que deja a la vecina República el sur de la Patagonia y todo el estrecho de Magallanes. Este plano, hecho sobre el del ingeniero Siewert, de reciente data, tiene por objeto dar a conocer la población e industria ganadera de esa interesante región de nuestro territorio. Para no llenarlo de confusos letreros, se ha usado en él de los números, cuya explicación va enseguida, y sólo se han señalado los lotes de la concesión Grümbein, para que el observador pueda abarcar de una ojeada el modo como se han desflorado aquellos terrenos: los lotes elegidos, y que hoy pertenecen, ya a Grümbein, ya al Banco de Amberes, están encerrados por   —99→   líneas rectas; la mensura de esas posesiones, acaba de ser aprobada por el Gobierno.

Pero antes de continuar, consignaré las notas explicativas referentes al plano.

  • Núm 1.- Establecimiento de la concesión Piedrabuena, con 8 o 10.000 ovejas más o menos.
  • Núm. 2.- Mister Johnson, 4.000 vacas.
  • Núm. 3.- León Pouchet, 4.000.
  • Núm. 4.- Señor Cressard, 4.000.
  • Núm. 5.- Kurtz y Wahlen, 15.000 ovejas. Hay en ese campo hacienda alzada.
  • Núm. 6.- Enrique L. Reynard, 12 ovejas.
  • Núm. 7.- Estancia de Manuel Coronel, uno de los primeros pobladores del territorio, que ha estado en continuo contacto con los indios y conoce toda la Patagonia desde el Río Negro al estrecho de Magallanes. Ha vivido con los indios más de quince años, y hoy cuenta de 65 a 70 de edad. No posee gran número de haciendas.
  • Núm. 8.- Pearson, y Patterson, 2.000 ovejas.
  • Núm. 9.- Smith, 8.000.
  • Núm. 10.- Puesto de Contreras, con 500 vacas. Las subcomisiones de límite acostumbraban proveerse allí de carne.
  • Núm. 11.- Puesto de Coronel, con 1.000 ovejas. En los alrededores hay liebres patagónicas, o mejor dicho agutíes.
  • Núm. 12.- Puesto de un oriental, llamado don Tomás, con 1.000 ovejas.
  • Núm. 13.- Guillaume, pequeña población sin animales todavía.
  • Núm. 14.- Aubone, ex-secretario de la Gobernación de Santa Cruz, puesto con 6.000 ovejas.
  • Núm. 15.- Guillaume, francés, establecido allí desde hace muchos años. Tiene 8000 ovejas procedentes del Río Negro, 300 vacas y 300 yeguas.
  • Núm. 16.- Montes, español, 90.000 ovejas o más. Un poco más arriba, sobre la costa del Atlántico, hay pasto fuerte y abundante.
  • Núm. 17.- Jameson, australiano, 2000 ovejas.
  • Núm. 18.- Terrenos inhabitados; algo más al sur hay dos grandes lagunas de agua dulce, que se unen en la época de las crecientes.
  • Núm. 19.- Fernández, español, 4.000 ovejas.
  • Núm. 20.- Establecimiento de varios pequeños con un total de 1200 ovejas.
  • Núm. 21.- Riquez, oriental, 6000 ovejas.
  • Núm. 22.- Urbina, 5000 íd.
  • Núm. 23.- Redman y Woodmann, sobre el cerro Guar-Ayken. 20.000 íd.
  • Núm. 24.- Felton, 18.000 íd.
  • Núm. 25.- Halliday, 12.000 íd.
  • Núm. 26.- Riveira, 10.000. Estos campos están cubiertos de mata negra, pasto fuerte y de buen engorde para los animales. Sobre la costa y sin número, ocupando el cabo Buen Tiempo, está el establecimiento de Rudd, con 10.000 ovejas.
  • Núm. 27.- Meyer, 12.000 íd.
  • Núm. 28.- Douglas, 112.000 íd.
  • Núm. 29.- Roux, 2000 vacas.
  • Núm. 30.- Noya y otros, 7.5000 ovejas.
  • Núm. 31.- Ronx, 9000 íd.
  • Hotel y posada en el paso del Guar-Ayken.
  • Núm. 32.- Gran campo alambrado de los señores Hamilton y Saunders, escoceses,   —100→   con un plantel de 10.000 ovejas, que piensan aumentar introduciendo mayor número de animales.
  • Núm. 33.- Establecimientos de Bartlett y de Molesworth, con 10.000 ovejas cada uno.
  • Núm. 34.- Establecimiento de Montes, con unas 10.000 ovejas y campo de Celestino Bousquet, con hacienda vacuna bravía, compuesta de 3000 cabezas, más o menos.
  • Núm. 35.- Clark, 6.000 ovejas.
  • Núm. 36.- Bitsch, 6000 íd.
  • Núm. 37.- Eberbardt, 20.000 íd.
  • Núm. 38.- Cark, 6000 íd.
  • Núm. 39.- G. Saunders, 12.000 íd.
  • Núm. 40.- Ross, 2500 íd.
  • Núm. 41.- Scott, 9000, y Grant, 3000 íd.
  • Núm. 42.- Hamilton y Saunders, 10.000.
  • Núm. 43.- Grandes bosques de hayas antárticas. Hay allí una puntita de ovejas del señor Lemaitre.
  • Núm. 44.- Woods y Compañía que poseen una inmensa zona de terreno. Tienen allí más de 10.000 ovejas, pero no he podido precisar el número.

Una de las casas de comercio más importantes del territorio, me facilitó la lista de los principales hacendados, propietarios y arrendatarios de tierra, algunos de los cuales no figuran en el plano adjunto, ya por estar establecidos al norte del Santa Cruz, ya por no haber obtenido el tiempo oportuno informes fidedignos a su respecto. Son los señores: Aubone; Alonso, Martín (Deseado); Auvern, Tomás; Bousquet, Celestino; Bresca y Compañía; Barreiro; Braun Moritz; Braun, Cameron y Lippert (San Julián); Burlotti, Engenio; Clark, William; Coronel, Manuel; Clementi, Máximo; Dobree y Cressard (comerciantes en Punta Arenas también); Eberhardt; Felton, Herbert; Grant, Roberto; Game y Catlle; Guillaume, Augusto; Halliday, Williams; Hamilton y Saunders; Hope, W. (San Julián); Jameson, Jenkis (Deseado); Kark y Oxembruj; Burgmeister; Mc. George; Molesworth; Montes, José; Noya, L.; Nees, William; Nash; Patterson, Donald; Rivera, Victoriano; Rieques, Juan; Reynardo y Greenwood; Magan; Rieques, Juan, Suárez, Rodolfo; Scott; Smith, Juan; Urbina, Pedro; Woodman y Redman; Van Praet; Wallace, Williams (San Julián); Wahlen y Kurtz, etc., etc.

Puede observarse bien aquí lo que queda dicho en el capítulo anterior acerca de la población de Patagonia7 y los elementos de que se compone su plantel en la actualidad, teniendo   —102→   en cuenta también que los hacendados ingleses prefieren muy a menudo llevar sus peones y capataces de Inglaterra, desconfiando mucho -y no sin razón- de la actividad de los hijos del país.

imagen

TERRITORIO DE SANTA CRUZ

  —[101]→  

Y se habrá observado también la forma de población de ese pedazo de territorio, que si bien es más densa hacia la costa, no desaparece sino muy poco a poco hacia la cordillera, en ensayos primeros contrafuertes y a inmediaciones de los lagos, hay todavía algunos establecimientos, como uno de Carpenter con 3000 ovejas, otro de Kark con 5000, un tercero de Eberhardt con 4000, etc., que no figuran en el plano. Poco tiempo más, y se verá el efecto de esos jalones plantados en el desierto, y que invitan a que otros vayan a ubicarse entre ellos, disminuyendo las distancias y aumentando los recursos de aquella zona.

De la concesión Grünbein ¿qué puedo añadir a lo que ya se ha dicho en todos los tonos? La elección que ha presidido a la ubicación de los lotes, está bien patente en el plano. Se ha seleccionado todo lo mejor, se ha desdeñado lo mediano y lo malo, y se ha quitado el mérito a mucha tierra que pudiera tenerlo si contara con las aguadas que le servirían con una división que consultase más el interés común.

En fin, eso está hecho, y parece que sin remedio, aunque semejante modo de ubicar tierra no tiene precedentes sino en la República Argentina; ahora lo que importa es que no se repita esa desastrosa errata -quiero llamarla así- en las nuevas zonas que van a abrirse a la civilización.

De los terrenos de la concesión Grünbein, los mejores son los del oeste, situados casi sobre los lagos Sarmiento y Maravilla, al norte del seno de la Última Esperanza. Estos campos, excelentes para la ganadería, pertenecen hoy, en gran parte, al Banco de Amberes, y ocupan el vasto cuadrado que se ve en la parte alta del plano.

...Desde nuestra partida de Santa Cruz el tiempo nos favoreció, como en las anteriores singladuras. Roló algo el Villarino, molestado por el viento de tierra y un poco de mar de fondo, pero sin llegar a mayores. La vida a bordo era tranquila y plácida. Íbamos más solos, cada vez más solos, dejando no sin cierta vaga melancolía nuevos compañeros en cada puerto, especialmente en Madryn, que es de mucho movimiento de pasajeros, y en Santa Cruz, donde acabábamos de separarnos de la comisión del doctor Moreno. Añadíase a esto la falta de noticias de Buenos Aires, que ya se dejaba sentir, produciendo en todos los no avezados a esos viajes, un desasosiego no por lo reprimido menos sensible.

  —103→  

-¡Bah! Telegrafiaremos en Punta Arenas...

-En Punta Arenas no hay telégrafo.

-A Buenos Aires no, pero a Santiago... Y haciendo retransmitir desde allí los despachos...

-No hay telégrafo a Santiago...

No lo hay, en efecto, aunque aquí se crea generalmente lo contrario, tanto que yo iba convencido de ello, y esperaba poder comunicarme desde el Estrecho con la dirección del diario y con los míos. Es tan natural que no se deje completamente aislada del país una zona que lo pertenece, y que tiene importancia real, política y comercialmente considerada, que atribuíamos a los vecinos más actividad de la que nosotros hemos demostrado... y demostramos; porque todavía es difícil que aprovechando todo el verano próximo y trabajando firme, quede tendida la línea, establecidas las estaciones y en aptitud de funcionar el telégrafo. Ahora, la correspondencia con Buenos Aires es de una lentitud desesperante. Pasando los transportes una vez por mes, cuando no más8, una carta no obtiene contestación sino sesenta días después de escrita... Patagonia está, pues, más lejos de Buenos Aires que la misma Europa.

...La falta de noticias, el aislamiento en que uno se encuentra en Patagonia, es lo que hace desagradable un viaje que en otras condiciones sería de placer, aunque la costa, árida y triste, tenga muy poco de pintoresca. La monotonía de aquellas tierras, ora pedregosas, ora cubiertas de arena, siempre con escasa y pobre vegetación, es un prólogo que prepara bien el ánimo para los cuadros sorprendentes que han de verse después. Y el mar, como si se diera cuenta de la poca variedad del paisaje, se esfuerza en cautivar la vista, combinando sus más curiosos juegos de color, y excediéndose a sí mismo en las auroras triunfales y en las sanguíneas puestas de sol. El mar es, por sí solo, un espectáculo altamente sugestivo: invita a meditar, aclara las ideas, permite concentrarse y hacer síntesis de lo que se ha observado. En él se suprime con la imaginación el estrecho límite del barco, y el pensamiento flota libre en la inmensidad. Todo contribuye a este resultado, desde la falta de preocupaciones materiales inmediatas, hasta el mismo a veces cuasi cariñoso cabeceo del buque mecido por la ola. El movimiento del agua, la luz que la colora, el cielo en   —104→   que pasan, ya lentas caravanas de nubes, ya escuadrones lanzados en rápida carrera; el aire que juega con la vela o con el gallardete, las aves que revolotean sobre la superficie móvil, diezmando los bancos de crustáceos o de pececillos, son elementos siempre iguales y siempre nuevos, de un cuadro que se pinta en el espíritu y que reclamando una atención vaga y soñadora, permite pensar, y sugiere nuevos rumbos a la idea.

Aquella tarde el Atlántico estaba bravo; desde lejos corrían hacia nosotros batallones de olas coronadas de espuma, que cortaba el Villarino, más gallardo que nunca, moviéndose de proa a popa, de popa a proa, con movimientos de corcel brioso. De pronto, con fragor de hojas sacudidas por el viento, una salpicadura de espuma blanca entraba por delante, se estrellaba contra la casilla del timonel, bifurcábase por babor y estribor, corría largo trecho, dando un tinte obscuro a las maderas claras de la cubierta, y llegaba hasta la popa, arrastrada por el viento como fresca y salada llovizna...

Todos los pasajeros estaban en la cámara. Ya se veía la costa, más accidentada allí, con médanos y serranías, cubiertos ole pasto fuerte, y donde pacen numerosas ovejas, desde el Santa Cruz hasta el Coy Inlet, hasta el cabo Buen Tiempo, hasta la punta Dungeness. El río Coy es una arteria de mucha importancia, cuyo curso no se conoce todavía sino desde el meridiano 71º 30', que tiene numerosos brazos y va a echarse en el océano en el paralelo 51º, a poco más de medio grado al norte de Río Gallegos. Se le llama allí generalmente el Coile, adulterando el nombre como lo hacen a veces hasta los mismos hombres de ciencia. Darwin, inducido en error por la pronunciación inglesa, y como Fitz-Roy también, llama Chupat al río Chubut, y escribe Tandeel, Tapalguen, etc. Esta ortografía subsiste en las traducciones al francés de sus obras, perdiéndose así hasta el parecido de la pronunciación, como sucede, por ejemplo, con Walleechu (hualichu), que todavía en inglés se pronuncia de una manera análoga a la tehuelche. Aquella región está cruzada por una verdadera red de corrientes de agua, aunque aquí y allí no falte una que otra travesía sin recursos. Los campos mejoran hacia la cordillera, y sobre ella comienza el bosque de árboles corpulentos, recurso inapreciable para los futuros pobladores de la comarca, como lo serán las minas de lignito que se encuentran sobre el estrecho de Magallanes y suben hacia el norte, presentándose en todos los territorios, incluso el Neuquen. El combustible no abunda hacia la costa, y los tehuelches usaban   —105→   la leña de guanaco, de la misma procedencia de la leña de oveja utilizada en la provincia de Buenos Aires, y fácil de obtener por los grandes montones de estiércol que forman esos animales, acostumbrados a usar una sola huanera.

Y, ya que hablo de huano, recordaré que lo hay en bastantes cantidades a lo largo de la costa patagónica y en algunos islotes. Desvelos es uno de los puntos más ricos de ese abono, pero parece que el producto no es de muy buena calidad. Es curioso el aspecto que suelen presentar esos depósitos blancos, sobre todo si, como en Deseado, se destacan como grandes parches de cal sobre las peñas obscuras, casi negras.

Hace algunos años el transporte Villarino sorprendió y apresó en Desvelos a dos buques que se ocupaban en cargar huano, contra lo que manda la ley, quitándoles más de trescientas bolsas llenas del producto, que dejó en el mismo puerto. Pero no por eso dejan de ser explotadas las huaneras, y en toda la costa se piratea y se pesca sin miedo del castigo, pues los transportes nacionales no tienen interés en perseguir buques cuya captura es difícil por lo veleros y el poco calado, cuando nunca se obtiene el prometido premio por la buena presa...

Lobos, cazones, huano, ballenas, peces exquisitos, mariscos, nada falta en aquellos mares, aunque escasee en ciertos puertos: en otros, en cambio, se presentan con sorprendente abundancia, y es realmente raro que todavía no se haya formado una empresa seria -la de bahía Crakes tuvo la mala suerte que se sabe- para la explotación de la pesca en grande escala y la fabricación de conservas. Pero ya vendrá todo eso, cuando se cuente con un servicio regular de comunicaciones, y Patagonia, hoy exclusivamente ganadera, se prepare para la industria, acercándose más a los mercados de consumo. Para ello es necesario que el Gobierno se preocupe de aquellas regiones, y que cese de ser cierta la siguiente observación de Martín de Moussy:

«Las tentativas de colonización ejecutadas desde 1580 hasta 1782, tenían por objeto principal garantizar aquel pedazo de territorio contra su ocupación posible por otra nación.»

Tan poco caso se hace aún de la Patagonia, que la frase del geógrafo francés parece escrita hoy mismo, tal es su actualidad... Pero no se ven indicios todavía de que comience a variar ese estado de cosas, y si no fuera porque aquellas comarcas tienen una gran vitalidad propia, estarían tan desiertas como hace un siglo.

No lo están hoy -lejos de eso- y todo el que recorra el territorio   —106→   del río Santa Cruz hacia el sur, se sorprenderá de su progreso rápido aunque extraoficial.

Un proyecto de excursión -que tuve que abandonar después, porque hubiera implicado renunciar a la visita a Tierra del Fuego o isla de los Estados, pero que recomiendo a los que vayan con más tiempo a la Patagonia Austral -tenía el siguiente itinerario:

De Gallegos por el valle que cruza el río, hasta los canales del oeste y el lago Maravilla -una cabalgata de ocho días-; de allí a la comisaría de Mollesworth, situada al sudeste, y luego al establecimiento de Bonvalot, para seguir después a la estancia de Saunders, y llegar a Punta Arenas pasando por la garganta formada entre Otway Wather y el Estrecho de Magallanes, y en que muchas cartas geográficas sitúan equivocadamente la cordillera. Esa garganta es, por el contrario, un bajo salpicado con numerosos charcos de agua, restos sin duda de un viejo canal.

La excursión es cómoda y fácil, por los abundantes elementos con que puede contarse, el carácter servicial de los hacendados de la región, y la benignidad del clima durante los meses del verano. Según se me ha informado, aquellos campos son excelentes, y los paisajes muy hermosos, sobre todo cerca de la cordillera y en el lago Maravilla, que al decir de cuantos lo han visto, tiene muy merecido su nombre.

La más desagradable de las peripecias que puedan ocurrir al viajero en ese trayecto, será el encuentro con algún puma, como le sucedió al Dr. Moreno en el río que llamó Leona en recuerdo del peligro corrido. Los pumas, en efecto, llegan muy al sur, para no detenerse sino ante la barrera que les forma el Estrecho. Pero no son muy temibles. Sólo atacan al hombre cuando se ven acorralados y no pueden huir; entonces esgrimen furiosos la zarpa y el colmillo.

«Este animal -dice Darwin- habita las comarcas más diversas; se le halla, en efecto, en las selvas ecuatoriales, en los desiertos de Patagonia y hasta bajo las latitudes 53 y 54º, frías y húmedas de Tierra del Fuego. He observado sus huellas, en la cordillera de Chile central, a una altura de 10.000 pies por lo menos. En las provincias del Río de la Plata, el puma se alimenta principalmente de venados, avestruces, vizcachas y otros cuadrúpedos pequeños. Rara vez ataca a las haciendas y caballos, y menos aún al hombre. En Chile, por el contrario, destruye muchos potrillos y terneros, probablemente a causa de la escasez de otros cuadrúpedos... Se afirma que el puma   —107→   mata siempre su presa saltándole sobre la cruz y tirando hacia él con una de sus patas, la cabeza de su víctima, hasta romperle la columna vertebral. He visto en Patagonia esqueletos de guanacos cuyo cuello estaba dislocado así.»

Según los habitantes de Santa Cruz, el procedimiento del puma es otro, aunque se parezca al descripto por Darwin: salta sobre la grupa de su presa, y el solo golpe de su caída basta para descuadrilarla, y reducirla a la inmovilidad.

El ingeniero Siewert, me dice que ha encontrado numerosos pumas en los cerros del sur de Gallegos, habitando en las cuevas naturales que allí existen.

Entretanto, íbamos acercándonos a Gallegos, y al mismo tiempo al desenlace o cosa así de la novelita de miss Mary. Un indiscreto -que nunca faltan- se había preocupado de verificar en Santa Cruz la existencia del novio. Sí, lo había, el hecho era indiscutible. Pero no reunía las condiciones con que lo exornaba la fantasía de la joven, por lo menos según los informes del indiscreto en cuestión. Hombre de carne y hueso, ya un poco maduro, con escaso capital, mayordomo y no propietario de estancia, desvirtuábase un tanto en nuestro concepto, antes muy alto, por las reflexiones que sugería aquella el mujer haciendo viaje tan largo en busca suya.

-Ya estamos cerca, miss Mary.

-¡Oh, sí!

Y reprimió un suspiro mientras buscaba con la vista a su caballero accidental.

Éramos varios los que seguíamos con interés el desarrollo de ese drama sin peripecias ni golpes de efecto, tan humano en su sencillez como poco teatral, y no era posible rehuir el comentario.

-Me parece que esta mujer no se casa, decía uno meneando la cabeza con aire perplejo.

-Lo que nos importará a nosotros que se case o no... replicaba un segundo, que sin embargo estaba dedicadísimo a la observación.

-Sería lástima, porque esa joven es muy correcta, y su posición se liaría difícil si no se casara...

-¡Bah! Es inglesa, y si no su cónsul de Punta Arenas, cualquier compatriota la reintegraría a su tierra. Los ingleses se ayudan tanto entre sí como tienen poco en cuenta a los de otras nacionalidades, los argentinos inclusive...

En estas y otras pláticas llegamos a la entrada del río Gallegos, entre el cabo Buen Tiempo y la Punta Loyola. Esa entrada   —108→   es más pintoresca que la de los otros puertos visitados antes. A uno y otro lado se elevan grandes barrancas cubiertas de pasto fuerte, que terminan al norte en un promontorio bastante alto. A lo lejos, al sur, se ve un sistema de cerros, llamados impropiamente Los Frailes y Los Conventos, sin que nada justifique ni un remoto parecido.

Esas montañas son de piedra y presentan en su interior tres cráteres estriados, en cuyas paredes se notan todavía las huellas del fuego que debe haberse extinguido en una época relativamente cercana. Junto a esos cráteres principales hay muchos secundarios más pequeños.

La playa de Gallegos es de ripio, y bastante elevada, pues las mareas son tan poderosas o más que en Santa Cruz. Cuando fondeamos, frente a la capital más austral de la Patagonia argentina, en el puerto sólo había un pequeño buque fondeado, perteneciente a una de las casas de comercio de Punta Arenas, que tienen sucursales en nuestro territorio. Otros dos buques varados y tumbados en la playa daban al sitio un acento de tristeza, una nota melancólica y sugestiva.




ArribaAbajo- XII -

La capital de Santa Cruz


-Aquí, en Patagonia, se sale de un buque para entrar a otro.

-Es mucha verdad.

Íbamos a instalarnos en el hotel, recién establecido, y que es más confortable de lo que en aquellas comarcas pudiera esperarse. La casa, de madera, está dividida en varias salas, y tiene también algunas habitaciones para huéspedes. Pero tanto esa como las demás del pueblo naciente, están asimiladas a barco, hasta por el olor peculiar que partiendo de la cocina se enseñorea de todos los rincones del edificio.

Gallegos tiene unas cien casas, y quinientos habitantes, más o menos. De esas cien, la mitad son establecimientos comerciales más o menos importantes, cuyo capital en giro alcanzará a medio millón de pesos. Ha tomado mucho impulso de algunos años a esta parte, desde que se trasladó allí la capital del territorio, y gracias sobre todo a las franquicias   —109→   aduaneras de que gozó bajo cuerda, y que incitaron a varios comerciantes a establecerse con casas de cierta importancia como la de Braune y Blanchard, la de Dobrée y la que acaba de fundar el señor Jacobs, ex-vicecónsul argentino en Punta Arenas. Las otras dos son, también, sucursales establecidas por comerciantes de la ciudad chilena.

El palacio de la gobernación es una gran casilla de madera, cuyo techo rojo domina el resto, con una nota más vibrante de color. Las calles, apenas esbozadas, son rectas -o lo serán cuando aumente la edificación-, y un ancho camino bastante bien tenido conduce del centro del pueblo a la playa. En los corrales adyacentes a las casas, se ven animales domésticos, gallinas, patos, avutardas, cuya presencia sugiere la idea de cierto bienestar, y aquí y allí, levantándose escuetas, las armazones de nuevas casillas, anunciadoras de un progreso bastante rápido.

También allí se oyen quejas amargas contra los transportes nacionales, aunque la cercanía de Punta Arenas haga menos dura la situación, con algún beneficio para los habitantes y mucho para nuestros vecinos del Estrecho, que acaparan aquella clientela, lo importan mercaderías, y lo exportan los productos.

Los transportes no llevan carga para el puerto chileno, pero el intercambio no disminuye por eso, como que varios veleros de cabotaje y algunos vaporcitos hacen la carrera, cobrando escaso flete9, y resulta una ventaja para productores y comerciantes, hacer sus operaciones por allí.

Muchos de los que tienen que viajar a Buenos Aires, prefieren irse por tierra a Punta Arenas, y embarcarse en los grandes vapores que tocan allí tan a menudo.

...Hay un momento triste en esta vida de perpetuo examen que llevamos los periodistas: arribar a una síntesis, a una conclusión -después de haber visto-, es una tarea agotadora, una exacerbación del gasto nervioso, que produce un cansancio excesivo, y que no rinde ni en líneas abundantes, ni en líneas elegantes, el esfuerzo que significa.

Ya en Gallegos, casi en el límite de la Patagonia argentina, me era imprescindible echar una ojeada general al país que iba a dejar horas más tarde; y con la indolencia que en los   —110→   largos viajes crea esa especie de cuna que se llama un barco, dejaba pasear mi fantasía por las vagas regiones de lo inmaterial y de lo abstracto. Patagonia era para mí, en aquel momento, una tierra geográfica, cuyo papel exclusivo se limitaba a las cartas y a los textos, y cuya acción no iba más allá de un ensueño de novedades áridas y poco sugestivas... Cuando uno de mis compañeros de viaje, inteligente y claro, poniéndome la mano sobre el hombro, me dijo:

-Ya sé...

-Ya sabe usted... ¿qué?

Se sonrío, y repuso:

-Ya sé lo que usted piensa... Está preocupado en busca de una idea...

-Puede... Yo mismo ignoro lo que me trabaja...

-La idiosincrasia de Patagonia...

-¿Cómo adivina?

-Las mismas causas determinantes, producen los mismos efectos... No es adivinanza, entonces.

Callamos un instante, pero al fin mi curiosidad pudo más que mi amor propio, y pregunté:

-¿Y qué piensa usted de Patagonia?

Mi interlocutor se quedó perplejo, y no contestó.

Gallegos, silencioso, se extendía a lo lejos, envuelto en la noche. Algún perro celoso ladraba a los marineros que cruzaban las calles. La paz tranquila del extremo sur de América envolvía seres y objetos -y mi pregunta se ensanchaba, tomaba proporciones de problema, agitaba sus enormes alas sobre el pueblo casi dormido. Y se repetía:

-¿Qué piensa usted de Patagonia?

Y mientras aguardaba la respuesta, ella iba formulándose en mi mente, clara y determinada, cuando el interlocutor, perplejo, buscaba las palabras para vestir la idea. Recordaba los nombres de sus exploradores, sus trabajos científicos, su esfuerzo, que pocos tienen hoy en cuenta; hacía revista de los viajes y las recaladas, cuando marinos valerosos iban a surcar aquellos mares, a vela, desafiando peligros que no desafían hoy los barcos de vapor. Asociaba los nombres de la costa a los nombres de los que la visitaron cuando aquello parecía buena presa para las potencias marítimas. Soñaba en el estadista que hubiera hecho de aquellas comarcas un centro nuevo de civilización. Y en la exaltación creadora del pensamiento, repetía la aspiración desvanecida del maestro Zola, y a la amarga y «no contestada frase de Pedro en la ciudad de los Césares   —111→   y de los Papas, sustituía otra más lógica y más positiva y más real: «¡Una nueva América! ¡Una nueva América!»

Entretanto, después de la pausa larga y sugestiva, mi interlocutor contestó:

-Patagonia es hijastra. Tiene toda la voluntad de las hijastras, descuidadas y sin embargo dignas de atención, de respeto, de ayuda. Si sus cualidades naturales responden a su ambición, puede que triunfe sobre sus hermanas.

-¿Cree usted próximo ese triunfo?

-Próximo o lejano, ¡quién sabe!

Cambiamos de conversación, pero creo que no nos apartamos ni un momento del asunto principal.

Patagonia no debe al Gobierno sino vejámenes unas veces, desdenes otras.

Gallegos mismo, que comienza a prosperar hoy, está amenazado de muerte segura, si la convención reformadora ha dicho la última, palabra respecto de su suerte...

Vivir de Punta Arenas es bien triste para los que habitan zonas tan favorecidas por la naturaleza; vivir sin ella es imposible, cuando no se tienen comunicaciones con el resto del país, y cuando sólo gabelas se aguardan de sus gobernantes, que no quieren abrirlos ojos. Todo es exigencia de parte de los argentinos para aquellos parajes; todo es tolerancia, de parte de los chilenos, para aquella comarca.

-Fíjese usted -me dijo, apenas desembarcado, el señor M., joven argentino, a quien preocupaba el hecho que iba a señalarme-. Fíjese usted; aquí todo el mundo es semi-chileno.

-No lo extrañé -le contesté-. Si examinamos bien, hemos de ver que más servicios les han hecho los chilenos que los argentinos... Nosotros... apenas si ahora comenzamos, extraoficialmente, a ocuparnos de esto, y a darnos por apercibidos de que vive gente aquí...

No insistiré sobre la importancia del territorio de que Gallegos es capital, ni sobre la clase de sus productos, su modo de población, la calidad de sus tierras, etc., tanto más, cuanto que desde aquel punto casi extremo, la atención comienza a ser fuertemente atraída por lo que ha de verse días y aun horas más tarde: el Estrecho, que las consejas del sur rodean de majestad tan terrible; la inmensa isla de Tierra del Fuego; la colonia de Magallanes, mercado y almacén de Patagonia; el paso del Breecknock, semillero de piedras y de escollos; los canales de la Beagle, estupendos de belleza, y por fin, las últimas poblaciones perdidas del país, Lapataia, Usuhaia, San Juan del Salvamento...

  —112→  

Sólo se reflexiona sobre la única preocupación dominante a lo largo de la costa, el tema obligado de todos los días, el que llega a apoderarse del espíritu y se convierte en obsesión: las comunicaciones. Sin ellas no se progresará; con ellas, dadas las fuerzas vivas que tiene aquel inmenso pedazo de nuestro suelo, se irá lejos, y muy fácilmente, como lo demuestra Punta Arenas con su rápido incremento, que ahora nada detendrá.

Pero poca suerte ha tenido la tierra patagónica desde su descubrimiento hasta la fecha, y el sistema de desdén y abandono data de siglos.

A este respecto cuenta Martín de Moussy, que los hermanos Viedma emplearon el año 1780 en examinar el puerto de Santa Elena (44º 30') y de San Gregorio, las costas del golfo de San Jorge, el Puerto Deseado y el de San Julián. Habiendo dejado a su hermano en el puerto San José (golfo de San Matías), Francisco Viedma se decidió por Puerto Deseado, donde estableció provisionalmente una parte de los colonos que llevaba consigo; luego, pareciéndole preferible el puerto de San Julián, hízolo asiento de un establecimiento definitivo. Aquella localidad era, en efecto, muy ventajosa por lo profundo del mar, y la abundancia de leña, pastos y agua potable. En los alrededores vivían indios pacíficos que habían recibido bien a los españoles.

«Después de una invernada que fue ruda para los colonos, cuya instalación no podía ser completa -añade el sabio geógrafo francés- Viedma aprovechó su buena voluntad para llevar un reconocimiento al interior del país en noviembre de 1782. Llegó casi hasta la vertiente oriental de la cordillera, después de haber tenido que atravesar los afluentes, entonces considerables, del río Santa Cruz. Los indios tehuelches que encontró en el camino, eran hombres de talla superior a la de los españoles, y tenían seis pies (1m 74) término medio -es la media que da d'Orbigny- aunque los hubiera más altos aún».

...«Viedma consideraba, pues, el puerto San Julián como el mejor de toda la Patagonia para un establecimiento colonial, cuando el virrey ordenó que se abandonara, a pesar de toda la oposición de su gobernador, que con razón hacía resaltar sus ventajas, su porvenir y los gastos que ya se habían hecho en él».

Ese sistema de población y abandono lo ha continuado y perfeccionado la República Argentina, como ha podido verso en Santa Cruz, por ejemplo, y se verá luego en Buen Suceso, Bahía Thetis, etc., etc., gastando sumas importantes sin beneficio   —113→   para nadie, o mejor dicho, con particular beneficio para unos pocos. Unas veces el abandono ha tenido razón de ser, por haberse elegido mal el sitio donde se ubicaba ya el presidio, ya la subprefectura, ya el futuro pueblo; otras ha obedecido a causas de menor cuantía, a meros caprichos, o a propósitos no muy confesables que digamos. Pero es tiempo de que esto cese, tanto más, cuanto que la experiencia ha costado millones al país, y nuestros vecinos han llegado a éxito mayor con menor esfuerzo, sencillamente porque han sabido administrar, han sido más prácticos que teóricos, y -fuerza es decirlo también- porque sus marinos, frecuentadores de los mares del sur, no han hecho de ellos un espantajo, dando margen a que se pensara que querían conservar su usufructo. Véase cómo cuenta Moussy, ya citado, la fundación de Punta Arenas, y cómo su perspicacia le hacía prever el porvenir de la pequeña colonia:

«A pesar de todas las exploraciones -dice hablando del sur de Patagonia- no se creó establecimiento alguno en aquellos parajes, hasta que en 1843 el Gobierno chileno se decidió a ocupar el Estrecho de Magallanes y sus dos orillas. Una pequeña expedición que salió de Chiloé el 10 de septiembre, llegó el 21 a Puerto Hambre y echó los cimientos de una colonia, a la que se dio el nombre de Punta Bulnes, en honor del entonces gobernador de la república chilena. Seis años más tarde, el 1849, el establecimiento fue trasladado a diez y seis leguas de allí, a un pequeño cabo llamado Punta Arenas, donde la temperatura era más elevada, la leña más abundante y el aspecto más alegre. Creose allí la ciudad de San Miguel10 que existe todavía.

»Un motín, continuación de la tentativa revolucionaria hecha el año anterior en Copiapó, ensangrentó la colonia en 1852; pero el jefe de la revuelta, el autor de los actos de ferocidad que entonces se cometieron, Cambiaso, fue pasado por las armas, y la colonia -que tiene ya veinte años de existencia- comienza a prosperar, según parece.

»Este punto se hará muy importante cuando se establezca en el Estrecho la navegación a vapor. Un informe del último gobernador, señor Schythe, afirma que se encuentran yacimientos de carbón en las cercanías de la colonia. Esta circunstancia contribuiría poderosamente a dar valor a esa creación, porque no es dudoso que, tanto el Estrecho de Magallanes como   —114→   las costas patagónicas, tendrán con el tiempo una población civilizada y establecimientos serios.»

»La gran pesca de anfibios, la de la ballena, la explotación del huano de los islotes de la costa de Patagonia, pueden abrir desde hoy fértil campo a la industria; muchos navíos a vela antes que doblar el Cabo de Hornos preferirían el paso del Estrecho, si hallaran en él remolcadores a vapor, absolutamente necesarios, a causa de las calmas y las corrientes.»

Los mismos vapores de la P. S. N. C. que hoy recalan en Punta Arenas, al cruzar el Estrecho, los de la Kosmos y otros, podrían haber sido atraídos a hacer escala en algún punto de la costa argentina, ofreciéndoles análogas comodidades a las que, para refrescar víveres, etc., tienen en el puerto chileno. Y eso, que no hubiera sido inmediatamente benéfico para todo la Patagonia, hubieralo sido a la larga, contribuyendo a formar una población de importancia, desde luego mucho mayor que la de Gallegos y Santa Cruz.

Un solo día permanecimos en el puerto: la carga era muy poca -pues las mercaderías van de Punta Arenas, donde se obtienen más baratas-, siendo colmados de atenciones por los señores Aubone, Magan, y otros propietarios y pobladores del territorio. A la mañana siguiente a nuestra llegada debíamos zarpar, aprovechando la marca, porque la barra es de difícil acceso, y la última noche que pasáramos en la Patagonia Argentina transcurrió rápida en amable conversación que duró hasta altas horas.

Había desembarcado miss Mary, en compañía de su prometido, que fue en su busca a bordo.

Era éste un hombre alto y fuerte, ya de alguna edad, pero de aspecto juvenil todavía. Tenía las características del inglés de nuestra campaña, hecho ya a los usos del país, acriollado en su traje y sus maneras. No fue muy efusivo con la novia, que lo fue menos con él, pero en la expresión del rostro se le conocía la íntima satisfacción de que estaba poseído. Ella no pudo ocultar cierta esquivez, cierta desilusión, y sus ojos se empañaron un tanto. ¡Vaya! Tiene razón Campoamor:


«Pasan diez años, vuelve él
y al encontrarse él y ella:
-¡Dios mío!, ¡y éste es aquél!
-¡Dios santo!, ¡y ésta es aquélla!

Vinieron las presentaciones, que miss Mary hizo con gracia, recomendándonos a la gratitud del futuro por la atención que todos sus compañeros de viaje habíamos tenido con ella, y   —115→   especialmente uno, el mismo de las largas charlas sobre cubierta que entre burlón y entristecido miraba a la pareja, pensando quizá en que todo tiene un término en la vida, y especialmente el flirt a bordo de los vapores.

El novio, muy gentil, nos estrechó la mano, agradeció en pocas palabras, y después de desembarcar, paseó toda la tarde por el pueblo, llevando del brazo a miss Mary, con una plenitud de satisfacción que le brotaba visiblemente por todos los poros...

Pero vino la noche, y con la noche la sorpresa.

Un caballero inglés, que iba con nosotros en el Villarino, y que acabábamos de ver hablando con la joven, se acercó a un grupo de pasajeros, e hizo estallar la bomba:

-Miss Mary no quiere casarse...

-¡Hola! ¡Hola!

-¿Cómo es eso?

-¿Que nos cuenta usted?

Y nos mirábamos sorprendidos, aunque con una aire que estaba diciendo: «Pero si eso era inevitable.»

-Así me lo acaba de declarar -repuso el viajero- pidiéndome consejo, y autorizándome para que consultara con ustedes qué es lo que puede hacer, como más conocedores que son de las costumbres del país.

-Hombre, sencillamente que no se case, si no quiere...

-Es natural.

-Nadie puede obligarla.

Pero, después de la sentencia vino la reflexión, y el interrogatorio:

-Pero ¿por qué no quiere casarse?

-¿No conocía ya al novio?

-¿No será esto un capricho pasajero?

-Ella declara terminante mente que ni se casa ni se queda en Gallegos; que lo ha pensado bien, y que ahora no le conviene en manera alguna... Yo le he hecho reflexiones, pero de nada han valido...

-¿Y qué podemos hacer nosotros?

-No veo con qué títulos intervendríamos...

-Sí, pero dejar que una mujer se case contra su voluntad...

-¡Pues, señor! ¡Esto sí que es comedia!... De cómo se quiere hacer representar el papel de providencia en el Sí de las niñas...

Al fin, y como galantería ineludible, se resolvió que una delegación iría a hablar con miss Mary, para conocer su última   —116→   palabra y resolver luego lo que podría hacerse dentro de lo correcto y lo caballeresco; la delegación partió en su busca, conversó con ella largo rato, y regresó diciendo que habían fracasado todas las tentativas de arreglo, que miss Mary quería irse a Punta Arenas para tomar el primer vapor del Pacífico que la volvería a Inglaterra, y que rogaba a sus compañeros de viaje que le ahorraran una penosísima explicación con mister Z., representándola y diciéndole que renunciaba a su mano.

-¡Vaya un compromiso en que nos coloca! -exclamó uno- Bonitos nos pondría el novio...

-¿Y quién va con esa carta del negro? -preguntó otro- Si se tratara de parientes o de amigos...

-Tanto más -agregó otro- cuando puede suceder que miss Mary cambie nuevamente de opinión. Souvent femme varie... Bueno fuera que mañana quisiera casarse...

Como el Villarino salía al día siguiente, el problema tenía siquiera una dilación, ya que no una solución.

-Dejemos el asunto para mañana, pues.

-Claro, es lo mejor. Así tendremos tiempo de reflexionar, los novios inclusive.

A primera hora del siguiente día, nueva consulta a miss Mary, que se ratificó en su firmísima intención de no casarse, y rogó de nuevo que se la sacara del apurado trance, casi con lágrimas en los ojos. Y nueva consulta en cónclave de pasajeros, ya resueltos a hacer algo por la joven, pero sin hallar el medio decoroso y decisivo, que tampoco hiriera muy cruelmente al novio, quien, por otra parte, ya podría haberse apercibido de que algo terrible estaba tramitándose contra su corazón... Porque ¡figúrense ustedes lo que significará una mujer querida para esos hombres del desierto!...

-¿Y si consultáramos con alguno de los vecinos que conozca bien a Z., y que lleve la parte cantante en este final dramático? Nosotros lo acompañaríamos como coristas...

-Bien pensado. Pero ¿a quién?

-A. N. Es influyente, creo que tiene negocios con Z., y puede, por lo menos, darnos un buen consejo. Casualmente, ahí va, hacia la playa, donde también están los novios... Y ya nosotros debemos ir pensando en embarcarnos.

El señor N. nos dio efectivamente la solución del problema.

-Puede que se trate de una tontería, de un simple capricho, de algún pasatiempo tomado a lo serio; según lo que ustedes me dicen, eso es fácil... Entonces, ya que la joven ha hecho lo más, que haga lo menos. Vino de Inglaterra, pues que   —117→   se quede aquí unas semanas, hasta conocer mejor a Z., que es un excelente sujeto, y quizá entonces quiera lo que no quiere hoy. Yo le ofrezco mi casa; en ella puede hospedarse el tiempo necesario para el experimento, y si su negativa continúa, yo me comprometo a envíarla a Punta Arenas para que su cónsul la reintegre a Inglaterra, como lo hará sin duda.

Tan sensatas palabras tuvieron la acogida que merecían, y todos vimos el cielo abierto ante ese allanamiento de las dificultades que un momento antes nos parecían casi insuperables. Pero faltaba poner el plan por obra, que convencer a miss Mary, que preparar a mister Z., y por fin... que embarcarnos, porque la marea crecía rápidamente.

Se hizo como se pensó. Después de algún llanto de la joven, de un susto terrible del prometido, que no sabía si tomarlo a burla o a veras, trágica o indiferentemente, pues no estaba preparado para el golpe de una conferencia explicativa entre ambos, mister Z. se fue a sus quehaceres, miss Mary con el señor N. a casa de éste, nosotros al bote que nos esperaba al pie de la costa de pedregullo, escenario triste de aquella escena, y poco después, silbando como espectador descontento, echó a andar el Villarino en las aguas tranquilas de la mar llena.

Mes y medio más tarde, pasando de vuelta por Gallegos, pregunté:

-¿Y miss Mary?

-Está en la estancia.

-¿En qué estancia?

-En la de Z.

-¡Cómo! ¿Se ha casado?

-Pocos días después de irse el Villarino.

También este es un desenlace lógico y natural: había que esperarlo, como había que esperar el que estuvo a punto de ser decisivo.



  —118→  

ArribaAbajo- XIII -

En el Estrecho de Magallanes


Al día siguiente, muy de madrugada, pasamos a la altura del Cabo de las Vírgenes, aquel cabo famoso que hace más de diez años despertó en Buenos Aires la fiebre del oro, haciendo que chicos y grandes se precipitaran al Ministerio de Hacienda a solicitar pertenencias mineras, que quedaron inexplotadas porque el rendimiento de las arenas y las pepitas auríferas no equivalía al sacrificio que representaba obtenerlas. Sin embargo, no faltan hoy mismo cateadores y mineros que frecuenten aquellos parajes, trabajando en sociedad y con algún resultado, pues viven de poco, y se contentan con unos cuantos gramos de oro que los permitan divertirse más o menos días en Punta Arenas.

En efecto, vimos dos carpas de mineros en Zanja Pike, situada más arriba del cabo, en cuya demanda íbamos.

Es urgente el establecimiento de un faro de primera clase en el Cabo de las Vírgenes, llamado así por Magallanes, que lo descubrió el año 1520 y el día de las Once mil Vírgenes. Dicho faro, que sin duda formará parte del vasto proyecto de iluminación de nuestras costas formulado por el ingeniero Luiggi, será de mucho auxilio para los barcos que navegan en demanda del Estrecho o del Cabo de Hornos, pues no teniendo hoy como situarse en noches obscuras, corren serio riesgo, y muchas veces naufragan -los de vela sobre todo-, cuando sobreviene una calma y los arrastra la corriente hacia tierra. Un casco de navío de buen porte, que vimos náufrago en el cabo, es mudo pero elocuente testigo de la necesidad de esa obra...

Poco más tarde, y pasando la línea de fronteras argentino-chilena, que sigue el paralelo 52 hasta el meridiano 70, baja de allí, recta, hasta el monte Aymont, y corre luego, sinuosa, a cortar el monte Dinero y la punta Dungeness, doblamos ésta y penetramos en el Estrecho de Magallanes, tranquilo como una balsa de aceite.

A nuestra derecha se elevaba, no muy altivo, no muy majestuoso, el monte Dinero; a la izquierda velamos vagamente la costa de Tierra del Fuego, más baja que la de la Patagonia   —119→   chilena, y al contemplar aquel paisaje algo monótono, algo desabrido, desvanecíase la temerosa esperanza de asistir a uno de los grandes espectáculos de la Naturaleza. Nada de lucha de los elementos, nada más que una gran masa de agua arrastrada por las corrientes, entre costas relativamente bajas, y que nuestro buque cortaba tranquilo con su proa. Sin embargo, la idea que uno se forma del Estrecho es terrible, y no sin razón. Las penalidades que han sufrido los primeros navegantes que por aquel paso se trasladaron al Pacífico, los peligros que acechan hoy también a los barcos, tienen que rodearlo de un nimbo temeroso. ¡Ah, cuando reina la calma, y el agua se precipita del uno al otro mar, con rapidez vertiginosa, no hay muchas veces paño que baste al velero para salvarse del naufragio!... ¡Ah! cuando sobreviene un chubasco, y el horizonte se cierra a pocas brazas de la proa del vapor que navega confiado, y su comandante no tiene cómo saber si corre a embicar o si sigue el rumbo que le marcan las excelentes balizas y columnas puestas meticulosamente por orden del Gobierno chileno, barcos de vela, buques de vapor, juegan su vida al entrar a ese estrecho, para mí tan tranquilo, menos proceloso aún que nuestro río, en las suestadas que lo enloquecen...

Al oír hablar de las dificultades con que tropiezan, de los riesgos que corren, de las catástrofes que sufren los marinos de hoy, con buques tan perfectos, causa asombro el valor y la pericia de los que, como Magallanes, se atrevieron a surcar, en verdaderas cáscaras de nuez, mares hasta entonces desconocidos, y temibles aún ahora, cuando las cartas del Almirantazgo, de Fitz-Roy y de la Romanche señalan casi hasta la más mínima piedra.

Los cinco buques con que Magallanes realizó la proeza, sumaban, en total quinientas toneladas, es decir, menos que un pequeño transporte de hoy, y su tripulación se componía de ¡doscientos treinta y siete hombres! De estas cinco naves, la Santiago, que mandaba Serrano, se perdió en la costa patagónica; otra, la Victoria, vio en Octubre de 1520, al sur del Cabo Vírgenes, una «abertura que después de averiguado era un estrecho», y que algunos llamaron por eso de la Victoria.

Mandó Magallanes que se explorase el paso, la tripulación de una de las naves se sublevó y regresó a España, otra nave volvió días después, diciendo sus oficiales que sólo habían visto una gran bahía rodeada de bajíos y escollos, y por fin súpose que la tercera había andado tres días sin dificultad, y que lo   —120→   alto de las costas, el excesivo fondo y el movimiento de las mareas hacían muy creíble que aquel fuera un estrecho entre dos mares. Magallanes resolvió seguir el mismo camino con las tres naves que le quedaban, abandonando a la sublevada de que no se tenía noticias, y el 6 de noviembre de 1520 entró en el Estrecho, y el 28 del mismo mes lo había recorrido de extremo a extremo, y desembocaba en el mar que llamó Pacífico, porque el tiempo constantemente favorable les permitía hacer singladuras hasta de setenta leguas.

Poco iba a gozar de su triunfo el gran navegante, que el 26 de abril de 1521, cinco meses después de su descubrimiento, moría a manos de los indios. Los historiadores portugueses de la época, y también Argensola, hacen notar que al mismo tiempo y en circunstancias análogas, moría en las Molucas Juan Serrano, grande amigo de Magallanes, y cuyos informes incitaron a éste a buscar un paso entro los dos océanos.

Los indios diezmaron a la tripulación de las naves, que -por no poder llevarla-, tuvo que quemar una de ellas, la Concepción; la Trinidad fijé tomada en la Malasia por los portugueses, y sólo la Victoria, mandada por Sebastián de Elcano, con diez y ocho tripulantes, volvió a España en septiembre de 1522.


Oceanum reserans navis Victoria totum
Hispanim Imperio clausit utroque polo.

Magallanes tiene un monumento en el sitio en que cayó, en las Islas Filipinas, y otro más grande o imperecedero en el estrecho que lleva su nombre, poniendo de relieve su enérgica figura ante los ojos de cuantos navegan esas aguas que el surcó el primero.

Siguiendo sus huellas, y antes de que el Estrecho fuera frecuentado y se abriera definitivamente a la navegación, muchos navegantes expedicionaron a él, mandados por España y otras naciones.

En 1525, siete buques con un total de 1010 toneladas y hombres de tripulación, al mando de García Yofre de Loaisa, partió para el Magallanes, recorrió la costa patagónica y el estrecho; una de sus naves, el San Lesmes, que corrió hacía el sur, volvió porque parecía que donde había llegado «era acabamiento de tierra» (probablemente, según Urdaneta, vio el Cabo de Hornos), y fue tan perseguido por la desgracia, que doce años después sólo Urdaneta había regresado a España.

Gaboto preparó una expedición para ir en socorro de Loaisa, pero no pasó del Río de la Plata.

  —121→  

En septiembre de 1534, salía de España D. Simón de Alcazaba, con dos naves, y el 18 de enero de 1535 entraba en el Estrecho. En la entrada de éste halló un mástil elevado en tierra con una gran cruz y esta inscripción: 1526; y los restos de un navío, que supuso fuera uno de Elcano. Por la rudeza de la estación (era verano, sin embargo) la tripulación le obligó a volverse de la mitad del Estrecho. Alcazaba desembarcó en la costa, hízose jurar gobernador, realizó algunas pequeñas expediciones al interior, y fue poco después asesinado por algunos de los suyos, que pretendían hacerse piratas. El maestre y contramaestre de la capitana, ayudados por algunos marineros fieles, lograron apoderarse de los asesinos, pasando por las armas a los principales. Pero los sobrevivientes llegaron a tal estado de escasez, que la ración quedó poco a poco reducida a una libra de carne de lobo y una taza de vino para cada tres hombres. Se dieron, por fin, a la vela, dejando en la costa algunos desterrados por complicidad en el crimen cometido, pero las naves se separaron sin causa, y sufrieron toda clase de penalidades, naufragios, avances de los indios, etc.

Pero, no obstante estos fracasos, cuatro años después, don Alonso de Camargo partió con tres navíos rumbo al Estrecho de Magallanes. Perdiose la capitana en la primera angostura, el 22 de octubre de 1539; otra tuvo que correr hasta el Cabo Vírgenes, y la tercera, muy maltratada, pasó al Pacífico, recogiendo a Camargo y los náufragos, y llegó a Arequipa, dando por primera vez noticias de la costa.

En 1557, el capitán Juan Ladrilleros con dos navíos, salió de Valdivia por orden del gobernador y capitán general de la provincia de Chile; recorriolo dos veces, estudiándolo con esmero, y volvió con sus marineros diezmados por los grandes azares del viaje.

Hiciéronse otras muchas expediciones por orden de los gobernadores de Chile y el Perú, perdiéronse muchos buques, otros renunciaron al intento, y por fin España abandonó el Estrecho, de cuya existencia llegó a dudarse, siendo opinión de muchos que se había cerrado, hasta que otras naciones desvanecieron semejante error.

Inglaterra, en sólo diez y seis años, hizo seis expediciones, siendo la primera en fecha la del célebre Francisco Drake, grande y arrojado marino, pero no menos pirata por eso. En abril de 1578 llegó a San Julián, donde empleó un patíbulo erigido por Magallanes para castigar a insubordinados, colgando de él a Thomas Dougthie, que trataba de hacerle un motín;   —122→   peleó contra los tehuelches, y el 17 de agosto embocó el Estrecho, teniendo que retroceder por un viento contrario. Por fin, lo pasó en 17 días, viaje el más rápido que se hubiera hecho hasta entonces. Luego, y después de sufrir un temporal de cuarenta días, navegó el Pacífico hacía el norte, tomó y saqueó a Valparaíso y otros pueblos de la costa, y a la altura de Panamá se apoderó de varios navíos españoles cargados de dinero, por el cual dio recibo, arruinó a Guatalco, y cargado de riquezas dio la vuelta al mundo, para arribar a Plymouth tres años después de su partida...

Por perseguir a Drake, España reanudó sus expediciones al Estrecho de Magallanes, enviando una al mando de don Pedro sarmiento de Gamboa, caballero de Galicia, que ya en el Callao y en Panamá había peleado con el marino inglés, Sarmiento era muy experto navegante, aunque nunca creyera que hubiese variación en la aguja imantada, y se confiaba mucho en su pericia.

Esta expedición de Sarmiento fue una de las que arrojó más luz sobre el Estrecho de Magallanes, aunque los medios de observación de que se disponía en el siglo XVI, fuesen muy escasos y dieran lugar a grandes errores. Valiole ser honrado con el título de capitán general del Estrecho de Magallanes y gobernador de cuantas tierras poblase en él, pues había logrado que Felipe II resolviera fortificar la primera angostura y establecer más tarde colonias en ambas márgenes.

Con este objeto, que iba a dar a España el dominio definitivo de aquella zona, armose una segunda expedición, llamada también de Sarmiento, y mayor que todas las anteriores, pues la escuadra se componía de 23 navíos.

Zarpó esta flota, del puerto de Sevilla, el 25 de septiembre de 1581, con anuncios de mal tiempo.

Los pilotos hacían notar que, como se acercaba el equinoccio, era peligroso darse a la vela, pero el duque de Medina Sidonia los obligó a zarpar, como lo hicieron, para tener que refugiarse días después en Cádiz, habiendo perdido totalmente cinco de sus buques y ochocientos hombres. Antes de salir perdieron otras naves, y en la travesía a Río de Janeiro se enfermaron y murieron más de ciento cincuenta tripulantes. En Río, donde invernaron, murieron otros tantos y varios desertaron... Los navíos comenzaron a podrirse, menos los acorazados o emplomados del rey, y a hacer agua... Los desastres de esta expedición fueron en aumento. Los jefes Flores de Valdez de la flotilla, y Sarmiento, del Estrecho y sus futuras colonias, ya   —123→   desavenidos, se separaron. Los capitanes y maestres de las otras naves vendían las provisiones destinadas a las colonias, cambiándolas por productos del país... Zarparon, por fin, en noviembre de 1582, pero para perder un bergantín y una lancha, y luego la Riola, de quinientas toneladas, con 350 personas, la Santa Marta y la Proveedora. Flores, cuya intención parece haber sido la de que fracasara el viaje, dejó otros tres buques la Almiranta, la Concepción y la Begoña -con trescientos soldados, en las costas del Brasil, diciendo que no aguantaban el mar.

Más tarde se separó de la expedición para irse por tierra a su gobierno de Chile, don Alonso de Sotomayor, con tres naves y muchas provisiones y gente, aunque tuviera orden de auxiliar antes a la expedición en el Estrecho.

Sólo con cinco naves llegó Sarmiento al Magallanes el 7 de febrero de 1583; pero Flores se echó atrás, a pesar de todo cuanto Sarmiento le dijera y sin motivo alguno plausible, volviéndose a Río de Janeiro y de allí a España.

Sarmiento con el almirante Rivera, cinco naves y 530 hombres, volvieron a emprender la expedición, llegaron al Estrecho el 8 de diciembre, pasaron la primera angostura, fondearon cerca de la segunda en febrero de 1584, pero perdieron las amarras (las anclas sujetábanse entonces con cabo, no con cadenas como hoy) y tuvieron que volver atrás, a ponerse al reparo del Cabo Vírgenes.

Allí se fundó el primer establecimiento que haya existido en el Estrecho de Magallanes, con trescientas personas y con el nombre de ciudad del Nombre de Jesús. El desembarco fue muy difícil. Rivera, sin orden de Sarmiento, marchose una noche a España con tres fragatas; otra, mal varada para alijarla, no podía servir, de modo que sólo La María quedó al servicio de la colonia.

El animoso Sarmiento no desesperó por eso, y después de otras mil peripecias, combates con los indios, penosísima excursión por tierra, fundó en mitad del Estrecho una segunda ciudad que llamó del Rey Don Felipe11 en cuya construcción trabajó hasta abril. Luego, como fuera con su nave y treinta hombres a visitar la ciudad Jesús, corrió un temporal, tuvo que desembocar al Atlántico, y subir hasta el Brasil, desde donde intentó repetidas veces, y siempre en vano, volver al Estrecho. La historia de Sarmiento parece desde un principio,   —124→   y especialmente a partir de este punto, una novela de aventuras, fogosamente escrita por él mismo. Derrotado, viejo y enfermo, llegó a España en 1590, aquel hombre de indomable energía, cuya empresa mereció mejor fortuna.

En cuanto a los pobladores de las nuevas ciudades, sin recursos, sufriendo los rigores de aquel clima, desamparados, hicieron inútil tentativa de escapar a una muerte segura, construyendo bajo la dirección de Biedma, que los mandaba, dos barcos, uno de los cuales naufragó... Pasaron dos inviernos en medio de tantas penalidades -casi sin otra comida que mariscos, agotados por el frío-, que al fin del segundo invierno sólo quedaban quince hombres y tres mujeres de las dos colonias...

Los españoles afirman que el marino inglés Thomas Candish, que pasó por allí en 1587, fue informado por el marinero Tomé Hernández, de la desesperada situación de sus compañeros, que Candish dijo a éste que les avisara su presencia, pues los tomaría a su bordo, pero que luego se hizo a la vela, abandonándolos. El diario de Candish dice lo contrario; pero parece quo, en efecto, no hizo todo lo que debiera por aquellos desgraciados primeros pobladores de las costas donde hoy pacen grandes rebaños de ovejas, y donde bajo excelentes auspicios nace la vida civilizada.

Esa expedición de Candish abre una larga serie de otras realizadas por ingleses, como la de Sarmiento cierra con una catástrofe las de los españoles. Pasó Candish el Estrecho, hizo buenas presas en el Pacífico, y volvió a Inglaterra dos años después de su salida.

Su teniente Davis, arrojado muy al este de Puerto Deseado (que descubrió Candish y así llamado por el nombre de uno de sus barcos), avistó unas islas, probablemente las Malvinas, descubiertas en 1700 por los marinos de Saint Malo.

Andrés Merik, que siguió a Candish en 1589, no pudo entrar en el Estrecho, y regresó a Europa. La misma poco más o menos, fue, en 1591, la suerte de la escuadra de John Chidley, y, de la segunda expedición de Candish, que sólo llegó a Puerto Hambre, y vuelto atrás, la tripulación lo obligó a dirigirse a Inglaterra. Se cree que murió en el viaje.

En 1593, otro inglés, Richard Hawkins, cruzó el Estrecho, avanzó por el Pacífico hacia el norte, y fue tomado por la escuadra del Perú, cesando con esta expedición las de los corsarios de aquella nacionalidad.

En cambio, los holandeses fijaron la vista en el Estrecho,   —125→   para intentar un comercio regular con las Indias. El primero de éstos fue Mahu, al mando de cinco buques de 150 a 500 toneladas y 547 tripulantes. Pero murió Mahu del escorbuto, y asumió el comando el vicealmirante Simón de Cordes, que dio su nombre a una de las bahías al sudeste de la Península de Brunswick, después de larga navegación en que no le faltaron penalidades. Poco más adelante fundaron la orden del «León desencadenado» para -decían- «perpetuar la memoria de un viaje tan extraordinario y peligroso, en un estrecho que ninguna otra nación había intentado pasar con tantos y tan grandes buques». Curiosa es una de las cláusulas a que debían sujetarse los caballeros del León, por la cual, era su deber, «exponer libremente la vida y hacer todos sus esfuerzos, para que las armas holandesas triunfasen en el país de donde el rey de España sacaba tantos tesoros empleados tan largos años en hacer la guerra y oprimir a los Países Bajos»... Pasó el Estrecho, perdió varios de sus buques, y el último que quedaba fue tomado en las Molucas por los portugueses...

Olivier Van Noort, otro holandés, pasó el Estrecho en 1600 y dio la vuelta al mundo. Siguiéronle más tarde Sebald de Wart, Joris Spilberg, y Jacobo Lemaire.

Este último es el glorioso descubridor del cabo de Hornos, de Horn, mejor dicho, y del Estrecho que lleva su nombre, y nos ocupará más tarde.

Reanudaron entonces sus expediciones los españoles, con las de los hermanos Nodal, que fueron hasta la isla de Diego Ramírez, llamada así por el hidrógrafo que llevaban con ellos; a los ingleses volvieron también a la cara, enviando primero a sir John Narbourough, encargado de fundar en la costa patagónica establecimientos que no fundó, pero quien tomó posesión de Deseado, y pasó al Pacífico; y después al capitán Wood, con dos buques. El capitán Wood tocó en Puerto Hambre en noviembre de 1671, pasó al Pacífico, donde los españoles le tomaron alguna gente prisionera, volvió a cruzar el Estrecho en sólo diez y ocho días, y regresó a Inglaterra.

Siguen a ésta una expedición española mandada por don Antonio de Vea (1675), otra de los famosos corsarios llamados Flibustiers, cuya historia -muy interesante- no es del caso, y la inglesa de Strong (1689) que no tuvo resultado.

Toca ahora, después de España, Inglaterra y Holanda, el turno a Francia, que acaba de coronar últimamente sus exploraciones, con la utilísima y famosa de la Romanche a Tierra del Fuego y Cabo de Hornos, que en estos años tanto ha contribuido al conocimiento de aquellas regiones.

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El primer navegante francés que surcó las aguas del Estrecho (1696) fue M. de Genner, con seis buques y el geógrafo M. Froger. Tuvo, después de llegar al cabo Froward y de bautizar en las inmediaciones la Bahía Francesa y el río Genner, que regresará su tierra, tan falto de víveres, que cinco días antes de llegar a la Bochela tuvo que dar ración única de chocolate y azúcar a su tripulación. Fundose luego en Francia una compañía para establecimiento y explotación de colonias en Sud América, la cual envió al capitán Beauchesne, quien invernó en Puerto Hambre, tomó posesión de una de las islas del sur, que llamó Luis el Grande, y después de hacer gran comercio con los indios, volvió doblando el Cabo de Hornos. La isla se abandonó por el advenimiento de los Borbones al trono de España.

Pero la dificultad del paso del Estrecho hizo que los muchos franceses que acudieron a negociar en el Pacífico, prefirieran el camino del Cabo, hasta que M. Marcant entró en Magallanes, descubriendo al este de la isla Clarence un canal que llamó Bárbara, como su buque (1713).

Entretanto, el rey Felipe V quiso hacer extensiva a Patagonia la pacificación y colonización intentadas en las Pampas, y ordenó una expedición que salió de Buenos Aires el 15 de diciembre de 1748, formando parte de ella los padres jesuitas José Quiroga, Cardal, Strobl y Falkiter, quien se quedó en Patagonia hasta la expulsión de su Orden, e hizo una descripción algo fantástica pero en muchos puntos apreciable, de aquellas regiones. La expedición llegó hasta el Estrecho, pero no lo atravesó.

Luego Inglaterra mandó a Byron (1764) a hacer un viaje de circunnavegación pasando por el Magallanes, como lo realizó; a Wallis, que de 1766 a 1768, dio dos veces la vuelta al mundo, en 637 días, a bordo de su Delfín; a Carteret, que separado de Wallis en el Estrecho, también dio dos veces la vuelta al mundo.

Bucarelli mandó, por esos años (1767) una expedición a la Tierra del Fuego, que colonizó en ella sin oposición de los indios, que, por el contrario, se mostraban serviciales; pero la colonia fue abandonada por su distancia y porque se la consideraba un lugar de destierro.

Esta expedición, mandada por Felipe Ruiz Puente y compuesta de las fragatas Esperanza y Liebre, salió de Montevideo el 28 de febrero de 1767 junto con el célebre Bougainville, que mandaba la Boudeuse y L'Etoile, y que iba a entregará España   —127→   las Malvinas, cedidas por Francia mediante la indemnización de 2.412.000 reales de vellón.

Bougainville fue el primer francés que diera la vuelta al mundo, y la narración de sus viajes es palpitante de interés y de verdad.

En 1779 hizo otra expedición Juan de la Piedra, no llegando sino hasta San Matías, donde fundó una colonia que diezmó el escorbuto.

En 1785 y 1786, la fragata Santa María de la Cabeza, mandada por el capitán de navío don Antonio de Córdoba, practicó un minucioso reconocimiento del Estrecho, y la relación de su viaje es documento de mucho valor para la historia del Magallanes.

En este siglo pocos viajes hay que notar, si no es el de d'Orbigny, que sólo llegó al golfo de San Matías, y muy especialmente el de la Beagle y la Adventure, mandadas por Philip Parker King y Robert Fitz-Roy (1826 a 1834), de que formó parte Darwin, el del comandante Mayne (1867-68) y el de la Romanche (1883). Pero esos pocos viajes, a partir de Fitz-Roy, han bastado para desvanecer muchas consejas, hacer dar algunos pasos a la ciencia y ofrecer al navegante guías inapreciables en el laberinto de los mares del sur.

Por nuestra parte, aunque descuidáramos mucho aquella región, hemos mandado varias expediciones, ya a Tierra del Fuego, ya a la Isla de los Estados, que si bien no se han ocupado especialmente del Estrecho, lo han recorrido del uno al otro extremo. Tendré oportunidad más tarde de ocuparme de estas expediciones, entre las cuales la más interesante es la de la subcomisión de límites, que ha practicado estudios y reconocimientos de importancia, al oeste, aunque no en las mismas aguas del Magallanes.

Los chilenos se han preocupado más, y son utilísimos los trabajos hechos en 1885 y 1886 por sus buques de guerra Toro, Aptao y Cóndor, que lo balizaron en toda su extensión, facilitando aquel camino para la navegación, hoy tan importante.

Las balizas y hoyas colocadas en aquella época, a tan corta distancia unas de otras, que siempre están a la vista del piloto, se cuidan meticulosamente, y un vaporcito que recala en Punta Arenas, las recorre sin cesar, desagotando las boyas, cuidando de que no se desvíen y manteniendo siempre correcta esa inapreciable guía del marino.

Tal es, a grandes rasgos, la historia del Estrecho de Magallanes, desde su descubrimiento hasta el día. Quien desee   —128→   conocerla más en detalle hasta fines del siglo pasado, puede recurrir a un libro, cuyos datos he aprovechado en gran parte de lo que dicho llevo. Es la Relación del último viaje al Estrecho de Magallanes, de la fragata de S. M. Santa María de la Cabeza, en los años 1785 y 1786. Extracto de todos los anteriores desde su descubrimiento, impresos y manuscritos, y noticias de los habitantes, suelo, clima y producciones del Estrecho. Trabajada de orden del Rey. Me he referido al viaje de la Santa María, tan interesante bajo todos conceptos, algunos renglones más arriba, como uno de los que más contribuyeron al conocimiento del Estrecho; debo añadir que la relación de ese viaje es de lo más completo y claro que he visto en la materia, y afirmar como seguro, que si los navegantes de la nave citada hubieran poseído los instrumentos con que se cuenta hoy, sobrellevando menos fatiga y haciendo menos esfuerzo, habrían dado una nota definitiva a propósito del Magallanes.

Cuando se piensa en lo que hicieron aquellos hombres con tan escasos elementos, luchando en forma tal contra dificultades hoy desaparecidas, se toman bajo beneficio de inventario las cuasi proezas de los navegantes actuales de Piedrabuena, abajo, y de ese inventarlo resulta que más es el ruido que las nueces, como vulgarmente se dice, y que ir hoy con un barco a vapor a surcar el temeroso Estrecho, es más fácil que internarse sin práctico en uno de nuestros mansos ríos.

Pero los que han hecho la navegación del sur, han cuidado de presentarla como temible, para dominar sobre ella primero, y para infundir temor después.

Del miedo sale el monopolio.

Mas los amigos de Piedrabuena, que adquirió la República para su servicio, como quien hace alianza con una potencia, le habrán oído decir, en la intimidad, cuán fácil era surcar siempre a vela aquellas aguas del Atlántico, si menos mansas, tan poco devastadoras como las del Pacífico.

Murúa, el comandante del Villarino, discípulo y cultor de Piedrabuena, cuyo retrato está en su camarote, sonríe cuando se le habla de los pretendidos peligros de aquel derrotero, pero calla, puesto que es humano admitir que uno hace algo más de lo que los otros serían capaces de hacer... Y su segundo, Méndez, suele encogerse imperceptiblemente de hombros, y cuando mucho, observa:

-El paso del Breacknock suele ser serio, en caso de neblinas y chubascos. Pero... lo preferiría al canal de la Mancha...

Y sin embargo...

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Llega a mi noticia, alguna sobre los últimos naufragios ocurridos en el Estrecho, que dan qué pensar. No son todas, al fin flores.

En un intervalo de diez días, allá en 1884, perdiéronse en el Estrecho dos vapores; el uno de la compañía francesa Chargeurs Réunis, llamado Arctic, encallado en una restinga que sale del Cabo Vírgenes; el otro, de la P. S. N. C., el Cordillera. Salváronse en ambos las vidas, pero no la valiosa carga (ya se verá en otro sitio cómo son los salvamentos y cuánto cuestan).

El Arctic naufragó de noche, durante un chubasco de nieve, y con sus propios recursos desembarcó los pasajeros y envió un chasque en demanda de auxilio a Punta Arenas. Aunque hubiera naufragado en costa argentina, nuestras autoridades no intervinieron para nada...

Todo el cargamento del Arctic, mercaderías generales, telas y paños, vino, etc.., fue, transportado al puerto chileno, con ayuda del vapor aviso Comodoro Py, y a pedido del señor Sampayo, gobernador de Magallanes.

El Cordillera se perdió en la Punta San Isidro, también de noche y durante un chubasco de nieve, como el anterior (12 de octubre). Salváronse los pasajeros, que fueron llevados a Punta Arenas, como el cargamento, que se vendió en £ 500 a los señores Julio Haas y José Fiol, que tenían un buzo como socio industrial. Las mercaderías resultaron muy averiadas, pero la maquinaria y rieles de ferrocarril que llevaba el Cordillera, dieron a los compradores una ganancia líquida de 20.000 pesos oro.

En 1885, el transporte chileno Angamos tocó en una piedra desconocida hasta entonces, y apenas si se salvó, muy averiado, gracias a los socorros del vapor Malvina.

Recientes son las pérdidas del vapor alemán Kambyses y del inglés Coro-Coro en el Cabo San Antonio, y de otro cuyo nombre no sé, en el canal de Smith, donde estaba trabajando actualmente el vapor Albatros, chileno.

Por mucho que el balizamiento del Estrecho sea eficaz para la navegación durante el día no es suficiente para la navegación nocturna. Hace falta un sistema bien combinado de faros en vez de las pirámides y boyas.

Toca también al Gobierno argentino el establecimiento de dos faros: uno en el Cabo Vírgenes, como ya he dicho, y otro en el Cabo Espíritu Santo, y ambos de bastante alcance. No darían quizás beneficio inmediato, pero lo procurarían considerable para los transportes que pasan por el Estrecho.